Campoamor

El pasado 19 de marzo se celebró en Oviedo la Gala de entrega de los Premios Campoamor. Este año con una celebración especial pues ya son 10 los que se vienen celebrando.

Para acercarse a la verdadera dimensión de estos Premios hay que tener en cuenta, al menos, dos premisas. La primera, se premian espectáculos líricos. Y la segunda, estamos en España. Estas dos condiciones podrían ser contradictorias, pero la importancia que están alcanzando estos Premios Campoamor y la tradición lírica española, deberían ser suficientes para que algunos se planteasen situarlos dónde les corresponde, entre las grandes Galas y Premios de otras disciplinas artísticas que se desarrollan en nuestro país.

Este año la director de escena ha estado a cargo de Joan Font, director de Comediants, que con el circo, como hilo conductor, llenó de magia el escenario y la sala del Campoamor.

La Gala contó con dos maestros de ceremonia, la soprano Silvia Vázquez y el barítono Borja Quiza, que se desenvolvieron por el escenario con simpática soltura, intercalando arias con la presentación de los premiados. Las sorpresas en forma de magia y acrobacias llegaron con Raúl Rodríguez Alegría, Albert Ubach y Raquel Ferri.

En la parte alta del escenario se había colocado una cocina en la que el maestro pastelero Jacinto Rama y su ayudante elaboraban la tarta del décimo cumpleaños de la gala. Tarta que sería repartida entre el público al finalizar el acto.

Con todos estos elementos, lírica, cocina, magia y circo, empezó a transcurrir una gala que solo en algunos momentos fue un poco lenta, pero en la que la brillantez y los premiados fueron los protagonistas.

El premio a la cantante revelación fue para la soprano aragonesa Ruth Iniesta, que arriesgó con un aria de Mignon, de Thomas.

Siguió la entrega del Premio a nueva producción de ópera española o zarzuela, para “El terrible Pérez”, de Tomás López Torregrosa y Joaquín Valverde (hijo). El premio lo recogió el maestro Antón García Abril.

El Premio contribución al mundo de la lírica y Premio especial del jurado llevaba una gran carga de profundidad, pues se le otorgó al Teatro Villamarta de Jerez, que está pasando por serias dificultades debido a las veleidades presupuestarias y políticas. Y no es el único, solo recordar lo que ocurre con la Ópera en La Coruña.

Hubo también algunas ausencias. No asistieron Laurent Pelly, premio al mejor director de escena, ni Michel Plasson, Premio a la mejor dirección musical. Este último al haber sufrido un accidente en estos días. Tampoco asistió la norteamericana Joyce Didonato, premio a la cantante femenina de ópera, pero sí envió un vídeo de agradecimiento.

La simpatía la puso el Premio a la cantante de ópera española o zarzuela, la alemana Nicola Beller Carbone, quien apareció por el pasillo central interpretando la borrachera de La Périchole, de Offenbach. Cambiando de registro inmediatamente para ofrecernos un aria de Ariadne auf Naxos, De Strauss.

La emoción y la intensidad llegaron con Gregory Kunde, Premio al mejor cantante masculino de ópera. Este estadounidense, del que disfrutamos con frecuencia en nuestro país, se marcó un “Vesti la giubba” del Pagliacci de Leoncavallo que puso la carne de gallina.

La otra gran sorpresa de la noche fue la presencia del bajo-barítono galés Bryan Terfel. Llegó apenas unos minutos antes de salir a escena a recoger su premio y regalarnos dos piezas, una lied y una canción popular galesa que nos hizo a todos sentir la añoranza de su tierra.

Otro emotivo momento fue la entrega del Premio especial a toda una carrera a la grandísima Fiorenza Cossotto, que fue, por cierto, la única que tuvo la oportunidad de dirigirse al público y agradecer su premio. Este último premio dio paso a un apoteósico final. Todos los premiados sobre el escenario entonando el “brindis” de la Traviata.

A la salida una banda de música y las luces de una verbena ofrecían zarzuela y pasodobles para acompañar la salida del teatro. Llovía y hacía frío, pero un público participativo y una ciudad con la experiencia de saber hacer muy bien las cosas importantes, dejaron de manifiesto que la lírica en España está en nuestra raíz cultural y cuando se ofrece con calidad y generosidad al público, adquiere su verdadera dimensión socio-cultural.
Texto: Paloma Sanz
Fotografía: I. Martínez/ D. Arienza
Vídeo: TPA (Televisión del Principado de Asturias)

Benjamin

Para un oído poco dado a las aventuras dodecafónicas como el mío, nada le hacía sospechar que este jueves 17 de marzo sería definitivamente conquistado. El responsable de esta rendición en toda regla ha sido el compositor británico George Benjamin y su obra Written on skin. Sencillamente, una obra maestra.

El libreto de Martin Crimp basado en el razó anónimo del siglo XIII, Le coeur mangé, es la leyenda del trovador provenzal Guillem de Cabestany, ya citada por Bocaccio en el Decameron. La historia es truculenta y llena de situaciones descarnadas. Los más bajos deseos, frustraciones y miedos de los protagonistas son tratados por Benjamin con una teatralidad extraordinaria dirigida por su director artístico Benjamin Davis.

La música, de la que el maestro británico domina todas las técnicas contemporáneas, te transporta por caminos de tensión insoportable.

Writtem on skin
Desde los primeros compases la música te agarra de manera casi violenta y no te suelta hasta los últimos compases que son, por cierto, de silencio. La percusión, a la que se sumaban también las cuerdas de manera convencional, o no, fabrican una magnética armonía con el texto que agitaba por dentro como si a la peor pesadilla le hubiesen añadido una banda sonora que la potencia.

La partitura cincela con precisión milimétrica cada uno de los sentimientos de los personajes. Hasta tal punto, que la mínima dramatización de los cantantes es suficiente para describir las tramas.

Los responsables de un sonido tan revelador no son otros que la impecable Mahler Chamber Orchestra. Y a la batuta George Benjamin, que radiografió cada compás con el conocimiento de la obra que, por supuesto, solo él tiene.

Written on skin

La excepcional participación de los cantantes, tanto en lo vocal como en lo teatral, terminaron de redondear el espectáculo. Christopher Purves, que interpretó un complicado y atormentado Protector; Tim Mead, joven contratenor británico que se encargó de dar vida al Muchacho y el Ángel con gran delicadeza en los detalles; Victoria Simmonds y Robert Murray completaron con un trabajo minucioso el cuadro canoro del que destacó su protagonista, la soprano canadiense Barbara Hannigan, para quien está escrito el personaje de Agnés y quien, con una potente dramatización, creó una figura llena de matices vocales y teatrales.

La sensación al terminar la obra es la que queda tras haber visto el más inteligente y desasosegante thriller. Un agradable placer tras una violenta sacudida.

Prohibición de amar

La prohibición de amar, una rareza dentro del catálogo wagneriano, es una obra perfecta para descubrir los orígenes del genio, que maduró personal y musicalmente a formas bien distintas a las que nos presenta en esta obra.

Sirbe también para desmontar algunas etiquetas que siempre han acompañado la figura del compositor alemán. Gracias, muchas veces, a la labor de distorsión de alguno de sus familiates. Principalmente Cosima y Winifried.

Sólo por esta razón, el descubrimiento del germen wagneriano, merece la pena escuchar esta ópera a la que el propio Wagner insistió en tachar de error de juventud.

Con tan solo 21 años, Wagner se inspiró en la obra de William Shakespeare Medida por medida para crear una composición que pusiera de manifiesto su rechazo al puritanismo alemán y mostrara una cierta añoranza por la frivolidad, el sexo y lo lúdico. Realiza además una clara defensa de los modos de vida de la Europa meridional frente a la severidad centroeuropea. No en vano sitúa la escena en Sicilia, en lugar de Viena.

Si alguien pretende identificar en esta ópera el Wagner posterior, ya maduro, está muy equivocado. Tal vez el error a la hora de abordar esta obra sean las expectativas. El Wagner de “La prohibición de amar” es un joven influenciado por los convencionalismos de la ópera del momento. Tan solo algunos breves fragmentos evocan lo que puede ser más adelante un “Tannhäuser”.
Esta obra es pura influencia francesa e italiana. No es difícil reconocer en ella a Rossini o Donizetti. Pero también suena a romanticismo alemán.

Es muy interesante escuchar la combinación de influencias en un creador que está formando su propia personalidad musical.

Las circunstancias de su composición también tuvieron su influencia en la obra. En esos momentos Wagner ya era el megalómano que se destaparía sin complejos en su madurez. La urgencia por triunfar, por iniciar su carrera de manera determinante, le llevaron a estrenar la obra apresuradamente en el Stadttheater de Magdeburgo el 29 de marzo de 1836. El resultado fue desastroso. Los cantantes no se sabían el papel, incluso dos de ellos se pelearon y ese día no hubo representación. Una obra sumida en el caos a la que no se le dieron muchas más oportunidades.

La producción de Ivor Bolton y el director de escena, Kasper Holten, ha prescindido de las excesivas repeticiones de la partitura. Dejándola en dos horas y media de duración y no las cuatro iniciales. Kasper se ha centrado en el aspecto cómico, casi de opereta, del libreto. Se sitúa en el distrito Rojo de Palermo y construye un espacio polivalente que sirva a su vez como convento y como burdel. Esto lo consigue con elementos comunes a ambos como escaleras y pequeñas habitaciones. La proyección de vídeos y la iluminación de Bruno Poet terminan de configurar los distintos ambientes. La escenografía, ambientada en el siglo XIX, se completa con elementos actuales, pues los personajes interactúan a través de mensajes de Whatsapp que se proyectan en los laterales.

Asistimos a la representación del segundo reparto. Sirva como queja que ya son varias las óperas en este Teatro durante la temporada en las que el segundo reparto queda a mucha distancia del primero, bocalmente hablando. Algo imperdonable si, además, el precio de las localidades es el mismo en todas las representaciones.

Pues sí, un mediocre cuadro de voces en el que destacó, por lamentable, Peter Bronder, que interpretó a Luzio. De ser cierta la información del programa de mano, su trayectoria profesional es muy extensa e importantes los teatros que ha frecuentado como para ofrecer este resultado. Si es así, una retirada a tiempo es siempre más digno. En algún momento llegamos a pensar que se estaba ahogando.

También tuvo sus problemas Leigh Melrose, ejerciendo de Friedrich. Pero se salvó por algún momento de inspiración.
Irregular también Mikheil Sheshaberidze, como Claudio. Pero imprimió rítmo y comicidad a su personaje.

Las dos protagonistas femeninas, Sonja Gornik como Isabella y María Miró, como Mariana, fueron lo mejor de la noche. Tampoco era muy difícil, pero supieron estar a la altura con arias y dúos de buena ejecución.
El resto del reparto tampoco brilló especialmente. Voces muy pequeñas para ya una partitura que apuntaba maneras y que dispone de un gran coro y de una gran orquesta. Ya atisbando al Wagner que será.

El coro, que se inició algo destemplado, se repuso de inmediato para ofrecer su buen nivel habitual.
Una obra muy interesante de escuchar, intentando para ello una contextualización diferente. Es necesario olvidarse de su compositor y disfrutar, a pesar de algún momento rutinario, de los distintos enredos de sus protagonistas.
Texto: Paloma Sanz
Fotografía: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

LA PROHIBICIÓN DE AMAR
Richard Wagner (1813-1883)
Das Liebesverbot oder Die Novize von Palermo Grosse Komische Oper en dos actos
Libreto del compositor, basado en la comedia
Medida por medida de William Shakespeare
Nueva producción del Teatro Real, en colaboración con la Royal Opera House de Londres y el Teatro Colón de Buenos Aires
Teatro Real de Madrid, 1 de marzo de 2016
D. musical: Ivor Bolton
D. escena: Kasper Holten
Escenógrafo y figurinista: Steffen Aarfing
Coreógrafa: Signe Fabricius
Iluminación: Bruno Poet
Diseño de vídeo: Luke Halls
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Leigh Melrose, Peter Bronder, Mikheil Sheshaberidze,
David Alegret, David Jerusalem, Sonja Gornik, María Miró,
Martin Winkler, Isaac Galán, María Hinojosa, Francisco Vas

Francisco Viñas

Desde 1963 se viene celebrando el Concurso Internacional de Canto Francisco Viñas en Barcelona. Se rinde así homenaje al tenor español que tuvo un papel fundamental en la divulgación de la obra de Wagner en España.

Durante todos estos años han sido miles los participantes y muchas las sedes que han acogido la final. Algunas de las voces galardonadas en sus distintas ediciones han sido tan destacadas como Ewa Podles, Olga Borodina, Somi Jo, Aquiles Machado, Vicente Sardinero, María José Moreno, Violeta Urmana, Javier Camarena, entre otros muchos.

El pasado 24 de enero se entregaron los premios de su 53 edición en el Gran Teatre del Liceu y en el Teatro Real, coorganizador del concurso, se han presentado este pasado 21 de febrero los ganadores de esta edición.

La mezzosoprano estadounidense J´nai Bridges, primer premio del Concurso, posee una gran presencia escénica. Aunque algo estática, tiene una voz con personalidad y es muy elegante sobre el escenario.

La también mezzosoprano rusa Yulia Menniebaeva, tiene un color de voz oscuro, propio de las mezzosopranos de esas latitudes. De voz densa y poderosa, aunque con algunos sonidos nasales, se lució en el aria de Marfa de Jovánschina, de Modest Músorgski, mostrando gran dominio. Por algo obtuvo el premio de Música Rusa, a parte del segundo Premio del Concurso.

Selene Zanetti, soprano italiana que obtuvo también el segundo Premio y el Premio Verdi. Su interpretación fue la más delicada y llena de sensibilidad. De voz caudalosa e interesantes tonos oscuros, interpretó un sentido «Come in quest´ora bruna» de Simon Bocanegra, de Verdi, con un temple más propio de una carrera ya extensa.

La más aplaudida fue la soprano española Sara Blanch, cuarto Premio, Premio de Zarzuela y Premio al Mejor Cantante Español. No en vano estaba en casa. Una gran seguridad sobre el escenario, acompañada de brillo y expresividad. Muy buenos agudos, y un sonido fresco y desenvuelto para interpretar «La canción del ruiseñor» de Doña Francisquita, de Amadeo Vives, «Me llaman la primorosa», de El barbero de Seviila de Giménez y Nieto y una intensa «Quel guardo il cavaliere… So anch´io la virtu magica», de Don Pascual de Donizetti.

Un excelente recital que garantiza un brillante futuro.

Blanch
La española Sara Blanch

Joel Prieto ©Simon Pauly

El joven tenor hispano-puertorriqueño Joel Prieto, se ha estrenado por fin en el Teatro Real de Madrid, su ciudad natal, interpretando el papel de Tamino, en La flauta mágica de Mozart. Es este un papel que conoce bien pues debutó con el profesionalmente hace diez años.

La producción de Barrie Kosky para la Komische Oper de Berlín y dirigida en Madrid por Ivor Bolton, suponen un antes y un después en su carrera tras el éxito de público y críticas.

Nos recibe en el Teatro, entre función y función, y nos habla de su trayectoria, del éxito y dificultades de esta producción y de sus próximos retos profesionales.

Flauta mágica

Acreditado está que las situaciones más críticas extraen de cada persona su “yo” más extraordinario. Trasladada esta teoría a un genio como Mozart y mezcladas con sus ideales masónicos, el resultado es una de las más sublimes obras de arte de la música. Una obra que, lejos de ser un cuento para niños, navega en los sueños más profundos de la ilustración.

Con La flauta mágica Mozart elevó el Singspiel, la música más popular, a su máxima expresión. Estrenada en 1791 en el Theater auf der Wieden, un teatro de segunda de la ciudad de Viena, la composición resultó ser una obra maestra. Con libreto de Emanuel Schikaneder, amigo de Mozart y masón como él, e influenciados ambos por los vientos de cambio que llegaban de Francia, crearon una obra llena de dualidades. El tránsito entre la oscuridad que representan las ideas religiosas, y la luz de los nuevos ideales de la ilustración del siglo XVIII.

Partiendo de este concepto general que La flauta mágica representa, Barrie Kosky y Suzanne Andrade han sabido captar magistralmente la esencia de la ópera del compositor alemán. Del mismo modo que Mozart recupera el Singspiel como forma más popular e inteligible de llegar al público de los suburbios de Viena, Barrie Kosky recurre a otro método también popular e inteligible como es el cine mudo. La compañía de Teatro 1927, acostumbrada a trabajar con las claves del relato fílmico, fue la inicialmente encargada de transformar esta obra en magia cinematográfica. Una perfecta recodificación con las mismas claves operísticas que llevaron a su composición y que harían que Mozart disfrutara al máximo esta producción.

No es fácil sorprender al público con una ópera tantas veces representada, pero es ahí donde reside el éxito de esta versión de Barrie Kosky. Mantiene siempre el interés del público.

La escenografía no existe. Es sustituida por una gran pantalla donde se proyectan animaciones con las que los cantantes-actores interactúan en un engranaje milimétricamente perfecto evocando el cine mudo de los años 20. Los recitativos, de los que en tantas producciones de esta ópera se prescinde, en esta son sustituidos por la proyección de un conciso texto que los cantantes interpretan mímicamente. A esos textos pone música un piano, que hace las veces de continuo, interpretando las Fantasías en Do menor y en Re menor del propio Mozart. El resultado no puede ser más seductor. Magnífica la agudeza de quien ha sabido integrar todos estos complejos elementos y cuya consecuencia es la sencillez más estimulante. La disposición de la pantalla en el escenario facilita la proyección de las voces por su cercanía al foso.

El único pero en esta producción puede ser su exceso de protagonismo. El espectáculo es tan intenso que puede distraer de las voces o incluso la música.

El cuadro de cantantes tiene una importante cualidad, el equilibrio. Dos potentes repartos en los que hay que destacar que 13 de ellos son españoles. Y como muy bien dijo Joan Mataboch, “están aquí no por españoles, sino por extraordinarios cantantes”.

El reparto brilló más en conjunto, pero también hubo muy buenas individualidades. El debutante en el Real Joel Prieto, como Tamino, fue de los más destacados. Su hermoso timbre, lleno de tersura, se suma a una elegante y homogénea línea de canto, perfecta dicción, notable volumen y gusto en la interpretación. Sobre todo en el aria “Dies Bildnis ist bezaubernd schön”.

La inglesa Sophie Bevan, ejerció de Pamina-Louise Brooks con soltura. Fue de menos a más y regaló al público una sentida “ach, ich fühl´s”.

Otro destacado de la noche fue el barítono Joan Martín-Royo, interpretando un Papageno-Buster Keaton de gran comicidad, sin caer nunca en la exageración. Una voz amplia y fresca, con un perfecto fraseo, llenó de acertada intención todas sus intervenciones.

Christof Fischesser, en su doble papel de Sarastro y orador, sorprendió por su timbre y tesitura. Una voz extensa y redonda, alcanzando unos graves oscuros y consistentes. No alcanza las tesituras abisales de los bajos de otra época, pero tampoco es habitual ya escuchar graves profundos.

Mikeldi Atxalandabaso, como Monostatos-Nosferatu, fue otra agradable sorpresa. Tuvo una brillante interpretación interactuando con las imágenes de manera magistral y divertida. Una voz caudalosa y brillante que imprimió un acentuado carácter al personaje.

La gaditana Ruth Rosique nos dejó con la miel en los labios pues su papel de Papagena no da para más. Su pizpireta interpretación estuvo a gran altura y esperamos volver a escucharla pronto en un papel más extenso.

La soprano de Macedonia Ana Durlovski interpretó a una malvada Reina de la noche caracterizada de gran araña. Fue la más aplaudida, como lo es casi siempre este personaje. Sus cualidades pirotécnicas para interpretar sus dos arias son innegables. Mejor la segunda que la primera. Pero en ambas le faltó emoción. Sus sobreagudos fueron endiabladamente ágiles.

Muy bien las tres Damas, interpretadas por Elena Copons, Gemma Coma-Alabert y Nadine Weissmann. Dan vida a unas Damas llenas de carisma y simpatía que en lo vocal estuvieron a la altura del potente reparto.

Si hay un “personaje” que es siempre una garantía en sus interpretaciones, tanto en el empaste, la homogeneidad y la expresividad, ese es, sin duda, el Coro del Teatro. Impecable.

Ivor Bolton desde el foso estuvo toda la noche muy inspirado. Posee una especial sensibilidad para este tipo de repertorio. Su entusiasmo dirigiendo contagia a la Orquesta. Pendiente de los cantantes les dirigía incluso vocalizando sus textos. Se notó una notable presencia de las trompetas, al gusto de la obra y también del director, pero que en algún momento eclipsaron la sutil interpretación del resto de instrumentos.

Sin duda esta flauta mágica ha sido, hasta el momento, lo mejor de la temporada. También ha sido acertada la política de captación de nuevos públicos invitando a los ensayos a jóvenes y niños. Energía estimulante que nos lleva al Teatro como quien acude a un templo.

La flauta mágica
(Die Zauberflöte)
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Singspiel en dos actos
Libreto de Emanuel Schikaneder
Producción de la Komische Oper de Berlín
D. musical: Ivor Bolton
Directores de escena: Suzanne Andrade, Barrie Kosky
Concepto: 1927 (Suzanne Andrade, Paul Barrit),Barrie Kosky
Escenografía y figuración: Esther Bialas
Iluminador: Diego Leetz
D. coro: Andrés Máspero
D. pequeños cantores: Ana González
Reparto: Christof Fischesser, Joel Prieto, Ana Durlovski, Sophie Bevan, Joan Martín-Royo, Mikeldi Atxalandabaso,
Ruth Rosique, Elena Copons, Gemma Coma-Alabert,
Nadine Weissmann, Catalina Peláez, Celia Martos,
Patricia Ginés, Airam Hernández, David Sánchez,
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real,
Pequeños Cantores de la ORCAM

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

Bejun Mehta

Che puro ciel es el título del recital que ha ofrecido el pasado 16 de diciembre el contratenor Bejun Mehta en el ciclo Grandes Voces del Teatro Real. También es el título de un aria de Orfeo de Gluck. Tristemente no la pudimos escuchar. Pero el repertorio que preparó para este recital y sobre todo, la música de la Akadamie für Alte Musik Berlin, colmaron con creces las expectativas del público que ocupaba no mucho más de la mitad del aforo del Teatro.

Una de las orquestas más prestigiosas de su género, la Akadamie für Alte Musik Berlin, dirigida por Elfa Rún Kristinsdóttir, interpretó con sus instrumento de época obras de Mozart, Bach y Hasse de manera exquisita. Alcanzó su culmen en la obertura de Ezio, de Adolph Hasse, que entusiasmó a un público ya entregado.

La elegancia de Bejun Mehta en sus interpretaciones le sitúa entre los mejores de su cuerda. Con obras de Gluck y Bach, Mehta se fue creciendo a medida que avanzó el recital. Sus mejores arias fueron las de la ópera Ezio, de Gluck. Brilló en las coloraturas, pero tuvieron mayor intención las obras dramáticas. El público, sin embargo, sigue prefiriendo el estrépito de la coloratura frente a la calma del aria dramática, mucho más elaborada y compleja.

Alcina en el Teatro Real de Madrid

Una ópera barroca es siempre un acontecimiento. Primero, y tratándose de Alcina, por la excelencia de su música. Y segundo por las escasas oportunidades que tenemos de disfrutarlas.

Se puede decir que Alcina fue el producto final tras la mala relación de dos genios de la música del barroco. Haendel como compositor que era entonces director en el Royal Academy of Music (1720-1728), con sede en el King´s Theatre, y el contratenor Senesino como intérprete de la mayoría de sus composiciones.

En 1734 las diferencias entre ambos se acentúan y deciden separarse. El compositor se marcha del King´s Theatre, para instalarse en el Covent Garden, y Senesino comienza a trabajar para un nuevo compositor italiano, Nicola Porpora, fundando en el King´s Theatre la nueva compañía “Opera of the Nobility” (Ópera de la Nobleza).

Esta nueva situación empresarial suponía un duelo operístico entre los antiguos colaboradores. Haendel sentía la obligación de crear una obra con capacidad de competir con su rival en el Londres de la época. Y es aquí donde aparece nuestra protagonista, Alcina.

El gusto por la mitología más extravagante que se producía en la época de su composición, llevó a Haendel a fijarse en un libreto anónimo, basado en L´isola d´Alcina de Riccardo Broschi, basado a su vez en los Cantos VI y VII del poema épico Orlando Furioso (1516) de Ludovico Ariosto. Un cuento en el que la hechicera Alcina convierte en animales o rocas a sus antiguos amantes.

Alcina ha estado durante mucho tiempo condenada injustamente a permanecer fuera de los repertorios habituales. Acusada de “irrepresentable” y por supuestas dificultades para la teatralización de un endiablado libreto donde la interrelación de los personajes casi obliga al espectador a utilizar una guía de quién es quién.

Esta producción de la Ópera de Burdeos se compone de distintas vertientes a tener en cuenta. La primera, y más importante, la extraordinaria música de Haendel. Una obra maestra del barroco únicamente superada por Julio César. Es esta la principal razón por la que no se entienda que el público no termine de llenar el teatro o, incluso, lo abandone en alguno de los dos descansos de los que ha constado. Pero tal vez encontremos más adelante la explicación a esta imperiosa necesidad de cenar.

La propuesta escénica de David Alden está inspirada en la película de Woody Allen, La Rosa Púrpura del Cairo. Bajo la idea del teatro dentro del teatro, Alden descubre la clave fantástica de la obra. Como dos caras de la misma moneda nos presenta el sueño y la realidad. Tal vez por eso Alcina canta su primer aria detrás del telón.

Desde el mundo de los sueños, de la fantasía. Es en ese momento cuando empieza el cuento. Un decadente teatro y la entrada a los palcos, son los escenarios principales de la obra.

A pesar de este derroche de genialidad de David Alden, la propuesta escénica no termina de llegar al público. Resulta excesivamente estática en algunos casos y en otros falta de ritmo y de equilibrio. Hay momentos en los que la desconexión entre música y escena es evidente. La leve iluminación de Simon Mills sabe llenar de luz los pequeños detalles, pero oscurece situaciones que precisan de más brillo. Se echa de menos un libro de claves, no solo para identificar a los personajes, también para saber el significado de algunas escenas.

La impresión general es que, quizá, el Teatro Real le viene un poco grande a esta producción. Pero a quien le viene grande de verdad ha sido a algunos de los componentes de este segundo reparto.

María José Moreno da vida a una Morgana aguda y alegre. Interpretando sus principales arias con destreza y haciendo gala de cualidades casi pirotécnicas en el “Tornari a vagghegiar”. Sus agudos y ligereza dieron brillo a su impecable interpretación.

Sofia Soloviy ha sido una Alcina muy solvente, sobre todo en la interpretación. Su elegante línea de canto nos regaló una Alcina con cierta apariencia aristocrática.

José María Lo Monaco, como Ruggiero, no pasó de ser agradable. Su “Verdi prati” del segundo acto estuvo lleno de emotividad.

El resto del reparto no tuvo su noche. A Angélique Noldus apenas se la podía escuchar y Johannes Weisser, como Melisso, hizo sufrir a los espectadores en alguna de sus intervenciones. Lo mismo les ocurrió a Anthony Gregory y Franceca Lombardi Mazzulli. Parecía no salirles a veces la voz del cuello.

Un gran teatro no deber permitir el sufrimiento de algunos cantantes en escena. Tampoco el de algunos espectadores que pagan el mismo precio por escuchar a primeras figuras.

La dirección orquestal de Cristopher Moulds fue un bálsamo. Demostró como se puede llegar a un sonido barroco sin necesidad de instrumentos de época. Acompañó siempre a cada instrumento de la Orquesta y a cada cantante en el escenario y siempre sonriendo. Hay que resaltar a los músicos que interpretaron desde el escenario, Eva Jornet y Melodi Roig, flautas de pico. Victor Ardelean, violín y un magistral Simon Veis al violonchelo.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: JAvier del Real
Vídeos: Teatro Real

ALCINA
Georg Friedrich Händel
D. musical: Christopher Moulds
D. escena: David Alden
Escenógrafo y figurinista: Gideon Davey
Iluminación: Simon Mills
Coreógrafa: Beate Vollack
Reparto: Sofia Soloviy, María José Moreno, José María Lo Monaco, Angélique Noldus, Johannes Weisser, Anthony Gregory, Francesca Lombardi Mazzulli.
Orquesta Titular del Teatro Real

JD. Flórez

Un relajadísimo Juan Diego Flórez ofrecía el pasado 16 de noviembre un recital en el Teatro Real de Madrid. Un Real abarrotado, para el que no quedaban entradas desde hacía tiempo, recibió al tenor peruano con la ansiedad que solo produce una adicción.

El recital comenzó con tres canciones de Henri Dupartc que dedicó a las víctimas de los recientes atentados de París. Esta nueva incursión en el repertorio francés es una esperanzadora oportunidad de ampliar horizontes bocales.

La primera parte brilló con obras de Mozart como “Il mio tesoro”, de Don Giovanni, en la que hizo gala de un extraordinario fiato. Siguieron obras de Donizetti y Rossini. La segunda parte, algo más inconsistente, finalizó con un más que aceptable “T´amo qual s´ama”, de Lucrezia Borgia.
Regaló al público, a esas alturas ya enardecidamente entregado, cinco propinas. La primera, su ya célebre “Ah! mes amis” de La Fille du Régiment de Donizetti. Después, guitarra en mano, una canción popular peruana, “José Antonio”, magistralmente interpretada. Una simpática “Au Mont Ida”, de La bella Hélène, de Offenbach, «Una furtiva lagrima» de L´elisir d´amore de Donizetti, para terminar con “La donna e mobile”.

A una voz como la de Juan Diego Flórez y a un Teatro como el Real hay que exigirle un programa más exigente y equilibrado que el que nos han ofrecido. Se notaba cierta improvisación. También en la coordinación con el pianista Vincenzo Scalera, que subsanó, con maestría y unas poderosas tablas, las idas y venidas de Flórez en escena. Unas ausencias tal vez motivadas por la sequedad de los aires de Madrid, tan de moda últimamente, que le obligaron a utilizar un inhalador.

Posee sin duda uno de los mejores instrumentos de su cuerda. A su hermoso timbre se unen un fraseo perfecto, un brillo metálico en los agudos que multiplica los armónicos y un gusto exquisito en la interpretación. Aunque mucho más suelto y relajado que en otras ocasiones (se le ve feliz) sigue siendo la rigidez una de sus dificultades en escena. Su voz no es grande, pero si suficiente. Aunque fue necesario mantener el piano casi cerrado.

Seguimos esperando su participación en Madrid en una ópera representada. El éxito está ya asegurado.

NatalieDessay

Empezaba el ciclo de Grandes Voces del Teatro Real con un recital de Natalie Dessay. No regresaba al Teatro desde un anterior recital en 2007 y estaba casi obligada tras la cancelación de «La hija del regimiento», la pasada temporada. Es una lástima que haya decidido dedicar sus energías vocales y artísticas sólo en conciertos, abandonando las interpretaciones operísticas. Le sobran energías y cualidades vocales. Así lo dejó de manifiesto el pasado 29 de septiembre.

Mantiene casi intacta la frescura de su voz, el volumen y una perfecta afinación. Aunque su repertorio habitual está compuesta por arias de compositores y óperas francesas, domina otros territorios. La primera parte, un tanto fría hasta que entró en materia, estuvo compuesta canciones de Schubert y Mendelssohn.
La segunda parte interpretó a Duparc y cinco canciones sobre textos de Víctor Hugo. A parte de una extraordinaria interpretación al piano del Soneto 104 de Petrarca, de Liszt, a cargo de Philippe Cassard. Que acompañó a Dessay magistralmente. Dos bises cerraron la noche, el segundo de ellos una canción española.

Sobre todo en la segunda parte del recital, Natalie Dessay pasó algún apuro con su garganta. La sequedad del ambiente, quizá. Al final voy a tener que darle la razón al estirado de Roberto Alagna.

RobertpDevereux

Vieja, calva y desdentada. Así presenta a Isabel I de Inglaterra el libretista Salvatore Cammarano en la ficción creada para la ópera de Donizetti. Una mujer poderosa, vencida por su grotesca decrepitud, aunque para sus súbditos siempre fuera la encarnación de la virtud.

Iniciaba temporada el Teatro Real con Roberto Devereux. Una de las óperas de la trilogía Tudor de un Gaetano Donizetti sumido en el abismo tras la pérdida de toda su familia. Un abismo parece también la oscura escenografía creada por el australiano Alessandro Talevi. Sencilla y sin distraer de la música y las escenas, algo que siempre se agradece, pero su permanente y casi completa oscuridad acaba pesando a lo largo de la representación.

Los austeros figurines de Madeleine Boyd, negros como es escenario, tan solo se permitieron adornar con un poderoso rojo a Elisabetta. La iluminación, que todo lo oscurece, tiene destellos de elegancia y descanso para los ojos. Todo para reflejar la asfixia que se respiraba en la corte inglesa del siglo XVII.

Joan Matabosch comentó en rueda de prensa que se había programado Roberto Devereux cuando se habían conseguido las voces adecuadas. Y ciertamente son las voces el verdadero tesoro de esta producción que viene de la Ópera de Cardiff.  Para otra ocasión dejaremos la discusión  sobre la conveniencia de estrenar temporada con una obra de alquiler en un teatro como el Real.

No es fácil hacer frente a un personaje como Isabel I en ninguna de las obras de la trilogía Tudor. Pero es sin duda la Elisabetta de Roberto Devereux la que cuenta con mayores dificultades. Se precisa una soprano con facilidad para las agilidades dramáticas y unos buenos apoyos para las notas más graves.
Una Spinto ágil y delicada nada fácil de encontrar. María Callas, sin ir más lejos, se enfrentó a Anna Bolena, regalándonos algunas de las mejores caracterizaciones del personaje, pero nunca se enfrentó ni a María Stuarda ni a Roberto Devereux.
La gran Joan Sutherland interpretó en numerosas ocasiones a María Stuarda y en alguna ocasión a Anna Bolena, ya muy al final de su carrera, pero nunca se atrevió con el rol de Elisabetta de Roberto Devereux. Más alejado de sus posibilidades bocales por ser más dramático que lírico.

Posiblemente sea Mariella Devia una de las mejores sopranos que en la actualidad aborde este complicado papel. Domina todos los terrenos del personaje. De intenso dramatismo, sin abandonar el marcado belcantismo de Donizetti. Le faltó algo más de apoyo en los graves, esos que acompañan los momentos más dramáticos del personaje, no se si por tesitura o madurez.

Ella misma confesó que nunca antes había interpretado un personaje mayor que ella. La Devia, a sus 67 años, es capaz de quedar por encima de la orquesta con un pianisimo. El volumen de su voz es extraordinario. Cuando sea joven quiero ser como es ahora Mariella Devia. Su “Ah ritorna qual ti spero”, junto con el dramático final, han sido los momentos de mayor intensidad.

Si Isabel I estaba bien representada con la gran Mariella Devia, no menos importante ha sido la interpretación de Gregory Kunde, encargado del rol de Roberto Devereux. Su comienzo con “Donna Reale!” con voz contundente y esmaltada, marcó la línea de su actuación, llena de elegancia y acompañada de su imponente presencia escénica. Los matices heroicos que imprime a sus personajes siempre están en esa línea belcantista que tan hermosamente domina.

Marco Caria no desentonó en ningún momento del extraordinario reparto. Su duque de Nottingham estuvo a gran altura. Aunque nos hubiera gustado escuchar al titular previsto inicialmente, Alessandro Luongo.

Otra de las grandes triunfadoras de la noche fue la valenciana Silvia Tro Santafe. Su línea de canto es extremadamente refinada. Al igual que su fraseo exquisito y esos agudos apianados tan conmovedores y poco habituales en una contralto. Sus graves resonantes, su bellísimo timbre y una voz caudalosa quedaron de manifiesto en sus intervenciones. Principalmente destacada estuvo en el dúo con Roberto del segundo acto, y el “All’ambrascia ond’io mi struggo”, a dúo con su esposo, duque de Nottingham, en el tercer acto. Esperamos volver a escucharla pronto en Madrid.

El coro Intermezzo, ese personaje que embellece todas las obras en el Teatro Real, estuvo en su línea de exquisitez habitual. Protagonista en alguno de los momentos de la escena con mayor carga dramática.

El maestro Bruno Campanella demuestra ser uno de los mayores expertos en belcanto al mando de la dirección musical. Su profundo conocimiento de la partitura y del caracter de la obra le permitió ser emotivo en la obertura, sobre todo los compases del himno de Inglaterra, y con agilidad, brío y dramatismo repartidos adecuadamente. Unicamente faltó un poco de ira en algunos momentos.

Un buen comienzo de temporada. La primera completamente elaborada por Joan Mataboch. Espectantes estamos. Esto no acaba más que empezar.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

ROBERTO DEVEREUX
Ossia il conte di Essex
Gaetano Donizetti (1797-1884)
Tragedia lírica en tres actos
Libreto de Salvatore Cammarano, basado en la tragedia Elisabeth d´Angleterre de Jacques-Fraçois Ancelot.
Producción de la Welsh National Opera de Cardiff, 2013
D. musical: Bruno Campanella
D. escena: Alessandro Talevi
Escenografía y figurines: Madeleine Boyd
Iluminación: Matthew Haskins
D.coro: Andrés Máspero
Reparto: Mariella Devia, Gregory Kunde, Silvia Tro Santafe, Marco Caria, Juan Antonio Sanabria, Andrea Mastroni, Sebastián Covarrubias,Koba Sardalashvili.
Orquesta y Coro Titukares del Teatro Real
Teatro Real, Madrid 25 de septiembre de 2015

Plácido Domingo

Había programado el Teatro Real para finalizar la temporada su ya tradicional ópera con Plácido Domingo. Se trataba de Gianni Shicchi, de Giacomo Puccini, que junto con Goyescas, del maestro Granados, formarían conjuntamente el cartel de este fin de curso. La dolorosa muerte de la hermana de Domingo, y la comicidad con la que la obra de Puccini se refiere a la muerte, han llevado al ahora barítono a suspender su participación en dicha obra. En su lugar, y como solo hacen los más grandes, Domingo ofreció un pequeño concierto en el descanso de ambas obras.
El resultado final es un variado programa operístico, difícil de casar, donde el protagonismo y el éxito pertenecieron a Plácido Domingo en una velada anómala, no es frecuente encontrar un programa semejante.

La velada comenzó con Goyescas. La obra de Granados estuvo muy bien dirigida por un Guillermo García Calvo que supo delinear perfectamente una obra diferente. Compuesta al revés, como dice el propio director, ya que primero fue la música y sobre ella se fue escribiendo la letra.

La semiescenificación, pobretona por la oscuridad del escenario que aparecía desangelado, contribuyó al tedio en el que cayó la obra desde los primeros compases. La actitud de los cantantes sobre el escenario, a excepción de Ana Ibarra, tampoco ayudó demasiado a la expresividad. Solo la música quedó a salvo.

La soprano María Bayo, que hacía tiempo no escuchábamos en el Real, despachó el personaje con oficio y rigor. Andeka Gorrotxategi y César San Martín quedaron a menudo ocultos tras el coro y la orquesta. Sobre todo el primero.

Tras Goyescas llegó Él, Plácido Domingo. Precedido de una gran ovación nada más poner pie en escena, ofreció un breve recital. “Nemico della patria”, de Andrea Chénier de Giordano; “Pietà, rispetto, amore” de Macbeth de Verdi y “Madamigella Valery”, de La traviata con una extraordinaria Maite Alberola. El concierto se completó con “Sia qualunque delle figlie”, de La Cenerentola de Rossini a cargo de Brunó Praticó, cuya voz cascada le sentaba bien al personaje. Y Luis Cansino que interpretó “L´Onore” de Falstaff con una gracia que gustó a un público ya entregado. Las ya tradicionales apariciones anuales de Domingo en el Teatro Real, aumentan cada vez más su carga de emociones. No sorprende que el maestro quisiera tener esta “pequeña” aparición en escena. La energía y cariño de su público, tan necesaria en esos día, seguro que mereció la pena.

El último plato de la noche era el Gianni Schicchi de Giacomo Puccini. La escenografía diseñada por Woody Allen era muy vistosa. Una abigarrada vivienda, más propia del sur de Italia que de la Venecia donde se desarrolla, pero a la que no le faltaba ni un solo detalle. Muy cinematográfica, como no podía ser de otra manera. Empezaba incluso con una gran pantalla donde aparecían los títulos de crédito. La poderosa música de Puccini, leída como nadie desde el foso por Giuliano Carella, creaban una atmósfera de película italiana propia de los años 50.

El cuadro de cantantes, muy numeroso en esta obra, se desenvolvían con soltura y comicidad por el ajetreado y colmado escenario. El papel de Nicola Alaimo no era fácil. No lo es sustituir a Plácido Domingo en el papel de Schicchi, pero lo resolvió con acierto y voz poderosa. Aunque pareciera más joven que su propia hija sobre el escenario.

El resto de personajes, Maite Alberola, una Lauretta pícara y refrescante, Elena Zilio, Albert Casals, Vicente Ombuena, Bruno Praticò, Eliana Bayón, Luis Cansino, María José Suarez, Francisco Santiago, Tomeu Bibiloni, Valeriano Lanchas, Federico de Michelis, Francisco Crespo, Darío Barón y El muerto, Gabi Nicolás, terminaron de imprimir el carácter cómico a la obra de manera magistral. Una muy acertada teatralización y dirección de actores. Todos perfectamente desordenados en ese escenario puramente napolitano que hizo las delicias de un público que comenzó la noche con aburrimiento, la continuó con emoción y la terminó con un vistoso entretenimiento. ¿Quién da más?

Fidelio en el Teatro Real

«Desde 1981 no he dirigido Fidelio y cuando terminé dije que no lo volvería hacer». Estas palabras de Hartmut Haenchen, director musical de Fidelio 34 años después, describen perfectamente el carácter y la dificultad de esta obra.

La única ópera de Beethoven, de la que escribió tres versiones diferentes y hasta cuatro oberturas, tiene dos caracteres o almas muy diferenciados que vienen influenciados, cada uno de ellos, de las tendencias operísticas del momento.

La primera parte tiene una clara influencia del Singspiel vienés. Pequeña comedia burguesa de equívocos. Se trataba del género más popular de Viena que Mozart contribuyó a dignificar con obras como La flauta mágica o el Rapto en el Serrallo.
La segunda fuente viene de los conocidos como “piezas de salvamento”. Género muy afianzado en Francia al final de La Revolución Francesa que tenía siempre la misma estructura: alguien se encuentra en prisión por una causa injusta y es liberado, a través de una acto heroico, restableciendo la justicia y el orden.

Beethoven construye con estas dos fuentes de inspiración una obra que comienza como un Singspiel, ligero y divertido, y poco a poco va derivando hacia la gran explosión romántica que es. Desaparece lo anecdótico y deja paso al drama heroico.

34 años ha tardado el director musical Hartmut Haenchen en afrontar de nuevo esta obra de ingeniería beethoveniana. Escuchando la obertura, una podía pensar que tal vez debiera haber esperado un poco más.

Pero las dudas desaparecen al escuchar el interludio para el cambio de escena antes del último acto, donde el volumen de la música fue superior al resto de la representación, también la intensidad y la fuerza interpretativa, algo ausente hasta ese momento. Haenchen cambió la tradición seguida hasta este momento en la que se suele interpretar la obertura Leonore nº 3, para interpretar los últimos movimientos de la 5º Sinfonía. Demostró el maestro Haenchen conocer la obra a la perfección.

Su trabajo con los manuscritos de Fidelio han posibilitado la localización de numerosos errores de imprenta que la editorial Alkor Edition Kassel GmbH va a subsanar a través de una adenda.

La escenografía de Pier´Alli, muy clásica y ya representada en el Palau de les Arts Reina Sofía, tiene sus peculiaridades. El vídeo, cada vez con más presencia en las producciones operísticas como herramienta que proporciona un gran desahogo a los escenógrafos, consigue en este Fidelio efectos notables. Una simulada cámara nos adentra en las mazmorras de la fortaleza donde se encuentra recluido Florestan. Pier´Alli ha creado una escenografía llena de elementos ambíguos e inquietantes. Ha introducido desde las primeras escenas instrumentos de tortura que forman parte de las escenas cotidianas de los personajes, creando una convivencia natural con potros, guillotinas o borceguíes.

Con estos elementos habría sido más que interesante ver la propuesta de la escenografía inicialmente anunciada de La Fura Dels Baus.

La iluminación es casi un personaje en algunas escenas. La luz, a la que regresan libres los prisioneros que habitan la fortaleza, y la ausencia de esa misma luz describe la situación del héroe encarcelado.

Beethoven, que prefería volcar sus esfuerzos en la parte instrumental en lugar de la vocal, ofrece una partituras que suponen todo un desafío para los cantantes y el coro. La música es potente y se necesitan voces de un porte casi wagneriano para abordar los papeles.

No ha sido el caso de su protagonista. La soprano canadiense Adrianne Pieczonka, comenzó tímidamente su intervención. Con poca contundencia y muy justa de fiato cuando de Fidelio se trataba. Mucho mejor como Leonore, consiguió momentos de gran lirismo y dramatismo.

Anett Fritsch fue una Marcelline con chispa y vida. Con suficiente volumen y buenos agudos parecía rivalizar a veces con Leonore. Hizo buena y equilibrada pareja con Ed Lyon, tenor aplicado que interpretó a un simpático Jaquino.

El germano-canadiense Michael König, del que conocemos su evolución artística (no falta ninguna temporada desde hace cinco), no tiene entre sus cualidades la elegancia en la línea de canto, pero no canta mal, no comete graves errores y da todas las notas sin dejarse una. Dadas las dificultades del personaje, eso ya es mucho.

Franz-Josef Selig. Después de su inolvidable Marke de la pasada temporada, ha compuesto un entrañable Rocco. De voz densa y timbre cálido y penumbroso, se acompañaba con una buena presencia escénica y actoral.

Alan Held
no emocionó a nadie. Es más barítono que bajo y su Pizarro no pasó de ser aseado.

El coro, como siempre, ¡grande!. Unos conmovedores prisioneros que explotaron en volumen y emoción al final de la obra. Muy destacables los dos solistas, Enrique Lacárcel y Carlos García-Ruiz, con una calidad vocal que para sí quiera a veces algún protagonista.

Un éxito moderado para este Fidelio. Una noche más que sumar a una temporada que corre el peligro de iniciar una era rutinaria. Menos mal que mis conocimientos sobre automóviles de lujo se están completando con las sorprendentes y mágicas apariciones en el vestíbulo del Teatro de máquinas tan imponentes como inalcanzables. Hay que hacer caja.

FIDELIO
Ludwig van Beethoven (1770-1827)
Ópera en dos actos
Teatro Real, 5 junio 2015
Libreto de Joseph von Sonnleithner, revisado por Stephan von Breuning y Georg Friedrich Treitschke, basado en el libreto de Léonore, ou l´amour conjugal (1798) de Jean-Nicolas Bouilly.
D. musical: Hartmut Haenchen
D. escena: Pier´Alli
Coreógrafa: Simona Chiesa
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Michael König, Adrianne Pieczonka, Franz-Josef Selig, Anett Fritsch, Ed Lyon, Goran Juric, Alan Held,
Enrique Lacárcel, Carlos García-Ruiz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

Così

Llegaba el Così fan tutte al Liceu, del que dicen no es un teatro mozartiano. Como no sabemos muy bien qué es ser o no mozartiano, tratándose de un teatro, nos quedaremos con la duda. Quien no parece muy mozartiano es el director de escena de esta producción, Damiano Michieletto. Este joven veneciano empieza a ser conocido por sus discretas extravagancias escénicas. Unas más acertadas que otras. Y no es este Così fan tutte, que viene de La Fenice, una de sus más celebradas producciones.

La escenografía ideada por Michieletto banaliza la trama de Da Ponte. Basada nada menos que en obras de Bocaccio, Shakespeare y Cervantes. No se trata de una ópera buffa, sino de un dramma giocoso. O como bien definió René Leibowitz, una “tragedia en forma de juego”. Pero el director de escena ha creado esta vez un juego demasiado básico. No ha sabido ver la inteligente propuesta del compositor, tan dado al juego y al divertimento. Ha situado la trama en un decadente hotel de 5 estrellas del que ha calcado, esta vez con gran acierto, esa mortecina y desalentadora luz que invita siempre a salir de la habitación.

Tampoco acierta al situar sobre el escenario pequeñas tramas paralelas que lo único que hacen es distraer de la principal y de la acción de los cantantes.

Desde el foso, el inicio de la obra es prometedor. ¡Es Mozart! La obertura, siempre vigorosa, lo llena todo. Pero tras los primeros compases empieza a notarse la falta de espíritu. Ese espíritu que el compositor, maestro del juego de la infidelidad, reflejó de manera tan acertada. No existe una línea orquestal, una narración musical de la historia.
Pons no presta suficiente atención a los cantantes ni al coro. El resultado es el desamparo de los intérpretes y la desconexión entre el foso y el escenario. Sobre todo en las arias de grupo, tan importantes en esta obra. Entradas a destiempo y poca coordinación entre cantantes. Queda ausente el magistral juego de enredos e intercambios que propone Mozart en su partitura. En el segundo acto se pasa de la falta de espíritu al tedio. La mala resolución del final, que queda a medias entre la alegría y el desastre amoroso, no ayuna a dejar entre el público un buen sabor de boca.

A Juliane Banse le tocaba interpretar uno de los papeles más completos y complejos escritos por Mozart, Fiordiligi. Se requiere una soprano spinto d´agilità, con voz robusta para el abordaje de arias como Per pietà. Posee Juliane Banse un buen registro central, pero sufrió en las notas más graves. También tuvo sus dificultades en la complicada Come Scoglio. Aria con grandes demandas técnicas para la que no tuvo el aliento ni apoyos suficientes. Fue de menos a más, llegando al segundo acto con un sonido menos estridente y más ajustado.
Dorabella, contrapunto vocal de Fiordiligi, estuvo interpretada por Maite Beaumont. Una voz mucho más equilibrada y homogénea. De timbre agradable y buena línea de canto. Fue tapada en varias ocasiones por su hermana artística, pero le dio al personaje el carácter adecuado, más tímido y recatado.

Despina fue interpretada por Sabina Puértolas. Una soprano de tonalidades más agudas que las anteriores. Animó la escena con su descaro, exagerado a veces, pero le dio frescura a toda la obra. Voz amplia y expresiva. Recorría el escenario mientras sus compañeras permanecían estáticas.

La sorpresa agradable de la noche fue el joven tenor Joel Prieto, interpretando a Ferrando. Su tesitura de lírico pleno, cercano al spinto, es la más adecuada para este rol mozartiano. Cantó con notable gusto, sobre todo su aria principal, Un aura amorosa, que abordó con finura. Resolvió muy bien la cavatina Tradito, schernito, teatralmente más exigente y para la que se requieren unos buenos graves. Muy bien en el dúo con Fiordiligi en el segundo acto. Dada su juventud y la calidad de su instrumento, se adivina una brillante evolución.

Joan Martín-Royo compuso un Guglielmo sólido. Su tesitura baritonal se refuerza con unos buenos graves, que se corresponden con el personaje que describió Mozart. Su labor actoral fue meritoria y brilló en las arias. Como al resto de intérpretes, no les favoreció demasiado el vestuario ni la escenografía.

A Pietro Spagnoli le encargaron un Don Alfonso algo casposo y con poca chispa, cuando lo que requiere el personaje es una intención casi buffa. Vocalmente estuvo muy bien resuelto por Spagnoli. Un magnífico fraseo y una muy buena declamación en los recitativos. Se notan sus tablas.

Sonó estupendamente el coro del Liceu, de la mano de Conxita García, a pesar de la escasez de elementos.

Un Così fan tutte algo pobretón y desigual el que ha presentado el Liceu en esta ocasión. Mejorable en cualquier caso, pero siempre extraordinario tratándose de Mozart. No pensemos que el Liceu no es mozartiano. Démosle otra oportunidad.

Lemieux

El pasado 13 de abril, el Teatro de la Zarzuela ofreció su Recital VII dentro del Ciclo de Lied. Estuvo a cargo de la simpatiquísima contralto canadiense Marie-Nicole Lemiex, acompañada al piano por Roger Vignoles.

Un recital dedicado al repertorio francés más intimista. Compositores menos conocidos que los Debussy, Ravel, Satie o Fauré, pero de similar peso musical y literario. Aunque algunas obras de Fauré y Debussy han formado parte de este recital, los protagonistas han sido Guillaume Lekeu, Reynaldo Hahn, Charles Koechlin y Herri Duparc.

Marie-Nicole Lemiex ya no es solo una promesa y cada vez consolida más su carrera musical. Su voz potente se sitúa en el arco central, con facilidad para las agilidades y las notas agudas y unos graves correctos. El repertorio en este caso era muy uniforme y más bien plano, pero cuando pudo soltarse en los bises echó mano de su simpatía y registros y quiso agradar al público con un guiño español. Bien acompañada al piano por Roger Vignoles . No en vano es uno de los más reconocidos y experimentados acompañantes en este tipo de recitales.

Dentro de la anécdota hay que dejar constancia del cada vez más preocupante estado de salud de parte del público que asiste al Teatro de la Zarzuela. La propia Lemeix bromeó en un momento dado a cuenta de los ataques de tos generalizados. Unos caramelos repartidos junto a las entradas no estarían de más. Aunque puede que fuera peor el remedio que la enfermedad.

Philippe Jaroussky

La voz de contratenor ha estado siempre asociada al repertorio barroco ampliamente conocido por el público aficionado. Es esta la razón por la que sorprende que una de estas voces, la del francés Philippe Jaroussky, vuelva al Teatro de la Zarzuela, a su XXI Ciclo de Lied en esta ocasión, con un recital de música francesa de compositores del siglo XX. Con el nombre de Green nos presenta su trabajo más personal y ambicioso.

