«Desde 1981 no he dirigido Fidelio y cuando terminé dije que no lo volvería hacer». Estas palabras de Hartmut Haenchen, director musical de Fidelio 34 años después, describen perfectamente el carácter y la dificultad de esta obra.
La única ópera de Beethoven, de la que escribió tres versiones diferentes y hasta cuatro oberturas, tiene dos caracteres o almas muy diferenciados que vienen influenciados, cada uno de ellos, de las tendencias operísticas del momento.
La primera parte tiene una clara influencia del Singspiel vienés. Pequeña comedia burguesa de equívocos. Se trataba del género más popular de Viena que Mozart contribuyó a dignificar con obras como La flauta mágica o el Rapto en el Serrallo.
La segunda fuente viene de los conocidos como “piezas de salvamento”. Género muy afianzado en Francia al final de La Revolución Francesa que tenía siempre la misma estructura: alguien se encuentra en prisión por una causa injusta y es liberado, a través de una acto heroico, restableciendo la justicia y el orden.
Beethoven construye con estas dos fuentes de inspiración una obra que comienza como un Singspiel, ligero y divertido, y poco a poco va derivando hacia la gran explosión romántica que es. Desaparece lo anecdótico y deja paso al drama heroico.
34 años ha tardado el director musical Hartmut Haenchen en afrontar de nuevo esta obra de ingeniería beethoveniana. Escuchando la obertura, una podía pensar que tal vez debiera haber esperado un poco más.
Pero las dudas desaparecen al escuchar el interludio para el cambio de escena antes del último acto, donde el volumen de la música fue superior al resto de la representación, también la intensidad y la fuerza interpretativa, algo ausente hasta ese momento. Haenchen cambió la tradición seguida hasta este momento en la que se suele interpretar la obertura Leonore nº 3, para interpretar los últimos movimientos de la 5º Sinfonía. Demostró el maestro Haenchen conocer la obra a la perfección.
Su trabajo con los manuscritos de Fidelio han posibilitado la localización de numerosos errores de imprenta que la editorial Alkor Edition Kassel GmbH va a subsanar a través de una adenda.
La escenografía de Pier´Alli, muy clásica y ya representada en el Palau de les Arts Reina Sofía, tiene sus peculiaridades. El vídeo, cada vez con más presencia en las producciones operísticas como herramienta que proporciona un gran desahogo a los escenógrafos, consigue en este Fidelio efectos notables. Una simulada cámara nos adentra en las mazmorras de la fortaleza donde se encuentra recluido Florestan. Pier´Alli ha creado una escenografía llena de elementos ambíguos e inquietantes. Ha introducido desde las primeras escenas instrumentos de tortura que forman parte de las escenas cotidianas de los personajes, creando una convivencia natural con potros, guillotinas o borceguíes.
Con estos elementos habría sido más que interesante ver la propuesta de la escenografía inicialmente anunciada de La Fura Dels Baus.
La iluminación es casi un personaje en algunas escenas. La luz, a la que regresan libres los prisioneros que habitan la fortaleza, y la ausencia de esa misma luz describe la situación del héroe encarcelado.
Beethoven, que prefería volcar sus esfuerzos en la parte instrumental en lugar de la vocal, ofrece una partituras que suponen todo un desafío para los cantantes y el coro. La música es potente y se necesitan voces de un porte casi wagneriano para abordar los papeles.
No ha sido el caso de su protagonista. La soprano canadiense Adrianne Pieczonka, comenzó tímidamente su intervención. Con poca contundencia y muy justa de fiato cuando de Fidelio se trataba. Mucho mejor como Leonore, consiguió momentos de gran lirismo y dramatismo.
Anett Fritsch fue una Marcelline con chispa y vida. Con suficiente volumen y buenos agudos parecía rivalizar a veces con Leonore. Hizo buena y equilibrada pareja con Ed Lyon, tenor aplicado que interpretó a un simpático Jaquino.
El germano-canadiense Michael König, del que conocemos su evolución artística (no falta ninguna temporada desde hace cinco), no tiene entre sus cualidades la elegancia en la línea de canto, pero no canta mal, no comete graves errores y da todas las notas sin dejarse una. Dadas las dificultades del personaje, eso ya es mucho.
Franz-Josef Selig. Después de su inolvidable Marke de la pasada temporada, ha compuesto un entrañable Rocco. De voz densa y timbre cálido y penumbroso, se acompañaba con una buena presencia escénica y actoral.
Alan Held no emocionó a nadie. Es más barítono que bajo y su Pizarro no pasó de ser aseado.
El coro, como siempre, ¡grande!. Unos conmovedores prisioneros que explotaron en volumen y emoción al final de la obra. Muy destacables los dos solistas, Enrique Lacárcel y Carlos García-Ruiz, con una calidad vocal que para sí quiera a veces algún protagonista.
Un éxito moderado para este Fidelio. Una noche más que sumar a una temporada que corre el peligro de iniciar una era rutinaria. Menos mal que mis conocimientos sobre automóviles de lujo se están completando con las sorprendentes y mágicas apariciones en el vestíbulo del Teatro de máquinas tan imponentes como inalcanzables. Hay que hacer caja.
FIDELIO
Ludwig van Beethoven (1770-1827)
Ópera en dos actos
Teatro Real, 5 junio 2015
Libreto de Joseph von Sonnleithner, revisado por Stephan von Breuning y Georg Friedrich Treitschke, basado en el libreto de Léonore, ou l´amour conjugal (1798) de Jean-Nicolas Bouilly.
D. musical: Hartmut Haenchen
D. escena: Pier´Alli
Coreógrafa: Simona Chiesa
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Michael König, Adrianne Pieczonka, Franz-Josef Selig, Anett Fritsch, Ed Lyon, Goran Juric, Alan Held,
Enrique Lacárcel, Carlos García-Ruiz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real