El tenor peruano Juan Diego Flórez publica su primer disco enteramente en francés, en colaboración con la Orchestra e Coro del Teatro Comunale de Bolonia y el director Roberto Abbado. L’Amour supone su primer disco en cuatro años e incluye las arias preferidas del tenor del repertorio de Massenet, Gounod y Donizetti, además de exquisitas rarezas de Adam y Boieldieu. Esta magnífica grabación subraya su estatus entre los intérpretes clásicos más destacados del mundo y despliega los ricos y nuevos timbres de su voz. Incluye las emociones anhelantes de “Pourquoi me reveiller” de Massenet, el ingenio centelleante de “Au mont Ida, trois déesses” de La Belle Hélène de Offenbach y la sentida simplicidad de “Ô nature pleine de grâce” de Massenet. También contiene tesoros infrecuentes, entre ellos “Viens, gentille dame” de Adrien Boieldieu y “Mes amis, écoutez l’histoire” de Le Postillon de Lonjumeau, de Adolphe Adam, en la que Flórez asciende sin esfuerzo hasta los gloriosos Res sobreagudos del aria, la nota más aguda escrita nunca para tenor. Con L’Amour, Flórez despliega su maestría total en la técnica del bel canto. Comienza con “Prendre le dessin d’un bijou” de Delibes, una pieza lírica que causa sensación procedente de la ópera Lakmé, antes de pasar a la sublime aria de Romeo “L’amour! … Ah! lève-toi, soleil!” de Roméo et Juliette de Gounod. El cautivador repertorio abarca los años 1825 a 1892, extendiéndose desde La Dame blanche de Boieldieu a Werther de Massenet. “Las selecciones aquí recogidas abarcan de la seriedad épica de Les Troyens de Hector Berlioz a la procaz La Belle Hélène de Jacques Offenbach”, observa el catedrático de Musicología Steven Huebner en sus informativas notas al programa. Otros momentos destacados del disco incluyen la serenata “À la voix d’un amant fidèle” de La Jolie Fille de Perth de Bizet, basada en un relato de Sir Walter Scott, la apasionada aria “Un ange, une femme inconnue”, de la gran ópera de Donizetti La Favorite, y la evocadora melodía folclorizante de Le Roi d’Ys de Lalo, “Vainement, ma bien-aimée”.
L’Amour — Arias francesas para tenor
La ópera francesa del siglo XIX es un despliegue constante de deliciosas piezas de lucimiento para tenor, defendidas en el pasado reciente por artistas internacionales como Nicolai Gedda, Alfredo Kraus y Leopold Simoneau. Enmarcadas cronológicamente a un lado por La Dame blanche (1825), de Adrien Boieldieu, y Werther (1892), de Jules Massenet, a otro, las selecciones aquí recogidas van de la seriedad épica de Les Troyens, de Hector Berlioz, a la procaz La Belle Hélène, de Jacques Offenbach. Como comedia sentimental, el tono de La Dame blanche de Boieldieu se sitúa en algún punto intermedio. El soldado despreocupado y sin blanca Georges Brown puja más alto que el malvado barítono Gaveston en una subasta para hacerse con una mansión habitada por una misteriosa dama blanca. En una vuelta de tuerca de coincidencias habituales en el teatro de la época, Georges acaba siendo, en cualquier caso, su heredero legal. Y la propia dama blanca resulta ser un amor largo tiempo perdido. Georges canta “Ah! quel plaisir d’être soldat” en su aria de entrada en el primer acto, un retrato de color de rosa de la guerra plagado de juguetonas figuras marciales. “Viens, gentille dame” es su posterior invocación al “fantasma”. Rossini causaba furor por entonces y la música de Boieldieu revela una clara impronta de su influencia en el curso melódico y en la delicada ornamentación. Un evocador íncipit de la trompa retrata el horror ante los alrededores supuestamente sobrenaturales.
Al igual que La Dame blanche, La Jolie Fille de Perth (1867), de Georges Bizet, se basa en un relato de Sir Walter Scott. Henri Smith se dirige seductoramente a su coqueta amada Catherine en su serenata “À la voix d’un amant fidèle”, una pieza lánguida y de sonido exótico que difícilmente parece apropiada para una ambientación escocesa. Henri pasa a estar convencido de la infidelidad de Catherine –equivocadamente– y ella pierde la razón que sólo recuperará gracias a una repetición de la serenata. Bizet compuso La Jolie Fille de Perth entre Les Pêcheurs de perles y Carmen, ambas con exotismos musicales más justificables. A pesar de la belleza intrínseca de la serenata, la ópera en su conjunto, con sus colores curiosamente fuera de lugar, nunca capturó la imaginación del público. Francia proporcionó desde hace mucho tiempo un entorno acogedor para compositores extranjeros. Tras desarrollar una espectacular carrera en Italia, Gaetano Donizetti fijó su mirada en la Opéra de París, con sus lucrativas disposiciones en relación con los ingresos derivados de los derechos de autor. La Favorite (1840) fue su incursión en el lujoso género de la gran ópera histórica, popularizado por el compositor alemán Meyerbeer. En “Un ange, une femme inconnue”, el monje novicio Fernand canta su obsesión por una joven de nombre Léonor, a quien ha visto rezando. El apasionado tono musical revela una falta de convicción en el celibato y su superior pronto le ordena que vuelva a introducirse en el mundo. Tras haber descubierto que Léonor es la amante el rey, Fernand vuelve al monasterio, pero contempla brevemente la idea de volver a dejarlo cuando una enfermedad fatal provoca que ella muera en sus brazos.
