La magnífica interpretación, el pasado 15 de enero, de La Sinfonía fantástica de Hector Berlioz por parte de la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, dirigida por Valery Gergiev (uno de los grandes directores actuales, que no batutas, ya que no la usa), ha elevado a altas cotas el nivel musical alicantino.
Pero vayamos por partes: el concierto arrancó con una bella y ensoñadora ejecución del “Preludio” del Lohengrin wagneriano, con unas delicadas y casi etéreas intervenciones de la cuerda. Esta primera parte del programa continuó con el Concierto para piano y
orquesta nº 3 de Sergei Rachmaninov. Estrenado por su autor al piano, en noviembre de 1909 en Nueva York. Casi tan popular como El nº 2, aunque dotado de mayores dimensiones, y con ciertos toques vanguardistas muy propios de la época. Es de muy complicada ejecución convirtiéndose para los pianistas en un verdadero reto.
En el primer movimiento “Allegro non tanto”, El pianista ruso Denis Matsuev, supo atacar con valentía y firmeza el vertiginoso descenso de acordes martillados, alternados por las dos manos; así como, ejecutar en el segundo movimiento “Intermezzo”, tumultuosos compases que enlazan con el último movimiento “Alla breve”, donde el pianista mostró su depurada técnica, aunque, ofreciendo por momentos, un sonido un tanto metálico.
Ya en la segunda parte, y como plato fuerte de este concierto, la orquesta rusa interpretó la Sinfonía fantástica de Berlioz: después de los incomparables logros sinfónicos beethovenianos, y habiendo transcurrido dos años de la muerte del genio de Bonn, acaecida en 1828, un joven compositor francés de nombre Hector Berlioz, con apenas veintisiete años, sorprendió al público parisino con el estreno, el 5 de diciembre de 1830, de su Sinfonía Fantástica, en realidad, una ópera instrumental. De hecho, a los oyentes de esta “premiere” se les facilitó un programa de mano, para seguir un argumento sugerido por los diferentes instrumentos, reproductores de una percutante, colorista y brillantísima orquestación. El estreno de la Sinfonía Fantática (obra fuertemente romántica), casi coincidió en el tiempo con el Hernani de Victor Hugo, considerado históricamente como el “manifiesto romántico”. Puede afirmarse que Hector Berlioz, con Victor Hugo y el pintor Eùgene Delacroix, forman la “Santísima Trinidad” del arte romántico.
Todo artista inmerso en el romanticismo, se siente motivado por un amor desesperado hacia una mujer que, la mayor parte de las veces, no es correspondido. Pero, en ese período donde el artista está enfrascado en su creación, se siente eufórico y fantasea, pensando que el sentimiento que tiene por su amada va a ser correspondido cuando ella llegue a conocer la obra hecha en su honor. Sin embargo, la mayor parte de las veces, las mujeres se muestran desdeñosas con estos seres que llegan a amarlas tanto, y tan desesperadamente. Esto le ocurrió a Berlioz, cuando tuvo ocasión a los veintitrés años de ver actuar en París, a la actriz inglesa, shakesperiana Henrietta “Harriet” Constance Smithson, interpretando el papel de Ofelia en Hamlet. Esta actriz, cuentan los críticos de la época, tampoco era nada del otro mundo.
A Harriet Smithson, las cartas que le enviaba su admirador, le parecieron tan exageradamente apasionadas, que le rechazó por completo. Sin embargo fue la musa inspiradora de la Sinfonía Fantástica, que Berlioz estaba preparando en esa época.
En 1930, esta obra generada por esas emociones fue considerada “asombrosa y vívida”, pero la actriz inglesa no quiso asistir al estreno en París. En aquellos momentos la naturaleza autobiográfica de esta obra, con una música programática, se consideró con justicia: sensacional e innovadora. La crítica comenzó a decir: muerto Beethoven, con Hector Berlioz y la Sinfonía Fantástica, ha nacido su auténtico epígono.
