Con Les Pêcheurs de Perles, Georges Bizet deja constancia, a través de su música, de las nuevas corrientes artísticas que se desarrollaban en Europa a partir de la segunda mitad del siglo XIX. La literatura, la pintura y, por supuesto la música, ponen de manifiesto una nueva estética.
El drame lyrique, género característico del Segundo Imperio francés, se distancia de los conflictos políticos y sociales para adentrarse en acontecimientos individuales y costumbristas. Frente a las grandes y complejas escenografías y multitudinarios tableux, el drame lyrique se centra en la intimidad de sus protagonistas y sus pasiones amorosas.
Con los pescadores de perlas, Bizet se adentra en el exotismo reinante en ese momento. Exotismo que desarrollará hasta llegar a Carmen.
Pocas son las ocasiones en las que se puede escuchar en Madrid al tenor peruano Juan Diego Flórez. La última ocasión en 2010, participando en I Puritani. También en versión concierto. Y es que resulta aún más difícil verle como actor.
Flórez siempre levanta gran espectación en Madrid y quedó una vez más de manifiesto al agotarse el papel en taquillas nada más ponerse a la venta.
Y Flórez no defraudó a su público, pero tampoco se puede calificar su actuación de extraordinaria ni redonda. Su instrumento continúa intacto, casi perfecto, y su voz sigue siendo ligera, aérea, homogénea, liberada, penetrante, aunque no se apreciaron esa noche los brillos metálicos en sus notas más agudas.
Sin embargo, estuvo lleno de inseguridades toda la primera parte. No estaba cómodo y se notaba.
Nada que ver con sus interpretaciones belcantistas. Y tal vez sea ese el motivo de su inseguridad. El rol del pescador Nadir no le permitió demostrar la habitual firmeza de su línea vocal.
El segundo y tercer acto fueron mejor solventados que el primero. Gracias sobre todo a los dúos con Patrizia Ciofi, donde se elevó su voz y su confianza.
Arriesgó lo justo Juan Diego Flórez en una noche que se esperaba, como en otras ocasiones, inolvidable, pero esta vez pareció quedar inconclusa. Siempre se espera mucho más de una de las mejores voces del panorama lírico internacional.
La soprano ligera Patrizia Ciofi, que parece estar en un eterno buen momento, ejerció, en su rol de sacerdotisa Léïla, la perfecta réplica a su compañeros de reparto. Su voz grande, a veces delicada, mostró alguna que otra estridencia y empiezan a notarse las carencias de una voz que se acerca, inevitablemente, a un desgaste evidente. Pero nada de esto impidió que lograse momentos grandiosos. Se mostró segura con su rol en todo momento, quizá excesiva en algunos gestos, pero su interpretación fue de las más aplaudidas.
Marius Kwiecien comenzó con graves problemas y no fue hasta el inicio de la segunda parte, cuando se advirtió al público de sus problemas de garganta. Aún así, y como siempre por deferencia, cumplió con su papel hasta el final. Una lástima no haber podido escuchar en su esplendor a este barítono polaco al que ya conocemos por sus recientes interpretaciones en el Real en Le nozze di Figaro, Eugenio Oneguin y Król Roger.
El breve papel de Nourabad, defendido por el joven bajo italiano Roberto Tagliavini, hizo que pasara casi inadvertido, si no fuera por su imponente presencia escénica. Pero proporcionó alguna pista de por qué es uno de los bajos más solicitados últimamente en los principales teatros.
El Coro, que recibió una merecidísima ovación por parte del público, sonó afinado, potente y a tempo en una más de sus magníficas actuaciones esta temporada. Es ya un protagonista imprescindible y reconocible en cada representación.
La dirección musical del israelí Daniel Oren resultó bastante discreta. La orquesta sonó lenta y excesiva, casi como sus gestos. Falta de delicadeza y del lirismo que requiere la partitura.
Georges Bizel (1838-1875)
28 de marzo, Teatro Real de Madrid
Ópera en tres actos en versión concierto
Libreto: Michel Carré y Eugène Carmon
D. musical: Daniel Oren
D. coro: Andrés Máspero
Léila: Patrizia Ciofi
Nadir: Juan Diego Flórez
Zurga: Mariusz Kwiecie,
Nourabad: Roberto Tagliavini