La voz humana

Entre el 17 y el 28 de marzo el Teatro Real ofrecerá seis funciones de una nueva producción, con dirección de escena de Christof Loy, que enlaza dos óperas para soprano y orquesta –La voz humana (con libreto de Jean Cocteau y música de Francis Poulenc) y La espera (con libreto de Marie Pappenheim y música de Arnold Schönberg)– y un monólogo teatral, Silencio, creado expresamente para la ocasión por Rossy de Palma y Christof Loy.

Casi cincuenta años median entre la composición de La espera (1909), de Arnold Schönberg (1874-1951), y La voz humana (1958), de Francis Poulenc (1899-1963), dos obras protagonizadas por mujeres desquiciadas por el dolor punzante de una separación, el desamor, los celos y el miedo a la soledad… y al silencio.

En la nueva producción del Teatro Real las dos óperas se sucederán en orden inverso al de su creación: primero la tragédie lyrique de Poulenc y después el monodrame de Schönberg, ya que el director de escena Christof Loy propone un viaje del realismo de la primera al expresionismo de la segunda, situando ambos dramas en el mismo inmenso espacio doméstico hogareño, lo que refuerza la percepción de sus distintos lenguajes musicales y dramatúrgicos, articulados por el dolor corrosivo e inconsolable de una ruptura amorosa.

Desde su estreno en la Comédie Française en 1930, La voz humana, de Jean Cocteau (1889-1963), ha sido interpretada por grandes actrices, tanto en el teatro como en el cine, donde fue dirigida por Roberto Rossellini (con Ana Magnani), Ted Kotcheff (con Ingrid Bergman), Carlo Ponti (con Sofia Loren) o Pedro Almodóvar (con Tilda Swinton), entre otros. Pero fue sin duda la ópera de Poulenc la que mejor logró expresar el vertiginoso caleidoscopio de emociones que experimenta la protagonista en la última conversación telefónica que mantiene con su expareja, que se casará al día siguiente con otra mujer.

La música de Francis Poulenc logra acompañar, con una orquestación refinada y casi camerística, a la protagonista –y también a su silente interlocutor– en su intento desesperado de atar a su amante con el hilo que les unió –ahora débil como la línea telefónica llena de interferencias, interrupciones y silencios que los conecta– fingiendo, confesándose, recordando, divagando, chantajeando, seduciendo, gritando, llorando, con las frases entrecortadas con las que se va desnudando en su deriva hacia la muerte.

Si en La voz humana la protagonista mantiene la conexión con la realidad, pese al efecto turbador de las pastillas y a su angustia extrema, en La espera, la mujer abandonada pierde la razón en la tormentosa búsqueda del amor que la traicionó, hasta encontrar su cuerpo muerto. Su discurso confuso, entrecortado y delirante evoca ya un estado patológico, con ráfagas de locura y la emergencia de estados del consciente y del subconsciente en sintonía con las tendencias científicas, intelectuales y artísticas de la Viena de Sigmund Freud y Josef Breuer, tan cercanos a Arnold Schönberg.

De hecho, el libreto de Marie Pappenheim (1882-1966), entonces una joven poeta y brillante estudiante de medicina -más tarde feminista y autora de una de las primeras publicaciones en defensa del aborto-, parece inspirarse en los casos clínicos de enfermedades mentales, que transformó en materia literaria. Su libreto, escrito en tres semanas, fue transformado en música por Arnold Schönberg, judío como ella, en apenas 17 días. Esta brevedad y emergencia en la creación de la obra puede haber beneficiado la intención del compositor, que buscaba una música fluida, atemática, atonal, libre de corsés formales y con un único y débil apoyo polifónico orquestal, que parece marcar el tiempo de acuerdo con su intención de “representar a cámara lenta todo lo que sucede durante un único segundo, estirándolo hasta media hora”.

La voz humana será protagonizada por Ermonela Jaho y La espera, por Malin Byström, ambas grandísimas cantantes que debutarán en sus exigentes papeles.

Como nexo entre ambas óperas, Rossy de Palma -que participa también en La voz humana– estrenará e interpretará el monólogo Silencio, con textos de Oscar Wilde, Bertolt Brecht y también suyos.

La dirección musical será de Jérémie Rhorer, que vuelve a dirigir a la Orquesta Titular del Teatro Real en dos partituras en las que la orquesta viaja a lo más profundo del alma y a nuestras emociones más extremas.

