Muchos eran los retos a los que se enfrentaba el Teatro Real con la producción de Saint François d´Assise, única ópera del compositor Oliver Messiaen. Una obra monumental, en lo artístico y en lo musical. Un proyecto casi personal del director artístico Gerard Mortier que, en su primera temporada a cargo del Coliseo madrileño, ha tenido el empeño y la valentía de ofrecerlo por primera vez en Madrid.
Y el proyecto era realmente arriesgado. Una orquesta formada por más de 110 maestros; un coro de 130 voces; una cúpula de 22 toneladas, 13 metros de diámetro y 14 de altura con 14.000 fluorescentes; todo para acompañar a San Francisco de Asís en su camino de redención sobre un escenario que rodeaba a todos los elementos anteriores. Un San Francisco acompañado sobre el escenario únicamente por 6 hermanos franciscanos más, un leproso con su lepra a cuestas, y un ángel.
Resulta curioso, incluso extraño, encontrarse en un recinto diferente y escuchar la bienvenida habitual del Teatro Real y el ruego de desconectemos los teléfonos móviles. Pero cuando empieza la música, apenas hacen falta unos minutos para olvidar donde nos encontramos (y el molesto ronroneo inicial del aire acondicionado). Y es en ese momento cuando hace acto de presencia una música trascendental, que se desdobla, que trabaja los sentidos en distintos niveles y direcciones, que tira de ti para que no vuelvas a preguntar como un niño cuanto falta. En esa lucha interna de buenos y malos que se sostuvo la noche del estreno, se fueron aquellos menos permeables a la belleza de esta música (tras el segundo acto) y quedaron los que cedieron a las propiedades himnóticas que contiene esta partitura.
Oliver Messiaen, profundo católico, tardó ocho años en concluir esta composición. Su escaso agrado por la teatralidad, le llevó a concebir un libreto con apenas ocho personajes y con un desarrollo y evolución escénica extremadamente lenta. Pero es esa lentitud, junto con momentos musicales sublimes, como un solo de viola en el segundo acto, los que favorecen definitivamente la espiritualidad de la obra.
La gran cúpula, que va cambiando de color en una transición apenas perceptible, (tal vez sea porque la majestuosidad de la música hace que nada distraiga de ella, ni siquiera la cúpula) preside el escenario como símbolo de eternidad. Una eternidad hacia la que el Hermano Francisco se vuelve a menudo como deseo u objetivo.
A pesar de la majestuosidad de la cúpula, el escenario es austero en su composición, tan solo las pasarelas que rodean el coro y la orquesta vestidas de oscuridad. Los cambios de colores cupulares acompañaban los cambios musicales, con ese afán de Messiaen de otorgar un color a la música.
La orquesta tenía ante si una partitura compleja en su interpretación que el conocimiento experto del director musical, Sylvain Cambreling, supo dirigir y extraer los misteriosos matices que contiene. La ovación que el público le brindó a él y a la orquesta dejan bien claro la gran labor realizada esa noche. La utilización de instrumentos de distintos orígenes, sobre todo orientales, enriquecieron la paleta de sonidos dotándola de trascendente exotismo.
EL impresionante coro, compuesto por el Coro titular del Teatro Real y el Coro de la Generalitat Valenciana, tiene en esta obra de Messiaen una presencia muy notable. Brilló con luces propias (las velas les iluminaban con aire de cierto misterio). El tercer acto fue suyo y tuvo momentos muy elevados espiritualmente, como no podía ser de otro modo.
La gran ovación de la noche fue para el ángel, la joven soprano sueca Camila Tilling. Con una emisión clara, un sonido pulidísimo y extenso, de gran amplitud y sonoridad, azul como la luz que la acompañaba en sus intervenciones. Con un portamento bien apoyado. Decir también que el papel de ángel cuenta con la parte solista de mayor belleza y lucimiento.
San Francisco, interpretado por el barítono suizo Alejandro Marco-Buhrmester, que unos días antes del estreno reconocía la dificultad del papel, tuvo una actuación digna. Aunque la obra sea teatralmente pobre, podía haber hecho un poco más de esfuerzo en demostrar la sensibilidad que requiere esta interpretación. Parecía un bloque de hielo en el escenario. Recordarle que está interpretando a un San Francisco de Asís en el momento de su vida más trascendente y cercano a Dios.
Destacar la intervención del resto de los personajes. Wiard Witholt, como Hermano León. Tom Randle, como Hermano Maseo, que introdujo un poco de ritmo escénico. Gerhard Siegel, Hermano Elías. Vladimir Kapshuk, Hermano Silvestre. David Rubiera, Hermano Rufino y la profunda voz de Victor von Halem como Hermano Bernardo. El leproso, interpretado por Michael König, estuvo algo sobreactuado e histriónico dentro de la línea interpretativa general.
La gran jaula llena de palomas que se situaba en un lateral del escenario, ilustraba una de las facetas más importantes en la vida de Francisco de Asis. El profundo estudio del canto de los pájaros realizado por Messiaen, que además era ornitólogo, se ve reflejado en su música imitando cantos bellísimos y muy conseguidos.
Valorar muy gratamente la labor de todo el equipo del Teatro Real que, sin dejar de trabajar en todas las producciones que continuaban realizándose en el Teatro, (que no son pocas) ha sido capaz de organizar y desarrollar un trabajo impecable en un recinto nuevo, con una compleja producción en cuanto a material y personal, que ha conseguido crear un ambiente acogedor, agradable y lleno de efervescencia, dando al detalle todo tipo de servicios a un aforo de más de cuatro mil personas. De aquí a un festival de ópera estival en Madrid hay un solo paso. Mortier soñó su San Francisco en Madrid y aquí está. Con su permiso, me voy a soñar…
SAINT FRANÇOIS D’ASSISE
Olivier Messiaen
Teatro Real, Madrid
6 de julio, 2011-07-08
D. musical: Sylvain Cambreling
Coro titular del Teatro y Coro de La Comunidad Valenciana.
Orquesta titular del Teatro y SWR Sinfonierorchester Baden-Baden
Instalación: Emilia y Ilya Kabanov
D. escena: Giuseppe Frigeni
Reparto: Camila Tilling; Marco-Buhrmester; Michael König; Wiard Witholt; Tom Randle;
Gerhard Siegel; Victor von Halem; Vladimir Kapshuk; David Rubiera.