Faust, el mal necesario

Faust, el mal necesario

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Faust
Charles Gounod (1818-1893)
Ópera en cinco actos
Libreto de Jules Barbier y Michel Carré, basado en la obra Faust et Marguerite (1850)
de Michel Carré y en la obra homónima (1808) de Johann Wolfgang von Goethe.
Nueva producción del Teatro Real , en coproducción con De Nationale Opera & Ballet de Amsterdam
D. musical: Dan Ettinger
D. escena: Álex Ollé (La Fura dels Baus)
Colabora en dirección escena: Valentina Carrasco
Escenografía y vídeo: Alfons Flores
Iluminador: Urs Schönebaumm
D. coro: Andrés máspero
Reparto: Ismael Jordi, Erwin Schrott, Irina Lungu, John Chest, Isaac Galán,
Annalisa Stroppa, Diana Montague.
Coro y Orquesta titulares del Teatro RealHomúnculo se define como un ser con características humanas, generalmente deforme y creado artificialmente. Parece que fue el alquimista Paracelso quien primero utilizó este término para denominar a una criatura creada al intentar buscar la piedra filosofal. La teoría del homúnculo se aceptó hasta 1827, año en el que se descubrió la existencia del óvulo. Hasta ese momento, se pensaba que el esperma escondía un homúnculo u hombrecillo en miniatura para el que el óvulo solo servía de alimento.El homúnculo es también el elemento que ha servido de inspiración a La Fura del Baus, concretamente a su director Alex Ollé, para desarrollar la escenografía del Faust que nos presenta el Teatro Real en el estreno de su nueva temporada.Son varias las óperas de repertorio que se estrenaron con fracaso. Pero si hay una que se lleva la palma, sin duda, esa es Faust, de Charles Gounod. Su estreno en el Thèátre Lyrique de París el 19 de marzo 1859 resultó un estrepitoso fracaso. El público francés había tachado la obra de “poco vistosa”y, sobre todo, poco francesa. Todo ello a pesar de la enorme popularidad que en aquellos momentos despertaba la cultura alemana, siendo Goethe uno de sus emblemas. Donde sí triunfó desde el principio fue en Alemania. Como la adaptación de los libretistas Jules Barbier y Michel Carré, no profundizaba en los aspectos más filosóficos de una obra de culto para los alemanes, y se permitieron además el lujo de alterar el orden de importancia de algunos personajes, la obra se representó, hasta no hace demasiado tiempo, con el título de “Marguerite”. Fue a partir de su estreno en Alemania cuando comenzaron los éxitos de Faust. Se representó hasta la saciedad, todas las temporadas y en casi todos los teatros europeos. Tal era su popularidad que, un 22 de octubre de 1883, una nueva compañía de teatro quiso estrenar su primera temporada de ópera representando a Faust. Se trataba del Metropolitan Opera House.Faust es dual. Es una gran ópera de estilo francés que también tiene características de gran ópera alemana, como un importante coro, varios números de ballet, la épica de alguno de sus personajes o el tiempo que Gounod dejaba entre números para que el público pudiera aplaudir. Detalle éste, muy wagneriano.

Pero volvamos a la escenografía. Cuando se trata de La Fura dels Baus, sabemos de ante mano que el resto de elementos operísticos como voces, teatralidad, incluso la música, van a quedar en un segundo plano. A veces esto puede ser para bien o, como en el caso que nos ocupa, para mal.

Bajo el proyecto homúnculo se ha situado la escena en un gran laboratorio donde Faust persigue la idea de inventar un ordenador capaz de gestionar emociones. Frustrado e insatisfecho, acepta la oferta de su alter-ego, Mèphistophélès, que se presenta así como el mal necesario, el espoleador que rescata a Faust de su aburrimiento y le convence para vivir todo aquello a lo que cree haber renunciado hasta ese momento. Mèphisto, que aparece primero como estrella de rock, va evolucionando de manera camaleónica hasta convertirse en un cristo crucificado. Junto a ellos, un ejército de postmodernos soldados, barbies plastificadas que parecen desnudas, mujeres maduras con exagerados pechos y hooligans con sus uniformes de aficionados al fútbol. En definitiva, multitud de elementos conceptuales e ideas complejas que apenas tienen desarrollo o encaje a lo largo de la obra. Una escenografía que está llena de lugares comunes, los mismos de siempre.

La Fura ya no sorprende y solo es capaz de generar polémica cuando termina la función y empieza su bochornoso espectáculo de contaminación, ajeno por completo a cuestiones artísticas.

La dirección musical corría a cargo del debutante en el Teatro Real Dan Ettinger. El joven director israelí hizo valer su formación musical germánica y consiguió que desapareciera cualquier vestigio de ópera francesa. El volumen de sonido fue excesivo, perfecto para Wagner, pero no para Gounod. Faltó delicadeza, sobre todo en la obertura y en las arias de conjunto, donde se generó un cierto caos. Eso si, es un extraordinario director para los cantantes.

Este segundo reparto resultó equilibrado. Faust no es un papel fácil para un tenor. Tiene dos partes muy diferenciadas que parecen haber sido escritas para dos tenores de características diferentes. La primera corresponde a un Faust maduro y dramático y la segunda a uno joven y más ligero Faust. Ismael Jordi aborda el personaje con sumo cuidado en la primera parte, por su dramatismo y por precisar de una voz de mayor envergadura. Es en la obertura donde el tenor jerezano tiene más dificultades. El resto de la obra transcurre en una tesitura mucho más cómoda para él. Tiene momentos de tensión que solventa con acierto, como la cavatina o el hermoso dúo con Marguerite. Jordi se encuentra en un extraordinario momento vocal, siempre elegante y con una notable presencia escénica.

El Mèphisto de Erwin Schrott fue de una gran teatralidad, algo imprescindible en este personaje y esta producción. Siempre que estuvo en escena fue el protagonista. Su voz no llega a la tesitura requerida para este rol, pero no son fáciles de encontrar voces baritonales avisales. Su volumen es muy apreciable y su timbre agradable, pero algunos sonidos nasales afearon un poco su participación.

La Marguerite de Irina Lungu, personaje algo desdibujado en la ópera con respecto al texto de Goethe, es una joven delicada e inocente. Desde este punto de vista estuvo bien interpretada por Lungu. Su voz no es muy grande, pero si suficiente y bien timbrada.

John Chest, como Valentin, fue uno de los grandes afectados por el volumen de sonido de la orquesta. Apenas se le escuchó.

Siébel, personaje juvenil y romántico, estuvo muy bien interpretado por la italiana Annalisa Stroppa. Hermoso timbre y una voz esmaltada y tersa que gustó mucho al público, sobre todo en su aria “Faites-lui mes aveux”.

La veterana diana Montague construyó una Marthe simpática y con carácter. El complemento perfecto para un Faust con aspiraciones cómicas.

El coro tuvo una actuación estelar. Si empieza así la temporada, no se que va a dejar para el anillo. ¡Fantástico!.

Un inicio de temporada un tanto irregular. Pero esto no ha hecho más que empezar.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real