Rigoletto, hasta aquí llegó la manada

Rigoletto
Crónica de función de Rigoletto, de Verdi, en el Teatro Real el 5 de diciembre de 2023. Don dirección de Nicola Luisotti y Miguel del Arco
Rigoletto, hasta aquí llegó la manada Melodramma en tres actos Música de Giuseppe Verdi (1813-1901) Libreto de Francesco Maria Piave, basado en la obra de teatro de Le roi s’amuse (1832) de Victor Hugo Teatro Real, 5 de diciembre de 2023 D. musical: Nicola Luisotti D. escena: Miguel del Arco Escenografía: Sven Jonke / Ivana Jonke Vestuario: Ana Garay Iluminación: Juan Gómez-Cornejo Coreografía: Luz Arcas D. coro: José Luis Basso Reparto: Javier Camarena, Ludovic Tézier, Adela Zaharia, Simon Lim, Marina Viotti, Cassandre Berthon, Jordan Shanahan, César San Martín, Fabián Lara, Tomeu Bibiloni, Sandra Pastrana, Inés Ballesteros Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real Sobre la percutiente y obsesiva nota que protagoniza la dramática obertura de Rigoletto, se produce la primera escena inquietante. Una mujer recorre aterrada el patio de butacas perseguida por una “manada” de hombres hasta que le dan alcance, ya en el escenario. El desenlace de esta escena es de imaginar. La hija de Monterone ha sido violada. Así empieza este Rigoletto navideño y heteropatriarcal en el Teatro Real.No vamos a entrar en la variedad de aristas psicológicas y filosóficas de esta gran obra y de los personajes de una ópera tan conocida. Una obra que oculta, tras la más hermosa de las partituras, una historia y una realidad que sigue siendo terrible y por la que Verdi nos sigue planteando, de manera incómoda, todo tipo de interrogantes.Rigoletto es producto de un encargo que la Fenize de Venecia realizó al maestro Verdi. Éste propone a su libretista, Francesco Maria Piave, que consiga los permisos para poder llevar a escena una adaptación de la obra de teatro Le roi s´amuse (1832), de Victor Hugo, que había sido prohibida nada más ser estrenada, acusada de inmoralidad. Verdi pensaba haber encontrado en esta obra, el tema con mayor potencial dramático de su carrera. Tras múltiples negociaciones con la censura, un inteligente Verdi consiguió llegar a un acuerdo sibilinamente ventajoso, cambiarían los nombres de todos los personajes, que aludían a sagas familiares que aún existían, y retirarían las escenas más escabrosas. Una vez obtenido el permiso, apenas unas semanas antes del obligado estreno, Verdi terminó la obra y fue estrenada el 11 de marzo de 1851 con un éxito arrollador.En esta nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la ABAO Bilbao Ópera, el Teatro de la Maestranza de Sevilla y The Israel Opera, la música y la escenografía no llegan a encontrarse en casi ningún momento de la obra.Miguel del Arco es un gran director teatral, pero aceptar el encargo de su primera ópera, a cargo del Teatro Real, con una de las obras más consagradas del género y 22 funciones durante la navidad, puede ser un regalo envenenado. Verdi es uno de los grandes genios de la teatralidad, capaz de llevar la dramaturgia incluso a la vocalidad. Por eso es tan arriesgado tratar de buscarle las vueltas interpretativas a una ópera que viene de fábrica con todo incluido.Su escenografía es desconcertante, yo diría que un poco desafiante. Con ese ánimo de escandalizar que tienen algunos que se creen eso, con capacidad de escandalizar por poner a todas las figurantes de la obra realizando felaciones. Alguien debería haberle dicho que esas cosas en la ópera ya no son ni originales. El Duque de Mantua es ese persinaje capaz de interpretar las más bellas arias, al tiempo que es el mayor de los canallas. Del Arco profundiza en la parte infame del Duque, de la manera más descarnada. Para ello ha utilizado pocos elementos y muchos figurantes que aparecen distribuidos sobre el escenario, sin aparente