Pablo Sorozábal es, siempre lo fue, un músico todo terreno que aborda con inusitado éxito y aparente facilidad cualquier estilo que se le ponga por delante y, lo que es más difícil, siempre logrando o rozando la excelencia. Un canto ilustrado y sabio contra la monotonía musical y teatral es su obra, y buena prueba de ello es ‘Entre Sevilla y Triana’, la «zarzuela sevillana» del maestro donostiarra que en los casi 72 años transcurridos desde su estreno, sube por primera vez al escenario del Teatro de la Zarzuela, templo del género por antonomasia. Mucha culpa ha tenido en esta sorprendente ausencia el hecho de que este sainete lírico en dos actos (como lo denomina la propia partitura) haya estado perdido durante más de 50 años. Y llegado ahora el momento de enmendar, el público podrá disfrutar de este título en toda su esencia con las diez funciones programadas entre el 26 de enero y el 6 de febrero.
Y el remedio no puede tener mejores protagonistas: la siempre esperada dirección musical del maestro Guillermo García Calvo –director musical del Teatro de la Zarzuela, Generalmusikdirektor de la Ópera de Chemnitz en Alemania, director titular de la Robert-Schumann-Philharmonie y sin duda uno de nuestros pesos pesados de la dirección de orquesta–, la escena de Curro Carreres, rociada de conocimiento, significado, coherencia y poesía, así como dos repartos que incluyen muchas de las voces españolas más aclamadas del momento.
Se mire por donde se mire, tiene todo el sentido la expectación que ha levantado la presentación de ‘Entre Sevilla y Triana’ en el Teatro de la Zarzuela. La obra fue estrenada el 8 de abril de 1950 en el Teatro Circo Price de Madrid (en el antiguo, el de la Plaza del Rey que ocupaba justamente el emplazamiento en que hoy se levanta el Ministerio de Cultura y Deporte). Antes de su recuperación, sus últimas funciones databan del año 1955. Más de medio siglo en el olvido. Su partitura original, que se creía perdida desde aquellas últimas funciones, fue recuperada en 2007 por el director musical Manuel Coves y el propio Curro Carreres en los archivos de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) con anotaciones manuscritas del propio compositor como valor añadido. Es a partir de ese momento cuando se recobra esa joya escondida de Sorozábal que culminaría con el montaje de la producción que ahora se presenta en La Zarzuela. Fue en 2012 en el Teatro Arriaga, coproducida con el Teatro de la Maestranza de Sevilla, los Teatros del Canal de Madrid y el Teatro Campoamor de Oviedo.
Todo un acontecimiento
Su llegada al Teatro de la Zarzuela es por tanto todo un acontecimiento, y como tal sin duda se vivirá en las tablas del escenario y en las butacas de la sala. García Calvo volverá a ocupar el podio del foso del coliseo que compartirá con la Orquesta de la Comunidad de Madrid, Titular del Teatro, y estará también al frente del Coro Titular del Teatro de la Zarzuela y de un memorable doble reparto; si no, al tiempo:
El papel de Fernando, ese Marino que dejó Sevilla y con el que un año atrás Reyes vivió una historia de amor de la que sigue prendada, lo interpretan los barítonos Ángel Ódena y Javier Franco; las sopranos Carmen Solís y Berna Perles encarnan a la joven Reyes, que sin que Fernando llegara a saberlo, dio a luz a un niño fruto de aquella relación; los tenores Andeka Gorrotxategi y Alejandro del Cerro hacen las veces de José María, enamorado de Reyes y rechazado una y otra vez por esta, que despechado desvela públicamente la existencia del hijo de aquella; el tenor-actor Ángel Ruiz y la mezzosoprano Anna Gomà dan vida a Angelillo –aspirante a torero–, y Micaela –prima de Reyes–, que mantienen una relación amorosa alegre, fresca y hasta saludable; la emoción llega como un torbellino con el cantaor Jesús Méndez, quien precisamente interpreta a un cantaor vecino del barrio donde la acción se desarrolla; la cantante y actriz Gurutze Beitia asume el rol de la madre de Micaela y tía de Reyes, viuda para más señas; el actor José Luis Martínez es Míster Olden, dueño del barco en el que un año después regresa Fernando a Sevilla sin saber lo que allí le espera; el actor Manuel de Andrés será el glosopeda, vecino casado con Isadora; los actores Antonio MM y Resu Morales, el Señor Mariano y Doña Benita que han criado como suyo al hijo de Reyes, ocultando la verdad al vecindario; también tendrán presencia y voz en el relato los actores Rocío Galán, como Isadora, David Sigüenza, como ese mozo jovenzuelo que es Escardillo; Lara Chaves, que se meterá en la piel de la cantaora Esperanza Moreno, la nueva amante de Fernando; o el actor Alberto Caballero, que será el laborioso alfarero.
Y todos ellos se moverán, se emocionarán, se divertirán y sufrirán a lo largo y ancho de la espectacular escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda, con el no menos extraordinario vestuario de Jesús Ruiz, la iluminación siempre ensoñadora de Eduardo Bravo y la mágica coreografía de Antonio Perea que desarrollarán los propios protagonistas junto con 13 figurantes bailarines.