Paul Verlaine, uno de los más importantes poetas franceses, ha sido la inspiración para Jaroussky. Igual que lo ha sido para distintas generaciones de compositores que han versionado sus poemas. Y este ha sido el nexo común de este recital, los poemas de Verlaine a través de las partituras de Fauré, Reynaldo Hahn, Poldowski, Charles Bordes, Debussy, Déodat de Séverac, Ernest Chausson, Emmanuel Chabrier, Léo Ferré, Saint-Saëns o Arthur Honegger.

El resultado es un recital mucho más intimista de lo que nos tiene acostumbrados Jaroussky. Sin la pirotecnia de las arias barrocas, pero con la inspiración y el recogimiento de la poesía.
Magistralmente acompañado al piano por un Jérôme Ducros, que maneja con delicadeza y solidez el teclado y el tempo. Atento en todo momento y perfectamente acompasado con un Jaroussky que cuenta por legión sus seguidores en Madrid. Su interpretación de estos nuevos repertorios mantienen la frescura y el refinamiento que constituyen una de sus principales características. Adapta su voz y su técnica extraordinariamente a este tipo de obras gracias a sus recursos vocales y su capacidad interpretativa.

escenografía de El publico en el Teatro Real

«Obra irrepresentable, hecha para ser silbada”. Con estas palabras describía García Lorca su obra El público. Lo que manifiesta la extraordinaria complejidad que esconde el texto.

Cuando Gerard Mortier se hizo cargo de la dirección artística del Teatro Real, se empeñó en investigar y pensar sobre cuál sería el sustrato literario que representase a la España moderna. Fue entonces cuando encargó a Mauricio Sotelo la composición de una ópera inspirada en la obra de Lorca. Pero no le encargó una ópera española, sino universal, como el propio Federico.

Y las dificultades y complejidades que contiene esta obra misteriosa se inician en el propio libreto, que no es un libreto como tal, sino un borrador manuscrito que el autor entregó a su amigo Martínez Vidal en Madrid, con el encargo de destruirlo si al él le ocurriese algo. El manuscrito no fue destruido y es ese borrador todo lo que existe. Se podría decir que es una obra inacabada, puesto que Lorca, exquisito como era en el diseño formal de sus obras, habría definido en él una idea mucho más clara de haber tenido tiempo.
Esto nos lleva a las profundidades del genio más auténtico, sin límites ni ataduras. El más complejo, inescrutable e imposible. Plantea sus más profundos conflictos sexuales, teatrales y vitales de manera explícita y surrealista.

Tanto el compositor Mauricio Sotelo, como el libretista Andrés Ibáñez, han tenido una complicada labor para interpretar y elaborar un trabajo “coherente” con esos mimbres. Caminando siempre al filo de la navaja procurando no caer de ninguno de los dos lados. Por uno la obra original, surrealista, cargada de locura y diálogos absurdos, despojada de cualquier lógica. Y por otro, tratar de hacerla inteligible, armarla y dotarla de sentido.

El libreto es una sucesión de personajes y líneas poéticas muy dispares. En él se plantea como metáfora las diferencias y preferencias entre el teatro al aire libre, más convencional, tradicional y poco arriesgado, y el teatro bajo la arena, que busca lo oculto, lo más alejado del convencionalismo, casi lo prohibido.

Para trasmitir todas estas emociones, Mauricio Sotelo ha creado una partitura desmesurada y dispar. La obra tiene momentos soberbios y otros tediosos. Se ha prescindido de técnicas musicales vanguardistas pero se han conseguido líneas melódicas espectrales como fenómeno acústico de la mano del percusionista Agustín Diassera.
El buen hacer de los maestros de la Klangforum Wien estuvo por momentos acompañado de una superposición de sonidos electrónicos que introducían de manera sutil un refinado sonido a través de 33 altavoces repartidos por toda la sala. Trataban de recordar las vasijas resonantes que se utilizaban en los teatros romanos para hacer llegar a los espectadores los afectos con mayor intensidad.
El resultado final es una obra muy desigual. El recogimiento de algunos momentos y arias desembocan en auténticas orgías sonoras tras un desarrollado arco de tensión protagonista durante toda la obra.
Lo mejor de la partitura es, sin duda, como se han intercalado dos mundos sonoros tan dispares como la música contemporánea y el flamenco más tradicional, entretejidos dentro de la textura armónica y dramática de la obra formando parte de la misma.
No fusionada como un elemento folklórico, sino como la más profunda de las raíces flamencas es todo su esplendor. Esta aparente dificultad para los cantaores Arcángel y Jesús Méndez, ha sido resuelta de manera magistral. Los calderones que contiene la partitura han permitido la libertad de sus “quejíos”.

La guitarra de Cañizares ha contribuido a crear el universo sonoro soñado por Lorca. Haciendo fácil algo tan difícil como adaptarse a los ritmos y al carácter de la obra. “El resultado es un diálogo, y siempre que hay diálogo hay entendimiento”. Fascinante.
Como fascinante es el baile que ejecuta Rubén Olmo interpretando el caballo. La perfecta coreografía de Darrel Grand Moultrie es brillantemente ejecutada, simbolizando el deseo a través de su personaje, que es finalmente sometido por la Julieta a la que corteja.

La dirección de Pablo Heras-Casado es magnífica. Es esta obra una de esas rarezas en las que es imprescindible contar con determinadas claves para interpretar su contenido. Haber recorrido desde pequeño el Albaizín, o conocer los secretos de una seguirilla, le otorgan la autoridad para ordenar todos los elementos con los que cuenta esta partitura.

La labor de los cantantes, dada la complejidad del texto y de la partitura, es más que meritoria, por el extraordinario esfuerzo que realizan. Resaltar la joven voz de Isabella Gaudí, y su aria de coloratura.

Muy bien el coro, con un papel muy relevante en el último cuadro en el que algunos de sus miembros participan desde proscenio también actoralemnte.

La escenografía de Robert Castro también tuvo altibajos. Desangelada y fría en algunos momentos, barroca en otros y siempre surrealista, como la propia obra. El momento escénico más impactante por su trasfondo, es en el que el escenario se transforma en un gran espejo donde se refleja el público. Perfecta metáfora del texto de Lorca. Un espejo que enfrenta al público consigo mismo. Ese público que nunca participa en la producción artística. Un público que también en esta ocasión emigró, en parte, durante el descanso.

Ese público contrariado al ser expuesto ante sus propias contradicciones, miedos y prejuicios y a las máscaras que los ocultan. Los mismos miedos, contradicciones y prejuicios que persiguieron a Lorca. El teatro bajo la arena. El más desgarrador y sincero de los teatros. La vida…

Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

El Público
Mauricio Sotelo (1961)
Ópera bajo la arena, en cinco cuadros y un prólogo
Libreto de Andrés Ibáñez sobre la obra de Federico García Lorca
Encargo y nueva producción del Teatro Real, dedicado a la memoria de Gerard Mortier
D. musical: Pablo Heras-Casado
D. escena: Robert Castro
Escenógrafo: Alexander Polzin
Figurinista: Wojciech Dziedzic
Ilustrador: Urs Schönebaum
Coreógrafo: Darrell Grand Moultrie
Reparto: José Antonio López, Thomas Tatzl, Arcángel, Jesús Méndez, Rubén Olmo, Josep Miquel Ramón, Antonio Lozano, Dun-Brit Barkmin, Erin Caves, Isabella Gaudí, José San Antonio
Percusionista: Agustín Diassera
Guitarra solista: Juan Manuel Cañizares
Klangforum Wien
Coro Titular del Teatro Real

Rocio Márquez

“Ángeles negros traían pañuelos y agua de nieve.” Este pequeño fragmento de Los pelegrinitos de García Lorca es el nombre del espectáculo que el sábado 28 de febrero tuvimos la suerte de ver quienes estábamos en el Teatro Real. Asistimos al nacimiento de una nueva dimensión del arte flamenco. En primer lugar, porque el flamenco no puede hacer otra cosa que crecer, que elevarse. Y en segundo lugar, porque quienes esa noche sembraron el escenario de duendes, son algunos de los que han hecho, hacen y harán historia en este arte.

El propósito, homenajear a García Lorca profundizando en su obra y complementar, de manera extraordinaria e inusual, la ópera El público que del mismo autor se representa estos día en el Teatro.

Sobre el escenario apareció, junto al maestro Pepe Habichuela, Rocío Márquez. La joven onubense que tras el esfuerzo inicial de embridar unos nervios cargados de emoción, empezó a desgranar obras de los recopilatorios «Libro de poemas» y «Canciones populares antiguas», de Lorca.

Con los “Tangos del escribano” apareció en el escenario Leonor Leal. Su baile, cargado de frescura y elegancia, con la mayor de las tradiciones a cuestas, dejó de manifiesto el horizonte infinito que posee el flamenco.

El momento más valiente llegó con Proyecto Lorca. Juan M. Jiménez al saxo, Antonio Moreno en la percusión y Daniel B. Marente al piano, vistieron de jazz y barroco los quiebros flamencos de la voz de Rocío Márquez. Solo las artes puras se complementan ejerciendo una presión que destapa la caja que las contiene. Como una mecha que corre hasta liberar toda la energía contenida y mezclada durante tiempo.

En los últimos compases del concierto, la guitarra de Miguel Ángel Cortés y la voz de Arcángel acompañaron en el escenario a Márquez que en este punto del concierto, había demostrado ya que 29 años son suficientes cuando el arte es el germen. Un aparente caos de sonidos y voces tomo la sala como por asalto. Llenó el Teatro de una grandeza humilde de la mano de “Anda, jaleo” o “Los cuatro muleros”. Y todo quedó cubierto de duende, de historia, de tradición y de futuro…

Audra McDonald

“Make Someone Happy”, Haz a alguien feliz. Ese fue uno de los temas que interpretó este 31 de enero Audra McDonald en el Teatro Real. Un título y un propósito que la diva de Broadway supo cumplir con creces.

Se presentaba en el Real un nuevo ciclo denominado “Sesiones golfas”. Llamado así porque se dedicarán sobre todo a la música de cabaret y a los grandes musicales. Y ha sido con una de sus voces principales con las que ha dado comienzo este ciclo. Audra McDonald es una de las artistas más originales y versátiles del panorama actual. Formada en la Juillar School, actriz y estrella de la televisión norteamericana y ganadora de seis premios Tony y dos Grammy.

Es la primera vez que actuaba en España y ha prometido volver. Mujer cercana y asequible, como pudieron comprobar las decenas de fans que la esperaron a la salida, cordial y cargada de sensibilidad que sabe transmitir muy bien al público. Con gran sentido del humor introducía todos sus temas, creando una atmósfera acogedora y predisponiendo al público, entregado desde el inicio, a soñar y disfrutar.

Realizó un recorrido por los mejores números de los más importantes musicales de Broadway. Autores consagrados, como Harold Arlen o George Gershwin, y otros actuales como Terry Shand. Con una voz extensa, potente y ágil. Llena de recursos y registros y con una gran capacidad para agitar y estremecer, divertir y emocionar. Como corresponde a una extraordinaria soprano como ella. Solo algo sobró, por innecesario, el micrófono.

Acompañada siempre de sus formidables músicos: Andy Einhorn, director musical y piano; Mark Vanderpoel, bajo y el batería Gene Lewin. Destacaron sus interpretación de “Summertime”, del musical Porgy and Bess, de Gershwin, el único tema que interpretó sin micrófono. Un sentidísimo “Maybe this time”, de John Kander, de Cabaret. Un emocionante “Climb Ev´ry Mountain”, de Richard Rodgers para The sound of music. Y como propina un “Over the rainbow” de Harold Arlen para el Mago de Oz, como punto final a una noche llena de melodías para soñar.

Hansel y Gretel

Un gran embalaje a modo de telón esconde la sorpresa y la magia del cuento que recrean la música de Humperdinck y la escenografía de Pelly. Una producción de Hansel y Gretel que, desde su estreno en Madrid en 1901, no había vuelto a ser representado en este Teatro.
Con la denominación de Märchenoper (ópera-cuento de hadas), Humperdinck pone música a la adaptación del cuento de los Hermanos Grimm. Elimina las partes más abruptas y conserva el bosque como elemento importante en la tradición alemana. Ese lugar mágico y romántico que proporciona alojamiento a los sueños y fantasías más inquietantes.

La deliciosa escenografía de Pelly logra transformar una situación de extremada pobreza de los protagonistas, en un entrañable cuento de hadas. La agudeza y el talento imaginativo de la escenografía se refleja en cada detalle que aparece en el escenario. La casa construida con cartón. El bosque plagado de árboles desnudos y cubiertos de bolsas de basura. Las pantallas que aparecen mostrando el sueño glotón de los niños. La mágica aparición de las hadas. Y todo envuelto en una música y una luz que hacen que aquel bosque desmochado y sucio sea el misterioso y mágico lugar donde todos los niños de la sala nos habíamos perdido ya a esas alturas de la representación. Solo el final del segundo acto nos despertó, por supuesto, con hambre.

En el tercer acto el protagonismo lo tiene el gran supermercado que sustituye a la tradicional casita de chocolate y jengibre. Todo él colmado de suculenta comida basura. De ella surge un bien caracterizado José Manuel Zapata interpretando a la malvada bruja. Papel breve pero de gran protagonismo. Demuestra Zapata, una vez más, su extraordinaria capacidad para interpretar personajes estrafalarios e histriónicos. Sin abandonar la parte vocal que solventa con destreza. Fue por todo ello el que obtuvo mayor reconocimiento del público.
La dirección de Paul Daniel fue brillante y bien trabajada. De una gran pulcritud estética a la que no le hubiera sobrado un punto más de dulzura. La orquesta pecó en algún momento de exceso de volumen. Esto deslució puntualmente la labor de alguno de los cantantes. Destacar las oberturas, las escenas de las Hadas, la música que acompaña el dulce sueño de los hermanos en el bosque, y los espléndidos momentos de tensión de las cuerdas evocando la transparencia musical de un Wagner maestro e inspirador de Humperdinck.

La pareja de hermanos compuesta por Alice Coote (Hänsel) y Sylvia Schwartz (Gretel), interpretaron con gran soltura a sus personajes, moviéndose por el escenario con gracia y naturalidad. Alice Coote, con sus interesantes graves, dibujó un travieso y vocalmente matizado Hänsel.
Sylvia Schwartz tuvo algunos problemas con el volumen de la orquesta, pero la agilidad y sutileza de su voz resultaron perfectas para el personaje de Gretel.
Peter y Gertrud, los padres de los niños, están interpretados por el barítono danés Bo Skovhus y la mezzosoprano británica Diane Montague. Forman una aseada pareja en lo vocal y realizan una buena interpretación gracias a su presencia escénica. Skovhus mantiene una buena proyección, pero han aumentado sus dificultades con las notas más graves.
Montague confeccionó una perfecta madre histérica y sobrepasada por la situación familiar.

Los duendes, del sueño Elena Copons, y del rocío Ruth Rosique, estuvieron espléndidas en sus breves intervenciones. Dos buenas voces que esperamos escuchar más a menudo.

Muy bien los Pequeños Cantores de la JORCAM de la mano de su directora, Ana González, aunque se movían con bastante dificultad por el escenario, vestidos para la ocasión con grandes rellenos para engordarles exageradamente.

Una deliciosa producción con buena respuesta del público que salía del Teatro feliz. Una obra que provoca una sonrisa llena de ternura.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

Hansel y Gretel
Elgelbert Humperdinck
(1854-1921)
Märchenoper en tres actos
Libreto de Adelheid Wette
Basado en el cuento homónimo
De los hermanos Grimm
Estrenada en Weimar,
el 23 de diciembre de 1893
Estrenada en el Teatro Real,
El 4 de diciembre de 1901
Producción del Festival de Glyndebourne
D. musical: Paul Daniel
D. escena: Laurent Pelly
D. escena y figurinista: Barbara de Limburg
Iluminador: Joël Adam
D. coro: Andrés Máspero
D. coro de niños: Ana González
Reparto: Bo Skovhus, Diane Montague,
Alice Coote, Sylvia Schwartz, José Manuel Zapata,
Elena Copons, Ruth Rosique
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
Pequeños Cantores de la JORCAM

Imagen de la ópera Muerte en Venecia en el Teatro Real

Cuando Benjamin Britten se puso en contacto por carta con Golo, el tercer hijo de Thomas Mann, para solicitar su permiso y poder escribir una ópera basada en su obra Muerte en Venecia, no sospechaba que sería su última obra. O tal vez si. Al escuchar esta obra inquietante no se sabe hasta que punto Britten era consciente del poco tiempo que le quedaba.
Es Muerte en Venecia una especie de compendio de toda su obra artística protagonizada por su alter ego, Gustav von Aschenbach. Un escritor víctima del ocaso creativo y personal y lleno de contradicciones emocionales.

La característica principal de esta obra es la utilización de un único personaje principal. Con esta técnica teatral, Britten persigue mayor elocuencia sobre el pensamiento y la sensibilidad de Aschenbach. El resultado es una obra absolutamente introspectiva que el director de escena Willy Decker capta de manera extraordinaria, transformando el monólogo interior de Aschenbach en una brillante interpretación teatral con todos los elementos simbólicos descritos por Mann.
Se trata de un desafío escénico importante. Sus 2 actos y 17 escenas obligan a un cambio de ritmo trepidante, cinematográfico, que Decker lleva a cabo de manera magistral. Con la elegancia conceptual y desenvoltura que brinda el cine y que se consigue en esta producción. La belleza de los cuadros escénicos, la matizada y envolvente iluminación, la extraordinaria dirección de actores y los cuidados detalles hacen de Muerte en Venecia una obra llena de atractivos y reflexiones estéticas.

El otro protagonista principal, la partitura, está llena de peculiaridades sonoras. Lo primera que llama la atención es el protagonismo de la percusión, que lejos de ser un mero acompañamiento, pasa a ser el esqueleto y protagonista de la obra. La importancia simbólica que contiene el texto también está representada. Por ejemplo, el joven Tadzio, por el que Aschenbach se siente atraído, y que no habla en toda la representación manifestando los problemas de comunicación del protagonista, está representado por el vibráfono al inicio y después por la lira. Las emociones y los estados de ánimo también tienen sus representantes orquestales dentro de una partitura compleja, inquietante, casi oscura, íntima y llena de fuerza.

Otro de los elementos importantes en la obra de Britten son los múltiples recitativos. Puede que sea un elemento más de expresión de ese continuo análisis y reflexión interior, o puede ser que el compositor, consciente ya del deterioro de su salud, temiese no poder terminar a tiempo la ópera.

El tenor británico John Daszak interpreta a un Gustav von Aschenbah atormentado e introspectivo. Y lo hace con brillantez. No resulta nada fácil su papel, un personaje tan oscuro y lleno de contradicciones, que requiere más esfuerzo interpretativo que vocal. El resultado final es el de un Aschenbach bien armado y dotado de los aspectos más contradictorios del personaje.
La voz de Apolo, interpretada por el contratenor estadounidense Anthony Roth Costanzo desde paraíso, resulta un poco tirante pero queda bien al personaje que representa.
Leigh Melrose interpretó distintos personajes de manera camaleónica. Brilló en todos ellos, principalmente en los más histriónicos, demostrando un gran talento interpretativo.

Mereció la pena esperar tanto tiempo para poder ver esta producción en el Teatro Real. Una vez más, gran parte del público de este Teatro deja escapar otra oportunidad de saber apreciar una obra extraordinaria.

MUERTE EN VENECIA
Benjamin Britten (1913-1976)
Ópera en dos actos y diecisiete escenas
Libreto de Myfranwy Piper, basado en el relato Der Tod in
Venedig (1912) de Thomas Mann
Coproducción de Teatro Real y el Gran Teatre del Liceu
D. musical: Alejo Pérez
D. escena: Willy Decker
D. coro: Andrés Máspero
Realizador D. escena: Rebekka Stanzel
Escenógrafo: Wolfgang Gussmann
Figurinistas: Wolfgang Gussmann, Susana Mendoza
Iluminador: Hans Toelstede
Dramaturgo: Klaus Bertisch
Coreógrafo: Athol Farmer
Reparto: John Daszak, Leigh Melrose, Anthony Roth Costanzo,
Duncan Rock, Itxaro Mentxaka, Vicente Ombuena, Antomio
Lozano, Damián del Castillo, Nuria García Arrés, Ruth Iniesta.

Gerhaher-Huber

Extraordinario recital el que ofreció el pasado 21 de diciembre el barítono alemán Christian Gerhaher, acompañado de su fiel pianista Gerold Huber, en el Teatro de la Zarzuela.

Lo primero que capta la atención es su claro color de voz, poco común en un barítono. Esta cualidad le permite alcanzar notas agudas con gran facilidad y ligereza. El recorrido de sus registros es amplio, la dicción perfecta, variedad de matices. Capaz de expresar un suave pero intenso dramatismo, como demostró en las Kindertotenlieder (Canciones para los niños muertos) que no estaban programadas, pero que ofreció en sustitución de las Rückert-Lieder.

Una voz clara, elegante, expresiva, sutil. De líneas impecables y de discreta expresividad. Siempre magistralmente acompañada al piano por Gerold Huber, con el que forma un equipo perfecto. La exquisitez de Huber al piano contribuye y acompaña, acentuando o llenando de matices o energía los requerimientos de cada canción y de Gerhaher.

Si la máxima aspiración de Gerhaher es la profundización en la interpretación de la canción de arte alemana, su camino en esta dirección es, inequívocamente, impecable.

Teatro de la Zarzuela 21-12-14
Centro Nacional de Difusión de la Música (CNDM)
XXI Ciclo de Lied
Christian Gerhaher, barítono
Gerold Huber, piano

Gustasv Mahler (1860-1911)
Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones del aprendiz errabundo)
Des Knaben Wundehorn (El cuaderno maravilloso del muchacho)
Kindertotenlieder (Canciones para los niños muertos)

Plasson

El pasado 16 de diciembre el Teatro Real estrenó, en versión concierto, Roméo et Juliette, de Charles Gounod. Una fantástica noche de ópera gracias, principalmente, a la batuta del Maestro Michel Plasson. Obtuvo de la Orquesta un sonido refinadísimo y de una delicadeza y romanticismo que logró momentos cargados de emoción, como el final del II acto. Su batuta fue sin duda lo mejor de la noche.

En el papel de Roméo, papel que conoce a la perfección, Roberto Alagna. Su presencia en el escenario sigue cargada de cierto magnetismo. De gran expresividad teatral (algo exagerada en algunos momentos), se podría decir que su voz está en franca decadencia. Su línea vocal es muy buena, pero hubo demasiados detalles que la dejaron en evidencia. Apurado en los agudos y alguna nota desafinada. Esperaba mucho más en su debut.

Sonia Yoncheva brilló como Juliette por la intensidad y potencia de su instrumento, al que debe aprender a embridar en algunos momentos. Una emisión natural y ligera que fue creciendo con la obra y alcanzó unos momentos finales llenos de emoción.

Destacar, por su brillantez, a Marianne Crebassa, en el papel de Stéfhano. Y lo peor de la noche, Laurent Alvaro, como Capulet, con una emisión muy desagradable.

El resto del reparto: Diana Montague, Mikeldi Atxalandabaso, Antonio Lozano, Joan Martín-Royo, Damián del Castillo, Toni Marsol, Roberto Tagliavini y Fernando Radó, estuvieron a gran altura. Todo ellos ayudados desde el foso por el Maestro Plasson, siempre atento y cuidando a los cantantes.

Desiree Rancatore

Nacida en Palermo, Desirée Rancatore inicia sus estudios de canto de la mano de su madre, María Argento. Sus inicios profesionales son también tempranos. Con apenas 18 años debuta en el Festival de Salzburgo tras ser descubierta por Gerard Mortier en un concurso de canto. Después de este debut ha ido interpretando distintos roles del repertorio belacntista, destacando sobre todo en La Reina de la Noche, de “La flauta mágica”; Olimpia, en “Los Cuentos de Hoffmann”; “Lucia de Lammermoor”; Gilda en “Rigoletto”; Marie, “La fille du régiment”; Sémele en “L´Europa riconosciuta”; Nannetta, de “Falstaff”; Martina Franca en “Les Huguenots”…

Su facilidad para la coloratura y los sobreagudos, una voz redonda y melosa, su capacidad dramática y la gran expresividad con la que dota a sus personajes, han conseguido que sea una de las sopranos más solicitadas del panorama lírico internacional.

Nos recibe con una amplia y acogedora sonrisa en el Teatro Real de Madrid, su segunda ciudad, donde da vida a Marie, la protagonista de La fille du régiment, en la exitosa producción de Laurent Pelly dirigida por primera vez por el maestro Bruno Campanella.

Desirée Rancatore en la Fille du Régiment

Como muy acertadamente dice Jaume Radigales en el programa de mano, “La fille du régiment es una ópera deliciosamente inútil… Esta obra demuestra que la ópera también puede ser, en definitiva, espectáculo para todos los púbicos y para pasárselo bien sin intentar encontrar metafísicas estériles.”

Y no resulta fácil elaborar una obra sin demasiadas pretensiones intelectuales sin caer en la vulgaridad o la simpleza. Esta ópera demuestra sus cualidades a fuerza de representaciones. Esta aclamada producción en concreto, la de Pelly, le ha proporcionado un gran valor añadido. A ello ha contribuido enormemente la adaptación que de los textos originales ha hecho Agathe Mélinand, actualizando unos diálogos ingenuos que han pasado a ser naturales, espontáneos, asequibles y atemporales.

París, 1840, Donizetti. Que se considera a sí mismo el mejor compositor de Italia en esos momentos, tras la muerte de Bellini y la todavía juventud de Verdi, recibe el encargo de París de una ópera comique, algo que sería fundamental para consagrar su carrera a otro nivel. Escribe dos obras, ambas de género, La faborite y La fille du régiment. Es en esta última en la que Donizetti realiza un gran esfuerzo por someterse a los cánones y gustos del momento. Escribe una ópera cómica, popular y con las obligadas intrigas amorosas y crítica social.
Como recuerda el director artstico Joan Mataboch, el extraordinario éxito en su estreno en la Opéra Comique de París, levantó las iras de Berlioz que llegó a escribir en un periódico parisino: “Nos trata como un país conquistado”.

Para que una obra puramente de repertorio como esta se consolide, necesita un director musical y de escena que trabajen en la misma dirección, bajo los códigos que dejó bien definidos su compositor. No es fácil entender las claves de una ópera aparentemente sencilla, pero que no lo es en absoluto. Y quien mejor puede descifrar las coordenadas de una obra belcantista romántica como La fille du régiment, es sin duda Bruno Campanella, uno de los mayores expertos del belcanto y gran conocedor de todos sus matices que, de la mano del director de escena Laurent Pelly, han colocado esta producción de la ópera de Donizetti en una posición privilegiada dentro del repertorio actual.

Es esta la primera vez del escenógrafo Laurent Pelly en el Teatro Real de Madrid, y se presenta con una de sus producciones más conocidas y celebradas. Encontrando sentido al patriotismo francés que destila la obra, Pelly ha situado la acción en la primera Guerra Mundial y ha sabido entresacar la parte más tierna de una situación histórica tan dramática. Destacar también sus figurines, de inspiración clásica, elegantes y llenos de imaginación.
La escenografía es exquisita. Llenísima de elementos, todos ellos imprescindibles. Sin excesos, sin extravagancias, nada distrae de las escenas. Cada elemento lleva el oído y la mirada al lugar adecuado. Todo tiene coherencia y un sentido teatral lleno de significado. Se nota la brillantez de la escenógrafa Chantal Thomas y de la coreógrafa Laura Scozzi.

En una obra como esta, donde la profundidad de la trama no existe, es cuando adquieren peso y protagonismo los cantantes. Nuestra función en concreto corresponde a lo que llaman segundo reparto, que en ocasiones no es tal.
Desirée Rancatore no actuaba en el Real desde 2006 y claro, lo primero que se puede comprobar es la evolución de su voz y de su oficio. Es Marie un personaje para el que se requiere una voz ligera pero enérgica. Y es aquí donde se marca la diferencia con el otro reparto, Rancatore aborda su personaje con valentía. A su tremenda seguridad sobre el escenario hay que sumar su vigorosa voz, su manejo de la coloratura y de los endiablados sobreagudos de los que desciende con facilidad a la vez que pela patatas o es elevada por los aires.
Las dificultades vocales que presenta Marie le obligan en alguna ocasión a tirarse al barro, pero la de Palermo tiene carácter para salir más que airosa de tantas exigencias. Su capacidad teatral es indudable. Supo dar al personaje la chispa y el carácter de una joven con ademanes masculinos y, a la vez, la melancolía de la Marie más tierna. Así lo demostró en el aria del primer acto «il faut partir», transmitiendo emoción y que le valió los primeros bravos de la noche.

Antonio Siragusa, como Tonio, dejó destellos de un hermoso timbre que lució en las notas altas. Más dificultades tuvo en los tonos medios y graves, a los que debe acompañar de mayores y mejores apoyos. El aria más conocida de «A mes amis», que no por ello de mayor dificultad, estuvo muy bien resuelta hasta el último Do, del que pareció asustarse y en el que podría haberse lucido mucho más.

El madrileño Luis Cansino, como Sargento Sulpice, estuvo gracioso sin excentricidades, cosa que se agradece. No tuvo que sobreactuar para demostrar comicidad y ser entrañable. Sólida y contundente voz que acompañó equilibradamente al resto del reparto en las arias de conjunto.

Rebeca de Pont Davis confeccionó una Marquesa de Berkenfield suficiente. No es Ewa Podles en lo vocal, pero tiene otras cualidades artísticas. Divertida y teatral sin abandonar en ningún momento la elegancia sobre el escenario.

Debutaba también en el Real el director musical, Jean-Luc Tingaud, y lo hizo con soltura y brío. Posee gran sensibilidad que supo transmitir al foso y a los cantantes. La Orquesta sonó luminosa.

La presencia de Ángela Molina, interpretando a una malvada y cruel Duquesa de Crakentorp, es un atractivo más de la producción. Se nota su presencia escénica, el oficio y el arte, que elevan el nivel de teatralidad, una de las cualidades de esta ópera.

Hacía tiempo que el público del Teatro Real no disfrutaba así ni se mostraba tan satisfecho. Efectivamente, todo no es metafísica y ya es un logro importante que el público salga del teatro con una gran sonrisa, pero lo queremos todo, lo sencillo y lo sublime.

La fille du régiment
Gaetano Donizetti (1797-1848)
Opéra-comique en dos actos
libreto de J. H. Vernoy de Saint-Georges y Jean-François-Alfred Bayard
Estrenada en la Opéra Comique de París, el 11 de febrero de 1840
Coproducción del MET de Nueva York, la Royal Opera House Covent Garden
de Londres y la Wiener Staatsoper.
D. musical: Jean-Luc Tingaud
D. de escena y figurinista: Laurent Pelly
Realizador de la dirección de escena: Christian Räth
Escenógrafa: Chantal Thomas
Adaptadora de textos: Agathe Mélinand
Iluminador: Joël Adam
Coreógrafa: LAura Scozzi
D. de coro: Andrés Máspero
Reparto: Desirée Rancatore, Antonio Siragusa, Rebecca de Pont Davies,
Luis Cansino, Isaac Galán, Mathieu Bettinger, Pablo Oliva.
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.

Fotografías: Javier del Real
Vïdeo: Teatro Real

Las Bodas de Figaro

El Teatro Real ha comenzado su temporada teniendo que dar explicaciones a las numerosas modificaciones que está teniendo la anunciada nueva temporada. Vaya por delante el hecho de que el Teatro ha vivido en los últimos meses una situación complicada. El fallecimiento de su anterior director artístico, Gerard Mortier, y el nombramiento como sustituto del actual, Joan Mataboch, no son una anécdota. Como tampoco lo es preparar una temporada con apenas seis meses en un mundo en el que se trabaja con márgenes mucho más amplios.
Los diferentes cambios en la programación se deben a distintos motivos. El estreno mundial de La ciudad de las mentiras, de Elena Mendoza, basada en textos de Julio Cortazar, se aplaza hasta el 2017 sin que hayan quedado claros los motivos. Se cae del cartel Fidelio, en esta ocasión el responsable es Alex Ollé, de la Fura dels Baus. Gollescas se ofrecerá en versión concierto, y no con la puesta en escena de José Luis Gómez y el pintor Eduardo Arrollo. En Hänsel und Gretel se sustituye la dirección escénica. Inicialmente iban a ser Joan Font, de Els Comediants, y Agatha Ruiz de la Prada los encargados, pero finalmente será Laurent Pelly.
También se cae del cartel la soprano Natalie Dessay en La fille du régiment. Aquí el Teatro no tiene nada que ver, ha sido la propia cantante quien anunció su retirada de los escenarios operísticos para dedicarse al recital. A cambio la sustituye Aleksandra Kurzak, que viene de tener un apoteósico triunfo en Viena con este mismo papel.
Esperemos que no se produzcan nuevas bajas en una temporada que puede denominarse de transición, dados los acontecimientos y dificultades que la han marcado.

Comienza la temporada con una reposición (y van tres en cinco años) de la producción que de Las bodas de Figaro realizó Emilio Sagi.
Esta obra, inspirada en un texto del polémico Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, que gracias a su maestría en el manejo de la sátira, estaba considerado como el azote de la nobleza. La misma que caería durante la Revolución Francesa y a la que tenía soliviantada con sus obras y escritos políticos.
La trilogía de Figaro escrita por Beaumarchais trata de representar el momento socio-político que vivía Europa. La caída de la aristocracia, representada en la figura del Conde y la Condesa de Almaviva, y el ascenso de las clases populares, con el criado Figaro como protagonista. Estos textos sirvieron de inspiración tanto para la composición de El barbero de Sevilla a Rossini, que se interesó más por la primera parte de la trilogía, como Las bodas de Figaro a Mozart, que se inspiró en la segunda parte.

Mozart decidió encargar a su nuevo libretista, Lorenzo Da Ponte, la adaptación del texto para su ópera. No fueron pocos los cambios que Da Ponte introdujo en la obra, sobre todo para conseguir rebajar el elevado tono crítico y transformarlo en una obra bufa. La ópera se estrenó en Viena en 1786, apenas tres años antes de iniciarse la Revolución Francesa. Compositor y libretista colaboraron más tarde en Cosí fan tutte y Don Giovanni.

La escenografía de Sagi es clásica y convencional. En algunos momento resulta desangelada, pero la responsabilidad de llenar un escenario aunque en éste escaseen los elementos, no es tanto del director de escena, sino de los propios artistas.

Al clasicismo y romanticismo que sí tiene la escenografía, contribuyen en gran medida el hermoso vestuario de Renata Schussheim, y la adecuada iluminación de Eduardo Bravo. Emilio Sage sabe dotar a sus obras de brillo y vistosidad. En esta ocasión, la incorporación de un cuerpo de baile y sus castañuelas, dan a la obra un toque castizo que dio vida a la obra.

Si bien Ivor Bolton es un excelente director, en estas bodas de Figaro no se puede decir que haya acertado con el tempo y mucho menos con el carácter de la obra. Su dirección careció de chispa y brío desde la apagada obertura. No tenía espíritu, lo que es imperdonable en una ópera bufa como es esta. Decir en su favor que estuvo pendiente en todo momento de los cantantes.

Con Andreas Wolf hemos asistido a la representación del Figaro más insípido y tieso que se ha visto. Un personaje tan chispeante como Figaro no puede ser solventado con tanta rigidez. Su voz es agradable, hermosa a veces, pero un personaje con tanta importancia teatral requiere, no solo un esfuerzo en la interpretación, también cualidades para ello.
Sylvia Schwartz fue una Susana a la altura de Figaro, no se si por convencimiento o por influencia de éste, pero hicieron buena pareja en la falta de expresividad en la interpretación. La solidez de su voz no acierta en esta ocasión con el personaje.
Luca Pisaroni, como Conde de Almaviva, fue de lo mejor de la noche junto a la Condesa, Sofia Soloviy. Ambos hicieron gala de buen oficio sobre el escenario, pero sobre todo, dotaron a sus personajes de empaque y distinción. Soloviy fue aplaudida en algunas de sus arias, sobre todo en “Dove sono”, por su calidad musical y extraordinarios legatos.
Elena Schneiderman tampoco se lució con su Cherubino. Lejos también, como el resto del reparto, de la comicidad que caracteriza a esta obra y la chispa traviesa de su personaje que casi pasa desapercibido.
El resto del reparto se perdió en medio del aburrimiento de la representación. Los intentos de José Manuel Zapata por recrear un Don Basilio jocoso y gracioso, no fueron suficientes.
Unos intérpretes sin soltura, rígidos, sin dar pie al más mínimo detalle teatral, ofrecen como único resultado el aburrimiento para un público que llega al Teatro predispuesto al disfrute.

LE NOZZE DI FIGARO
Wolfgang A. Mozart (1756-1791)
Ópera buffa en cuatro actos
Libreto de Lorenzo da Ponte, basado en la comedia La folle journée, ou Le mariage de Figaro (1784) de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais.
D. musical: Ivor Bolton
D. escena: Emilio Sagi
Escenógrafo: Daniel Bianco
Figurinista: Renata Schussheim
Iluminador: Eduardo Bravo
Coreografía: Nuria Castejón
D. coro: Andrés Máspero

Reparto: Luca Pisaroni, Dofia Soloviy, Sylvia Schwartz, Andreas Wolf,
Elena Tsallagova, Helene Schneiderman, Christophoros Stamboglis,
José Manuel Zapata, Gerardo López, Khatouna Gadelia, Miguel Sola,
Pilar Moránguez, Celine Kot.
Coro y Orquesta titulares del Teatro Real

Cuentos de Hoffman en el Teatro Real

E. T. A. Hoffmann (1776-1822), ese escritor, compositor, director de orquesta, tenor y notable jurista, obtuvo su mayor reconocimiento artístico por su faceta de escritor. Formó parte del movimiento romántico y sus obras, de un estilo inquietante entre el humor y el terror, influyeron sobre la obra de otros reconocidos escritores como Allan Poe o Gautier.
Fueron precisamente algunas de sus narraciones las elegidas por el compositor francés Jacques Offenbach (1819-1880), para ser musicadas. Concretamente tres de sus cuentos: “El hombre de arena”, “El consejero Krespel”, y “Aventuras de la noche de San Silvestre”, sirvieron de inspiración para Los Cuentos de Hoffmann.
Offenbach murió cuando apenas había terminado un tercio de la obra, pero dejó mucha música escrita, suficiente para al menos tres óperas más. Es esta la principal razón por la que son múltiples las versiones que existen de Los cuentos. En opinión del director Cambreling, algunas de las versiones que se han hecho hasta el momento no son del todo respetuosas con el libreto original. Para él la obra es como un gran collage, elementos pegados entre sí. Historias en paralelo que no tienen que ver, necesariamente, unas con otras. Con esta premisa han realizado esta nueva adaptación de la versión de Fritz Oeser. El empeño principal era respetar al máximo el surrealismo del libreto original. Y lo han conseguido, no sé si respetar el libreto, pero sí elaborar una obra surrealista, llena de contenidos y detalles inconexos que hacen más difícil seguir un argumento que ya es, de por sí, endiabladamente enrevesado.

La inspiración la ha encontrado en esta ocasión Marthaler en las salas del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Lugar en el que fueron citados por Mortier para comenzar a trabajar sobre la obra, por ser este un lugar donde las distintas disciplinas artísticas se entrelazan de una manera sugerentemente caótica. Y es partiendo de este delicado desconcierto sobre el que se construye el collage añorado por Cambreling y Marthaler. Si el propósito era la confusión, el resultado es excelente.
La obra se desarrolla en un único escenario donde se reflejan distintos espacios del Círculo de Bellas Artes. La cafetería, el salón de juego, la sala de pintura, por la que desfilan modelos para ser retratadas y un incesante trasiego inicial del coro que recorren el escenario como visitantes del Círculo. Todo ello en los casi diez minutos iniciales que transcurren sin música.
El escenario, aunque cargado de todo tipo de elementos que distraen: cantantes, figurantes, atrezzos, entre otros detalles, tiene un aspecto decadente, desangelado y triste que se debe principalmente a la iluminación de Olaf Winter. Esto acentúa el trasfondo trágico de la obra, a la vez que se han restado casi todos los aspectos humorísticos, que no son pocos en esta obra, y que aligeran el drama subyacente. Tampoco se han tenido en cuenta claves escénicas importantes, como la escena de Olimpia, a la que se ha privado de sus problemas mecánicos que aportaban fantasía y cuento a la escena. El gran espacio vacío hacia arriba, muy industrial y muy del gusto de Marthaler, termina de enfriar el ambiente.

El cuadro de cantantes es equilibrado y homogéneo. Una obra tan coral (nunca mejor dicho) precisa de un buen plantel de voces secundarias, y en esta producción se cumple esta exigencia.
El primer personaje que interviene es Anne Sofie von Otter, que se divide entre La Musa y Niklausse. Siempre es un placer escucharla, aunque en alguna ocasión quede tapada por la orquesta. Sus personajes son algo insípidos pero conserva su elegancia en escena y un hermoso timbre que, a estas alturas de su carrera, será mucho más interesante en recitales que en óperas completas.
Eric Cutler interpreta un Hoffmann pusilánime que a veces parece vagar por el escenario. Su emisión es desigual a lo largo de la representación, pero en general, solventa con acierto su personaje. A sus agudos les faltó intensidad, pero fue de menos a más, sobre todo en el segundo acto.
Measha Brueggergosman afrontó los papeles de Antonia y Giulietta. Consiguió dotar a cada uno de los personajes de los matices y personalidad suficiente para diferenciarlos. Creó una profunda Antonia y una Giulietta cargada de sensualidad. Sus amplios registros le permiten oscurecer la voz al gusto y esta vez no hubo exceso de potencia. Su capacidad de dramatización realza la expresividad en sus personajes.

Ana Durlovski
fue la más ovacionada con su endiablada Olympia. Aunque ligeramente estridente en el timbre, domina la coloratura de su aria, a la que no le faltó ni una nota. Lástima que el dramaturgo Ubenauf decidiera despojar al personaje de sus elementos más soñadores.
Vito Priante luchó con sus cuatro villanos y sus buenas caracterizaciones, creíble en todas ellas. Su voz es polivalente sin ser excesivamente oscura. Se fue diluyendo a medida que avanzaban los actos.
Jean-Philippe Lafont, como Maestro Luther y Crespel, se movía en escena con cierta dificultad y su voz está casi tan cansada como él.

Christoph Homberger
solventó muy correctamente sus cuatro personajes que, por culpa de la deslucida escenografía, quedaron pobres y aburridos.
La ocurrencia de que Spalanzani haya sido interpretado por un actor (Graham Valentine) y no por un cantante, podría no haber sido una mala idea si no le hubieran tenido deambulando sin más por el escenario. Un actor muy mal aprovechado y un cantante de ópera desperdiciado.
Gerardo López no tiene una voz grande pero sus agudos tienen un bonito metal. Debe corregir la nasalidad en sus tonos medios.

No ha sido esta la mejor actuación del coro, estuvo mucho mejor la parte actoral y bastante tenían con moverse extrañamente con sus ridículas caracterizaciones.
La Orquesta en manos de Till Drömann sonó con precisión y energía. Acelerado en algunos momentos, tampoco pasará a la historia del Teatro.

Era la última ópera escenificada que programó Gerard Mortier. En ella ha querido dejar su sello, si se puede identificar así, a través del poema de Pessoa (bajo el nombre de Álvaro de Campos) “Ultimatum” que recitado por la costarricense Altea Garrido, apenas llamó la atención más allá de la extrañeza.

Les contes d´Hoffmann
Jacques Offenbach (1819-1880)
Opéra fantastique en cinco actos (1881)
D. musical: Till Drömann
D. escena: Christoph Marthaler
Iluminación: Olaf Winter
Dramaturgo: Malte Ubenauf
Coreógrafa: Altea Garrido
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Eric Cutler, Anne Sofie von Otter, Vito Priante, Christoph Homberger, Ana Durlovski, Measha Brueggergosman, Altea Garrido,
Lani Poulson, Jean-Philippe Lafont, Gerardo López, Graham Valentine, Tomeu Bibiloni, Isaac Galán.

Lohengrin

“Esta ópera conquista a toda Europa en un muy breve espacio de tiempo, e incluso Verdi asistirá, fascinado y oculto en un palco, al estreno en Bolonia, dirigido por su amigo Mariani. Las razones a la vista están: desde un punto de vista musical, se escuchan sonidos hasta entonces desconocidos, tanto en el preludio como en la profanación de los dioses por parte de Ortrud y la narración sobre el Grial de Lohengrin, y naturalmente en uno de los coros más complejos desde Bach con la aparición del cisne “ein Wunder, ein Wunder…”. Desde el punto de vista dramático, la ópera satisface todos los anhelos de la burguesía de entonces, decepcionada por la Restauración de Metternich y el “juste milieu” de Francia; frustrada en su anhelo de un nuevo orden mundial, convencida del especial lugar que ocupa el artista pero también de su soledad (Lohengrin), afligida por la melancolía que surge de la frustración de una utopía irrealizada. Y todo ello plasmado en formas sobredimensionadas que ya utilizó también Meyerbeer, aunque este no lograra dotarlas más que de un efectismo semejante al de las actuales producciones de Hollywood.
Lohengrin es una obra increíblemente triste, porque al principio promete la realización de un nuevo mundo y al final, como a Elsa, nos abandona a nuestra soledad, pues la sociedad no pudo encontrar el valor para seguir la exigencia del artista, mensajero del utópico castillo del Grial: “no me interrogues nunca”. Elsa quiere saber en lugar de creer, y por ello no puede ser liberada, mientras Lohengrin tiene que regresar a su reino ideal del castillo del Grial solo… como Wagner en el exilio.”
(La eterna pugna entre la verdad y el deslumbramiento del teatro, Gerard Mortier).

El entusiasmo de Gerard Mortier ha propiciado que el Teatro Real presentara, por primera vez, una producción propia de la obra más romántica de Wagner, Lohengrin.
Es esta una obra que desarrolla todos los arquetipos propios del romanticismo, la trágica fatalidad, la leyenda medieval, la contraposición entre lo divino y lo humano y una atmósfera oscura e inquietante.
Al igual que los antiguos griegos expresaban la realidad a través de leyendas, Wagner, emulando a los griegos, trataba de expresar la verdad universal también utilizando las leyendas. En su caso, leyendas medievales de origen alemán junto con uno de los temas que más interés despertaban en él, el Santo Grial.
Lohengrin es una obra que marca un punto de inflexión en la música de su tiempo, pues va a trazar el estilo operístico del futuro. Una novedosa instrumentación en la que Wagner ya no compone al modo clásico, sino que crea diferentes niveles musicales como se aprecia de manera significativa en el preludio, donde las cuerdas, se dividen y agrupan generando un sonido diferente, único, distintivo del carácter instrumental wagneriano.
Wagner tuvo que huir de Dresde, donde estaba previsto se estrenara la obra, tras haber participado en la Revolución de 1848. Antes había dejado por escrito todo tipo de indicaciones sobre la orquestación y puesta en escena. Para esta nueva producción del Real, se han tenido en cuenta todas estas fuentes de manera exhaustiva para ser fieles a las ideas del propio Wagner.
Algunas de estas indicaciones se han respetado fielmente, como la aparición sobre el escenario de 12 trompetas, o la composición de un coro extraordinario, por su número de miembros y volumen de sonido.

Lo primero que llama la atención de esta producción es el aprovechamiento que se hace de la caja escénica. Lukas Hemleb y Alexander Polzin han creado una escenografía alejada del sentido estático que podemos imaginar en una producción de esta envergadura. El resultado es una totalidad, un universo romántico esculpido casi con las manos del propio Polzin en su faceta de escultor. Han conseguido un equilibrio particular, místico y legendario, que no puede identificarse con ningún momento actual, tampoco histórico. Está fuera del tiempo de una forma espontánea y llena de sensibilidad.
Sin duda fue el Maestro Hartmut Haenchen el más merecidamente ovacionado tras la representación. Ha conseguido de la Orquesta titular una de sus mejores interpretaciones desde la reapertura del Teatro. La obertura, de una tensión e intensidad abrumadora, únicamente fue superada por un final lleno de magnetismo, el mismo que transmite la obra en su conjunto. El experimentado director alemán, extrae de la orquesta un sonido lleno de madurez, producto de la evolución que este cuerpo estable del teatro viene experimentando en los últimos años.

El Coro titular del Teatro, Coro Intermezzo, reforzado para abordar el volumen de sonido exigido en Lohengrin, tuvo un papel de extraordinaria importancia, sobre todo el coro masculino. Se movía por el escenario como una unidad corporal viva, dentro del gran escenario cavernoso. La calidad de este coro, dirigido por el maestro Máspero, no deja de sorprendernos. La gran calidad alcanzada le sitúa entre los mejores de Europa, algo que quizá haya que agradecer, también, a Gerard Mortier.

El conjunto de voces principales resultó equilibrado y de un gran nivel. El tenor Christopher Ventris, como Lohengrin, no se puede calificar como una voz específicamente wagneriana, pero aportó un cierto tono heróico, además de un ligero metal que siempre se agradece en estos personajes. Le faltó emoción en algunos pasajes pero posee un hermoso color en la voz.
Catherine Naglestad interpretó una Elsa muy creíble en su ingenuidad. Dulce en exceso, posee unos agudos brillantes y expresivos.
Deborah Polaski como Ortrud brilló a gran altura. Una magnífica dramatización la convirtió en la más malvada con diferencia. Consiguió ser la protagonista en cada uno de los duelos que mantuvo con las otras voces principales. Su experiencia sobre el escenario dulcificó alguna carencia vocal, sobre todo en las notas agudas.
Franz Hawlata como rey Heinrich ha sido la sorpresa agradable. El barítono alemán ha mejorado mucho desde sus últimas intervenciones en este teatro. En esta ocasión su interpretación ha sido muy correcta.
Thomas Johannes Mayer, como Telramund, tuvo un primer acto impecable y una convincente dramatización. Este barítono alemán posee una voz poderosa y profunda que llena de intensidad sus interpretaciones.

El resultado final es una obra redonda, que busca el arte total que Wagner perseguía con sus composiciones. No lo consigue, pero el resultado es más que digno para homenajear a su inspirador, un Gerard Mortier que flota en el ambiente.

LOHENGRIN
Richard Wagner (1813-1883)
Ópera romántica en tres actos (1850)
Libreto del compositor, basado en los romances Parzival, de Wolfram von Eschenbach, y Lohengrin, de autor anónimo
Nueva producción del Teatro Real
In memoriam Gerard Mortier
D. musical: Hartmut Haenchen
D. escena: Lukas Hemleb
Escenógrafo: Alexander Polzin
Figurinista: Wojciech Dziedzic
Iluminador: Urs Schönebaum
D. coro: Andrés Máspero
D. coro de niños: Ana González
Reparto: Christopher Ventris, Catherine Naglestad, Thomas Johannes Mayer, Deborah Polaski, Franz Hawlata, Anders Larsson, Antonio Lozano, Gerardo López, Isaac Galán, Rodrigo Álvarez

Alceste

«El que quiera escuchar música en ‘mis’ óperas que se quede en casa y se ponga los cascos”.
Con estas palabras se despachaba el escenógrafo Krzysztof Warlikowski en una reciente entrevista en ABC. Más que una declaración de intenciones, yo tomaría este comentario como una recomendación.

Se trata de la segunda versión de Alceste, una de las óperas de reforma de Gluck, estrenada en París en 1776, en la que se aprecian notables diferencias con la primera versión en italiano. Se pierde un poco el virtuosismo vocal de los intérpretes y de las hermosas melodías, para reivindicar, según el propio compositor, “la sencillez, la verdad y la ausencia de afectación”.
En el aspecto más técnico de la partitura, en la nueva versión francesa desaparecen algunos personajes, otros aparecen y se modifican los actos segundo y tercero. El gusto del público francés de la época llevó a Gluck a realizar alguna concesión introduciendo ballets y pantomimas que apenas se representan en la actualidad. Se inicia así una transición evidente entre la ópera barroca y el clasicismo, marcando los aspectos conceptuales y estéticos que definen el camino de la ópera del futuro.
En esta versión, más oscura y austera que la primera, Gluck muestra una mayor fidelidad al drama de Eurípides. En ella, la tragedia y las emociones alcanzan una mayor intensidad.

Krzysztof Warlikowski ha trasladado la escena a la actualidad. Alceste es ahora Lady Di. Sobre una gran pantalla, se proyecta la dramatización de la famosa y polémica entrevista en la que desvelaba los convulsos secretos de su matrimonio con Carlos de Inglaterra. Las proyecciones acompañarán el transcurso de la obra potenciando la escenificación.
Warlikowski es uno de esos registas a los que solo les falta salir a escena. O tal vez no, pues consigue que toda la atención de la obra se centre en su trabajo y en su persona. Realiza una auténtica manipulación del libreto de Franóis-Louis Gand Le Blanc. Se permite rectificar a libretista y compositor añadiendo texto para una mejor adaptación a su actual criterio. Frivoliza el origen dramático de la obra representando un Hades convertido en morgue, donde las escenas de sexo post mortem distraen durante todo el tercer acto.
Pero los mayores momentos de confusión dan comienzo ya en el primer acto, sobre todo a partir de la escena del banquete. Cuando, de repente, se monta un tablao flamenco en uno de los momentos de mayor carga emocional. A partir de aquí, toda la obra queda banalizada y resulta complicado adentrarse en los planteamientos musicales del compositor. A todo esto hay que añadir una iluminación molesta y fría que contribuye, como ya nos tiene acostumbrados este escenógrafo, a crear un ambiente destemplado e inhóspito.

