La pasajera, el pasado siempre vuelve

La pasajera
La pasajera (Die passagierin) Música de Mieczyslaw Weinberg (1919 – 1996) Libreto de Alexandre Medvedev, basado en la novela homónima (1962) de Zofia Posmysz Tetro Real de Madrid, 18 de marzo de 2024 D. musical: Mirga Gražinytè-Tyla D. de escena: David Pountney Escenografía: Johan Engels Vestuario: Marie-Jeanne Lecca Iluminación: Fabrice Kebour D. del coro: José Luis Basso Reparto: Amanda Majeski, Gyula Orendt, Anna Gorbachyova-Ogilvie, Lidia Vinyes-Curtis, Marta Fontanals-Simmons, Nadezhda Karyazina, Olivia Doray, Helen Field, Liuba Sokolova, Daveda Karanas, Nikolai Schukoff, Graeme Danby, Géraldine Dulex, Hrólfur Sæmundsson, Marcell Bakonyi y Albert Casals. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real En conmemoración del décimo aniversario de la muerte de Gerard Mortier (1943-2014) La pasajera era uno de los títulos programados para la temporada en la que una pandemia nos privó de demasiadas cosas. Desde entonces han sido muchos los acontecimientos, demasiados, si tenemos en cuenta el poco tiempo transcurrido. Uno de esos acontecimientos ha sido, nuevamente, contra el pueblo judio.La pasajera es obra de Mieczyslaw Weinberg, un compositor con una mala combinación durante la Segunda Guerra Mundial, pues era polaco y judío. Padeció primero la tiranía de Hitler, donde perdió a su familia en uno de los campos de exterminio, y más tarde sufrió el régimen de Stalin, del que probó una de sus cárceles. Precisamente fue de esta cárcel de donde fue rescatado por el que sería su gran amigo y mentor, Shostakovich. El libreto de Alexander Medvedev, está basado en la obra homónima de Sofia Posmysz, superviviente de Auschwitz. Ambos elementos, música y texto, saben muy bien de qué hablan cuando nos cuentan esta historia. Es por eso por lo que uno abandona el teatro tras haberla visto, con una mezcla de satisfacción artística y sobrecogimiento íntimo.La música de Weinberg es fascinante. Se aprecia en ella la influencia de distintos compositores rusos, como Prokofiev. Pero la mayor de esas influencias es sin duda la de Shostakovich. Les unió siempre una gran amistad, a pesar de algunas diferencias que ha sabido describir muy bien el director de escena y gran defensor de la obra de Weinberg David Pountney: “Sentado en la angosta cocina de Manashir Yakubov, editor de la colección completa de Shostakóvich, comprendí que la diferencia fundamental entre Weinberg y Shostakóvich era que, por muy atormentado e introvertido que fuera, Shostakóvich siempre fue, ante todo, un artista público, mientras que Weinberg —un verso suelto, tanto de facto como por su propio temperamento— siempre se mantuvo en el ámbito privado, trabajando con melancólica obsesión por componer como justificación de su supervivencia, ya que fue el único de su familia que lo logró.” Fascinante resulta también la historia. Una exmiembro de la SS que había trabajado en Auschwitz como carcelera, viaja despreocupada en un placentero y divertido crucero, hasta que cree reconocer a Marta, una joven prisionera del campo de concentración con la que entabló una curiosa relación y que creía muerta. A partir de ahí aparece la culpa y el miedo por verse descubierta y juzgada y que este juicio afecte también a su marido, un diplomático a punto de ocupar su nueva plaza y que parece desconocer el pasado de su mujer.La partitura de Weinberg es de una riqueza en la orquestación extraordinaria. Llena de teatralidad y elementos cargados de originalidad, como la orquesta que ameniza el crucero, la pieza que con su violín interpreta Tadeusz, gran amor de Marta, o la deliciosa canción popular que interpreta Katja, amiga y compañera de Marta en el campo de exterminio. Toda la riqueza de elementos sonoros de la partitura tuvo como gran hacedora y protagonista a la directora lituana Mirga Grazynitè-Tyla. Gran conocedora de la obra de Weinberg, supo diferenciar cada elemento sonoro con gran precisión. Generando atmósferas íntimas y delicadas muy bien diferenciadas de los sonidos más contundentes y dramáticos. Todo desde un foso que se comió al menos dos filas de butacas para dar cabida al gran despliegue tímbrico de la abundante percusión.La escenografía de David Pountney y Johan Engels es sin duda uno de los puntos fuertes de esta producción. Ha sido capaz de crear algo exquisito para contar una historia de extraordinaria dureza. En un escenario dividido en dos partes, una superior, donde se sitúa el barco y la fiesta, y otra inferior, en la que se encuentran los barracones del campo de concentración, se suceden los flashbacks que van narrando la historia a través de un montaje que fluye con una acertada narrativa cinematográfica. La magnífica iluminación de Fabrice Kebor acentuaba cada una de las escenas potenciándolas. Al igual que el vestuario de Marie-Jeanne Lecca, que vistió de realismo a cada uno de los personajes.El elenco de cantantes se caracterizó por el equilibrio y la calidad. Está encabezado por la soprano estadounidense Amanda Majeski, con una proyección limpia y homogénea, demostró gran capacidad vocal y dramática dando vida a Marta, la misteriosa pasajera.Gran expresividad demostró también la mezzosoprano greco-estadounidense Daveda Karanas, en el rol de Lisa, la carcelera de Marta. Su actitud y presencia escénica llenaron de autoridad a su personaje en el campo de concentración, pero también supo mostrar el temor que le producía la presencia de la pasajera en su nueva vida.El tenor austríaco Nikolai Schukoff interpretó a Walter, el egoísta marido de Lisa al que solo importaba como afectaría a su carrera que se descubriese el pasado nazi de su esposa. Su material vocal es de gran calidad, con un timbre metálico y lleno de sonoridad.Las compañeras de Marta en el campo de concentración estuvieron a una gran altura, tanto las españolas Lidia Vinyes-Curtis y Marta Fontanals-Simmons, en sus roles de Krystyna y Vlasta, repectivamente. La francesa Olivia Doray, como Yvette y la rusa Nadezhda Karyazina, como Hannah. Entre todas brilló de manera especial la soprano rusa Anna Gorbachyova-Ogilvie, que en su rol de Katja sobrecogió al público con una canción popular rusa llena de sensibilidad en el segundo acto.Buena intervención también la del barítono húngaro Gyula Orendt, interpretando a Tadeusz, el violinista enamorado de Marta.Una fantástica producción de la que Gerard Mortier, a quien el Teatro ha dedicado estas funciones en el décimo aniversario de su muerte, estaría orgulloso.Texto: Paloma Sanz Fotografías: © Javier del Real | Teatro Real