Festival Castell de Perelada

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De Andrea Chénier a Jonas Kaufmann
(Diego Manuel García Pérez-Espejo)

El Festival Castell Peralada ha celebrado su XXVIII edición, con una programación de gran altura, que se inauguró el 11 de julio, con el recital del tenor Piotr Beczala y la soprano Erika Grimaldi, con la Orquesta de Cadaqués dirigida por Marc Piollet. Beczala comenzó el concierto de modo titubeante en la exigente aria “Tombe degli’avi miei” de Lucia di Lammemoor, sin conseguir proyectar bien la voz. En su segunda intervención mejoró sensiblemente, al afrontar con vigor e intensidad y en el mejor estilo verdiano el recitativo-aria “Forse la soglia attinse……Ma se m’ forza perderti”, perteneciente a Un ballo in maschera.
Erika Grimaldi, afrontó con suma elegancia la difícil aria “S’allontano alfin…selva opaca” del Guillermo Tell de Rossini. El concierto subió de temperatura, con las buenas interpretaciones de ambos cantantes, de toda la escena final del Acto I de la pucciniana La Bohème.
Ya, en la segunda parte, el tenor polaco se centró en el repertorio francés donde lució su bella voz en el aria “L’amour! L’amour Ah! Leve-toi soleil” de Romeo et Juliette de Gounod, y en “Porquoi me révieller” del Werther de Jules Massenet, cantada con melancólicos acentos y mostrando su dominio estilístico e idiomático de este repertorio. También derrochó buen gusto y excelente línea de canto en “Pays merveilleux…O Paradis” de L’Africana de Giacomo Meyerbeer.
Erika Grimaldi interpretó con estilo y expresividad el aria “Piangete voi….al dolce guidarmi” de Anna Bolena de Donizetti, y “Egli non riede ancora… Non so le tetre immagini” de Il Corsaro de Giuseppe Verdi.
Beczala y Grimaldi juntaron sus voces en los bellos dúos “Va, je t’ai pardonné” de Romeo et Juliette, y “Il se fait tard…adieu! Je t’imploire en vain” del Faust de Gounod. Marck Piolet consiguió un discreto rendimiento de la Orquesta de Cadaqués, interpretando en la primera parte el Intermezzo de Cavallería Rusticana, y en la segunda el Vals de Fausto. Ya fuera de programa los dos cantantes interpretaron el precioso dúo “Lippen schweigen” de La viuda Alegre de Franz Lehar y el famosísimo “Brindis” de La Traviata.

El 25 de julio, y en la Iglesia del Cármen de Peralada, tuvo lugar la memorable actuación del contratenor Xavier Sabata, junto a la Orquesta barroca Vespres d’Arnadi, con dirección desde el clave de Dani Espasa. El concierto llevaba por título “Furioso o tras los pasos de Orlando”. Xavier Sabata mostró su bello timbre, junto a una depurada técnica para dominar el canto ornamentado, todo ello unido a una gran actuación teatral -es un consumado actor- que le permitió afrontar con fortuna cada una de las cinco páginas del Orlando de Händel, destacando su interpretación de “Gía per la man d’Orlando…..Gía l’ebro mio ciglio”, lleno de expresividad y delicadeza. También, “Ah Stigie larve”, con una preciosa introducción de contrabajo y chelo, y donde el artista mostraba su excelente línea de canto, dando relieve a cada frase, a cada palabra, y mostrando su insuperable teatralidad, con miradas de puro desvarío. En “Verdi allori sempre unito” ejecutó los trinos con rara perfección, así como un absoluto dominio de los melismas en “Fammi combattere”, o en la página “Se l’inganno sortisce felice” perteneciente al Ariorante de Händel. El aria “Sorgi l’irato nembo” del Orlando Furioso de Antonio Vivaldi, fue uno de los grandes momentos de este concierto, con una brillante introducción y acompañamiento orquestal, y donde el cantante mostró de nuevo su gran capacidad interpretativa, y absoluto dominio del canto melismático. La Orquesta, bien dirigida desde el clave por Dani Espasa, tuvo una lúcida actuación con las interpretaciones de El Concerto grosso Opus 3 nº 3 de Händel, y El Concierto para dos trompas de Vivaldi.
Ante los fuertes y largos aplausos del entusiasmado público que llenaba la Iglesia del Cármen, el artista cantó fuera de programa el aria “Cara sposa” del Rinaldo de Händel, confiriendo al canto un halo de triste melancolía, que contrasta con momentos en que la voz adquiere un tono de inusitada violencia. En resumen, un triunfo absoluto de Xabier Sabata en el concierto que suponía su debut en Peralada.

El festival tuvo sus dos grandes eventos líricos los días 26 de julio y 3 de agosto, respectivamente con la representación de Andrea Chénier de Umberto Giordano, y el recital de tenor alemán Jonas Kaufmann.