La producción, concebida por Christof Loy -que también firma la escenografía, junto a Guadalupe Holguera-cuenta con el vestuario de Barbara Drosihn, la iluminación de Fabrice Kebour y la entrega absoluta de tres grandes intérpretes sobre las que cae la fuerza avasalladora de estas obras que expresan, desde estéticas muy dispares, el terrible miedo al abandono, al vacío y al silencio.

TELEFÓNICA, MECENAS PRINCIPAL TECNOLÓGICO DEL TEATRO REAL

Telefónica, mecenas principal tecnológico del Teatro Real, impulsa su desarrollo digital y la mejor conectividad para optimizar la experiencia de los aficionados a la ópera en todos los canales digitales del Teatro.

En 2024 Telefónica celebra su centenario. 100 años de anticipación y compromiso con la sociedad, facilitando herramientas para que podamos imaginar un futuro mejor.

AGENDA | ACTIVIDADES PARALELAS

12 de marzo, a las 20.15 horas | Teatro Real, Sala Gayarre

Enfoques: encuentro con Jérémie Rhorer (director musical de La voz humana / La espera), Christof Loy (director de escena), Luis Gago (traductor y crítico musical) y Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real.

13 de marzo, a las 21.00 horas / 14 de marzo, a las 19.30 horas| Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Biblioteca Nacional de España

Ciclo de cuartetos de cuerda del Teatro Real / Cuarteto Meta4

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y la Biblioteca Nacional de España ofrecerán, los próximos días 13 (21.00 h) y 14 (19.30 horas) de marzo, respectivamente, el tercer concierto del Ciclo. Los dos recitales estarán protagonizados por el reconocido cuarteto finlandés Meta4, con la participación de la soprano Tuuli Lindeberg. En el programa, común en ambas citas, se interpretará el Cuarteto nº 2, Op. 10, de Arnold Schönberg, y la Suite lírica de Alban Berg.

17 de marzo a las 11.00 y a las 13.00 horas | Real Teatro de Retiro, Sala Pacífico

¡Todos al Real Teatro!

Talleres musicales para toda la familia, con dirección y presentación de Fernando Palacios.

Problemas de cobertura: una señora tiene dificultades para hablar por teléfono con su pareja.

Con la mezzosoprano Begoña Gómez y la pianista Belén Castillo.

24 de marzo, a las 12.00 horas | Sala principal del Teatro Real

Los Domingos de cámara: concierto con solistas de la Orquesta Titular del Teatro Real

Programa:

  1. González Granero: Cuarteto de cuerda nº 2, In times of confinement **
  2. Costa: Hacia la luz
  3. Poulenc: Sexteto para piano, flauta, oboe, clarinete, fagot y trompa
  4. Dohnányi: Serenata para trío de cuerda, op. 10
  5. Weinberg: Trío con piano, op.24

**Estreno mundial

27 de marzo, a las 19.30 horas | Círculo de Bellas Artes

Cine – El amor

El Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes proyectará El amor (L’amore), la gran película que Roberto Rossellini rodó con Ana Magnani en 1948, basada en su primera mitad en el mismo monólogo de Cocteau en el que está basada la ópera de Poulenc, y que para su segunda mitad contó con la colaboración de Federico Fellini en el guión y en la interpretación.

Entradas en la taquilla del cine y en este enlace.

Fotógrafo: © Javier del Real | Teatro Real   

Arabella
Arabella
Lyrische Komödie en tres actos
Música de Richard Strauss (1864-1949)
Libreto de Hugo von Hofmannsthal
Estrenada en el Sächsisches Staatstheater de Dresde el 1 de julio de 1933
Estreno en el Teatro Real
Nueva producción del Teatro Real, procedente de la Oper Frankfurt
D. musical: David Afkham
D. escena: Christof Loy
Escenógrafo y figurinista: Herbert Murauer
Iluminador: Reinhard Traub
Coreógrafo: Thomas Wilhelm
D. del coro: Andrés Máspero
Reparto: Sara Jakubiak, Sarah Defrise, Anne Sofie von Otter, Josef Wagner, Sarah Defrise, Matthew Newlin, Dean Power, Roger Smeets, Tyler Zimmerman, Elena Sancho Pereg, Barbara Zechmeister, José Manuel Montero, Benjamin Werth, Niall Fallon, Hanno Jusek
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

“Quisiera un segundo Caballero de la rosa, sin sus errores ni su longitud.” Así se dirigió Richard Strauss a su libretista, Hugo von Hofmannsthal, en una carta que le envió en septiembre de 1922. Esta sería la sexta y última colaboración entre ambos.

