Das Rheingold, de Richard Wagner, llega la tetralogía al Teatro Real
Prólogo en cuatro escenas del festival escénico Der Ring des Nibelungen
Música y libreto de Richard Wagner (1813-1883)
Estrenada en el Königlichen Hof- und Nationaltheater de Múnich, el 22 de septiembre de 1869
Estrenada en el Teatro Real el 2 de marzo de 1910
Producción de la Oper Köln
D. musical: Pablo Heras-Casado
Concepción: Robert Carsen, Patrick Kinmonth
D. de escena: Robert Carsen
Escenógrafo y figurinista: Patrick Kinmonth
Iluminador: Manfred Voss
Reparto: Greer Grimsley, Raimund Nolte, David Butt Philip, Joseph Kaiser,
Ain Anger, Alexander Tsymbalyuk, Samuel Youn, Mikeldi Atxalandabaso, Sarah Connolly, Sophie Bevan, Ronnita Miller, Isabella Gaudi, María Miró, Claudia Huckle
Orquesta Titular del Teatro RealWagner había fracasado como revolucionario político, pero estaba dispuesto a tener más éxito revolucionando las artes”. Así describe Chris Walton en el programa de mano a un Wagner que buscaba ya en la épica de los mitos nórdicos lo que no había encontrado en la supuesta épica revolucionaria del Alzamiento de mayo de Dresde.Se propuso entonces acabar con gran parte de los convencionalismos de la ópera construyendo una nueva forma de drama musical. Eliminó todos los adornos de lucimiento vocal, la división entre arias y recitativos, la forma de escritura de los libretos, en definitiva, prescindió de todos los elementos que, en su opinión, no servían para profundizar en el drama.
Inició la construcción de una forma de lenguaje musical mucho más complejo. Con una orquesta de unas dimensiones no conocidas hasta ese momento. Pero no se trataba solo de aumentar el volumen de sonido, Wagner buscaba nuevos colores y texturas musicales en las que apoyar su discurso dramático. Creó nuevos instrumentos, como las tubas wagnerianas, cuyo nuevo timbre pasó a ser una seña de identidad de sus óperas. Todo en aras de la construcción de su proyecto de ”Arte total” y llevar a la orquesta a la mayor evolución que ha tenido.
El Wagner de la época no solo estaba interesado por alguno de los movimientos sociales y revolucionarios del momento. La naturaleza y su deterioro eran ya una preocupación para el compositor alemán y el agua, su elemento más inspirador. Se sabe que eran frecuentes sus estancias en balnearios para calmar sus numerosas dolencias. Y era bajo esta influencia de las aguas cuando desarrollaba su mayor poder creativo.
El Teatro Real inicia con El oro del Rin la tetralogía del anillo que pone en escena durante cuatro temporadas consecutivas. Wagner llevó a cabo esta obra, casi hercúlea, durante 25 años. El resultado fueron 16 horas de música que se inician con esta obertura que presenta una naturaleza destruida por la ambición de poder.
La producción de Robert Carsen y Patrick Kinmonth pone el acento, precisamente, en esta degradación de la naturaleza. No puedo decir que la escenografía de Carsen me haya gustado, más bien al contrario, pero el listón estaba muy alto tras su Dialogues de carmélites (2006), su inolvidable Katia Kabanovà (2008), incluso Salome (2010). Solo el principio de la obra, en el que van apareciendo personajes que arrojan botellas de plástico a un Rin bajo los efectos de la bruma y que se descubre después como un vertedero, hacen que el discurso planteado por Carsen resulte creíble. Estamos acostumbrados a ver las óperas de Wagner con escenografías gigantescas, grandes aparatajes y efectos que intentan ponerse a la altura del volumen sonoro. En esta ocasión, Carsen y Kinmonth no han querido que los decorados fuesen los protagonistas de la producción y han puesto el peso de la dramaturgia en los personajes y el Río. La escenografía está envuelta en un pesimismo absoluto ante la destrucción de la naturaleza. Un río contaminado y devastado por la acción del ser humano es el principal elemento de tensión de esta obra.
