Después de haber terminado la composición de El amor de las tres naranjas, Prokòfiev descubre en una librería de Nueva York El ángel de fuego, una novela publicada en capítulos de un autor referencia del simbolismo ruso, Valeri Briúsov. Inmediatamente, y sin que mediara encargo alguno, Prokòfiev comienza a escribir el libreto de una ópera que nunca verá representada sobre un escenario.
Desde el inicio de su composición, Prokòfiev fue muy consciente de las dificultades que tendría su obra para ser estrenada. Terminó de escribir El ángel de fuego en 1926 en París. En ese momento, Bruno Walter, director de la Städtische Oper en Berlín, tuvo conocimiento de su existencia y mostró interés en ella. Pero se dieron cuenta de la gran complejidad de la obra y que esta no llegaría a tiempo de ser programada esa temporada, decidieron entonces abandonar el proyecto.
El siguiente intento para subirla a un escenario tuvo lugar cuando el Metropolitan de Nueva York contactó con Prokòfiev. Sin embargo, en esta ocasión, la dificultad para conseguir cantantes que quisieran afrontar el reto, impidió su programación.
No fue hasta 1954, un año después de la muerte del compositor, cuando El ángel de fuego se estrenó en París, aunque fuera en versión concierto. Fue el 14 de septiembre de 1955 cuando se escenificó por primera vez en el Festival de música contemporánea de Venecia, en La Fenice. Mario Nordio realizó una versión italiana con la dirección musical de Nino Sanzogno, la dirección escénica de Giorgio Strehler, el vestuario de Ezio Frigerio, la escenografía de Luciano Damiani, y el papel principal de Renata a cargo de Doroty Dow.
Dos pueden ser las razones principales que expliquen las dificultades para estrenar esta ópera. Uno de ellos era el tratamiento de temas delicados, como los que abordaba el libreto. Prokòfiev al adaptar la obra original de Briúsov, la había despojado de los elementos mágicos y alusivos a la brujería. El propio compositor describe estas dificultades en una carta: “El ángel de fuego puede ser una ópera fascinante y poderosa, exprimirá dramatismo y terror, pero hay que evitar cualquier diablo o cualquier visión que pueda estar explícitamente en el escenario, si no, corre el riesgo de caer en la pura mascarada teatral”. Prokofiev era muy consciente que al adaptar el texto de Briúsov tenía que eliminar las escenas explícitas y presentarlas de manera ambigua a través de la protagonista. Continuaba diciendo Prokòfiev en su carta: “La otra gran dificultad es que toda la ópera está centrada en los dos personajes principales. Si no logro que salgan de escena en algún momento, no vamos a encontrar a ningún cantante que pueda con estos personajes”.
Esta es la segunda razón por la que no conseguía estrenarse El ángel de fuego. La obra, cuyo peso recae casi exclusivamente en los dos personajes principales, era de tal exigencia vocal, que ningún cantante estaba dispuesto a interpretarla.
Después de tantos intentos frustrados y ante el temor de que no llegara nunca a representarse y se perdiera la música, Prokòfiev incorporó gran parte del material musical de la ópera en la Sinfonía Nº 3 Op. 44.
La escenografía de Calixto Bieito, que presenta esta ópera por primera vez en España, se acopla magistralmente con la partitura y el libreto. No solo se ajusta a la obra, sino que potencia los aspectos psicológicos más profundos. Hay que recordar, que cuando se compuso esta ópera, se estaba desarrollando en toda Europa el psicoanálisis, y la escenografía de Rebecca Ringst, compuesta por una construcción giratoria, atiende a la descripción que del cerebro humano hizo Freud: “el cerebro es como una casa con muchas habitaciones”. Y eso es lo que ha hecho el equipo escénico, una casa con muchas habitaciones, unidas entre si por escaleras. Similar en concepto a las creaciones de Claus Guth, la estructura de apartamentos muestra espacios definidos y otros más ambiguos, formando un conjunto arquitectónico que encaja perfectamente con el enjambre psicológico de la protagonista.
