Brokeback Mountain

Brokeback_Mountain

«Gente normal que se ama”. Esta es, en esencia, la visión global que Mortier quiere que el público extraiga de Brokeback Mountain, cuyo estreno ha despertado una excepcional expectación. Más de un centenar de periodistas extranjeros asistieron al estreno mundial el 28 de enero, y tanto interés hay que atribuirlo a la materia de la obra.
La homosexualidad ha sido tratada con anterioridad por otros compositores, como Berg o Britten, pero es cierto que en Brokeback Mountain se refleja de manera más explícita. No puede decirse que esta ópera trate sobre la homosexualidad como tal, tampoco sobre la homofobia, pero si sobre el amor, las relaciones humanas y la necesidad de ellas.

La historia se sitúa deliberadamente en un escenario que resulta especialmente hostil, una zona rural del interior de Estados Unidos. En la presentación de la obra, Gerard Mortier insistía en la búsqueda de públicos que no se conformen solo con música y divertimento, sino que sea capaz de reflexionar, a través de la ópera, sobre temas actuales. Opina que “una sociedad como la nuestra está obligada a abrir ciertas discusiones”.

Con Brokeback Mountain el Teatro Real cierra el llamado “ciclo de amores imposibles”. Así es como han querido denominar el elemento que tienen en común (por diferentes motivos) los últimos títulos representados, L´elisir d´amore, Tristan und Isolde y Brokeback Mountain.

Poco conocido es para el público español su compositor, el norteamericano Charles Wuorinen. Su obra se ha centrado más en composiciones sinfónicas, siendo Brokeback Mountain su segunda ópera. En 1970 se convirtió en el compositor más joven en ganar el Premio Pulitzer con una composición de música electrónica, Time´s Encomiun.
Con esta partitura ha conseguido dotar a cada personaje de la música que le identifica, así como describir cada momento y situación, sobre todo aquellas más inquietantes. La obra comienza con una intensidad que va creciendo en emotividad a medida que avanza. Desembocando en el momento más emotivo, el dramático y desolador final.

La escenografía de Ivo van Hove se limita casi por completo a proyecciones sobre una gran pantalla que ocupa todo el fondo de escenario. Ha querido hacer un elemento visual independiente de la película de Ang Lee, y lo ha conseguido. Se trasladó a la mítica y verdadera Brokeback Mountain para rodar sobre el terreno. Con ello ha ilustrado las escenas que transcurren allí y que comparten los dos protagonistas. El resto de la escenografía, formada por escasos elementos, decadentes y áridos, conforman el asfixiante y helador ambiente en el que viven sus dos protagonistas. Atrapados en una vida ajena a ellos donde las pautas marcadas por el entorno social más inmediato, les empuja a regresar a esa montaña que les libera.

Annie Proulx, la autora del libro, ha hecho una muy buena adaptación para un libreto operístico. Frases cortas y exactas muy adecuadas a la hora de ser interpretadas. Con un fraseo que se adapta bien a la música de Wuorinen, a pesar de sus dificultades.

Resulta perturbador la lentitud con la que transitan las escenas en la oscuridad y el silencio del escenario. Contribuyen al hastío el hecho de ser una obra declamada más que cantada. No existe expectación por el argumento y mucho menos emoción. Todo es previsible. Los escasos momentos líricos se desvanecen de inmediato a manos de la música dodecafónica. Dos horas de declamación sobre un escenario casi desnudo se hacen eternas.
Los dos protagonistas realizan una labor más importante como actores que como cantantes. Daniel Okulitch innterpreta a Ennis del Mar, el vaquero más introvertido y menos sociable. Tom Randle es Jack Twist, más extrovertido y la parte positiva de la pareja. Ambos con gran presencia sobre el escenario y ejecutando muy correctamente una partitura complicada por su escaso lucimiento.

El resto del reparto cumplió con su breve cometido. Se agradece escuchar voces españolas sólidas y experimentadas como la de la soprano Celia Alcedo. Toda una garantía.

La Orquesta brilló una vez más, en esta ocasión, de la mano del alemán Titus Engel. Gran experto a la hora de dirigir estrenos de óperas contemporáneas, como ya demostró en este mismo teatro con la Página en blanco de Pilar Jurado.