Todo empieza, tras algún pequeño desencuentro inicial, con el envío, por parte de Hofmannsthal a Strauss, de un proyecto que había publicado en 1910, Lucidor. La historia que aquí se narra será el germen de Arabella.

En diciembre de 1924 el compositor recibe el primer borrador del libreto que le había encargado. Se titula Mandryka, que es el pretendiente de la protagonista Arabella. A Strauss le convence la historia, pero no el título de la obra. Influido por el éxito del caballero de la rosa, quería que el personaje protagonista tuviera más presencia y decide cambiarlo, pasando a titularse Arabella.

Mientras daban los últimos retoques al libreto, Hofmannsthal sufre un ictus y fallece a los pocos días. Strauss queda muy impresionado por la muerte de su colaborador y abandona la composición de esta ópera. No será hasta 1931 cuando, junto a su amigo y director de orquesta Clemens Krauss, retomen la partitura y la terminen. En homenaje a su libretista, Strauss decide dejar como están el segundo y tercer acto del libreto, que no habían tenido tiempo de pulir.

La partitura se termina en 1932 y está previsto su estreno al año siguiente. Pero en 1933 Hitler es proclamado canciller y para entonces ya han empezado a aplicarse las leyes antisemitas. Esto afecta al estreno de Arabella, ya que el director del teatro, que era judío, y Freud Woods, que iba a dirigir la obra, protestan por la implantación de estas leyes. Como consecuencia, fueron fulminantemente destituidos de sus cargos. Strauss se opuso entonces al estreno de su ópera pero, obligado por el contrato, tuvo que llegar a un acuerdo y accedió a su estreno a cambio de elegir él mismo todo el elenco, empezando por su director musical que sería Clemens Krauss. Finalmente se estrenó el 1 de julio de 1933, con gran éxito de crítica, pero con cierta frialdad por parte del público.

Si en El Caballero de la rosa, Strauss había descrito la decadencia del siglo XVIII, en Arabella describe la del siglo XIX. Sitúa la acción en la Viena de 1860, en una sociedad que vive de las apariencias y sobre la que el compositor ejerce una dura crítica. Una de esas familias de la alta sociedad, arruinadas y decadentes, es la protagonista de la historia. El conde Waldner, junto a su esposa Adelaide y sus dos hijas, Arabella y Zdenka, viven en un hotel que apenas pueden pagar. La pequeña de las hermanas, Zdemka, es obligada a disfrazarse de chico, ya que solo tienen dote para una de ellas y solo a esa pueden financiar su asistencia a las fiestas y círculos más exquisitos de Viena. Deciden invertir sus poco recursos para que Arabella busque un pretendiente capaz de aliviar su situación económica. A partir de aquí se suceden los enredos de Arabella con sus numerosos pretendientes, y las distintas tramas, todo con ambiente de fiesta pues se está celebrando el carnaval.

Strauss hace de sus óperas obras muy corales, como ya pudimos ver en este mismo teatro con Capriccio, por lo que el canto se convierte a veces en pura conversación.
Aparentemente Arabella no tiene una estructura sinfónica, pero los live motive asociados a personajes equilibran las tonalidades. Su partitura contiene melodías de gran belleza, como los valses, arias y dúos de bellísima factura, como el que hay entre Arabella y Mandryka en el segundo acto, o la escena final, basada en una canción de boda de la tradición croata, de donde es Mandryka.

La escenografía de Christof Loy tiene la elegancia de la recordada Capriccio y la misma sobriedad de color, blanco y negro. Además de esa cualidad de Loy de hacer que un escenario sin apenas elementos no parezca vacío. Unos paneles móviles nos van mostrando, primero las distintas estancias de hotel donde vive la familia Waldner, y después los salones de baile donde se celebran las fiestas. La obra termina en un enorme cubículo de un blanco que deslumbra y que deja todo el protagonismo a los cantantes y la resolución de la trama. Los figurines de Herbert Murauer son elementos fundamentales de la escenografía, plenamente descriptivos de la época y la situación de los personajes.

La dirección musical de David Afkham estuvo a buen nivel. Aunque a veces había que esperar a la llegada del Strauss más reconocible para volver a sumergirnos en la obra.

La estadounidense Sara Jakubiak es la encargada de dar vida a Arabella. Posee un atractivo timbre y una muy buena y esmaltada emisión. Un centro poderoso y un fraseo notable. Su personaje brilló también gracias a su buena interpretación y presentó una Arabella madura, a la que tal vez le faltó un poco de frivolidad. Su aria final, cuando ofrece a Mandryka el agua clara de la fuente que sella su compromiso, fue de una gran belleza interpretativa.

