El regreso de Pan y toros al Teatro de la Zarzuela

Pan y toros
Pan y toros
Zarzuela en tres actos
Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894)
Libreto de José Picón
Estrenada en el Teatro de la Zarzuela en 1864
D. musical: Guillermo García Calvo
D. escena: Juan Echanove
Escenografía y vestuario: Ana Garay
Iluminador: Juan Gonzáles Cornejo (AAI)
Coreografía: Manuela Barrero
Videoescena: Álvaro Luna, con la colaboración de Elvira Ruiz Zurita
D. coro: Antonio Fauró
Orquesta de la Comunidad de Madrid
Coro Titular del Teatro de la Zarzuela
Reparto: Yolanda Auyanet, Carol García, Borja Quiza, Milagros Martín,
Gerardo Bullón, María Rodríguez, Enrique Viana,
Pedro Mari Sánchez, Carlos Daza, Pablo Gálvez,
José Manuel Díaz, Pablo López, Alberto Frías, César Sánchez,
Lara Chaves, Sandro Cordero, Julen Alba, Juan Sousa y Javier Alonso

Se conmemora esta temporada el bicentenario del nacimiento del compositor madrileño Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894). El Teatro de la Zarzuela, del que Barbieri fue cofundador y empresario, ha querido comenzar la temporada con uno de sus más conocidos títulos, Pan y toros. A la vez que le dedica, como empieza a ser tradición, uno de los palcos del Teatro.
Ante el impulso que en la segunda mitad del siglo XVIII tenían la ópera francesa e italiana, Barbieri, junto a otros compositores como Emilio Arrieta o Joaquín Gaztambide, se convirtió en uno de los principales impulsores del teatro y la lírica española.

Para poder rivalizar con estas obras que inundaban los teatros de Madrid, comenzó a utilizar en sus composiciones elementos de la ópera seria. Introdujo los coros al inicio y al término de la obra, para crear un mayor efecto sonoro. Prescindió de números individuales, como arias y romanzas y los sustituyó por arias de conjunto, dúos y tercetos. Cambió la estructura para que tuviera tres actos, al modo europeo. Se aprecian también en Pan y toros numerosos concertantes y la utilización, por primera vez, de los melodramas, escenas habladas que no están acompañadas de música. Se trata de diálogos secos que exigen de los cantantes una gran capacidad dramática.

Pan y toros es una de las obras más complejas de Barbieri. Su partitura puede estar a la altura del mejor belcanto. Sabe crear con su música atmósferas y situaciones propias de la dramaturgia de las mejores óperas europeas. Se considera por tanto una obra de las llamadas grandes zarzuelas y una de las más representadas del compositor, junto a otras como Jugar con fuego, Los diamantes de la corona y El barberillo de Lavapiés.

Pan y toros es una de las composiciones que mejor define el carácter español. Nos traslada a un Madrid del final de siglo XVIII. El de aquella época y el de casi cualquier época, pues su texto es de plena actualidad. Entre conspiraciones y enfrentamientos de las dos Españas del momento, liberales y conservadores o, como dice Echanove, “Somos una España dividida en dos tendidos, el de sol y el de sombra. Al de sombra le suele ir bien, el de sol, sufre. Y mientras todo esto ocurre, un hombre su juega la vida en un ruedo. Eso es España”.

El autor del libreto, el arquitecto e historiador José Picón, no trató de crear una obra de género taurino propiamente dicha. Su vinculación con el tema lo es por el título y porque entre sus protagonistas aparecen los tres toreros más famosos de la época. Se trata más bien de una curiosa historia de intrigas palaciegas en la que aparecen, además de los toreros, otros personajes conocidos de Madrid, como La Tirana, la Duquesa de Alba o el mismo Francisco de Goya, que ha sido inteligentemente utilizado como hilo conductor en toda la estética de esta producción.

Se suceden los pintorescos enredos en los que se mezcla la nobleza y el pueblo en una obra coral donde la interpretación tiene una gran importancia. Y para potenciar esta interpretación, se ha contado con Juan Echanove para la dirección escénica. El resultado no ha podido ser mejor. Como dice el director, “para abordar esta escenografía he tenido que poner todo, todo, todo lo que yo sé sobre el arte escénico”.

Con Goya y su obra como elemento cohesionador, Echanove ha plantado un ruedo giratorio en mitad del escenario que, a modo de metáfora, nos recuerda que estamos condenados a repetir los mismos errores sin posibilidad de salir.

