Wozzeck. El hombre es un abismo

Wozzeck

Wozzeck es una obra compleja que requiere, entre otras cosas, una pequeña dosis de paciencia inicial. Es una ópera con constantes desafíos a los que permanentemente hay que sobreponerse. No puedo decir que me haya gustado, pero tampoco lo contrario. Uno se puede sentir sobrecogido,  inquieto, agobiado,  y siempre espectante. Y es que Wozzeck es una ópera con un propósito diferente.

El desasosiego ha caído sobre el Teatro Real como una lluvia fina que apenas se nota, pero que cala hasta los huesos. Y el responsable no es otro que Wozzeck, del compositor Alban Berg y basado en Woyceck, de Georg Büchner (la diferencia entre el nombre y el título se debe a un error en la primera edición que Berg optó por conservar). Su participación en la Primera Guerra Mundial, llevó a Berg a desarrollar un pronunciado antimilitarismo que, sin embargo, no impidió la composición de esta obra con un antiguo militar esquizofrénico como protagonista.
Nunca unos aplausos fueron tan extrañamente tímidos. El público acababa de ser sometido a una presión no resuelta del todo en esta producción.
Wozzeck no resulta fácil de escuchar. Su lenguaje musical y argumental es descrito  con la abstracción de la música atonal, presentando un universo dramáticamente injusto y trasladando al público una inquietud cuyo origen no se ubica facilmete. ¿Es la música?, ¿es el argumento? Una extraña incomodidad que llevó a algunos espectadores desprevenidos a abandonar la sala.
La puesta en escena de Christoph Marthaler, producción estrenada en la Ópera de Paris en 2008, resultaba un tanto deslucida y rutinaria por su cotidianeidad y simpleza. Se trataba de un escenario único, en primer plano una carpa como de feria y tras ella un parque de juegos infantiles que podríamos encontrar en cualquier ciudad. De hecho, Marthaler la descubrió  paseando por las calles de Gante.  La escena de los niños jugando y los mayores aislados en su mundo, ocupando cada uno una mesa en solitario, fue su fuente de inspiración para trazar dos mundos claramente diferenciados y ninguno de ellos exento de melancolía. La escenografía no cuenta con la rotundidad  que si pudimos ver en el Wozzeck de Calixto Bieito en 2007. En esta ocasión, la propuesta de Marthaler rebajó la intensidad y fuerza que posee la partitura de Berg.
Y atendiendo las mesas situadas en la carpa, un Wozzeck angustiado, inquieto, maniático, compulsivo e ingenuo. Interpretado por Simon Keenlyside, el personaje de Wozzeck resultó muy convincente en lo teatral. Se llega a sentir una cierta compasión por este pobre hombre que alcanza la locura empujado por una opresiva sociedad y una medicina que, lejos de buscar su remedio, utiliza sus debilidades para satisfacer su curiosidad y su ego. La voz de Keenlyside no es en absoluto voluminosa, en algún momento costaba escucharle, pero había reservado todo el dramatismo para el final del tercer acto. Conmovedor.
Nadja Michael, como Marie, está dotada de un instrumento con una potencia y contundencia admirables. Su partitura no es fácil puesto que debe mantener un delicado equilibrio para que los gritos expresen emociones y no excesos. El resultado es muy satisfactorio y elocuente.
El capitán, interpretado por Gerhard Siegel, tuvo un punto histriónico, casi desapacible, que potenció el personaje. Su voz e interpretación resultaron muy afiladas e incisivas.
El doctor, Franz Hawlata, interpretó un papel acertadamente malvado. Contribuyó a ello una escasísima calidad de voz, muy adecuada para el personaje, ruin y despreciable, pero no para un escenario como el del Real.
Jon Villars, como tambor mayor, protagonizó una tórrida escena junto a Nadja Micael. Su aspecto tosco, un vestuario acertadamente hortera y su capacidad teatral, dieron gran verosimilitud al personaje.
El resto del reparto, Roger Padullés, Scott Wilde, Katarina Bradic, Tomeu Bibiloni, Francisco Vas, Antonio Magno y Enrique Lacárcel, equilibraron a la perfección el cuadro de cantantes y algunos como Katarina Bradic y Francisco Vas, con una perfecta dramatización de sus personajes.
La orquesta, un poco destemplada al inicio, como la propia partitura y como lo estábamos todos, se fue entonando para ofrecer momentos impactantes, con una potencia arrebatada a veces, pero sin estridencias.
Sylvain Cambreling no es un director de grandes pasiones, pero su técnica es depuradísima y supo extraer de la orquesta sonidos y momentos espectaculares y cargados de intención. Todo para llegar a la reflexión sobre una historia familiarmente dramática.

Alban Berg (1885-1935)
Ópera en tres actos y quince escenas
Libreto del compositor, basado en
Woyzeck de Georg Büchner
Nueva producción en el Teatro Real,
procedente de la Opéra National de Paris
D. musical: Sylvain Cambreling
D. escena: Christoph Marthaler
Escenografía y figurinista: Anna Viebrock
Iluminador: Olaf Winter
Dramaturgo: Malte Ubenauf
D. coro: Andrés Máspero
D. coro de niños: Ana González
Reparto: Simon Keenlyside,
Nadja Michael, Jon Villars, Roger Padullés, Gerhard Siegel, Franz Hawlata, Katarina Bradic, Scott Wilde, Tomeu Bibiloni,
Francisco Vas, Antonio Magno,
Enrique Lacárcel, Álvaro Vallejo