Josef Wagner, al que ya vimos interpretando uno de los protagonistas de Capriccio, se encargó de dar vida a Mandryka. Su voz de bajo barítono brilló con este extraño protagonista. Pero donde mejor estuvo fue en la interpretación, nada fácil, de un personaje brusco y fuera de lugar en la alta sociedad a la que llega. Aunque cumple el requisito principal, la riqueza.

La Zdenka de la soprano belga Sarah Defrise estuvo muy bien, sobre todo en la parte interpretativa. Su personaje es muy especial, por la soledad en la que se encuentra y que supo transmitir a la perfección. Su bonito timbre con tonos oscuros resultó perfecto para el personaje.

Anne Sophie von Otter se encargó de dar vida a Adelaida, la esposa del Conde y el personaje más superficial de toda la familia. Se nota en su voz el paso de tiempo, pero conserva un instrumento de mucha calidad. Su presencia escénica sigue siendo imponente, como su manera de desenvuelve por el escenario.

La donostiarra Elena Sancho Pereg, como Fiakermilli, tuvo que hacer frente a un rol breve, pero diabólico por los sobreagudos que abordó con valentía y calidad. Todo acompañado de una gran interpretación.

Martin Winkler como el conde Waldner, tuvo un destacado papel. Ya no se suelen escuchar voces de bajo barítono tan sólidas y profundas.

Dean Power, como Elemer, quedó en casi todas sus intervenciones oculto bajo la orquesta. Destacar a Roger Smeets, en su papel de Dominik, otro de los pretendientes de Arabella, al igual que Tyler Zimmerman.

Un acierto programar Arabella por fin en el Teatro Real y este ciclo que. Temporada tras temporada nos acercan a la música de Strauss.

Arabella

Entre el 24 de enero y el 12 de febrero, a las 19.00 horas, el Teatro Real ofrecerá siete funciones de una nueva producción de Arabella, de Richard Strauss (1864-1949), que se presentará por primera vez en Madrid, 90 años después de su estreno en Dresden.

La génesis de esta ópera se remonta a 1927, cuando Strauss le pidió al poeta y dramaturgo Hugo von Hofmannsthal (1874-1929) –con quien colaboró en seis óperas– un texto que emulara El caballero de la rosa, con la que ambos habían triunfado. La comedia debería desarrollarse nuevamente en Viena, pero ahora con la trama desplazada al año 1860, cuando el imperio austrohúngaro se resquebrajaba bajo los oropeles de una aristocracia corrupta e hipócrita, empeñada en esconder su decadencia y ajena a las convulsiones políticas y sociales que se fraguaban fuera de los salones y las fiestas nocturnas.

El enredo parte de un tema aparentemente muy sencillo: un noble empobrecido por el juego y el despilfarro ofrece la mano de su hija mayor, Arabella, a ricos pretendientes, para así salvar a su familia de la trágica ruina económica.

La protagonista acepta ese papel degradante con arrojo, ocultando su humillación en un juego de seducción que cree controlar, hasta acabar con un rico y hosco provinciano ajeno a la hipocresía y depravación de los salones vieneses, en un agridulce ‘final feliz’, incapaz de ocultar los malos presagios de un futuro inquietante.

Esa alienación del convulso contexto político y social que retrata la ópera, la viven, también, curiosamente, el compositor y el libretista, creando una “comedia lírica” con reminiscencias de la opereta y el vodevil en los albores del nazismo, cuyos malos augurios afectarían al mismo estreno de la ópera, que ya no pudo ver Hofmannsthal, muerto repentinamente el 15 de julio de 1929, dos días después del suicidio de su hijo.

Las desavenencias con el régimen nazi apartaron del cargo de director musical de la Ópera de Dresden a Fritz Busch, dedicatario de la partitura, que iba a estrenar la obra. Lo mismo pasó con la soprano Lotte Lehmann, que no pudo interpretarla. Fueron reemplazados por el director Clemens Krauss, en el foso, y la que sería su mujer, la soprano Viorica Ursuleac, como protagonista, pero una convención de líderes nazis, a poca distancia del Teatro, acaparó todas las atenciones, pasando el estreno de Arabella casi inadvertido.

