Peter Grimes, del rumor a la destrucción

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Peter Grimes, del rumor a la destrucción
Peter Grimes
Benjamin Britten (1913-1976)
Ópera en un prólogo y tres actos
D. musical: Ivor Bolton; D. escena: Deborah Warner; Escenógrafo: Michael Levine; Figurinista: Luis Carvalho; Iluminador: Peter Mumford; Diseñador de vídeo: Will Duke; D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Allan Clayton, Maria Bengtsson, Christopher Purves, Catherine Why-Rogers, Hohn Graham-Hall, Clive Bayley, Rosie Aldridge, James Gilchrist, Jacques Imbrailo, Barnaby Rea, Rocío Pérez, Natalia Labourdette, Saúl EsguevaLas teorías de masas han sido siempre un atractivo objeto de estudio para sociólogos y psicólogos. Pero no solo despiertan la curiosidad de investigadores en la materia. Como punto de partida para los movimientos de masas, existe un elemento que funciona como catalizador, el rumor. Los rumores se asocian a la defensa de la identidad social (Rouquette, 1997). Generalmente evocan consecuencias o resultados negativos o temidos y su puesta en circulación es una forma de validar prejuicios y estereotipos. Cuando existe una situación crítica, nace la necesidad de construir una referencia afectiva común, siendo el rumor un vehículo eficaz de cohesión social. Participar en la difusión de un rumor y validarlo, aumenta la percepción de pertenencia al grupo.
Peter Grimes es el personaje ideal para poner en marcha la rumorología cohesionadora de uno de los protagonistas de la obra, Borough. El pueblo imaginario de la costa del condado de Suffolk, lugar de nacimiento del compositor, y cuya situación socioeconómica puede ayudar a explicar el comportamiento de una sociedad en contra del diferente, que en este caso no es precisamente un personaje con el que se pueda empatizar. Es oscuro, atormentado, desconfiado, solitario y desabrido, que vive al margen de toda norma social y despierta la desconfianza de los que le rodean.Esta obra fue un encargo realizado por Sergei Koussevitzkt, director de la Orquesta Sinfónica de Boston, durante la estancia de Britten en EEUU, entre 1939 y 1942. Está basada en el libreto de Montagu Slater, inspirado a su vez en el poema de la colección de The Borough (1810) de George Crabbe.De regreso a Inglaterra, tras su decepcionante estancia en EEUU, Britten se puso manos a la obra con su nuevo proyecto que se estrenó apenas un mes después del final de la Segunda Guerra Mundial, en un ambiente de euforia por la victoria. En esta obra Britten trata un tema recurrente en muchas de sus óperas, el drama de personajes marginales que se enfrentan a sociedades hipócritas. Una situación que el propio Britten conocía muy bien.

Peter Grimes no se estrena en el Teatro Real hasta noviembre de 1997, tras su reapertura. Aunque es una ópera que ya forma parte del repertorio en muchos teatros, su programación sigue siendo una decisión valiente, pues supone un desafío incómodo por la crudeza de los temas que trata.

Ahora llega de nuevo al Real el título más conocido de Britten, después de haber dedicado a este compositor un importante espacio en los últimos años, desde Muerte en Venecia, pasando por Gloriana y el premiado Billy Budd. Y lo hace escénicamente de la mano maestra de Deborah Warner.

Warner ha situado la escenografía en la actualidad. Como siempre en los trabajos del tándem Warner – Levine, la elegancia está presente incluso en los más sórdidos decorados. La escena inicial del pueblo con sus linternas buscando a Grimes es magistral. La dirección de actores y los movimientos que se desarrollan sobre el escenario a cargo de Kim Brandstrup están muy cuidados, son perfectos. Igual que la extraordinaria iluminación de Peter Mumford. Todas las atmósferas que crean resultan emotivas y turbadoras. Nada está situado al azar ni de manera frívola o gratuita. Todo tiene sentido para describir el puerto, lleno de aparejos y cajas en perfecto desorden. O la taberna, un lugar caótico y cochambroso en el que los habitantes del pueblo van entrando a oleadas, al ritmo que marca la tormenta y donde, por supuesto, tampoco es bien venido el protagonista que, de cara a la puerta y de espalas a todos, interpreta “now the great bear and pleiades”, creando uno de los momentos más emotivos.