Ivor Bolton
realiza un ejercicio extremo de concentración. En primer lugar, porque los focos se centran en él tras haber sido presentado como director titular a partir de la temporada 2015-2016. En segundo lugar, porque resulta muy difícil abstraerse del aturdimiento general al que lleva la escenografía. A pesar de todo, y aunque reducida, la Orquesta sonó bien. El inicio fue discreto, en ocasiones el sonido estuvo falto de brillo. Pero su dirección fue creciendo a medida que avanzaba la representación y extrajo momentos de apreciable delicadeza, sobre todo de algunos metales originales. Atento siempre al coro y a los matices de la orquesta, solo le faltó un punto más de dramatismo en algunos momentos.

Angela Denoke
es buena actriz, pero parece que vocalmente no termina de creerse Alceste. Se queda en Ladi Di. Durante el primer acto se notaron sus dificultades, sobre todo en las notas agudas. Al final volvió esa Denoke con voz firme y hermoso timbre.

El tenor Paul Groves como Admète, se contagió de la escenografía. Deambulaba por el escenario con su voz opaca y sin brillo. No le culpo.

Una vez más, y ya son muchas, destacó el barítono jamaicano Willard White. La solidez de su voz, grande y bien timbrada, y sus interpretaciones, siempre son una garantía y puede cubrir ejemplarmente, como es el caso, dos papeles, el sumo sacerdote y Thanatos.

El Hercule del barítono Thomas Oliemas, aunque relegado en esta producción, mantuvo el tipo y la presencia vocal sin perturbarse demasiado. Mencionar al joven bajo argentino Fernando Radó. Con 27 años y haciendo de heraldo y oráculo, promete una brillante carrera.

El coro es en esta ópera un elemento importante. Sus intervenciones son numerosas y no están exentas de complejidad. Salvo alguna entrada a destiempo estuvo en su línea habitual. Destacar las buenas intervenciones de algunos de sus miembros solistas, Oxana Arabadzhieva y César de Frutos, como Corifeos y Rosaida Castillo como gobernanta.

Warlikowski dice que sus obras son para un público inteligente. Lástima no serlo.

ALCESTE
Christoph Willibald Gluck (1714-1787)
Tragédie-opéra en tres actos
Libreto de François-Louis Gand Le Blanc du Roullet, basado en el original de Ranieri de’ Calzabigi
Nueva producción del Teatro Real
D. musical: Ivor Bolton
D. de escena: Krzysztof Warlikowski
Iluminadora: Felice Ross
Creador de vídeo: Denis Guéguin
Coreógrafo: Claude Bardouil
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Paul Groves, Angela Denoke, Willard White, Magnus Staveland, Thomas Oliemans, Isaac Galán, Fernando Radó, María Miró, Oxana Arabadzhieva, César de Frutos, Rodrigo Álvarez, Amparo Bengala, Alberto Junco, Celine Peña, David Moreno, Rosaida Castillo y Christophe Linéré.
Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real

Brokeback_Mountain

«Gente normal que se ama”. Esta es, en esencia, la visión global que Mortier quiere que el público extraiga de Brokeback Mountain, cuyo estreno ha despertado una excepcional expectación. Más de un centenar de periodistas extranjeros asistieron al estreno mundial el 28 de enero, y tanto interés hay que atribuirlo a la materia de la obra.
La homosexualidad ha sido tratada con anterioridad por otros compositores, como Berg o Britten, pero es cierto que en Brokeback Mountain se refleja de manera más explícita. No puede decirse que esta ópera trate sobre la homosexualidad como tal, tampoco sobre la homofobia, pero si sobre el amor, las relaciones humanas y la necesidad de ellas.

La historia se sitúa deliberadamente en un escenario que resulta especialmente hostil, una zona rural del interior de Estados Unidos. En la presentación de la obra, Gerard Mortier insistía en la búsqueda de públicos que no se conformen solo con música y divertimento, sino que sea capaz de reflexionar, a través de la ópera, sobre temas actuales. Opina que “una sociedad como la nuestra está obligada a abrir ciertas discusiones”.

Con Brokeback Mountain el Teatro Real cierra el llamado “ciclo de amores imposibles”. Así es como han querido denominar el elemento que tienen en común (por diferentes motivos) los últimos títulos representados, L´elisir d´amore, Tristan und Isolde y Brokeback Mountain.

Poco conocido es para el público español su compositor, el norteamericano Charles Wuorinen. Su obra se ha centrado más en composiciones sinfónicas, siendo Brokeback Mountain su segunda ópera. En 1970 se convirtió en el compositor más joven en ganar el Premio Pulitzer con una composición de música electrónica, Time´s Encomiun.
Con esta partitura ha conseguido dotar a cada personaje de la música que le identifica, así como describir cada momento y situación, sobre todo aquellas más inquietantes. La obra comienza con una intensidad que va creciendo en emotividad a medida que avanza. Desembocando en el momento más emotivo, el dramático y desolador final.

La escenografía de Ivo van Hove se limita casi por completo a proyecciones sobre una gran pantalla que ocupa todo el fondo de escenario. Ha querido hacer un elemento visual independiente de la película de Ang Lee, y lo ha conseguido. Se trasladó a la mítica y verdadera Brokeback Mountain para rodar sobre el terreno. Con ello ha ilustrado las escenas que transcurren allí y que comparten los dos protagonistas. El resto de la escenografía, formada por escasos elementos, decadentes y áridos, conforman el asfixiante y helador ambiente en el que viven sus dos protagonistas. Atrapados en una vida ajena a ellos donde las pautas marcadas por el entorno social más inmediato, les empuja a regresar a esa montaña que les libera.

Annie Proulx, la autora del libro, ha hecho una muy buena adaptación para un libreto operístico. Frases cortas y exactas muy adecuadas a la hora de ser interpretadas. Con un fraseo que se adapta bien a la música de Wuorinen, a pesar de sus dificultades.

Resulta perturbador la lentitud con la que transitan las escenas en la oscuridad y el silencio del escenario. Contribuyen al hastío el hecho de ser una obra declamada más que cantada. No existe expectación por el argumento y mucho menos emoción. Todo es previsible. Los escasos momentos líricos se desvanecen de inmediato a manos de la música dodecafónica. Dos horas de declamación sobre un escenario casi desnudo se hacen eternas.
Los dos protagonistas realizan una labor más importante como actores que como cantantes. Daniel Okulitch innterpreta a Ennis del Mar, el vaquero más introvertido y menos sociable. Tom Randle es Jack Twist, más extrovertido y la parte positiva de la pareja. Ambos con gran presencia sobre el escenario y ejecutando muy correctamente una partitura complicada por su escaso lucimiento.

El resto del reparto cumplió con su breve cometido. Se agradece escuchar voces españolas sólidas y experimentadas como la de la soprano Celia Alcedo. Toda una garantía.

La Orquesta brilló una vez más, en esta ocasión, de la mano del alemán Titus Engel. Gran experto a la hora de dirigir estrenos de óperas contemporáneas, como ya demostró en este mismo teatro con la Página en blanco de Pilar Jurado.

Desirée Rancatore

Una depurada técnica, absoluto dominio de la coloratura y los sobreagudos y su pasión por la música y la interpretación están consiguiendo que la italiana Desirée Rancatore sea una de las sopranos más solicitadas en los principales teatros y festivales operísticos.

Debuta con solo 19 años en el Festival de Salzburgo conviertiéndose de inmediato en invitada habitual de los principales teatros de Europa y Asia; en Japón la adoran, al punto de dedicarle portadas y llenar salas prestigiosas como el Bunka Kaikan de Tokyo. Gracias a su carácter joven y divertido, a su talento y a sus sobreagudos, es considerada una de las mejores Olympia (la muñeca de Les contes d’Hoffmann), que ha cantado en París –allí regresa en noviembre–, Londres, Zúrich, Palermo, Roma, Turín, Parma, Madrid, Viena o Milán. En los últimos años su evolución vocal y actoral le ha llevado a interpretar roles de mujeres pasionales, como Gilda de Rigoletto, Violetta de Traviata o Lucia di Lammermoor, o divertidas y coquetas como la Adina de L’elisir d’amore. Elvira de I Puritani y Amina de La Sonnambula, Lakmé y Leïla de Les pêcheurs de perles son otros de los roles que ha interpredado. Una galeria de personajes que le han llevado a ser una de las estrellas más cotizadas de la lírica internacional.

Brío Clásica: La ópera es la más multidisciplinar de las artes. Y las exigencias de una producción para un cantante son cada vez mayores. La voz, la teatralidad, la estética, los planteamientos, a veces extravagantes, de directores de escena. ¿Cómo se prepara una para combinar tantas disciplinas sobre un escenario?
Desirée Rancatore: El trabajo del cantante siempre ha sido multidisciplinar; después de años de carrera esto ya es lo que se espera. Hay que hacer frente a muchos factores cada vez que estás en un escenario, por eso la preparación tiene que ser continua, psicológica, física y técnicamente. Vamos, que no paramos.

B. C: ¿Cuáles son sus criterios para seleccionar un nuevo papel? Y, ¿Qué ha supuesto para usted su debut como Violetta en La Traviata?
D. R: En primer lugar considero todo desde el punto vocal, estudiando la partitura para ver si la textura vocal posee las características ideales para mi voz. Después de eso pienso si debo aceptarlo o rechazarlo, analizando otros factores (teatro, compañeros, director musical, director de escena). Mi debut como Violetta fue la culminación de un recorrido artístico que se inició hace casi 20 años: poco a poco, con el estudio y la perseverancia, me he permitido realizar el sueño de cantar este papel fascinante, tal vez el más bello del repertorio. Era un verdadero reto para mí y creo que después del estreno y de haberlo cantado varias veces en teatros de diverso tamaño como pueden ser la Opéra de Monte-Carlo, la Staatsoper de Viena o la Royal Opera House de Muscat (en Omán) podría decir que gané ese desafío…

B. C: Teniendo en cuenta lo trascendental que es una buena orientación profesional, ¿cómo se traza y enfoca, desde el inicio, una carrera como la suya?

D. R: La carrera nunca se define desde el comienzo, ya que es “hija” de muchos aspectos y situaciones. Lo único que hay que tener claro desde el principio es aceptar que una cierta conducta y disciplina de vida y de estudio serán tus compañeros todos los días de tu vida mientras te dediques a la carrera. Este es un oficio a largo plazo y hay que estar atento a la evolución de la voz, porque va cambiando. Por eso la planificación no puede ser a muy largo plazo.

B. C: Empezó muy joven su carrera profesional, ¿esa es una decisión que se toma en un momento determinado o, de repente, la dinámica te lleva y cuando se es consciente de ello, ya no hay marcha atrás?
D. R:
Empecé siendo casi una niña, ya que tenía 18 años cuando me vi debutando en el festival de música más importante del mundo, en Salzburgo. Llegué allí por un concurso de canto en el que Gerard Mortier estaba en el jurado, quien me ofreció interpretar Barbarina en Las bodas de Fígaro junto a gigantes de la lírica. Ello me abrió las puertas de los grandes teatros del mundo, en los que tuve la suerte de comenzar a cantar.
Yo no había planificado nada, siempre digo que ha sido la carrera la que me ha elegido… No me había planeado nada de lo que he hecho al comienzo en este mágico mundo de la ópera. Fui aprendiendo sobre la marcha. La profesionalidad, la elección correcta del repertorio, el estudio constante y una disciplina férrea es la clave para el éxito y para una carrera a largo plazo.

B. C: Su repertorio es claramente belcantista, pero las características de su voz son versátiles. ¿Hacia dónde cree que puede evolucionar su voz? ¿Qué papeles o roles se ve afrontando en un futuro?
D. R:
Mi voz en un principio nace como la de una soprano de coloratura, pero el transcurso de los años y el estudio de la técnica ha hecho que se vaya desarrollando hasta poder abarcar papeles de soprano lírica con coloratura. Personajes como la protagonista de Lucia di Lammermoor, Elvira de Puritani o Gilda de Rigoletto me han ayudado más todavía en esta maduración vocal que me ha permitido llegar a La Traviata. Pero no creo que vaya a poder ir más allá de esto: el Bel canto seguirá siendo una constante en mi carrera y sin duda pienso explorarlo aún más. También me va bien el repertorio francés como Manon, pero Donizetti es lo mío. Hay tiempo: en esta carrera las prisas nunca traen cosas buenas…

B. C: Ahora que conoce España, sobre todo Madrid, ¿hay algo dentro de este mundo de la ópera, bueno y malo, que le haya sorprendido o llamado especialmente la atención?
D.R:
El mundo de la ópera en general, y no solo el caso español, ya sea bueno o malo, es mi día a día. En este mercado veo cosas muy positivas, como también negativas, sobre todo en lo que tiene que ver con los recortes y la falta de ayuda a los teatros públicos. Pero, sobre todo ello, y esto se aplica también a los melómanos españoles, siempre tan cariñosos, está esa increíble unión de los amantes de la música de todo el mundo… He podido ver que en este mundillo o se ama con locura o se odia… No hay caminos intermedios. Hay gente que le dedica a la ópera gran parte de su tiempo, y eso es una maravilla.

B. C: Cuando afronta un nuevo rol, ¿cómo lo aborda, primero la música, el argumento, el carácter de la obra o del personaje?
D. R:
En primer lugar leo el libreto, me entero de la trama en todos sus detalles. Si se trata de un personaje histórico investigo sobre su vida. La música es lo que me toma más tiempo para estudiar, porque es cuando paso a ver todos los detalles del texto y de las palabras, analizo cuáles son las que el compositor valora más, o las comas y las pausas que se requieren para expresar un momento especial o una determinada etapa psicológica… Después cambio a “modo de almacenamiento”, es decir, a memorizar, que es lo más difícil.

B. C: Con la brillante carrera que está desarrollando seguro que ha cumplido ya alguno de sus sueños, ¿cuáles? Y ¿cuáles están aún pendientes?
D. R:
Sí, he cumplido tantos sueños, como cantar en el Convent Garden o inaugurar el Teatro alla Scala de Milán en 2004 después de su restauración junto al gran Riccardo Muti… Cantar en Salzburgo, París –considero La Bastilla como un segundo hogar-, o en La Fenice de Venecia… También ha sido un verdadero sueño conocer a grandes directores musicales como Marco Armiliato, con quien debuté Rigoletto en 2001 y, en 2013, La Traviata; trabajar con maestros como Conlon, Chung, Soudant, Maazel y muchos otros de los grandes es un regalo. Mis sueños de ahora serían contar con el apoyo de un sello discográfico y debutar en el Metropolitan Opera House de Nueva York.

B. C: Ser cantante de ópera es una profesión fascinante, pero también muy exigente. ¿A qué ha tenido que renunciar a lo largo de estos años?
D. R:
Con esta carrera renuncias a una vida normal y cotidiana y a vivir diariamente los afectos más queridos. Hay que hacer frente a una gran soledad y a vivir historias de amor a distancia, algo que a veces es malo para el corazón. Las relaciones sociales las puedes mantener vivas solo a través de las redes sociales, del teléfono o de Skype. Y a veces la idea de construir una familia y tener hijos puede parecerte un proyecto utópico.
No es una vida sencilla, y puede que los que la vean desde fuera vean más oro del que realmente hay… Pero el amor por el canto, por la ópera, compensa casi todos los sacrificios a los que te obligas.

B. C: ¿Qué obra le produce, al interpretarla, una especial emoción y por qué?
D. R:
Hay papeles que me emocionan más que otros y hay algunos que incluso me hacen llorar cuando los canto, entre ellos Violetta, Lucia, y Lakmé. Sus historias son hermosas y sus personalidades se ven abrumadas por los acontecimientos de la vida, pero, a pesar de todo, siguen siendo dignas hasta el final… Me encantan las mujeres que son así, que luchan por lo que quieren.

B. C: Seguro que en su carrera hay alguna anécdota o curiosidad que recuerde especialmente, ¿cuál?
D. R:
Sí, tengo tantas cosas hermosas que recuerdo y que guardo en mi corazón. Sin duda uno de las más emocionantes para mí la comparto con mi hermano artístico (“mio sorello”), el tenor canario Celso Albelo; durante un estreno de L’elisir d’amore en el Teatro La Fenice de Venecia, mientras se retransmitía en directo, el público le pidió a Celso el bis del aria Una furtiva lagrima: hasta aquí todo podría parecer normal, porque él es un gran artista y porque se trata del aria más famosa del mundo… Fue un gran éxito porque desde hacía 18 años que en ese teatro no se hacía un bis. Pero inmediatamente después de mi aria y cabaletta el público comenzó a pedir que yo también repitiera… Así que, después de 18 años, el éxito en ese teatro se transformó en un acontecimiento histórico maravilloso con dos bises uno detrás de otro a cargo de los dos protagonistas… Al final de mi escena tenía que abrazar a Celso y teníamos que rodar por el suelo… Lo hicimos, pero llorando y riendo, ¡como dos niños! Fue una noche inolvidable.

B. C: ¿Qué hace Desirée Rancatore cuando su trabajo se lo permite? ¿qué aficiones tiene?
D. R
: Cuando estoy libre y no tengo que estudiar nuevos papeles, me gusta diseñar vestidos y ropa en general. Estudié en una escuela de moda y mi segundo sueño era el hacer de diseñadora. También me gusta leer, el cine y las series de televisión. Soy muy aficionada al cine y voy cada vez que puedo…

B. C: Aparte de ópera, ¿qué música le gusta escuchar?
D. R:
Escucho muchos géneros diferentes, de blues a rock, pop italiano e internacional… Soy omnívora…

B. C: ¿Cómo se siente antes de un estreno? ¿Qué suele hacer?
D. R:
Sin duda la emoción y la adrenalina están circulando por mi cuerpo antes de que yo trate de moverme en mi rutina habitual para sentirme confortada por las cosas que hago. Estudio por la mañana y después me relajo, tomo una comida ligera, intento hacer una siesta. Después, una buena ducha, vocalizo una vez más y me voy al teatro para prepararme y enfocar mis emociones en lo que debo hacer en escena.

B. C: ¿Y después, cuando regresa al hotel?
D. R:
Cuando regreso al apartamento o al hotel me acompaña una sensación de agotamiento físico y emocional. Siempre me pasa: doy lo mejor de mí en el escenario y al final no tengo nada, me siento vacía, pero si todo ha ido bien me siento feliz, aunque muy cansada. Siempre sueño con mi pijama y con mi cama para recuperarme y estar en forma otra vez para las próximas aventuras musicales, que es así como me gusta llamar a mis compromisos profesionales.

Su próxima actuación es el 21 de febrero, debuta en Lyon con Le Conte Ory, de Rossini. Una oportunidad única para volver a escuchar a esta extraordinaria soprano a la que ahora, conocemos un poco más.

Violeta Urmana en el papel de Isolda

La ciencia humana no es capaz de entenderlo. Ninguna experiencia puede describirlo. Solo el que ha pasado por ello sabe lo que significa. Aunque no hay palabras que lo expresen”. (San Juan de la Cruz)

Con estas palabras trataba Bill Viola de explicar el verdadero sentido que para él tiene Tristán e Isolda. Isnpirado por uno de los místicos que más ha influido en su obra.
Wagner se dirigía a Listzt por carta en 1854 de este modo: “Ya que no he conocido en vida la verdadera felicidad del amor, quiero levantar un monumento al más bello de los sueños, en el cual ha de satisfacerse, de principio a fin, ese amor”.  Esta idea, fruto del tormentoso amor entre Wagner  y Mathilde Wessendonck, influyó en distintas obras del compositor alemán y, sobre todo, en Tristán e Isolda.

La pretensión de Wagner de crear “el arte del futuro”, se ve plenamente satisfecha en la producción que estos días se representa en el Teatro Real de Madrid. Las videograbaciones de Bill Viola se suman, añadiendo belleza, a esta partitura tan exigente tanto para la orquesta como para los cantantes. Una exigencia que se traslada al público por la gran cantidad de información que proporciona la música, el libreto, la escenografía y las proyecciones. La profundidad con la que se expresan todos estos elementos, su riqueza y sus contradicciones, crean una experiencia intelectual y artística única y extraordinaria, que sumergen al espectador en un océano de sensaciones de tal magnitud, que resulta abrumador.

TODO EMPEZÓ CON UN ACORDE
La obra comienza con un acorde de tres notas en un registro grave y ascendente de los violonchelos al unísono. Esta es la gran peculiaridad y grandeza de Tristán e Isolda. Un acorde que se desarrolla a lo largo de la obra y que solo se resuelve al final, con la muerte de Isolda. La muerte por amor resuelve la disonancia. Se crea así un tratamiento armónico y único, nunca antes escuchado, que cambiará desde ese momento los planteamientos de la estructura musical. El “acorde Tristán”, que empuja siempre hacia delante en una envolvente musical infinita que apenas se relaja en un par de interludios. La riqueza armónica y el hecho de que todos los instrumentos de la orquesta toquen en continuidad, transitando siempre de la oscuridad a la luz, de lo concreto a lo infinito, en un viaje emocional que solo se resuelve en el último momento.

LA TRAMA
Wagner calificó Tristán e Isolda como “Handlung”, (acción, trama). Una ópera atemporal, que no se basa en ningún acontecimiento histórico, sino en algo mitológico. Se pueden apreciar dos tramas o dos mundos, el real, la trama racional o externa, a la que pertenecen Brangäne, Kurwenal, Melot y el Rey Marke; y el mundo interior, el mundo del corazón de Tristán e Isolda.
Ese mundo interior, que confunde el día y la noche, el espacio tiempo, y que describe magistralmente la partitura de Wagner. El compositor debía centrarse en esta trama interna ante la ausencia de acontecimientos o historias concretas. Las acciones correspondientes a la vida real, a esa a la que viven ajenos los dos protagonistas, se desarrollan en los finales de cada acto. El resto de la obra pertenece a la esfera de los sueños.
Y es esa esfera de los sueños la que queda magistralmente reflejada en las videograbaciones de Bill Viola. Nadie ha descrito con imágenes lo que Wagner expresó en su partitura de la manera que lo hace Viola. La cadencia de un tiempo infinito que fluye junto a la música. Imágenes que, como la música, nunca se detienen. Viola quiere representar el fluir de la vida. Pase lo que pase nada se detiene. Dos velocidades completamente distintas que caminan sorprendentemente al unísono. Una belleza plástica que roza la genialidad y que marca un discurrir armónico. Poesía en movimiento que acompaña y describe las escenas aportando magia.
El agua es el elemento conductor para Viola. Lo utiliza para facilitar esa atemporalidad y crear una atmósfera en la que se pueda, flotar. En contraposición está el fuego, en el que se desvanece Isolda, como Tristán lo hace en el agua. Mágico es el momento en el que Tristán e Isolda se sumergen, literalmente, en la profundidaz de los sentimientos tras tomar el filtro de amor.

Poco ha cambiado la escenificación desde el estreno de esta producción en París, en 2005. Peter Sellars ha creado la más discreta de sus producciones escénicas. Que nada distraiga, ha debido ser la máxima utilizada por Sellars, y ha sido la decisión más acertada. El resultado es el refinamiento y la quietud de unos personajes que expresaban, a través de la contención, los intensos sentimientos que la música y las imágenes ponían sobre el escenario.

La oscuridad es una característica de esta producción, crea atmósfera de introspección y misterio, pero la iluminación no es siempre la más acertada. Tampoco está bien resuelta la presencia en escena en el segundo acto de Kurwenal. Obligado a cantar de brazos cruzados y en actitud hierática.

Brillante y espectacular es la entrada del Rey Marke al final del primer acto, por el pasillo central del patio de butacas mientras el coro canta en los balcones de la cuarta planta mientras todo el Teatro es iluminado. Quedan muy bien aprovechados esos recursos escénicos tan pocas veces utilizados, y que contribuyen al efecto envolvente de toda la obra.

La sustitución en la dirección musical de Teodor Currentzis por el francés Marc Piollet, había generado cierta inquietud. Sobre todo si se produce con apenas un mes de antelación. Ya en la obertura, cualquier duda al respecto quedó despejada. La relación que se establece entre el director y la orquesta, produce un sonido profundo, un tempo bien llevado. Una interpretación de la partitura rigurosa. Con exceso de volumen de sonido a veces, que afearon algunos momentos que debieron ser más delicados. El sonido de las cuerdas fue extraordinario, y el efecto de algunos instrumentos situados en palcos, embelleció definitivamente todo el conjunto.

Violeta Urmana posee los requisitos fundamentales para afrontar una obra de Wagner con garantías y solvencia: potencia y resistencia. La potencia es necesaria para no ser engullida por el torrente orquestal que llega a oleadas desde el foso. La resistencia es imprescindible para mantener la intensidad durante una obra de estas dimensiones. Esta intensidad quedó de manifiesto en su magnífica “Liebestod” final, estremecedor. Una Urmana siempre poderosa sobre el escenario. Ofreciendo una dramatización sentida y emocionada, componiendo una Isolda afilada y altiva. Una voz consistente y voluminosa, que no ahorró ningún sobreagudo y a la que solo le faltó un punto más de emotividad en algunos momentos. Fue la más recompensada por el público. Un público cada vez más gélido ,que reserva la efusividad para los abucheos y que abandonó la sala a la velocidad de un parlamentario cualquiera.

El tenor Robert Dean Smith es un lírico ancho apropiado para un Tristán. Lástima que solo se le escuchase en los fragmentos más líricos, cuando la orquesta no le acompañaba. El resto del tiempo apenas se le intuía bajo los volúmenes de la orquesta y la vigorosa Isolda. Confiemos que tenga, al menos, una buena autoestima.

Ekaterina Gubanova, como Brangäne, con una sólida e intensa voz, tuvo algunos momentos emotivos, como sus advertencias a los enamorados del segundo acto desde la cuarta planta. En escena supo desenvolverse muy bien. No siempre es fácil estarse quieto.

Una de las mejores voces fue la del rey Marke interpretado por Franz-Josef Selig. Profunda, autoritaria y majestuosa. Un centro vocal muy bien definido, equilibrado y de elegante sonoridad. De su interpretación me queda una duda, ¿me pareció entender que Marke está enamorado de Tristán?. Sería, en todo caso, una licencia de Sellars.

Sin duda este Tristán e Isolda es el más intenso que se ha visto en el remozado Teatro Real, algo muy de agradecer en una ya, de por si, intensa temporada.
Gracias, monsieur.

Tristan und Isolde
Richard Wagner (1813-1883)
Acción en tres actos
Libreto del compositor
D. musical: Marc Piollet
D. de escena: Peter Sellars
Videoartista: Bill Viola
Figurinista: Martin Pakledinaz
Iluminador: James F. Ingalls
D. de coro: Andrés Máspero
Reparto: Robert Dean Smith, Violeta Urmana,
Franz-Josef Selig,Ekaterina Gubanova,
Jukka Rasilainen, Nabil Suliman,
Alfredo Nigro, César San Martín.
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

Celso Albelo en L'elisir d'Amore

La historia de L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti en el Real, se remonta a los primeros años de historia del Teatro madrileño. Subió a escena por primera vez en 1851, un año después de su inauguración por la Reina Isabel II. Desde entonces es la ópera que más veces se ha representado, con las funciones de esta producción serán más de 80, y siempre con un gran éxito de público.
Esta obra de Donizetti, que cuenta con la influencia de sus contemporáneos Rossini y Bellini, melodramma bufo y romántico, presenta todos los componentes del género del postbelcantismo. Pero no es solamente bufa, posee una carga dramática y emotiva que queda muy bien reflejada en el melancólico Nemorino. Su argumento, tradicional y sencillo. Una gran economía de medios, tanto en la orquestación como en la acción y una música efectista y armoniosa que, aunque aparentemente simple, resulta bella. A esto se unen la frescura y el optimismo que destila la obra. Argumentos suficientes para ofrecer, con garantías de éxito, a un público de la época que no necesitaba más para quedar satisfecho.
Quiero pensar que estas razones no sean suficientes en la actualidad. Aunque nunca hay que despreciar la necesidad y la importancia del esparcimiento, aunque sea por un momento, pero es más que de agradecer asistir a una producción con algún valor añadido, precisamente para darle continuidad a la maestría de su composición. La importancia de las voces, la dirección musical y la escenográfica, resultan pues fundamentales.

La dirección musical quiso recuperar de la partitura original una orquestación fresca y ligera. Con la intención de obtener un resultado de finura y elegancia en la interpretación musical. Pero Vicente Alberola, que solo dirigía dos funciones, no se complicó y su dirección, no es que resultara poco arriesgada, es que no tuvo sustancia. El resultado fue plano y poco inspirador.

Todo lo contrario ocurrió con la escenografía del joven Damiano Michieletto. Era su debut en el Real y había cierta curiosidad por sus éxitos, un cada vez mayor reconocimiento y algún que otro sonado fracaso.
Su apuesta para L’elisir d’amore ha sido la de una playa actual a la que no le faltaba un detalle. Ni en atrezo ni en peculiaridad y variedad de personajes. En principio todo muy original.

Eleonora Buratto, como Adina, ha evolucionado desde su Don Pasquale de la temporada pasada. Su generoso volumen de voz se acompaña de una buen proyección y dicción. Comenzó con algo de nasalidad que corrigió en seguida. Hermosa voz y buena presencia de un personaje con poca exigencia teatral.
Al joven Antonio Poli le venía un poco grande el papel de Nemorino. Su voz apunta muy buenas maneras pero tiene trabajo por delante. Posee una buena línea melódica pero le falta fiato y tensión en los pianos. Carece de vena cómica, capacidad teatral e importancia en escena, sobre todo tratándose de un rol principal.
Erwin Schrott, el bajo-barítono (más barítono que bajo) uruguayo que interpretó a Dulcamara, tuvo una aparición en escena espectacular. El momento redbull, incluyendo azafatas, marketin y todo terreno, hizo las delicias de un, hasta ese momento, mortecino público. Su Dulcamara no era precisamente bufo. Se trata de un macarra de playa que trapichea con ciertas sustancias. Una de ellas la sustancia protagonista. Su voz es potente, a veces demasiado y, si bien no trazó el personaje adecuado en lo teatral, si levantó la obra desde que apareció en escena. EL público lo celebró y agradeció en los aplausos.
Fabio Maria Capitanucci como Belcore tampoco estuvo a la altura del personaje. Su voz carece de brillo y matices y tampoco resolvió en escena. Le falta chispa, aunque estuvo más acertado en la parte bufa que Schrott.
Ruth Rosique, como Giannetta, nos dejó a todos con ganas de más. Ya es hora de ofrecerle a esta joven soprano sanluqueña un personaje más importante. Tenemos voces de gran calidad que llenarían muy bien personajes principales sin necesidad de recurrir a terceros repartos internacionales. Pero los terceros repartos, como es el caso, también son de dios.

L’elisir d’amore
Gaetano Donizetti (1797-1848)
Teatro Real, 8-12-2013
Melodramma giocoso en dos actos (1832)
Libreto de Felice Romani, basado en el texto
de Eugène Scribe para la ópera Le philtre de
Daniel-François-Esprit Auber
Nueva producción del Teatro Real en coproducción
con el Oalau de les Arts de Valencia
D. musical: Marc Piollet
D. escena: Damiano Michieletto
iluminador: Alessandro Carletti
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Antonio Poli, Eleonora Buratto, Fabio
Maria Capitanucci, Erwin Schrott y Ruth Rosique.

imagen de la ópera The Indian Queen

Y por fín llega Purcell al Teatro Real. Lo hace con una de sus obras menos conocidas y representadas, The Indian Queen. Y, como no, rodeada de polémicas previas. Sobre todo por parte de quienes presumen en esta producción segundas o terceras intenciones. Descontextualizar la historia, la de hace 500 años, como la de hace 70, es una tarea pendiente para muchos.

Conviene decir que el público de la función de estreno tiene sus propias peculiaridades. Son muchas las ocasiones en las que el veredicto final es muy diferente al resto de representaciones. Y así ha sido también en esta ocasión. Los abucheos al final de la primera parte de esta función, se tornaron aplausos en representaciones posteriores. Es este un misterio que podría ser objeto de estudio. Desde aquí lanzo esta hipótesis por si algún curioso se interesa por el tema.

The Indian Queen es la última obra del compositor inglés Henry Purcell en 1695. Se trata de una obra inacabada. El compositor murió helado en la calle una noche de borrachera después de que su mujer no le dejara entrar en casa. Fue su hermano quien se encargó de finalizarla con un estilo mozartiano poco afortunado. Desde entonces son varias las ocasiones en las que se ha querido dotar a esta obra de otro final que no siempre ha sido el más acertado.

Pero situémonos antes de valorar la verdadera proporcionalidad de la nueva versión de Peter Sellars. Purcell inició sus composiciones a una edad muy precoz, con apenas 15 años se publicaron sus primeras obras y pronto inició una brillante carrera profesional. La Inglaterra de los primeros años de Purcell era la de la época de los puritanos. Estaban prohibidas casi todas las expresiones artísticas y los teatros permanecían cerrados. El joven Purcell se limitaba entonces a composiciones de carácter litúrgico ya que la ópera, como tal, no se conocía aún en Inglaterra. Sería Haendel quien introdujese las primeras óperas de estilo italiano. Con la restauración monárquica y la llegada al trono de Carlos II, se reabrieron los teatros y la vida cultural y social regresó a las ciudades inglesas. En esta inédita situación, la demanda de nuevos “productos” culturales fue extraordinaria. Y las inquietudes de Purcell por la música, el teatro o la danza, le llevaron a realizar las primeras composiciones. Nacen así las llamadas semióperas, dramas musicales interpretados por personajes secundarios, a menudo alegóricos, mientras la acción principal es relatada oralmente.

The Indian Queen, cuya partitura original apenas dura 50 minutos, es una semiópera formada por las llamadas masques o divertimentos que reúne poesía, música y complicados decorados donde la danza y otras expresiones artísticas tienen cabida. La versión que Peter Sellars ha creado tras más de 25 de admiración y profundización en esta obra, ha tenido un colaborador necesario, Teodor Currentzis. Con él coincidió cuando ambos ensayaban Iolanta y descubrieron su pasión común por el compositor inglés y por esta obra en concreto. El resultado responde casi milimétricamente al concepto clásico de semiópera. Con una duración de casi cuatro horas tras la incorporación de himnos y salmos del propio compositor, en su mayoría litúrgicos, pero perfectamente imbricados en la nueva literatura de la obra, proporcionando equilibrio y coherencia dramática. Ese dramatismo oscuro y desgarrador con el que Purcell se despide del mundo. Sellars ha transformado también el libreto original con una reescritura encargada para la ocasión a Rosario Aguilar. Escritora nicaragüense, autora de “La niña blanca y los pájaros sin piel”. Esa niña blanca es Leonor, hija de Teculihuatzin (Doña Luisa) y el conquistador Don Pedro de Alvarado. Ambos protagonistas de la historia.

La obra comienza con el dinamismo del cuadro de bailarines evolucionando en silencio hasta que comienza la música. Dinamismo que será una constante en la obra. Como lo serán también los silencios, esos silencios valorativos a los que Sellars recurre como elemento reflexivo entre interludios. El escenario es sencillo y limpio. Tan solo las obras expresionistas de Gronk visten el escenario de lado a lado llenando de fuerza y simbolismo cada una de las masques. La discreta y delicada iluminación de James F. Ingalls dota de vida y movimiento estos inmensos lienzos que embellece a su vez con los efectos de los juegos de sombras.

El cuadro de bailarines formado por Burr Johnson, Takemi Kitamura, Caitlin Scranton y Paul Singh es uno de los distintos planos artísticos que se desarrollan a la vez sobre el escenario. Tienen un peso y un protagonismo extraordinario. El estadounidense Christopher Williams, ha creado una coreografía actual, elegante y precisa, basada en las danzas barrocas cortesanas y es ejecutada con una brillantez magistral por estos cuatro artistas. Resaltar la exquisitez de movimientos de Caitlin Scranton.

La obra es narrada por Leonor, la niña blanca, interpretada por la actriz puertorriqueña Maritxel Carrero. Su presencia es escena, discreta pero rotunda, va presentando los interludios donde las mujeres, conquistadoras e indígenas, son las protagonistas. Poner en primer plano la importancia de la mujer, siempre omitida por la historia, es uno de los propósitos de esta obra, otorgándoseles un papel mediador entre los conflictos que entablan los protagonistas masculinos. Pero tanta narración resulta excesiva y, a pesar de un inglés perfectamente entendible, y de una muy buena proyección de voz sin amplificación alguna. Mucho público acabó desertando de los subtítulos. La historia narra la tragedia que se vivió durante las conquistas españolas en el Nuevo Mundo, Sellars se ha centrado en el drama de la conquista espiritual. Despojar a un pueblo de sus dioses para obligarles a adorar a otros. Argumento en sintonía con los cuestionamientos más profundos que Purcell se planteaba a través de su música, y que van abriéndose paso a través de los himnos y salmos escogidos por Sellars para completar la obra.

El cuadro de jóvenes cantantes está encabezado por Jilia Bullock, que interpreta a la reina Teculihuatzin o Doña Luisa, una vez cristianizada. Con un físico y una presencia muy adecuada al personaje, su voz extensa y consistente, acompañó en todo momento una muy buena dramatización. Muy bien en las escenas finales de su enfermedad y muerte, a pesar de la lentitud, al borde del aburrimiento, que en ese momento alcanzó la obra.

La soprano bielorrusa Nadine Koutcher dio vida a una extraordinaria y serena Doña Isabel con una voz redonda y pulida. Su “O solitude”, de un dramatismo sobrecogedor y un maravilloso pianissimi en “See, even night herself is here” que resultó conmovedor.

El contratenor coreano Vince Yi, dueño de un exótica y hermosa voz, impresionó por su ligereza en la coloratura y extraordinarios agudos. No le acompañó, como a la mayoría de protagonistas, el vestuario.

El otro contratenor de la noche, el francés Christophe Dumaux como Ixbalanqué, interpretó algunas de las piezas más conmovedoras, interpretadas con un exquisito gusto y timbre dramático como en “Music for a while”.

Los protagonistas masculinos, Markus Brutscher, como Don Pedrarias Dávila y Noah Stewart, Don Pedro de Alvarado, que solo canta en la segunda parte, son los elementos vocales menos brillantes de la producción. Stewart no pasó de la discreción y tuvo dificultades en la emisión si su postura no era totalmente vertical. Los uniformes militares que vestían y alguna escena cervecera, deslucieron un tanto en medio de tanta belleza escénica.

Sin duda, la voz más importante de la noche fue la del coro, MusicAeterna. Unísonos impecables que solo pueden ser producto de un trabajo constante e incansable bajo la dirección du su titular, Teodor Currentzis. No hubo frialdad, todo lo contrario. La disciplina puesta al servicio de la expresión artística más elevada. Siempre atentos a las entradas, a los silencios, a una perfecta respiración acompasada. Potentes entradas en volumen o en crecendo, y todo ello envuelto en la mística de las emociones.

Currentzis es, sin duda, uno de los directores que más vertiginosamente crece en el panorama internacional y una de las batutas más caudalosas. El tempo dramático con el que llevó a la orquesta y al coro. La comunicación y conocimiento que existe entre él y los cuerpos estables de la Opera de Perm, se aprecia en cada momento de la obra. Un sonido pulcro y refinado, lleno de efectos emocionales. El sonido del continuo, dirigido por Andrew Lawrence-King, y el de los archilaúdes y el salterio. Pero el sonido extraído del laúd y la tiorba, creando una atmósfera oscura, dramática en el acompañamiento de los salmos, centrando el carácter barroco de toda la obra y el sentimiento que Purcell puso en ella. Un sonido pulido en su espesura, que invitaba al recogimiento permanente, a la exaltación contenida o, simplemente, al entusiasmo interior, ese con el que es transmitido.

Sensibilidad, dramaturgia, fuerza, equilibrio, delicadeza, belleza… Literatura, música, teatro, danza, pintura, canto… El mundo en el escenario.

The Indian Queen Henry Purcell (1659-1695)
Semiópera en cinco actos y un prólogo con música de Henry Purcell y libreto de John Dryden
Nueva versión de Peter Sellars con textos de Katherine Philips, George Herbert y otros
Testos hablados extraídos de la novela “La niña blanca y los pájaros sin pies”, de Rosario Aguilar
Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Ópera de Perm y la English National Opera de Londres
D. musical: Teodor Currentzis
D. escena: Peter Sellars
Escenógrafo: Gronk
Figurinista: Dunya Ramicova
Iluminador: James F. Ingalls
Coreógrafo: Christopher Williams
D. coro: Vitaly Polonsky
Reparto: Vince Yi, Julia Bullock, Nadine Koutcher, Markus Brutscher, Noah Stewart, Christophe Dumaux, Luthando Qave, Maritxell Carrero
Bailarines: Burr Johson, Takemi Kitamura, Caitlin Scranton y Paul Singh
Coro y Orquesta de la Ópera de Perm (MusicAeterna)

Rigoletto

Interpretar más de 500 veces a un mismo personaje sin caer en lo rutinario, es más que un mérito, es arte, oficio y pasión. Y Leo Nucci, sobrado de facultades, a estas alturas de su vida está lleno de recursos en escena, y también fuera de ella. Sabe muy bien como gestionar las emociones de un público, el de Bilbao, que le esperaba con entusiasmo después de sus últimas cancelaciones en I Due Foscari y Nabucco.

Su interpretación de Rigoletto fue de menos a más. El calentamiento de su voz y del público llegó con el dúo Ah!, solo per me l´infamia, que fue el preámbulo a un magnífico Cortiggiani vil raza y una impecable y dramática vendetta que fue bisada. A pesar de alguna carencia en el fiato, que le llevó a acortar alguna frase, la capacidad vocal de Leo Nucci es prodigiosa en un hombre de 71 años. Demostró gran conocimiento de la partitura y del concepto de drama verdiano. Su voz conserva su color y características casi intactas a pesar de los años. Y Rigoletto es sin duda su personaje. No interpreta a Rigoletto, se transforma en él.

Y si Leo Nucci se había llevado todo el protagonismo inicial, la noche reservaba una gran sorpresa, la soprano rumana Elena Mosuc en el personaje de Gilda. Era su debut en Bilbao y eso siempre genera una cierta expectación, más bien esperanza, esa que nunca se pierde. Y tuvimos la ocasión de asistir a un acontecimiento cada vez más escaso, sobre todo tratándose de una obra tan clásica. Una de esas obras que cada uno tiene referenciadas en la cabeza con sus cantantes, director, escenario… y que difícilmente hacen hueco a ninguna otra versión.
Apareció Elena Mosuc, con esa discreción y delicadeza escénica con la que Verdi describió al personaje de Gilda. Llegó entonces Caro nome, y empezaron a temblar los recuerdos para dejar paso a este momento. Elena Mosuc posee unos recursos canoros que dificilmente se despliegan ya sobre un escenario. Bien por falta de ellos, por miedo o por vergüenza. La facilidad para el legatto. Apianar una nota con lánguido abandono y terminarla con un sutil crecendo. Todo ello con una finezza y un gusto exquisito.  Se permitió algún sobreagudo y agilidades como regalo a un público que en ese momento estaba absolutamente entregado.  El oficio y experiencia tanto de Leo Nucci como de Elena Mosuc, se observó también en el perfecto empaste de las dos voces protagonista.

La interpretación de Ismael Jordi, como Duca di Mantova, bajó algún escalón el nivel interpretativo respecto a los otros dos protagonistas. Empezó algo destemplado y mejoró en el segundo y tercer acto. Su voz ha mejorado en los últimos años pero no termina de convencer. Su color cambia con facilidad y es muy evidente el cambio de pasaje que desestabiliza algunos agudos. Pero su canto es refinado y elegante. No tiene mala presencia en escena, pero quizá el porte es escaso para el personaje de Duca. Sobre todo cuando apareció en el escenario María José Montiel con una Magdalena temperamental, exuberante y, sobre todo, castiza. Muy bien en el cuarteto, equilibró y redondeó el magnífico cuadro de cantantes. No estuvieron a su altura sus compañeros de correrías, ni Felipe Bou, como Sparafucile, ni Javier Galán interpretando a Marullo.
Ainhoa Zubillaga, como Giovanna, tampoco convenció. No posee una bonita voz. La sensación es de pesadez, de un angustioso dolor en la emisión. La nitidez en el fraseo es inexistente.

La dirección musical ha sido con diferencia lo más flojo durante toda la representación. Sorprendió la cancelación del director Daniel Oren, que ha sido sustituido por Miguel Ángel Gómez Martínez. La dirección de éste último ha pecado de una lentitud excesiva. Unos tiempos dilatados en exceso, que no favorecían el dramatismo pero sí el hastío en algunos momentos.

Hay escenografías que envejecen muy mal. Tal es el caso de la que nos ocupa, de Emilio Sagi, que se estrenó en este mismo teatro hace siete años. Su reposición ha estado a cargo de Ricardo Sánchez-Cuerda y el resultado es oscuro y pobre. No se reconocen en él elementos clásicos o conocidos. Los cambios y transiciones se realizan a la vista del público mediante plataformas móviles. Obligaba a los cantantes a moverse entre los elementos como en un laberinto. La dirección de actores falla en algunos momentos en los que Rigoletto queda fuera de escena siendo el protagonista. Quiere ser una escenografía sencilla, pero se queda en simple.
La iluminación, a cargo de Eduardo Bravo, quiere ayudar a crear una atmósfera tenebrosa, pero resulta tacaño y la luz, escasa.

La Bilbao Orkestra Sinfonikoa tuvo una actuación discreta, más por carencias de la dirección musical que de recursos de los maestros que la forman.
El coro brilló y contribuyó al éxito de la representación. Bien en las entradas y contundente en los cuadros de conjunto.

Habrá quienes opinen que el éxito del estreno de este Rigoletto es exagerado, que en la sala se encontraba mucho tiffosi nucciniano. La realidad es que la ópera y quienes participan en ella solo tienen una obligación, encender pasiones. Misión cumplida.

El Teatro es el lugar que acoge todas las grandes pasiones, y parece que aquí nada puede ocurrir de manera sosegada”. Con estas palabras trataba de explicar el
Director General del Real, Gregorio Marañón en declaraciones recientes, la opereta que se representa en este teatro en las últimas semanas  a cuenta del cambio en la dirección artística.
En esta ocasión, las pasiones no se han trasladado al escenario. La temporada no ha comenzado con un estreno, como viene siendo tradicional. Lo ha hecho con la reposición del “Barbero de Sevilla” de Sagi que ya se estrenó aquí en 2005 con gran éxito. En aquella ocasión la obra de Rossini estaba encabezada por Juan Diego Flórez y María Bayo. Si bien no es fácil superar este reparto, no se entiende muy bien que en esta ocasión se haya recurrido a dos repartos mayoritariamente noveles y con numerosas carencias,  vocales e interpretativas. El Teatro Real debe aspirar a mucho más en un estreno de temporada si quiere de verdad ocupar un lugar entre los grandes.
Emilio Sagi ha presentado en esta ocasión una escenografía más pulida y con extraordinarios detalles,  creando cuadros independientes que formaban un conjunto homogéneo. Con una iluminación delicada y algunos efectos que, por su sencillez, resultaron vistosos y originales. Tal es el caso de la escena de “la calunnia”, interpretada por el bajo Dimitry Ulyanov. No ocurrió lo mismo con la tormenta, donde la imaginación estuvo ausente. Un escenario donde los elementos se desplazaban alegre y ordenadamente. Incluidos los figurantes y bailarines, un tanto excesivos en sus guiños a Sevilla, parecían estar perfectamente alineados. Sagi planteó la escenografía con una importante carga de locura y frescura, pero los intérpretes, y sobre todo la dirección musical, impusieron una racionalidad muy alejada de la inspiración e ingenio que Rossini demostró a la hora de su composición.

El joven director checo, Tomas Hanus, se estrenaba en el Real con una obra que conoce bien, su debut como director fue precisamente con el Barbero de Sevilla. A pesar de este aparente conocimiento de la obra, quedó claro desde el principio que el espíritu rossiniano no habita en él. Una dirección rutinaria, sin vitalidad, rígida y pobre, esperando siempre una remontada que nunca llegó. Una obertura en la que la prometedora delicadeza inicial de los violines, dio paso a unos vulgares metales y un conjunto musicalmente alejado de la brillantez a la que nos estaba acostumbrando.

El primer acto resultó interminable. La falta de chispa y de personalidad se notó en los momentos que debían ser de mayor esplendor. Grandes dificultades con los concertantes. La stretta del final del primer acto quedó deslucida y los crecendi fueron inexistentes.
De este primer reparto destacar la interpretación de la mezzosoprano italiana Serena Malfi. Sin duda es esta tesitura de voz la que mejor construye el personaje de Rosina, y la joven Malfi, con una voz segura y de sobrado volumen, resolvió con dignidad su partitura. Demostró soltura en el baile baile al final de la obra y cierta gracia. Lástima la falta de química con Almaviva de la que ella no es la única responsable. Un helador Dmitry Korchak, que para eso es ruso, y la triste influencia de la dirección musical, reforzaron la escasa empatía entre ambos.
Dmitry Korchak, el Conde Almaviva, fue de menos a algo. Sin volumen, sin gracia, falseando los pianos y desafinando al inicio. Estuvo toda la noche reservándose para su aria final. El público, que todo lo perdona cuando está deseoso de disfrutar, le aplaudió en los saludos.
Antes de dar comienzo a la función, se anunció el resfriado del Figaro de Mario Cassi. A pesar de ello, no pareció tener dificultades en los tonos medios y altos. Pero las agilidades, numerosas en este personaje, no podían ser ejecutadas sin una ostensible falta de volumen. A veces apenas se le escuchaba. Se le agradece no ser un Figaro histriónico, aunque resultara algo tosco y poco interesante.
Bruno Simone como Bartolo, fue el único, junto a Susana Cordón, en provocar alguna sonrisa entre el público. Pero Bartolo es un personaje que tiene que tener mucha más picardía. Ocurre lo mismo con Don Basilio, interpretado esta vez por Dmitry ULyanov, que debe vivir ya en el Teatro. Su profunda y oscura voz de bajo se agradece porque esta tesitura escasea, pero la falta de teatralidad en la interpretación en un personaje buffo, lo mata.
La única que repite en esta producción, con respecto al estreno de 2005, es la joven y más entusiastamente aplaudida Susana Cordón.  Su Berta resultó ser el personaje más simpático y divertido de la noche. EL mejor momento de la obra fue su aria que interpretó junto al criado Ambrogio, magistralmente interpretado por Eduardo Carranza.

Pero la temporada no ha hecho más que empezar y, como decía un espectador al final de la representación, “no perdamos la fe”. El año se presenta, cuanto menos, entretenido.

Il barbiere di Siviglia
Gioachino Rossini (1792-1792)
Melodramma buffo en dos actos
Libreto de Cesare Sterbini, basado en la obra homónima
de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais
D. musical: Tomas Hanus
D. de escena: Emilio Sagi
Iluminador: Eduardo Bravo
Coreografía: Nuria Castejón
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Dmitry Korchak, Bruno de Simone, Serena Malfi,
Mario Cassi, Dmitry Ulyanov, Susana Cordón, Isaac Galán,
José Carlo Marino, Eduardo Carranza

La Asociación Bilabaina de Amigos de la Ópera, ABAO, presenta una temporada de marcado carácter femenino. Como siempre, en su ya 62 edición, los estrenos y producciones propias son su principal seña de identidad.

El programa Tutto Verdi suma tres títulos excepcionales: el estreno en Bilbao de Giovanna d’Arco, Rigoletto y una nueva producción de La Forza del destino ideada por Ignacio García.
En escena las voces extraordinarias de Leo Nucci, Ainhoa Arteta, Celso Albelo, Sonia Ganassi, Roberto Aronica, Ismael Jordi, Bruno Ribeiro y Martina Serafin. Debuts destacados como Elena Mosuc, María José Montiel y Francesco Meli y del carismático director de escena Calixto Bieito con una de sus grandes creaciones, entre otros.
Carmen y Turandot, dos grandes clásicos de la lírica, en la octava edición de OPERA BERRI. Y cinco títulos en la temporada ABAO TXIKI, tres de ellos estreno en Bilbao.

El 21 de septiembre arranca la 62 Temporada de ABAO-OLBE (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera) con un programa lírico comprometido con la máxima calidad y variedad que reúne obras del romanticismo, verismo y bel canto en estado puro, para satisfacer todas las expectativas y a la vez atraer a nuevos públicos al emocionante mundo de la ópera.
La música de Verdi, Cilea, Bizet, Bellini y Puccini acerca a la capital vizcaína tres extraordinarios clásicos de la historia de la ópera, Rigoletto, Carmen y Turandot; el estreno de Giovanna d’Arco y tres óperas menos frecuentes, La Forza del destino, I Puritani y Adriana Lecouvreur.
Una temporada en la que debutan dieciocho cantantes, tres directores de escena y tres maestros de primer nivel, junto a relevantes figuras como Leo Nucci, Ainhoa Arteta, Celso Albelo, Sonia Ganassi, Roberto Aronica, Ismael Jordi, Bruno Ribeiro y Martina Serafin. Un cartel que se completa con una nueva producción de La Forza del Destino, ideada por Ignacio García, y la representación por primera vez en Bilbao del título verdiano, Giovanna d’Arco.

Además, ABAO-OLBE continúa con la publicación de la revista Scena y del libro de temporada, con artículos inéditos de especialistas. También con una nueva edición del ciclo gratuito de Conferencias de introducción a la ópera, programado para descubrir los entresijos de cada título.

62 TEMPORADA DE ÓPERA CON INICIO VERDIANO

El estreno de Giovanna d’Arco, primera ópera verdiana de las tres que este año hacen su aportación a TUTTO VERDI, inaugura en septiembre la temporada con una producción histórica, con enorme belleza plástica del Teatro Regio di Parma obra del debutante en ABAO Gabriele Lavia. Krassimira Stoyanova, que debuta el papel, y Fabio Sartori en los roles principales y presentación de Claudio Sgura. El maestro Yves Abel se encarga del apartado musical al frente de la Euskadiko Orkestra Sinfonikoa.

