
Las Indias galantes, compuesta por Jean-Philippe Rameau y con libreto de Louis Fuzelier, son una sucesión de pequeños dramas amorosos, o galanterías, que se desarrollan en lugares lejanos y exóticos que Rameau imaginaba y a las que llamó, genéricamente, Las Indias.
Fue estrenada en la Ópera de París en 1764 y ahora se estrena, por fin, en el Teatro Real. Compuesta por un prólogo y cuatro entrées, esta Opéra Ballet ha llegado a Madrid en la versión semiescenificada de la coreógrafa francesa y figura clave del hip-hop Bimtou Dembéle. Se trata de una versión más reducida que la presentada en París en 2019, donde tuvo un rotundo éxito, y con el cuerpo de baile como gran protagonista, no en vano se trata del culmen de la ópera-ballet francesa.
El barroco es sin duda la música más actual, al menos la que ofrece un mejor maridaje con expresiones artísticas contemporáneas. La imaginación que desplegaba Rameau, alimentada por los aires aventureros y revolucionarios de la época, han conseguido encontrar acomodo en las expresiones urbanas del siglo XXI. Tal vez los anhelos del renacimiento, donde la filosofía y la ciencia trataban de dar respuesta a la esencia misma del ser humano, continúan activos hoy en día y planteándonos los mismos enigmas.
Desde el prólogo inicial, la Cappella Mediterranea, dirigida por Leonardo García-Alarcón, aparece sobre un escenario completamente abierto, algo que plantea algunas dificultades para una orquesta barroca, que agradece los escenarios más recogidos para una mejor proyección. García-Alarcón, además de dirigir desde el clave, se desplazaba por el escenario. Incluso la orquesta tuvo que seguirle físicamente en algún momento, algo que resultó extraño.
La iluminación creada por Benjamín Nesme, formada por una gran rueda que descendía del techo y fluorescentes de colores que portaban los componentes del coro, constituía el único elemento escénico. Una austeridad muy alejada de los complicados artificios que se utilizaban en la época, pero suficientes para trazar un escenario alegórico, pues nada de lo que aparece en escena tiene sentido o evoca la realidad. Todo muy barroco, sobre todo por la tenebrosa oscuridad.
Un acierto fue que parte del coro y los protagonistas se situaran en los palcos, consiguiendo efectos sonoros muy originales. El más destacado fue el diálogo entre la soprano Ana Quintans, en un palco, y la flauta en el palco opuesto, fue uno de los momentos más delicados e inspirador.
Las cuatro voces protagonista estuvieron a gran altura. Julie Roset, Ana Quintans, Mathias Vidal y Andreas Wolf, que dieron vida a todos los roles de la obra. No era fácil diferenciar un personaje de otro, pues el vestuario siempre fue el mismo, pero Julie Roset, Ana Quintans y Andreas Wolf fueron los más aplaudidos por el público. Ana Quintans demostró su impecable línea de canto y gran sensibilidad. Un poco más mediocre resultó la participación de Mathias Vidal, para el que quizá los roles que interpretó no eran los adecuados para las características de su voz.
Lo más destacado fue el cuerpo de baile, encabezado por Féroz Sahoulamide, Lauryn Apharel y Guillaume Chan Ton, que junto al resto de componentes de Structure Rualité, demostraron la actualidad y riqueza que posee una música tan ingeniosa como la de Rameau, con una partitura que destaca siempre por encima de todos los elementos que la rodean.