La prohibición de amar, una rareza dentro del catálogo wagneriano, es una obra perfecta para descubrir los orígenes del genio, que maduró personal y musicalmente a formas bien distintas a las que nos presenta en esta obra.
Sirbe también para desmontar algunas etiquetas que siempre han acompañado la figura del compositor alemán. Gracias, muchas veces, a la labor de distorsión de alguno de sus familiates. Principalmente Cosima y Winifried.
Sólo por esta razón, el descubrimiento del germen wagneriano, merece la pena escuchar esta ópera a la que el propio Wagner insistió en tachar de error de juventud.
Con tan solo 21 años, Wagner se inspiró en la obra de William Shakespeare Medida por medida para crear una composición que pusiera de manifiesto su rechazo al puritanismo alemán y mostrara una cierta añoranza por la frivolidad, el sexo y lo lúdico. Realiza además una clara defensa de los modos de vida de la Europa meridional frente a la severidad centroeuropea. No en vano sitúa la escena en Sicilia, en lugar de Viena.
Si alguien pretende identificar en esta ópera el Wagner posterior, ya maduro, está muy equivocado. Tal vez el error a la hora de abordar esta obra sean las expectativas. El Wagner de “La prohibición de amar” es un joven influenciado por los convencionalismos de la ópera del momento. Tan solo algunos breves fragmentos evocan lo que puede ser más adelante un “Tannhäuser”.
Esta obra es pura influencia francesa e italiana. No es difícil reconocer en ella a Rossini o Donizetti. Pero también suena a romanticismo alemán.
Es muy interesante escuchar la combinación de influencias en un creador que está formando su propia personalidad musical.
Las circunstancias de su composición también tuvieron su influencia en la obra. En esos momentos Wagner ya era el megalómano que se destaparía sin complejos en su madurez. La urgencia por triunfar, por iniciar su carrera de manera determinante, le llevaron a estrenar la obra apresuradamente en el Stadttheater de Magdeburgo el 29 de marzo de 1836. El resultado fue desastroso. Los cantantes no se sabían el papel, incluso dos de ellos se pelearon y ese día no hubo representación. Una obra sumida en el caos a la que no se le dieron muchas más oportunidades.
La producción de Ivor Bolton y el director de escena, Kasper Holten, ha prescindido de las excesivas repeticiones de la partitura. Dejándola en dos horas y media de duración y no las cuatro iniciales. Kasper se ha centrado en el aspecto cómico, casi de opereta, del libreto. Se sitúa en el distrito Rojo de Palermo y construye un espacio polivalente que sirva a su vez como convento y como burdel. Esto lo consigue con elementos comunes a ambos como escaleras y pequeñas habitaciones. La proyección de vídeos y la iluminación de Bruno Poet terminan de configurar los distintos ambientes. La escenografía, ambientada en el siglo XIX, se completa con elementos actuales, pues los personajes interactúan a través de mensajes de Whatsapp que se proyectan en los laterales.
Asistimos a la representación del segundo reparto. Sirva como queja que ya son varias las óperas en este Teatro durante la temporada en las que el segundo reparto queda a mucha distancia del primero, bocalmente hablando. Algo imperdonable si, además, el precio de las localidades es el mismo en todas las representaciones.
Pues sí, un mediocre cuadro de voces en el que destacó, por lamentable, Peter Bronder, que interpretó a Luzio. De ser cierta la información del programa de mano, su trayectoria profesional es muy extensa e importantes los teatros que ha frecuentado como para ofrecer este resultado. Si es así, una retirada a tiempo es siempre más digno. En algún momento llegamos a pensar que se estaba ahogando.
También tuvo sus problemas Leigh Melrose, ejerciendo de Friedrich. Pero se salvó por algún momento de inspiración.
Irregular también Mikheil Sheshaberidze, como Claudio. Pero imprimió rítmo y comicidad a su personaje.
Las dos protagonistas femeninas, Sonja Gornik como Isabella y María Miró, como Mariana, fueron lo mejor de la noche. Tampoco era muy difícil, pero supieron estar a la altura con arias y dúos de buena ejecución.
El resto del reparto tampoco brilló especialmente. Voces muy pequeñas para ya una partitura que apuntaba maneras y que dispone de un gran coro y de una gran orquesta. Ya atisbando al Wagner que será.
El coro, que se inició algo destemplado, se repuso de inmediato para ofrecer su buen nivel habitual.
Una obra muy interesante de escuchar, intentando para ello una contextualización diferente. Es necesario olvidarse de su compositor y disfrutar, a pesar de algún momento rutinario, de los distintos enredos de sus protagonistas.
Texto: Paloma Sanz
Fotografía: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real
LA PROHIBICIÓN DE AMAR
Richard Wagner (1813-1883)
Das Liebesverbot oder Die Novize von Palermo Grosse Komische Oper en dos actos
Libreto del compositor, basado en la comedia
Medida por medida de William Shakespeare
Nueva producción del Teatro Real, en colaboración con la Royal Opera House de Londres y el Teatro Colón de Buenos Aires
Teatro Real de Madrid, 1 de marzo de 2016
D. musical: Ivor Bolton
D. escena: Kasper Holten
Escenógrafo y figurinista: Steffen Aarfing
Coreógrafa: Signe Fabricius
Iluminación: Bruno Poet
Diseño de vídeo: Luke Halls
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Leigh Melrose, Peter Bronder, Mikheil Sheshaberidze,
David Alegret, David Jerusalem, Sonja Gornik, María Miró,
Martin Winkler, Isaac Galán, María Hinojosa, Francisco Vas