Acabo de enterarme de tu marcha. Al pensar en ti, he vuelto a mi infancia. A salir apresuradamente del colegio para comer en casa mientras os escuchaba a Araceli y a ti. Intentando siempre averiguar cuál era esa música misteriosa que apenas sonaba unos segundos, llamando a escondidas desde el teléfono del salón (el único que entonces había en cada casa) para votar por mi versión favorita de una obra o riendo con ganas al escuchar la sección ¡el peor cantante del mundo!.
Todo era desde el programa “Clásicos Populares”. Aquel que comenzó en 1976 y que fue retirado de la parrilla radiofónica en 2004, de la mano de los que se autoproclaman “defensores de la cultura”.
No era fácil ser hijo de un genio como Ataúlfo Argenta. Su prematura muerte dejó desolado a un niño de 12 años que se volcó en la música. Y aunque el talento no siempre se hereda, el carisma, el entusiasmo y la alegría con la que transmitías tu gran pasión, descubrieron a varias generaciones, de manera fácil y desmitificada, el gusto por la música clásica.
No tener recambio para algunas de las pérdidas que sufrimos, debería hacernos reflexionar. No todo se consigue con inversiones económicas. A Fernando Argenta le bastaba una hora de Radio Nacional para que a miles de personas, mayoría niños, y de manera gratuita y accesible, llegase una cascada de sensaciones a través de una de las expresiones artísticas más sofisticadas que puede crear el ser humano, la música. Como muy bien ha dicho Rubén Amón a cuenta de tu marcha, sobran críticos y faltan divulgadores.
Y si divulgar es publicar, extender o poner al alcance del público una cosa, Fernando Argenta es uno de los mayores divulgadores que hemos tenido. Y no de cualquier cosa.