Respecto a la recuperación
Respecto a la recuperación, Curro Carreres señala que “el trabajo dramatúrgico con las versiones originales ha sido escrupuloso […] y se ha hecho con el mayor respeto y amor […]. El resultado es un melodrama o comedia dramática de grandísimo interés”. Para Carreres, esta historia de una madre soltera estrenada en plena dictadura franquista nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre los avances vividos en nuestra sociedad hacia la igualdad entre hombres y mujeres, “de ahí que el machismo imperante, las masculinidades tóxicas del pasado, sean presentados desde la perspectiva actual de las necesarias lecturas de género”.
En cuanto a la música, Guillermo García Calvo sostiene que “desde la primera nota del preludio –un si natural en trémolo–, Sorozábal nos trasporta a una Andalucía de ensueño. Cuerdas y vientos entonan justo después al unísono la melodía que más tarde Reyes cantará con las palabras: «¡Que sepa todo el mundo / la verdad bien clara! / ¡Ese niño es mío; / es de mis entrañas!»”. El maestro argumenta el hecho de que Sorozábal impone su genio artístico y musical siempre mimetizado con el ambiente que le propone cada libreto: de esta manera, el director de orquesta explica que “si en ‘Katiuska’ enseguida nos seducían los giros melódicos de la música rusa interrumpidos por los números de cabaret parisino, en ‘La del manojo de rosas’ el carácter castizo de Madrid se hace música y en ‘La tabernera del puerto’ escuchamos las olas del mar, en este nuevo título encuentra para sí mismo un lenguaje andaluz con ritmos y armonías flamencas. Las sevillanas, el zorongo, la farruca y el pasodoble nos cuentan la historia bailando, con una poesía y una autenticidad increíbles, como si las hubiera escrito un García Lorca”.
Entre las grandes de Sorozábal
El título está, sin lugar a dudas, entre las grandes creaciones de Sorozábal. Con un texto de Luis Fernández de Sevilla y Luis Tejedor, de una poética y un lirismo muy avanzado, y un extraordinario valor que entre otras muchas cosas radica en la innegable originalidad de su argumento o la fidedigna ambientación de Sevilla y Triana. Es extraño y significativo que una obra con tantos valores y de un autor tan popular y exitoso cayera como cayó en un olvido casi completo. Posiblemente esta circunstancia tan difícil de comprender esté íntimamente relacionada con la época en la que se estrenó y con un argumento extremadamente moderno para entonces: una madre soltera que se reivindica a pesar de las leyes y la sociedad del momento.
La musicóloga Consuelo Pérez Colodrero recoge algunas de las crónicas de los estrenos de ‘Entre Sevilla y Triana’ en ciudades tan concluyentes como Madrid o Barcelona, donde el sainete de Sorozábal fue saludado con palabras muy semejantes, considerando la obra, por ejemplo, como «una nueva muestra del valer» del compositor por «su inspiración cautivadora y su fuerte temperamento musical», que «brillan de nuevo en unos fragmentos llenos de empaque y donaire».
Premio Ruperto Chapí: ascenso y caída
La experta también extrae de aquellos escritos que tanto en Madrid como en Barcelona «la mayoría de los números se repitieron entre grandes aplausos, de los que también participaron, en estricta justicia, los artistas». Parecía que la obra marchaba de manera triunfal por los escenarios nacionales. “El éxito obtenido por el sainete, su magnífica factura, así como la paulatina rehabilitación del compositor en la vida musical del país —había sido depurado en 1939— llevaron, además, a que ‘Entre Sevilla y Triana’ recibiera el Premio Ruperto Chapí, que convocaba la Delegación de Cinematografía y Teatro, a la mejor producción lírica de la temporada 1949-1950, “lo que suponía el definitivo reconocimiento oficial al trabajo del músico vasco como compositor lírico y como empresario teatral”, indica Pérez Colodrero.
Sin embargo, recuerda la estudiosa, a partir de su presentación catalana (1953), ‘Entre Sevilla y Triana’ apenas fue mencionada por la crítica a su paso por ciudades como Granada, Sevilla, Salamanca o Zamora, en las que la obra se presentó entre 1953 y 1954, de tal suerte que, tras el fugaz éxito de su reestreno en Madrid, en enero de 1955, se retiró del circuito, “acaso porque su trama no terminaba de encajar en la estricta moral de la época”. Consuelo Pérez Colodrero también señala que el escaso rédito económico —que no artístico— de sus producciones escénicas llevó a Sorozábal a abandonar paulatinamente la composición de zarzuelas y sainetes y a retomar su trabajo como compositor de obras corales de temática vasquista, como director de orquesta e incluso haciendo una próspera incursión en el cine con ‘Marcelino, pan y vino’ (Ladislao Vajda, 1955), en compañía de su hijo.
Y rubrica que tras el inmerecido silencio de más de medio siglo, el regreso de ‘Entre Sevilla y Triana’ a la escena no solo restituye esta página, último sainete del compositor, al lugar que le corresponde por méritos propios, sino que constituye un nuevo argumento para mostrar el corpus sorozabaliano como un neto ejemplo de cómo llegar a la entraña y al espíritu de lo popular por una honda comprensión, manteniéndose siempre en el estrecho y difícil equilibrio entre la renovación estética, la transgresión y la inteligibilidad para el público general.