En octubre llega el segundo título verdiano, Rigoletto, con el que en la Temporada 2006-2007 arrancó TUTTO VERDI. Título patrocinado por Fundación BBVA, encabeza el reparto el intérprete más emblemático del rol principal, Leo Nucci, junto a él Ismael Jordi, Felipe Bou y las debutantes Elena Mosuc y María José Montiel. En el podio de dirección orquestal por primera vez en Bilbao Daniel Oren, un maestro carismático gran conocedor del repertorio. Atenta a su batuta la Bilbao Orkestra Sinfonikoa. En el escenario una coproducción de ABAO-OLBE y el Teatro Sao Carlo de Lisboa firmada por Emilo Sagi.

A mediados de noviembre sube al cartel un Verdi de madurez, una obra poco frecuente que tiene como trasfondo el romanticismo español, La Forza del destino. Roberto Aronica, Chiara Taigi y Vladimir Stoyanov se encargan del trío protagonista en una ópera que destaca por su extenso reparto. En escena una nueva producción de ABAO-OLBE llena de fuerza expresiva creada por Ignacio García. Al frente de la Orquesta del Teatro Regio di Parma debuta Pietro Rizzo, uno de los maestros más interesantes de la nueva generación de directores italianos.
2014 se abre con Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea, ópera muy pasional con una gran carga melodramática y música de bella factura, creada por y para la protagonista a la que en esta ocasión interpreta Ainhoa Arteta, que debuta el papel. Junto a ella Bruno Ribeiro. Colaboración especial del bailarín y coreógrafo bilbaíno Igor Yebra. En el foso, Fabrizio Carminati, especialista en este repertorio, para dirigir a la Bilbao Orkestra Sinfonikoa. Producción del Teatro San Carlo di Napoli a cargo de Lorenzo Mariani con una puesta en escena aristocrática y muy estética.

Febrero da paso a uno de los títulos más populares del repertorio internacional, Carmen de Bizet. En el reparto dos grandes solistas Sonia Ganassi y la presentación de Francesco Meli. En el escenario, una coproducción del Gran Teatre del Liceu, Teatro Massimo di Palermo y Teatro Regio di Torino por la que su creador, Calixto Bieito, que debuta en Bilbao, recibió en 2012 el Premio Franco Abbiati a la mejor dirección. Por primera vez en la Asociación, el maestro Jean Yves Ossonce. Este título da inicio a la octava edición de OPERA BERRI.

I Puritani de Bellini, esencia del bel canto, llega en abril. Un título que requiere un tenor como Celso Albelo capaz de hacer frente a un rol atrevido y complejo, a su lado debutan Aleksandra Kurzak y Gabrielle Viviani. En escena una producción del Festival de A Coruña obra de Alfonso Romero con una puesta en escena romántica ambientada en la I Guerra Mundial. José Miguel Pérez Sierra al frente de la Orquesta Sinfónica de Navarra se encarga del apartado musical.
Turandot, última obra de Puccini, cierra en mayo la temporada patrocinada por Iberdrola. En el elenco Martina Serafin, Marcello Giordani y Davinia Rodríguez. Una coproducción espectacular, suntuosa y monumental de ABAO-OLBE y el Gran Teatre del Liceu, ideada por Nuria Espert. En el foso, el versátil maestro John Mauceri para dirigir a la Orquesta Sinfónica de Navarra.
Este título pone punto final a la octava edición de OPERA BERRI. El Coro de Ópera de Bilbao, dirigido por Boris Dujin, se ocupa de la parte coral de la temporada.

ABAO TXIKI, ÓPERA PARA TODA LA FAMILIA

Novena edición de ABAO TXIKI, la temporada de ópera concebida para despertar el interés cultural de los más jóvenes y ser disfrutada en familia, con cinco títulos, una reafirmación del compromiso social y educativo que asume ABAO-OLBE. Tres estrenos y dos reposiciones suben a las tablas del Teatro Arriaga para seducir a las nuevas generaciones de espectadores.

Arranca en enero con Alí Babá y los cuarenta ladrones, una adaptación del tradicional cuento de Las mil y una noches con música de Iñigo Casalí coproducida por ABAO-OLBE y la Ópera de Cámara de Navarra.
A principios de febrero, el primer estreno, La casa flotante; un cuento musical inspirado en los relatos del gran diluvio universal con música de Xavier Montsalvatge y Claude Debussy.
En marzo, Bremengo Musikariak, tercer título que ABAO-OLBE programa en euskera. Un espectáculo de danza y títeres con música de Poire Vallvé.
El segundo estreno de la temporada, Opérame, ¿qué diablos es la ópera?, sube a escena en mayo. Un alocado espectáculo ideado por el tenor José Manuel Zapata con música de Verdi, Rossini y Offenbach producido por el Palau de les Arts Reina Sofía.
Cierra este programa a finales de mayo el estreno de El sastrecillo valiente, un cuento musical inspirado en el relato tradicional de los hermanos Grimm, en una coproducción de ABAO-OLBE, el Teatro Real de Madrid y el Festival de Granada con música de Tibor Harsányi y dirección de escena de Enrique Lanz.

La novena temporada de ABAO TXIKI cuenta con diecisiete funciones de sesiones en familia y cuatro funciones escolares en las que participan 170 centros educativos y 15.700 escolares.
El Programa Didáctico de ABAO-OLBE complementa el programa de ópera infantil con su amplia oferta de actividades para acercar el mundo de la lírica a los jóvenes a través de charlas didácticas, talleres, visitas al teatro y asistencia a ensayos pregenerales y generales.

TUTTO VERDI

Esta temporada el emblemático proyecto de ABAO-OLBE, TUTTO VERDI, se adentra en su octava edición que prosigue fiel a su objetivo de descubrir al genial maestro italiano en sus diferentes facetas. En la parte artística, tres títulos muestran su evolución compositiva: Giovanna d’Arco, Rigoletto y La Forza del destino. En la cultural, entre otras actividades, la VIII Semana Verdi de ABAO, en colaboración con Deusto Forum, bajo el título “Verdi, desde las orillas” que contará con la presencia de destacadas figuras como Iñaki Gabilondo, Ignacio García, Javier Pérez Senz, Philip Gosset, Rafael Banús y Arturo Reverter.

En estos momentos de arcas vacías, el Teatro de la Maestranza opta también por la reposición de títulos de temporadas anteriores.
Cuatro son las óperas programadas en una  temporada que comienza el 25 de octubre con “Aida” de Giuseppe Verdi. En una producción del Liceu de Barcelona en coproducción con el Festival de Santander. A la batuta su director titular, Pedro Halffter, como director de escena, José Antonio Gutiérrez. El cuadro de cantantes estará formado por Tamara Wilson, Alfred Kim, Mark S. Doss, Dmitry Ulyanov, María Luisa Corbacho, Carlo
Malinverno, Manuel de Diego. Las representaciones serán el 25, 28 y 31 de octubre y el 3, 6 y 9 de noviembre.

El año termina con “Manon Lescaut”, de Puccini los días 5, 8, 11 y 14 de diciembre. Repite Halffter en la dirección musical y en la dirección escénica Jean Reno. Sí, el actor. Roberto Alagna le pidió a su amigo Reno que dirigiera esta versión de Manon.  Veremos el resultado.
EL cuadro de cantantes tampoco ha pasado desapercibido, se trata de Arteta, Walter Fraccaro y Damiano Salerno. En una producción del Teatro Regio de Turín.

Los días 14, 17, 19 y 22 de febrero es el turno de Rossini y “La Cenerentola”. Es una producción del Teatro San Carlo de Nápoles que estará dirigida por Giacomo Sagripanti, a la batuta y Paul Curran en la escena. Los intérpretes,  Marianna Pizzolato, Edgardo Rocha, Carlos Chausson, Borja Quiza y
Mercedes rcuri.

Y un Wagner para finalizar la temporada. “El ocaso de los dioses” se representa los días 14, 17 y 20 de junio. Se trata de la vistosa coproducción del Palau de Les Arts Reina Sofía de Valencia y Maggio Musicale Fiorentino con dirección de escena de Carlus Padrissa (La Fura dels Baus).
La dirección musical de Pedro Halffter e interpretada por Stefan Vinke, Elena Zhidkova, Gordon Hawkins, Sandra Trattnigg.

El 20, 21 y 22 de marzo es la zarzuela la protagonista. “La del manojo de rosas”, dirigida por Emilio Sagi y Miguel Ángel Gómez Martínez a la orquesta. En una producción del Teatro de la Zarzuela de Madrid estará interpretada por Carmen Romeu, Ruth Iniesta, Carlos Crook, José Julián Frontal, Luis Varela, Ricardo Muñiz.

Dos recitales líricos completan la temporada de la Maestranza. El 23 de noviembre, la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera, regresa una temporada más a la Sevilla con obras de Viardot, Granados, Serrano, Montsalvatge, entre otros. Y acompañada al piano por el maestro Rubén Fernández Aguirre.

El 26 de abril será el turno del tenor José Bros, acompañado por el pianista Marco Evangelisti y con repertorio canción italiana y española. Arias de ópera y romanzas de zarzuela.

Después de una temporada 2012-2013 a un alto nivel, el Palau valenciano de Les Arts Reina Sofía continua esta temporada rindiendo merecido homenaje a Verdi y Wagner. El recorte para esta temporada y la amenaza de un nuevo ERE para su personal, no han impedido la programación de una prometedora temporada.

Dará comienzo el 19 de octubre. El Maestro Zubin Mehta dirigirá una “Traviata” de Verdi que ya se pudo ver en 2005 en el Festival de Salzburgo bajo la dirección escénica de Willt Decker. Esta exitosa producción estará interpretada en esta ocasión por la soprano búlgara Sonya Yoncheva y el tenor rumano Stefan Pop, junto a ellos, el joven barítono Simone Piazzola. La Traviata ya se programó aquí en 2010, con gran éxito, y todo apunta que sus siete representaciones volverán a llenar el coso valenciano.
También será Zubin Mehta el encargado de dirigir “Die Walküre”, de Richard Wagner, los días 3, 6, 9 y 16 de noviembre. Se trata de la reposición de la premiadísima producción de Carlus Padrissa de La Fura dels Baus, en coproducción con Il Maggio Musicale Fiorentino.
Quien no haya tenido la oportunidad de disfrutar de esta impresionante producción, con las espectaculares proyecciones de Franc Aleu y la escenografía de Roland Olbeter, tiene ahora una nueva oportunidad.
Repiten entre el elenco de cantantes algunos de los que ya lo hicienron en la temporada del 2007 y que ha sido, hasta el momento, el mayor éxito del Palau valenciano. Jennifer Wilson (Brünnhilde) y Stephen Milling (Hunding). Junto a ellos debutan en Valencia jóvenes intérpretes wagnerianos como
Thomas Johannes Mayer (Wotan), Heidi Melton (Sieglinde), Elisabeth Kulman (Fricka).

Pasamos a febrero de 2014 con “Manon Lescaut”, de Puccini y la Direcciónn musical de Plácido Domingo. Se trata de la producción del Teatro Regio di Parma bajo la dirección escénica de Stephen Medcalf, quien ya dirigió “La flauta mágica” la pasada temporada con gran éxito. En esta producción el cuadro de cantantes está encabezado por Mattia Olivieri, Rafael Davila y Maurizio Murano.

El 23 y 26 de febrero y el 1, 11, 13 y 15 de marzo, llega al Palau “L’italiana in Algeri”. Y es que Rossini no falta tampoco esta temporada tras “La Cenerentola” e “Il barbiere di Siviglia” de pasadas temporadas. A la batuta estará Ottavio Dantone, y como director de escena Joan Font, de Els Comediants. Las voces protagonistas serán Erwin Schrott (Mustafà) y Silvia Tro (Isabella). Se trata de una coproducción con el Teatro Real, el Maggio Musicale Fiorentino, la Houston Grand Opera y el Grand Théâtre de Bordeaux. Una colorista producción donde el vestuario es uno más de los protagonistas.

Uno de los momentos importantes de la temporada llega los días 27 y 30 de marzo y 3, 6 y 9 de abril. Plácido Domingo se baja del estrado y sube al escenario como “Simón Boccanegra” en una producción del propio Palau del año 2007. Ya tuvimos ocasión de escuchar a Domingo en este su nuevo registro en el Teatro Real hace tres temporadas. En la dirección de escena Lluís Pasqual, como escenógrafo, Ezio Frigerio, iluminado por Albert Faura y el vestuario de la oscarizada Franca Squarciapino. Domingo estará acompañado en el escenario por la soprano china Guanqun Yu (Amelia Grimaldi) y el tenor italiano Ivan Magrì (Gabriele Adorno).

Para finalizar la temporada, el Palau ha elegido a un compositor valenciano, Manuel Palau y su obra “Maror”. Un compositor de la primera mitad del siglo XX poco conocido, hasta el momento. EL libreto es de Xavier Casp, también valenciano, como la letra. Se estrenó en versión concierto a finales del siglo XX y llega ahora al Palau bajo la batuta del también debutante al frente de la OCV Manuel Galduf. En esta producción también participan el Cor de la Generalitat y la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats.

La temporada se completa con los conciertos sinfónicos. El primero el 22 de septiembre, durante la jornada de puertas abiertas.
Además del director titular de la OCV, Omer Meir Wellber, que dirigirá en total cinco conciertos, las batutas de Zubin Mehta, Riccardo Chailly y Ottavio Dantone compaginarán sus la dirección de sus óperas con las de un concierto.

Sir Simon Ratle

Con La Flauta Mágica de Mozart se iba a presentar la Berliner Philharmoniker en Madrid, dirigida por Sir Simon Rattle. Pero, lamentablemente, la precariedad del presupuesto del Teatro Real, llevaba a principio de temporada a tomar la decisión de “liquidar” esta producción. Se decidió entonces el cambio en la programación y aprovechar la estancia en España de la mejor Orquesta del mundo para interpretar la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven.

Sir Simon Rattle se lamentaba en rueda de prensa de no haber podido llegar a dirigir una ópera en este Teatro. Esperemos que surjan otras oportunidades, aunque de sus palabras no se desprendía esa sensación. Desde luego ya no será con esta orquesta, pues próximamente abandona este puesto para poder abordar otros proyectos, como él mismo avanzó.

Poder escuchar hoy en Madrid a la Filarmónica de Berlín dirigida por Sir Simon Rattle es, dadas las circunstancias, un milagro. Milagro que ha sido agradecido por el público durante algo más de diez minutos de aplausos y vítores. Aplausos a una orquesta en la que habita algún músico que no fue admitido por la Orquesta Nacional de España por no tener el nivel exigido. Apenas un mes después era seleccionado para tocar en la Filarmónica de Berlín. Probablemente quien le descartó aquí “tenía toda la razón”.
Sir Simon, que dirige sin partitura, pues la tiene en la cabeza, da las entradas a cada cuerda apenas con la mirada. Con una precisión extraordinaria, sin marcialidad, con armonía, con la confianza de quien se sabe seguido por unos músicos excepcionales. Con una capacidad técnica e interpretativa a la que se suma algo más. Esa capacidad de poder hacer magia, en este caso, con sus instrumentos.
El resultado es una comunicación fluida de todo el conjunto que queda siempre de manifiesto. Impresionantes los vientos y su caudal de sonido. Magníficos los pianissimi del conjunto de contrabajos al inicio del tercer movimiento. Eran violines en esas manos. La potencia  controlada del conjunto. Controlada, que no contenida. Una batuta sensible, dinámica, siempre atenta a músicos y cantantes. Un espectáculo.

El Coro Titular del Teatro Real se sumó al lujo. No sorprende a quienes tenemos la fortuna de escucharles a lo largo de la temporada. Volvieron a sonar homogéneos y resueltos. Potentes de volumen y emociones.
Muy equilibrado resultó el cuarteto formado por Camilla Tilling, soprano, Nathalie Stutzmann, contralto, Joseph Kaiser, tenor y Dmitry Ivashchenko, bajo. Unas voces importantes sin erigirse ninguna en protagonista. Lo que enriqueció el conjunto de esta Novena que será retransmitida por RNE y por las pantallas gigantes de la Plaza de Callao el viernes en directo.

Proyecto Lova en Teatro Real

Reflexionar, crear, trabajar en equipo, vencer miedos, o solucionar conflictos puede ser mucho más fácil y placentero si cada alumno en un grupo escolar está investido de un rol único e imprescindible para crear una ópera original.
Estos son los objetivos del proyecto “La ópera, un vehículo de aprendizaje” (LOVA), que el Teatro Real ha impulsado desde 2008 y que sigue creciendo: hoy este ambicioso programa pedagógico se desarrolla en 24 centros de toda España.

Diecisiete alumnos del Colegio Jorge Guillén de Móstoles han creado su propia compañía de ópera, diseñado su blog, su logotipo y estructurado todo el trabajo como profesionales y artistas implicados en la puesta en escena de una ópera: escritores, libretistas, músicos, directores de escena, productores, escenógrafos, iluminadores, diseñadores de vestuario y maquillaje, relaciones públicas, responsables de prensa, etc.
Los profesores han seguido el programa de cada asignatura aplicándolo, siempre que ha sido posible, al trabajo en la “compañía de ópera”. En el marco de sus actividades se ha creado un fuerte espíritu de equipo entre los alumnos, se han vencido complejos y reflexionado sobre temas muy variados, ensanchando los horizontes culturales y, sobre todo, creciendo como personas.
LÓVA tiene su origen en un programa educativo llamado Creating Original Opera que fue creado hace treinta años, primero en la Ópera de Seattle y después en el Metropolitan Opera Guild de Nueva York, donde alcanzó una gran difusión. Gracias a la Comisión Fulbright, el Teatro Real y la Fundación SaludArte, el proyecto llegó a España de la mano de Mary Ruth McGinn.

Con el apoyo de los Amigos de la Ópera de Madrid se ofrece en el Teatro Real el curso en que se forman los docentes que lo aplican en sus aulas. Este proyecto ha entusiasmado por su dimensión educativa a personas e instituciones de numerosos países y son cientos los centros que lo han aplicado en aulas escolares de los cinco continentes.

ÓPERAS PARA ENSEÑAR A VIVIR
Niños y niñas asumen el papel de profesionales y ponen en pie una producción de teatro musical en la que todo es creación suya: el libreto, la caracterización, la publicidad, el patrocinio, la escenografía, la iluminación, la música, la regiduría, el maquillaje, etc.
A lo largo del curso y en horario lectivo, el proceso de creación de la ópera se convierte en una metáfora de la vida y en una plataforma para el desarrollo social, emocional y cognitivo.
La compañía infantil estrena su ópera después de ocho meses de trabajo y sin ayuda de adultos. LÓVA no tiene como objetivo la calidad artística de la puesta en escena, sino la calidad y la profundidad del proceso de aprendizaje.
LÓVA pone la creación y la imaginación al servicio del desarrollo personal en un entorno de aprendizaje democrático y participativo. Se integra en la actividad del aula y desarrolla aspectos relevantes y objetivos educativos del currículo: lengua, emprendimiento, creatividad, educación física, conocimiento del medio, educación artística, matemáticas, ciudadanía, etc.

INICIOS EN ESPAÑA
El proyecto comenzó en el Teatro Real, en un seminario impartido por la profesora Mary Ruth McGinn y dirigido a profesores durante el curso 2006-07. Un grupo de estos profesores realizaron el curso de formación en Washington National Opera y lo han estado aplicando en sus clases en tres colegios públicos de la Comunidad de Madrid durante los cursos 07-08, 08-09 y 09-10.
Ahora, y gracias a los cursos celebrado en España con el apoyo de los Amigos de la Ópera, el número de centros se ha multiplicado, sumando en el curso 2009-10 trece centros repartidos en seis Comunidades Autónomas, número que vuelve a crecer en el curso 2010-11 y llega a veinticuatro en el curso 2011-12. Los cursos de formación son la mejor puerta de entrada a este proyecto, y son objeto de entusiastas evaluaciones por parte de los docentes asistentes.

Wozzeck

Wozzeck es una obra compleja que requiere, entre otras cosas, una pequeña dosis de paciencia inicial. Es una ópera con constantes desafíos a los que permanentemente hay que sobreponerse. No puedo decir que me haya gustado, pero tampoco lo contrario. Uno se puede sentir sobrecogido,  inquieto, agobiado,  y siempre espectante. Y es que Wozzeck es una ópera con un propósito diferente.

El desasosiego ha caído sobre el Teatro Real como una lluvia fina que apenas se nota, pero que cala hasta los huesos. Y el responsable no es otro que Wozzeck, del compositor Alban Berg y basado en Woyceck, de Georg Büchner (la diferencia entre el nombre y el título se debe a un error en la primera edición que Berg optó por conservar). Su participación en la Primera Guerra Mundial, llevó a Berg a desarrollar un pronunciado antimilitarismo que, sin embargo, no impidió la composición de esta obra con un antiguo militar esquizofrénico como protagonista.
Nunca unos aplausos fueron tan extrañamente tímidos. El público acababa de ser sometido a una presión no resuelta del todo en esta producción.
Wozzeck no resulta fácil de escuchar. Su lenguaje musical y argumental es descrito  con la abstracción de la música atonal, presentando un universo dramáticamente injusto y trasladando al público una inquietud cuyo origen no se ubica facilmete. ¿Es la música?, ¿es el argumento? Una extraña incomodidad que llevó a algunos espectadores desprevenidos a abandonar la sala.
La puesta en escena de Christoph Marthaler, producción estrenada en la Ópera de Paris en 2008, resultaba un tanto deslucida y rutinaria por su cotidianeidad y simpleza. Se trataba de un escenario único, en primer plano una carpa como de feria y tras ella un parque de juegos infantiles que podríamos encontrar en cualquier ciudad. De hecho, Marthaler la descubrió  paseando por las calles de Gante.  La escena de los niños jugando y los mayores aislados en su mundo, ocupando cada uno una mesa en solitario, fue su fuente de inspiración para trazar dos mundos claramente diferenciados y ninguno de ellos exento de melancolía. La escenografía no cuenta con la rotundidad  que si pudimos ver en el Wozzeck de Calixto Bieito en 2007. En esta ocasión, la propuesta de Marthaler rebajó la intensidad y fuerza que posee la partitura de Berg.
Y atendiendo las mesas situadas en la carpa, un Wozzeck angustiado, inquieto, maniático, compulsivo e ingenuo. Interpretado por Simon Keenlyside, el personaje de Wozzeck resultó muy convincente en lo teatral. Se llega a sentir una cierta compasión por este pobre hombre que alcanza la locura empujado por una opresiva sociedad y una medicina que, lejos de buscar su remedio, utiliza sus debilidades para satisfacer su curiosidad y su ego. La voz de Keenlyside no es en absoluto voluminosa, en algún momento costaba escucharle, pero había reservado todo el dramatismo para el final del tercer acto. Conmovedor.
Nadja Michael, como Marie, está dotada de un instrumento con una potencia y contundencia admirables. Su partitura no es fácil puesto que debe mantener un delicado equilibrio para que los gritos expresen emociones y no excesos. El resultado es muy satisfactorio y elocuente.
El capitán, interpretado por Gerhard Siegel, tuvo un punto histriónico, casi desapacible, que potenció el personaje. Su voz e interpretación resultaron muy afiladas e incisivas.
El doctor, Franz Hawlata, interpretó un papel acertadamente malvado. Contribuyó a ello una escasísima calidad de voz, muy adecuada para el personaje, ruin y despreciable, pero no para un escenario como el del Real.
Jon Villars, como tambor mayor, protagonizó una tórrida escena junto a Nadja Micael. Su aspecto tosco, un vestuario acertadamente hortera y su capacidad teatral, dieron gran verosimilitud al personaje.
El resto del reparto, Roger Padullés, Scott Wilde, Katarina Bradic, Tomeu Bibiloni, Francisco Vas, Antonio Magno y Enrique Lacárcel, equilibraron a la perfección el cuadro de cantantes y algunos como Katarina Bradic y Francisco Vas, con una perfecta dramatización de sus personajes.
La orquesta, un poco destemplada al inicio, como la propia partitura y como lo estábamos todos, se fue entonando para ofrecer momentos impactantes, con una potencia arrebatada a veces, pero sin estridencias.
Sylvain Cambreling no es un director de grandes pasiones, pero su técnica es depuradísima y supo extraer de la orquesta sonidos y momentos espectaculares y cargados de intención. Todo para llegar a la reflexión sobre una historia familiarmente dramática.

Alban Berg (1885-1935)
Ópera en tres actos y quince escenas
Libreto del compositor, basado en
Woyzeck de Georg Büchner
Nueva producción en el Teatro Real,
procedente de la Opéra National de Paris
D. musical: Sylvain Cambreling
D. escena: Christoph Marthaler
Escenografía y figurinista: Anna Viebrock
Iluminador: Olaf Winter
Dramaturgo: Malte Ubenauf
D. coro: Andrés Máspero
D. coro de niños: Ana González
Reparto: Simon Keenlyside,
Nadja Michael, Jon Villars, Roger Padullés, Gerhard Siegel, Franz Hawlata, Katarina Bradic, Scott Wilde, Tomeu Bibiloni,
Francisco Vas, Antonio Magno,
Enrique Lacárcel, Álvaro Vallejo

Otello

Mucha era la expectación que había generado el estreno del Otello de Zubin Mehta y Davide Livermore en el Palau de Les Arts. Y oportuno y merecido el éxito que ha cosechado.
Mientras otros miran hacia dentro, sin encontrar nada, Les Arts pone fin a su magnífica temporada con una demostración de fuerza. Ni las amenazas de la crisis, ni las dificultades para conseguir recursos han sido un obstáculo para que Valencia haya ofrecido una importante temporada de ópera, que culmina con la brillantez de esta obra de producción propia.
Otello, la perfecta tragedia tramada por Giuseppe Verdi y Arrigo Boito, es una obra heroica e intensa con la que Verdi logra continuidad musical y dramática a través de sus intensos monólogos y dúos, más declamados que cantados, y con una orquestación que acentúa el dramatismo y la sutileza a lo largo de toda la obra.
La ópera da comienzo y transcurre con un gran despliegue de efectos visuales. El director de escena y de iluminación, Davide Livermore, sorprendió con su planteamiento escénico formado por una plataforma en espiral, con un núcleo móvil.
Sobre el mismo escenario se suceden todas las escenas, cada una definida por unas efectistas proyecciones, desde un mar embravecido a las íntimas estancias donde se desarrolla la tragedia y muerte de Desdémona. Aunque fueron precisamente las imágenes que ilustraron el crimen las menos afortunadas por quedar fuera de contexto.
Una escenografía cargada de simbolismo. Los celos, el resentimiento, la traición… representados por un gran agujero negro que los actores recorrían acercándose o alejándose del núcleo.
Y como maestro de ceremonias, un Zubin Mehta que, a pesar de llevar la obra en un tempo tal vez demasiado lento, desplegó gran variedad de matices en una pulcrísima dirección, más brillante en los momentos explosivos que en los delicados.
La Orquesta de la Comunidad Valenciana, merecidamente ovacionada, respondió con flexibilidad y soltura a las órdenes de la batuta, consiguiendo momentos de gran belleza, sobre todo por parte de las cuerdas, y alcanzando los efectos sonoros tan determinantes en Otello.
El tenor estadounidense Gregory Kunde, que llegó al Palau sustituyendo a Aleksandrs Antonenko, fue otra agradable sorpresa de la noche. Aunque para la voz de Otello me gusta un timbre más oscuro y menos rossiniano, el de Kunde fue un Otello sobresaliente. Sin pretender buscar sonoridades graves, que definen mejor al personaje, pero que él no posee, lo mejor fue la variedad de armónicos, sobre todo en las notas altas que atacó sin miedo. Lástima que al apianar su voz pierda consistencia. Pero dotó a su personaje de un emocionante dramatismo, sobre todo en el último acto y en la escena, cargada de simbolismo, en la que Yago repite como una sombra todos sus movimientos.
María Agresta, como Desdemona, fue de menos a más. Posee un hermoso timbre y una hábil capacidad de regulación de su voz. Construyó una Desdemona delicada, inocente y de gran sentimiento, aunque debe trabajar más la dramatización.
Otro de los atractivos de la noche era poder escuchar de nuevo, esta vez como el maquiavélico y traidor Yago, al barítono Carlos Álvarez. Su regreso a los escenarios está siendo cuidadosamente pausado.
Su voz no es la de antes. El volumen ha disminuido y evidenció dificultades en los ascensos. Pero su fraseo, su nobleza sobre el escenario, su canto elegante y un primer y segundo actos en los que su instrumento sonó firme y lleno de musicalidad, dejan la puerta abierta a una evolución vocal innegable. Visiblemente emocionado recibió una gran ovación.
Marcelo Puente, como Cassio, y sobre todo Cristina Faus como Emilia, resolvieron con mucha dignidad sus papeles.
Muy bien el Coro de la Comunidad Valenciana. Potente y bien desenvuelto por el escenario. Más discreta fue la actuación del coro infantil, Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, manifiestamente mejorable.
Escelente la dirección de actores. Verdi tiene la dificultad de sus grandes cuadros escénicos, con multitudes sobre el escenario que no siempre son fáciles de gestionar. En esta ocasión Davide Livermore realiza una excelente dirección actoral. El equilibrio sobre el escenario es permanente, también cuando éste se llena de coro, soldados, cantantes, niños… No es fácil mover tanta gente en una superficie tan irregular, pero Livermore lo consigue.
El vestuario, del propio Livermore, redondea el empaque de los personajes, sobre todo de Otello y Yago. Aunque confieso que no entendí bien el peinado del coro de mujeres.
En definitiva, un Otello que, con toda su carga dramática, está lleno de frescura, de luz y de talento sobre y tras es escenario.

OTELLO
Giuseppe Verdi (1813-1901)
1 de junio de 2013
Ópera en cuatro actos
Libreto de Arrigo Boito. Basado en el drama homónimo de W. Shakespeare
D. musical: Zubin Mehta
D. escena iluminación: Davide Livermore
Videocreación: D-WOK
Nueva producción del Palau de Les Arts Reina Sofía.
Gregory Kunde, Carlos Álvarez, María Agresta, Marcelo Puente, Cristina Faus, Mario Cerdá

Goerne

Inolvidable recital de Matthias Goerne en el Teatro de la Zarzuela. Una indisposición del barítono alemán, obligó al cambio de fechas, del 5 de febrero al 30 de mayo. A tenor del resultado, el aplazamiento y la espera han merecido la pena.
Un recital cuidadosamente elaborado, donde las obras de R. Schumann y G. Mahler se alternan con milimétrica perfección. Un programa coherente en lo profundo, cargado de melancólicos textos de amor y despedidas. Y una interpretación magistral como vehículo del verdadero y exacto carácter de cada una de las obras.

Apareció Goerne en el escenario sobre el que se concentró unos minutos. Silencios como obertura a los noventa minutos que, sin descanso, y perfectamente agrupados por temáticas, fue ofreciendo de manera continua cada uno de los títulos programados. Con una intensidad que fue creciendo y arrebatando al propio Goerne y con él, al público. Una interpretación sentida, delicada  y enérgica, según el requerimiento de la obra en cada momento. Pero siempre cargada de emotividad. Esa emotividad que una siempre espera y que tan pocas veces llega. Esa expresión intensa en la interpretación emocionada que derriba cuanto encuentra a su paso para alojarse en el cuarto de las cosas que no se olvidan.

Ich bin der Welt abhanden gekommen”, (Me he retirado del mundo), es el título de una de las más emocionantes lied de Mahler que interpretó Matthias Goerne, y sí, durante noventa minutos, nos retiró del mundo…

Don Pasquale

Necesitaba el público del Teatro Real un bálsamo que aliviara las heridas causadas por el reciente Don Giovanni. Esperaba al menos una compensación. Y esta ha llegado de la mano  (maestra) de Ricardo Muti. Se podría decir que,  en el foso, a grandes males, grandes remedios.
La obertura, esa exposición de motivos que expresa el carácter de la obra y, sobre todo, la capacidad (o no) de la dirección musical, concluyó con la primera ovación de la noche. Solo había que abandonarse. El camino, estaba trazado.

La escenografía es sencilla y mínima, puede que un poco pobre y oscura en algunos momentos. Se trataba de un lienzo sobre el que se iban dibujando las escenas perfectamente trazadas por el Maestro Muti.
Una ópera a la que el propio Muti no permite que se califique de menor, y no lo es, pero es su batuta la que la eleva a la categoría de grande. Y es que los trazos que dibuja con ella, marcando el carácter de cada una de las escenas, aportando a su sentido buffo un aire de nostalgia y melancolía que redondea la obra, la hace más compleja y la música adquiere una capacidad de  penetración mayor de la que partía. La naturalidad con la que Muti articula las distintas partes de la obra, dotan a esta de una coherencia armónica que crea una atmósfera envolvente.
Un precioso vestuario de época le daba el perfecto toque de romanticismo para terminar de completar todos los elementos imprescindibles.
Se nota que es esta una obra que el Maestro Muti tiene muy pulida. Llena de detalles, de momentos inspirados y cuidando el lucimiento de los cantantes. Supo dotar de melancolía algunos acompañamientos magistrales, como el de trompeta en el aria de tenor. Y de picardía en el aria de Norina.  Una orquesta, la Giovanile Luigi Cherubini  que es ante todo eso, joven, con todo lo que supone, pero que Muti dirige magistralmente obteniendo unos resultados extraordinarios.

El joven cuadro de cantantes anduvo resuelto por el escenario con una teatralización que superó sus voces.  Dmitry Korchak, como Ernesto, frasea con fluidez y canta con gusto. Posee una  hermosa y lustrosa voz que lució en momentos como la serenata, cuando la tesitura le permitía cierta comodidad en la zona media. Sus agudos apuntan buenas maneras, pero no resolvió ninguno. Faltos de armadura, quedaron en un intento y otros fueron víctimas del miedo. Cuando se esperaba el agudo, aparecía una nota pequeña y tímida. Debe remediar el tránsito a los agudos y esperar que el tiempo y las tablas le afiancen y la valentía sea otra de sus cualidades.
Alessandro Luongo, como Doctor Malatesta, estuvo correcto. Bien en su interpretación, lo mejor que se puede decir de él es que no fue un elemento distorsionador, que hoy por hoy, en bastante.
Nicola Alaimo, como Don Pasquale, recibió los mayores aplausos de la noche. Más por su interpretación del personaje, que resultó entrañable, que por sus cualidades canoras. Pero su presencia sobre el escenario y el carácter que supo imprimir a Don Pasquale redondearon el personaje, muy bien llevado por la impecable batuta del Maestro.
La más prometedora voz de la noche fue la de la soprano Eleonora Buratto. Interpretó una chispeante Norina que el público agradeció. Poseedora de una voz amplia y contundente, presentó algún pequeño problema a la hora de sujetarla. Sus agudos son luminosos y ágiles y se adivina un instrumento con amplio recorrido y capacidad para ser matizado y esculpido.
No fue un delirio, pero sin duda fue una noche disfrutada por un público que salió sonriente y satisfecho.

 

Don Pasquale
Gaetano Donizetti (1797-1848)
Teatro Real, 13 de mayo 2013
Dramma buffo en tres ctos
Libreto: Giovanni Ruffini y Donizetti
Nueva producción del Teatro Real procedente del Festival de Ravenna
D. musical: Riccardo Muti
D. escena: Andrea de Rosa
Escenógrafo: Italo Grassi
Figurinista: Gabriella Pescucci
Iluminador: Pasquale Mari
D. coro: Andrés Máspero
Don Pasquale: Nicola Alaimo
Ernesto: Dmitry Korchak
Norina: Eleonora Buratto
Doctor Malatesta: Alessandro Luongo
Un notario: Davide Luciano
Coro Titular del Teatro Real
Orchestra Giovanile Luigi
Cherubini

María Bayo

La visita de María Bayo es siempre muy esperada por el público de Madrid. En esta ocasión la cita ha sido en el Teatro Real, y el repertorio, las Chants d´Auvergne, de Josehp Canteloube. Una antología de canciones populares  que fue recopilada, armonizada y orquestada a lo largo de numerosos viajes por su región natal, Auvernia.
Formada por cinco series publicadas entre 1923 y 1925, son canciones esencialmente naturalistas con una inventiva paisajística en su orquestación de primer orden.
El recital, dividido en dos partes, ambas francesas, comenzó con Le carnaval romain, de Hector Berlioz. El extraordinario éxito de esta obra en sus estreno parisino, producto de su virtuosismo, animó a Berlioz a incluirlo como preludio en su ópera Benvenuto Cellini.
A continuación, Pelléas et Mélisande, de Gabriel Fauré, suite de concierto llena de dramatismo y simbolismo dividida en cuatro movimientos. Estas dos obras, junto a Le chasseur moudit, de César Franck, formaron la primera parte sinfónica dirigida por el Maestro Titus Engel. El dinamimo de su dirección y su extraordinaria sensibilidad, reflejaron certeramente la exquisita musicalidad de unas partituras cargadas de delicadeza y variadas texturas.
La segunda parte fue el momento de María Bayo. Con las Chants d´Auvergne demuestra que su repertorio nunca se acomoda. Siempre trata de ir un paso más allá en sus interpretaciones y en la elección de nuevas obras. Lo que desemboca en un crecimiento de sus facultades vocales e interpretativas. Paralelamente, descubre al público nuevas músicas, con todo lo que esto supone de enriquecimiento en ambas direcciones. Tal vez sea esta una de las razones por las que su voz está en un permanente buen momento.

Las Chants d´Auvergne sorprendieron inicialmente al público, acostumbrado tal vez al repertorio más clásico y habitual de María Bayo. Pero la frescura de su interpretación y de la dirección de Titus Engel, trasladaron inmediatamente al público a la naturaleza y la campiña de Auvernia.
Con una voz liberada, resuelta, homogénea, eficaz y con un timbre siempre hermoso y delicado, trasladó a todos al verde césped del campo en primavera de la mano de su voz.
En un momento vocal excepcinal, con un fraseo exquisito y emocionado, se trabajó desde el primer momento a un público que acabó entregado, entusiasmado y agradecido cuando lo que recibe son emociones y altísima calidad.

Don Giovanni

Se defiende Mortier ante el evidente fracaso de Don Giovanni, diciendo que los españoles no tenemos la propiedad sobre el personaje, ya que éste es universal, y habla también del derecho de Tcherniakov a exponer su particular visión de la obra. Por supuesto, Sr. Mortier, faltaría más. Pero este Don Giiovanni no es el resultado de una escenografía provocadora y un público provocado y estimulado. Tampoco es el resultado de un madurado planteamiento intelectual que exija una mayor reflexión por parte del público. Ni siquiera es una propuesta contemporáneamente arriesgada e incomprensible producto del delirio de un artista. El resultado es, simplemente, un Don Giovanni malo y aburrido. Si prefiere, extraordinariamente malo y aburrido, que para eso es el Real.

Ha estado bien pensado programar a Don Giovanni tras el Così fan tutte. Las dos hablan de amor, libertad y fidelidad, pero ambas son obras muy diferentes. La versión que nos ofrece en esta ocasión el Teatro Real es la de Viena, que tiene dos arias para tenor y una de Donna Elvira, más que la de Praga.
Don Giovanni es un mito de largo alcance. Cuando Mozart escribe el suyo, existen ya 80 óperas dedicadas al personaje. Un mito que puede caminar en muchas direcciones diferentes. Aunque en alguna de ellas, como es esta, camine torpemente hacia el fracaso.
Dicen que todos llevamos un Don Juan dentro. Todos menos Russell Braun. Que casualidad y que mala suerte para el público del Real.
Una lástima que para el Sr. Mortier no existan cantantes españoles de calidad. Debe ser esa la razón por la que se haya visto obligado a contratar un cuadro de cantantes con este nivel de mediocridad tan difícil de superar. Siendo Ainhoa Arteta (famosa soprano australiana) la única intérprete en esta producción que se mantuvo a flote.

Es importante resaltar el talento artístico y teatral de Tcherniakov. Baste con recordar su Eugene Onegin en este mismo Teatro. Talento que quedaría indubitablemente de manifiesto con la creación de una obra desde sus inicios. Una obra contemporánea que le permitiese exponer sus planteamientos artísticos de manera directa, sin necesidad de retorcer a capricho un planteamiento inicial y llevarlo hasta el abismo de la contrariedad.
La insistencia de Tcherniakov por despojar de dignidad a los principales personajes de las obras que dirige, y la rectificación permanente a los maestros que las escriben, requiere mejor de una revisión terapéutica que artística.
Con la excusa de desmitificar al personaje, ha creado un Don Giovanni inseguro, irresponsable, desprovisto de toda galanura, visiblemente alcohólico y lastrado por la incoherente puesta en escena.
La escenografía es absolutamente plana. Insiste Tcherniakov una vez más en grandes salones en exclusiva, puesto que toda la obra se representa en el mismo decorado, empequeñeciendo una vez más el escenario. Contribuyendo así al tedio de la producción.

En Arteta estaban puestas gran parte de las esperanzas de un público madrileño que, tras su actuación de la pasada temporada junto a Plácido Domingo, la esperaba generoso e ilusionado. Se puede decir que entre el desconcierto de esta producción casi es la única que se salva. El haber aceptado este papel a propuesta de Mortier, ha sido todo un acierto. El cambio hacia roles más exigentes y complejos puede hacer que su carrera abandone la mediocridad y adquiera, por fín, una nueva dimensión. Cualidades no le faltan.
Su voz, de potente emisión y timbre agradable, comenzó algo destemplada, tal vez incomodada por el montaje y el fracaso del estreno, pero se hizo de inmediato con las riendas de una Donna Elvira enérgica y burlona, aunque menos doliente. Tuvo dificultades en los graves en el primer acto que se hicieron evidentes en “Gli vo cavare il cor”. Mejor en el segundo acto donde se mostró rotunda, aunque escasa de fiato en algún aria de prolongada volata. Reconocerle también sus mejoras interpretativas.

Otra de las voces a destacar fue la de Leporello, interpretado por Kyle Ketelsen. Una gran voz, rotunda y armónica que, junto con la de Arteta, puso en evidencia las carencias del resto del reparto.
Christine Schäfer se limitó a cumplir con su papel. Fue de menos a más hasta llegar a “Batti o bel Masetto” que interpretó con gusto. Lo mejor, el dramatismo que impuso a sus recitativos.
Paul Groves, del que disfrutamos en Iphigénie en Tauride y Perséphone, fue una triste sorpresa como Don Ottavio. Con problemas permanentes para mantener la afinación, con voz chillona, gutural y feamente falseada, fue amonestado por el público al terminar alguna de sus intervenciones. Don Ottavio no entró en él, ni él en Don Ottavio.
La joven soprano alemana Mojca Erdmann solventó su papel de Zerlina de manera discreta. Se apunta una hermosa y mozartiana voz,, aunque pequeña. Debe mejorar mucho su dramaturgia, y si pueden mejorar también su vestuario, ganaría mucho el personaje.
David Bizic, como Masetto, era un armatoste que como tal se movía por el escenario. Frío e inexpresivo, parecía estar en una representación escolar.

Russell Braun fue el mayor desatino de la noche, que ya es decir. Una voz quebradiza, pequeña, inconsistente. Apunto del derrumbe en varios momentos, no se si por miedo o por mimetismo. No es la de Russell Braun una voz para Don Giovanni. No lo fue en ningún momento, a pesar de los muchos que la partitura ofrece para el lucimiento. Ni siquiera fue capaz de dejarse llevar por la bellísima interpretación de la mandolina, en las hábiles manos de Araceli Yustas interpretando el aria “Deh vieni alla finestra”. Le esperó a la entrada, apianando delicadamente para no taparle, le indicó el camino correcto para el lucimiento pero, todo fue en vano.

La dirección musical de Alejo Pérez es inexistente. Desde una obertura a veces irreconocible, hasta la progresiva decadencia del segundo acto. Como aspecto positivo decir que su rutina al frente de la orquesta permitió, al menos, el plácido sueño de algún espectador. Se quejaba Alejo Pérez, días antes del estreno, que l escenografía había afectado y alterado el tempo de la obra. Pero el resultado musical evidenciaba más alteraciones que esa. La Orquesta, que nos tiene acostumbrados a grandes noches, sonó rala, plana y a destiempo.
Ser coro en la producción de alguien que, como es el caso de Tcherniakov, no le gustan los coros, es resignarse a permanecer oculto durante toda la representación. Esta vez, como en otras, estuvo escondido en el foso, y a foso sonó.

Don Giovanni
Il dissoluto punito ossia Don Giovanni
W. A. Mozart (1756-1791)
Libreto de Lorenzo da Ponte
D. musical: Alejo Pérez
D. escena: Dmitri Tcherniakov
D. coro: Andrés Máspero
Don Giovanni: Russell Braun
El Comendador: Anatoli Kotscherga
Donna Anna: Christine Schäfer
Don Ottavio: Paul Groves
Donna Elvira: Ainhoa Arteta
Leporello: Kyle Ketelsen
Masetto: David Bizic
Zerlina: Mojca Erdmann
Fortepiano: Eugène Miichelangeli
Coro y Orquesta Titulares del
Teatro Real

Serva Padrona

El Teatro Real, fiel a su proyecto  pedagógico, representa estos día en su Sala Gayarre La Serva Padrona de Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736). Ópera para niños a partir de 7 años, libreto de Gennaro Antonio Federico y bajo la producción de la compañía Etcétera. Unos hermosos títeres dirigidos por Enrique Lanz, dirigidos musicalmente desde el clave por José Antonio Montaño, con los solistas de la Orquesta Escuela de la Sinfónica de Madrid, Eugenia Enguita, como Serpina y Manel Esteve y Pablo López, como Uberto.
En La serva padrona, cantantes y títeres se confunden en un juego teatral y la magia que propone la ópera, potenciando los códigos de la commedia dell ‘arte.
La serva padrona (La criada señora) trata de las triquiñuelas de las que se sirve la criada Serpina para heredar la fortuna de su señor, el solterón Uberto. Se estrenó en Nápoles, en 1733. Es considerada como la primera obra maestra de las óperas bufas. Fue compuesta como intermedio de una ópera seria y larga (razón por la cual solo dura 45 minutos repartidos en dos actos, los dos intermedios de la ópera), aunque después se representó ya con enorme éxito en toda Europa como ópera de repertorio.
Esta ópera se encuentra justo en el paso entre la música barroca y la clásica; y ha sido siempre elogiada como modelo de naturalidad y realismo. Sin embargo, cuando se representó por primera vez en París fue considerada por los más clásicos una “blasfemia musical”, y desató “La guerra de los bufones” entre los defensores de la ópera seria, con temas de héroes y mitos (Rameau y Lully) y los que se alineaban en el bando de la ópera ligera italiana (Rousseau y los enciclopedistas).

Historia de esta producción
En 1998 la Orquesta Ciudad de Granada encargó un nuevo montaje a Etcétera: La serva padrona, ópera bufa napolitana de siglo XVIII, con música de Giovanni Baptista Pergolesi y libreto de Genaro Antonio Federico. Se estrenó el 19 de abril en el Auditorio Manuel de Falla, con los cantantes Mariola Cantarero y Pau Bordas, dirigidos junto a la OCG por Vincent Monteil.
Nuevamente fueron los obstáculos y no las facilidades, los acicates que movieron a Lanz para afrontar el espectáculo. La música barroca cantada en napolitano era más difícil de abordar que la de Pedro y el lobo. Debían comprenderse las situaciones y comicidad de las escenas aunque el público no conociese la lengua. Se planteaba el mismo problema espacial, por lo que la escenografía y la escenificación se diseñaron para verse en las dos salas del auditorio simultáneamente. Solo se podía contar con tres ó cuatro personas para dar vida a los títeres.
Enrique suele trabajar por eliminación más que por acumulación, auto- acotándose con las dificultades o limitaciones imponderables. Esa metodología le condujo en este caso a la invención de una técnica de animación expresiva y funcional, por la autonomía que permite. Su intención desde el principio fue crear figuras con movimientos muy naturalistas. Esto, unido a la condicionante de la visión a trescientos sesenta grados le llevó a decantar numerosas técnicas.
Le seducía la organicidad de los movimientos del bunraku pero no podía permitirse contar con tres personas para animar una figura, hecho que además obstaculizaría la visión de una de las salas. Los títeres de varilla presentaban hándicaps similares, así que su decisión fue crear una técnica que permitiese a una sola persona mantener en alto un títere durante un tiempo indefinido, fusionando el bunraku con las varillas.
Lanz construyó junto a cuatro ayudantes de taller, títeres en madera y arpillera, ataviados con encajes y esparto, de aspecto gastado pero tremendamente bellos, y sorprendentes sobre todo por la calidad de su movimiento. Cada títere está unido al cuerpo del manipulador, apoyado sobre los hombros de este, que puede así soportar los siete kilogramos de peso y tener las manos libres para el uso de varillas y demás recursos, que le permiten articular los brazos, las manos, las cabezas, las bocas; y conseguir una fisicalidad muy fluida y delicada. Una vez más Lanz alcanzó un resultado de aspecto sofisticado con recursos muy sencillos como frenos de bicicletas o sistemas de palanca.
Con La serva padrona emergieron nuevos aspectos en el trabajo de este director que luego han ido enriqueciéndose en su obra posterior, y que constituyen una de las principales contribuciones de Etcétera: las interrelaciones de las artes, la escena entendida como una totalidad donde sus componentes son muy variados e indisociables. Sus propias notas nos permiten entenderlo mejor: “La propuesta se distanció de los planteamientos tradicionales de las óperas con marionetas, donde el títere es la mera representación de un personaje. Los diversos elementos que articularon el espectáculo –instrumentistas, cantantes, actor, titiriteros y títeres– permitieron la interacción de cada uno de ellos traspasando los roles y registros que normalmente asumen.”
Se mezclaron las realidades de los músicos con las de los títeres, y ambas a su vez con la historia que interpretaban entre todos. El recurso del teatro dentro del teatro, tan recurrente en la obra de Lanz, se manifestó aquí en diferentes niveles. Sobre el escenario se ubicaba una pequeña orquesta de cámara compuesta por un clavecinista-director, instrumentistas de cuerda, y dos cantantes -soprano y barítono-. En medio de los músicos aparecían los tres títeres que representan a unos actores que representan a su vez a unos personajes, los de La serva padrona. Entre todos
ofrecían un concierto en italiano que no se entendía pero no importaba porque la historia era “otra”.
Las relaciones entre cantantes, títeres, titiriteros y músicos construían una trama paralela a La serva padrona. Esas correspondencias –muchas veces cómicas y delirantes– enriquecían en sentido y tensión el breve argumento de esta ópera, que si bien es muy rica a nivel musical, no lo es tanto a nivel dramático. La presencia de un actor que hacía de violinista formando parte de la cuerda, creaba situaciones hilarantes que perturbaban los límites entre la ficción y la realidad. Como dice Lanz él no representó La serva padrona sino una representación de la misma. Creó múltiples juego para trastocar la percepción de los espectadores, porque según expresa “lo principal no es que entiendan, sino que se hagan preguntas, que sientan la belleza de la música, de la plástica y del movimiento, de ese mundo de emociones que es la ópera.”
Justamente un teatro de ópera, el Gran Teatre del Liceu, de Barcelona, considerado uno de los más importantes del género a nivel internacional, se interesó en La serva padrona. En su reinauguración en la temporada 1999– 2000 el Liceu comenzó a acoger espectáculos para niños y Etcétera fue la pionera en esta programación. En febrero y mayo de 2000 La serva padrona llegó al foyer del Liceu.
Muchos músicos actuaron en La serva padrona durante los cinco años que estuvo en activo, pero ha de destacarse el trabajo del barítono Manel Esteve, de la soprano Rocío Martínez, de los directores Elizabeth Attl y Enrique Rueda, y del violista Bernat Bofarrull. También hay que mencionar la excelente interpretación del actor Claudio Vegal.
Si los actores suelen ser los colores con los que compone un director de escena, en el caso de Lanz fueron los músicos quienes le ofrecieron realmente esta posibilidad. Con algunos directores o instrumentistas la complicidad creativa ha permitido que el trabajo de Etcétera se enrumbe hacia nuevos derroteros. A partir de La serva padrona Enrique comenzó a colaborar con diferentes músicos como Bofarrull y Rueda. Estos intercambios impregnaron el trabajo de originales y provechosos tonos.

Yanisbel Victoria Martínez. Fragmentos del texto publicado en el catálogo de la exposición “Títeres. 30 años de Etcétera”.
Para el Proyecto Pedagógico del Teatro Real
Fotografías: Javier del Real

Juan Diego FLorez

Con Les Pêcheurs de Perles, Georges Bizet deja constancia, a través de su música, de las nuevas corrientes artísticas que se desarrollaban en Europa a partir de la segunda mitad del siglo XIX. La literatura, la pintura y, por supuesto la música, ponen de manifiesto una nueva estética.
El drame lyrique, género característico del Segundo Imperio francés, se distancia de los conflictos políticos y sociales para adentrarse en acontecimientos individuales y costumbristas. Frente a las grandes y complejas escenografías y multitudinarios tableux, el drame lyrique se centra en la intimidad de sus protagonistas y sus pasiones amorosas.
Con los pescadores de perlas, Bizet se adentra en el exotismo reinante en ese momento. Exotismo que desarrollará hasta llegar a Carmen.

Pocas son las ocasiones en las que se puede escuchar en Madrid al tenor peruano Juan Diego Flórez. La última ocasión en 2010, participando en I Puritani. También en versión concierto. Y es que resulta aún más difícil verle como actor.
Flórez siempre levanta gran espectación en Madrid y quedó una vez más de manifiesto al agotarse el papel en taquillas nada más ponerse a la venta.
Y Flórez no defraudó a su público, pero tampoco se puede calificar su actuación de extraordinaria ni redonda. Su instrumento continúa intacto, casi perfecto, y su voz sigue siendo ligera, aérea, homogénea, liberada, penetrante, aunque no se apreciaron esa noche los brillos metálicos en sus notas más agudas.
Sin embargo, estuvo lleno de inseguridades toda la primera parte. No estaba cómodo y se notaba.
Nada que ver con sus interpretaciones belcantistas. Y tal vez sea ese el motivo de su inseguridad. El rol del pescador Nadir no le permitió demostrar la habitual firmeza de su línea vocal.
El segundo y tercer acto fueron mejor solventados que el primero. Gracias sobre todo a los dúos con Patrizia Ciofi, donde se elevó su voz y su confianza.
Arriesgó lo justo Juan Diego Flórez en una noche que se esperaba, como en otras ocasiones, inolvidable, pero esta vez pareció quedar inconclusa. Siempre se espera mucho más de una de las mejores voces del panorama lírico internacional.