Los famosos seis interludios tienen su protagonismo, tanto en lo musical como en lo escénico. Sirven para reflexionar, a veces sobe los personajes, a veces sobre la acción, pero siempre creando una atmósfera especial.

Al frente de la Orquesta, un Ivor Bolton que, como ya hizo en Gloriana y Billy Budd, demuestra ser un gran especialista en Britten. Supo poner a la orquesta al servicio del drama, en una perfecta coordinación con la escenografía. Tal vez ese equilibrio entre foso y escenario fuera la causa de la lentitud orquestal en algunos momentos. Pero la calidad del sonido, sobre todo en alguno de los interludios, estuvo a un nivel muy alto.

El Coro, uno de los personajes principales en esta obra, tiene una participación brillante en esta producción. Además del esfuerzo que viene haciendo al tener que cantar con mascarilla, realiza de manera intachable su papel depredador y amenazante. Tiene momentos sobresalientes, como en la última escena.

El cuadro de cantantes ha estado a una altísimo nivel. La calidad de todos ellos ha creado un conjunto muy equilibrado y compacto, combinando magníficos cantantes con asombrosos actores.

Allan Clayton interpretó un Peter Grimes excepcional. El dramatismo de su actuación construyó el personaje más idóneo, sin excesos ni histrionismos. Su voz fresca acompañó con gran sensibilidad los momentos de mayor intimidad de Grimes, que fueron los más destacados. Supo resaltar esa parte más vulnerable e íntima del rudo personaje. A este lirismo tal vez le ayuden sus orígenes barroquistas. Sin duda fue el triunfador de la noche.

Maria Bengtsson fue una conmovedora Ellen Orford, la recién llegada y también diferente y extraña a ojos del pueblo. Su voz ligera dotó al personaje de una gran delicadeza. Destacó también en la parte dramática, enamorada de Grimes y siempre atenta y tierna con el malogrado aprendiz.
Otra de las voces más destacadas ha sido la de Christopher Purves. Un Capitán Balstrode que entiende perfectamente a Grimes y le aprecia, pero sabe también que no debe traspasar la delgada línea que haría ponerse en contra a todo el pueblo. En el plano vocal estuvo a un nivel muy alto. Con una voz homogénea y un timbre cálido, como su personaje.

Catherine Wyn-Rogers como Auntie, la irritante dueña de la taberna cuya voz estuvo perfectamente ajustada al rol y su interpretación fue impecable.

La Sedley de Rosie Aldridge también brilló en la interpretación. Creó el personaje perfecto de cotilla del pueblo, de donde parten casi todos los rumores. Tan solo en algunos momentos quedó tapada por la orquesta.

James Gilchrist dio vida al reverendo Adams, el desagradable representante de la iglesia con un comportamiento impostado y ampuloso. Su timbre tenoril encajaba bien en el personaje. También fue acertada la interpretación de John Graham-Hall como Bob Boles, el histriónico personaje que supo caracterizar de manera impecable. Resaltar también a Jacques Imbrailo, que fue el flamante Billy Budd de 2017 y aquí ha interpretado a Ned Keene.

Las dos únicas españolas del reparto, pues todos eran británicos, has sido Rocío Pérez y Natalia Labourdette, como las sobrinas de la dueña de la taberna. Ambas supieron estar al nivel del resto del reparto.

Nuevo éxito del Teatro Real con este Peter Grimes, una ópera nada fácil, ni para los que la llevan a cabo, ni para el público, que salió entusiasmado del Teatro. Pero nada es fácil en estos tiempos. Y para desafíos y aciertos, el Teatro Real.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real