La ópera ha experimentado una creciente revalorización en los últimos años, gracias a interpretaciones musicales y dramatúrgicas más hondas y serias, que profundizan en lo que subyace bajo los cánones de la comedia.  La música de Strauss, que nace de la prosodia de un texto de gran voltaje teatral, rico en requiebros y dobles sentidos, va dando voz a un reparto de personajes caricaturescos, perfilados con sutiles leitmotiv que articulan y entrelazan vals, polonesas, melodías eslavas, partes cantadas y habladas, con una orquestación genial, cristalina y minuciosa, que alcanza vuelos de grandísimo ímpetu emocional.

El director de escena Christof Loy, que siente por Arabella una especial afinidad, lleva profundizando en la lectura dramatúrgica de la obra desde hace casi dos décadas, ya que la producción que se verá en Madrid fue concebida inicialmente para la Ópera de Gotemburgo, en 2006, evolucionando desde entonces hasta su actual recreación en el Teatro Real.

Loy despoja la comedia de adornos, decoración palaciega y trajes engalanados, transformando su lujoso hotel en un espacio diáfano concebido por el escenógrafo y figurinista Herbert Murauer, en el que paneles deslizantes van dejando al descubierto las estancias interiores donde se desarrollan las sucesivas escenas de la ópera, transformando al espectador en un voyeur.

Los cantantes, actores y bailarines, ataviados en blanco y negro, se mueven como en una gran coreografía emocional, despojados de sus máscaras, en una lectura de gran hondura psicológica y meticuloso trabajo actoral, en el que destacan Sara Jakubiak (Arabella), Josef Wagner (Mandryka), Sarah Defrise (Zdenka), Martin Winkler (Conde Waldner), Matthew Newlin (Matteo) y Anne Sofie von Otter (Adelaide), que estrenó la producción.

David Afkham, gran conocedor de la música de Richard Strauss, dirigirá su segunda ópera en el Teatro Real, después de Bomarzo, en 2017, ya que La pasajera, de M. Weinberg, prevista para junio de 2020, se canceló por la pandemia. Estará al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, que interpretarán la ópera por primera vez en Madrid, reparando una laguna inexplicable en el acervo musical del Teatro Real.

ACTIVIDADES PARALELAS

AGENDA | ACTIVIDADES PARALELAS

16 de enero al 2 de febrero | Teatro Real, Sala de actividades paralelas

Taller: Comprender a Strauss: Arabella

A lo largo de cinco sesiones, el musicólogo Luis Gago abordará la música y el contexto de Strauss para comprender su universo compositivo y su importancia en la ópera de comienzos del siglo XX.

18 de enero, a las 19.00 horas| Residencia de estudiantes

Conferencia: El segundo y último viaje a Viena de Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal

El musicólogo Luis Gago ofrece una conferencia en torno a la relación y colaboración entre el compositor y el libretista.

19 de enero, a las 20.15 horas | Teatro Real, Sala Gayarre

Enfoques: charla con David Afkham (director musical de Arabella), Christof Loy (director de escena de Arabella), Joan Matabosch (director artístico del Teatro Real), Luis Gago (musicólogo) y Charo Romo (traductora).

Participan: Dean Power (tenor) y Riccardo Bini (pianista)

 

22 de enero, a las 12.00 y a las 17.00 horas | Teatro Real, Sala Gayarre

¡Todos a la Gayarre! IV: Talleres musicales para toda la familia, con dirección y presentación de Fernando Palacios.

La bella y orgullosa Arabella

24, 26 y 31 de enero, a las 11.30 horas; 28 de enero, a las 12.30 horas | Museo Nacional del Romanticismo

Muestra: Los bailes de máscara en el siglo XIX.

25 de enero, a las 12.00 horas; 1 y 8 de febrero a las 17.00 horas | Museo de Historia de Madrid

Visita: El papel social de la mujer en Madrid en la segunda mitad del siglo XIX.

9 de febrero, a las 12.00 horas | Museo de Arte Contemporáneo de Madrid

Visita guiada por los fondos del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid que reflejan temas relacionados con Arabella.

