SOCIEDAD DE CONCIERTOS DE ALICANTE.
TEATRO PRINCIPAL DE ALICANTE. Obras de Arnold Schönberg, Aran Khachaturian y Johannes Brahms. Sofya Melikyan (piano), David Haroutunian (violín) y Mikayel Hakhnazaryan (violonchelo).
Diego Manuel García Pérez.
La Sociedad de Conciertos de Alicante ha cumplido su cincuenta temporada, desde aquel lejano mes de septiembre de 1972, en que se programó el primer concierto. En ese largo período de tiempo y gracias a la entusiasta e intensa labor de un grupo de aficionados alicantinos, se han programado más de novecientos conciertos, con un gran predominio de la música de cámara, que ha convertido a esta entidad es uno de los grandes referentes de ese género en Europa. También, es preciso citar al Teatro Principal de Alicante (bastante olvidado por las entidades públicas), que ha sido la sede habitual de esos conciertos, y cuya excelente acústica ha propiciado que los aficionados hayan podido disfrutar al máximo del sonido instrumental.
Para la clausura de esta cincuenta temporada se ha podido escuchar un concierto de extrema calidad, por las obras programadas así como por las interpretaciones del excelente trío de instrumentistas armenios formado por la pianista Sofya Melikyan, el violonchelista Mikayel Hakhnazaryan y el violinista David Haroutunian. La primera de las obras Noche transfigurada de Arnold Schönberg (Viena,1874-Los Ángeles, California,1951), compuesta en 1899 y estrenada en 1902, constituye un verdadero punto de inflexión entre la estética postromántica y la música de vanguardia, que ya aparecerá con fuerza a comienzos del Siglo XX. Concebida por un joven Schönberg de apenas veinticinco años, para sexteto de cuerdas, siguiendo el desarrollo del poema homónimo de Richard Dehmel, que la convierten en una obra de carácter programático pionera en el género camerístico. Schönberg realizó en 1917, una versión para orquesta de cuerdas. Y, en 1943, el pianista y compositor Eduard Steuermann, discípulo y amigo de Schönberg, realizó una adaptación para un trío de cámara formado por violín, violonchelo y piano (la que pudo escucharse en este concierto), que personalmente considero sumamente adecuada para plasmar ese poema de Richard Dehmel, que fundamentalmente es un continúo diálogo entre la voz de una mujer (violín) y la de un hombre (violonchelo), junto a la multifunción del piano: para mostrar al comienzo de la obra, las características de un entorno boscoso y sombrío, solo iluminado por la luz de la luna; también en sus muchas intervenciones donde se muestra como catalizador en los intensos diálogos de la pareja; y, en muchos momentos, llega a realizar un acompañamiento casi polifónico. La obra tiene una continuidad musical que sigue las cinco partes en que está dividido el poema de Dehmel. La primera de ellas introducida por el piano con unos suaves y sombríos acordes que configuran un primer tema musical al que se incorpora el violonchelo y poco después el violín, que pronto nos deleita con dos magníficos trinos. Violín y violonchelo dialogan y se yuxtaponen con extraordinarios efectos sonoros, el primero en un predominante registro agudo y el segundo en registro más grave. La segunda parte se inicia con un fortísimo trémolo del violín, cuando en el poema la mujer le confiesa al hombre que está embarazada, y que el hijo que espera no es suyo sino consecuencia de una ocasional relación con un extraño; lo que produce un estado de confusión y perplejidad en el hombre. Y, toda esta situación se traduce musicalmente con la reiterada intervención del violín, con alternantes sonoridades (algunas de carácter áspero que rozan la atonalidad), y que reproducen el estado anímico de la mujer, auto inculpándose por su conducta, con ocasionales respuestas del piano junto al violonchelo emitiendo en pizzicato, y dramáticos diálogos de violín y violonchelo. En la tercera parte, siguen predominando las intervenciones del violín, cuyas inflexiones sonoras traducen el caminar de la mujer con desarticulados pasos, totalmente abatida; esta tercera parte concluye con el sonido en pianísimo de los tres instrumentistas, que enlaza con la cuarta parte del poema, cuando el hombre perdona a la mujer y muestra su amor por ella, traducido musicalmente en un brillantísimo “Adagio”, iniciado con un precioso solo de violonchelo. Esta cuarta parte está dominada por los amorosos diálogos de violín y violonchelo, con una reiterada melodía de extrema belleza que nos recuerda el gran dúo de amor de Tristan e Isolda. La quinta y última parte se inicia con unos cristalinos acordes del piano que dan entrada, de nuevo, a los amorosos diálogos tristanescos de violín y violonchelo. La obra concluye con el protagonismo del violín moviéndose en el registro agudo, ofreciendo unas inflexiones sonoras de gran belleza. El sonido del violín se va aligerando hasta emitir en pianísimo, con acompañamiento también en pianísimo del piano junto al violonchelo en pizzicato, con una coda final donde pueden escucharse conjuntados piano, violín y violonchelo, con acariciantes y suaves notas que reproducen los pasos de una pareja de enamorados en una clara noche, en contraposición con la sombría música que marca el comienzo de la obra.
