El público

El próximo 24 de febrero tendrá lugar en el Teatro Real el estreno mundial de El Público, de Mauricio Sotelo, con libreto del escritor Andrés ibáñez, quien ha rescatado para la ópera la esencia de la obra homónima de Federico García Lorca, escrita en 1930 en Cuba y estrenada en 1986, 50 años después del fallecimiento del poeta.

En El Público el compositor Mauricio Sotelo mezcla el flamenco con melodías tonales y texturas armónicas que van del microtonalismo a sofisticadas técnicas electrónicas, a través de las cuales la música sonará desde 35 altavoces dispuestos en toda la sala.

Para dar vida a la treintena de personajes que desfilan en la ópera, el director de escena de ascendencia mexicana Robert Castro se ha inspirado en el arquetipo de la identidad de los mayas —In lak’ech, yo soy otro tú; hala ken, tú eres otro yo— evocando la cosmovisión del mundo de Lorca en El Público, que se esconde detrás de un juego de espejos, máscaras, transformaciones y alegorías que entrelazan realidad y ensoñación.

El pintor y escultor Alexander Polzin ha concebido el espacio para el viaje iniciático y misterioso de García Lorca con nueve telones pintados que evocan el icónico biombo lorquiano y los rascacielos de Nueva York. En la segunda parte, un inmenso espejo espía trae al escenario a todo el público de la sala y lo hace partícipe de las reflexiones que se plantean en la obra.

Además de las diferentes nacionalidades de los intérpretes, que van de Estados Unidos a Egipto, los artistas de la producción que se estrenará en el Teatro Real proceden de mundos estéticos y estilísticos muy distintos: desde los grandes nombres del flamenco a los excelentes músicos de la prestigiosa orquesta Klangforum de Viena; del coreógrafo de Broadway Darrell Grand Moultrie (premiado por sus creaciones para varios artistas, incluyendo Beyoncé) al figurinista polaco Wojciech Dziedzic, que trabaja en esta ópera con el libanés Assaad Awad en la exploración de materiales para los trajes de los intérpretes.

Será pues un Lorca multicultural, con una orquesta austríaca en el foso, flanqueada por el gran guitarrista Cañizares, a la izquierda, y el percusionista Agustín Diassera, a la derecha; las voces de los cantaores Arcángel y Jesús Méndez junto a cantantes como José Antonio López, Thomas Tatzl, Josep Miquel Ramón, Antonio Lozano, Gun-Brit Barkmin, Eric Caves o Isabella Gaudí; y el bailaor Rubén Olmo al lado de los bailarines Haizam Fathy, Leonardo Cremaschi y Carlos Rodas.

Gerard Mortier, quien encargó El Público para el Teatro Real en 2010, pudo trabajar con el equipo artístico de la producción en la génesis del proyecto dramatúrgico y llegó incluso a ver la partitura (en versión de canto y piano) y los lienzos de la escenografía de Alexander Polzin antes de su fallecimiento.

Lohengrin

“Esta ópera conquista a toda Europa en un muy breve espacio de tiempo, e incluso Verdi asistirá, fascinado y oculto en un palco, al estreno en Bolonia, dirigido por su amigo Mariani. Las razones a la vista están: desde un punto de vista musical, se escuchan sonidos hasta entonces desconocidos, tanto en el preludio como en la profanación de los dioses por parte de Ortrud y la narración sobre el Grial de Lohengrin, y naturalmente en uno de los coros más complejos desde Bach con la aparición del cisne “ein Wunder, ein Wunder…”. Desde el punto de vista dramático, la ópera satisface todos los anhelos de la burguesía de entonces, decepcionada por la Restauración de Metternich y el “juste milieu” de Francia; frustrada en su anhelo de un nuevo orden mundial, convencida del especial lugar que ocupa el artista pero también de su soledad (Lohengrin), afligida por la melancolía que surge de la frustración de una utopía irrealizada. Y todo ello plasmado en formas sobredimensionadas que ya utilizó también Meyerbeer, aunque este no lograra dotarlas más que de un efectismo semejante al de las actuales producciones de Hollywood.
Lohengrin es una obra increíblemente triste, porque al principio promete la realización de un nuevo mundo y al final, como a Elsa, nos abandona a nuestra soledad, pues la sociedad no pudo encontrar el valor para seguir la exigencia del artista, mensajero del utópico castillo del Grial: “no me interrogues nunca”. Elsa quiere saber en lugar de creer, y por ello no puede ser liberada, mientras Lohengrin tiene que regresar a su reino ideal del castillo del Grial solo… como Wagner en el exilio.”
(La eterna pugna entre la verdad y el deslumbramiento del teatro, Gerard Mortier).

