Il prigioniero y Suor Angelica en el Liceu

Prigioniero

La falta de libertad y la esperanza truncada unen dramáticamente Il prigioniero de Luigi Dallapiccola y Suor Angelica de Giacomo Puccini.

Il prigionero se representa por primera vez en el Liceu, 64 años después de su estreno en Italia

Se presenta un doble programa de óperas del siglo XX dirigidas escénicamente por Lluís Pasqual y musicalmente por Edmon Colomer, responsables de dos excelentes repartos encabezados por Jeanne-Michèle Charbonet , Ievgueni Nikitin y Robert Brubaker en Il prigioniero y Maria Agresta, Dolora Zajick y Cristina Pasaroiu en Suor Angelica.

Las dos óperas hablan de la privación de la libertad. Son dos historias ejemplares, la acción de las cuales transcurre en épocas y lugares distintos pero como apunta Lluís Pasqual, “las dos óperas, como en un juego de espejos, se reflejan una en la otra”, ya sea desde el punto de vista musical como del contenido dramático.

El Liceu y el Teatro Real son los responsables de la coproducción que cuenta con escenografía de Paco Azorín, vestuario de Isidre Prunés e iluminación de Pascal Mérat.

Il prigioniero, ópera de Luigi Dallapiccola estrenada en 1950 en Florencia, responde a los sentimientos y al dolor provocados por las circunstancias personales del compositor: persecución de los italianos de Istria y Trieste por parte del Imperio Austrohúngaro, que conduce a su familia al exilio de Graz (1917), y el fascismo italiano en la Segunda Guerra Mundial con su persecución a los judíos (su mujer lo era). La obra de Villiers de L’Isle-Adam La torture par l’espérance y la deCharles de Coster La légende d’Ulenspiegel están en la base del argumento. La acción se desarrolla en Zaragoza durante la segunda mitad del siglo XVI.

Suor Angelica, segunda pieza de Il trittico de Giacomo Puccini –conjunto de tres breves óperas estrenadas en 1918 en el Metropolitan Opera House de Nueva York en una sola noche–, Suor Angelica era la preferida del compositor antes que Il tabarro y Gianni Schicchi. El público, en cambio, se inclinó claramente por la última, única incursión de Puccini en el mundo de la comedia. El tema de esta ópera, con la singularidad de utilizar solo voces femeninas, le fue sugerido por el libretista Giovacchino Forzano, respondiendo la música al planteamiento sentimental y religioso con una refinada orquesta de diáfana blancura. La acción tiene lugar en un convento próximo a Siena a fines del siglo XVII.