Sin duda, puede resultar un tanto exhaustivo el análisis de está obra, ciertamente alejado de una crítica al uso, pero que considero necesario, sobre todo para aquellos aficionados asistentes al concierto interesados en profundizar en el conocimiento de esta extraordinaria composición.
Un público verdaderamente entusiasmado dedicó fuertes aplausos al trío de interpretes, cuyas intervenciones rayaron a gran altura.
Homenaje a Aran Khachaturian.
Los tres instrumentistas armenios quisieron dedicar en este concierto, su particular homenaje al gran compositor georginano de origen armenio Aran Khachaturian (Tbilisi, Georgia, 6 de junio de 1903 – Moscú, Unión Soviética, 1 de mayo de 1978), en el ciento veinte aniversario de su nacimiento. La primera de las obras Rêve pertenece a una composición juvenil de Khachaturian de 1926: se trata de la segunda de las Dos piezas para violonchelo y piano, donde el chelista Mikayel Hakhnazaryan, realizó una gran interpretación ofreciendo su gran técnica y capacidad expresiva de una página plena de intenso lirismo, con reiterativas exposiciones de bellos motivos musicales. Muy bien la pianista Sofya Melikyan, en su labor de acompañamiento y en los momentos donde adquiere protagonismo. El ballet Gayaneh fue estrenado por Khachaturian en 1942 y revisado en 1952 y 1957. Este ballet contiene sendos fragmentos: “La Danza de Aisha” y el famosísimo “Adagio” que el cineasta Stanley Kubrick utilizó en su película 2001 una odisea del espacio de 1968. El gran violinista Jasha Heifetz realizó un arreglo para violín y piano, de “La danza de Aisha”, página de fuerte contenido folclórico, donde el violinista David Haroutunian ofreció una interpretación plena de virtuosismo bien secundado por la pianista Sofya Melikyan. Del “Adagio”, Abram Ilich Yampolsky realizó un arreglo para solo de violín, donde, de nuevo, brilla sobremanera David Haroutunian, para plasmar una música plena de intensa melancolía y que crea una sensación de aislamiento y soledad. El violinista muestra su capacidad para producir contrastadas sonoridades, dando la impresión, por momentos, que se están escuchando dos violines. La pianista Sofya Melikyan, también tuvo la oportunidad de mostrar su capacidad virtuosística y gran expresividad, en la ejecución de acordes vigorosos y frenéticas escalas en su interpretación de la Toccata en mi bemol mayor para piano, obra compuesta por Khachaturian en 1932.
En la segunda parte del concierto, se pudo escuchar el Trío para piano y cuerdas nº 1 de Johannes Brahms en su versión original de 1854 (en 1889, Brahms realizaría una importante revisión de la obra, reduciendo sensiblemente su duración), donde el compositor con apenas veintiún ya era capaz de ofrecer una obra de excelente factura, donde se pueden percibir ciertas influencias de Beethoven y Schumann, pero ya ofreciendo una muestra de su inconfundible estilo. Se estructura en cuatro movimientos: el primero de ellos “Allegro con brio”, ocupa casi la mitad de la obra, y está construido en forma de sonata, con un primer tema introducido por el piano al que se une el bellísimo sonido del chelo (magnífico Mikayel Hakhnazaryan), mantenido durante bastantes compases, y después del violín, que ejecutan un tema de intenso lirismo, que irá reapareciendo en el transcurso e la obra. Resaltar también las intervenciones del violín en sus intensos diálogos con el chelo en perfecta conjunción con el piano (excelente prestación de Sofya Melikyan), que ofrece, por momentos, imponentes efectos sonoros. El tema inicial vuelve a ser retomado y la coda conclusiva es de una arrebatadora belleza.
El segundo movimiento “Scherzo (Allegro molto)”, muestra el virtuosismo de los tres instrumentistas en el “Scherzo”, emitiendo vertiginosas notas, que contrastan con una bella melodía en la sección “Allegro molto”, donde brilla de nuevo el sonido del chelo, para volver a retomarse el vertiginoso tema inicial. Y, en puro contraste, en el tercer movimiento “Adagio”, se crea una atmósfera de serena quietud, donde destacan unas lentas y melancólicas notas del piano y las intervenciones en pianísimo de violín y violonchelo, que vuelve a destacar interpretando una melodía de tintes evocadores y nostálgicos. En la coda conclusiva de este precioso “Adagio”, el conjunto de instrumentistas ejecuta notas en pianísimo donde el sonido se va desvaneciendo hasta desaparecer. Y, de nuevo, en un fuerte contraste, el “Allegro” conclusivo de la obra nos sumerge en un clima turbulento con la emisión en forte de los tres instrumentos. También en este movimiento, adquiere protagonismo el violonchelo. La obra concluye a un ritmo de gran intensidad sonora, donde los tres interpretes extraen un máximo rendimiento de sus instrumentos. En fin, una brillantísima interpretación de este trío brahmsiano.
Ante los continuos aplausos de un público enfervorecido, la pianista Sofya Melikhan, con un buen español, anunció que como conclusión del concierto se iba a interpretar la famosa “Danza del sable”, perteneciente al ballet Gayaneh. Esta colorista y vertiginosa danza fue interpretada por los tres instrumentistas de manera muy brillante, ofreciendo sonoridades casi equivalentes a las de toda una orquesta.