El “Cyrano de Bergerac” según Plácido Domingo

El próximo diez de mayo llega al Real el “Cyrano de Bergerac” de Franco Alfano (1875-1954). Un intento de volver al verismo italiano por parte del compositor, aunque con evidentes influencias del impresionismo francés, y una estética dramática en la que se puede apreciar el momento político totalitario que padecía Italia en esos momentos.
El personaje de Cyrano será interpretado por Plácido Domingo que, junto a Sondra Radvanovsky como Roxane, Doris Lamprecht como La dueña y Cristina Toledo como Lise, estarán dirigidos por Pedro Halffter.
En su permanente búsqueda de nuevos papeles adecuados para las diversas etapas de su carrera, Plácido Domingo ha recuperado con gran éxito a Cyrano de Bergerac, el personaje creado por Edmond Rostand y popularizado por el cine, pero en esta ocasión en la versión de un compositor, Franco Alfano, más conocido por haber escrito el final de Turandot de Puccini, que por sus propias obras.

PLÁCIDO DOMINGO:
“ Vi la partitura de Cyrano y me enamoré de ella: ¡qué personaje, el de Cyrano! El drama de Rostand es extraordinario. Si se ha visto cualquier producción de la Comédie Française, o una película, se comprueba que se trata realmente de una gran obra de teatro. Cyrano de Bergerac la compuso Alfano en 1936, después de los estrenos de Wozzeck y Moses und Aron, lo que explica una escritura más moderna y no del todo melódica. La partitura contiene armonías sorprendentes, muy nuevas para la ópera italiana. La influencia de la escuela francesa –Ravel, Dukas, y sobre todo Debussy– es evidente. Para mí, la escena del balcón y el final constituyen las cimas de la ópera”.
Su mirada personal sobre el espadachín camorrista y sentimental le lleva a definirlo como uno de los personajes más complejos y completos que ha interpretado. “ Es una auténtica suerte poder expresar todas las facetas, complementarias y contradictorias, de un carácter con semejante riqueza emocional. Una de las interpretaciones más conmovedoras es la de José Ferrer en la película que le llevó a ganar un Oscar en 1950, aunque luego aprecié el Cyrano de Depardieu también; pero mis propios sentimientos me llevan al Cyrano profundamente sufriente y triste magistralmente interpretado por Ferrer.
De Cyrano comprendo su tristeza y amo su nobleza. Es totalmente incorruptible, es un espíritu libre, independiente, revoltoso, capaz de ironizar con sor Marthe cuando está a punto de expirar y lo sabe: al levantarse para ir al encuentro de Roxane, se condena, en perfecta coherencia con el lado suicida de su personalidad. A lo largo de toda su vida ha buscado el peligro y las situaciones límite: solo contra cien, la puerta de Nesle, desafiando al ejército español dos veces al día para enviar una carta a Roxane.
Cyrano nunca ha apreciado la vida, sin duda porque no se ama a sí mismo. Ni siquiera se plantea que Roxane le pueda amar tal cual es, es decir ‘feo’. Pero es él quien emplea ese adjetivo, es él quien se cree ‘feo’. Una fealdad sin duda relativa: está sobre todo en su cabeza, basada sólo en un apéndice desmesurado, sin tener en cuenta los otros elementos de su físico… Cyrano no sólo es un ser depresivo con una doble personalidad, la que muestra y la que oculta; sino que se complace en la desgracia y la tristeza. En cierto modo, está contento de ser desgraciado y elige serlo, aunque sea una elección inconsciente. Se da un auténtico desdoblamiento de personalidad en él” (Declaraciones extraídas del programa de Cyrano de Bergerac del Théâtre du Châtelet de París y publicadas en la Revista del Real).