El resto de escenas están compuestas por bloques de edificios en construcción y grúas que no aportan demasiada información argumental y algunos elementos poco comprensibles, como la nieve que cae al final o el palo de golf que sustituye el martillo de Donner. Una muy buena iluminación de Manfred Voss completa esta escenografía austera y fría que, sin embargo, tiene una cualidad extraordinaria, permite que el foco principal recaiga sobre los verdaderos protagonistas, la orquesta y la partitura.
Es la primera vez que Pablo Heras-Casado se enfrenta a la tetralogía del Anillo y ha resultado ser una extraordinaria sorpresa. Se toma unos segundos de introspección desde su estrado, con los ojos cerrados, antes de lanzarse a los primeros acordes que, en poco más de sus cuatro minutos iniciales avanza lo que será una de las más grandes revoluciones de la música, una nueva concepción de la orquesta y de la composición.
Un foso enorme, al que se ha añadido el espacio de las dos primeras filas y que es donde realmente se desarrolla el espectáculo. Formada por 110 maestros, un grupo de cuerdas con 21 violines I, 20 II, 17 violas, 15 violonchelos y 8 contrabajos que se dividen, a su vez, en subgrupos para conseguir esos efectos de profundidad y distancia polifónica y sonora que crean un sonido lleno de sofisticación. 5 de las 6 arpas requeridas por Wagner y un conjunto de metales que casi construyen, por si solos, el discurso dramático.
La dirección de Heras-Casado es muy eficiente. Se nota la buena conexión con la orquesta, producto de un profundo trabajo. Atento siempre a cada elemento del foso y del escenario. Quizá faltó potencia y espectacularidad en algunos momentos, como el crescendo de la obertura o la entrada de los dioses en el Walhalla, pero su entusiasmo en la dirección ofreció como resultado un sonido homogéneo y sólido, que no es poca cosa ante el desafío de esta obra. Con este comienzo de la tetralogía, los próximos títulos del ciclo se aventuran más que interesantes.
En cuanto al elenco de voces el resultado ha sido desigual. El mejor de la noche ha sido, sin duda, el Alberich de Samuel Youn. Un muy buen volumen y bello timbre para una magnífica interpretación del miserable y mezquino enano nibelungo. Esperemos que siga siendo de la partida en las próximas entregas del anillo.
Greer Grimsley ha interpretado un Wotan un tanto decepcionante. Parecía un personaje pequeño e inconsistente en medio de esa desnuda escenografía. Su vestuario, de oficial de segunda, tampoco ayudó mucho. El personaje estaba falto de presencia y su voz, con evidente vibrato, no tenía la entidad que el personaje requiere, sobre todo en las notas más altas.
Sarah Connolly dotó de gran presencia escénica su Fricka, pero debo confesar que esperaba mucho más de ella en lo vocal, no en vano era uno de los nombres más importantes del reparto. Quizá Wagner no sea el repertorio más adecuado a sus cualidades.
Muy buenos también los gigantes de Ain Anger y Alexander Tsymbalyuk, llenaron el escenario con su voz y su presencia.
Sophie Bevan despachó con solvencia a su personaje de Freia, uno de los más inquietos sobre el escenario. Muy bien, y así lo premió el público, la Erda de Ronnita Miller.
Excelentes también las tres hijas del Rin Isabella Gaudí, María Miró, soprano de hermosa voz, y Claudia Huckle, que para la ocasión fueron vestidas de pordioseras.
Joseph Kaiser tiene una voz más bien pequeña, pero suficiente para su dios del fuego Loge. Un tenor wagneriano de timbre, aunque no de volumen.
Una de las mejores actuaciones de la noche fue el Mime de Mikeldi Atxalandabaso. Debutaba en el personaje y sobresalió, tanto en lo vocal, como en la interpretación.
Cuatro años parece demasiado tiempo para ver completa esta tetralogía del anillo. Esperemos que merezca la pena y la próxima vez podamos verlo en una misma temporada.
Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
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