Saioa Hernández resucita a Circe en el Teatro de la Zarzuela

Circe Teatro de la Zarzuela

No tenían una fácil tarea el maestro Juan Udaeta ni la SGAE cuando se les encargó este trabajo sobre la partitura de Circe, una de las obras menos conocidas de Ruperto Chapí, que fue escrita para la inauguración del Teatro Lírico de Madrid el 7 de mayo de 1902. Nada que ver esta obra de Chapí, que sirve para estrenar temporada, con El Rey que rabió, con la que se concluyó la pasada temporada, también en el Teatro de la Zarzuela.

Circe es una obra muy peculiar. Como muy bien la define el maestro Casares, “es la ópera más perturbadora de toda nuestra historia”. Y para escucharla hay que prepararse como si de una obra de Wagner se tratara. Si te abandonas a su música, hay momentos en los que parece ciertamente Wagner, claro está, salvando las distancias. Circe es un compendio de sonoridades de inspiración compleja que resultan familiares, no solo por la inspiración wagneriana, evoca también a Camille Saint-Saëns.

Es una partitura técnicamente muy por encima de la escritura vocal, que es muy plana y monótona. Solamente en el segundo acto, donde la melodía hace acto de presencia, y en el dramático final, los intérpretes tienen algún momento de mayor lucimiento.

Para esta representación en versión de concierto, el Teatro de la Zarzuela ha echado mano de valores seguros en el aspecto vocal. Saioa Hernández, como Circe, hizo frente a esta partitura, más declamada que cantada, con esa amplia y caudalosa voz que atesora. A pesar de no dejar de cantar en las casi dos horas que dura la obra, reservó lo mejor para el final, la muerte de Circe, que fue un despliegue de dramatismo e intensidad.

El Ulises de Alejandro Roy no desmereció en intensidad a Circe. El tenor asturiano, con un más que notable volumen de voz, hizo frente a los endemoniados agudos de su partitura con gran solvencia. Muy buena intervención del siempre valor seguro Rubén Amoretti, en el papel de Arsidas.

García Calvo extrae de la Orquesta un sonido de una calidad y pulcritud extraordinaria. La Orquesta titular del Teatro parece otra en las manos del maestro madrileño. Permitió lucirse a los cantantes sin interferir en ningún momento con el sonido orquestal. Acompañó perfectamente las voces sin rivalizar con ellas. Siempre preciso en la dirección, a pesar de las dificultades de comunicación por el uso de la mascarilla.

No es esta la obra más señera de Chapí, aunque el objetivo de su composición fuera muy ambicioso.  Al escucharla puede entenderse que estuviera tanto tiempo sin programarse, pero es una suerte haber tenido la oportunidad de escucharla. Gracias, entre otros, a la labor del Teatro de la Zarzuela y a su empeño por recuperar obras de la lírica española.

Fotografía: Elena del Real