Turandot cierra la temporada del Teatro Real

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La primera referencia que tenemos de la leyenda de Turandot aparece en el libro Las siete bellezas, del poeta persa Nizami en el siglo XII. En 1710 François de la Croix lo incluye en su recopilatorio de cuentos Los mil y un días. Y en 1760 el poeta y dramaturgo veneciano Carlo Gozzi convierte la historia de Turandot en una obra de teatro.
No fue hasta el siglo XX, concretamente en 1904, cuando Ferruccio Busoni compone una pequeña partitura para acompañar la obra de teatro de Gozzi. Obra y música se estrenaron en Londres en 1913, representación a la que asistió el propio Puccini. Unos años más tarde, en 1917, Busoni, que había seguido trabajando en Turandot, la estrena como ya como ópera.
Pero Puccini, que tenía casi por costumbre utilizar temas que ya habían sido usados por otros compositores, algo que le había ocasionado algunos problemas, pensaba ya en su propia Turandot desde que la escuchó en Londres.
Puccini encargó el argumento de Turandot a dos libretistas, Renato Simone, periodista del Corriere della Sera que había sido corresponsal en China, y a Giuseppe Adami, que ya había trabajado con el maestro italiano.
Durante los cuatro años que duró la composición de esta ópera, Puccini decide junto a sus dos libretistas realizar una serie de modificaciones con respecto a la historia original. Los cinco actos iniciales, pasaron a ser tres. Los cuatro personajes que Gozzi había incorporado en su obra procedentes de la ‘comedia del arte’, y el teatro de máscaras, Tartaglia, Brighella, Pantalone y Truffaldino, fueron sustituidos por tres ministros, Ping, Pang y Pong, que resultan ser meros observadores de la acción sin participar directamente en ella. Son personajes ambiguos que van derivando a lo largo de la obra en grotescos.
En su obsesión por mostrar la compleja psicología de la princesa Turandot, muy diferente al resto de protagonistas de sus obras, Puccini incorpora al libreto un nuevo personaje. Se trata de Liú, esclava de Timur y secretamente enamorada de Calaf, una mujer llena de dulzura y bondad, más del gusto de las protagonistas tradicionales de sus obras. Liú es el contrapunto a la princesa Turandot, mujer increíblemente hermosa, pero terriblemente cruel, sobre todo con los hombres, a los que culpaba de manera enfermiza de la muerte de una antepasada suya a manos de un príncipe extranjero.
Puccini no pudo terminar de escribir su última ópera.
La partitura de Turandot llegaba hasta la muerte de Liú. Faltaba la primera escena del tercer acto y una escena final para concluir la ópera. Aunque tenía el libreto con el final, el compositor no acababa de estar satisfecho y no conseguía resolver el final. Dice Robert Wilson que “Puccini no terminó Turandot porque no sabía cómo hacerlo”.
Cuando en septiembre de 1924 el compositor retoma de nuevo su obra, se reúne con Arturo Toscanini, que era por entonces director musical del Teatro alla Scala de Milán, para decirle: ‘¡si algo me sucediera, no abandones mi Turandot!’.
Al poco tiempo, el cáncer de garganta que le habían diagnosticado y del que fue operado en Bruselas, derivó en un fallo cardíaco que le produjo la muerte sin haber podido terminar su obra.
Toscanini encargó entonces el final de la partitura al compositor Franco Alfano que, a partir de una serie de manuscritos y algunas indicaciones dejadas por Puccini antes de morir, consiguió acabar la obra. En principio su composición duraba unos 22 minutos, que quedaron reducidos a 15 tras la intervención de Toscanini, y que afectaban sobre todo al aria de Turandot ‘Del primo pianto‘.
El Turandot de Robert Wilson, un clásico.
Dedicada al tenor Pedro Lavirgen, recientemente fallecido, y que fue uno de los más importantes Calaf de su generación, esta producción de Robert Wilson puede considerarse ya como todo un clásico.
Wilson es un maestro de la iluminación y la creación de atmósferas, sobre todo con la utilización que hace de las sombras. Pero también son conocidas sus producciones por la quietud, a veces exagerada, de sus personajes en escena. El motivo, como él mismo dice, se debe al absoluto respeto por la música y los cantantes, y el intento de facilitar el canto. Sin que complejas coreografías les distraigan. Aunque muchos no estén de acuerdo con el absoluto estatismo de los personajes, es innegable el alto valor estético de sus composiciones escénicas.
Como corresponde a la última producción de la temporada, en la que tradicionalmente se programa un buen número de representaciones de una de las óperas más conocidas del repertorio, este Turandot tiene tres repartos protagonistas. Todos ellos muy interesantes. Canceló Nadine Sierra, que debutaba el personaje. No se entiende muy bien que cancelara por cansancio, pues esta producción parece estar hecha para que los cantantes descansen. Tendremos que esperar para verla en este rol, del que dicen es para sopranos más maduras, vocalmente hablando.
En esta representación la protagonista ha estado a cargo de Saioa Hernández. Había también muchas ganas de verla en su debut en este rol, sobre todo después de los múltiples éxitos que está teniendo allá por donde pasa. Su técnica y dicción son impecables y lo ha vuelto a demostrar. Su voz de soprano spinto recorrió desde los graves a las notas más agudas con soltura y una clase que ya es marca de la casa. Solo echamos de menos un poco más de expresividad en el canto. Algo en lo que seguro tuvo que ver la escenografía.
Martin Muehle fue más que correcto en su interpretación de un heroico Calaf, estuvo a la altura del personaje, incluso cuando abordó Nesum Dorma, aria que añade a su dificultad, el hecho de ser la más conocida y esperada por el público.
Miren Urbieta-Vega fue una de las más aplaudidas por el público. Su Liú estuvo sobrada de dulzura y delicadeza, pero sobre todo del talento interpretativo de la soprano donostiarra. Es este un personaje que conoce y que ya le escuchamos en este teatro hace unos años, pero que ha hecho evolucionar de manera magistral.
Fernando Radó es un bajo barítono muy conocido ya en Madrid y un valor seguro cada vez que sube al escenario. Así quedó demostrado una vez más con su sentida interpretación de Timur.
Los tres ministros estuvieron a cargo de Germán Olvera, Moisés Marín y Mikeldi Atxalandabaso. La actuación de los tres fue impecable, tanto en lo vocal como en la parte escénica. Al ser tres personajes fuera del contexto del libreto, Wilson les ha diferenciado del resto de personajes vistiéndoles de forma diferente y haciendo que fueran los únicos que, no solo tienen movimiento, sino que no dejan de hacer piruetas por todo el escenario. Lo que añade mérito a su interpretación.
Muy buena actuación del resto de comprimarios en esta producción, contribuyendo al buen nivel. Vicenç Esteve, Gerardo Bullón y David Romero.
La dirección musical ha recaído en Nicola Luisotti, gran especialista, como no podía ser de otra manera, del repertorio italiano. Sabe como nadie imprimir ese carácter alegre y casi excesivo en estas composiciones, a una orquesta a la que conoce bien. No en vano, está en su casa.
Esta ópera es también la despedida del maestro Andrés Máspero, el director que ha llevado la calidad del coro del Teatro Real a sus mejores niveles. Gracias, maestro, y hasta siempre.
Un fantástico cierre a una temporada intensa, que termina con la semana de la ópera y la ya tradicional proyección en la plaza, en pantalla gigante, de una de las representaciones de Turandot.