Por María Ángeles Salvador, directora de la institución

No es necesaria inscripción previa

14 y 16 de febrero, a las 17.30 horas | Museo Nacional de Artes Decorativas

Visita-taller: máscaras para adultos

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Rusalka, casi un siglo después, en el Teatro Real
Rusalka
Antonin Dvorák (1841-1904)
Libreto de Jaroslav Kvapil, basado en el cuento de hadas Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fourqué e inspirado en el cuento La sirenita (1837) de Hans Christian Andersen y otros relatos europeos.
Nueva producción del Teatro Real en coproducción con la Semperoper de Dresde, el Teatro Comunale de Bolonia, el
Gran Teatre del Liceu de Barcelona y el Palau Les Arts Reina Sofía de Valencia.
Teatro Real de Madrid 13 de noviembre de 2020
D. Musical: Ivor Bolton
D. escena: Christof Loy
Escenógrafo: Johannes Leiacker
Figurinista: Ursula Renzenbrink
Coreógrafo: Klevis Elmazaj
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Olesya Golovneva, David Butt Philip, Rebecca von Lipinski, Andreas Bauer Kanabas, Okka von der Damerau, Sebastiá Peris, Manel Esteve, Juliette Mars, Julitta Aleksanyan, Rachel Kelly y Alyona Abramova.
En 1891 Antonin Dvorák recibía en su casa de Praga una carta en la que la influyente Jeanette Thurber, fundadora del Conservatorio Nacional de Música de Nueva York, le ofrecía el cargo de director del Conservatorio neoyorquino. Fue allí donde escribió una de sus obras más conocidas, la Sinfonía del Nuevo Mundo, y fue allí también donde Dvorák escuchaba, como no lo había hecho antes, las obas de Wagner. Vivió en Nueva York hasta 1895, año en que regresó a Praga para hacerse cargo de su Conservatorio. Fue entonces cuando escribió Rusalka, la penúltima de sus obras, y donde se advierte, de manera clara, las influencias de Wagner. No solo por su ambiciosa duración, más de tres horas, sino, por la utilización de los leitmotiv referidos a los personajes y una orquestación llena de complejidad y delicadeza.Pero, tratandose de Dvorák, no podía faltar en la partitura la inspiración nacionalista. Y es que Rusalka es, por encima de todo, una ópera con un marcado carácter checo. Evocadora de las melodías románticas, que pueden apreciarse en algunos de los momentos más brillantes interpretados por el arpa o ese final, casi trascendental, que está considerado por muchos uno de los más sublimes de la ópera de todos los tiempos.Rusalka llega al Teatro Real como uno de los grandes estrenos de la temporada. Y puede considerarse un estreno, ya que desde 1924 no se había vuelto a representar en Madrid. En aquella ocasión, fue su libretista, Jaroslav Kvapil, quien se hizo cargo de la dirección escénica.

El libreto está basado en el cuento de hadas Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fourqué e inspirado en el cuento La sirenita (1837) de Hans Christian Andersen y otros relatos europeos. Es, en definitiva, un cuento que el director de escena Christof Loy (cuyo Capriccio de la temporada pasada nunca olvidaremos), ha situado en el interior de un teatro.

Para Loy el teatro es el único lugar en el que se puede representar la realidad y los sueños al mismo tiempo. Esa dualidad que existe en la obra entre el mundo fantástico, al que pertenece Rusalka y el mundo terrenal que tanto añora. Pero a la elegante y gris escenografía de Loy le faltan elementos imprescindibles de la obra. El lago, que es un personaje más y que da sentido a los protagonistas y a la historia, no aparece ni por casualidad. Como tampoco se hacen apenas referencias a la naturaleza, otro elemento romántico imprescindible.

La dirección musical de Ivor Bolton estuvo a una gran altura. La expresividad de sus gestos contagia a la orquesta que tuvo momentos de gran brillantez, generando esa atmósfera mágica de la partitura. Destacaron las cuerdas y la magia que Mickäele Granados supo generar con su arpa desde un lugar destacado por encima del foso.

Extraordinario el coro, en esta ocasión fuera de escena, que recrearon la magia del lago de manera impecable. Muy buena también la actuación de los bailarines y actores, que no ejercieron de mero acompañamiento en las escenas, sino que tuvieron gran protagonismo en esa especie de orgia sexual que se marcó Christof Loy.

La joven soprano rusa Olesya Golovneva demostró gran versatilidad sobre el escenario, no solo cantaba, también se desplazaba de puntas con sus zapatillas de ballet por el escenario. Con un timbre agradable y una delicada linea de canto, alcanzó momentos de gran belleza en sus intervenciones. Sus dificultades las encontró en las zonas más graves de su partitura.

El británico David Butt Philip se encargó de dar vida al príncipe que enamora a Rusalka. Un rol nada fácil, por la gran exigencia que el tenor tiene en esta obra y que Butt supo abordar sin grandes dificultades.

El Vodnik de Andreas Bauer Kanabas representó mejor la parte más desalmada del amenazante padre, que la de protector con su hija Rusalka. Posee unos potentes tonos graves y medios, pero tuvo sus dificultades en las notas más agudas.

