La Mirentxu de Ainhoa Arteta emociona en el Teatro de la Zarzuela

52 años han tenido que pasar para que Mirentxu, obra de juventud de Jesús Guridi, haya vuelto a escucharse en el Teatro de la Zarzuela. Una obra que tiene una larga historia de transformaciones. Durante 30 años, un inconformista Guridi no dejó de modificarla y adaptarla hasta llegar a esta última versión.

Se estrenó como zarzuela en 1910 en el Teatro de Los Campos Elíseos de Bilbao, con libreto de Jesús María de Arozamena y Alfredo Echave y con gran éxito de crítica y público. Esta primera versión tenía una orquestación enorme, algo muy poco habitual en los compositores españoles de la época. En 1913 se lleva  a Barcelona, en esta ocasión como ópera, prescindiendo para ello de todos los diálogos. Y el 1915 se estrena en el Teatro de la Zarzuela como se concibió inicialmente, como zarzuela. Tras consultar a sus colaboradores Arozamena y Fernández-Sahw, Guridi realizó una nueva adaptación para su estrenos en el Teatro Arriaga de Bilbao en 1934. Y es en este mismo teatro, el Arriaga, donde se estrena en euskera en 1947.

La versión que ha ofrecido el Teatro de la Zarzuela es esta última, con una adaptación de Borja Ortiz de Gondra al castellano que, a modo de narrador, declama Carlos Hipólito relatando con gran musicalidad la sucesión de acontecimientos. Algo que de manera acertada viene haciendo el Teatro de la Zarzuela con las obras en versión de concierto.

Desde el foso, un Oliver Díaz magistral realiza una lectura de la partitura llena de refinamiento y lleva a la Orquesta de la Comunidad de Madrid a una de sus interpretaciones más lúcidas. Se trata de una partitura de gran sonoridad y muy evocadora de los paisajes vascos en los que transcurre la acción, sencilla y cotidiana, de esta obra. La partitura tampoco es compleja. Tiene una estructura casi cíclica, la música vuelve a la misma nota del inicio, en una monótona normalidad de lo cotidiano, todo vuelve a empezar. Recuerda los acordes wagnerianos.

Al frente del reparto una emocionada Ainhoa Arteta como Mirentxu, que se encuentra en un momento vocal espléndido. Transmitió al público la emoción y el entusiasmo de su tierra a través de una música que conoce desde su infancia. Lo cantó todo, acompañando incluso al coro en algunos momentos. Su aria final, que es la de mayor lucimiento, hizo las delicias de un público que se emocionó con ella.

El rol de Raimundo, más extenso y complejo que el de Mirentxu, estuvo a cargo de Mikeldi Atxalandabaso. Con una hermosa línea de canto, fue desgranado con su voz ligera cada momento intenso del personaje y la trama. Tras un inicio algo forzado, lo dio todo en la segunda parte.

La Presen de Marifé Nogales, personaje  a la sombra de los protagonistas, fue sin embargo su perfecta acompañante. Siempre solvente, creó una Prensen con el nivel de dramatismo preciso.

Christopher Robertson ha sido un Txanton impecable. Sobrio en su expresión, como el carácter de su personaje. Un escalón por debajo estuvo la actuación de un voluntarioso José Manuel Díaz, como Manu. Mario Villoria, componente del coro,  fue un pastor con solvencia y eficacia.

Muy bien el Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Fue de menos a más y se valoró su labor con el euskera. Mención especial tuvo la intervención del Coro de Voces Blancas Sinan Kay, dirigido por Lara Diloy. Un coro formado en 2015 con vocación didáctica cuya sede se encuentra en el colegio Santísima Trinidad de Alcorcón. Una iniciativa valiente y de gran eficacia en multitud de aspectos, no solo el académico o didáctico. Especial mención merecen sus dos solitas Patricia Valverde y Azahara Bedman. Parece que el futuro de la lírica está garantizado.

Un nuevo acierto del Teatro de la Zarzuela en su impagable labor de búsqueda y recuperación de grandes obras de la lírica española. Esperamos ya con inquietud la próxima.

Fotografía: Javier del Real