Al contrario que Donizetti, el compositor de origen alemán Jacques Offenbach alcanzó la fama en París. Su La Belle Hélène (1864) se estrenó en el desenfadado Théâtre des Variétés, un escenario que atraía a las mismas personas que iban a la Opéra cuando querían asistir a espectáculos más ligeros, en los que incluso se burlaban de la corte del Segundo Imperio de las décadas de 1850 y 1860. Offenbach y sus libretistas Henri Meilhac y Ludovic Halévy se inventaron una trama enloquecida e imprevisible en torno a Agamenón, Ajax y Aquiles, además de Paris, que pasa gran parte del tiempo persiguiendo a la cautivadora Hélène, que ha sido prometida a él por Venus después de que él declarara que la diosa era la más hermosa en un certamen con Juno y Minerva. “Au mont Ida, trois déesses” recuerda el episodio, un tema familiar para los artistas visuales como el Juicio de Paris. Offenbach fue llamado frecuentemente el “rey el Segundo Imperio” por haber sacado provecho del Zeitgeist, pero en esta época brillaron también los compositores franceses nativos, especialmente en su moldeado de líneas melódicas en torno a los acentos naturales del idioma francés. El joven Bizet pertenece a este grupo y también es el caso de su mentor Charles Gounod, el distinguido Ambroise Thomas y el iconoclasta Hector Berlioz. Y las conversiones fieles de obras maestras de la literatura mundial en óperas demostraron gozar del favor del público. Roméo et Juliette (1867) de Gounod logró un favor mucho mayor que la más libre adaptación de Bellini en I Capuleti e i Montecchi, y “Ah! lève-toi, soleil!” de Roméo se ajusta incluso a algunas de las imágenes expresadas por el Romeo de Shakespeare debajo del balcón de Julieta.
El vocabulario musical es ahora mucho más cromático que con Boieldieu y Donizetti, y la orquesta se envalentona con contramelodías más importantes. Mignon (1866) de Thomas se inspira en la novela de Goethe Wilhelm Meisters Lehrjahre (Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister). Se trata de una historia en la que cuenta la entrada en la edad adulta y la despreocupación del aria del Acto Primero “Oui, je veux par le monde” sugiere la presencia de un protagonista en el comienzo de su viaje, algo no muy diferente de la atmósfera en el aria de entrada de Georges Brown. Al dar forma a la Eneida como Les Troyens (1863) para la Opéra de París, que acabaría luego rechazándola, Berlioz creó muchos momentos que proporcionaran un alivio dramático a los 3grandes designios que gobiernan las acciones de Dido y Eneas. Numerosas marchas y ballets en la tradición de la gran ópera forman parte de estas estrategias, como sucede con el aria breve “Ô blonde Cérès” que Dido pide que cante al poeta de la corte Iopas en el Cuarto Acto. Se trata de una pieza pastoril con imágenes verbales y musicales de la naturaleza y el viento. Léo Delibes y Jules Massenet llegaron más tarde, en ese mismo siglo, con nuevos éxitos operísticos. En Lakmé (1883), ambientada en la India colonial, Delibes recurrió con destreza a la composición de música atmosférica. El tenor Gérald es no sólo un soldado, sino también un artista, y en “Prendre le dessin d’un bijou” expresa la atracción estética que siente por el exuberante entorno del jardín de la sacerdotisa Lakmé. Al igual que Thomas, Massenet recurrió a una famosa novela de Goethe en busca de material operístico para su Werther (1892). Con “Ô Nature, pleine de grace”, Werther, al igual que Gérald, hace gala de su sensibilidad ante el entorno. Su sensación de reposo pasa a verse agitada rápidamente cuando se enamora locamente de la mujer de su mejor amigo, Charlotte. Emulando un Lied del tipo que podría haber escrito Schumann, Massenet hace que su protagonista cante más tarde su tormento en “Pourquoi me réveiller”, una súplica que es recibida por Charlotte con una combinación de empatía y miedo. Como una celebración de la voz de tenor francesa, resulta adecuado que esta selección de piezas predilectas imperecederas incluya “Mes amis, écoutez l’histoire d’un jeune et galant postillon”, de Le Postillon de Lonjumeau (1836), de Adolphe Adam. El cochero Chapelou celebra su boda, pero en su versión de esta aria centelleante con Res sobreagudos atrae la atención del director de la Opéra de París, cuyo carruaje se ha averiado no muy lejos. Chapelou deja inmediatamente a su esposa por una carrera en la capital. Lo hace brillantemente como un tenor sobre el escenario, y todo termina bien ya que, a la manera característica de la opéra-comique, los dos acaban al final reconciliándose.
Steven Huebner James McGill Professor (musicología),
McGill University Director, Cambridge Opera Journal
(Traducción: Luis Gago)