La malvada Jezibaba estuvo interpretada por mezzosoprano alemana Okka von der Damerau. Su buena presencia escénica ayudó a plantear un personaje dual, como el resto, con su parte divertida y su parte inquietante y tenebrosa. Buen caudal de voz bien timbrada y ajustada.

Rebecca von Lipinski interpretó con mucha intención y frescura la insinuante princesa extranjera, rival de Rusalka en la conquista del príncipe.

Muy aplaudidas fueron las tres ninfas interpretadas por Julietta Aleksanyan, Rachel Kelly, con impresionantes agudos, y Alyona Abramova. Con voces muy equilibradas y bien timbradas, se desenvolvieron con soltura por todo el escenario.

El resto del reparto estuvo a gran nivel, tanto el cazador de Sebastiá Peris como los criados interpretados por Manel Esteve y Juliet Mars.

Un éxito más del Teatro Real, que continua realizando representaciones, esta ya sin adaptaciones escénicas por la pandemia, ante el asombro de los teatros del resto de Europa. ¡Bien por Matabosch!.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Monika Rittershaus


 

Capriccio, de Strauss, un regalo insperado en el Teatro Real
CAPRICCIO
Richard Strauss (1865-1949)
Teatro Real de Madrid, 31 de Mayo de 2019
Konversationsstück für Musik en un acto
Libreto de Joseph Gregor, Richard Strauss y Clemens Krauss, basado en la idea original de Stefan Zweig
Estrenada en la Staatsoper de Múnich el 28 de octubre de 1942
Estreno en el Teatro Real, en coproducción con la
Opernhaus de Zúrich
D. musical: Asher Fisch
D. escena: Christof Loy
Escenógrafo: Raimund Orfeo Voigt
igurinista: Klaus Bruns
Iluminador: Franck Evin
Coreógrafo: Andreas Heise
Reparto: Marlin Byström, Josef Wagner, Norman Reinhardt, André Schuen, Christof Fischesser, Theresa Kronthaler, John Graham-Hall, Leonor Bonilla, Juan José de León, Torben Jüngens, Emmanuel Faraldo, Pablo García-López, Tomeu Bibiloni, David Oller, Sebastiá Peris, Davil Sánches, Elizabeth McGorian y Julia Ibáñez
Orquesta Titular del Teatro Real¿Quién, en medio de uno de los peores momentos por los que atravesaba el mundo, podía pararse a pensar y componer un refinamiento aristocrático como Capriccio? Richard Strauss y Stefan Zweig fueron capaces de elaborar un debate intelectual sobre la propia ópera, al modo de los diálogos de Platón. Y puede que lo hicieran, simplemente, como método de evasión.Una ópera sobre la ópera. Este fue el tema que eligió Richard Strauss para la última de sus composiciones, la eterna discusión sobre si debe prevalecer la música o el texto.
La historia había comenzado años atrás, cuando inicia la búsqueda de un nuevo libretista, tras la muerte de Hugo von Hofmannsthal, en 1929, el que hasta entonces había sido su principal colaborador y autor del libreto de todas sus composiciones. En su siguiente ópera, Die schweigsame (La mujer silenciosa), compuesta en 1934, se hace cargo del texto uno de los escritores más importantes del momento, el austríaco Stefan Zweig. Paralelamente, buceando en la Biblioteca del Museo Británico, Zweig encuentra el libreto que había escrito Gionavanni Batista Castri para la ópera Prima la música, dopo la parole, del compositor Antonio Salieri. A Strauss le gustó la idea, pero se vieron obligados a posponer el proyecto ante los problemas que el estreno de la mujer silenciosa había causado. Se había pedido la retirada del cartel del nombre del libretista, algo a lo que Strauss se negó. Se llegó a estrenar, pero se retiró a los pocos días.Para entonces ya se habían prohibido en Alemania los libros de Zweig. El judío Zweig, como era conocido por el régimen nazi, se vio obligado al exilio, como tantos otros intelectuales a partir de 1933. Pasó de ser un judío errante a extranjero distinguido en la ciudad brasileña de Petrópolis, donde se suicidó junto a su mujer en 1942, ante el temor de que el mundo que había conocido desapareciera.El boceto del libreto de Capriccio iniciado por Zweig fue retomado, primero por Joseph Gregor, y después por el propio Strauss y su amigo, el director de orquesta Clemens Krauss. Que sería después el director de Capriccio en su estreno. Y su mujer, la soprano ucraniana-austríaca Viorica Ursuleac, que sería la primera condesa Madeleine. En esta ocasión no hubo ningún problema en su estreno. El hecho de que Clemens Kraus fuese en ese momento el hombre más poderoso de la ópera alemana y amigo personal de Goebbels, ayudó bastante. Como también ayudó él mismo, a pesar de su buena relación con el régimen, a la huida de numerosos artistas judíos, principalmente a Estados Unidos.

