No puede uno ser de los más grandes y que ningún medio se haga eco de su muerte. Es lo que tiene marcharse a la vez que Robin Gibb y Donna Summer. Es lo que tiene vivir en un momento en el que se prima la mediocridad y se trivializa el conocimiento. Cuando la banalidad se hace importante, lo importante pasa a las filas de atrás. Y es que nos ha dejado el gran barítono Dietrich Fischer-Dieskau, con la misma elegancia con la que interpretaba, impecablemente, las lieder de Schubert. Su rotunda presencia en el escenario. Su perfecto fraseo y declamación. Su técnica, depurada y convincente. Y su voz, homogénea, tersa y precisa. El más grande del siglo XX.