La soprano ligera Patrizia Ciofi, que parece estar en un eterno buen momento, ejerció, en su rol de sacerdotisa Léïla, la perfecta réplica a su compañeros de reparto. Su voz grande, a veces delicada, mostró alguna que otra estridencia y empiezan a notarse las carencias de una voz que se acerca, inevitablemente, a un desgaste evidente. Pero nada de esto impidió que lograse momentos grandiosos. Se mostró segura con su rol en todo momento, quizá excesiva en algunos gestos, pero su interpretación fue de las más aplaudidas.

Marius Kwiecien comenzó con graves problemas y no fue hasta el inicio de la segunda parte, cuando se advirtió al público de sus problemas de garganta. Aún así, y como siempre por deferencia, cumplió con su papel hasta el final. Una lástima no haber podido escuchar en su esplendor a este barítono polaco al que ya conocemos por sus recientes interpretaciones en el Real en Le nozze di Figaro, Eugenio Oneguin y Król Roger.

El breve papel de Nourabad, defendido por el joven bajo italiano Roberto Tagliavini, hizo que pasara casi inadvertido, si no fuera por su imponente presencia escénica. Pero proporcionó alguna pista de por qué es uno de los bajos más solicitados últimamente en los principales teatros.

El Coro, que recibió una merecidísima ovación por parte del público, sonó afinado, potente y a tempo en una más de sus magníficas actuaciones esta temporada. Es ya un protagonista imprescindible y reconocible en cada representación.

La dirección musical del israelí Daniel Oren resultó bastante discreta. La orquesta sonó lenta y excesiva, casi como sus gestos. Falta de delicadeza y del lirismo que requiere la partitura.

 

Georges Bizel (1838-1875)
28 de marzo, Teatro Real de Madrid
Ópera en tres actos en versión concierto
Libreto: Michel Carré y Eugène Carmon
D. musical: Daniel Oren
D. coro: Andrés Máspero
Léila: Patrizia Ciofi
Nadir: Juan Diego Flórez
Zurga: Mariusz Kwiecie,
Nourabad: Roberto Tagliavini

DiDonato

Un mes de marzo muy activo en el Teatro Real. Tras Così fan tutte de Mozart y Haneke, un Roberto Devereux de Donizetti, para volver a escuchar a Edita Gruberova, una Noche del Real para el lucimiento de Joyce DiDonato y, sin solución de continuidad, Les pêcheurs de perles de Bizet, con un deseado Juan Diego Flórez junto a Patrizia Ciofi. Todo esto para dar entrada, ya en abril, a un Don Giovanni mozartiano en el que debuta, por segunda vez, Ainhoa Arteta.
Semanas de vértigo en las que la cantidad viene acompañada por la calidad.

Tras el estreno de la ópera de Glass, y el “Così fan tutte” mozartiano bajo la dirección escénica de Haneke, el Teatro Real se toma un respiro programando para el mes de marzo y abril algunas de las obras más atractivas de la temporada. En esta ocasión el atractivo reside, únicamente, en la música y los intérpretes, algo muy de agradecer.

ROBERTO DEVEREUX
Tres representaciones en versión concierto de “Roberto Devereux” de Donizetti, han sido la oportunidad de escuchar a la incombustible soprano eslovaca Edita Gruberova, tras 10 años de ausencia en este teatro. Conserva, a sus 66 años, una voz poderosa que no dejaba pisarse por la orquesta, y unos pianissimi magníficos, aunque es evidente el declive de su voz, pero tiene la capacidad de vestir sus personajes del drama, la ternura y la personalidad que solo la experiencia otorga y que tanto escasea sobre los escenarios hoy en día.
En la réplica tuvo a José Bros.
Incluso para una versión concierto resulta poco expresivo, pero toda la noche se mostró seguro, sobre todo en los dúos. Su voz sonó potente y voluminosa, incluso emotiva en algunos momentos.
Vladimir Stoyanov fue muy aplaudido por el público. Su actuación fue muy correcta, consiguió estar a la altura del resto de las voces. Su voz es de una gran belleza.
Sonia Ganassi fue la más aplaudida. Con gran dramatización y una voz potente y convincente, dio vida a una grandísima Sara.
La Orquesta, bajo la dirección de Andriy Yurkevych, sonó casi atronadora, briosa y ágil, en equilibrio con los cantantes. Bien dirigido también el coro, delicado y emocionante, sobre todo en los volúmenes de sonido que consiguió alcanzar. Magnífica noche de ópera.

Gaetano Donizetti
Tragedia lírica en tres actos
D. musical: Andriy Yurkevych
D. coro: Andrés Máspero
Gruberova, Stoyanov, Ganassi,
Bros, Atxalandabaso, Orfila,
San Antonio, Stánchev

JOYCE DIDONATO
“Estuve aquí como un muchacho y me encanta volver como una reina”. Con estas palabras, en italiano, se presentó la mezzosoprano estadounidense el pasado 8 de marzo en el Teatro Real de Madrid. Hacía así referencia a su anterior actuación en el coliseo madrileño en 2010, interpretando al joven Octavian, en el Caballero de la Rosa.

“Reinas” es el propósito de este recital y ellas son las protagonistas. Y como una auténtica reina se ha mostrado sobre el escenario DiDonato. Vestida con un espectacular vestido rojo de varias piezas que iba intercalando, arropada por Il Complesso Barroco, bajo la dirección del violín de Dmitry Sinkovsky, Joyce DiDonato ha desplegado todas sus virtudes canoras e interpretativas, transmitiendo la intensidad de las obras con una energía formidable. El público ha disfrutado con ella y ella con el público en un intercambio de emociones que ha terminado con cuatro bises.
Dominadora de la coloratura y del exigente cambio de registros de algunas de las arias que ha interpretado, sin duda son las arias dramáticas en las que mejor se desenvuelve y con las que ha alcanzado un nivel interpretativo excepcional. Una noche llena de emociones gracias a una mujer encantadora sobre el escenario que se ha metido al público en el bolsillo.

Cosi Fan Tutte

Y Haneke llegó a Madrid, a dirigir el “Così fan tutte” con 5 candidaturas a los Oscar y acompañado de un considerable revuelo mediático. Una, que no termina de acostumbrarse a los directores de escena erigidos en protagonistas únicos de las actuales representaciones operísticas, me temía lo peor. Pero no hay nada que temer, es cierto lo que dicen, Haneke es un maestro.

La intensidad de las emociones no son siempre sinónimo de tormento. Como muy bien explicó Haneke sobre el sufrimiento que pueden llegar a infringir sus películas, “es quien sufre con ellas quien debe preguntarse por qué, ya que no es mi intención hacer sufrir”. Y así ha tratado y resuelto la dirección escénica de esta obra, con intensidad, aprovechando que se trata de la obra más profundamente elaborada de Mozart. Un Mozart convulso en el momento de su composición y que así queda reflejado en la partitura. Sin duda, de las más bellas que escribió.

Pero empecemos a desmenuzar los entresijos de esta representación. Nada más entrar nos encontramos con la agradable sorpresa del regreso al programa de mano de 32 páginas en sustitución de la ridícula cuartilla que se viene distribuyendo últimamente. Esperemos que esto sea un gesto definitivo.

El izado de telón desvela el misterio tan celosa y ridículamente guardado durante meses. Un gran ventanal separa el interior de un palacete barroco del siglo XVII italiano. En el exterior, una balaustrada napolitana y columnas atemporales que ofrecen una gran profundidad, dejando ver el cielo y la luz que serán uno de los protagonistas en permanente movimiento, pasando de un esplendoroso día a una noche estrelladamente cerrada. Ambos efectos de una indudable belleza.
En el interior, de una elegante simplicidad, los únicos elementos son la chimenea y la logia napolitanas, unos sillones de corte moderno y, como contrapunto a este esplendor, un frigorífico que es casi un protagonista de la obra ya que es permanentemente visitado por todos los personajes.
Sobre el escenario se produce una interesante simbiosis entre el siglo XVII y el XX. Se entremezclan sin mezclar y muy elegantemente, personajes y vestuario de ambas épocas. Una fusión perfecta que provoca la identificación indistinta y sutil.

Mucho tiempo habían dedicado Mortier, Cambreling y el propio Haneke a la selección, mediante audiciones, del conjunto de cantantes más adecuados. El resultado es de un equilibrio musical e interpretativo muy notable. Todos dentro de una cierta discreción. Destacar al joven tenor Juan Francisco Gatell. Interpretó con gallardía “un aura amorosa”, dotado de un hermoso timbre, aunque con ligero trémulo, aspira a una importante carrera.
Otra de las voces sobresalientes fue la Fiordiligi, interpretada por Anett Fritsch. Alejada de sutilezas y refinamientos pero con un instrumento poderoso en la proyección, amplio y con gran capacidad. Daba la impresión de haber podido cantar todo lo que se le hubiera puesto esa noche por delante.
Se echa en falta en los cantantes, no se si dada su juventud, o el respeto reverencial al exigente maestro ausente, de cierta carga de profundidad dramática en la interpretación de las arias. Una obra tan llena de ímpetus se requiere escuchar con más órganos que los auditivos.
Han brillado los conjuntos, más importantes en esta ópera que las arias. Los dúos han hecho gala de una extraordinaria compenetración.

La dirección musical a cargo de Cambreling hay que dividirla en dos partes. Teniendo siempre en cuenta que Mozart no es precisamente su especialidad. La primera parte resulto algo lenta por la falta de brío. Cosa muy distinta fue la segunda parte, resuelta con brillantez y energía.
La manera deliberada en que Cambreling y Haneke han marcado el tempo musical y dramático, incorporando los silencios significativos, se fueron entendiendo mejor a medida que avanzaba la obra. Estas pausas valorativas a las que Haneke nos tiene acostumbrados en sus películas, resultan aquí acertadas cuando son el complemento a los momentos de mayor intensidad. Permiten respirar profundamente la escena que se acaba de presenciar. Los recitativos llevan todo el peso interpretativo y se convierten en un elemento dramático conductor fundamental, situando la escena de manera precisa.

De la mano de Haneke se respiran los movimientos, los detalles, nada está dejado a su suerte. Todo lo que sucede, y lo que no, es deliberado. Una magnífica dirección de actores que permiten una visualización escénica de una distribución perfecta.
Sin darte cuenta, una historia que parece inverosímil, se convierte en perfectamente creíble y de la que se espera el final con entusiasmo, un final sobradamente conocido pero del que se espera sorpresa.

Un Così fan tutte para disfrutar plenamente y para una reflexión final. ¿Qué se diría de esta misma producción si el maestro de escena no fuera Haneke?.

COSÌ FAN TUTTE
Teatro Real, Madrid, 26 febrero 2013
W. Amadé Mozart (1756-1791)
Dramma giocoso en dos actos
Libreto de Lorenzo Da Ponte
Nueva producción del Teatro Real. Coproducción con De Munt La Monnaie de Bruselas
D. musical: Sylvain Cambreling
D. escena: Michael Haneke
Escenógrafo: Christoph Kanter
Figurinista: Moidel Bickel
Iluminador: Urs Schönebaum
D. coro: Andrés Máspero
Orquesta y Coro titulares del Teatro Real
Fiordiligi: Anett Fritsch
Dorabella: Paola Gardina
Guglielmo: Andreas Wolf
Ferrando: Juan Francisco Gatell
Despina: Kerstin Avemo
Don Alfonso: William Shimell
Clave: Eugène Michelangelila

Perfect American

El estreno mundial de una ópera puede ser algo intrascendente (véase Faust-Ball), o puede ser un momento especial, casi mágico. ¿Qué elemento marca la diferencia entre ambas situaciones? Sin duda, la calidad y peso específico del autor.

Philip Glass es el elemento imprescindible capaz de cumplir las expectativas generadas ante un acontecimiento de estas características. Pero con una partitura muy superior al libreto, tal vez decepcione un poco la benevolencia con la que al final se trata al personaje de Disney, dadas las expectativas iniciales. La novela en la que se basa la obra, Der König von Amerika, de Peter Stephan Jungk, es mucho más despiadada que el resultado final de The Perfect American.

El estreno mundial de una ópera puede ser algo intrascendente (véase Faust-Ball), o puede ser un momento especial, casi mágico. ¿Qué elemento marca la diferencia entre ambas situaciones? Sin duda, la calidad y peso específico del autor.
Philip Glass es el elemento imprescindible capaz de cumplir las expectativas generadas ante un acontecimiento de estas características. Pero con una partitura muy superior al libreto, tal vez decepcione un poco la benevolencia con la que al final se trata al personaje de Disney, dadas las expectativas iniciales. La novela en la que se basa la obra, Der König von Amerika, de Peter Stephan Jungk, es mucho más despiadada que el resultado final de The Perfect American.
Quien conozca la obra de Glass sabe que su lenguaje musical no es un lenguaje operístico tradicional. Está lleno de peculiaridades minimalistas que hacen que su música sea inconfundible en su particularidad. Pero en el Perfecto americano descubrimos un Philip Glass distinto, que se encuentra en un momento creativo extraordinario.
Tras una madurada evolución, ha creado una línea musical dotada de una coherencia insólita. La cadencia de la música resulta irresistible desde los primeros acordes. De un modo casi hipnótico, el ritmo virtuoso marcado principalmente por la percusión, traza un camino imposible de abandonar hasta el final de la obra. Bajo la influencia de Brukner, elabora largos fragmentos que se repiten. Notas aparentemente ocultas que Glass situa en primer plano y transforma en el tema principal.
Su amplio sentido del tiempo, casi quietud, evocador de la música de Ravi Shankar, se combina magistralmente con los súbitos cambios de ritmo.

UNA ESCENOGRAFÍA SENCILLA Y BRILANTE
La propuesta del director de escena Phelim McDermott parte de un reto inicial, crear una puesta en escena sobre Walt Disney sin utilizar ninguno de sus famosos dibujos. No hay que olvidar que Disney es, ante todo, una de las principales marcas del mundo, derechos incluidos.
Esto ha permitido dar un mayor margen de creatividad y frescura. Para ello, ha construido un espacio escénico onírico, que asemeja un antiguo estudio de cine con un cierto aire decadente, casi melancólico, donde utiliza las proyecciones como principal hilo descriptor de las capas o cuadros que diferencian las distintas escenas, creando un espacio entre la realidad y los sueños.
Las imágenes de sencillos dibujos en desarrollo, creando figuras y complementando espacios, plantean una de las primeras reflexiones de la obra, el proceso artístico-creativo. El verdadero protagonista por encima de la obra final y la representación de éste como una cadena de producción.

La obra no trata sobre la vida de Disney, se ocupa de momento puntuales, principalmente sus últimos meses de vida. La relación con su hermano Roy, con el resto de su familia. Sus temores ante la cercanía de la muerte y el deseo de querer vivir eternamente.
Se plantea también el siempre delicado dilema de la propiedad intelectual. Disney no creó ninguno de sus personajes, y este conflicto tienen una gran presencia en la obra a través del trato con uno de sus dibujantes.

El cuadro de cantantes es en esta ocasión de un notable equilibrio. El libreto no es extenso y tampoco es grande la dificultad de los distintos personajes. Pero esto no impide realizar un trabajo extraordinario a Christopher Purves, muy reconocido por el público. Es un Disney bien caracterizado y transmitiendo vocalmente la potencia y personalidad del personaje. La misma contundencia vocal que demostró David Pttsinger, como Roy Disney. Ambos cantantes empastaron perfectamente en los duos.
Donald Kaasch, otro gran conocido en este teatro, creó un dibujante desafiante y protestón que se enfrentó a los hermanos Disney en un plano de equilibrio e igualdad.

Wall Disney mandó construir un autómata de Abraham Lincoln que aparece en la obra y que es utilizado para descubrir la personalidad más oscura del protagonista. Un impresionante (por su envergadura) Zachary James, da vida al autóata Lincoln.

Otra de las figuras que aparece relacionada con el protagonista es Andy Warhol, representado por el tenor John Easterlin, muy conocido y reconocido por el público madrileño y maestro en dotar a sus personajes de un histrionismo necesario para redondearlos.
Resaltar en esta ocasión, y ya son muchas, la actuación del coro. Un empaste perfecto para unas bellísimas particelle elaboradas por Glass que son, junto con un par de solos de chelo, las notas más hermosas de esta nueva obra tan llena de delicadeza y momentos íntimos.

El director musical Dennis Russell Davies demuestra su perfecto conocimiento del autor y de su obra. Extrae de la Orquesta un sonido delicado, nítido y lleno de frescura y pone su grano de arena en la cada vez mayor profesionalidad y calidad de la Sinfónica de Madrid. Los sonidos de la percusión son los principales responsables de la personalidad de esta obra.

Es importante dejar constancia de algunos detalles. La casi unánime opinión favorable por parte de un público que aplaudió sobradamente, y la abundancia de público joven en el patio de butacas. Este extremo, junto con la repercusión internacional que ha tenido este estreno mundial, satisfacen dos de las razones por las que Gerard Mortier fue contratado por el Teatro Real: atraer nuevos públicos y situar al teatro en el panorama internacional.

The Perfect American
Philip Glass (1937)
Teatro Real, ópera en dos actos
Libreto de Rudy Wurlitzer
D. musical: Dennis Russell Davies
D. escena: Phelim McDermott
Purves, Pittsinger, Kaasch, Kelly,
McLaughlin, Tynan, Fikret, Lomas,
James, Easterlin, Noval-Moro, Gálvez, Buñuel.

Macbeth

Utilizar un zoom demasiado alejado para tratar de visualizar acontecimientos y personajes muy concretos, puede causar una pérdida de perspectiva y la descontextualización de elementos fundamentales que componen la esencia de una obra original.
La globalización, tiene entre sus aspectos negativos, ser la causante de la pérdida de identidad. También en la ópera.
El espectacular y original recurso de Google Earth, con el que nos sorprende desde el inicio Dmitri Tcherniakov, queda diluido cuando la flecha del buscador no acierta en su localización.  Una ciudad cualquiera, de un país cualquiera, con una burguesía (que no realeza) cualquiera, son las nuevas referencias de una ópera a la que Verdi ya había dotado de suficiente personalidad.  Sobre todo en la segunda versión de 1865, como culminación de un proceso personal y musical que se alejaba del melodrama, para adentrarse en la dramaturgia de Shakespeare y Víctor Hugo.

Tcherniakov, que tan acertadamente ha escenografiado obras más complejas – como ejemplo cercano citar su Onegin de la pasada temporada- en esta ocasión, y haciendo uso de un recurso capaz de escudriñar todos los rincones del planeta, nos asoma a una ventana donde se desarrolla un Macbeth totalmente desdibujado.
Una escenografía sombría en las escenas de exterior, y extremadamente pobre en la estancia que se nos presenta a través de la ventana, donde se desarrollan las escenas principales, limitando el espacio sin justificación. Desaprovechando tan hermoso escenario. Impidiendo con ello que en esas escenas el coro comparta espacio, teniendo que intervenir escondido, sonando a lo lejos (algo imperdonable en una obra de Verdi donde la presencia coral es fundamental). En definitiva, una ópera televisada en directo.
Pero la torsión principal llega con el tratamiento de los personajes. Tcherniakov ha dado todo tipo de explicaciones sobre qué y cómo quiere transmitir la obra de Verdi. Obra sobre la que reconoce haber tenido dificultades para elaborar su escenografía.
Todos sabemos que la necesidad de tantas explicaciones no es una buena señal. Sobre todo tratándose de una obra tan explícita. Como he dicho, un tratamiento tan generalizador descarga de relevancia a los personajes.

Un rey ridiculizado, aunque este punto pueda servir como crítica a una monarquía decadente. Un Macbeth (en adelante Sr. Cuesta) de poca presencia, pusilánime y manipulable. Rallando con el ridículo cuando es obligado a morir en calzoncillos, privándole así, de cualquier atisbo de dignidad.
Una Lady Macbeth muy de su casa, de sus cosas, de sus pijamas, dando la impresión que en cualquier momento aparecería con rulos.
Y unas brujas inexistentes, un papel al que Verdi otorgaba el mayor protagonismo, papel que aquí es usurpado por todo el vecindario.
Muy mal resuelto el asesinato de Banco, una clara demostración de que los detalles importantes de esta obra quedan empequeñecidos, y hasta ridículos, en esta producción.
Parece la historia de una familia cualquiera, sin una localización concreta, ni espacial, ni temporal. En esta escenografía puede salvarse la dirección de actores. Algo en lo que Tcherniakov es extremadamente cuidadoso.
Dimitris Tiliakos, como Macbth (o Sr. Cuesta), hace verdaderos esfuerzos por dignificar al personaje. Difícil tarea por lo antes descrito. Conoce bien el papel, pero no es suficiente para elevar la interpretación. Mal en los dúos, desafinado a veces, bien en las medias voces. No pasará Tiliakos a la historia por este Macbeth. Lo digo para su tranquilidad.

Violeta Urmana continúa siendo una excepcional cantante. Recorre con solvencia y comodidad los distintos registros del personaje, endiablado en algunos momentos. Pero sus agudos ya no son lo que eran, el sonido se estrecha en ese registro y resulta desagradablemente tirante. Pero sus graves son amplios, voluminosos y ágiles.
Ha mejorado en esta ocasión su interpretación escénica. Algo en lo que no suele destacar demasiado. Su aspecto apacible impedía trazar una Lady Macbeth malvada y manipuladora.

Dmitry Ulyanov, que parece abonado al Real, fue un Banco muy digno y contundente, con importante presencia en el escenario y buena dramatización.
Alfredo Nigro, Malcolm, fue sin duda el mejor de la noche. Así lo manifestó el público con sus aplausos. Una voz pulida y un excelente fraseo, aunque cantara su mejor aria desde el interior de un cochecito infantil.

En esta ocasión el coro no estuvo tan afortunado como otras veces. Algunos ataques fueron a destiempo. Sonó desajustado en algunos momentos y casi toda la noche hubo una diva suelta.
El Patria Oppressa del inicio del tercer acto, sonó débil, poco dramático y se fue apagando poco a poco. Pero de esto es más responsable el director que el coro.

Lo mejor volvió a ser la dirección de Teodor Currentzis. Cada vez se parece más a Valery Gergiev, con el que ha compartido maestro a la hora de dirigir. Puntualizar la falta de intensidad con el coro, pero no con la orquesta, siempre viva. Le falta ir impregnando a sus direcciones más personalidad de los autores a los que dirige, pero es una de las mejores apuestas de Mortier.

Muy bien Nicky. Sobrio y tranquilo en su aparición sobre el escenario. Su presencia, con gran soltura y gracilidad, llamó la atención del público. Nicky es, por supuesto, el perro.

MACBETH
Giuseppe Verdi
Ópera en cuatro actos
Libreto de Francesco María Piave y Andrea Maffei.
D. musical: Teodor Currentzis
D. escena y figurinista: Dmitri Tcherniakov
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Tiñiakos, Ulyanov, Urmana, Nogales, Secco, Nigro
Orquesta y Coro titulares del Teatro Real.

Matthias Goerne

16 de noviembre. Hoy está programada en el Teatro Real una de sus noches, la segunda. Pero no cualquier noche, esta es especial. El barítono alemán Matthias Goerne regresa a este teatro después de cinco años de ausencia. Y para completar el cartel, el joven director griego, Teodor Currentzis, que se encuentra ya ensayando el próximo Macbeth, estará al frente de la orquesta. Con un recital de esta altura, y con la mayoría de las entradas a ocho y doce euros, no deja de sorprender que haya quedado demasiado papel en taquilla. ¿Qué está fallando? Tal vez la planificación de un recital como este en la temporada no sea la más adecuada. Lo cierto es que las alarmas empiezan a sonar en el Real.

Matthias Goerne es sin duda uno de los más excepcionales liederistas, y volvió a demostrarlo el viernes. De una expresividad indudable, canta con exquisito gusto, con carácter y contundencia. Con momentos muy delicados y bellísimos. Ha mejorado el falseado de sus agudos aunque continúa teniendo problemas en los graves. Por algo es barítono y no bajo puro.

Pero pasemos a sus dificultades. A estas alturas de su profesión, abandonemos ya toda esperanza de que Goerne consiga un apoyo natural y deje de cantar engolado.
Se sufre viéndole tan apurado, obligándose con todo el cuerpo para conseguir la emisión, necesitando sonoras aspiraciones. Si el aire que sale de sus pulmones lo hiciese con fluidez, todo su cuerpo estaría relajado y no sería necesario observar como las venas de su cabeza y su cuello tomaban volumen. Le vimos sudar la gota gorda sin necesidad, pero como digo, ya es tarde.

Magnífica fue la dirección de orquesta. Currentzis no es un especialista en Mahler. Tal vez por eso sea aún más meritoria su actuación. Extrajo de la Orquesta del Teatro gran cantidad de matices, delicadeza, expresividad, brío y energía. Lo hizo con sus manos libres, sin batuta, haciendo fluir los movimiento de manera natural y segura, siempre atento y lleno de dinamismo. Promete un Macbeth de gran altura.

Il Prigioniero Sour Angelica

«Todo está acabado, y sin embargo, con toda la ilusión perdida me acuesto y me levanto con el más terrible de los sentimientos, y es el sentimiento de tener la esperanza muerta. Y sin embargo, al día siguiente, me levanto y la esperanza me ronda, me muerde, como un lobo moribundo que apretase sus dientes por última vez”. (Fragmento de Doña Rosita la soltera, de Federico García Lorca)

Así describe el director de escena, Lluis Pasqual, la esencia de estas dos obras. Ambas coincidentes en un mensaje fundamental, lo peor para el ser humano no es la falta de libertad, sino la falta de esperanza.

Il Prigioniero, de Luigi Dallapiccla (1904-1975), que se representaba por primera vez en Madrid, es una obra transparente, con una partitura muy cuidada a la que el director musical Igno Metzmacher extrae toda su riqueza, nota a nota, con exquisita precisión. Se trata de una composición a duras penas dodecafónica, porque el lirismo se escapa en forma de pequeños destellos a lo largo de toda la obra.
El prisionero, interpretado por Vito Priante, se acoge permanentemente a la esperanza de poder escapar de su encierro. En el escenario, una enorme jaula circular gira a modo de torniquete asfixiante. Es como una gran escalera de caracol interminable que siempre lleva a ninguna parte.
En esta escalera emprende el prisionero la búsqueda de la libertad acompañado de uno de los momentos orquestales más bellos y trepidantes de la partitura. Dallapicola utiliza una forma de escritura musical denominada ricercare, que tiene su máxima expresión en estos compases. Aquí la orquesta ofrece un momento verdaderamente brillante de la mano de Metzmacher, sin duda uno de los mejores directores del repertorio del siglo XX y XXI. Consiguiendo una asombrosa expresividad y dramatismo.

Tanto en Il prigioniero como en Suor Angelica, es capaz de generar una atmósfera opresiva a través de los silencios y los contrastes, producidos al pasar de los pianos a los registros muy altos. El resultado es un grito desgarrado emitido por la orquesta y acentuado por una iluminación más que acertada.

Muy buena interpretación de Priante. Voz consistente y buena dramatización. Deborah Polaski, a pesar de sus carencias, da forma a una madre desgarrada y protectora gracias, sobre todo, a su imponente físico. Conserva bien sus cualidades vocales, pero ya se empieza a acomodar a una tesitura más localizada en los tonos medios.
El peor parado en este reparto fue Donald Kaasch, su doble papel como carcelero e inquisidor era quizá el menos agradecido de todos.

Sin duda fue el descubrimiento de una obra maestra. Lástima que la mayor parte del público no lo viera así y la frialdad y escasez de aplausos resultara bochornosa. Parecía que Il prigioniero fuera el precio que tenían que pagar por asistir a Suor Angelica.

Ante la decepción de algún espectador al comprobar que la escenografía era común a las dos óperas, dio comienzo la hermosa obra de Puccini.
Esta vez la estructura carcelaria bien podría ser el torno conventual. Aquel que antes era casi el único contacto con el mundo exterior.
En Suor Angelica, Metzmacher vuelve a demostrar su maestría. No es fácil interpretar a Puccini. Tal vez sea por exceso de conocimiento de sus obras que hace caer en una cierta falta de intensidad y lleva a interpretaciones superficiales. En esta ocasión se agradece el esfuerzo, sobre todo en uno de los elementos más importantes en la música de Puccini, los pianos. La dirección huye de ser melodramática, eleva la partitura y le otorga un carácter más debussiniano. La música trata a Suor Angelica por encima de la cotidianeidad de sus compañeras de convento. Y la música también es más elevada por ese mismo refinamiento. Nunca cae en el melodrama, el argumento trata a la protagonista, a sus experiencias, sus esperanzas, y el desenlace final, de manera sincera y respetuosa.

Aquí Deborah Polaski interpreta el malvado papel de la tía princesa. En este caso su presencia escénica y su aspecto acentúan la severidad de su interpretación y de su voz. Siempre es un placer escucharla.
Veronika Dzhioeva como Suor Angeica consiguió emocionar en algunos momentos. Delicados pianos pero cierta aspereza en los cambios de registro. Falta de naturalidad y exceso de rigidez sobre el escenario que compensó en parte con una gran ternura en la escena final.
El resto del reparto, formado por intérpretes españolas y miembros del coro, brillaron especialmente. A destacar Marina Rodríguez-Cusí, Itxaro Mentxaka, María Luisa Corbacho, Anna Tobella, Auxiliadora Toledano y María Rodríguez.

Más allá del escenario común, ambas obras transmiten una profunda crítica a la utilización de la religión y la moral para acabar con cualquier proyecto de rebeldía.

IL PRIGIONIERO
Luigo Dallapicola
Ópera en un prólogo y un acto.
Libreto del compositor basado en La tortura de la esperanza (1988) de Auguste Villiers de L´Isle-Adam y La leyenda y aventuras heróicas, alegres y gloriosas de Ulespiegel y de Lamme Goedzak (1867) de Charles De Coster.
SUOR ANGELICA
Giacomo Puccini
Ópera en un acto
Libreto de Giovachino Forzano
Teatro Real, 2 noviembre
D. musical: Igno Metzmacher
D. escena: Lluis Pasqual
Escenógrafo: Paco Azorín
D. coro: Andrés Máspero
D. coro de niños: Ana González
Polaski, Priatore, Kaasch, Dzhioeva, Corbacho,
Rodríguez-Cusí, Mentxaka, Toledano, Tobella.

Se esperaba en el Real esta versión ampliada del Boris Godunov de Musorgski. Pero desde la decisión de su programación por parte de la dirección artística, hasta su estreno esta temporada, han trascurrido tres años, y en todo este tiempo, algunas cuestiones han ido a más y otras, inevitablemente, a menos…

Boris Godunov está basado en el drama histórico homónimo de Aleksands Pushkin y el libro de Nikolai Karamzín, Historia del Imperio Ruso (1829). Musorgski nos cuenta en esta ópera, no solo la historia de un personaje, sino una historia sobre Rusia y el pueblo ruso.

En esta ocasión, y a diferencia de la producción que el mismo teatro ofreció en 2007, han tenido el acierto de ofrecer la versión más completa de 1872 incluyendo, además, la escena de la Catedral de San Basilio y la del Bosque de Kromi. El resultado es una obra mucho más redonda.
La segunda versión, la del 72, más política, se sustenta sobre tres reflexiones principales: la opresión que se puede ejercer desde el poder, cuyo referente es Boris, el populismo y la propaganda, que representa el falso Dimitri, y el pueblo.
El mismo pueblo que al principio de la obra pide el nombramiento de Boris como Zar y al concluir esta pide que maten a ese mismo Zar. A esto se une el análisis más psicológico de la versión de 1869, que presenta a un Boris perseguido por sus fantasmas del pasado. Fantasmas representados por niños que aparecen en sus delirios.

Varios son los aspectos que llaman la atención de esta obra. El primero pone de manifiesto la genialidad de su compositor. No resulta fácil imaginar a un funcionario que al llegar a casa, harto de trabajar, se dedique a la composición de tan importante obra operística. Y que ésta sea, además, referente e influencia para compositores como Debussy, Messiaen o Berg. Y es que nadie como Musorgski ha establecido, después de
Monteverdi, tan acertadamente la relación entre la música y la historia que narra, creando un universo sonoro completamente diferente al de sus contemporáneos.

El aspecto escénico es una de las primeras desilusiones con las que nos encontramos. La escasez de presupuesto, excusa para un pobre vestuario, no justifica sin embargo un mastodóntico edificio más propio de la antigua Unión Soviética. El director escénico Johan Simons ha creado un escenario abierto, gris, frío y decadente. Sobre éste se despliega una pasarela donde desfilan los personajes que detentan el poder mientras el pueblo observa o participa desde un escalón inferior.
La escenografía está llena de elementos comunes en las modernas producciones que ya empiezan a resultar un poco aburridas por exceso de utilización. La filmación y proyección simultánea, el vestuario actual o la frialdad y fealdad del escenario.
Transmite Simons una atmósfera opresiva, la que padece el pueblo ruso y también el atormentado Boris.
Tampoco fue acertado en esta ocasión el vestuario con el que algunos de los personajes principales quedaran descontextualizados, algo que en una obra como esta es imperdonable.

En la pretensión de establecer un claro paralelismo entre la Rusia descrita por Musorgski, y la actual, Simons ha cubierto con pasamontañas el rostro de algunos miembros del coro, haciendo una explícita alusión al grupo de punk ruso Pussy Riot. Recordar que algunos miembros de este grupo fueron recientemente condenados por la emisión de un vídeo en la Catedral del Cristo Salvador de Moscú, bajo la acusación de “socavar el orden social”.
El mensaje es claro, entonces y ahora, como explica Simons, “los individuos anónimos, aquí mediante un pasamontañas como las Pussy Riot, pueden ser condenados y destruidos, pero las ideas continúan en otros. Teoría que sirve igualmente para el plano político y para el religioso”.

Pero hablemos de los personajes, y empecemos por el más importante, el pueblo, el Coro, acompañado por los Pequeños (grandes) Cantores de la JORCAM. Con un volumen de sonido y de expresividad tan contundente que consiguen escenas realmente sobrecogedoras, como la escena polaca. El Coro es uno de los elementos de los que este Teatro puede sentirse muy orgulloso, y en esta ocasión han sido extraordinariamente dirigidos por Haenchen.

El otro protagonista de la ópera, Boris, interpretado por Günther Groissböck, es otra desilusión de la noche. Boris tiene una personalidad que hace que sus ausencias sean casi más importantes que sus apariciones en escena, por eso queda desdibujado al no responder a tanta expectación. Es una voz lustrosa, pero de escaso porte y entidad. Godunov debora a Groissböck.

No ocurrió lo mismo con Pimen, en la voz de Dmitry Ulyanov. El viejo monje de voz untuosa y graves extensos y severos, que otorgan al personaje la autoridad necesaria para desvelar, a través de su crónica de la historia de Rusia, la trama que Boris urdió para asesinar al pequeño Dimitri, hijo de su antecesor Iván el Terrible y auténtico heredero.

El príncipe Chuiski, de Marguita, posee un agudo brillante, de un metal claro y bien templado para un personaje intrigante en la Duma. Una pena que la mala dirección de actores no le ubicase más adecuadamente en el escenario. El traje gris marengo tampoco le otorgaba el empaque merecido.
Grigori, el falso Dimitri, interpretado por Michael König, fue otra de las decepciones. Sus agudos fueron en algún momento desagradables y su corpulencia, poco apropiada para el personaje, dificultaba sus movimientos entre los empleados del Real que circulaban por el escenario, para asombro de muchos, portando mesas y sillas.

Anatoli Koscherga creó un Varlaam acertadamente histriónico. Julia Gertseva, Marina, más brillante en los tonos medios que en algún agudo que no supo resolver, pero su voz es compacta y tersa.
La dualidad del “idiota”, que le permite a través de la inocencia, decir la verdad sin miedo a ser tenido en cuenta, y la profunda inteligencia de sus observaciones. A menudo el idiota es el único que acierta. No se puede decir lo mismo del pueblo. Viene a colación una frase de Stuart Mill, “la sociedad quedará abrumada por el peso de la mediocridad colectiva”.

Hartmut Haenchen, que la pasada temporada dirigió en este Teatro una enorme Lady Macbeth de Shostakovich, ha ofrecido aquí una dirección sobria y eficiente. Se le podría exigir un poco más de refinamiento en los matices,pero ha sonado una partitura rotunda que probablemente fuera muy del gusto del compositor. Tal vez la coincidencia de ambos en vivencias totalitarias, Haenchen viene de la Alemania del Este, favorezcan una mayor atención a elementos más frugales que pirotécnicos. Su dirección del coro, tal vez haya superado a la de la orquesta.

El entusiasmo del público al término de la representación, fue más bien contenido. ¡Despierten los que están dormidos! La ópera es muy grande, se escucha, se ve, se siente, se disfruta y, en ocasiones como esta, se piensa…

Boris Godunov
Modest Musorgski (1839-1881)
D. musical: Hartmut Haenchen
D. escena: Johan Simons
D. coro: Andrés Máspero
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
Pequeños Cantores de La JORCAM
Groissböck, Kadurina, Yarovaya, Margita, König, Gertseva,
Nikitin, Kotscherga, Vázquez, Popov, Nekrasova

Moses und Aron

Comienza la temporada y para empezar, una pista, un discreto pero evidente cartel situado en la parte posterior de una butaca, nos indica el lado de los pares y los impares. Las sospechas de la no presencia de personal de sala se confirman al ver al público buscando afanosamente sus localidades. Antes, en la entrada del Teatro, un numeroso grupo de trabajadores del mismo protestaba por los despidos realizados a principios de verano.

Ya en la sala, y ante la sorpresa de la orquesta e intérpretes que estaban en escena, una trabajadora leía un comunicado del comité de empresa en el que expresaban sus temores ante la posibilidad de nuevos despidos. Tras su parlamento, lleno de sensatez y educación, una lluvia de papeles con sus reivindicaciones eran lanzados desde palco y paraíso. Confiemos en el entendimiento y acuerdo entre la directiva del Teatro y los representantes de unos trabajadores considerados entre los mejores profesionales de Europa.

15 años han pasado ya desde la reapertura del Teatro Real, allá por 1997. El acierto de la nueva dirección ha sido la de programar, por primera vez en Madrid, y para celebrar dicho acontecimiento, una de las obras cumbres del siglo XX, Moses und Aron, de Arnold Schönberg.

Muchos son los elementos de análisis de una obra como esta, empezando porque es la representación judía de la religión, del mismo modo que San Francisco de Asís lo es del catolicismo.

René Leibowitz, alumno de Schömberg y buen conocedor de esta partitura, ya advertía sobre el dominio que requería la obra, tanto en la instrumentación, como en el tratamiento de las voces. Igualmente, al hacer referencia al texto, escrito por el propio Schönberg, “Dramáticamente (dice Leibowitz) la obra se enfrenta con uno de los problemas más angustiosos que existen: el conflicto entre la palabra y la acción, o, si se prefiere, el conflicto entre el hombre filósofo y el hombre de acción”.

Los papeles quedan así completamente definidos. El hombre filósofo, el dueño de la palabra, representado por Moisés, y el hombre de acción representado por Aarón.
Y es este el momento de hablar de las voces, o mejor aún, de la voz, la de Franz Grundheber, un Moisés grandioso, solo a la altura del mejor Fischer-Dieskau. En su papel declamado, el canto hablado de este Moisés es música en lo más extenso de la palabra. Y es que Grundheber no parece que recita, parece que canta, y como canta… envuelve. Su dramatización en algunos momentos era estremecedora, otorgando al personaje una fuerza y severidad sobrecogedoras. Lástima que no sea él el Wozzeck que veremos en junio.
En contraposición a Moisés, aparece el personaje de acción, Aarón. Un tenor de canto virtuoso. Muy buena interpretación la de Andreas Conrad, con un difícil papel en una amplia gama de sonidos que resuelve con brillantez y excelente proyección.
El resto de los once intérpretes estuvo a gran altura, especialmente Friedemann Röhlig.

Pero tal vez sea la partitura correspondiente al coro la que mayor complejidad tenga de toda la obra. Un mínimo de dos años de ensayo son los que necesita un coro para afrontar esta ópera. La obra exige tal nivel de detalle en su análisis y comprensión, que requiere ese mínimo de tiempo.
La dificultad se encuentra, sin duda, en la ejecución de los intervalos a seis y ocho voces. Sin olvidar el contrapunto, tan complejo como las fugas de Bach. Tal vez sea este uno de los motivos por los que se ha ofrecido esta ópera en versión concierto. Además de las cuestiones económicas. Y tal vez gracias a ello, se aprecien mejor elementos de la partitura que, de otro modo, podrían quedar difuminados.

La dirección de Sylvain Cambreling es brillante. Refleja su perfecto conocimiento de la obra en los
detalles, manifestado sobre todo en la sonoridad de las cuerdas, sobre todo los contrabajos con una partitura endemoniada. Una perfecta dirección de una gran Orquesta.

No es esta una obra fácil de escuchar. Requiere de una muy buena ejecución para apreciar en plenitud la partitura. Pero son muchos los elementos que tiene para seducir. Tal vez sea necesaria más de una escucha para poder apreciar tanto detalle, tantas direcciones a las que la música y el texto se dirigen. El propio Cambreling decía el día de su presentación que “el público interesado de verdad en la ópera, así como músicos y directores, deben enfrentarse en algún momento a esta ópera”.
Es una obra que exige al público un cierto esfuerzo y compromiso, pero si se hace, la recompensa es inmediata y permanente.

MOSES UND ARON
Arnold Schönberg (1874-1951)
7-9-12, Teatro Real
D. musical: Sylvain Cambreling
D. coro: Joshard Daus
Grundheber, Conrad, Winkel, Bill, Briend, Bridges,
Wolf, Röhlig, Persicke, Petrocenko.
EuropaChorAkademie
SWR Sinfonieorchester Baden-Baden-Freiburg

Temporada 12-13

La temporada de ópera que se inicia a partir de este mes de septiembre lo hace con cierta inquietud. La subida del IVA que afecta de manera especial a todo tipo de espectáculos, la amenaza de huelga por parte de los trabajadores de algunos teatros, solo son algunos de los problemas que pueden empezar también en septiembre.
Ante perspectivas tan negativas, el mejor antídoto es una buena programación, no necesarimente a través de un gran desembolso económico, sino gracias a una gestión inteligente. Esperemos que quienes se encargan de este tipo de negociado nos sorprendan y demuestren, no sería la primera vez, que los tiempos de penumbra también pueden resultar muy inspiradores.

TEATRO REAL
El Teatro Real de Madrid es uno sobre los que planea la sombra de la huelga. Empieza la temporada el 7 de septiembre con cierta polémica, ya que la primera producción, Moses und Aron, de Arnold Schönberg en versión concierto, supone una inversión siimilar a la de otras producciones escenificadas.
El 28 de septiembre, la ópera Boris Godunov de Musorgski. Por primera vez en el Teatro Real se representará la ópera completa con sus 10 escenas y el acto polaco incluido, lo que permitirá apreciar la genialidad de Musorgski.
Del 2 al 15 de noviembre es el turno del programa doble, Il prigionero, de Luigi Dallapiccola, y Suor Angelica, de Puccini.
El mes de diciembre es para Macbeth. No podía faltar un Verdi este año en Madrid, y la obra elegida ha sido la más apreciada por el compositor, que tanto admiraba a Shakespeare.
El año comienza con una ópera en versión concierto, Parsifal. Para este año Wagner, la más madura de sus obras. Thomas Hengelbrock dirigirá, entre otros, a Matthias Goerne y Angela Denoke. El 22 de enero se estrena el encargo del Teatro a Philip Glass, The Perfesct American, dedicada a la figura de Walt Disney y basada en la novela del mismo título de Stephan Junk.
Tal vez para contrarrestar a las críticas que le acusan de despreciar el repertorio tradicional, esta temporada Mortier se ha decidido, nada menos, que por tres Mozart.
El 23 de febrero el primero, Così fan tutte, que tiene como uno de sus máximos atractivos la realización de la escenografía por Michael Haneke.
Don Giovanni en abril. Iba a ser este el estreno de Ainhoa Arteta en el Real, dejémoslo en re-estreno. El tercer Mozar es para el verano, 29 de junio y 2 y 4 de julio una Flauta Mágica dirigida musicalmente por Sir Simon Rattle y escenográficamente por Robert Carsen.
El 3 y 7 de marzo una nueva ópera en versión concierto, Roberto Devereux, escrita en momentos muy difíciles para su compositor, Gaetano Donizetti, que acababa de perder a su mujer y al hijo que esperaba.
Marzo termina con la última ópera en versión concierto de la temporada, Les pêcheurs de perles, de Bizet. En esta ocasión, Nadir, el pescador que, ciego de amor, sacrifica la amistad por la pasión, será interpretado por Juan Diego Florez. El trío protagonista se completa con Patrizia Ciofi y Mariusz Kwiecien.
En mayo será Ricardo Muti quien regrese al Real con otro título de Mercadante, de quien es perfecto conocedor de su obra. La rappresaglia es otra perla del compositor napolitano en España que el Maestro italiano ha rescatado para la actualidad.
Ya en el mes de junio, del 3 al 20, la ópera de Alban Berg, Wozzeck, basada en la obra de Georg Büchner, convierte en protagonista a un antihéroe, erigiéndose en símbolo de la opresión del hombre por el hombre. Esta obra supone el estreno en el Real del innovador director de escena Christoph Marthaler.
La temporada de ópera termina en julio con Il postino, del compositor mexicano Daniel Catán. Nueva producción del Teatro Real y excusa perfecta para el concurso de Plácido Domingo, que no podía faltar tampoco esta temporada. Trata de la ficticia amistad entre Pablo Neruda y un cartero, que tanto éxito cinematográfico tuvo.
Las noches del Real, que esperemos tengan más éxito que las de la temporada pasada, las inicia un concierto dirigido por Ingo Metzmacher y al piano Roger Muraro. La segunda noche es para el barítono Mattthias Goerne dirigido por Teodor Currentzis.
En la tercera, el protagonismo es para el flamenco, que empiza a ocupar el lugar que le corresponde. El guitarrista Cañizares, el 9 de diciembre.
El 26 de enero, en la cuarta, el director Semyon Bychkov compartirá escenario con las pianistas Katia y Marielle Labèque.
La quinta noche la mezzosoprano Joyce DiDonato y el director Alan Curtis ofrecerán un completo recital el 8 de marzo.
Sexta noche, es el turno de Titus Engel y María Bayo y la séptima noche, disfrutaremos del piano de Maurizio Pollini.
La octava, la soprano Meash Brueggergosman, acompañada a la batuta por Sylvain Cambreling.
La novena, que serán dos, 1 y 3 de julio, Teodor Currentzis dirige a Veronika Dzhioeva, Violeta Urmana, Jorge de León e Ildebrando D´Arcangelo en el Requiem de Verdi.
La última noche está reservada a Rufus Wainwright. Acompañado por la Orquesta Titular del Teatro Real.

GRAN TEATRE DEL LICEU
Doce óperas presenta el Gran Teatre del Liceu en una prometedora y equilibrada temporada. A estas doce hay que sumarle las tres que en versión concierto, formarán el Festival de Bayreuth que el Teatro ha organizado para celebrar un nuevo año Wagner.
La temporada da comienzo en octubre, con la ópera La forza del destino, de Verdi, de quien también se conmemora el bicentenario. L´elisir d´amore de Donizetti, con la participación de Rolando Villazón, y Rusalka de Dvorák nos llevarán hasta final de año.
Enero da comienzo con dos obras en versión concierto, Il pirata, de Bellini y Iolanta de Chaikovski. Febrero es para Los cuentos de Hoffmann con una Natalie Dessay que borda su personaje.

La ópera contemporánea, a modo de concesión, llegará en marzo y estará representada por Street Scene, de Kurt Weill.
Marzo continua con Madame Butterfly de Puccini con Roberto Alagna en el papel de Pinkerton.
En abril y mayo, El oro del Rin, Wagner, y Il turco in Italia, Rossini.
La temporada de ópera termina con la versión concierto de Rienzi, Wagner y Lucio Silla, el Mozart de esta temorada.

Donde más pueden notarse los recortes quizá sea en los conciertos y recitales. Estos últimos se limitan a dos, el contratenor Bejun Metha, el tres de diciembre, y la mezzosoprano Joyce DiDonato, el seis de marzo.
En el resto de programación de conciertos resaltar a Jordi Savall que presentará la Tragedia lírica en Francia en tiempos de Luis XV, el quince de febrero.

PALAU DE LES ARTS
Pero es el Palau de Les Arts de Valencia donde la escasez de recursos se hace más evidente al compararlo con anteriores temporadas. El Teatro cerró desde el catorce de julio hasta el veintisiete de agosto, esperando con ello ahorrar unos 200.000 € en mantenimiento del edificio.
Este teatro siempre ha sido de los últimos en anunciar sus temporadas, pero este año se está prolongando demasiado. Probablemente haya aún algunas cosas sin cerrar. Lo que produce pánico entre los aficionados de Valencia y alrededores. Lo que sabemos hasta ahora, y esperando que se confirme, es que la temporada dará comienzo el diez de noviembre con Rigoletto, que junto a I due foscari, con Plácido Domingo, y Otello, conforman el homenaje que el Palau rinde a Verdi en este año. Otro título que compone el repertorio de esta temporada es La Boheme, Puccini, dirigida por Ricardo Chailly.
Damiano Michieletto regresa al Palau con una colorista versión de Il barbiere di Siviglia de Rossini. Cerrando la temporada de ópera una Flauta mágica de Mozart en abril.

TEATRO DE LA MAESTRANZA
El Teatro de la Maestranza de Sevilla presenta esta temporada siete títulos operísticos. Comienza el veinticinco de octubre con Thaïs, de Massenet, cuyo principal intérprete estará a cargo del incombustible Plácido Domingo. Diciembre se estrena con Sigfrido, el Wagner que la Maestranza ha programado.
Ya en febrero de 2013 un programa doble, Sánka, de Janàcek y Caballería Rusticana, de Mascagni.
El diecisiete de marzo una ópera en versión concierto, La Princesa de Navarra, de Rameau.
En el mes de mayo una obra de Manuel Penella, El gato montés que da paso a un final de temporada más que interesante. Un Rigolatto con la participación de Leo Nucci, Mariola Cantarero, Ismael Jordi, Celso Albelo y Mª José Montiel, entre otros.

Dos recitales ha programado la Maestranza para las sopranos Ainhoa Arteta, el tres de diciembre, y María Bayo el veintiséis de enero.

Arcangel Fahmi Alqhai

Son ya varios los años que decir verano es hablar de festival de música en muchas localidades españolas y europeas. Cada uno de ellos con distintos niveles de atractivo y acierto en la programación. Uno de los que sin duda, aciertan siempre, es el Festival de Segovia. Con una completa programación atractiva siempre para distintos tipos de público, suele ir un paso más allá y apostar por nuevos talentos, músicas innovadoras o mestizajes revolucionarios. Pero ofreciendo siempre calidad de intérpretes y músicas. Si a estos aciertos unimos los espacios elegidos para los espectáculos, el éxito está garantizado. En esta ocasión ha sido el magnífico Patio de Armas del Alcázar de Segovia el encargado de acoger entre sus piedras una brillante noche de verano.

Nacido en Huelva en 1977, Francisco José Arcángel Ramos, es la joven esperanza de los aficionados al flamenco. Ganó el primer premio en el concurso infantil de fandangos de Huelva con tan solo diez años. Ha crecido y trabajado junto a los más grandes cantaores y bailaores que le han reclamado a su lado, pero fue en 1998, en la X bienal de Sevilla, cuando recibió el definitivo reconocimiento de público y crítica.
Amante de la libertad en el arte y la experimentación, es poseedor de una voz limpia,  llena de optimismo y alegría.

Fahmi Alqhai es considerado como uno de los jóvenes interpretes de viola da gamba y de música antigua más prestigiosos y brillantes de su generación. Nace en Sevilla en 1976. De padre sirio y madre palestina pasa sus primeros 11 años de vida en Siria donde comienza su formación musical a muy temprana edad.
Es cofundador, junto a la soprano Mariví Blasco, y director del grupo Accademia del Piacere, especializado en la interpretación del repertorio musical del Seicento italiano. Es fundador junto a su hermano Rami Alqhai del sello discográfico ALQHAI & ALQHAI, que ha producido el disco “Le Lacrime di Eros” , “Les Violes du Ciel et de l’Enfer”, dedicado a la música de Marin Marais y Antoine Forqueray, y que acaba de lanzar el tercer CD del grupo, “Amori di Marte”.
A pesar de su juventud es requerido por las formaciones camerísticas más importantes del panorama nacional e internacional de la música antigua. Su vertiginosa carrera como concertista le ha llevado a colaborar con numerosas y afamadas formaciones; hoy en día trabaja habitualmente con Hesperion XXI (Jordi Savall) e Il Suonar Parlante (Vittorio Ghielmi). Es miembro fundador de More Hispano (Vicente Parrilla). Ofrece regularmente conciertos en toda Europa, Japón, EEUU y Latinoamérica.

