Juan Diego Flórez

El pasado 13 de junio se ponía fin esta temporada al ciclo Las voces del Real. Y lo hacía por todo lo alto, con un recital del tenor Juan Diego Flórez. No se prodiga en exceso el tenor peruano, menos aún lo hace en representaciones operísticas, y sus últimas apariciones en el Real no habían dejado una huella demasiado profunda.

Flórez posee unas características vocales que pueden resultar adictivas, al menos para la gran mayoría de los aficionados que llenaban el Teatro. Y esta vez si, se puede decir que Juan Diego Flórez, ha vuelto…

En esta ocasión el repertorio estaba salpicado de dificultades y de compositores que no había abordado hasta ahora. Ha perdido la frescura y naturalidad de sus inicios, a cambio, su voz es más densa, continua dominando como nadie las agilidades y es muy difícil competir con sus agudos. No obstante, cada vez más, debe compensar el centro. Ha perfeccionado casi hasta el extremo su técnica respiratoria, como corresponde al heredero natural de la escuela clásica de los García. El resultado es una línea de canto sin fisuras, un bien definido legato y ese hermoso y soleado timbre que es marca de la casa.

No es Flórez un tenor mozartiano, pero en esta ocasión ha sorprendido interpretando dos arias llenas de dificultad, “Ich baue ganz auf deine Stärke”, de Die Entfübrung aus dem Serail (El rapto del serrallo) y “Vado incontro al fato estremo”, de Mitriadate, re di Ponto. En ambas hizo gala de su extraordinaria facilidad para las agilidades. Lástima que su relación con el idioma alemán restara brillantez en el fraseo.

Esta primera parte terminó con “Che ascolto? Ahimé… Ah, come mai non sentí”, de Otello, un aria elegante y briosa con numerosos agudos.

Tras el descanso, continuó con tres obras de Leoncavallo, incluida la hermosa Mattinata. Siguió con Puccini y el “Avete torto… Firenze è come un´albero florito”, de Gianni Schicchi, donde un fraseo exquisito completó una magnífica dramatización de este personaje que se alaba a si mismo.

La otra sorpresa llegó con la también puccuniana La bohéme, de la que interpretó “Che gélida manina”, con emisión transparente y fácil, sin aparente esfuerzo y con una elegancia que mantuvo hasta el do de pecho final.

Para terminar, Verdi, dos arias de I lombardi y La traviata. De la primera “La mia letizia… Come poteva un angelo”, delicadísima y llena de matices. De La traviata “Lunge da lei… De´miei bollenti spiriti… O mio rimorso”, del que repitió el do final al no quedar satisfecho con el primero.

Una vez concluido el recital llegaron los numeroso bises. Apareció con la guitarra, algo que se ha convertido ya en tradición y que el público celebra, por ser quien es. “Contigo Perú”, “Sólo le pido a Dios” y “Cucurrucucú Paloma” fueron las elegidas, una vez más.

Terminó con sus imprescindibles do de pecho de La fille du regiment de Donizetti y un Granada, de Agustín Lara, que pusieron el broche final y al público en pie.

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