El entusiasmo de Gerard Mortier ha propiciado que el Teatro Real presentara, por primera vez, una producción propia de la obra más romántica de Wagner, Lohengrin.
Es esta una obra que desarrolla todos los arquetipos propios del romanticismo, la trágica fatalidad, la leyenda medieval, la contraposición entre lo divino y lo humano y una atmósfera oscura e inquietante.
Al igual que los antiguos griegos expresaban la realidad a través de leyendas, Wagner, emulando a los griegos, trataba de expresar la verdad universal también utilizando las leyendas. En su caso, leyendas medievales de origen alemán junto con uno de los temas que más interés despertaban en él, el Santo Grial.
Lohengrin es una obra que marca un punto de inflexión en la música de su tiempo, pues va a trazar el estilo operístico del futuro. Una novedosa instrumentación en la que Wagner ya no compone al modo clásico, sino que crea diferentes niveles musicales como se aprecia de manera significativa en el preludio, donde las cuerdas, se dividen y agrupan generando un sonido diferente, único, distintivo del carácter instrumental wagneriano.
Wagner tuvo que huir de Dresde, donde estaba previsto se estrenara la obra, tras haber participado en la Revolución de 1848. Antes había dejado por escrito todo tipo de indicaciones sobre la orquestación y puesta en escena. Para esta nueva producción del Real, se han tenido en cuenta todas estas fuentes de manera exhaustiva para ser fieles a las ideas del propio Wagner.
Algunas de estas indicaciones se han respetado fielmente, como la aparición sobre el escenario de 12 trompetas, o la composición de un coro extraordinario, por su número de miembros y volumen de sonido.

Lo primero que llama la atención de esta producción es el aprovechamiento que se hace de la caja escénica. Lukas Hemleb y Alexander Polzin han creado una escenografía alejada del sentido estático que podemos imaginar en una producción de esta envergadura. El resultado es una totalidad, un universo romántico esculpido casi con las manos del propio Polzin en su faceta de escultor. Han conseguido un equilibrio particular, místico y legendario, que no puede identificarse con ningún momento actual, tampoco histórico. Está fuera del tiempo de una forma espontánea y llena de sensibilidad.
Sin duda fue el Maestro Hartmut Haenchen el más merecidamente ovacionado tras la representación. Ha conseguido de la Orquesta titular una de sus mejores interpretaciones desde la reapertura del Teatro. La obertura, de una tensión e intensidad abrumadora, únicamente fue superada por un final lleno de magnetismo, el mismo que transmite la obra en su conjunto. El experimentado director alemán, extrae de la orquesta un sonido lleno de madurez, producto de la evolución que este cuerpo estable del teatro viene experimentando en los últimos años.

El Coro titular del Teatro, Coro Intermezzo, reforzado para abordar el volumen de sonido exigido en Lohengrin, tuvo un papel de extraordinaria importancia, sobre todo el coro masculino. Se movía por el escenario como una unidad corporal viva, dentro del gran escenario cavernoso. La calidad de este coro, dirigido por el maestro Máspero, no deja de sorprendernos. La gran calidad alcanzada le sitúa entre los mejores de Europa, algo que quizá haya que agradecer, también, a Gerard Mortier.

El conjunto de voces principales resultó equilibrado y de un gran nivel. El tenor Christopher Ventris, como Lohengrin, no se puede calificar como una voz específicamente wagneriana, pero aportó un cierto tono heróico, además de un ligero metal que siempre se agradece en estos personajes. Le faltó emoción en algunos pasajes pero posee un hermoso color en la voz.
Catherine Naglestad interpretó una Elsa muy creíble en su ingenuidad. Dulce en exceso, posee unos agudos brillantes y expresivos.
Deborah Polaski como Ortrud brilló a gran altura. Una magnífica dramatización la convirtió en la más malvada con diferencia. Consiguió ser la protagonista en cada uno de los duelos que mantuvo con las otras voces principales. Su experiencia sobre el escenario dulcificó alguna carencia vocal, sobre todo en las notas agudas.
Franz Hawlata como rey Heinrich ha sido la sorpresa agradable. El barítono alemán ha mejorado mucho desde sus últimas intervenciones en este teatro. En esta ocasión su interpretación ha sido muy correcta.
Thomas Johannes Mayer, como Telramund, tuvo un primer acto impecable y una convincente dramatización. Este barítono alemán posee una voz poderosa y profunda que llena de intensidad sus interpretaciones.

El resultado final es una obra redonda, que busca el arte total que Wagner perseguía con sus composiciones. No lo consigue, pero el resultado es más que digno para homenajear a su inspirador, un Gerard Mortier que flota en el ambiente.