El verismo aristocrático de Andrea Chénier

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Antes del comienzo de Andrea Chénier, la organización del festival transmitió su pesar por la muerte Carlo Bergonzi. Desaparece uno de los grandes tenores del siglo XX, perteneciente a esa extraordinaria generación formada por voces como: María Callas, Renata Tebaldi, Victoria de los Angeles, Joan Sutherland, Fedora Barbieri, Franco Corelli, Giuseppe Di Stefano, Alfredo Kraus, Ettore Bastianini, Piero Capuccilli, Dietrich Fischer-Dieskau, Hermann Prey, Cesare Siepi, Nicolai Ghiaurov, y de la que solamente quedan vivos: Nicolaï Gedda, Leontine Price y Christa Ludwig.

Andrea Chénier puede adscribirse al llamado movimiento verista. Cuando se habla de <<Verismo>>, inmediatamente se asocia a títulos como Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni y Pagliacci de Ruggiero Leoncavallo, donde se plantean con toda su crudeza, situaciones truculentas y las pasiones más recónditas que afectan al ser humano, siendo sus protagonistas personajes de extracción popular. Existe también un <<Verísmo>> de corte aristocrático, donde las características antes apuntadas, sin perder un ápice de dramatismo, se trasladan a escenarios de más refinamiento y sofisticación. Participan de estas características óperas como Andrea Chénier y Fedora ambas de Umberto Giordano, junto a Tosca de Giacomo Puccini y Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea.

Este montaje de Andrea Chénier es una coproducción del Festival de Peralada y ABAO (Asociación bilbaina de amigos de la ópera). Muy adecuado y lleno de simbolismos, es el decorado diseñado por Ricardo Sánchez Cuerda, que materializa las ideas del director escénico Alfonso Romero Mora, y que muestra un espacio único, que va cambiando en función del desarrollo de la acción: durante el transcurso del Acto I, se presenta como el salón de baile donde tiene lugar una fiesta en el palacio de la Condesa de Coigny, con el techo agrietado y el suelo inclinado, que anuncia el futuro derrumbe de una clase social decadente, que sucumbirá ante el empuje de la Revolución Francesa, ya en ciernes. Ese techo aparece ya derruido en el Acto II, como una clara alusión al caos producido durante el período del terror. En los actos tercero y cuarto el decorado inicial se ha convertido respectivamente, en la sala del tribunal revolucionario, y en una cárcel donde Magdalena de Coigny -irónicamente- se verá atrapada junto a Chénier, en el salón de baile de su propia casa convertida en presidio.

Andrea Chénier ha sido llamada <<la ópera del tenor>> ya que el protagonista, ha de cantar cuatro arias en otros tantos actos. Los aficionados a la lírica tienen en mente, las grandes creaciones del poeta revolucionario realizadas en el pasado siglo por Beniamino Gigli, en los años treinta y cuarenta, y por Franco Corelli en los cincuenta, sesenta y setenta. También, las interpretaciones de Mario del Monaco y Richard Tucker. Y, en tiempos más recientes, las de Placido Domingo y Josep Carreras. Por tanto, para la lírica y timbrada voz de Marcelo Alvarez, podía resultar todo un reto afrontar un rol como Chénier, que requiere un tenor de carácter lírico-spinto. Al tenor argentino le falta ese gran empuje dramático que, por momentos, requiere el personaje. No obstante, resolvió de manera notable y con valentía su difícil parte, destacando en sus intervenciones solistas: el famoso <<Improvviso>> del Acto I “Un dì all azzurro spazio”, ofreciendo una línea de canto llena de expresividad, alternando las secciones de carácter lírico, con otras de más fuerte contenido dramático. Otro tanto puede decirse de la emotiva aria del Acto III “Sì, fui soldato….Passa la vita mia come una bianca vela”. Consiguió sus mejores prestaciones en las arias “Credo a una possanza arcana” del Acto II, y “Come un bel dì di maggio”, del Acto IV.

La soprano húngara Csilla Boross, quien debutaba en España, está en posesión de unos buenos medios vocales y de una nada desdeñable capacidad escénica, realizando una excelente interpretación de Magdalena di Coigny, logrando plasmar la profunda evolución psicológica del personaje. Su actuación fue de menos a más, y ya en el Acto II ofreció una buena y matizada interpretación del aria “Erabate possente”, hasta llegar a la famosísima “La mamma morta” del Acto III, excelentemente cantada. Y, muy compenetrada con Marcelo Alvarez, en el bellísimo dúo del Acto II “Udite! Son sola!…Ora soave, sublime ora d’amore”, y ya, al final de la ópera, en el intenso, vibrante y arrebatado “Vicino a te s’acqueta”, en ambos casos con magníficas interpretaciones de los dos cantantes.

Carlo Gérard es uno de los grandes roles para barítono de todo el repertorio, y en él brilló de sobremanera Carlos Alvarez, tanto desde el punto de vista vocal como teatral, ya desde el mismo comienzo de la ópera “Son sessant’anni, o vechio”; y, moviéndose con suma elegancia por el escenario en su gran escena del Acto III, culminada con una gran interpretación de “Nemico della patria”, seguida del dúo “Io t’voluta allor che tu piccina”, con una patética e implorante Magdalena di Coigny.

