La flauta mágica en el Teatro Real

enero 2016
Flauta mágica

Acreditado está que las situaciones más críticas extraen de cada persona su “yo” más extraordinario. Trasladada esta teoría a un genio como Mozart y mezcladas con sus ideales masónicos, el resultado es una de las más sublimes obras de arte de la música. Una obra que, lejos de ser un cuento para niños, navega en los sueños más profundos de la ilustración.

Con La flauta mágica Mozart elevó el Singspiel, la música más popular, a su máxima expresión. Estrenada en 1791 en el Theater auf der Wieden, un teatro de segunda de la ciudad de Viena, la composición resultó ser una obra maestra. Con libreto de Emanuel Schikaneder, amigo de Mozart y masón como él, e influenciados ambos por los vientos de cambio que llegaban de Francia, crearon una obra llena de dualidades. El tránsito entre la oscuridad que representan las ideas religiosas, y la luz de los nuevos ideales de la ilustración del siglo XVIII.

Partiendo de este concepto general que La flauta mágica representa, Barrie Kosky y Suzanne Andrade han sabido captar magistralmente la esencia de la ópera del compositor alemán. Del mismo modo que Mozart recupera el Singspiel como forma más popular e inteligible de llegar al público de los suburbios de Viena, Barrie Kosky recurre a otro método también popular e inteligible como es el cine mudo. La compañía de Teatro 1927, acostumbrada a trabajar con las claves del relato fílmico, fue la inicialmente encargada de transformar esta obra en magia cinematográfica. Una perfecta recodificación con las mismas claves operísticas que llevaron a su composición y que harían que Mozart disfrutara al máximo esta producción.

No es fácil sorprender al público con una ópera tantas veces representada, pero es ahí donde reside el éxito de esta versión de Barrie Kosky. Mantiene siempre el interés del público.

La escenografía no existe. Es sustituida por una gran pantalla donde se proyectan animaciones con las que los cantantes-actores interactúan en un engranaje milimétricamente perfecto evocando el cine mudo de los años 20. Los recitativos, de los que en tantas producciones de esta ópera se prescinde, en esta son sustituidos por la proyección de un conciso texto que los cantantes interpretan mímicamente. A esos textos pone música un piano, que hace las veces de continuo, interpretando las Fantasías en Do menor y en Re menor del propio Mozart. El resultado no puede ser más seductor. Magnífica la agudeza de quien ha sabido integrar todos estos complejos elementos y cuya consecuencia es la sencillez más estimulante. La disposición de la pantalla en el escenario facilita la proyección de las voces por su cercanía al foso.

El único pero en esta producción puede ser su exceso de protagonismo. El espectáculo es tan intenso que puede distraer de las voces o incluso la música.

El cuadro de cantantes tiene una importante cualidad, el equilibrio. Dos potentes repartos en los que hay que destacar que 13 de ellos son españoles. Y como muy bien dijo Joan Mataboch, “están aquí no por españoles, sino por extraordinarios cantantes”.

El reparto brilló más en conjunto, pero también hubo muy buenas individualidades. El debutante en el Real Joel Prieto, como Tamino, fue de los más destacados. Su hermoso timbre, lleno de tersura, se suma a una elegante y homogénea línea de canto, perfecta dicción, notable volumen y gusto en la interpretación. Sobre todo en el aria “Dies Bildnis ist bezaubernd schön”.

La inglesa Sophie Bevan, ejerció de Pamina-Louise Brooks con soltura. Fue de menos a más y regaló al público una sentida “ach, ich fühl´s”.

Otro destacado de la noche fue el barítono Joan Martín-Royo, interpretando un Papageno-Buster Keaton de gran comicidad, sin caer nunca en la exageración. Una voz amplia y fresca, con un perfecto fraseo, llenó de acertada intención todas sus intervenciones.

Christof Fischesser, en su doble papel de Sarastro y orador, sorprendió por su timbre y tesitura. Una voz extensa y redonda, alcanzando unos graves oscuros y consistentes. No alcanza las tesituras abisales de los bajos de otra época, pero tampoco es habitual ya escuchar graves profundos.

Mikeldi Atxalandabaso, como Monostatos-Nosferatu, fue otra agradable sorpresa. Tuvo una brillante interpretación interactuando con las imágenes de manera magistral y divertida. Una voz caudalosa y brillante que imprimió un acentuado carácter al personaje.

La gaditana Ruth Rosique nos dejó con la miel en los labios pues su papel de Papagena no da para más. Su pizpireta interpretación estuvo a gran altura y esperamos volver a escucharla pronto en un papel más extenso.

La soprano de Macedonia Ana Durlovski interpretó a una malvada Reina de la noche caracterizada de gran araña. Fue la más aplaudida, como lo es casi siempre este personaje. Sus cualidades pirotécnicas para interpretar sus dos arias son innegables. Mejor la segunda que la primera. Pero en ambas le faltó emoción. Sus sobreagudos fueron endiabladamente ágiles.

Muy bien las tres Damas, interpretadas por Elena Copons, Gemma Coma-Alabert y Nadine Weissmann. Dan vida a unas Damas llenas de carisma y simpatía que en lo vocal estuvieron a la altura del potente reparto.

Si hay un “personaje” que es siempre una garantía en sus interpretaciones, tanto en el empaste, la homogeneidad y la expresividad, ese es, sin duda, el Coro del Teatro. Impecable.

Ivor Bolton desde el foso estuvo toda la noche muy inspirado. Posee una especial sensibilidad para este tipo de repertorio. Su entusiasmo dirigiendo contagia a la Orquesta. Pendiente de los cantantes les dirigía incluso vocalizando sus textos. Se notó una notable presencia de las trompetas, al gusto de la obra y también del director, pero que en algún momento eclipsaron la sutil interpretación del resto de instrumentos.

Sin duda esta flauta mágica ha sido, hasta el momento, lo mejor de la temporada. También ha sido acertada la política de captación de nuevos públicos invitando a los ensayos a jóvenes y niños. Energía estimulante que nos lleva al Teatro como quien acude a un templo.

La flauta mágica
(Die Zauberflöte)
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Singspiel en dos actos
Libreto de Emanuel Schikaneder
Producción de la Komische Oper de Berlín
D. musical: Ivor Bolton
Directores de escena: Suzanne Andrade, Barrie Kosky
Concepto: 1927 (Suzanne Andrade, Paul Barrit),Barrie Kosky
Escenografía y figuración: Esther Bialas
Iluminador: Diego Leetz
D. coro: Andrés Máspero
D. pequeños cantores: Ana González
Reparto: Christof Fischesser, Joel Prieto, Ana Durlovski, Sophie Bevan, Joan Martín-Royo, Mikeldi Atxalandabaso,
Ruth Rosique, Elena Copons, Gemma Coma-Alabert,
Nadine Weissmann, Catalina Peláez, Celia Martos,
Patricia Ginés, Airam Hernández, David Sánchez,
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real,
Pequeños Cantores de la ORCAM

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real