La sinfonía que lleva por subtítulo “Episodio de la vida de un artista” , tiene un argumento muy detallado. Es esa la razón por la que es considerada uno de los mejores ejemplos de música programática. En el primer movimiento “Sueños y pasiones”, un joven músico desesperado se ha envenenado con opio, y en un largo sueño tiene una serie de visiones y pesadillas con la idea de su amada rondando continuamente en su cabeza. Recuerda las alegrías y depresiones del pasado, antes de conocerla, y luego, al neurótico celoso en que se convirtió cuando ella entró en su vida, quedándole solo el consuelo de la religión. En el segundo movimiento “El baile”, el protagonista descubre a su amada bailando una moderna danza, para aquella época, llamada vals. Este movimiento se ha llegado a escenificar para ballet, con el nombre de “La sonámbula”.
En el tercer movimiento “Escena en el campo”: unos pastorcillos entonan una melodía con sus flautas. Todo resulta tranquilo hasta que la amada aparece de nuevo, provocando tremenda inquietud en el artista. En el cuarto movimiento “Marcha al suplicio”: el protagonista sueña que ha asesinado a su amada y ha sido condenado a muerte, tomando el camino al lugar de su ejecución en la guillotina.
Como una verdadera innovación sobre el sinfonismo clásico, existe un quinto movimiento subtitulado “Sueño de una noche de aquelarre”: una salvaje orgía en una celebración demoníaca, donde la amada se ha convertido en una bruja que, finalmente, con el himno “Dies Irae”, es quemada en la hoguera.
Gran actuación de la Orquesta del Teatro Marinsky, dirigida por Valery Gergiev, quien realizó una verdadera recreación de esta obra, al menos comparable a las ejecuciones del gran maestro letón Mariss Jansons, al frente de la Filarmónica de Berlín (editada en DVD), y de Herbert von Karajan, quien también al frente de su gran orquesta berlinesa, la interpretó en muchas ocasiones, grabándola y regrabándola para el sello Deutche Grammophon, y siempre extrayendo novedosas matizaciones.
Los instrumentistas de la orquesta rusa realizan una muy brillante labor, bien conjuntados para reproducir expresivos y iferenciados
planos sonoros. Metales con hasta cuatro trompas, y la cuerda grave, brillaron sobremanera con un perfecto sonido. Dentro de una construcción sinfónica modélica, cabría destacar la ejecución de ese precioso segundo movimiento a ritmo de danza, con esa brillante coda donde los arpegios del arpa dan a este instrumento un relieve casi de solista.
El cuarto movimiento, esa “Marcha al suplicio” verdadero paradigma de orquestación, con esos reiterativos redobles de tambor, que dejan paso a la cuerda, sobre todo violonchelos y contrabajos reproduciendo un sonido de ultratumba, y esa fanfarria de unos instrumentos de metal afinadísimos, junto al buen hacer de las maderas, con esa melodía fija, expuesta por el clarinete. Este movimiento –confieso que siempre me ha impresionado- por su vibrante y brillantísima orquestación que, verdaderamente, llegó a estremecer a los oyentes.
Ya, en el quinto movimiento los trombones sonaron con brillantez y al unísono, reproduciendo efectos caricaturescos; o, esos toques de campana de carácter lúgubre y funerario, que se mezclan con los sonidos del “Dies Irae”. En fin, momentos verdaderamente sobrecogedores que impresionaron mucho a un público, que aplaudió con fuerza y durante bastante tiempo a director y orquesta. Ante estas muestras de pasión musical, hubo una propina: la brillante ejecución de la obertura de Los maestros cantores, lo que le confirió a este concierto un carácter simétrico, con la ejecución al comienzo y al final, de los dos preludios wagnerianos. No olvidemos que, en este 2013, aparte del “Año Verdi”, también es el “Año Wagner”, en ese doscientos aniversario del genial compositor alemán.