El estreno mundial de una ópera puede ser algo intrascendente (véase Faust-Ball), o puede ser un momento especial, casi mágico. ¿Qué elemento marca la diferencia entre ambas situaciones? Sin duda, la calidad y peso específico del autor.
Philip Glass es el elemento imprescindible capaz de cumplir las expectativas generadas ante un acontecimiento de estas características. Pero con una partitura muy superior al libreto, tal vez decepcione un poco la benevolencia con la que al final se trata al personaje de Disney, dadas las expectativas iniciales. La novela en la que se basa la obra, Der König von Amerika, de Peter Stephan Jungk, es mucho más despiadada que el resultado final de The Perfect American.
El estreno mundial de una ópera puede ser algo intrascendente (véase Faust-Ball), o puede ser un momento especial, casi mágico. ¿Qué elemento marca la diferencia entre ambas situaciones? Sin duda, la calidad y peso específico del autor.
Philip Glass es el elemento imprescindible capaz de cumplir las expectativas generadas ante un acontecimiento de estas características. Pero con una partitura muy superior al libreto, tal vez decepcione un poco la benevolencia con la que al final se trata al personaje de Disney, dadas las expectativas iniciales. La novela en la que se basa la obra, Der König von Amerika, de Peter Stephan Jungk, es mucho más despiadada que el resultado final de The Perfect American.
Quien conozca la obra de Glass sabe que su lenguaje musical no es un lenguaje operístico tradicional. Está lleno de peculiaridades minimalistas que hacen que su música sea inconfundible en su particularidad. Pero en el Perfecto americano descubrimos un Philip Glass distinto, que se encuentra en un momento creativo extraordinario.
Tras una madurada evolución, ha creado una línea musical dotada de una coherencia insólita. La cadencia de la música resulta irresistible desde los primeros acordes. De un modo casi hipnótico, el ritmo virtuoso marcado principalmente por la percusión, traza un camino imposible de abandonar hasta el final de la obra. Bajo la influencia de Brukner, elabora largos fragmentos que se repiten. Notas aparentemente ocultas que Glass situa en primer plano y transforma en el tema principal.
Su amplio sentido del tiempo, casi quietud, evocador de la música de Ravi Shankar, se combina magistralmente con los súbitos cambios de ritmo.
UNA ESCENOGRAFÍA SENCILLA Y BRILANTE
La propuesta del director de escena Phelim McDermott parte de un reto inicial, crear una puesta en escena sobre Walt Disney sin utilizar ninguno de sus famosos dibujos. No hay que olvidar que Disney es, ante todo, una de las principales marcas del mundo, derechos incluidos.
Esto ha permitido dar un mayor margen de creatividad y frescura. Para ello, ha construido un espacio escénico onírico, que asemeja un antiguo estudio de cine con un cierto aire decadente, casi melancólico, donde utiliza las proyecciones como principal hilo descriptor de las capas o cuadros que diferencian las distintas escenas, creando un espacio entre la realidad y los sueños.
Las imágenes de sencillos dibujos en desarrollo, creando figuras y complementando espacios, plantean una de las primeras reflexiones de la obra, el proceso artístico-creativo. El verdadero protagonista por encima de la obra final y la representación de éste como una cadena de producción.
La obra no trata sobre la vida de Disney, se ocupa de momento puntuales, principalmente sus últimos meses de vida. La relación con su hermano Roy, con el resto de su familia. Sus temores ante la cercanía de la muerte y el deseo de querer vivir eternamente.
Se plantea también el siempre delicado dilema de la propiedad intelectual. Disney no creó ninguno de sus personajes, y este conflicto tienen una gran presencia en la obra a través del trato con uno de sus dibujantes.
El cuadro de cantantes es en esta ocasión de un notable equilibrio. El libreto no es extenso y tampoco es grande la dificultad de los distintos personajes. Pero esto no impide realizar un trabajo extraordinario a Christopher Purves, muy reconocido por el público. Es un Disney bien caracterizado y transmitiendo vocalmente la potencia y personalidad del personaje. La misma contundencia vocal que demostró David Pttsinger, como Roy Disney. Ambos cantantes empastaron perfectamente en los duos.
Donald Kaasch, otro gran conocido en este teatro, creó un dibujante desafiante y protestón que se enfrentó a los hermanos Disney en un plano de equilibrio e igualdad.
Wall Disney mandó construir un autómata de Abraham Lincoln que aparece en la obra y que es utilizado para descubrir la personalidad más oscura del protagonista. Un impresionante (por su envergadura) Zachary James, da vida al autóata Lincoln.
Otra de las figuras que aparece relacionada con el protagonista es Andy Warhol, representado por el tenor John Easterlin, muy conocido y reconocido por el público madrileño y maestro en dotar a sus personajes de un histrionismo necesario para redondearlos.
Resaltar en esta ocasión, y ya son muchas, la actuación del coro. Un empaste perfecto para unas bellísimas particelle elaboradas por Glass que son, junto con un par de solos de chelo, las notas más hermosas de esta nueva obra tan llena de delicadeza y momentos íntimos.
El director musical Dennis Russell Davies demuestra su perfecto conocimiento del autor y de su obra. Extrae de la Orquesta un sonido delicado, nítido y lleno de frescura y pone su grano de arena en la cada vez mayor profesionalidad y calidad de la Sinfónica de Madrid. Los sonidos de la percusión son los principales responsables de la personalidad de esta obra.
Es importante dejar constancia de algunos detalles. La casi unánime opinión favorable por parte de un público que aplaudió sobradamente, y la abundancia de público joven en el patio de butacas. Este extremo, junto con la repercusión internacional que ha tenido este estreno mundial, satisfacen dos de las razones por las que Gerard Mortier fue contratado por el Teatro Real: atraer nuevos públicos y situar al teatro en el panorama internacional.
The Perfect American
Philip Glass (1937)
Teatro Real, ópera en dos actos
Libreto de Rudy Wurlitzer
D. musical: Dennis Russell Davies
D. escena: Phelim McDermott
Purves, Pittsinger, Kaasch, Kelly,
McLaughlin, Tynan, Fikret, Lomas,
James, Easterlin, Noval-Moro, Gálvez, Buñuel.