Tabaré en el Teatro de la Zarzuela 112 años después

Tabaré

En 1913 se estrenó en Madrid, en el Teatro Real, la ópera Tabaré, compuesta por Tomás Bretón a partir del poema de Juan Zorrilla de San Martín. La obra se sitúa en los inicios de la conquista de Uruguay, y narra las luchas que se produjeron entre los pueblos de Mar del Plata y los conquistadores españoles. Nos cuenta las aventuras de un indio mestizo que luchaba por la pacificación entre los dos bandos.

El protagonista de la historia corrió a cargo en su estreno de uno de los más importantes tenores del momento, Francesc Viñas, en medio de una gran éxito. Pero como en tantas ocasiones, esta obra desapareció tras su primera temporada. Hasta ahora, cuando ha sido rescatada por el Teatro de la Zarzuela. Cumpliendo así una de sus principales misiones de dar a conocer nuestro patrimonio lírico.

Tomás Bretón consideraba Tabaré como su mejor ópera. Sin duda es una de las más complejas, en cuanto a escritura musical. Con indudables influencias wagnerianas, llena de contrastes y gran expresividad. Las partes vocales tampoco se quedan atrás en cuanto a dificultad. Los papeles protagonistas son de gran exigencia y se necesita un cuadro de cantantes de alto nivel.

Bretón no llegó nunca a superar el hecho de que fuera una zarzuela, La verbena de la Paloma, por la que sería reconocido internacionalmente, y no una de sus composiciones operísticas, como le hubiera gustado. Pero fue una obra “menor”, de apenas cincuenta minutos de duración, la que le convirtió en un compositor universal.

Siempre tuvo el empeño el compositor de situar la ópera española a un nivel reconocido internacionalmente. Pero nunca pudo estar a la altura de la ópera italiana, francesa o alemana, tampoco en España tuvo reconocimiento. Ahora, y tras un intenso trabajo realizado con la partitura manuscrita de Bretón, tenemos la oportunidad de descubrirla en versión de concierto.

La obra, de casi dos horas y media de duración, se ofreció del tirón y sin avisar, lo que debió causar algún estrago. La dirección de Ramón Tebar no cuidó demasiado a los cantantes, que se desgañitaban para ser escuchados. El volumen de la orquesta se le fue un poco de las manos al director, sobre todo en el primer acto. Los mejores momentos fueron los de mayor lirismo, no sé si por mérito de la partitura o porque el oído descansara un poco.

 

Una de las protagonistas debutaba en este Teatro, Maribel Ortega, como Blanca. A ella se deben los momentos de mayor lirismo y delicadeza. Algo nada fácil en algunos momentos, pues tenía que rivalizar con el volumen de la orquesta. El resultado no fue siempre limpio.

El otro protagonista fue el tenor Andeka Gorrochategui en el rol del valiente Tabaré. Posee un hermoso timbre, pero su manera de cantar, siempre esforzada, le llevó a pasar más de un momento de apuro al final de la obra. Cruzado de brazos y con un vaivén algo nervioso, no podía soltar la botella de agua. Daba un poco de angustia verle.

El barítono Juan Jesús Rodríguez, como Yamandú, tuvo una brillante actuación. Su partitura era endiablada, pero le hizo frente con autoridad y definiendo vocalmente muy bien al personajes.

Otra labor nada fácil tenía por delante el bajo malagueño Luis López Navarro, como Padre Esteban y Siripo. Con un notable volumen y buena línea de canto, domesticó a la fiera de su partitura y salió más que airoso. Solo le faltó matizar en algunos momentos.

Airoso salió también Alejandro del Cerro, en su rol de Gonzalo. Aunque en ocasiones un poco destemplado, consiguió dejarse escuchar, que no era poco.

Marina Pinchuk, como Luz, puso el punto de elegancia y templanza en su canto, algo que, a la vista del resultado final, no era tarea fácil.

Muy bien estuvieron los comprimarios David Oller, como Ramiro, Ihor Voievodin, Garcés, César Arrieta, Damián y Javier Povedano, Rodrigo, siempre atentos y sincronizados.

Al inicio se escuchó una locución de Daniel Bianco, director de Teatro, en favor de la paz y la concordia que proporciona la música, algo tan necesario en estos momentos inciertos. Todos los protagonistas portaban un pañuelo con los colores de la bandera de Ucrania.