La curiosidad nos llevó el domingo 29 de julio a Segovia. La curiosidad por escuchar una voz flamenca como la de Arcángel, acompañado por un grupo de música barroca española como Academia del Piacere.
Bajo una luna inmensa empezaron a sonar los primeros acordes. Música reconocible que se respiraba con más intensidad en ese Patio de Armas de el Alcázar. Apareció en escena, entonando el primer cante, un Arcángel cómodo y feliz, que se fue entregando como el resto de los músicos a medida que avanzaba el concierto, al arte de dos mundos musicales que, pareciera en ese momento, hubieran nacido para encontrarse. En ese encuentro la música crecía de la mano de la improvisación con gusto y la experiencia de todos. Parecía que el flamenco había encontrado sus verdaderas raíces en el barroco y viceversa. Ese intercambio de ritmos que circulaban por América y Andalucía siglos atrás. Esa fusión de cantes y danzas de ida y vuelta y otra vez ida, del Golfo de Guinea al Caribe y de ahí a Triana y al Golfo de Cádiz. Una mezcla de jácaras, folías y chaconas que eran patrimonio común de la música popular y de la culta. Guarachas de Céspedes que recuerdan tanguillos de Cádiz, romances medievales de tradición oral. Músicas que se escribieron hace siglos y que ahora resucitan de la mano de los buenos músicos y el buen flamenco.

La voz de Arcángel y la viola de Alqhai dialogan en busca de un pasado y un presente musical común. Realizan en el escenario un ejercicio de libertad dejándose llevar únicamente por el instinto musical. Nada más estimulante en una noche de verano que abandonarse a la música energética de unas raíces siempre contemporáneas.

Imagen y sonido: Enrique Cornejo

Ainadamar

Presentaba el Teatro Real un cartel excepcional encabezado por Nuria Espert y Peter Sellars. En una obra de Osvaldo Golijov sobre la obra y la muerte de Federico García Lorca. Elementos todos ellos muy atractivos en el final de una temporada apasionante, tanto en los apectos positivos como en los negativos. En los artísticos y en los organizativos.
Ainadamar quiere poner un brillante broche para concluir una más que interesante temporada. Pero, ¿lo consigue? Todo indica que existen en esta producción demasiados desequilíbrios como para que la balanza se decante, claramente, por alguno de los dos lados.
Cómo es posible que una obra con tan solo algunos retazos de interés, pretendidamente contemporánea y, sin embargo, tonal, pueda generar tanto interés como para ser colofón de temporada en el Real. Es obvio que el tema a tratar, Lorca, y el concurso de la que se puede denominar su biógrafa artística, Nuria Espert, son cuestiones suficientemente atractivas para movilizar medios y espectadores.
Una coreografía a cargo de Peter Sellars, que esta temporada ha firmado los éxitos en este mismo Teatro de Iolanta y Phersephone, complementan el interés por esta obra del compositor argentino Osvaldo Golijov.

La obra se inspira en la relación de amistad que hubo entre el poeta granadino y la actriz catalana Margarita Xirgu, y el sufrimiento e incredulidad de ésta ante la muerte de Lorca. Para evocar estos momento, Sellars ha intercalado, de manera muy acertada, los nueve poemas del “Diván de Tamarit”, que son recitados por la voz profunda y rozada de Nuria Espert. La orquesta adorna el tránsito entre los poemas con sonoridades flamencas, árabes y jazzisticos que se entremezclan con los cantes de Jesús Montoya desde el proscenio.

La escena es sobria y despojada de cualquier elemento. Solo un tríptico de figuras abigarradas de Gronk, evocando un Guernica mejicano, aporta el colorido que contrasta con la protagonista de la obra, la muerte. Una iluminación muy adecuada consigue crear los distintos ambientes y efectos escénicos.
Un coro de una docena de mujeres enlutadas, muy lorquianas ellas, se desenvuelven por el escenario, siempre acompañando como plañideras a las mujeres protagonistas que rodean y sufren por Lorca.

Nada hay que decir de las voces puesto que están amplificadas. El efecto es desolador y resulta imposible apreciar unas voces de tal manera distorsionadas. La delicadeza del instrumento de Nuria Rial queda inédito ante la insistencia tecnológica de este error. También por el escaso lucimiento del personaje. Lo mismo ocurre con el resto del reparto. El propio Jesús Montoya es amplificado en exceso y sin necesidad.

Existen momento intensos, como el asesinato de Lorca, que se repite una y otra vez, y una y otra vez Lorca se levanta. Como una bella metáfora de esperanza. Impresiona también escuchar grabaciones de Antonio Labad leyendo la arenga anticomunista de Millán Astraiy. Resulta sobrecogedor.
EL final de la obra se ilumina con la luz de la calle al quedar abierta toda la caja escénica en un efecto interesante y lleno de simbolismo.

La dirección de Alejo Pérez fue muy equilibrada y matizando los distintos estilos musicales que confluyen en esta interesante composición. Mérito a compartir con los músicos invitados: Jeremy Flower, que generó efectos de sonido hermosos, aunque algo exagerados de volumen en ocasiones; Gonzalo Grau, toda una lección de percusión exótica, y Adam del Monte a la guitarra flamenca.

Ainadamar
Osvaldo Golijov (1960)
Teatro Real, Madrid 10-07-12
Drma lírico en un acto y tres imágenes
Libreto de David Henry Hwang
D. musical: Alejo Pérez
D. escena: Peter Sellars
Escenógrafo: Gronk
Iluminador: James F. Ingalls
Nuria Espert, Jessica Rivera, Kelley O´Connor, Nuria Rial, Jesús Montoya, Marco Berriel, Miguel Ángel Zapater, David Rubiera, Ángel Rodriguez

Poppea y Nerone

Era el año 1642, en el Teatro dei Santi Giovanni e Paolo de Venecia se estrenaba la última gran ópera de Monteverdi, L´incoronazione di Poppea. El libretista, Giovanni Francesco Busenello, y el propio Monteverdi, habían elaborado un guión atrevido para la época. Lleno de sensualidad y de críticas a la sociedad del momento y, de una manera más velada, a la iglesia y el papado. La obra ofrecía un elemento original que la distinguía del resto de composiciones operísticas. Era la primera vez en la que los personajes y acontecimientos eran reales, y no mitológicos.
Un genial Monteverdi, a sus 76 años, reflejaba y denunciaba en su obra la decadencia de una sociedad que se desmoronaba. El pensamiento humanista del Renacimiento se batía en retirada y quedaba reflejado en las ambiciosas luchas de poder, banalidad y frivolidad de sus personajes. Cuando Busenello reflejó la rivalidad entre la virtud, la fortuna y el amor para hacerse con la primacía entre los seres humanos, no imaginó que cuatro siglos más tarde tendría un perfecto encaje en los acontecimientos, nuevamente decadentes, de la sociedad actual.

Tal vez sea en este contexto en el que se muestre acertada la frase de Albert Einstein con la que da comienzo la obra y que se proyecta sobre el escenario:
“La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es solo una ilusión. El tiempo no es lo que parece, no fluye en una única dirección, y el futuro existe de forma simultánea con el pasado.”

OBRA ENIGMÁTICA

Es la obra de Monteverdi una de las más enigmáticas que existen en cuanto a los orígenes de su composición. A pesar de numerosos y eruditos estudios, aún no están claras las autorías de algunas de sus arias más conocidas, incluido el bellísimo duetto final “Pur ti miro, pur ti godo”, del que lo único que parece quedar claro es que no fue Monteverdi su compositor.

Existen dos partituras manuscritas de esta obra, el napolitano y el Veneciano. Probablemente ninguna de ellas terminada por Monteverdi. Con bastantes diferencias entre ellas, pero en ambas solamente se incluye la línea de canto y la línea de bajo continuo. Este hecho es el que obliga a realizar la armonía e instrumentalización cada vez que se interpreta.

En esta ocasión, y bajo el título de “Poppea e Nerone” el compositor Philipe Boesmns, que ha corregido una versión estrenada ya en 1989, respeta absolutamente la línea del bajo continuo que queda arropado, además, con la armonía del piano, clave, celesta, armonium, arpa, marimba y vibráfono. La curiosa mezcla de instrumentos aporta originalidad de color y ritmo, pero a veces la combinación sonora aleja de la partitura.

Sylvain Cambreling, director que cuenta con una especial habilidad y sensibilidad para extraer de sus orquestas las mayores sutilezas sonoras, vuelve a lograrlo en esta ocasión dirigiendo a la Klangfrum Wien, uno de los grupos de música contemporánea más importantes y que el director es buen conocedor, no en vano es uno de sus directores titulares.
Y para cerrar el círculo en torno a Mortier (que programa esta ópera apenas dos años después de la versión de William Christie), sólo nos falta el tercer elemento. Junto a Boesmns y Cambreling, no podía faltar su alter-ego escénico, Warlikowski.

Sitúa la escena en una especie de clase, o colegio mayor en la Alemania de los años 30. Para ello, utiliza la enorme caja escénica en todo su esplendor. Abierta, oscurecida y desangelada, con detalles significantes pero que solo es capaz de llenarse con las proyecciones, de gran belleza estética y muy acertadas, de Denis Guéguin. Las imágenes se reflejan sobre el fondo del inmenso escenario y aportan intensidad a escenas, detalles y personajes.
Las grabaciones, a tiempo real, eran simultaneadas con imágenes de grabaciones de películas de Leni Riefenstahl, cineasta alemana vinculada con el nazismo, lo que ayudaba a situar históricamente todo el entramado escénico.

Los personajes, incapaces de llenar el inmenso espacio, circulan por el proscenio al tiempo que una fila de figurantes transcurren en una especie de pasarela de obsesiones de Warlikowski. La más importante de estas obsesiones, la calculada ambigüedad sexual de sus personajes. La necesidad de travestirlos y desnudarlos, en ocasiones, de manera excéntrica. Pero se trata de Poppea, la ópera sexualmente más explícita y en la que se pueden hacer este tipo de concesiones.
Todo presentado tras un prólogo, un tanto presuntuoso, que trata de explicar al público, que no sabe ni entiende, la intención filosófica de la obra. Que pereza…

Al inicio de la representación se nos anuncia la enfermedad de Poppea, Nadja Michael, que participará por deferencia al público. Debe cantar siempre con fiebre, porque la diferencia no es sustancial. La mayor cualidad de su voz es la potente sonoridad.
La voz de Nerone, interpretada en esta ocasión por un tenor, al modo que se ha venido haciendo a lo largo del siglo XX, corre a cargo de Charles Castronovo. Construye un Nerone agresivo y lleno de soberbia, que resulta acertadamente antipático. Una voz potente y a veces oscura hacen al personaje particularmente convincente.
Un tristísimo Ottoe, interpretado por William Towers, no se apartaba de la boca del escenario, de otro modo habría sido imposible escucharle. Una voz plana, débil, y sin matices, acompañó a una Ottavia, María Ricarda Wesseling, a la que parece que contagió su desgana.
El ya familiar Willard White como Seneca, fue el más destacado de la noche. Sus tablas y profesionalidad le convierten en un valor seguro a la hora de afrontar casi cualquier personaje. La dificultad en los gravísimos no empañó el resto de la declamación de su personaje.

Pero sin duda, las voces más interesantes de la noche y las más aplaudidad fueron las de Ekaterina Siurina, como Drusilla, con una voz sonora y pulida. Menos mal que no le hicieron cantar mientras tenía que permanecer suspendida de unas anillas, como si de una atleta se tratase.

Muy bien José Manuel Zapata (un poco tirante), Juan Francisco Gatell, Gerardo López y Antonio Lozano. Sus buemas voces y oficio merecen más papeles en este Teatro.

Poppea e Nerone
Claudio Monteverdi (1567-1643)
Philippe Boesmans (1936)
L´incorinazione di Poppea con orquestación de Philippe Boesmans
Dramma in musica en un prólogo y tres actos
de Giovanni Francesco Busenello.
D. musical: Sylvain Cambreling
D. escena: Krzysztof Warlikowski
Iluminación: Felicd Ross
Coreógrafo: Claude Bardouil
Creador videográfico: Denis Guéguin
Dramaturgo: Christian Longchamp
Reparto: Michael, Castronovo, Wesswling, Towers, White, Siurina

Para celebrar el día internacional de la Música, hay acontecimientos que empiezan a institucionalizarse. Uno de ellos es, sin duda, la ópera en el Templo de Debod de Madrid, organizado por la Junta municipal de Moncloa-Aravaca.
Rigoletto, de Verdi, ha sido la ópera elegida para esta ocasión. El templo egipcio ha sido transformado en el palacio renacentista donde se sucede la acción a la que han asistido, gratuitamente, unas seis mil personas. Esta iniciativa que este año llega a su cuarta edición, tiene un sentido especial para su director de escena, Constantino Juri, para el que “el sentido de este gran esfuerzo en una época de carencias, es un mensaje de esperanza. Cuando terminan las palabras comienza la música y es muy importante que la gente se acerque a la música, no solamente quienes están acostumbrados, también nuevos públicos. Hacerlo además en este lugar con una historia de 2.500 años a nuestro alrededor es un maravilloso atrevimiento”.
Con esta representación ya son más de 30.000 personas las que han pasado por este lugar en sus diferentes ediciones para disfrutar de la ópera en el día de la música. Gracias a estas representaciones, jóvenes artistas han tenido su oportunidad y son varias las carreras musicales iniciadas y proyectadas. Y el lugar no podía estar mejor elegido. Hacer que la ópera llegue a tanta gente a la vez, gratuitamente y con la dignidad con la que se realiza este montaje, es un esfuerzo que merece reconocimiento, hoy más que nunca.
Y no poca gente han sido los artífices de esta celebración de la música. Desde su concejal, Álvaro Ballarín, el equipo técnico encabezado por Virginia Antoranz Boronat, Elisabeth González Almansa e Irene Galdeano Ramos. El equipo artístico con Madalit Llamazares en la dirección musical y Constantino Juri como director de escena. En en el reparto artístico: Claudio Malgesini y Carlos Carsogli como Rigoletto; Margarita Marbán y Elvira Sánchez, como Gilda; Houari López, Duque de Mantua; Armando del Hoy y Domenico Aviola como Sparafucile y Anna Moroz como Maddalena.

Cyrano de Bergerac

Este Cyrano que llega al Teatro Real parece ser la concesión o “detalle” que Gerard Mortier tiene con el público de Madrid. Debe pensar que un Plácido al año, no hace daño, pero solo uno y sin adornos. Sin “Enfoques”, solo cinco funciones, sin publicidad inicial en la web, etc, etc.. Pero Domingo, como institución que es, por encima de otras consideraciones, ha colgado el cartel de no hay billetes con esta comedia heroica de Alfano, una composición italiana con evidentes evocaciones francesas.

Plácido Domingo es un Maestro, entre otras cosas, por saber descubrir y desempolvar partituras que se amoldan perfectamente a sus características, vocales primero, y escénicas después. El Cyrano de Bergerac de Franco Alfano (conocido sobre todo por concluir el Turandot de Puccini) es un personaje con una vocalidad centrada y sin grandes exigencias en los extremos. Propicio para un tenor lírico spinto y amplio. Esto permite a Domingo tener algunos momentos de calidad, donde es posible reconocer ese color de voz suyo tan hermoso y característico, a pesar de que nunca fue dueño de metal en el agudo. Se aprecia también la necesidad de hacer pausas más a menudo ante la escasez de fiato y la dificultad en algunos apoyos que resultaban insuficientes en el recorrido por los graves. Se percibe también la falta de ensayos, que se evidenciaba en la asincronía con el resto de intervinientes, y las dificultades para recordar el texto.
A los elementos canoros, propiamente dichos, hay que sumar las ya evidentes dificultades para moverse en escena. Continúa Domingo haciendo gala de una excelente forma física dada su edad, pero desde Su Simon Boccanegra de hace dos temporadas, se ha notado un cierto declive físico que hace que la soltura de sus movimientos no sea la misma.

Junto a Plácido Domingo, y al menos durante las dos primeras representaciones, sustituyendo por enfermedad a Sondra Radvanovsky, hacía su presentación operística oficial en el Real, la soprano Ainhoa Arteta. Conocedora del personaje de Roxane, solventó la noche con gran dignidad y así fue recompensada por el público, que le brindó una cálida ovación de bienvenida. Su voz se ha ensanchado un poco y al hacer la transición al agudo se estrecha y resulta un poco tirante, pero es robusta y voluminosa y sus mezza voce estuvieron llenos de belleza. Continúa teniendo problemas de expresión y teatralidad, parece tensa y poco natural, esperemos que se relaje para la Doña Elvira de Don Giovanni, que la vuelve a traer al Real la próxima temporada.

Del resto de cantantes no hay mucho que decir, Decepcionante Michael Fabiano, como Christian y muy solvente Ángel Ódena como De Guiche.

EL coro estuvo brillante, como nos tiene acostumbrados. Tal vez un escalón por debajo pero no por demérito suyo, sino porque la obra en sí se sitúa en ese segundo escalafón.

Después de haber comprobado a lo largo de la temporada, todo de lo que es capaz la Orquesta Sinfónica de Madrid cuando es dirigida por batutas brillantes y exigentes, la de hoy ha sido una interpretación pobre en matices y expresividad. A favor de Pedro Halffter, decir que la partitura no es precisamente lucida.

La escenografía, demasiado espectacular y excesiva. En ocasiones había mucha gente sobre el escenario que hacía, además, demasiado ruido y daba sensación de cierto caos. Un poco insoportable resultó el inicio de la obra con actores por el escenario mientras sonaba las desagradables afinaciones de la Orquesta. Mala e infantil iluminación que debió dejar ciego a más de un espectador en el Patio de butacas por los reflejos.

En resumen, una ópera aburrida cuyo único objetivo es recibir en su casa, una temporada más, a un Plácido Domingo que cuenta siempre con el cariño de su público satisfecho solo con su presencia. Pero hay algo que continua haciendo como nadie, morirse en escena. Especialidad ésta que proporcionó un final conmovedor, como solo él es capaz de hacer.

Cyrano de Bergerac
Franco Alfano (1875-1954)
Ópera en cuatro actos y cinco cuadros
Libreto de Henri Cain, basado en el drama heroico homónimo de Edmond Rostand
Nueva producción del Teatro Real procedente del Théâtre du Châtelet de París
D. musical: Pedro Halffter
D. escena e iluminación: Petrika Ionesco
D. coro: Andrés Máspero
Coro y Orquesta titulares del Teatro Real
Arteta, Lamprecht, Toledo, Domingo, Ódena, Pomponi, Fabiano, Alvaro, Helmer

Marina Abramovic

Una vez más, y ya son varias esta temporada, una pregunta cargada de tendenciosidad se repite al salir de una representación en el Teatro Real, ¿pero, esto es ópera?. Evidentemente, no. Si embargo, es casi imposible no darse cuenta de la cantidad de similitudes de peso que un obra como “Vida y muerte de Marina Abramovic” tiene con obras del repertorio clásico. La escenografía, los tableaux, la comedia, la tragedia, la emoción, la prima donna, incluso la muerte final de la protagonista.

Nunca un espectáculo, pretendidamente operístico, había despertado tanta expectación en la reciente historia del Teatro Real. Tal vez habría sido más acertado que fuera esta producción, y no C(h)oeurs, la que hubiera estado fuera de abono. Aún así, no se habría podido responder a las peticiones de entradas. Tal era la expectación.

A la sala no se puede acceder hasta diez minutos antes de dar comienzo el espectáculo pero al entrar, te das cuenta de que ya ha comenzado. Mientras el público, un tanto desconcertado por la espera y por la penumbra de la sala, intenta localizar sus asientos, tres doberman merodean por el escenario alrededor de tres féretros ocupados por Marina Abramovic.
Este momento de quietud que dura unos quince minutos es, según comentó divertida la propia Marina Abramovic en rueda de prensa, el momento que más le ha costado. “He tenido que desarrollar mucha paciencia. He pasado tantas horas ensayando este momento que, cuando muera de verdad, pensaré que se trata de un ensayo”.

Las luces y la escenografía son, como es habitual en los trabajos de Robert Wilson, muy cuidados estéticamente, y de una delicadeza casi infinita. Una sublime iluminación creaba una atmósfera cargada de intensidad y magnetismo en la que se encajaba, con gran precisión, las proyecciones, los sonidos y los movimientos estáticos con los que se desenvolvían los actores sobre el escenario, como si se tratase de una obra simbolista. Wilson ensambla con gran coherencia y elegancia los distintos estilos y materiales con los que trabaja.
Los instantes iniciales se acompañan de un sonido grave y continuo que se hace cada vez más intenso. En ese momento comienza a escucharse la voz impactante de Svletana Spajic. La severidad y melancolía de estas voces tradicionales, cargadas de la difícil historia servia, ayudan a fijar perfectamente al personaje. Cada elemento que se va sumando a la escena, ya sea voz, luz, sonido, imagen o palabra, añaden dramatismo e intensidad. No existe un momento de descanso. Tan solo hay alguno en la primera parte que parece hacerse eterno. Pero todo es expectación a la que contribuye, de manera espectacular, la expresividad, maestría y humildad con la que Willen Dafoe ejerce de maestro de ceremonias. Unas veces como narrador, otras como protagonista, otras, simplemente, como un soldado más, pero siempre como un elemento imprescindible. Cuanto tienen que aprender los actores españoles, sobre todo humildad.
Dentro de una obra tan emocional como esta, los elementos que más profundidad la imprimen son las voces. Muy acertada la actuación del contratenor alemán Christopher Nell.

Los músicos, encabezados por Doug Eieselman, componen una variedad de mundos diferentes que se superponen unos a otros de manera mágica. Sonaban como un pálpito de fondo a las proyecciones que aparecían sobre algunas de las performances de Marina Abramovic.

Otro de los triunfadores de la noche fue Anthony. Cuenta Marina Abramovic que la primera vez que le escuchó cantar no pudo reprimir el llanto por la emoción que le produjo. Las veces que Anthony aparece en escena es lo más parecido que he visto a la expectación que levanta una diva antes de iniciar el aria más importante y esperado de la noche. Sus temas son melódicamente sencillos, pero su forma de interpretarlos, su voz, hipnótica y sugerente, personalísima y cargada de intimidad y fuerza, dejaba sobrecogido al público que, hipnotizado, tardaba unos instantes en reaccionar. Aparecía siempre en los momentos más graves de la historia acompañado únicamente por el piano y siempre para dulcificar, para poner el contrapunto a la tragedia. Una voz que calma y eleva las palabras a la dimensión de los sueños.

Al final, la aparente protagonista queda en un segundo plano. El espectáculo no es una performance de Marina Abramovic, ni siquiera es ella el objeto de estudio. Es la materia de estudio, o mejor aún, el pretexto. Ella pierde el protagonismo en favor de los elaboradores y narradores de la historia. Ahí está el mérito de Marina Abramovic, el haber reunido en torno a ella a un grupo de geniales biógrafos.

The Life and Death of Marina Abramovic
Teatro Real, Madrid, 19-4-2012
Encargo y producción del Teatro Real
Una creación de Robert Wilson, Marina Abramovic y Anthony
Willem Dafoe, William Basinski, Svetlana Spajic, Jacques Reynaud, A. J. Weissbard, Ann-Christin Rommen, Wolfgang Wiens, Nick Sagar,
Joey Cheng, Tomasz Jeziorski, Dan Bora, Ivan Civic, Amanda Coogan, Andrew Gilchrist, Elke Luyten, Christopher Nell, Kira O´Reilly,
Anthony Rizzi, Carlos Soto, Svetlana Spajic Group, Doug Wieselman, Gael Rakotondrade, Matmos, Oren Bloedow

David Alegret

Su conversación es sincera de la mano de una voz amable, cálida y limpia, con un delicioso acento catalán. David Alegret está considerado como unos de los tenores líricos ligeros más importantes de la actualidad.
Nacido en Barcelona en 1972, dejó primero la música por la medicina y depués, la me-dicina por la música. Una decisión importante que agradecemos al escucharle cantar.Las características de su voz y su talento, hacen de David Alegret uno de los tenores españoles con más proyección internacional, y una realidad que se manifiesa en los mejores escenarios del mundo.

Brío Clásica: Su debut en el mundo de la ópera puede parecer que ocurrió un poco tarde pero, dada su trayectoria en estos últimos años, ¿no cree que más bien ha llegado a tiempo a la profesión?

David Alegret:
Es muy relativo esto de haber empezado pronto o tarde. Yo estoy muy contento de cómo han transcurrido estos últimos cuatro o cinco años. Creo que hay un margen de tiempo bastante amplio, sobre todo en el canto.
Me fui a estudiar fuera a los 26 o 27 años. Esto puede parecer tarde, pero yo ya estaba muy relacionado con la música. Mi madre era profesora de música y yo había estudiado, también un poco de flauta y cantaba en coros. Justo antes de irme cantaba en el coro semiprofesional del Palau de la Música.
Empecé más tarde porque antes había estado estudiando medicina. Pensaba que sería médico. Luego regresó el canto y decidí marcharme a Basilea a estudiar canto con mi profesor de entonces, Kurt Widmer. Me dieron una beca y estuve durante cuatro años en la Musik-Akademie de Basilea estudiando con él.

B.C.: Su carrera despegó tras una sustitución, nada menos que a Juan Diego Florez. Se necesita mucho talento porque el riesgo es elevado, ¿cómo ocurrió?

D.A.: Si, es muy arriesgado. Después de estudiar en Basilea, gané un concurso, el Premio Karajan Stupendium de la Staatsoper de Viena. El premio consistía en un año de contrato con la ópera de Viena haciendo pequeños papeles y el cover de los papeles principales que correspondían a mi tipo de voz. Ahí estaban en L’Italiana in Algeri y El Barbero de Sevilla, para los que estuve haciendo el cover de Florez. Después de ese año me marché de Viena, y cuando ya estaba iniciando mi carrera en otros teatros, me llamaron. Sabían que yo conocía la producción . Me llamaron a las 10h de la mañana, el mismo día a las 14h cogía un vuelo, a las 17h llegaba a la ópera y a las 19.30h me ponía a cantar. Hay que controlar los nervios, tener talento y la valentía de hacerlo. Todo fue muy bien y a partir de ese momento mi carrera se disparó un poco.

B.C.: Una voz de sus características y calidad dispone de un amplio repertorio, tanto en lo operístico como en recital y sinfónico. ¿Cómo ve la evolución de su voz a medio y largo plazo?

D.A.:
Mi voz es propiamente una voz pura de tenor lírico ligero. Si hablamos de ópera, mi repertorio es muy rossiniano, mozartiano y ahora estoy evolucionando hacia el Donizetti más ligero, como puede ser Don Pascuale, La fille du regiment, L´elisir d´amore. Pero todo esto con mucho cuidado. No quiero dar un paso en falso. La voz es un instrumento que parece que controlamos pero no es tan facil. Hay que tener muy buena técnica y saber elegir el repertorio adecuado. También hago mucho concierto y oratorio. Lied y oratorio de Bach, Mozart, Monteverdi, Música Barroca… Tengo un amplio repertorio en el que voy evolucionando a pasitos lentos. Pienso que más vale dar tres pasitos lentos y que uno grande y pagar las consecuencias.

B.C.: Hablemos de las obras Cristóbal Colón, de Carnicer y el Giravolt de maig, de Toldrá, dos obras que está trabajando ahora. Hay pocas oportunidades de escuchar un ópera en otra de nuestras lenguas, en este caso en catalán, y esto tiene que ser, además, muy especial para usted.

D.A.:
Estas dos obras me hacen mucha ilusión porque son de dos compositores nuestros. Pienso que todos deberíamos hacer un esfuerzo para programar más compositores de nuestro país y potenciarlos. Sobre todo en esta época de crisis, puede ser una oportunidad para dar un giro en este aspecto y potenciar a la gente de aquí. Estamos hablando de dos compositores que en su momento fueron de los más grandes de su época. Ramón Carnicer era el máximo exponente en el siglo XVIII de un tipo de música muy belcantista, entre Rossini, Donizetti, Bellini… Es una música preciosa que ahora tenemos la oportunidad de escuchar y que requiere de una técnica vocal muy depurada por su exigencia.
La obra de Eduard Toldrá me hace especial ilusión porque es nacido en Barcelona, como yo. Es un compositor más lírico, encaja muy bien con mi tipo de voz y es una producción de la que ya hice una grabación en CD precisamente con Ros Marbá y los cantantes con los que se hizo la grabación. Me hace especial ilusión.

B.C.: ¿Cómo surgió el proyecto de representar “El Giravol de Maig”?

D.A.: El proyecto del Giravolt lo impulsó mucho Antoni Ros Marbá. Él fue discípulo de Toldrá y quien ya dirigió la grabación de esta obra. Ahora quería llevar a cabo este proyecto que en principio iban a ser dos funciones escenificadas en el Palau de la Música, que es donde se estrenó. A causa de la crisis se ha quedado en una representación en versión concierto. Es una pena que esto ocurra pero, por desgracia, nos estamos acostumbrando a que esto pase cada vez más. Deberíamos entre todos esforzarnos un poco y luchar por lo gente de aquí. Compositores como Toldrá y Carnicer. Está muy bien que para darles a conocer se realicen versiones de concierto, pero creo que deberíamos apostar fuerte por que fueran escenificadas.
El proyecto de Toldrá ha salido adelante gracias al empeño de Ros Marbá y el Palau de la Música.

B.C.: ¿En alguna ocasión ha tenido que decir no a un papel o proyecto?

D.A.: Hay tipos de voces que en algún momento pueden confundir y a las que se le puede ofrecer un papel no ajustado a sus características. En mi caso, la tesitura de mi voz indica claramente cual es mi repertorio y no he tenido ocasión de decir que no. Tan solo una vez dije no a un L´elisir d´amore pero, si me lo ofrecieran hoy, diría que si. Fue cuando empezaba, hace seis o siete años en un teatro de Austria. Dije que no porque realmente no era el momento.
A parte de este caso, no me he encontrado en situaciones de este tipo. Creo que la gente que programa tiene muy claro el tipo de voz que tengo y los papeles que van con ella.

B.C.: Para un joven que quiera iniciar una carrera artística como la suya, las posibilidades de formación son mayores ahora pero, ¿cómo ve el futuro de la lírica para estos jóvenes?

D.A.: Desde el punto de vista del cantante yo soy optimista, a pesar de estar viviendo unos tiempos difíciles. Es cierto que ahora hay más escuela, más posibilidades de formación, lo que implica que también es mayor la competencia. Hay más gente que sale mejor formada precisamente en esta época de crisis.
Vista desde fuera, la situación asusta un poco y piensas: ¿cómo vamos a salir de aquí?. Yo creo, sinceramente, que es muy bueno que haya una mejor formación. No por que estemos en un momento con más dificultades vamos a negar la formación ni la competencia. Creo que los programadores y quienes financian tienen que reinventarse y poder sacar esta situación adelante. Requerirá un esfuerzo por parte de todos, pero si somos optimistas, y amamos la profesión como la amamos, tengo la confianza que saldremos adelante.

B.C.: Dejó el canto por la medicina, y la medicina por el canto. ¿Qué buscaba en la ópera y el canto, qué ha encontrado y que espera de ella?

D.A.: A mi me gustaba mucho la medicina, pero me apasionaba el canto. Cuando llegó la oportunidad no pude decir que no a marcharme a Basilea abandonando la medicina. Seguramente habría sido un buen médico, pero en ese momento la pasión me pudo y me decidí por el canto, es lo que siento. El canto es una parte muy importante de mi vida, pero no es mi vida completa. También tengo una vida personal, pero todo está muy ligado.
Creo que los cantantes lo llevamos dentro y creo también que es la máxima expresión para transmitir emociones, a través de la música. Lo que a mi me satisface es cantar, poder expresar y sacar fuera todas esas emociones, transmitirlas a la gente que me escucha, llegar a ellos y poder mover algo dentro de ellos.

C(h)oeurs8

Teniendo en cuenta que la mayor parte de nuestros principios, no son más que prejuicios, despojémonos de los prejuicios, incluso de algún principio y desvistamos a C(h)oeurs de toda carga o referencia política. Veamos qué es lo que queda. Había presentado el Teatro Real su nueva producción, C(H)OEURS, como el producto de la reflexión y el análisis de la masa frente al individuo. De movimientos como “la primavera árabe” o el movimiento 15M. Para proporcionar una pátina de intelectualidad a semejante cúmulo de acontecimientos se recurrió a las comparaciones, o inspiraciones filosóficas de un libro como “Las benévolas”, de Jonathan Littell. Quien conozca esta lectura y haya asistido a una representación de C(h)oeurs, convendrá conmigo que, cualquier coincidencia entre ambos no es, ni siquiera, producto de la casualidad.

“… Le di una palmada amistosa en el hombro. “No se preocupe. Todo irá bien. Pero no se deje el vino, que lo vamos a necesitar.”…”  (Las benévolas, Jonathan Littel)

Todo comienza de manera espectacular con la ira de Dios, el “Dies irae” y “Tuba mirum”, del réquiem verdiano. Los metales, situados en el proscenio, le dan mayor resonancia y la sala se inunda de sonido. La partitura suena imponente en las voces del coro. Inmediatamente se adivinan los primeros compases de la obertura de Lohengrin. La delicadísima tensión de un mar de violines nos hace pensar que vamos a ser salvados por la importante música como el que se agarra a un flotador cuando se adivina un naufragio. Sobre el escenario, las contorsiones asincopadas de Les Ballets C de la B, hace un rato que han empezado, primero a inquietar, y después a molestar al público, pero sobre todo al coro que trata de desenvolverse por el escenario.

Hacer el ridículo sobre esta música lo minimiza, cualquier cosa resulta menos ridícula con semejante fondo musical. Por eso continuamos aferrados a ella y a las espectaculares voces del coro, pero cada vez resulta más complicada esta labor. De manera deliberada lo verdaderamente importante, que es la música (no olvidar que se trata de Verdi y Wagner) va perdiendo peso, se va diluyendo y deja paso a escenas absurdas. No se puede decir que sea una coreografía, se trata de criaturas dolientes y espectrales que vagan por el escenario, incomodando al coro, como ruinas humanas agonizantes mientras intentan ponserse la ropa interior que hasta ese momento llevaban entre los dientes.

Comienza entonces, ante el desconcierto del público primero, y la burla después, la retaíla del coro diciendo de uno en uno su nombre mientras sostienen pancartas con palabras o mensajes tan manidos como trasnochados. Me recordaba el miércoles de ceniza en el colegio, cuando apuntábamos nuestros pecados en un papel antes de quemarlos. Y el recuerdo no era por las palabras en sí, que también, sino por lo escolar de la escena. En el transcurso de estos acontecimeintos, el ritmo se ha roto definitivamente para no volver a recuperarse jamás. El público, entre cabreado, aburrido y burlón, espera en sus butacas la siguiente ocurrencia, si es que no han desertado a estas alturas. La música ha desaparecido y suenan reproducciones grabadas de Macbeth o La traviata mientras una voz recita frases aparentes pero que resultaban ya completamente banales.
El espectáculo es, en suma, de una calidad ínfima, penosa. Resulta realmente asombroso, primero, que una producción escénica pueda cargarse de un plumazo coros de Verdi y Wagner interpretados por una de las mejores orquestas y coros europeos. Y segundo, que un teatro como el Real de Madrid haga propuestas artísticas de una pobreza tan desmedida. Tal vez la discusión sea esa, la de que algunos consideren una genialidad esta capacidad de destrucción.

Dice Alain Platel que lleva montando esta obra desde hace 6 años y que al producirse los acontecimientos a los que alude, decidieron llevarla a cabo. Esto es totalmente incoherente, y sería oportunista, si no fuera porque ya llega tarde.
Platel cree ocupar la cima de la cultura europea, quiere que discutamos de sus ropajes, cuando queda claro que está desnudo. Lo que la cultura necesita son propuestas realmente arriesgadas. Que la masa encefálica quede por encima de la masa populista. Ejemplos hemos tenido, sin ir más lejos esta misma temporada en el Real, de la mano de Peter Sellars y su Iolanta y Persephone. Y podríamos remontarnos y citar más obras que han generado polémica de altura.

La sensación que deja esta “performance” es de vacío y tristeza.

Hay que reconocer cierta habilidad por no incluir un descanso, no es necesario explicar la razón. Y el éxito mediático, normal, ¿qué necesita un mediocre para no pasar desapercibido? ¡¡RUIDO!!

“…Pero no descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más suerte que yo, pero que no sois mejores. Pues si tenéis la arrogancia de creer que lo sois, ahí empieza el peligro…”

“… Como la mayor parte de la gente, no pedí convertirme en asesino. Si hubiera estado en mi mano, ya lo he dicho, me habría dedicado a la literatura…”

(Las benévolas, Jonathan Littel)

 

C(H)OEURS
(Coros/Corazones)
Madrid, 12 marzo 2012, Teatro Real
Proyecto de Alain Platel, con música De Giuseppe Verdi (1813-1901) y Richard Wagner (1813-1883)
D. musical: Marc Piollet
D. de escena y coreografía: Alain Platel
Escenografía: Alain Platel
Dramaturgia: Hildegard De Vuyst
Dramaturgia musical: Jan Vandenhowe
Figurinista: Dorine Demuynck
Iluminación: Carlo Bourguignon
D. del coro: Andrés Máspero
Les Ballets C de la B
Coro y Orquesta titulares del Teatro Real
(Coro Intermezzo y Orquesta Sinfónica de Madrid)

Maria Jose Montiel

Entra en escena con decisión y delicada firmeza, contagiando energía y, siempre, siempre sonriendo, también con la mirada. Es María José Montiel, una de nuestras mezzosopranos más internacionales. Comparte los mejores escenarios con los más grandes, algunos de aquellos a los que acudía a escuchar con devoción al Teatro de la Zarzuela, después de una larga noche de espera para conseguir una localidad que le hiciera disfrutar y soñar. Unos sueños de entonces que, como en la ópera, han sido superados por la realidad.

BRÍO CLÁSICA: Entre su amplia formación músical, llama la atención que también cursara estudios de derecho.

MARÍA JOSÉ MONTIEL: Los estudios de derecho no eran un impedimento. Yo iba a la universidad por la mañana y por la tarde al conservatorio. Nací en el seno de una familia muy musical. Mi madre tocaba el piano, mi abuelo cantaba. La música entonces para mi consistía en algo muy natural, algo que formaba parte de mi vida cotidiana.
Cuando terminé COU me planteé ir a la universidad pero no terminé la carrera de derecho, estaba ya tan metida en el mundo de la música que no tuve tiempo de compaginar ambas cosas. Lo que sí hice años después fue volver a la universidad Autónoma y cursar un DEA en Historia y Ciencias de la Música. Me apetecía volver a la universidad y hacer algo en la rama más cercana a mi profesión, que es la música.

B.C:¿Por qué cree que resulta tan complicado hacer que la juventud se interese por la ópera o la zarzuela?

M.J.M: Ir a la ópera, sobre todo si eres joven, puede parecer una cosa rara. Pero si se enfoca desde otros puntos de vista ya no lo es tanto. Es como ir al cine, vas a que te cuenten una historia. La ópera es un guión en el que, en lugar de hablar, cantan.
En este guión puede ocurrir de todo. Van a pasar cosas que pasan en la vida cotidiana. En la ópera hay amor, como en la vida. Hay celos, como en la vida. Hay desamor, como en la vida, rencillas, etc. Todos esos sentimientos que vemos en la ópera y que parece que están exagerados porque al final se mueren, por ejemplo, tomándose un veneno, en realidad es como en el cine.
Y aquí también la realidad supera la ficción. Todo lo que en el cine o en la ópera puede parecer exagerado, en la realidad es mucho peor, pero lo vemos de manera cotidiana, con la ropa de diario y no somos conscientes. En la vida real hay más crímenes y lo que vemos a diario en las noticias es mucho más desagradable.
También la vida real es maravillosa, y una ópera o una película refleja muy bien lo maravillosa que es la vida. Creo que este es un buen enfoque para desdramatizar la ópera.

B.C:Siempre le ha gustado la ópera y la zarzuela?

M.J.M: Si, siempre. Como nací en una familia donde se escuchaba todo tipo de música, ópera, zarzuela, lied alemán, tangos, boleros… No he tenido que descubrirla porque estaba ahí.
Hay personas que, de repente, a los 15 años asisten a una buena representación o la escuchan por la radio y quedan enganchados. Cuando eso ocurre suele ser ya para toda la vida, sueles enamorarte y eso es algo maravilloso. También ocurre con el teatro y con otras arte.

En estos momentos de crisis y oscuridad que estamos viviendo, es una pena que la cultura sea también recortada, porque a través de ella puedes elevar el espíritu. Creo que es precisamente en estos momentos cuando deben de abrirse más posibilidades de acercarse a la cultura. Facilitar sobre todo el acceso a los jóvenes. En Viena, por ejemplo, existe una gran oferta cultural y la posibilidad de comprar entradas de pie muy asequibles para los jóvenes. Allí se va a la ópera de manera natural, como quien va al cine. Para llegar a ese nivel de normalidad cultural nos falta mucho pero es el ideal.

Sería muy bonito que hubiera una educación musical como en otros países centroeuropeos. La música es una de las vías de comunicación más directas para tocar el corazón, la vía más conmovedora. Trabajar con lied, por ejemplo, es casi un ejercicio de meditación, te traslada a un nivel superior. Es un trabajo de meditación y de investigación en uno mismo. La música y la belleza en general son las que nos pueden hacer sobrellevar todos estos malos momentos.

B.C: En estos momentos en los que parece que lo único útil para un joven es cursar estudios con buenas salidas profesionales, ¿cómo se les convence para que inviertan en cultura, en arte?

M.J.M: Debe facilitarse el acceso a los jóvenes a la música, a las artes, no hay que decidirse solo por criterios estrictamente profesionales o con buenas perspectivas salariales a la hora de formarse. Hay que luchar, sobre todo si tienes una vocación, hay que luchar por ella. Si no se hace así, si no se consigue el equilibrio, aparecen las frustraciones. Todos tenemos que luchar y trabajar también por nuestras vocaciones sabiendo que nada es regalado, que todos tenemos dificultades pero que la vida es maravillosa y luchar por lo que nos gusta es muy satisfactorio. Y no rendirse, ni tirar la toalla nunca. Hay que tener vocación, emoción, ¡mucha emoción! y deseo… No dejarse arrastrar por la facilidad y la pereza.

B.C: ¿Por qué la música española de concierto es tan poco conocida si la comparamos con el repertorio francés, italiano, alemán…?

M.J.M: Soy una cantante que lucha muchísimo por el repertorio español. He grabado repertorio inédito y lo interpreto siempre. Cuando tengo un recital en el extranjero siempre la primera parte está dedicada al repertorio español y la segunda parte a ópera y zarzuela. Si es un recital de lied está compuesto de canción francesa, lied, española, portuguesa… siempre con canción española. La defiendo porque considero que está al mismo nivel que el resto. Por desgracia, no tenemos un país que apoye su propia cultura, es casi como una tradición, no apoyar demasiado nuestras cosas. Países como Alemania o Francia defienden su cultura por encima de todo, esto es digno de admiración y algo que nosotros no hacemos. Hay una parte de la sociedad que, por diversas razones, no la considera, pienso que es un tipo de complejo.
Al menos algunos artistas luchamos mucho por fomentar la zarzuela y la canción de concierto. Este repertorio además está llenos de obras maravillosas de autores como Falla, Alvéniz, Granados, Toldrá, Rodrigo, Monsalvatge, Guridi… Por no hablar de lo importante que es la creación contemporánea.

B.C: ¿Cómo aborda usted un nuevo personaje en su repertorio?

M.J.M: Lo preparo sobre todo históricamente. Suelo basarme en las obras literarias que rodean al personaje, en su momento histórico. Y a través de la partitura, siguiendo la música. Por ejemplo, la Princesa de Éboli que es un personaje que estoy perfeccionando ahora mismo y de quien todos conocemos su historia porque lo hemos estudiado desde pequeños pero, de repente tienes que enfrentarte al personaje y ahondas mucho más en la literatura que haya sobre él y su momento histórico. Todo influye a la hora de interpretar, todo al final va al color de la voz y a la forma de expresar. También están el director de orquesta y de escena con quienes haces la producción. Y luego está la música que es la que te da más pautas. Hay que seguir a la música, porque hasta para los movimientos del cuerpo la música te da la pauta.
Hablando de Éboli. Verdi, que era un genio, con su música te lo dice todo, solo hay que seguirla.

B.C: Cuando la vemos cantar siempre está sonriendo, ¿qué significa para usted cantar?

M.J.M: Cantar es dar amor, es entregar amor y comunicar. Siento que el canto sale del alma. El otro día en Lisboa, cantando la Missa de Rossini, el momento final, el Agnus dei, que es uno de los momentos de música sacra universal más sublimes, en ese momento la emoción era tan grande que era casi como tocar el cielo. Quizá no era un momento para sonreir, pero era feliz.
Soy alegre por naturaleza y, aunque tenga un mal momento, cuando canto y se produce un intercambio de dar y recibir, recibes tanto que se establece una comunicación universal, un intercambio de amor. Cantar me proporciona equilibrio y paz en esa búsqueda de la belleza, de la comunicación.

B.C: A la hora de realizar una producción, digamos, arriesgada, ¿Dónde pone el límite?

M.J.M: Todo lo que sea para ayudar a mejorar la sociedad y mejorar el desarrollo del ser humano, me parece bien.
No estaría dispuesta a hacer algo que suponga una falta de respeto hacia alguien o hacia mi misma.
Respecto a las producciones vanguardistas, sin son fuertes o duras, pero sirven para concienciar a la gente de algo, dar un mensaje positivo, me parece bien. Pero la provocación por la provocación, sin un fondo, no me gusta. Los montajes modernos, siempre enfocados hacia algo positivo para mejorar.

B.C: ¿La mayor satisfacción profesional que ha tenido hasta este momento?

M.J.M: A parte de la satisfacción interna que produce el agradecimiento del público, la mayor ha sido interpretar Carmen y el Réquiem de Verdi. Debutar Carmen con tanto éxito, siendo un personaje tan importante, también en el mundo de la literatura, era un reto y un sueño. Carmen es además una historia de actualidad, por ese final en el que un hombre mata a una mujer. Tristemente es algo que vemos cada día, un hombre que mata a una mujer porque le ha dejado de amar.
Otra gran satisfacción fue interpretar el Réquiem de Verdi con Eduardo Chailly por todo el mundo. Es una música que te hace reflexionar, que traspasa la obra de arte para hacer una reflexión sobre el ser humano.

Nancy Fabioloa Herrera

Tras actuar esta temporada en la Ópera Nacional de París como Maddalena en Rigoleto, ahora llega a Madrid, al Teatro de la Zarzuela, con su recital “Gitanas”.
Con la misma serenidad que demuestra sobre los escenarios y la sensualidad de una voz envolvente, la mezzosoprano canaria Nancy Fabiola Herrera nos recibe en Madrid recien llegada de Brasil, tras ofrecer allí dos exitosos recitales.

BRÍO CLÁSICA: Continuó sus estudios en USA y desarrolla en el Continente americano la mayor parte de su carrera profesional. ¿Ofrece América más oportunidades artísticas que Europa?

NANCY FABIOLA HERRERA: La ciudad de NY es un centro artístico neurálgico, el más importante de todo el continente. También las discográficas europeas están representadas y realizan sus casting y audiciones. Por todo esto, y más si has realizado allí tus estudios, resulta muy cómodo vivir y trabajar allí. Profesionalmente es el mejor sitio para mi y es donde se encuentran también mi pianista, mis preparadores, mi maestro y no tengo que trasladarme a otros lugares para hacer audiciones. Sobre todo ofrece comodidad.

B.C: Hablado de “Gitanas”, que es la producción que le trae al Teatro de la Zarzuela de Madrid, ¿qué tiene de diferente?

N.F.H.: Este concierto es un recital al uso. Difiere del espectáculo inicial en que hemos prescindido del cuerpo de baile y parte de la representación escénica. La idea principal es la de utilizar obras en las que la protagonista es la mujer gitana española dentro del mundo de la lírica, sinfónica, ópera y zarzuela. Este rol de mujer es la protagonista del espectáculo.

B.C: Los personajes que interpreta suelen ser mujeres muy temperamentales y con una exigencia dramática importante. ¿En algún momento se produce un choque entre ambas técnicas, la vocal y la artística?

N.F.H.: Para evitar esto hay que tener gran versatilidad y dominio. Cada personaje tiene una exigencia vocal diferente, a parte de la exigencia dramática. No es igual la vocalidad de una zarzuela que, si es completa, hay que combinar la parte hablada con la cantada, con una ópera que no tenga diálogos. La exigencia es diferente.
En este recital se trata de mujeres todas ellas temperamentales y eso ofrece la oportunidad de mostrar una paleta de colores muy diversa. Estas obras representan diferentes aspectos de esa mujer gitana. Representa la parte pasional, la parte de superstición, de magia, la gitana que emigra, la que muere de amor. Hay que tener entonces una gran capacidad camaleónica para poder ir de un personaje a otro en una sola noche y darle a cada una sus características concretas.
Esto no es fácil pero supone un reto muy lindo. Significa que puedes llevar al público por un viaje de emociones bajo un mismo hilo conductor, que es el de la mujer gitana visto a través de los ojos de diferentes compositores. Son personajes que me llegan muy dentro y que tienen una parte que me gusta mucho que es su componente espiritual.

B.C: ¿Y existe en la representación un cierto margen de improvisación o hay que atenerse a la dictadura de la dirección escénica?

N.F.H.: Cuando hablamos de una puesta en escena siempre partimos de un concepto inicial, pero no hay nada implacable. Se puede tener un director con un concepto muy determinado, ver un personaje de determinada manera y hacer una propuesta escénica, pero el artista también tiene que estar de acuerdo con esa propuesta. Si el acuerdo no es completo hay que buscar el diálogo hasta conseguirlo para ser convincente en la interpretación. Si no crees en la propuesta escénica es muy difícil llegar al público. Uno tiene que estar convencido de lo que hace, pero no suele haber una dictadura salvo en casos muy extremos. Siempre, en el interés del director, como en el del artista, se establece un diálogo y se llega a una creación conjunta. Se comparten las ideas y el resultado es fruto de la idea de ambos.

B.C: Posee un instrumento muy versátil y contundente y vemos como crece y madura. Con sus características y respecto al repertorio, ¿hacia dónde cree que evoluciona su voz?

N.F.H.: La voz es un ente cambiante. Atendiendo a ese cambio, hay dos cuestiones principales: una es el repertorio que por naturaleza sea más cómodo a tu voz y otra, es el que vas adaptando a medida que la voz madura.
Dentro de lo que me resulta más apropiado cantar me gusta ser versátil, interpretar diferentes personajes con tesituras vocales distintas. Siempre dentro de mis características. Me interesan los personajes que tienen algo que decir, que tienen riqueza y diferentes estilos. No me gusta decir que soy especialista en un repertorio concreto y ceñirme a él, aunque esto también sea muy bonito y un auténtico arte. Pero en mi caso pienso que hay una paleta tan variada de obras y estilos que no me resisto a hacer incursiones en cada una de ellas.
La voz es algo que uno va observando como cambia, como adquiere solidez y cambian sus características. Se va definiendo entonces un repertorio que, tal vez, no era el más adecuado en un principio pero al que se llega después de una evolución de la voz.
Dentro de poco me veo haciendo incursiones en obras de Verdi, un Verdi temprano, más lírico. Roles tal vez más adecuados a la madurez actual de mi voz. Por ejemplo una Dalila o una Gioconda. Son roles que van siendo de un gran peso y madurez. Yo voy absorbiendo y probando, cuando veo que algo está lo suficientemente maduro y resulta adecuado y cómodo a mis características, voy hacia delante con ello.

B.C: Respecto a la captación de nuevos públicos, tanto espectadores como artistas, ¿cómo ve el fututo de la ópera?

N.F.H.: Creo que los teatros están haciendo un gran esfuerzo para presentar propuestas más cercanas a todo tipo de público. Desde hace varios años se están ofreciendo espectáculos que hacen la lírica más popular.
Creo que el concierto de los tres Tenores marcó un antes y un después en este tipo de acontecimientos. Ya no era solo un grupo exclusivo el que podía tener acceso a la lírica. No quedó casi nadie en el mundo que no supiera que se había producido ese concierto, y sus protagonistas se hicieron populares y eran reconocidos por todos los públicos. Es importante sumarse a propuestas diferentes para llegar a más gente, pero siempre respetando la esencia de las obras a representar.
Soy optimista con el futuro, es un mundo en constante transformación. Respecto a los artistas, hay una cantidad de voces maravillosas y creo que ahora los cantantes tienes más oportunidades de formarse, de prepararse realmente para esta carrera. El hamdicap puede estar en que vivimos en el mundo de la rapidez y la inmediatez. Parece que no hay tiempo suficiente para madurar, que falta tiempo, lo queremos todo ya y la voz es un proceso físico interno.
Hoy en día parece que lo que prima en un cantante a la hora de interpretar un personaje es el componente físico, parece que la voz ha pasado a un segundo plano, y estamos hablando de ópera, donde lo más importante es la voz, el instrumento. Que el rol que se interpreta sea el adecuado. Pero no siempre sucede así. El peligro es que a un artista joven se le exijan roles que no son los adecuados. Si no se cuidan estos aspectos se puede acortar la carrera de un artista. Se debe ser paciente, cosa muy difícil cuando se es joven, y, sobre todo, en estos momentos en los que lo inmediato es tan importante. Parece que perdiéramos el tren.
La necesidad de madurar, de tener una proyección a largo plazo, permite desarrollar mejor una carrera. A veces hasta los propios agentes o teatros caen también en ese error. Parece que se trata de ofrecer algo a corto plazo sin importar demasiado lo que pueda pasar después. Los jóvenes artistas deben tomar conciencia y no ceder a la inmediatez. Deben ser observadores de su voz y sus características y elegir muy bien lo que es conveniente en cada momento. Lo contrario puede pasar factura.
Mientras, tenemos que ser imaginativos para atraer al público, hacer que asista a los teatros a ver cualquier expresión artística. Que no se conformen con ver un vídeo o la televisión. Que se acerquen a disfrutarlo en vivo y aprecien la diferencia. Que se sorprendan.

B.C: Ud. Tiene una gran capacidad de transmitir sobre el escenario, ¿cómo se canaliza toda esa energía que llega al público?