LOHENGRIN
Richard Wagner (1813-1883)
Ópera romántica en tres actos (1850)
Libreto del compositor, basado en los romances Parzival, de Wolfram von Eschenbach, y Lohengrin, de autor anónimo
Nueva producción del Teatro Real
In memoriam Gerard Mortier
D. musical: Hartmut Haenchen
D. escena: Lukas Hemleb
Escenógrafo: Alexander Polzin
Figurinista: Wojciech Dziedzic
Iluminador: Urs Schönebaum
D. coro: Andrés Máspero
D. coro de niños: Ana González
Reparto: Christopher Ventris, Catherine Naglestad, Thomas Johannes Mayer, Deborah Polaski, Franz Hawlata, Anders Larsson, Antonio Lozano, Gerardo López, Isaac Galán, Rodrigo Álvarez

La página en blanco

La Página en Blanco. “Apostar por la evolución, no por la revolución” (B. Bartok)

La página en blanco es la primera ópera que una compositora estrena en el Teatro Real. Fue encargada a Pilar Jurado dentro de la política que el Teatro ha establecido para dar paso y promocionar nuevos compositores. La primera duda que surge es si no sería mejor seleccionar una obra ya terminada. Es posible que en algún cajón se encuentre una joya escondida.

La primera ópera de Pilar Jurado, de la que también es libretista y voz protagonista, pudiera ser una de esas joyas pero contiene demasiadas carencias.
El inicio es muy esperanzador. Es una música fresca, sin estridencias, a veces delicada. Una sucesión de silencios marca el inicio de una caída argumental en la que el aburrimiento se adueña de la sala. Solo al final del primer acto vuelve la tensión. Un aspecto positivo es que no se hace larga en su hora y cincuenta minutos de duración.

La obra es musicalmente interesante, bien pudiera ser una de esas óperas contemporáneas con más recorrido que el simple estreno y alguna representación más. Pilar Jurado ha realizado un magnífico trabajo de composición y dando voz a Aisha Djarou, protagonista femenina de esta obra. Pero tratar además de escribir el libreto, tal vez haya sido un tanto pretencioso por su parte y ha resultado fallido. Es un libreto literariamente pobre, con un argumento mediocre y casi infantil. Resulta evidente y aburrido y desmerece a una ópera cuya música es esperanzadora tratándose de una partitura contemporánea. No entiendo bien la resistencia de algunos músicos a interesarse y utilizar para sus composiciones, argumentos de calidad literaria indiscutible ya existentes.

La obra quiere mostrarnos el funcionamiento del cerebro de un compositor durante el proceso de creación de su obra. La multitud de alucinaciones y contradicciones que se apoderan de él en esos momentos. Todo a través de un thriller de emociones donde la enfatización de la música minimaliza el libreto.

Uno de los mayores aciertos de esta producción del Teatro Real es la escenografía. Alexander Polzin ha construido una gran caja a modo de tríptico con predela. Es resultado es de una gran originalidad. En el cuadro central se representa la vida real-virtual del compositor protagonista. En los cuadros laterales aparecen imágenes alegóricas sobre la obra que Ricardo, el protagonista, está escribiendo. Son imágenes animadas del “Infierno” del “Jardín de las Delicias” del Bosco. En la predela se muestra la sórdida realidad, donde se desarrolla la trama de engaños y manipulaciones del resto de personajes.

El momento musical y estéticamente más hermoso es el que se produce en el cuadro central, en la casa de Ricardo, cuando éste acaba de concluir su obra. El músico, rendido por el cansancio y profundamente enamorado, cae en los brazos de Aisha sobre una hermosa nube que sostiene a ambos.
El cuadro de voces es muy equilibrado. Todos resuelven su participación con dignidad. No es una partitura de gran exigencia pero si permite el lucimiento de las voces. A destacar el personaje del robot Kobayashi, interpretado por el contratenor Andrew Watts. Su participación es breve pero exigente, en su corta intervención, su voz recorre tres octavas.
Como hemos apuntado ya, la Página en blanco de Pilar Jurado resulta esperanzadora dentro del melancólico panorama nacional de música contemporánea. Confiemos en la evolución de su música y sus composiciones y en una mejor elección de los libretos.

Pilar Jurado (1968)
Ópera en dos actos en lengua española
Libreto de la compositora
D. musical: Titus Engel
D. escena: David Hermann
Escenografía: Alexander Polzin
Iluminación: Urs Schönebaum
Dirección de video: Claudia Rohrmoser
D. Coro: Andrés Máspero
Otto Katzameier, Nikolai Schukoff, Pilar Jurado,
Natascha Petrnsky, Hernán Iturrarlde,
Andrew Watts, José Luis Solaa
Estreno mundial
Obra encargo del Teatro Real

Críticas