Al final de la representación la estructura se separa descomponiendo el edificio, de la misma manera que se diluye el laberinto psicológico de los protagonistas. El resultado es muy sofisticado y la intensidad emocional que representa, no entra en conflicto en ningún momento con la música.
Era la primera vez Gustavo Gimeno dirigía una ópera de Prokòfiev y el resultado ha sido satisfactorio, dada la complejidad de la partitura. La orquesta mantiene la tensión dramática, que es casi permanente, aunque se echaron en falta algunos planos orquestales más definidos y un sonido más limpio.
La parte coral de esta partitura es diabólica y el Coro titular del Teatro, Intermezzo, ha tenido una intervención sobresaliente. Los patrones que utilizan, aparentemente sencillos, por repetitivos, son de una gran complejidad, pues todas las repeticiones son diferentes. De hecho, cuando se estrenó la ópera en La Fenice en el 1955, el coro se situó en el foso, para poder tener la partitura.
El Ángel de fuego está concebido alrededor de los cantantes. La exigencia vocal, emocional y física es superior a cualquier ópera que se hubiera escrito hasta el momento. El protagonismo de Renata es absoluto y su interpretación agotadora. Es una mujer traumatizada y atrapada por los fantasmas de su pasado y la soprano letona Ausrine Stundyte, refleja perfectamente a través de su interpretación, esos pensamientos que la acosan y excitan. Stundyte no descansa ni un solo momento en las dos horas largas que dura la obra. Recorre los tres pisos del escenario sin descanso y sin bajar la intensidad de su personaje atormentado. Con un gran apoyo central y caudalosos agudos, tuvo la capacidad de llegar al final de la representación con la frescura vocal e interpretativa casi intacta.
Renata estuvo muy bien acompañada sobre el escenario por el Ruprecht del británico Leigh Melrose, conocido ya en este teatro por su participación en Gloriana y Muerte en Venecia. Su capacidad interpretativa está fuera de toda duda. Nos mostró un Ruprecht contagiado del histerismo de Renata y absolutamente perturbado por ella. Su parte vocal tampoco era nada fácil, con la dificultad añadida de no contar con el apoyo de la orquesta en muchos momentos, lo que requiere una labor de afinación que solventó de manera airosa. Se notó un poco al final el cansancio provocado por el histrionismo y esfuerzo del que dotó a su personaje.
Cuanto le hubiera gustado a Prokòfiev haber contado con Stundyte y Melrose en sus intentos de estrenar El ángel de fuego…
Dmitry Golovnin se encargó de dar vida a Agrippa von Nettesheim, un personaje más filosófico y a otro mucho más oscuro, Mefistófeles. Su timbre es agudo y penetrante y resultó suficientemente inquietante en ambos casos.
Dmitry Ulianov, ya un viejo conocido del público madrileño, tuvo una buena actuación con su voz oscura y rotunda y su siempre imponente presencia escénica.
Mika Kares no supo trasladar su presencia física como inquisidor a la proyección de su voz. Se quedó un poco justo de potencia el bajo finlandés.
Agnieszka Rehlis, en su doble papel de vidente y superiora, estuvo muy acertada en su interpretación, enigmática e inquietante. Bien también en la parte vocal, mostrando unos buenos registros graves y suficiente potencia.
El tenor Josep Fadó demostró una excelente sonoridad y presencia. También David Lagares destacó en sus breves intervenciones. Ambos realizaron una buena interpretación. El resto de comprimarios estuvieron a muy buen nivel, complementando un elenco muy equilibrado. Nino Surguladze, como posadera y Anna Gomá y Estibaliz Martyn, como novicias.
Esta producción de El ángel de fuego es espectacular, hipnótica. Al terminar, te das cuenta que has estado sumergido en un mundo difícil de describir y lleno de intensidad. Una obra que no deja indiferente a nadie, menos aún en estos momentos en los que, efectivamente, estamos sumergidos en un mundo difícil de describir.