La maestría de Echanove y Ana Garay generan un enorme dinamismo sobre el escenario. Componen escenas de un valor estético que bien podría haber firmado Laurent Pelly o Claus Guth. La dirección de actores, como no, es magnífica y nada fácil por la permanente multitud. Como bien dice Borja Quiza, ”Dirigir un dúo o una romanza es fácil, dirigir a las masas todo el tiempo es difícil”.

Otro gran acierto es la utilización de la danza contemporánea. La coreografía de Manuela Barrero y el trabajo de sus bailarines es brillante. Es un elemento innovador, actualiza la obra y establece una comunicación visual con el público que dinamiza todo el argumento. Componen escenas de una plasticidad estética de altísima factura.

Otro elemento a resaltar son las proyecciones de Álvaro Luna, con la colaboración de Elvira Ruiz Zurita. Utilizan obras de Goya e imágenes de los actores y cantantes, que también evocan los grabados del pintor aragonés. Complementan y enriquecen las escenas subrayándolas, siempre en armonía con música y argumento.

En momentos de transición argumental, aparece un personaje, como si de un fantasma se tratara, las castañuelas. Llaman la atención de todos sobre el hilo argumental y generan una atmósfera de misterio y expectación. Otro detalle de gran belleza estética y teatralidad.

Para esta producción, el Teatro de la Zarzuela ha dispuesto dos elencos de gran nivel. El estreno del 6 de octubre ha estado encabezado por la soprano Yolanda Auyanet que, a pesar de que ella se dice no muy experimentada en el género de la zarzuela, se encuentra cómoda en su personaje de Doña Pepita y hace muy bien de mala. Su facilidad para las agilidades, sin perder volumen en la emisión, creó un personaje muy operístico. Destacó su coloratura y los dúos, primero con el Capitán Peñalara, en el que lució sobreagudo, y después con la princesa Luzán.

El barítono Borja Quiza dio vida al Capitán Peñalara, militar al frente de las tropas que defienden al monarca. La gran capacidad para la interpretación de Quiza dibujaron un Capitán Peñalara con las cualidades que se le presumen a un militar. Su gran experiencia y buena técnica vocal le procuraron abordar su partitura con seguridad y la garantía de siempre. Pero se echó de menos ese brillo metálico que siempre adorna su timbre y del que disfrutamos en el pasado Barberillo de Lavapiés.

La mezzosoprano Carol García, con su hermoso timbre, construyó una princesa de Luzán amable y delicada, a pesar de ser la militar al mando. Una cosa no quita la otra. De ella fue la única romanza de la obra, la bellísima “este santo escapulario”, que abordó con gusto y sentido bellcantista. Su dúo con Doña Pepita fue de gran belleza, demostrando también su dominio de las agilidades.

El barítono Gerardo Bullón ha sido el encargado de dar vida al personaje de Francisco de Goya. Su impresionante presencia escénica ha estado multiplicada por las proyecciones sobre el escenario del propio personaje. Una buena teatralización acompañada siempre de su bello y noble timbre.

No defraudó Enrique Viana en el papel de Abate Ciruela, con esa capacidad suya para la comicidad. Su voz se resiente ya, pero su capacidad interpretativa, siempre solvente, garantizan el éxito de los personajes que encarna.

Milagros Marín siempre es un valor seguro. Canta, declama e interpreta con la facilidad que otros respiran. Y lo hace todo con esa energía que contagia.

A buen nivel estuvieron los tres toreros, Carlos Daza, como Pepe Hillo, Pablo Gálvez, como Pedro Romero y José Manuel Díaz, como Costillares.

Algo desapercibida pasó María Rodríguez como La Duquesita. El resto de comprimarios tuvo una actuación de buen nivel, Pablo López, en su papel de El General; El Santero, al que dio vida Alberto Frías y César Sánchez, que fue un perfecto Jovellanos.

Mención aparte merece el Coro del Teatro de la Zarzuela dirigido por Antonio Fauró que, además de cantar, interpretan con el mismo garbo y casticismo. La Orquesta del Teatro, de la mano de su director Guillermo García-Calvo, estuvo a buen nivel. Aunque quizá un poco escasa de matices. La tarea no era fácil, la de dirigir a tantos elementos como había sobre el escenario, pero su dirección fue eficaz.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real/Teatro de la Zarzuela