Andrea Chénier es una ópera con bastantes personajes, algunos de ellos con importantes intervenciones como en el caso de la mulata Bersi, bien interpretada por la mezzo catalana Mireia Pintó, cantando al comienzo del Acto II “Temer? Perché”. La mezzo gallega Nuria Lorenzo López también tuvo una destacada actuación en su doble cometido como Comtessa de Coigny; y, sobre todo, como la vieja Madelón en su intervención del Acto III “Son la vecchia Madelon”. Valeriano Lanchas ofreció su poderosa vocalidad como Roucher el amigo de Chénier. Bien el resto de los interpretes. Destacar el precioso concertante del Acto II “La donna che mi hai chiesto di cercare”, con la intervención del coro del Liceu, muy entonado durante toda la representación y dirigido por última vez por Jose Luís Basso. La prestación de la Orquesta del Liceu, dirigida por Marco Armiliato, tuvo momentos buenos y otros menos afortunados, con unos sonidos en forte que dificultaban escuchar a los cantantes. Una verdadera lástima, ya que esta bella partitura permite el lucimiento de una orquesta.

La bella y cálida voz de Jonas Kaufmann

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Todo un acontecimiento fue el recital de Jonas Kaufmann, junto su habitual colaborador Jochen Rieder, al frente de la Orquesta de Cadaqués, que abrió el concierto con la ejecución de la obertura de Le Cid de Jules Massenet, página orquestal de gran brillantez con indudables influencias wagnerianas. Kaufmann se centro en Giuseppe Verdi, durante la primera parte, comenzando su actuación con el aria “Io l’ho perduta…Io la vidi..”, de Don Carlo, donde mostró su capacidad vocal y dramática para introducirse en el estilo de canto verdiano. A continuación la orquesta ejecutó la primera parte del ballet que Verdi compuso para la versión francesa de Il Trovatore, que sirvió como preámbulo a la interpretación del recitativo-aria “Il presagio funesto….Ah! Si, ben mio…” de esta misma ópera, bien cantada por el tenor alemán, aunque con algún problema de afinación en la <<mezza di voce>> que cierra el recitativo y, también, algunas dificultades en las agilidades que se requieren en esta complicada aria. Kaufmann tuvo uno de los momentos más brillantes de toda la velada, con su interpretación del recitativo-aria “La vita è un inferno… O tu che in seno d’angeli…” de La forza del destino, precedida por esa larga introducción orquestal, en la que brilló el clarinetista Joan Enrinc Lluna, y donde el tenor supo alternar con maestría el canto piano y forte, para ejecutar la nota final del aria en pianissimi, y abrir el sonido paulatinamente a forte, lo que desató el entusiasmo del público.
Mostrando su gran versatilidad, Kaufmann cerró la primera parte con una página del repertorio francés: la bellísima aria “Ah! Tout est bien fini…..O souverain, ô jude, ô pere…” de Le Cid de Massenet, cantada con elegante fraseo, gran musicalidad, con los agudos redondos y bien colocados.
Aparte de los fragmentos ya mencionados, la orquesta interpretó durante la primera parte la obertura de La forza del destino, y una auténtica curiosidad: el aria de Micaela del Acto I de Cármen, donde el violín concertino sustituía a la voz de soprano.

La segunda parte estuvo dedicada a páginas del repertorio wagneriano, iniciándose con la obertura de El Holandés Errante, bien interpretada por la orquesta, seguida del monólogo de Sigmund “Ein Schwert verhiess mir der Vater”, de La Walkiria, cantado por Jonas Kaufmann con verdadera fuerza y emoción, alternando secciones de gran contenido dramático -impresionante cuando reiteradamente pronuncia la palabra “Wälse- con otras de intenso lirismo, siempre bien acompañado por la orquesta. Impecable resultó su interpretación de los dos Wesendonck lieder: “Schmerzen” y “Träume”, el primero cantado con una voz de expansivo lirismo, y en el segundo, exhibiendo una línea de canto de extremada delicadeza, con unos bellísimos pianissimi. Emocionante y llena de dramatismo resultó su interpretación de “Amfortas! Die Wunde”, de Parsifal, donde el tenor cantó con sutileza y variedad de acentos. La orquesta durante esta segunda parte, y con unos loables resultados, intercaló el Preludio del Acto III de Los maestros cantores y el Preludio del Acto III de Parsifal.

Ante los intensos y repetidos aplausos, Jonas Kaufmann se sintió generoso agregando al programa cuatro propinas. La primera “Donna non vidi mai” de Manon Lescaut, exquisitamente cantada. Siguió el famoso lamento de Federico “É la solita storia del pastore” de La Arlesiana de Francesco Cilea, con una interpretación llena de melancólicos acentos, intercalando sbellísimos pianisimi, y exhibiendo un magnífico registro agudo. El tenor concluyó su actuación con dos páginas de operetas de Franz Léhar: “Gern nab ich die Frau’n gekusst” perteneciente a Paganini y “Dein ist mein gances Herz” de El País de las sonrisas, donde derrochó musicalidad y buen gusto. En fin, un magnífico concierto.

(Diego Manuel García Pérez-Espejo)