N.F.H.: Creo que ante todo somos comunicadores. El actor, el cantante, el pintor… tratamos de comunicar con nuestro arte. En ese momento te conviertes en un canal de energía en el que, a través de la música, estimulas los sentidos y sentimientos de quienes nos escuchan.Cr
Creo que es muy importante ser honesto con uno mismo y no ignorar tu interior. Hay que ser capaz de atreverse a mostrar la alegría, el sufrimiento, la pasión… y todo de manera muy honesta.
Cuando tengo que interpretar un personaje, en ese momento me convierto en él, de esa manera observo que llego al público con más intensidad. Si adopto el personaje, si me lo creo, quien me escuche lo va a creer también. Si no es así, es difícil convencer a nadie. La energía no miente, llega o no llega.
Hay gente que interpreta con tal honestidad, con una capacidad de comunicación de corazón a corazón que te mueve por dentro, que no te deja indiferente y eso es lo que el público busca. No quieren salir del teatro igual que entraron. Para eso hay que dejar que fluya la energía y se produzca la magia de la comunicación.
Para que esto se produzca hay que trabajar mucho con el propio cuerpo, para responder a esa exigencias vocales y al llegar al escenario, no tener que pensar ni calcular, sino dejar que todo fluya.

La Clemenza

Encargada para la coronación de Leopoldo II como rey de Bohemia, La Clemenza di Tito fue la última ópera de Mozart. Y para ello no se conformó con realizar una composición simplemente digna para tal acontecimiento, fue mucho más allá, elaboró una nueva estructura musicodramática y compuso algunas de sus arias más bellas.
Esta obra nos cuenta la vida de Tito Vespasiano, Emperador justo y clemente, hasta el punto de perdonar a su íntimo amigo Sesto, y a su prometida , Vitelia, que intentaran asesinarle. Siendo lo más parecido a una tragedia griega.

Thomas Hengelbrock, un conocido experto de este repertorio y que ya dirigió la pasada temporada Ifigenia en Táuride, es también en esta ocasión el encargado de la dirección musical. Para él, esta obra “es la ópera más misteriosa de Mozart y una obra romántica con apariencia barroca”. Esto es quizá, lo que hace que esta ópera sea tan compleja.
Pero su dirección no ha sido suficiente para levantar una obra que, gracias a su escenografía consiguió que la temperatura de la sala resultase más heladora que la del exterior.

A cargo del matrimonio Ursel y Karl-Ernst Herrmann, (Ursel, leyenda en el mundo del teatro), se presenta la misma escenografía con la que fue estrenada en 1982. En aquel momento resultó un éxito, pero hoy su apariencia hospitalaria, desangelada, árida y poco original, hacen de ella una antigua reliquia.
Una frialdad escénica de la que no han podido huir ni la orquesta, ni el coro, ni el público ni, por supuesto, los cantantes. Se desarrolla en un amplio espacio único, casi abstracto que pretende buscar un efecto de neutralidad que permita resaltar, de manera desgarradora, la profundidad de los sentimientos de la música y los personajes. Pero, nada más lejos de esta intención.

Con lo que prometía la noche. Mozart otra vez en el Real… gran expectación, la Reina, Doña Ana, Don Jesús, Don Alfonso, Don Carlos, Doña Isabel, ¡cuánto glamour!. Comienza la obertura, ¡magnífica! Pero… aparecieron ellos, los cantantes… Una vez recuperada gracias a las sales, pude ponerme a pensar en otras cosas, poner la lavadora, llevar a Wendolin al veterinario… Pero era imposible concentrarse, tras Vitelia, Apareció Tito. Prefiero culpar de ello a esa frialdad de la que hablábamos antes. La falta de conexión entre los personajes, y entre estos y el público era muy sonora. Una total falta de ritmo. No existía la tensión que a una obra como esta se le supone. Nada parecía fluir en escena.

Yann Beuron creó un Tito melifluo e inconsistente. Incapaz durante toda la noche de embridar una voz desbocada que construía un personaje errático en el escenario. Era como un niño abandonado en la sala de espera de un geriátrico de la antigua Unión Soviética, que tan fielmente representaba el escenario.
Amanda Majeski como Vitelia, no consiguió precisar el carácter del personaje. Comenzó siendo un histrión adornada por un bibrato algo molesto. Se fue corrigiendo a medida que avanzaba la obra y logró sujetar su voz.

El alivio llegó de la mano de los supuestos papeles secundarios. Un Sesto Magníficamente interpretado por Kate Aldrich. Una voz firme, equilibrada y pulida salvó a Sesto de la quema.
Otras dos jóvenes, María Savastano, como Servilia y Serena Malfi, Como Annio, demostraron tener cualidades sobradas y ayudaron a salvar el estreno. La Malfi posee un instrumento vigoroso, una voz compacta y penetrante que llenó de calidez su personaje.
Savastano construyó una Servilia radiante, con brillo y muy consistente.
Destacar, eso sí, el vestuario. De un romanticismo barroco que hizo resaltar a los personajes en el anodino escenario.

En resumen, un intento fallido el rescate de esta Clemenza. Quedó demostrado en la falta de entusiasmo de los aplausos finales. Esperemos que la próxima temporada, más mozartiana que nunca, devuelva la brillantez de un compositor que merece mucho más empeño.

LA CLEMENZA DI TITO
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)

Ópera seria en dos actos en lengua italiana
Libreto de Pietro Metastasio adaptado por Caterino Mazzolà
D. musical: Thomas Hengelbrock / Peter Tilling (29)
D. escena: Ursel y Karl Ernst Herrmann
Escenógrafo, figurinista e iluminador: Karl-Ernst Herrmann
D. del coro: Andrés Máspero
Yann Beuron/Amanda Majeski/Kate Aldrich/
Servilia María Savastano/Serena Malfi/Guido Loconsolo
Continuo y Fortepiano: Diego Procoli
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
Nueva producción en el Teatro Real procedente del Festival de Salzburgo

Iolanta Persephone

IOLANTA. LA GRAN MENTIRA

«Siempre me han fascinado las obras que fracasaron en su estreno”. Con estas palabras justifica Peter Sellars, entre otras razones, la elección de Iolanta para esta producción. A pesar de haber sido estrenada junto al Cascanueces, Iolanta no es una ópera para niños. Es el trabajo más personal y visionario de Chaikovski. Fue su última composición unos meses antes de morir, tranquila, pero voluntariamente. Es por ello que contiene las emociones más profundas de un compositor atormentado e increíble. Y esto se corresponde con una melodía extremadamente bella.

El argumento está lleno del simbolismo romántico que impregna casi todas las artes a finales del siglo XIX.
Iolanta merecería por sus características musicales, y sobre todo por su intensidad dramática, no compartir cartel con ninguna otra. Pero su duración, apenas una hora y media, hace que esto sea imposible en las programaciones de cualquier teatro. La necesidad de completar el cartel nos lleva a la primera cuestión, ¿con qué obra acompañamos Iolanta?. Teniendo en cuenta que es una coproducción con Rusia, parece inevitable que se trate de otro compositor ruso, por lo que la elección de Stravinski parece normal. Lo que resulta un tanto desconcertante es que haya sido Perséphone la elegida. Ambas son obras de una intensidad muy desigual. La energía explosiva con la que finaliza Iolanta no tiene continuidad con la delicada sobriedad que da entrada a Perséphone. El tránsito entre ambas, un descanso de treinta minutos, no es suficiente para conseguir el equilibrio.

Ninguna de las dos obras tiene un momento de rutina. Iolanta cuenta con un libreto prodigioso, aunque pueda parecer una historia trivial o cursi. Un rey que oculta a su hija ciega que lo es, y que para ello utiliza una gran mentira de la que hace cómplice al resto de la corte.

Con estos mimbres, el director de escena Peter Sellars, ha dado forma a una escenografía con la que quiere, utilizando la línea dramática de San Francisco, transmitir un mensaje de esperanza. Sobre como vivir mejor, cambiar nuestra vida prescindiendo de lo material y la riqueza. ¿Realmente se consigue este efecto?

El escenario es de una sobriedad casi absoluta. Apenas unos marcos que, a modo de puertas, funcionan como elementos de referencia en escena. Lo completan unos paneles de fondo que se alternan a lo largo de las escenas limitándose a proporcionar diferentes colores, primero en un escenario lleno de oscuridad, y luz intensa para proyectar el final.

El equipo artístico formado por Peter Sellars y el joven director musical Teodor Currentzis, se han permitido la licencia de incorporar a la obra un pasaje que no le pertenece. Se trata de un coro sacro del mismo compositor.
Lo han situado al final de la obra, justo antes del tableu final, y, a pesar de no corresponder en absoluto a la línea musical, es todo un acierto. Está cargado de una intensidad y contención que otorga al final de la obra una fuerza aún mayor.
En algunos momentos aparece en ambas obras, un cuarteto de cuerda que acompaña a los personajes sobre el escenario haciendo especiales esos momentos en escena.

La partitura de Iolanta es increíblemente bella. Hay momentos en los que se crea una atmósfera arrebatadora, sublime. Momentos intensos y hermosos de las cuerdas, sobre todo del primer violín. O de las arpas y las voces femeninas del coro acompañando un tercetto o aria de conjunto.
La Orquesta volvió a estar muy bien, y ya nos estamos acostumbrando, de la mano de Currentzis. Un joven director que ya demuestra experiencia y solvencia.

Nos habían dicho que los cantantes son los mejores con los que actualmente cuenta Rusia. Algunos demostraron estar en esa élite, como Dimitry Ulianov, que interpreta al rey René. Un bajo muy solvente y desahogado que acompaña su voz con una gran presencia escénica.
El ya conocido, y casi de la casa, Willard White como Ibn-Hakia, acomete con dignidad su personaje. Una voz correcta, pulida y compacta con una buena proyección.
Pavel Cernoch, como Vaudémont posee un instrumento con muchos brillos, casi destellos. Una voz esmaltada que sin duda tiene que evolucionar.
Un tanto decepcionante fue la actuación de Ekaterina Scherbachenko, Iolanta, una voz de bello y encantador timbre, expresiva y redonda, hasta que llegó la menor dificultad y fracasó en unos agudos nada estratosféricos que adornaban su papel. Fuelle suficiente pero escaso apoyo.
El resto de reparto fue muy solvente contribuyendo a un cuadro de cantantes equilibrado y compacto.
Una vez más hay que rendir homenaje a un coro que no acompaña, sino que es un personaje más cada vez que participa y no un personaje menor. Brillante.

IOLANTA
Piort Ilich Chaikovski(1840-1893)
Ópera lírica en un acto
Libreto de Modest Chaikovski
Basado en La hija del rey René de Henrik Hertz
Ulianov/Markov/Cernoch/Scherbachenko/
White/Efimov/Kudinov/Semenchuk/Churilova/Singleton.
Nueva coproducción del Teatro Real con el Teatro Bolshoi de Moscú.
D. musical: Teodor Currentzis
D. escena: Peter Sellars
Escenografía: George Tsypin
Iluminación: James F. Ingalls
Coro y Orquesta titulares del Teatro Real
Pequeños cantores de la JORCAM

PERSÉPHONE. EL RENACIMIENTO

«Esta es la historia de la resurección, de la renovación de la vida” según el criterio de Peter Sellars. En un momento en el que el fascismo y el stalinismo se extienden por toda Europa, Stravinski hace un esfuerzo por regresar a los mitos de la salvación. Los mitos griegos más tempranos que tienen que ver con la cosecha, con el nacimiento de la cultura. Justo en esos momento (o en éstos), en los que la civilización parece que se está destruyendo, para Sellars “Chaikovski y Stravinski crean una música llena de ternura, fragilidad y delicadeza profunda”. En este espectáculo “la música cuenta una historia, la danza otra, la parte visual otra y todo funciona para crear la riqueza de una sociedad múltiple y democrática”, concluye.

Con Perséphone se plantea la segunda cuestión, ¿puede ser considerada un ópera o es “simplemente” un espectáculo escénico? Para Sellars se trata de “un ritual, una ceremonia” sobre el personaje mitológico de Perséphone que vive entre la tierra y el infierno.

Sobre el escenario, los mismos elementos que en Iolanta. Solo una mayor actividad de los paneles móviles y el cambio de luces diferencian escénicamente los dos montajes.

La actriz francesa Dominique Blanc, toda una institución en su país, declama el texto a modo de recitativo dramatizado. El tenor canadiense Paul Groves interpreta a Eumolpe con aséptica brillantez.
La parte de danza es interpretada por un grupo de bailarines camboyanos que son una perfecta metáfora para acompañar el argumento de la obra, el pueblo que vuelve del infierno. Como hizo Camboya tras el mandato de Pol Pot que exterminó, entre otros, a todos los bailarines de danzas tradicionales. Amrita Performing Arts constituyen una nueva generación nacida de las cenizas de aquella masacre.
El coro titular, acompañado en esta ocasión de los pequeños cantores de la JORCAM, continuó en su línea de brillantez. Solo matizar el incomprensible entrar y salir del escenario del coro como si fuera un entremés.

El balance final es positivo. Si quiere ser sorprendido por una música arrebatadora y por la energía positiva que se genera en la sala del Real durante ambas representaciones, no dude en comprar una entrada o, en su defecto, escucharla por radio o asistir a ella mediante el Palco Digital que el Teatro pone a disposición de quien quiera asistir vía Internet el día 24 de enero.

PERSÉPHONE
Igor Stravinski (1882-1971)
Madrid, Teatro Real 14-1-12
Melodrama en tres cuadros
Poema de André Gide
Paul Groves/Dominique Blanc
Bailarines: Sam Sathya/Chumvan Sodhachivy/Nam Narim/Khon Chansithyvka
(Amrita Performing Arts, Camboya)

Lady Macbeth

Caos en lugar de música” de un compositor “formalista”, sentenciaba en 1936 el diario Pravda sobre la exitosa Lady Macbeth de Mtsensk, estrenada en el Pequeño Teatro Académico de Leningrado el 22 de enero de 1934. Tras esa sentencia del periódico oficial del Régimen, y después de saber que a Stalin no le había gustado nada su obra, Shostakóvich, recibió el anatema de “enemigo del pueblo” por la burocracia cultural estalinista llegando a temer por su vida. Pensó que le aguardaba el mismo destino que dos de sus amigos, Tuchachevsky y Meyerhold, (genios del teatro) que fueron deportados y ejecutados.

Finalmente fue absuelto, pero sus obras ya habían sido fulminadas de todos los teatros de ópera y salas de concierto. Hasta la muerte de Stalin en 1953, sus obras sufrieron siempre las duras críticas de los medios del régimen.

Lady Macbeth es la obra de un joven de 26 años que decide poner música a un argumento arriesgado y poco habitual. A saber, unos personajes mezquinos y sin escrúpulos en un oscuro lugar de la Rusia más profunda, donde todo es hastío y sexualidad reprimida. El resultado es una obra que reivindica la libertad sexual mientras las instancias oficiales trataban el sexo como algo exclusivamente orientado a la fecundidad. El estado soviético hacía todo lo posible para poner los impulsos sexuales al servicio del crecimiento de la nación. La ópera de Shostakóvich es una reacción contra esa ideología y constituye un acto de liberación sexual. También es una e denuncia contra la situación humillante de la mujer en Rusia. No es de extrañar entonces el disgusto de Stalin.

Poco tiene que ver esta producción de Lady Macbeth con la de Rostropóvich de hace diez años en este mismo escenario. Un Rostropóvich al que la oficialidad soviética no dejó acceder a la partitura original hasta 1979. Es a partir de ese momento, cuando Lady Macbeth de Mtsensk nace para el resto del mundo.

¡Grandiosa! Así puede resumirse la Lady Macbeth que se representa estos días en el Real. Pensé que nada podría igualar a la que dirigía majestuosamente desde el escenario el Maestro Rostropovich.

Está siendo criticada por algunas de sus escenas de alto voltaje erótico, pero esa es la esencia de la obra, la crudeza, casi violenta, de la realidad que quiere mostrar. Y una realidad que a veces no gusta, un final nada feliz.
La música de Shostakovich, deliberadamente burlona en los momentos más dramáticos, mantiene constante la tensión de la obra. Abundan los momentos que evocan a otras grandes obras sobre las que ha influido de manera determinante. De ahí su grandeza y maestría.

La dirección de Hartmut Haenchen fue muy aplaudida, sin entrar en comparaciones con la de Rostropovich. Dirigió muy bien la Orquesta Titular del Teatro extrayendo de ella lo mejor con una partitura compleja y exigente. Los interludios fueron magníficos, algunos a telón bajado, pero faltó continuidad en algunos momentos. Un acierto de la producción fue situar los metales sobre unas pasarelas a ambos lados del escenario. Aumentó la energía y el volumen de sonido. Ésto contribuyó a resaltar el dramatismo de la obra, que ya es mucho.

La gran triunfadora de la noche fue sin duda Eva-Maria Westbroek. Pareciera que el papel de Katerina hubiera sido escrito para ella. Llenó el escenario con una interpretación dramática a la altura de su voz. Se mueve bien en escena, qué capacidad de expresión, cómo transmite su papel. Una voz extensa, redonda, esmaltada y contundente. Con un nivel vocal y dramático altísimo que mantuvo durante toda la obra. ¡Brava!.

El resto de intérpretes estuvo a un nivel aceptable. Vladimir Vaneev como Borís tuvo sus dificultades. A menudo su voz fue devorada por la majestuosa orquesta.
Michael König me decepcionó un poco. Cumplió con su personaje pero su voz carece de agilidad y de armónicos. Destacar la escena del coito que fue, musical e interpretativamente junto a los efectos luminosos, extraordinaria.

Uno de los protagonistas y triunfadores de la noche fue el coro. Destacar especialmente a Lani Poulson, que accedió a unas exigencias de producción nada fáciles. El coro sonó magnífico, espectacular a veces, sobre todo en las escena de la boda y en la escena final, en la larga marcha hacia Siberia. El volumen de sonido y la potencia resultaron emocionantes en algunos momentos. Máspero está realizando un buen trabajo.

La escenografía fue muy acertada y fiel al espíritu de la obra. Supo recrear una atmósfera asfixiante que albergaba otras muchas atmósferas, la de cada personaje, y todas ellas igualmente opresiva. Por cierto, siguen sin gustarme los animales en escena.

En definitiva, todo un espectáculo. Lejos de las óperas tradicionales, estamos disfrutando de obras de un alto nivel que estremecen, remueven por dentro y que no siempre resultan cómodas. Por esta razón me temo que no vienen buenos tiempos para este tipo de programaciones ni para Mortier. Los cuchillos se están afilando y si nadie lo remedia, próximamente podremos disfrutar obras convencionales y producciones casposas que no merecerán más reflexión que un análisis de los cantantes. Ahora, que nos estamos acostumbrando a lo bueno…

LADY MACBETH DE MTSENSK
Dmitri Shostakóvich (1906-1975)
Ópera en cuatro actos y nueve cuadros
Libreto de Alexander Preys y Dmitri Shostakóvich
basado en el relato de Nikolái Leskov
Madrid 9 de diciembre, Teatro Real
Dirección musical: Hartmut Haenchen
Dirección escénica: Martin Kusej
Eva-Maria Westbroek, Vladimir Vaneev
Orquesta Titular del Teatro Real
Nueva producción en el Teatro Real
procedente de la Nederlandse Opera de Amsterdam

Jaroussky

Tres bises no parecían suficientes para un público que, puesto en pie, no dejaba de aplaudir y lanzar bravos a este joven contratenor francés. Con un repertorio clásico muy ajustado a sus cualidades vocales, Philippe Jaroussky cautivó a un público cada vez más enamorado de este tipo de tesituras. Recuperada para los escenarios a partir de mediados del siglo pasado gracias a Deller, la voz de contratenor, muy evolucionada desde entonces, cuenta cada vez con más presencia en recitales y óperas que requieren de su participación.

Al concluir el recital, un emocionado Jaroussky agradecía en castellano el calor del público. “Siempre es un placer para mi volver a este Teatro”. En él debutó con apenas 22 años en el papel de Alecto en Celos aun del aire matan. La pasada temporada ya demostró las cualidades de su voz en un complicado Nerone, en la “Poppea” de Monteverdi.

Dotado de una voz ligera y de extraordinaria facilidad para los agudos y la coloratura, interpretó para demostrado el aria de Giustino, “Vedro con mio diletto”. Y su exquisito gusto en la interpretación fue más evidente en las arias dramáticas que en las de coloratura (aunque sean estas últimas las que más agradece el público). Su voz es bellísima, cristalina, casi transparente y de gran virtuosismo en la técnica. El único pero es un escaso volumen de voz y las dificultades con el fiato en los tonos medios y graves. Pero maneja muy bien su líquido instrumento.

Muy bien acompañado estuvo con Jeannette Sorrell, directora de la Orquesta Barroca de Cleveland, Apollo´s Fire. Sorrell dirige a la vez que toca el clavecín. Lo hacen con gran intensidad e incluyen ese momento vellones que de inmediato delata a la mayoría de intérpretes norteamericanos.

La Orquesta hizo vibrar también al público con interpretaciones brillantes como el Concierto para dos violonchelos en Sol menor, RV 531 de Vivaldi, la chacona Il Parnaso in festa, de Händel y “La follia” de Vivaldi, con arreglos de la propia Sorrell, que entusiasmó al teatro.

En los bises ofrecieron “Alto Giovanni”, un aria de Porpora dedicado a Farinelli y que hizo a este tan famoso; “Venti turbini”, de Rianldo de Händel y terminó con “Ombra mai fu”, de Serse, que fue un extraordinario colofón a una noche mágica tras casi dos horas y media de concierto.

Pelleas et Melisande

«Un día al anochecer la encontré llorando junto a un manantial, en el bosque donde me había perdido. No sé su edad, ni quién es, ni de dónde viene, y no me atrevo a interrogarla pues debe haber pasado un gran terror, y cuando se le pregunta qué le ha ocurrido, rompe a llorar de repente como un niño y solloza con tanto dolor que da miedo.» (Pelléas et Mélisande).

Pelléas et Mélisande de Claude Debussy, está basado en el drama homónimo de Maurice Maeterlinck, contemporáneo de Debussy, al que otorgó el permiso de trabajar con su obra. Seis largos años tardó Debussy en acabar la obra a la que, con ayuda del propio Maeterlinck, realizó profundos cortes en el libreto para adecuarla a una partitura atemperada.

El estreno en París de Pelléas et Mélisande en 1902, estuvo envuelto en no pocas dificultades. A causa de la discusión sobre quién interpretaría a Mélisande, Debussy y Maeterlinck llegaron a los tribunales. Una vez obtenida la razón, Debussy tuvo que hacer frente a una campaña de desprestigio que llegó hasta el propio día del estreno. Todos estos acontecimientos dividieron al público entre partidarios y detractores de la obra. A favor, por supuesto, los escritores simbolistas. Ante tanta expectación, las dieciocho representaciones de esa temporada fueron a teatro lleno, así como las de las temporadas posteriores. Pasando a ser una ópera de repertorio que, con el tiempo, ha ido encontrando su sitio, más cerca siempre de los amantes de la música que de los aficionados a la ópera más convencionales.

La obra, uno de los más claros ejemplos del simbolismo de la época, es, por supuesto, enigmática. Lo es en la música pero sobre todo lo son los personajes que solamente esbozan, sin llegar nunca a definir sus sentimientos.
La trama sólo sugiere los acontecimiento, tales como la muerte o el adulterio. Este último sin llegar nunca a concretarse. A priori no es una obra con la que se conecte fácilmente. Es una partitura llena de aparentes contradicciones. Transmite brillantez y oscuridad, alegría y melancolía, a veces parece que el enigma va a quedar resuelto y, de repente, se pierde. Siempre resulta oscilante.

Es una obra de una bellísima musicalidad, y la formidable dirección de Sylvain Cambreling, gran conocedor de la partitura, transmite con delicadeza el trasfondo de la obra de Maeterlinck.

La manera de cantar es silábica. No contiene arias, ni agudos, ni momentos virtuosos. Es casi un recitativo cantado levemente. Solo las distintas tesituras rompen la monotonía del fraseo constante, que recuerda los inicios de la ópera, aunque en esta ocasión, no acompañado de un continuo, sino de una elaborada partitura. Todos estos elementos hacen que Pelléas et Mélisande sea una música imposible de reproducir una vez escuchada.

La escenografía de Robert Wilson contiene elementos estéticos de una gran belleza y capacidad. El efecto inicial del bosque, el abismo del pozo o la gruta. Elementos todos ellos cargados de ese simbolismo que envuelve la obra y facilita el enigma y un ambiente delicadamente melancólico. Pero toda esta magia se resentía por los movimientos en escena de los personajes. Frida Parmeggiani ha creado unas figuras estáticas y lentas, casi indolentes que a veces rayaban en lo ridículo. Se producía entonces una desconexión entre la música y la escena que hacía difícil seguir el argumento.

Respecto a los cantantes, no resultan muy estimulantes en conjunto. La partitura para ellos no es muy exigente, tal vez por eso no tienen demasiadas dificultades para solventarlo. Camilla Tilling posee una voz cristalina como ya nos demostró en su ángel de San Francisco de Asis. En esta ocasión concuerda plenamente con el personaje inocente que representa Mélisande, pero su proyección es escasa, una voz demasiado pequeña que a veces queda totalmente ahogada por una orquesta que, si algo demostró, fue delicadeza y nunca estridencia.
El tenor francés Yann Beuron estuvo correcto en su interpretación. Supo dar forma al personaje pero sus agudos eran escasos, aunque sin llegar a falsearlos. Su voz, como la del resto del reparto, es pequeña y también tuvo sus dificultades para competir con la orquesta.
Laurent Naouri, como Golaud, fue el único que desplegó un poco de volumen. No tuvo demasiadas dificultades pues su personaje es bastante plano y, por suerte para él, no tiene demasiadas subidas.
Aunque no me gustan los niños, tampoco en escena, el pequeño Seraphin Kellener cumplió bien con su papel. Tener que cantar mientras realizas movimientos absurdos por el escenario no debe ser plato de gusto, y menos para un niño.

Aunque el público del Real está últimamente frío, especialmente en esta ópera, merece la pena asistir a una de sus representaciones y disfrutar, sobre todo, de la música.

Pelléas et Mélisande
Claude Debussy (1862-1918)
Drama lírico en cinco actos en francés
Nueva producción del Teatro Real procedente de la Ópera Nacional de París y del Festival de Salzburgo.
D. musical: Sylvain Cambreling
D. escena: Robert Wilson
Figurinista: Frida Parmeggiani
Yann Beuron, Laurent Neouri, Franz-Josef Selig, Seraphin Kellner,
Jena-Luc Ballestra, Camilla Tilling, Hilary Summers, Tomeu Biblioni

Tosca

Ahhhh….! Tosca! Dice Scarpia lleno de deseo hacia ella. Un deseo similar tenía el público más clásico del Real hacia Tosca. O hacia cualquier ópera de gran repertorio que pudieran llevarse a los sentidos tras una temporada vanguardista y culminada, además, por un intenso y brillante San Francisco de Asís.
Tosca está siendo como un bálsamo tranquilizador, relajante, para recolocar al aficionado clásico después de haber hecho girar su silla y detenerse de golpe.

Y la mejor manera ha sido rescatar la Tosca clásica y romántica que Nuria Espert estrenó en este mismo Teatro en enero de 2004.

Una gran ópera como Tosca no es fácil de representar hoy en día. En parte por conocida y en parte por las expectativas que despierta. Todos tenemos nuestra idea sobre la obra, sobre cada personaje y a quien lo asociamos.
Otra de las dificultades para su representación se sitúa en el nivel artístico. No es fácil para un director musical, estimular a unos protagonistas que han representado en innumerables ocasiones estos personajes. Tener la capacidad de ofrecer un poquito más en esa dramatización de Tosca, o en esa maldad de Scarpia, no es nada fácil. Con estas grandes óperas hay que intentar huir, en principio, de la rutina, y después tratar de llevar a buen puerto una partitura tan grande como ésta. Tampoco es fácil reunir en un mes de julio un elenco como se presenta en esta ocasión. Dirección musical de Palumbo, de escena Nuria Espert, escenógrafo, Ezio Frigerio, Violeta Urmana como Tosca, Marco Berti como Cavaradossi o Lado Antoneli como Scarpia.

La dirección de Palumbo fue correcta. Supo sacar de la orquesta algún momento importante y con matices pero, una partitura tan importante pide más, mucho más. Los fortissimos no fueron tales aunque la delicadeza si estuvo presente.
La escenografía (ya conocida) de Frigerio sigue sin convencerme siete años después. Oscura y algo deslabazada, como hecha de modo apresurado, y como digo, en siete años podían haberla retocado un poco. No lo mejora la dirección de Nuria Espert con un planteamiento poco refinado. Bien la dirección de actores sobre el escenario, ahí si se nota la mano de Espert.

Acertada también la gran multitud que compone el séquito eclesiástico en el final del primer acto. Apabullante, casi amenazador (propio de Espert cundo al clero se refiere), con una presencia coral que refuerza la intensidad del momento.

Marco Berti, como Cavaradossi, hizo gala de una potencia de voz impresionante. Aunque soltó algún pepinazo, sus agudos son buenos, escasos de sutileza pero buenos. En el primer acto se apreciaron ligeros tonos metálicos. Muy mal en el pasaje de registro, poco equilibrado, algo calado y escaso de tonos medios y bajos que restó emoción en sus arias más comprometidas.

Lado Antoneli, como Scarpia, estuvo correcto. Tal vez le faltaba algún grado más de maldad. La habría conseguido con una voz más oscura y potente, pero canta con gusto y expresividad. Su final del primer acto estuvo a la altura del conjunto, y esta, la altura, fue mucha.

Violeta Urmana nos ofreció una Tosca importante, pero sin llegar a ser grande. Le faltó coquetería en los momentos más fríbolos del primer acto pero a partir del segundo, llenó la escena de dramatismo canoro con una emisión limpia, redonda y sobria. Un registro central que cuando lo requería resultó oscuro y tenebroso, resultando sobrecojedora la muerte de Scarpia y sus sentencias hacia este. Es una señora de la escena aunque sus interpretaciones escénicas sean pobres. Su “Vissi D´arte” no fue redondo y le faltó sutileza, pero si fue muy aplaudido por un público hambriento de lirismo.

TOSCA
Giaconmo Puccini (1858-1924)
Teatro Real, Madrid, 15-7-11
Melodrama en tres actos
D. musical: Renato Palombo
D. escena: Nuria Espert
Escenógrafo: Ezio Frigerio
Reparto: Urmana, Berti, Ataneli,
Bou, Lanchas, Bosi, Szemerédy.

San Francisco de Asis

Muchos eran los retos a los que se enfrentaba el Teatro Real con la producción de Saint François d´Assise, única ópera del compositor Oliver Messiaen. Una obra monumental, en lo artístico y en lo musical. Un proyecto casi personal del director artístico Gerard Mortier que, en su primera temporada a cargo del Coliseo madrileño, ha tenido el empeño y la valentía de ofrecerlo por primera vez en Madrid.
Y el proyecto era realmente arriesgado. Una orquesta formada por más de 110 maestros; un coro de 130 voces; una cúpula de 22 toneladas, 13 metros de diámetro y 14 de altura con 14.000 fluorescentes; todo para acompañar a San Francisco de Asís en su camino de redención sobre un escenario que rodeaba a todos los elementos anteriores. Un San Francisco acompañado sobre el escenario únicamente por 6 hermanos franciscanos más, un leproso con su lepra a cuestas, y un ángel.

Resulta curioso, incluso extraño, encontrarse en un recinto diferente y escuchar la bienvenida habitual del Teatro Real y el ruego de desconectemos los teléfonos móviles. Pero cuando empieza la música, apenas hacen falta unos minutos para olvidar donde nos encontramos (y el molesto ronroneo inicial del aire acondicionado). Y es en ese momento cuando hace acto de presencia una música trascendental, que se desdobla, que trabaja los sentidos en distintos niveles y direcciones, que tira de ti para que no vuelvas a preguntar como un niño cuanto falta. En esa lucha interna de buenos y malos que se sostuvo la noche del estreno, se fueron aquellos menos permeables a la belleza de esta música (tras el segundo acto) y quedaron los que cedieron a las propiedades himnóticas que contiene esta partitura.

Oliver Messiaen, profundo católico, tardó ocho años en concluir esta composición. Su escaso agrado por la teatralidad, le llevó a concebir un libreto con apenas ocho personajes y con un desarrollo y evolución escénica extremadamente lenta. Pero es esa lentitud, junto con momentos musicales sublimes, como un solo de viola en el segundo acto, los que favorecen definitivamente la espiritualidad de la obra.

La gran cúpula, que va cambiando de color en una transición apenas perceptible, (tal vez sea porque la majestuosidad de la música hace que nada distraiga de ella, ni siquiera la cúpula) preside el escenario como símbolo de eternidad. Una eternidad hacia la que el Hermano Francisco se vuelve a menudo como deseo u objetivo.
A pesar de la majestuosidad de la cúpula, el escenario es austero en su composición, tan solo las pasarelas que rodean el coro y la orquesta vestidas de oscuridad. Los cambios de colores cupulares acompañaban los cambios musicales, con ese afán de Messiaen de otorgar un color a la música.

La orquesta tenía ante si una partitura compleja en su interpretación que el conocimiento experto del director musical, Sylvain Cambreling, supo dirigir y extraer los misteriosos matices que contiene. La ovación que el público le brindó a él y a la orquesta dejan bien claro la gran labor realizada esa noche. La utilización de instrumentos de distintos orígenes, sobre todo orientales, enriquecieron la paleta de sonidos dotándola de trascendente exotismo.

EL impresionante coro, compuesto por el Coro titular del Teatro Real y el Coro de la Generalitat Valenciana, tiene en esta obra de Messiaen una presencia muy notable. Brilló con luces propias (las velas les iluminaban con aire de cierto misterio). El tercer acto fue suyo y tuvo momentos muy elevados espiritualmente, como no podía ser de otro modo.

La gran ovación de la noche fue para el ángel, la joven soprano sueca Camila Tilling. Con una emisión clara, un sonido pulidísimo y extenso, de gran amplitud y sonoridad, azul como la luz que la acompañaba en sus intervenciones. Con un portamento bien apoyado. Decir también que el papel de ángel cuenta con la parte solista de mayor belleza y lucimiento.

San Francisco, interpretado por el barítono suizo Alejandro Marco-Buhrmester, que unos días antes del estreno reconocía la dificultad del papel, tuvo una actuación digna. Aunque la obra sea teatralmente pobre, podía haber hecho un poco más de esfuerzo en demostrar la sensibilidad que requiere esta interpretación. Parecía un bloque de hielo en el escenario. Recordarle que está interpretando a un San Francisco de Asís en el momento de su vida más trascendente y cercano a Dios.
Destacar la intervención del resto de los personajes. Wiard Witholt, como Hermano León. Tom Randle, como Hermano Maseo, que introdujo un poco de ritmo escénico. Gerhard Siegel, Hermano Elías. Vladimir Kapshuk, Hermano Silvestre. David Rubiera, Hermano Rufino y la profunda voz de Victor von Halem como Hermano Bernardo. El leproso, interpretado por Michael König, estuvo algo sobreactuado e histriónico dentro de la línea interpretativa general.

La gran jaula llena de palomas que se situaba en un lateral del escenario, ilustraba una de las facetas más importantes en la vida de Francisco de Asis. El profundo estudio del canto de los pájaros realizado por Messiaen, que además era ornitólogo, se ve reflejado en su música imitando cantos bellísimos y muy conseguidos.

Valorar muy gratamente la labor de todo el equipo del Teatro Real que, sin dejar de trabajar en todas las producciones que continuaban realizándose en el Teatro, (que no son pocas) ha sido capaz de organizar y desarrollar un trabajo impecable en un recinto nuevo, con una compleja producción en cuanto a material y personal, que ha conseguido crear un ambiente acogedor, agradable y lleno de efervescencia, dando al detalle todo tipo de servicios a un aforo de más de cuatro mil personas. De aquí a un festival de ópera estival en Madrid hay un solo paso. Mortier soñó su San Francisco en Madrid y aquí está. Con su permiso, me voy a soñar…

SAINT FRANÇOIS D’ASSISE
Olivier Messiaen
Teatro Real, Madrid
6 de julio, 2011-07-08
D. musical: Sylvain Cambreling
Coro titular del Teatro y Coro de La Comunidad Valenciana.
Orquesta titular del Teatro y SWR Sinfonierorchester Baden-Baden
Instalación: Emilia y Ilya Kabanov
D. escena: Giuseppe Frigeni
Reparto: Camila Tilling; Marco-Buhrmester; Michael König; Wiard Witholt; Tom Randle;
Gerhard Siegel; Victor von Halem; Vladimir Kapshuk; David Rubiera.

Madrid me Suena

Cuanto se agradece una semana de la música, no solo llena de música (que ya era hora), sino llena de buena música. Dos ejemplos de los que hemos podido disfrutar han sido los recitales de la soprano navarra María Bayo, y el barítono alemán Andreas Wolf. Ambos recitales organizados por la Fundación SaludArte y que con el nombre de MADRID ME SUENA, han sido los responsables de distintos y numerosos eventos musicales en la capital.

MARÍA BAYO

Escuchando este recital se podía pensar que, tal vez, la Sala de Cámara del Auditorio no era el recinto adecuado para la voz de María Bayo. Pero creo que la Sala Sinfónica y cualquier otra sala, por muy grande que fuera, habría sido llenada por su voz. Una voz amplia, consistente, irradiando alegría de manera contundente.

En esta ocasión, además, María Bayo estuvo especialmente bien acompañada al piano. La complicidad y maestría de Rubén Fernández redondearon la voz de la soprano.

Un repertorio muy variado, dada la gran versatilidad de su instrumento. Comenzó con una selección de canciones alemanas de L. V. Beethoven. Un género menos conocido del compositor pero de una gran belleza. Continuó con Schubert y unas canciones alemanas más románticas.

La parte española del recital estuvo representada por unas canciones en catalán, del Maestro Frederic Mompou, sobre sonetos de Josep Janés. Y una selección de canciones de Antón García Abril, presente en la sala, Sobre poemas del granadino Antonio Carvajal. Terminó con canciones del Maestro cubano Ernesto Lecuona, del que ofreció además algunos bises.

23 de junio
Auditorio Nacional, Madrid
Sala de Cámara
María Bayo, soprano
Rubén Fernández-Aguirre, piano

ANDREAS WOLF

Toda una sorpresa este barítono alemán. Con una voz de gran extensión y claridad de timbre, comenzó con una selección de canciones de Schubert de gran belleza. Su pulido timbre crea una voz muy apropiada para el lieder. Continuó con canciones de Schumann, Hugo Wolf, del que ofreció un bis, Fauré y Duparc.

Se estrenó una obra de Bruno Dozza. Una ocurrencia compuesta expresamente para la ocasión que descolocó, tanto al público como al propio Wolf, que hizo lo que pudo, siendo muy poco lo que se podía hacer.

Lástima que, a pesar de estar todas las localidades agotadas desde hacía días, aparezcan demasiados claros en el patio de butacas. Esto es algo a cuidar por la organización en próximas ocasiones que esperemos se produzcan.

24 de junio
Teatros del Canal, Madrid
Sala Verde
Andreas Wolf, barítono
Alexis Delgado, piano

Joachim Pflieger

Durante la temporada 2009/2010, La nueva dirección artística del Teatro Real dio inicio a una propuesta pedagógica con un claro objetivo, captar la atención de un nuevo público, niños y jóvenes. Este proyecto se ha visto ampliado en la temporada 2010/2011 y sus perspectivas de futuro son cada vez más optimistas y ambiciosas.
Brío Clásica ha mantenido una conversación con el responsable de este proyecto pedagógico y mano derecha del director artístico Gerard Mortier, Joachim Pflieger. En ella nos explica, con entusiasmo, las facilidades que está dando el Teatro y la respuesta de las instituciones educativas que hasta este momento están participando.

Para iniciar este proyecto primero se ha analizado el público al que va dirigido y se ha distinguido entre un público infantil, hasta doce años, y un público juvenil a partir de esta edad. “Hay que separar lo que son los niños y su manera de mirar y de ver, con la manera de ver de un adolescente. Un adolescente está en el camino de adulto. Hasta diez o doce años estamos ante espectáculos con un perfil muy particular. A partir de doce años están construyendo su propia conciencia, su cultura, por ese motivo destinamos a ellos un repertorio clásico contemporáneo”.

La idea de partida para acercar la ópera al público joven e infantil intenta realizarse a través de una amplia red de contactos con centros educativos. Los contactos que ya están establecido y en funcionamiento son los que se han iniciado con las universidades de Madrid, Carlos III, Rey Juan Carlos, Politécnica, Complutense, Autónoma, Resac y Alcalá de Henares. Los resultado que se están obteniendo y la respuesta por parte de los alumnos está siendo formidable. “A veces olvidamos que la ópera es el resultado de una coordinación enorme y un trabajo en común, y el simple hecho de abrir la puerta a un ensayo de conjunto a un grupo de veinte estudiantes, que lo miran absolutamente todo, que van a ver cosas que tu has olvidado ya mirar; les aporta mucho a ellos pero también a nosotros”.

Con respecto al método que el Teatro Real está utilizando con estos grupos de alumnos, que son seleccionados por la propia universidad y que forma parte del curso académico, puesto que tienen asignados sus propios créditos, Joachim Pflieger nos continúa explicando, “el método sistemático con los estudiantes pudiera parecer un poco escolar. Se les pide que asistan a cuatro encuentros. Durante la primera y segunda asistencia se realiza una visita al Teatro por dentro, no los salones, sino las salas donde se desarrolla el trabajo. Hablamos de cómo funciona el espacio, como funciona el escenario y hacemos un recorrido por los distintos departamentos técnicos. Si es posible se realiza también un encuentro con el personal técnico: sastrería, utillería, etc. También se asiste a un ensayo de conjunto. La tercera cita es para asistir a un ensayo general. Aquí la cuestión que prevalece es la puramente estética.
Al ver el resultado final, lo que queremos es que sean conscientes de lo importante que es la coordinación de todo el personal y los departamentos, y lo importante que es el control del tiempo.
Por último, algo que puede parecer muy escolar, pero es lo que más valoramos, pedimos un trabajo a cada alumno. Suelen constituir grupos de trabajo de cuatro o cinco personas con un portavoz que, en tan solo diez minutos, debe hacer el análisis del tema que ellos hayan elegido. Pueden hablar de lo que quieran siempre que exista un vínculo con lo que han visto. Todo esto está dando lugar a resultados increíbles. Por ejemplo, un grupo de estudiantes de periodismo ha realizado entrevistas a algunos artistas, a público después de asistir a un ensayo general, etc. Todo esto nos ha permitido ver y conocer cuales son las reacciones en vivo.
Otro grupo de estudiantes de ingeniería, después de observar todo el trabajo, incluso han expresado su opinión y dado algún consejo para un mejor funcionamiento de algún departamento. Otro grupo de estudiantes de educación musical ha escrito un cuento para niños partiendo de la obra de Briten “Otra vuelta de tuerca”. También hay trabajos muy académicos. Pero cuando se salen de los caminos meramente académicos y ofrecen algo personal, es cuando más importante nos parece y el resultado es magnífico
”.

Creo que la ópera puede aportar su pequeño grano de arena a esta sociedad del conocimiento que tratamos de construir.
Todo el proyecto consiste en como podemos hacer para que los jóvenes tomen la ópera como algo de su cultura propia. No se trata de cambiar el género, pero si esos elementos que pueden parecer demasiado académicos y, de alguna manera, alejar a este público cuando se trata de acercar, de conversar, de entablar un diálogo. Para ello hay que hablar de lo que es la música clásica, y para ello a veces hay que trasladarse a otros lugares, escuchar aquello que los alumnos saben y plantean y aportar lo que tenemos. Hay una labor social que es la educación. Nuestra obligación es llevar la educación a todos los lugares que podamos
”.

La próxima temporada lleva sin duda la marca de Mortier. Una de sus señas de identidad es la de proponer títulos de un repertorio menos conocido pero que, sin duda, merecen la pena. Intentando hacer, cuando es posible, un ejercicio de coordinación con el momento social y político, lo que resulta muy enriquecedor. A este nivel, las programaciones de ópera de Mortier y el proyecto pedagógico que dirige Joachim Pflieger, tratan de llevar la discusión, el debate a la ópera. Los jóvenes, los universitarios, cuestionan la propuesta del director de escena, la interpretación de la dirección artística, el pensamiento de un cantante sobre sus papel, la labor de un técnico. En definitiva, debatir y cuestionar los múltiples aspectos que se reúnen en un espectáculo de estas características y que está tan vivo.

Krol Roger

Quienes tachan de escándalo el estreno en Madrid del Król Roger de Warlikowski, es que no han asistido a verdaderos escándalos en el Real. Esta disconformidad del público bien pudiera tener otra lectura, además de su disgusto con la obra, una bofetada a Mortier y a su próxima temporada en la cara de Warlikowski.
Tenemos a un Mortier entregado a la noble tarea de desarrollar el gusto por la música del siglo XX en un público demasiado acostumbrado al repertorio clásico. Esperemos que el director artístico del Real esté dotado de buenas dosis de paciencia, la misma paciencia que no han tenido quienes abandonaron la sala antes del final, o no están interesados en renovar sus abonos para la próxima temporada. Ellos se lo perderán.

El inquietante montaje de Król Roger comienza de una forma arriesgada y valiente. Durante los minutos iniciales los protagonistas de la obra van haciendo entrada en el escenario y comienza su actuación, todo ello sin que la música haga acto de presencia. Este prolongado silencio inicial, dota de una mayor intensidad el comienzo de la orquesta y, sobre todo, del coro. Un coro majestuoso y una partitura inicial que, a modo de oratorio, llenan de volumen toda la sala.
Acompañando la música del primer acto, sobre una gran pantalla traslúcida se proyecta el trabajo videográfico de Denis Guéguin (también abucheado, como no), sobre montajes de Warhol y Pasolini. Tras ellas, unas imágenes del coro en tiempo real que, si bien resultó efectista los primeros instantes, su prolongación durante todo el primer acto no hizo más que desviar la atención de las escenas que se desarrollaban tras la pantalla.
En el segundo acto dan comienzo las extravagancias escénicas. A menudo parece que algunos directores de escena pretenden asumir la autoría de la ópera a través del montaje escénico, en lugar de valorar y ayudar a engrandecer la música y las voces (que en este caso lo merecen) mediante una sutil puesta en escena. La originalidad no tiene por que ser fanfarriosa y enigmática (enigma: dicho o cosa que no se alcanza a comprender, o que difícilmente puede entenderse o interpretarse).
Todo transcurría más o menos acertadamente hasta la aparición en escena de la piscina de un geriátrico, eso si, con apuestos efebos que acompañaban en el supuesto chapoteo a los ancianos. Pero el momento estelar de la incongruencia llegó al final, cuando la música y el libreto era más intenso, apareció el Pastor, desvestido de ratón y seguido por una corte de ratoncillos que bailaban la conga. Rematando así ( digo bien, rematando) una obra musicalmente deliciosa.

El cuarteto vocal estuvo a una gran altura. Olga Pasichnyk interpretó una elegante Roxana, con una proyección constante, redonda y plena, con gran sensibilidad en la emisión. Mariusz Kwiecien como Roger, demostró con su voz de barítono contar con unos poderosos agudos y unos muy equilibrados tonos medios. La pareja formada por Roxana y Roger fueron los más afortunados en escena. Tal vez el que demostró más dificultades canoras fue Will Hartmann interpretando al pastor. Tuvo algunos momentos de dificultad para proyectar su voz sobre la orquesta, pero su registro agudo, aunque escaso de potencia, tuvo expresividad.

Muy buena fue la interpretación de la orquesta con la dirección de Paul Daniel. Para este director se trataba de “una partitura peligrosa, explosiva y con la sensación al dirigir de estar jugando con fuego. Es una partitura sin límites”.
Consiguió un sonido cristalino, donde se apreciaban todas las influencias y la sensualidad mediterránea en unas partes, modernista en otras, pero siempre elegantemente vestida de armonía. Despojada de rarezas y estridencias y dotada siempre de una gran coherencia que desvela magistralmente una compleja trama. La partitura no es vocalmente muy exigente, pero tiene momentos muy inspirados como el bellísimo canto de Roxana o el aria final de Roger.
Es una ópera para descubrirla, con una música y un transfondo en el libreto demasiado interesantes y hermosos como para quedarnos con los abucheos.

Karol Szymanowski (1882-1937)
Ópera en tres actos en lengua polaca
Libreto de Jaroslaw Iwsaszkiewicz y del compositor, basado en Las Bacantes de Eurípides
Estrenada en el Gran Teatro Wielki de Varsovia el 19 de junio de 1926
D. musical: Paul Daniel
D. escena: Krzysztof Warlikowski
Escenografía: Malgorzata Szczesniak
Iluminación: Felice Ross
Creador videográfico: Denis Guéguin
D. Coro: Andrés Máspero
Mariusz Kwiecien,Olga Pasichnyk, Stefan Margita,
Will Hartmann, Wojtek Smilek, Jadwiga Rappe
Orquesta y Coro titulares del Teatro Real
Prodicción: Ópera Nacional de París
Teatro Real de Madrid

El niño y los sortilegios

No son muchas las oportunidades a lo largo de la temporada de asistir a una ópera destinada a un público más joven que el que habitualmente asiste al Teatro Real o a otros teatros de ópera.

El Proyecto Pedagógico del Teatro Real, dirigido por Joachim Pflieger, está proporcionando esas oportunidades y lo está haciendo, además, con una gran calidad. Para ello ha destinado a esta producción todos los recursos que un teatro como el Real puede tener, y son muchos. Y eso se ha notado, como no podía ser menos, en el resultado final.

El niño y los sortilegios fue compuesta por Maurice Ravel en 1925, con libreto de Colette y para esta ocasión, adaptada por Didier Puntos para piano a cuatro manos, violonchelo y flauta. En una producción de L´atalier Lyrique de la Ópera Nacional de París.
Esta ópera breve es una obra maestra del siglo XX. Esta joya del repertorio lírico es una fantasía en dos partes y un único acto que recrea deliciosas atmósferas de cuento infantil y combina la comedia con una escenografía singular. La historia nos habla de un niño travieso que, al quedarse solo en casa, convierte la habitación en un caos y da rienda suelta a su violencia destrozando los muebles y agrediendo a los animales. Pero todos ellos no se quedarán impasibles ante los ataques del histérico infante. La evocación de la infancia, y concretamente la del amor materno, inspiró una de las partituras más mágicas de Ravel.

Ante un público mayoritariamente joven, la sala Verde de los Teatros del Canal, nos recibe en un escenario en el que aparece la habitación del protagonista, un cuarto para soñar.

El reparto de voces es muy prometedor, tanto vocalmente, como por su interpretación, llena de naturalidad y frescura que supo atrapar al público con humor y ternura. Vocalmente muy equilibradas en su conjunto e individualmente muy interesantes. Es indudable que en un futuro podremos disfrutar de alguna de ellas en los principales teatro de ópera. Todo ello con una profesionalidad que puede dejar muy tranquilos a los aficionados al género lírico. La cantera, está garantizada.

Es la energía una de las principales y primeras características que se notan en la sala, incluso los breves silencios se hacían escuchar en un patio de butacas expectante. Resaltar también la participación de dos jovencísimas alumnas de la orquesta que estuvieron a cargo del violonchelo y la flauta, Julia Torralba Porras y Estefanía Rodríguez Morán, respectivamente.

Maurice Ravel
Teatro del Canal. 7- 4 – 2011
D. musical: Didier Puntos
D. de escena: Jean Liermier
Reparto: Anna Moroz, Anaïs Masllorens, Carolina Moncada, Mercedes Arcuri, Virginia Bravo, Gerardo López, Elier Muñoz y Fabio Barrutia.
Violonchelo: Julia Torralba Porras
Flauta: Estefanía Rodriguez Morán

La página en blanco

La Página en Blanco. “Apostar por la evolución, no por la revolución” (B. Bartok)

La página en blanco es la primera ópera que una compositora estrena en el Teatro Real. Fue encargada a Pilar Jurado dentro de la política que el Teatro ha establecido para dar paso y promocionar nuevos compositores. La primera duda que surge es si no sería mejor seleccionar una obra ya terminada. Es posible que en algún cajón se encuentre una joya escondida.

La primera ópera de Pilar Jurado, de la que también es libretista y voz protagonista, pudiera ser una de esas joyas pero contiene demasiadas carencias.
El inicio es muy esperanzador. Es una música fresca, sin estridencias, a veces delicada. Una sucesión de silencios marca el inicio de una caída argumental en la que el aburrimiento se adueña de la sala. Solo al final del primer acto vuelve la tensión. Un aspecto positivo es que no se hace larga en su hora y cincuenta minutos de duración.

La obra es musicalmente interesante, bien pudiera ser una de esas óperas contemporáneas con más recorrido que el simple estreno y alguna representación más. Pilar Jurado ha realizado un magnífico trabajo de composición y dando voz a Aisha Djarou, protagonista femenina de esta obra. Pero tratar además de escribir el libreto, tal vez haya sido un tanto pretencioso por su parte y ha resultado fallido. Es un libreto literariamente pobre, con un argumento mediocre y casi infantil. Resulta evidente y aburrido y desmerece a una ópera cuya música es esperanzadora tratándose de una partitura contemporánea. No entiendo bien la resistencia de algunos músicos a interesarse y utilizar para sus composiciones, argumentos de calidad literaria indiscutible ya existentes.

La obra quiere mostrarnos el funcionamiento del cerebro de un compositor durante el proceso de creación de su obra. La multitud de alucinaciones y contradicciones que se apoderan de él en esos momentos. Todo a través de un thriller de emociones donde la enfatización de la música minimaliza el libreto.