criterio, pero con orden. A veces se mueven, a veces ¿bailan? En cualquier caso, las coreografías de Luz Arcas son demasiado simples y faltas de imaginación.El gran lupanar en el que se convierte la escena, está lleno de mujeres presentadas como entes ausentes, desprovistas de identidad y dignidad que deambulan por el escenario. Que solo sirven para distraer durante las arias más representativas de la obra. Si la intención era presentar una ópera feminista o, al menos, de reivindicación de la mujer, el intento es fallido.La parte positiva en esta escenografía, que la tiene, se centra en el uso que hace del telón, tanto al inicio, con una deslumbrante caida, como a lo largo de la obra, en la que los telones delimitan las estancias y alfombran algunas escenas. La combinación de los colores, tanto de los elementos escénicos, diseñados por Sven Jonke e Ivana Jonke, como los del vestuario de Ana Garay, crean por si mismos efectos visuales de gran belleza estética. Otro elemento cautivador es la iluminación de Juan Gómez-Cornejo, capaz de generar distintas atmósferas con gran precisión. A veces una buena iluminación es suficiente para describir o presentar una escena.Menos mal que en esta ocasión, lo más importante ha sido también lo mejor, la música. En el foso, un Luisotti en momento dulce, atento a todo y cuidando a los cantantes, que escénicamente estaban un poco desguarnecidos. Su dirección estuvo llena de detalles, dando continuidad a la música, que en todo momento daba sensación de fluidez y dinamismo.Muy bien también el coro de hombres del Teatro. Los cambios siempre son estimulantes. En la parte vocal hubo una terna algo desigual. El Duque de Mantua estaba interpretado por el tenor Javier Camarena. Ya desde el principio no se le veía muy cómodo. En Questa o quella tenía problemas con el fiatto. Entre volumen o agilidad, se decidió por volumen. Pero la cosa no mejoró con el avance de la obra. Los agudos quedaban un poco justos, pero los graves tampoco eran mejores. Una lástima que Camarena no se haya lucido como en otras ocasiones. Esperemos que su amplio repertorio no le pase factura y volvamos a escuchar el magnífico instrumento que tiene. El francés Ludovic Tézier dio vida a un notable Rigoletto. Con buena presencia escénica, aunque sin joroba y con pantalones al inicio de la obra, no con corpiño y medias como marcaba la escenografía, que uno tiene su dignidad. Se mostró algo frío en la interpretación, no así en la parte vocal, matizando y dramatizando vocalmente. No es Leo Nucci, pero convenció al público con su buen hacer. Tuvo uno de sus mejores momentos en el dúo con Gilda y en Vendetta. Bien en el fraseo y en lo más complejo del personaje, el legatto y las tesituras altas.Pero sin duda la más aplaudida de la noche fue la soprano rumana Adela Zaharia. Su Gilda fue excelente. Llena de dramatismo, pero sin el remilgo de otras intérpretes. Con agudos limpios y un registro central poderoso y delicado a la vez. Su Caro nome, de una bellísima factura, fue muy celebrado por el público. En la parte escénica también brilló, ofreciendo una Gilda con la candidez justa. El surcoreano Simon Lim resultó un Sparafucile muy creíble, con todo lo siniestro que puede llegar a ser este personaje. Muy bien en lo vocal, dramático y profundo y generando inquietud cada vez que salía a escena.La mezzosoprano suiza Marina Viotti estuvo magnífica en el breve, pero importante papel de Maddalena. Su presencia escénica, aumentada por unas impresionantes plataformas, y su imponente voz, otorgaron carácter y personalidad a este personaje un tanto frívolo.Rigoletto siempre es un regalo, en este caso, de Navidad. La partitura de Verdi y la dirección musical de Nicola Luisotti nos devuelven a la magia de la ópera.Texto: Paloma Sanz Fotografías © Javier del Real | Teatro Real