C(h)oeurs

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Teniendo en cuenta que la mayor parte de nuestros principios, no son más que prejuicios, despojémonos de los prejuicios, incluso de algún principio y desvistamos a C(h)oeurs de toda carga o referencia política. Veamos qué es lo que queda. Había presentado el Teatro Real su nueva producción, C(H)OEURS, como el producto de la reflexión y el análisis de la masa frente al individuo. De movimientos como “la primavera árabe” o el movimiento 15M. Para proporcionar una pátina de intelectualidad a semejante cúmulo de acontecimientos se recurrió a las comparaciones, o inspiraciones filosóficas de un libro como “Las benévolas”, de Jonathan Littell. Quien conozca esta lectura y haya asistido a una representación de C(h)oeurs, convendrá conmigo que, cualquier coincidencia entre ambos no es, ni siquiera, producto de la casualidad.

“… Le di una palmada amistosa en el hombro. “No se preocupe. Todo irá bien. Pero no se deje el vino, que lo vamos a necesitar.”…”  (Las benévolas, Jonathan Littel)

Todo comienza de manera espectacular con la ira de Dios, el “Dies irae” y “Tuba mirum”, del réquiem verdiano. Los metales, situados en el proscenio, le dan mayor resonancia y la sala se inunda de sonido. La partitura suena imponente en las voces del coro. Inmediatamente se adivinan los primeros compases de la obertura de Lohengrin. La delicadísima tensión de un mar de violines nos hace pensar que vamos a ser salvados por la importante música como el que se agarra a un flotador cuando se adivina un naufragio. Sobre el escenario, las contorsiones asincopadas de Les Ballets C de la B, hace un rato que han empezado, primero a inquietar, y después a molestar al público, pero sobre todo al coro que trata de desenvolverse por el escenario.

Hacer el ridículo sobre esta música lo minimiza, cualquier cosa resulta menos ridícula con semejante fondo musical. Por eso continuamos aferrados a ella y a las espectaculares voces del coro, pero cada vez resulta más complicada esta labor. De manera deliberada lo verdaderamente importante, que es la música (no olvidar que se trata de Verdi y Wagner) va perdiendo peso, se va diluyendo y deja paso a escenas absurdas. No se puede decir que sea una coreografía, se trata de criaturas dolientes y espectrales que vagan por el escenario, incomodando al coro, como ruinas humanas agonizantes mientras intentan ponserse la ropa interior que hasta ese momento llevaban entre los dientes.

Comienza entonces, ante el desconcierto del público primero, y la burla después, la retaíla del coro diciendo de uno en uno su nombre mientras sostienen pancartas con palabras o mensajes tan manidos como trasnochados. Me recordaba el miércoles de ceniza en el colegio, cuando apuntábamos nuestros pecados en un papel antes de quemarlos. Y el recuerdo no era por las palabras en sí, que también, sino por lo escolar de la escena. En el transcurso de estos acontecimeintos, el ritmo se ha roto definitivamente para no volver a recuperarse jamás. El público, entre cabreado, aburrido y burlón, espera en sus butacas la siguiente ocurrencia, si es que no han desertado a estas alturas. La música ha desaparecido y suenan reproducciones grabadas de Macbeth o La traviata mientras una voz recita frases aparentes pero que resultaban ya completamente banales.
El espectáculo es, en suma, de una calidad ínfima, penosa. Resulta realmente asombroso, primero, que una producción escénica pueda cargarse de un plumazo coros de Verdi y Wagner interpretados por una de las mejores orquestas y coros europeos. Y segundo, que un teatro como el Real de Madrid haga propuestas artísticas de una pobreza tan desmedida. Tal vez la discusión sea esa, la de que algunos consideren una genialidad esta capacidad de destrucción.

Dice Alain Platel que lleva montando esta obra desde hace 6 años y que al producirse los acontecimientos a los que alude, decidieron llevarla a cabo. Esto es totalmente incoherente, y sería oportunista, si no fuera porque ya llega tarde.
Platel cree ocupar la cima de la cultura europea, quiere que discutamos de sus ropajes, cuando queda claro que está desnudo. Lo que la cultura necesita son propuestas realmente arriesgadas. Que la masa encefálica quede por encima de la masa populista. Ejemplos hemos tenido, sin ir más lejos esta misma temporada en el Real, de la mano de Peter Sellars y su Iolanta y Persephone. Y podríamos remontarnos y citar más obras que han generado polémica de altura.

La sensación que deja esta “performance” es de vacío y tristeza.

Hay que reconocer cierta habilidad por no incluir un descanso, no es necesario explicar la razón. Y el éxito mediático, normal, ¿qué necesita un mediocre para no pasar desapercibido? ¡¡RUIDO!!

“…Pero no descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más suerte que yo, pero que no sois mejores. Pues si tenéis la arrogancia de creer que lo sois, ahí empieza el peligro…”

“… Como la mayor parte de la gente, no pedí convertirme en asesino. Si hubiera estado en mi mano, ya lo he dicho, me habría dedicado a la literatura…”

(Las benévolas, Jonathan Littel)

 

C(H)OEURS
(Coros/Corazones)
Madrid, 12 marzo 2012, Teatro Real
Proyecto de Alain Platel, con música De Giuseppe Verdi (1813-1901) y Richard Wagner (1813-1883)
D. musical: Marc Piollet
D. de escena y coreografía: Alain Platel
Escenografía: Alain Platel
Dramaturgia: Hildegard De Vuyst
Dramaturgia musical: Jan Vandenhowe
Figurinista: Dorine Demuynck
Iluminación: Carlo Bourguignon
D. del coro: Andrés Máspero
Les Ballets C de la B
Coro y Orquesta titulares del Teatro Real
(Coro Intermezzo y Orquesta Sinfónica de Madrid)