Uno de los mayores aciertos de esta producción del Teatro Real es la escenografía. Alexander Polzin ha construido una gran caja a modo de tríptico con predela. Es resultado es de una gran originalidad. En el cuadro central se representa la vida real-virtual del compositor protagonista. En los cuadros laterales aparecen imágenes alegóricas sobre la obra que Ricardo, el protagonista, está escribiendo. Son imágenes animadas del “Infierno” del “Jardín de las Delicias” del Bosco. En la predela se muestra la sórdida realidad, donde se desarrolla la trama de engaños y manipulaciones del resto de personajes.

El momento musical y estéticamente más hermoso es el que se produce en el cuadro central, en la casa de Ricardo, cuando éste acaba de concluir su obra. El músico, rendido por el cansancio y profundamente enamorado, cae en los brazos de Aisha sobre una hermosa nube que sostiene a ambos.
El cuadro de voces es muy equilibrado. Todos resuelven su participación con dignidad. No es una partitura de gran exigencia pero si permite el lucimiento de las voces. A destacar el personaje del robot Kobayashi, interpretado por el contratenor Andrew Watts. Su participación es breve pero exigente, en su corta intervención, su voz recorre tres octavas.
Como hemos apuntado ya, la Página en blanco de Pilar Jurado resulta esperanzadora dentro del melancólico panorama nacional de música contemporánea. Confiemos en la evolución de su música y sus composiciones y en una mejor elección de los libretos.

Pilar Jurado (1968)
Ópera en dos actos en lengua española
Libreto de la compositora
D. musical: Titus Engel
D. escena: David Hermann
Escenografía: Alexander Polzin
Iluminación: Urs Schönebaum
Dirección de video: Claudia Rohrmoser
D. Coro: Andrés Máspero
Otto Katzameier, Nikolai Schukoff, Pilar Jurado,
Natascha Petrnsky, Hernán Iturrarlde,
Andrew Watts, José Luis Solaa
Estreno mundial
Obra encargo del Teatro Real

Iphigenie

Iphigénie in Tauride: ¡Me vuelve al corazón la calma!»

La historia de la ópera, como toda la historia en general, está salpicada de momentos en los que se han producido cambios trascendentales. Cambios que han influido de manera determinante con posterioridad. Uno de esos momentos de inflexión son los estrenos de Orfeo y Euridice y de Iphigénie en Tauride, ambas obras de Gluck. Sobre ellas se asentó la denominada “Reforma” que se consolidó definitivamente con Iphigénie.
Este movimiento operístico planteaba la necesidad de otorgar más importancia al drama argumental que a otros elementos que hasta ese momento contaban con más peso, como eran la mayor o menor exuberancia escénica o el excesivo divismo y protagonismo de las voces. Se abogaba pues, por una ópera en la que todos los elementos, la música, la danza o la escenografía estuvieran al servicio de inspirar los más profundos sentimientos y reflexiones del público.

Iphigénie es una obra maestra. Es el compendio de las tradiciones marcadas por Haendel o Rameau y una herencia, en modo de influencias, en Mozart o Wagner. Es la revolución de las pasiones, de los más profundos sentimientos de dolor, de reencuentros y lealtades fraternales. Es, sin duda, la máxima expresión de la Tragedia Griega.
Iphigénie es una obra alejada de los convencionalismos del momento. En ella no se desarrollan los ya tradicionales enredos amorosos, no es una obra de acción si contiene el menor rasgo de humor. Está copada por arias de un gran dramatismo y austeridad, de una belleza y dignidad que no permiten pensar en la ausencia de ningún otro elemento, argumento o personaje. Cada instante del desarrollo de la obra atrapa por sí mismo con una fuerza que solo una música tan decididamente hermosa puede conseguir.

Una obra que se plantea sobre una tragedia familiar desbordante, donde un padre mata a su hija, la madre mata entonces al padre, el hijo venga a su padre matando a su madre y donde su hija se ve en la obligación de matar a ese hermano, ¿cuánta controversia interior puede llegar a provocar?
Así comienza esta obra. Con una música que de manera violenta y magistral refleja el desasosiego interior de Iphigénie.

La ópera gira en torno a dos ideas principales. Uno el abismo emocional de Iphigénie provocado por la traumática desaparición de su familia y la casi obligación de matar a su hermano pequeño. Por otro lado, la leal amistad de Pylades y Orestes que les lleva a estar dispuestos a sacrificarse el uno por el otro.
Sobre estas dos premisas tan dramáticas emocionalmente es sobre las que el escenógrafo canadiense Robert Carsen ha creado una escenografía, con algunos elementos evocadores de su recientemente celebrada Katia Kabanova. En esta ocasión ha creado un escenario de elocuente sobriedad. Todo es negro sobre el escenario. Unicamente los destellos de la espada con la que Iphigénie debe matar a su hermano, iluminan el escenario.
Una desnudez escénica tan elegantemente conseguida que cualquier otro elemento que hubiera aparecido habría sobrado o, cuanto menos, distraído. La sobriedad escénica refleja muy bien, a través de pequeños detalles, todo aquello que solo se encuentra en la atromentada mente de Iphigénie. Uno de los momentos con mayor carga dramática y brillantemente resueltos por Carsen, es el conocimiento por parte de Iphigénie de la muerte de sus padres. En ese momento, los nombres de éstos, Agamenon y Clitemestra, que aparecían escritos en la pared, son borrados mientras Iphigénie borra también el suyo en un trágico y doloroso simbolismo acompañado de un delicadísimo y estremecedor lamento.
Rober Carsen ha llevado con su escenografía a la consecución de las más acentuadas reflexiones utilizando para ello elementos modestos y en reducido número. Esta capacidad está solo al alcance de los mejores, de los Maestros.

El Director musical, Thomas Hengelbrock, consigue extraer de la Orquesta Titular del Teatro Real, menos acostumbrada a los clásicos, un sonido diáfano, elocuente y brillante. A la misma altura de la Orquesta se ha situado esta vez el Coro. No solo por su situación en el foso, sino por reforzar de forma tan delicada el dramatismo contenido y sobrio que flotaba en la sala.
Antes de iniciarse la representación, Mortier informa al público de los estragos que la gripe ha causado esos días entre los cantantes. Pero afortunadamente la gripe no ha podido, esta vez, con la profesionalidad del trio protafonista.
Susan Graham es la perfecta Iphigénie. Tras superar algún problema al inicio de la representación, nos regaló una voz potente y delicada, con unos pianos que transmitían a la perfección el dolor de una Iphigénie que sufre las pérdidas en los más profundo. Su capacidad dramática resulta conmovedora. Proporcionó momentos sublimes y fue una de las triunfadoras de la noche.
Plácido Domingo triunfó nuevamente ante su público. Se notaba en su voz las secuelas de la gripe y me temo que también las del tiempo. Pero su timbre continúa siendo uno de los más hermosos. Despliega una energía sobre el escenario dificil de igualar y ninguna exigencia escénica le amedrenta (no como a otros…).
Paul Groves interpretó con brillantez un Pylades que tuvo momentos magistrales en los dúos con Oreste y también en solitario. Con un muy buen fraseo y una voz potente y llena de matices y de sensibilidad.
Frank Ferrari fue el único que desentonó con el resto del reparto. Una voz apagada y sin brillo. Muy bien las jóvenes voces nacionales. Susana Cordón, Anna Alás i Jové y Maite Alberola. Ante unos protagonistas de tanta presencia vocal, su actuación, aunque breve, estuvo a mucha altura completando el elenco.

Por último, muy bien también la dirección de actores. Ante el aparente caos que se producía a veces sobre el escenario, todo estaba en su sitio, al tiempo que los actores realizaban movimientos perfectamente estudiados y coordinados que conseguían resultados de efecto y belleza. Todo ello, enfatizado por una sutil iluminación a cargo de Carsen y Peter van Praet, que sirve para engrandecer aún más alguno de los personajes y para acentuar este drama genial.

Christoph Willibald Gluck (1714-1787)
Tragedia Lírica en cuatro actos en lengua francesa.
Libreto de Nicolás-François Guillard, basado en las tragedias homónimas de Claude Guymond de la Touche (1757) y Eurípides (412 a.c.).
Estrenada en la Academia Royale de Musique de París el 18 de mayo de 1779.
Nueva producción del Teatro Real procedente de la Lyric Opera de Chicago, la Royal Opera House, Covent Garden de Londres y la San Francisco Opera.
D. musical: Thomas Hengelbrock
D. escena: Robert Carsen
Escenografía y figurines: Tobias Hoheisel
Iluminación: Robert Carsen, Peter van Praet
Coreografía: Philippe Giraudeau
D. Coro: Andrés Máspero
Susan Graham, Plácido Domingo
Paul Groves, Frank Ferrari, Maite Alberola
Teatro Real de Madrid

Rosenkavalier

Der Rosenkavalier: «Me había impuesto amarlo de la manera adecuada»

Tras la polémica Salome de la temporada pasada, el Teatro Real ha estrenado la más importante ópera de Richard Strauss, El Caballero de la Rosa. Con libreto del propio Strauss y Hugo von Hofmannsthal, narra de manera cómica los enredos amorosos de sus principales personajes. Es además una obra con un transfondo profundo y romántico sobre el paso del tiempo y la volatilidad de la vida.

Se estrenó, no sin cierta polémica, en Dresde, el 26 de enero de 1911. La polémica llegó con la primera escena, donde aparecen dos de las protagonistas, la Mariscala y Octavian, su joven amante. Este papel, el de Octavian, escrito para una voz femenina, lo que ofrece como resultado un escena llena de ambigüedad no muy bien vista en aquella época.
La llegada de Mortier tuvo para esta obra como primera consecuencia la sustitución del Director de escena. La escenografía realizada por Cristof Loy, contratado por Antonio del Moral, ha sido reemplazada por la de Herbert Wernicke, fallecido en 2002 y más del gusto de Mortier. Además del merecido homenaje, esta escenografía resulta antigua y poco original. Se basa en un sistema de espejos reflejando una imágenes de, digamos, escasa belleza, que, al estar dotadas de movimiento consiguen transmitir que “nada es lo que parece” y todo cambia. Tampoco resultó original ni bello la escalinata por la que desciende Octavian para ofrecer la rosa a Sophie.
Demasiado movimiento sobre el escenario tiende a distraer en exceso aunque el amontonamiento de personajes, figurines y coro dan el resultado cómico que se pretende. El telón, traído desde Salzburgo, fue un detalle lleno de hermoso romanticismo que aporta un plus de teatralidad a la producción.

El vestuario, que es el mismo que se utilizó en el estreno de esta producción en el festival de Salzburgo, estuvo acertado. Destacar la elegancia de la Mariscala como corresponde al personaje. Algo extraño resultaron los personajes con un vestuario actual. Una pequeña contradicción fuera de lugar.
Muy bien Anne Schwanewilms en el papel de Mariscala. Tuvo un final de primer acto sublime y su elegancia y presencia escénica dieron gran entidad a la Mariscala Marie Thérèse.
La mezzosoprano estadounidense Joyce DiDonato defendió el papel de Octavian con brillantez, en alguna ocasión llegó a eclipsar a toda una Mariscala. Se desenvolvió bien por el escenario a pesar de sus últimas dificultades físicas (en abril fue operada por problemas de ligamentos en una pierna). Habitual del Teatro Real, ha conseguido este año, entre otros, el Premio Echo a la mejor intérprete del año.

Cada vez es más difícil encontrar un bajo-barítono con garantías y calidad suficiente, en esta ocasión el Real ha contado para este Caballero de la Rosa con la participación del alemán Fraz Hawlata en el papel de el Barón Ochs. Aunque con escasa potencia, dio al personaje una equilibrada comicidad sin exageraciones. Strauss daba a este personaje gran importancia, tanto que incluso pretendía que la ópera llevara su nombre. No fue así por su esposa, Pauline de Ahna, quien ejercía gran influencia sobre el autor y convenció a éste para que el título final fuera “El Caballero de la Rosa”.

Pero sin duda, la brillantez y la magia de la noche salió de la batuta de Jeffrey Tate. Un Maestro, que conocedor como ninguno de la obra de Strauss, extrajo de la orquesta momentos sublimes, en especial en el tercer acto. Con una delicadeza envolvente, plasmó de forma impecable la gran armonía entre la música, los diferentes personajes y la trama de esta obra.
Gran conocedor de la obra, Jeffrey Tate resalta el que es para él el personaje principal, la Mariscala, “un personaje triste y sabio lleno de dignidad”, frente a un Octavian que pierde peso a lo largo de la obra y al final resultará ser “solo jovencito que seguirá adelante y al final olvida a la Mariscala”.
Toda la complejidad de esta obra se refleja y resume en un final que nos brinda frases inolvidables absolutamente acordes con la música, la gran elegancia de la Mariscala y lo imaginario que se transforma en real. Finalmente, el bonito telón que cierra este gran espectáculo de la mano de Mohamed.

Richard Strauss (1864-1949)
Libreto: Hugo von Hofmannsthal
D. Musical: Jeffrey Tate / Jonas Alber
D. escena: Herbert Wernicke
Realizador de la dirección de escena: Alejandro Stadler
Reparto: Anne Schwanewilms (Mariscala), Joyce DiDonato (Octavian),
Ofelia Sala (Sophie), Franz Hawlata (Barón Ochs),
Laurent Naouri (Faninal) e Ingrid Kaiserfeld (Marianne), entre otros
Orquesta y Coro Titular del Teatro Real

La vuelta de tuerca

The Turn of the Screw: «Soy la vida oculta que se despereza cuando la vela se apaga»

En The Turn of the Screw (La vuelta de tuerca) nunca llegamos a saber en qué consiste la turbia historia que se desarrolla en un caserón victoriano en la Inglaterra de 1840. Una historia entre niños y adultos, o entre niños, fantasmas y una institutriz. Pero ¿Los fantasmas existen realmente?, ¿existen para los niños?, ¿para la institutriz?, ¿para ambos?. Todos estos interrogantes son los que nunca se aclaran (o si). Será la imaginación del espectador la que despeje (o no) las incógnitas que de manera magistral plantea Benjamin Britten en La vuelta de tuerca.

La estructura musical de la obra se basa en que cada escena va precedida por una variación sobre un tema que, en el desenlace, vuelve a la tonalidad inicial, describiendo a lo largo de la acción un giro en forma de tuerca. Todo gira alrededor de una variación, una tonalidad que siempre vuelve, como todo aquello que se reprime, siempre vuelve…
13 son los instrumentos que bastan para generar una atmósfera opresiva e inquietante a través de una variedad increíble de sonidos. De manera magistral, Benjamín Britten, desarrolla musicalmente la fantasmagórica obra literaria de Henry James, adaptada para la ópera por Myfanwy Piper.

15 escenas breves que obligan a una escenografía esquemática, sin grandes cambios. Unos paneles que se deslizan por el escenario junto con un ventanal al fondo cuya luz cambia de intensidad y tamaño, son los encargados de realizar el tránsito por las escenas. Pero es sin duda la iluminación, la que se encarga de realizar estas transiciones de manera brillante, matizando cada instante, demudando a los fantasmas, unos interiores estremecedores o un cálido otoño. Todo contribuye a crear un ambiente gótico y fantasmal donde se mueven las sombras de personajes y figurantes.

Una notable dirección a cargo de Josep Pons, aunque podría haber dado más intensidad a esos trece instrumentos que no por ello dejaron de lado la excelencia. Algo parecido ocurre con la dirección de actores, que ha optado por una contención excesiva cuando esta obra requiere de una mayor afectación por parte de los personajes, más vehemencia y fuerza. A destacar el vestuario de la English National Opera. Elegantemente sencillo y muy acorde con la escenografía y la época victoriana.

Los niños protagonistas no resultan repelentes, cosa que, tratándose de niños sobre el escenario, es de agradecer. Esas dos criaturas que al inicio de la obra son presentados como beatíficos, dos figuras angelicales e inocentes, van descubriendo, a medida que avanza la obra, su lado oscuro. Ver a James y a Flora transitar de los inocentes juegos infantiles a su cita nocturna con los fantasmas, con la misma candidez, resulta helador para el espectador.
Los poco inocentes niños Peter Shafran y Nazan Fikret consiguen unos personaje creíbles en su inocencia y también en su maldad. La escasez de matices de Miles realza su infantil personaje. Flora presume de una mejor entonación y proyección de voz.
Emma Bell reviste de autoridad y ternura el papel de la institutriz. Daniela Sindram, da vida a la difunta Miss Jessel, en una excelente dramatización, el maquillaje y la iluminación ayudan a construir un personaje que impone. El mejor de la noche fue John Mark Ainsley que en su doble papel, como prologuista y Quint, fantasma del antiguo empleado de la casa. El tenor resuelve ambos papeles con gran solvencia, especialmente el rol de fantasma.

Con tantos elementos para el análisis, ¿por qué resulta tan complicado resolver las dudas que se plantean?  Pregunta que no resulta fácil para un auditorio que se descubre a sí mismo sobrecogido en el momento en el que el telón hace su aparición. Es a partir de este momento cuando dan comienzo las reflexiones personales, y se pone de manifiesto todo el simbolismo de esta obra.

Benjamin Brittern (1913-1976)
Libreto: Myfanwy Piper, basado en la novela homónima de Henry Jomes
D. Musical: Josep Pons
D. escena: David McVicar
Reparto: John Mark Ainsley (The Prologue/Quint), Emma Bell (The Governess),
Peter Shafran (Miles), Nazan Fikret (Flora),
Marie McLaughlin (Mrs. Grose) y Daniela Sindram (Miss Jessel)
Orquesta y Coro Titular del Teatro Real

Mahagonny

Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny: «Cada uno se hace su cama en este mundo»

Teatro Real, 19.50h. Es el inicio de temporada y los palcos están relucientes. La gran araña central ilumina los nuevos y sedosos vestidos que acompañan a las perfumadas damas que, a su vez, acompañan a sobrios y elegantes caballeros. Todo es expectación y glamour, todo es exquisitez y lujo. Por favor, desconecten sus teléfonos móviles.
Sube el telón y un gran estercolero aparece ante nosotros, y todo junto y a la vez comparte el mismo espacio. Uno es consecuencia del otro y esto es lo que Kurt Weill nos quiere mostrar. Esa es la grandeza de Mahagonny.
Dos años dedicó Weill a trabajar sobre esta obra. Años de entre guerras. Los años 20 y 30 fueron lo suficientemente estimulantes como para hacer de ellos los de mayor creatividad musical y operística de toda la historia. Se aglutinaron en aquel momento ritmos, géneros, compositores, intérpretes, escritores… El clasicismo convivía con una explosión de música y literatura representada por Kurt Weill, Alban Berg, Korngold, Schomberg… Autores de obras que bien podían haber sido escritas ayer mismo. Tal es el caso de Mahagonny. Una obra que apuntaba entonces de manera acertada el futuro, y que la casualidad ha querido que esta producción aterrice en Madrid, precisamente en este momento. La lucidez de la música de Kurt Weill y el libreto de Bertolt Brecht, han provocado las mentes, siempre hirviendo, de Alex Ollé y Carlus Padrissa. Nos han situado delante de nuestros propios detritus. De la decadencia de una sociedad fantasma, zombie, donde se representan, de una particular manera, los siete pecados capitales.
Un escenario cargado de basura y de una gran plasticidad, llena de volúmenes que no dejan de crecer a lo largo de la obra. Como solo un basurero crece.
Los componentes de La Fura dels Baus han planteado en esta ocasión un escenario sobrio, sencillo, sin las grandes producciones metalúrgicas y tecnológicas a las que nos han acostumbrado últimamente. Solo montañas de basura que se cubren, a veces y como en cualquier ciudad, de aparentemente aterciopelados campos de golf que, pretenden tapar aquello que más pronto que tarde acabará deglutiéndolos.
Sobre el escenario todo se hace de manera compulsiva y alienada. Todo se consume de forma colectiva e instintiva, desde comer, sobre un gran comedero industrial como pollos en una granja. O el sexo, practicado multitudinariamente y de manera mecánica. Una escena “porno” muy bien resuelta, incluso, elegantemente resuelta sobre colchones que se mueven al gracioso ritmo de la música.
Todo ello iluminado genialmente por Urs Schönebaum, que contribuyó al ambiente delirante de la ciudad.
La música fue una agradable sorpresa. Mucho más compleja de lo que se podía esperar. Intercalaba canciones con un cierto aire de musical que, lejos de desmerecer a la obra, proporciona una gran vitalidad. Una música llena de energía, por momentos trepidantes, fruto de la joven batuta (aunque dirige sin ella) del director granadino Pablo Heras-Casado. No se arredró y dirigió con firmeza y brío hasta el réquiem final a una Orquesta del Teatro Real que estuvo brillante. A destacar, sobre todo, la sección de metales.
El reparto formó un conjunto muy equilibrado. Algo que pocas veces ocurre y que hizo subir la media de calidad de la representación.
No hubo voces que resaltaran de manera sobresaliente. Jenny, interpretada por la soprano canadiense Measha Brueggergosman, puso voz a una interpretación magistral. Es una Jenny espectacular aunque algo escasa de potencia. Fue de menos a más, una lástima si tenemos en cuenta que la pieza más conocida es al principio, “Alabama Song” en la que faltó una voz más plena y potente. No fue así en el momento de seducir a Jim, fue de una sensualidad canora fantástica.
El peso de la obra en el segundo y tercer acto, recae sobre la voz de Jim Maclntyre, interpretado por Michael König, un tenor ligero, pero provisto de una voz con matices metálicos y brillo. Papel casi wagneriano por lo exigente y resuelto muy dignamente.
El resto del reparto muy equilibrado, los roles estaban perfectamente definidos, incluso el físico era el adecuado. El tono de los recitativos impregnó a los delincuentes venidos a gobernantes de potestad y vigor ante los peculiares habitantes de la nueva ciudad. La mezzosoprano norteamericana Jane Henschel, con una voz sólida y segura como su personaje. El tenor Donald Kaasch con un buen registro medio y voz ágil, además de dotar a su personaje de gran comicidad. Destacar también al bajo-barítono jamaicano Willard White y el tenor John Easterlin. Este último demostró su paso por Broadway con una interpretación casi buffa de su personaje.
Otra de las novedades fue el coro. A falta de algunos ajustes en los ataques, el empaste, y algún divo que anda suelto, lo que hemos escuchado resulta muy prometedor después de un año de travesía por el desierto. Potencia y calidad y unos pianos apreciables. Un coro que, no solo canta, también interpreta y monta/desmonta escenarios. Unas voces de gran calidad que bajo la dirección de Andrés Máspero prometen grandes momentos.

Kurt Weill (1900-1950)
Libreto: Bertolt Brecht
D. musical: Pablo Heras-Casado
D. escena: Alex Ollé, Carlus Padrissa.
Reparto: Jane Henschel, Donald Kaasch, Willard White,
Measha Brueggergosman, Michael König, John Easterln, Otto Katzameier,
Steven Humes
Orquesta y Coro del Teatro Real de Madrid
2 Octubre 2010

Simon Boccanegra

La música de Verdi describe como ninguna la intensidad de unas intrigas resueltas, casi siempre, de la manera más trágica. Simon Boccanegra, escrita y revisada por el maestro en su madurez, es una de ellas.

El teatro Real ha terminado la temporada 2009/2010 con el Simon Boccanegra de Verdi. Con una producción que esta temporada se ha representado, entre otros lugares, en la Scala de Milán, y a cargo de los mismos intérpretes principales: Plácido Domingo y Angela Gheorghiu (ambos en segundo reparto).

Con el final de la temporada concluye también la dirección artística y musical del Teatro. Antonio del Moral y Jesús López Cobos se marchan dejando un Teatro Real más crecido e importante. Tras años de una labor intensa, la programación ha ido creciendo en brillantez cada temporada.

Tras la cancelación de Carlos Álvarez en el papel de Boccanegra, se esperaba sin mucho entusiasmo a su sustituto, George Gagnidze. Sustituir a Álvarez y tener en el segundo reparto a Plácido Domingo, no le ponía las cosas fáciles a un Gagnidze que, una vez dentro del personaje, supo resolver la situación con gran dignidad. Aunque torpe en los movimientos y pobre en la dramatización, una voz timbrada y muy bien armada, y un empaque físico que dotaba al personaje del pirata de una original personalidad, han dado solvencia a una difícil interpretación.
Fabio Sartori, el tenor, ha resultado ser una sorpresa. Con un hermoso instrumento y una lectura del personaje muy acertadamente italiana, alcanzó momentos muy bellos y llenos de lirismo junto a la soprano Inva Mula. Aunque con algún pequeño problema de afinación al principio, fue creciendo con la obra y emitiendo con un afinado timbre y una potencia más que notable cuando daba plena libertad a su voz.
Inva Mula fue justamente ovacionada por el público. Ofreció una Amelia llena de sesibilidad y dramatismo. Con un perfecto fraseo, una brillante emisión en los agudos y unos hermosos apianados, fue, sin duda, la mejor sobre el escenario.
El resto del reparto brilló a gran altura, sobre todo Giacomo Prestia como Fiesco, una voz solemne.

La escenografía, a cargo de Giancarlo del Monaco. El escenario sufrió una metamorfosis en su llegada a Madrid. Del negro de las representaciones del resto de la temporada, al blanco marmóreo. Un cambio acertado. Luz y espectacularidad en una escenografía austera y magestuosa que ha resaltado, de manera elegante, la grandeza de los personajes y la trama.

Éxito también del Maestro López Cobos que se despidió del público con toda su orquesta sobre el escenario. Una orquesta que ha alcanzado el perfecto equilibrio bajo su batuta. En esta ocasión, como en tantas otras, sonó magnífica, llena de matices y la fuerza interpretativa requerida por una partitura tan intensa, tan verdiana.

El coro, mal. Ni siquiera en una de Verdi. Rígido en sus movimientos, desigual en las entradas y sin personalidad vocal alguna.

Pero para el público de Madrid, su público, el mayor atractivo de este Boccanegra estaba en la reaparición sobre el escenario de Plácido Domingo. En esta ocasión como barítono interpretando al pirata.
El hecho de acometer una tesitura que no es la suya y hacerlo con esa maestría, presencia escénica y un poder dramático que llenaba de electricidad toda la sala; está al alcance de muy pocos. No importa que no fuera un barítono puro, es simplemente Plácido Domingo siendo capaz de dominar un terreno que no es el suyo. Su hermoso e inconfundible timbre junto a esa manera única de desenvolverse en el escenario que otorga a sus personajes una entidad aristocrática. La plenitud que demostró sobre el escenario, hace pensar que tenemos Plácido Domingo para rato.

Liceu 2010-2011

Si en la mayoría de las programaciones para la próxima temporada se nota un considerable recorte de presupuestos, no se puede decir lo mismo del Teatro del Liceu. Se puede decir que en la temporada 2010-2011 tirará la casa por la ventana.

Comienza la temporada el cuatro de septiembre con Iphigénie en Tauride, de Christoph Willibald Gluck, dirigida por Jan Michael Horstmann.
Le segruirá el 27 de septiembre una nueva producción del Liceu con el Teatro Massimo de Palermo y el Regio de Turín, Carmen, de Georges Bizet y dirigida por Marc Piollet. En las distintas representaciones a lo largo de la temporada contará con un amplio reparto de voces: Béatrice Uria-Monzon, Roberto Alagna, Marina Poplavskaia, Erwin Schrott, Eliana Bayón, Itxaro Mentxaka. Jossie Perez, Brandon Jovanovich, Neil Schicoff ,Barbara Haveman, Anna Caterina Antonacci, Fabio Armiliato, María Bayo, Kyle Ketelsen, Jossie Perez, Neil Shicoff, Ainhoa Artet, María José Montiel, Germán Villar, Ainhoa Garmendia y Àngel Òdena.
En noviembre otra coproducción del Liceu, esta vez con el Gran Teatro de Ginebra, Lulu, de Alban Berg. Dirigida por el titular del Coliseo barcelonés, Michael Boder y con la interpretación de Patricia Petibon, Michael Volle, Paul Groves, Andreas Hörl, Franz Grundheber, Julia Juon, Marisa Martins, entre otros.
En diciembre un clásico de repertorio, Fastaff, de Giuseppe Verdi. Dirigido por Fabio Luisi y con las voces principales de Ambrogio Maestri, Fiorenza Cedolins, Ludovic Tézier, Mariola Cantarero, Elisabetta Fiorillo, Maite Beaumont, Joel Prieto, Raúl Giménez.
2011 comienza con Anna Bolena, de Gaetano Donizetti. Una nueva producción del Liceo dirigida por Stefan Anton Reck y con las voces, en sus dos repartos de Edita Gruberova, Elina Garanña, Josep Bros, Carlo Colombara, Sonia Prina, Simón Orfila y Jon Plazaola.
También, Fiorenza Cedolins, Sonia Ganassi, José Manuel Zapata, Simón Orfila y Marina Rodríguez-Cusí, entre otros.
A partir del 20 de febrero, otra de repertorio, Parsifal, de Richard Wagner. Michael Boder a la batuta y con Klaus Florian Vogt, Anja Kampe, Alan Held, Hans-Peter König, Boaz Daniel, Ante Jerkunica, Anna Puche Rosado, Inés Moraleda, Estefania Perdomo en los papeles principales.
En abril un programa doble, también clásico, Cavalleria rusticana / Pagliacci, de Pietro Mascagni y Ruggero Leoncavallo. Bajo la dirección musical de Daniele Callegari interpretarán los personajes principales Ildiko Komlosi, Ángeles Blancas, Marcello Giordani, Marco di Felice, Carlos Álvarez, Josephine Barstow, David Alegret, Ginger Costa-Jackson, Luciana D’Intino, Inva Mula, José Cur, Paoletta Marrocu, Olga Mykytenko, José Ferrero, Piero Giuliacci, Vittorio Vitelli, Gabriel Bermúdez, Jorge de León, entre otros.
En mayo se presenta Der Freischütz, de Carl Maria von Weber que viene del Staatsoper de Hamburgo y estará dirigida por Marc Albrecht.
A finales de junio se estrena la ópera LByron, del compositor catalán Agustí Charles, dirigida por Martin Lukas Meister.
El 6 y 9 de julio, versión concierto de Tamerlano de Händel. Dirigida por William Lacey y con un importante reparto: Plácido Domingo, Bejun Mehta, Max Emanuel Cencic, uno de los mejores contratenores del panorama actual, Sarah Fox, Anne Sofie von Otter y Vito Priante.
La temporada de ópera termina con Daphne, de Richard Strauss, también en versión concierto, dirigida por Pablo González e interpretada por: Ricarda Merbeth, Janina Baechle, Burkhard Fritz, Rainer Trost y Robert Holl.

Un apartado que merece toda la atención, por los excepcionales intérpretes que lo forman, es el de recitales y conciertos.
Comienza el 4 de octubre con una de las voces más admiradas en el Liceu, al que no suele faltar ninguna temporada. La soprano Violeta Urmana, acompañada al piano por Jan Philipp Schulze.
También en octubre, pero el 10, El tenor Jonas Kaufmann. Una de las voces más prometedoras del panorama operístico, acompañado por Helmut Deutsch al piano.
Y el 16 de mayo, una de las voces más delicadas y hermosas, el contratenos Andreas Scholl. Acompañado por Tamar Halperin al piano.
El 11 de marzo, La soprano canadiense Measha Brueggergosman, junto al Ensemble Intercontemporain, bajo la dirección musical de Peter Eötvös.
El 3 de abril será el turno del tenor Rolando Villazón, acompañado por la Orquesta del Gran Teatro del Liceu y dirigido por Michael Hofstetter.
Y, por último, el 26 y 28 de mayo el concierto de la Orquesta del Gran Teatre del Liceu, dirigida por Josep Pnos, contará con una de las más aclamadas sopranos europeas, Diana Damrau.
En resumen, una programación que seguiremos atentamente.

Poppea

Para concluir con la trilogía monteverdiana, el Teatro Real ha llevado a cartel una producción de l’incoronazione di Poppea de la mano del mismo equipo que se encargó de las dos anteriores. Es esta ópera, la última que compuso Monteverdi cuando contaba ya setenta y cinco años, se demuestra una complejidad y madurez mayores que en L´orfeo o Il ritorno d´Ulisse in patria.
L´incoronazione desarrolla tramas múltiples con un gran despliegue de personajes secundarios. Comienza con el enfrentamiento entre la Fortuna y la Virtud, pero es el amor el que triunfa dejándolo claro ya en el prólogo:

Amor: «Hoy en un solo certamen, las dos diosas, a mi sometidas, dirán que a una señal mía cambia el mundo«.

Un gran éxito está acompañando las representaciones de L´incoronazione di Poppea, bajo la dirección del Maestro William Christie que, con su Orquesta Les Arts Florissants y sus instrumentos de época, consiguen llenar de matices esta dificil partitura.
Christie controla absolutamente todo lo que ocurre a su alrededor, tanto en el foso como en el escenario, proporcionando a los cantantes una gran seguridad como manisfestó el propio Philippe Jaroussky en rueda de prensa.
La Orquesta ofreció momentos mágicos. Como uno en el que el acompañamiento se reduce unicamente a una guitarra barroca creando una atmósfera bellísima.

No se puede decir lo mismo del Maestro Pizzi que, sin duda, firma la peor escenografía de la trilogía. Un escenario poco refinado, frío, sin detalles, que no está a la altura de la música ni de las voces. Con un vestuario poco acertado y en ocasiones (como la guardia de Nerone o el paje de Ottavia), rozando el ridículo. Una lástima que la concepción romántica de la ópera de Pizzi haya quedado en esta ocasión más como un simple decorado que como una escenografía de altura.

La iluminación a cargo de Sergio Rossi tampoco estuvo afortunada. Demasiadas sombras que oscurecieron a los personajes. Tampoco se entendían muy bien los espejos que en ocasiones distraían.

La sorpresa de la noche fue Danielle de Niese en el papel de Poppea, tal vez porque las espectativas no eran demasiadas. No es una Poppea muy sutil, y no domina la ornamentación de la época, pero ofreció frescura y timbre, con una voz ágil, ligera y llena de matices, voluminosa a veces que debía contener por momentos, pero muy soleada. Abusó en exceso del portamento e hizo uso de unas apoyaturas muy evidentes. Su interpretación estuvo llena de sensualidad, quizá algo inocente, le faltó un poco de la lascivia más propia del personaje.

Pero sin duda el tiunfador de la noche fue Philippe Jaroussky como Nerone. Un papel lleno de dificultades por los agudos estratosféricos. En ocasiones se le notó al límite de su capacidad vocal, sobre todo al principio, pero supo resolver las dificultades con soltura. Representó un Nerone tirano y caprichoso, aunque algo soso (en consonancia con otros personajes). Firmó un Nerone brillante y muy celebrado por el público.
Max Emanuel Cencic, en un registro muy diferente al de Jaroussky, con un hermosísimo y delicado timbre, no dotó a su personaje de la consistencia suficiente. El resultado fue un Ottone exageradamente frágil, incluso desvalido en algunos momentos. Una lástima para uno de los mejores contratenores actuales no haber aprovechado esta oportunidad.

La Ottavia de Anna Bonitatibus puso la elegancia sobre el escenario. Puede que severa en demasía en algún momento, pero casi adecuada en una emperatriz ofendida. Con una gran presencia escénica solo oscurecida por la mala iluminación. Su magnífico lamento restó importancia a un vibrato ligeramente molesto a veces, pero su voz de bronce está bien construida y posee unos matices mediterráneos muy agradables. Su salida del escenario expresiva y sobria, debería haberse acompañado por los aplausos que no fueron escatimados al finalizar.

Para mi la mejor de la noche fue, sin duda, la joven portuguesa Ana Quintans en el personaje de Drusilla. Con un timbre cristalino, brillante, lleno de la energía a la que también dotó al personaje. Una voz pulida y esmaltada y una proyección impecable y dominando el canto barroco mucho mejor que de Niese.

Antonio Abete fue un Séneca muy descafeinado. No vivía el personaje y así lo transmitió. Mejor estuvieron sus alumnos aunque alguno algo impostado y poco natural.
El resto de reparto estaba lleno de jóvenes promesas, algunas muy interesantes que habrá que seguir de cerca por estar llamadas a crecer en importancia.
En general, una muy buena representación de esta Poppea como colofón al merecido homenaje del Real a Monteverdi.

Vanitas

El Teatro Real ha vuelto a ofrecer una muestra más de esas pequeñas perlas que ofrece en la Sala Gayarre. Una ópera, Vanitas, en la intimidad de la mano del compositor italiano Salvatore Sciarrino e interpretada por el director y pianista Riccardo Bini, el violonchelista Dragos Balan y la voz de Marisa Martins.

En España tendemos a pensar que no hemos desarrollado del todo ese oído aventurero que creemos necesario para adentrarnos en algunas expresiones musicales contemporáneas. Esas en las que parece que nuestros vecinos europeos nos llevan tanta ventaja.
Era esta pues una buena oportunidad para continuar el entrenamiento de nuestro oído. De desarrollar otro canal para la sensibilización.

Abandonándose en Vanitas, en su acertado, sencillo y muy descriptivo escenario y en la reflexiva, delicada y nada fácil interpretación de Marisa Martins; se percibe la atmósfera inquietante y oscura en la que la protagonista evoca los fantasmas de su pasado. El regreso a los recuerdos más íntimos y atormentados a través de los objetos decadentes que la rodean. Se transmite una tensión permanente, incluso en los momentos huérfanos de sonido e iluminación.

Vanitas en la Sala Gayerre es la muestra de cómo transmitir la máxima intensidad y sensibilidad de la manera más sencilla y eficaz.

Vanitas (Vanidad)
Salvatore Sciarrino
D. musical y piano: Riccardo Bini
Violonchelo: Dragos Balan
Voz: Marisa Martins
D. escena: Rita Cosentino
Teatro Real, Madrid
6, 7 y 8 de mayo, 2010

Real 2010-2011

Catorce óperas (dos de ellas en versión concierto), cinco recitales, cuatro conciertos y tres ballet, serán los protagonistas de la Temparada 2010-2011 del Teatro Real. Algunos cambios semánticos, el ciclo de grandes voces se denomina ahora grandes cantantes, y ópera ciudadana que engloba a las mañanas sinfónicas familiares y los domingos de cámara, conformando el proyecto pedagógico.
El belga Gerard Mortier anunció en rueda de prensa y haciendo esfuerzos con el castellano, la nueva temporada del Real. Para Mortier esta será una temporada de «transición» y ha pedido «tiempo y paciencia» para poder llevar a cabo su trabajo. Quiere que su proyecto «ilusione» y acercar la ópera a otros públicos, principalmente la ópera contemporánea y las obras anunciadas son una buena muestra de ello.

Para esta temporada de ‘transición’ Mortier ha diseñado un programa que da comienzo el 7 de septiembre, con una ópera de repertorio, ‘Eugenio Oneguin‘, de Tchaikovski, ‘Otra vuelta de tuerca‘, de Benjamín Britten; ‘El caballero de la rosa‘, de Richard Strauss con una delicada puesta en escena de Herbert Wernicke, ya desaparecido; ‘Iphigénie en Tauride‘, de Gluck; en navidad, un punto de romanticismo con ‘Werther‘, de Jules Massenet; y ‘Król Roger‘, de Karol Szymanowski. Su selección se completa con ‘Las bodas de
Fígaro
‘, de Mozart; ‘Tosca‘, de Puccini y ‘San Francisco de Asís‘, de Olivier Messiaen y, ya en vers1on concierto, ‘La Finta Giardiniera‘, de Mozart, y ‘Los Hugonotes‘, de Meyerbeer.

A parte de estas óperas de repertorio, el Teatro Real presenta tres producciones propias.
Montezuma‘, ópera barroca de Carl Heinrich Graun en una versión del especialista argentino Gabriel Garrido. Esta producción será realizada en los Teatros del Canal.
El segundo estreno es ‘Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny‘, de Kurt Weill sobre un texto de Brech. En ella participará una de las voces más espectaculares y prometedoras del panorama actual, Measha Bruggergosman. La escenografía estará a cargo de la Furo deis Baus.
La tercera novedad es la ópera que el Real encargó a la compositora y cantante Pilar Jurado y que es la única producción que Mortier ha respetado de lo ya programado por Antonio del Moral. ‘La página en blanco‘, es «un thriller con muchas intenciones» según su compositora que confiesa estar viviendo «un sueño» al poder estrenar su primera ópera en el coliseo madrileño.
Mortier quiso resaltar una de sus obras favoritas que se estrenará en Madrid, ‘San Francisco de Asís‘, de Messiaen. Esta impresionante producción de casi seis horas de duración y en la que participan más de trescientos actores y músicos, será llevada a la Caja Mágica en el mes de julio.

En cuanto a los artistas, el nivel no es demasiado alto, quizá la crisis tenga algo que ver. Ante el cambio de fórmula de dirección artística, no habrá como hasta ahora un director titular sino varios, algunos no son muy conocidos para el gran público. Mortier afirma que «no conozco ningún director de gran nivel que pudiera estar en Madrid más de seis meses«. Veremos como funciona el experimento.
Algunas de las batutas que dirigirán a la Orquesta Titular del Real serán: Alejo Pérez, Teodor Currentzis, Sylvain Cambreling, Thomas Hengelbrock, Pablo Heras-Casado, Titus Engel, entre otros.

Como directores de escena: Dmitri Tcherniakov, David Hermann, Giuseppe Frigeni, Alexander Polzin, Claudia Valdés Kuri, Herbert Wernicke, Rober Carsen o Willy Decker.

También habrá un nuevo director de coro en sustitución de Peter Buria pese a tener contrato hasta 2013. la reponsabilidad recae ahora sobre el argentino Andrés Máspero.

Falta por conocer cual será la fórmula para próximas temporadas, si habrá audiciones a partir de mayo (como afirma Mortier) o continuará como titular el coro lntermezzo.
El ciclo de Grandes cantantes contará con la participación de Angela Denoke, Polaski, Cecilia Bartoli, Waed Bouhassoun, Felicity Lott y Yann Beuron.

Los cuatro conciertos serán una gala de Fin de Año , dirigida por Alejo Pérez, un concierto dedicado a Plácido Domingo por su setenta cumpleaños, y otros dos dedicados a Luis de Pablo y Cristóbal Halffter, ambos en su ochenta aniversario.
la danza estará representada únicamente por tres compañías: el Ballet de Zurich, la Compañía de Antonio Gades y el Ballet de la Ópera de Novosibirsk.

Sacrificium

Salió al escenario tras una introducción de La Scintilla, la Sinfonía Meride e Selinunte, de Nicolò Porpora. Apareció como lo viene haciendo en los recitales de presentación de Sacrificium, travestida al modo de los castrati del siglo XVIII y entre las ovaciones del público. La Bartoli maneja la escenificación como nadie. Fue un recital amplio, dos horas y media largas durante las que desgranó lo mejor de su último repertorio y de sus calidades y agilidades vocales.
Fue alternando las arias dramáticas con las de coloratura. Las spiamatas fueron enriquecidas con unos filados bellísimos, de un gran dramatismo que hacía que todo el auditorio contuviese la respiración. Las de coloratura estaban ejecutadas con una endiablada técnica y habilidad. Sin abandonar ni una sola nota. Un despliegue de trinos, acciacaturas, mordentes, agilidades… consecuencia de un fiato poderosísimo, como no podía ser de otra manera. Su capacidad de interpretación y dramatización solo es comparable con una proyección de voz, pequeña, si, pero limpia y pulida, alada y carnosa, contundente, rotunda y aérea. Todo junto y a la vez.
La Scintilla, dirigida por la Concertino Ada Pesch, estuvo magnífica. Hicieron desde el primer momento todo aquello que requería la voz de Cecilia Bartoli, como debe ser, y lo hicieron con brillantez, naturalidad y fabricando un sonido delicado, pulcro y bellísimo.

Salome

«Si me hubieras mirado me habrías amado»
Esta es una de las frases con las que Salome termina el último acto. Con ella se dirige a la cabeza amputada de Jochanaan e intenta así buscar una excusa a su macabra decisión. Esta misma sentencia se podría aplicar a esa parte del público que no supo o no quiso mirar la producción que Carsen ha presentado en el Tetro Real. Si así lo hubieran hecho, enamorarse de esta Salomé de Robert Carsen es casi inevitable.

Andrea Chenier

Estrenada en el Teatro alla Scala de Milán el 28 de marzo de 1896, Andrea Chénier es la ópera más popular del compositor Umberto Giordano. Basada en un libreto de Luigi Illica, trata de la vida del poeta francés que vivió entre 1762 y 1794 y murió guillotinado durante el periodo del Terror. Con estas representaciones el Teatro Real regresa al melodrama lírico post-verdiano y al más puro verismo bajo la dirección de Pedro Pablo Pérez.

CND

Entre el estreno de “Rassemblement”, en 1990, y el de “Jardín infinito”, 2010, hay veinte años de diferencia. Viendo las dos obras, una se da cuenta de cómo pasa el tiempo, también para Nacho Duato.

La primera obra está llena de fuerza y vigor, envuelta en sonidos de naturaleza y la cálida y profunda voz de Toto Bissainthe. Unos movimientos delicadamente enérgicos sobre el escenario, representan y homenajean a Haití, un pueblo que sufre y que, a través de la música de Bissainthe y la coreografía de Duato, camina y evoluciona hacia una cada vez mayor dignidad. La segunda obra, “Jardín infinito”, es la última inspiración de Nacho Duato. Su homenaje a Chejov resulta muy conceptual, tal vez demasiado.

Nos presenta a un Duato más oscurecido, más reflexivo e intimista ante un escenario y una escenografía austeros. La obra comienza con luz y una disposición simétríca prometedoras, pero, a medida que la obra avanza va perdiendo pulso, músculo, se vuelve densa, dando la sensación de que sobrara algo… tiempo, quiza. Resulta un poco largo y el intento final de recuperar el pulso inicial no es suficiente.Lo mejor, como siempre que se habla de la Compañía Nacional de Danza, son sus bailarines. Brillantes, siempre fluidos en sus movimientos. Tanto individualmente como en los hermosos momentos en los que se agrupaban. En cualquier caso, una auténtica delicia.

Diana Damrau

Muchos de ustedes recordarán a Diana Damrau, ya que pudimos verla cantando una maravillosa Zerbinetta de la Ariadna en Naxos straussiana en el Teatro Real de Madrid en 2006. Y puede que alguno recuerde cuando Muti dirigió la reapertura de la Scala de Milán, con la “Europa Riconosciuta” de Salieri, la obra que inauguró dicho teatro el 3 de agosto de 1778. Bueno, pues resulta que allí estaba Diana Damrau en el papel de Euripa (junto a Daniela Barcelona, Genia Kuhmeier, Desiree Rancatore y Giuseppe Sabatini).

Sacrificium Madrid

Durane el mes de abril, Cecilia Bartoli regresa a España para ofrecer una serie de recitales tra el éxito de su último trabajo, «Sacrificium».
La mezzo romana ofrecerá recitales en San Sebastián, Bilbao, Oviedo, Santiago de Compostela, Valladolid, Pamplona y Vitoria. En esta ocasión estará acompañada por el grupo con la Scintilla.

En su anterior recital en el Real, allá por el mes de abril, generó alguna duda y no dejó completamente satisfecho a todo el mundo. Pero este ha sido diferente. Dominio escénico y del repertorio de principio a fin, saliendo con fuerza, con brío, demostrando el profundo conocimiento sobre la música y la historia de la época de los castrati, eje sobre el que trata su disco y que es producto de una exhaustiva investigación, (de esas a las que ya nos tiene acostumbrados) y que queda de manifiesto en una extraordinaria interpretación sobre el escenario.
La época de los castrati y su recreación, empezando por el vestuario hasta la manera de interpretar, causan, como entonces, el delirio y la emoción en un público entregado. La Bartoli maneja como nadie los tiempos escénicos. Su  carisma, personalidad, magnetismo y simpatía, se unen a sus cualidades técnicas, una gran agilidad en las piezas de coloratura y una voz radiante, aunque algo justa pero endiabladamente hábil y contundente.

Y ese cambio de registro al llegar a las árias dramáticas, las más hermosas y delicadas, las notas a flor de labios, dejando salir un sonido lleno de melancolía y fino como un hilo. Especialmente brillante el “Chi non sente al mio dolore”, un emocionantísimo “Parto, ti lascio, o cara” y un delicadísimo y penetrante “Cadrò, ma qual si mira”.
Al recreado ambiente de la época de los castrati en este recital, solo le faltaba un teatro abarrotado de público (que lo estaba) pero ocupándolo todo, las escaleras, los pasillos y cualquier rincón donde cupiese un alma.
No hay que restar ni un ápice de mérito en el éxito de este recital y de la grabación, al Giardino Armonico ni a su Director, Giovanni Antonini. Grupo especializado en este tipo de repertorio y un habitual acompañante de Bartoli. La delicadeza  de sus interpretaciones son el marco perfecto para las pinceladas que, con trazo maestro, realiza la mezzosoprano romana. Para quien no haya tenido aún la oportunidad de escucharla, volverá en primavera a España en lo que será la continuación de su gira por distintas localidades.

L´italiana in Algeri

Hasta el 18 de noviembre se representa en el Teatro Real la Ópera de Rossini, “L´Italiana in Algeri”. Esta disparatada trama o locura, como fue calificada por Joan Font, su director de escena, no tiene mucho que ver con otras producciones representadas anteriormente. Empezando por la brillante escenografía. Llena de elementos sencillos pero cargados de imaginación y rematados con toques de humor de lo más efectista.

Lulú

El 28 de septiembre Lulú estrena la temporada 09/10 del Teatro Real. Este año, dedicada a la mujer. Es ésta una nueva producción del Teatro Real en colaboración con el Royal Opera Hause y Covent Garden de Londre, estará dirigida por primera vez en el Teatro Real por el maestro israelí Eliahu Inbal. Los papeles principales estarán a cargo de la joven soprano sueca Agneta Eichenholz, (Lulú) y la La mezzo norteamericana Jennifer Larmore, que dará voz a la Condesa Geschwitz.

Partituras Mozart

El pasado 2 de agosto de 2009, y 240 años después de ser compuestas, el pianista austríaco Florian Birsak interpretó, por primera vez enpúblico, y en el Piano Forte original del compositor, en su casa familiar, dos obras inéditas de Mozart que presentó la Fundación Internacional Mozarterum en Salzburgo.

Dos breves obras escritas por Amadeus Mozart en su niñez. Concretamente fueron escritas cuando Mozart tenía 7 u 8  años. Se trata de un movimiento de concierto para piano de unos cinco minutos de duración. Una partitura “de extraordinario virtuosismo, un Molte Allegro que, evidentemente, constituye el primer movimiento de un concierto para clavecín en Sol Mayor.
Compuesto entre 1763-64, es una sensación histórica, que arroja nuevas luces sobre el desarrollo del talento de Mozart”. Según explicó  Ulrich Leisinger, investigador de la Fundación, en rueda de prensa.
La otra obra es un Preludio de poco más de un minuto y también de extraordinaria calidad.
Las composiciones halladas forman parte de un conocido manuscrito, “Libro de Música de Nannert”. Este libro es un conjunto de piezas y ejercicios musicales que Leopold Mozart había recopilado en 1759 para su hija María Anna (llamada cariñosamente Nannert).

Aunque este libro se había publicado en 1950, estas dos obras pasaron desapercibidas. Al no estar firmadas por ningún autor se pensó que Leopold Mozart se limitó a transcribirlas para su hija de algún autor anónimo.
Los expertos de la Fundación están hoy seguros que fueron escritas por el joven Mozart. Como éste no dominaba suficientemente la escritura musical, la interpretó al piano para su padre y éste escribió las partituras. Leopold Mozart no contaba con los conocimientos técnicos musicales suficientes para haber compuesto estas piezas.
Para Leisinger “la pieza refleja la extraordinaria capacidad técnica que tenían los jóvenes hermanos Mozart para tocar el piano y que hasta ahora sólo se conocía por comentarios escritos por contemporáneos. Este hallazgo es la primera prueba de ello”.

Bartoli

El pasado 16 de abril concluyó una edición más del festival “Ellas crean”, organizado por los Ministerio de Cultura e Igualdad. Formado por un buen número de actividades artísticas y culturales, el festival propone un recorrido de música, danza, teatro, poesía, cine, literatura, pensamiento, moda y exposiciones a cargo de artistas que representan, en cada una de estas facetas, la importancia creadora de la Mujer.
En el Teatro Real, y con un repertorio mayoritariamente belcantista, se puso punto final a la edición de este año con la actuación de la mezo Cecilia Bartoli. Desde Giulietta Simionato, nadie ha hecho tanto por las mezzosopranos.Cecilia Bartoli es para muchos la genuina depositaria de unas formas que encuentran en la estadounidense Marilyn Horne la cima del bel canto.
El gran público conoció a Cecilia en 1985, cuando, tras una fugaz aparición televisiva en un programa de talentos e impresionado por lo que había visto, Ricardo Muti, director de La Scala, decidió cursarle una invitación  formal para una audición. Cecilia Bartoli ya no ha dejado de encontrarse desde entonces con sorpresas agradables a cada paso. No hay un solo director de orquesta consultado que no la ubique en la categoría de intérprete inquieta, versátil y poco convencional.
La primera parte del concierto, que comenzó con «La regata veneziana», fue la más intensa. En ella se pudo apreciar la extraordinaria calidad de su voz y sus cualidades técnicas a pesar, como ya es sabido, que su potencia de voz no es lo más espectacular. Destacando por encima de todo esos pianos que borda como nadie.
El final del recital fue una concesión al público que aplaudió a rabiar los bises más populares acompañados de sus también típicos taconeos. Sabe muy bien como ganarse al público, proporcionando intensidad y espectáculo.

Real 2009-2010

La temporada estará compuesta por una variada oferta en la que destacan: ópera, ballet, el ciclo dedicado a grandes voces, los proyectos pedagógicos y programa joven, los conciertos en la Sala Gallarre, los domingos de Cámara, que han contado esta temporada con un notable éxito, y la ópera en cine. También es una temporada de despedidas. En septiembre de 2010 abandonan el Real sus actuales directores artístico y musical, Antonio del Moral y Jesús López Cobos.

Críticas