En la elaboración de Capriccio participó también el director Hans Swarosky, quien aportó otro de los elementos fundamentales de la ópera, un soneto del poeta francés del siglo XVI Pierre Ronsard. Una declaración de amor que es declamada por Madeleine, sobre todo en la escena final:

Me haría falta buscar otras venas
Las mías están de vuestro amor tan llenas
Que otro amor no podrían soportar

El mismo año en que moría Zweig, 1942, se estrenaba Capriccio en la Staatsoper de Múnich el 28 de octubre. Ahora es el Teatro Real el que la estrena, en coproducción con la Opernhaus de Zúrich.

Cuando Strauss y Zweig comenzaron a pensar en Capriccio, no se ponían de acuerdo sobre si debía ser una ópera o una obra de teatro. Ciertamente, es la ópera más parecida a una obra de teatro que pueda verse. En ese, como en otros aspectos, Capriccio está llena de originalidad y peculiaridades.

Christof Loy, ayudado por el escenógrafo Raimund Orfeo Voigt, ha creado una escenografía brillante, llena de exquisitez, vacía de elementos superficiales y con referencias que llenan de profundidad esta ópera dialogada. Es una obra coral, compuesta por todos los personajes que intervienen en una producción, director, compositor, libretista, escenógrafo, cantantes… Está llena de escenas de conjunto en las que los actores/cantantes se mueven e interpretan de manera enteramente teatral, sin el exceso dramático de la ópera convencional. Lo que llena el desarrollo de las escenas de realismo y credibilidad. Nada en la escenografía es casual. Loy se ocupa de dirigir todos los detalles y logra que funcione con increíble precisión. Las escenas avanzan de manera fluida y natural, como si estuviera ocurriendo de verdad. Con muy pocos elementos recrea toda la minuciosidad que atesora la partitura. Y todo con una característica siempre presente, la elegancia.

El director musical Asher Fisch ha conseguido un resultado extraordinario de la Orquesta Titular del Teatro. El sexteto de cuerda inicial, una pieza camerística que pone de manifiesto la originalidad de la obra, demuestra la solvencia de la Orquesta. La escena y el foso caminan al unísono en fluidez y musicalidad. Fisch consigue la misma intensidad y calidad de sonido a lo largo de las más de dos horas que dura la representación, con una partitura llena de dificultades y cambios constantes. Todas las cuerdas sonaron de manera excepcional, pero, además del sexteto, sobresalió el solista de trompa Ramón Cueves, sobre todo en la interpretación de la serenata para trompa y orquesta de la última escena.

Los dos amantes que rivalizan por el amor de Madeleine estuvieron interpretados por André Schuen, como Olivier y Norman Reinhardt, como Flamand. El barítono italiano André Schuen ya nos sorprendió recientemente en el Ciclo de Lied en el Teatro de la Zarzuela. Recrea muy bien su papel de poeta con un perfecto fraseo y una voz de hermoso timbre y gran sonoridad y profundidad. Teatralmente impecable, como el resto del reparto.

Norman Reinhardt interpretó al músico Flamand. Su voz de tenor ligero sonó un poco forzada a veces, pero supo estar a la altura del conjunto. Elegante también en su desempeño escénico.

Josef Wagner interpretó al Conde, uno de los detalles de Christof Loy con el barroco, al hacerle aparecer en escena con vestuario de época. Perfecta actuación y timbre oscuro y rotundo, ideal para el personaje.

La soprano sueca Malin Byström dio vida a la condesa Madeleine. Y realmente la llenó de vida. Su porte elegante y aristocrático son perfectos para el personaje y su voz, de soprano lírica, perfecta para el fraseo cantado de sus numerosos diálogos apoyada en un potente y necesario fiato. Su momento cumbre, y el de la obra, fue su brillante final, ese canto romántico y delicado del soneto de amor de Pierre Ronsard. Se mimetizó absolutamente con su personaje, que no pudo resultar más creíble. Estuvo perfectamente acompañada por sus réplicas de niña, Julia Ibáñez y de casi anciana, Elizabeth McGorian.

Interesantes fueron también las intervenciones de Theresa Kronthaler, en el papel de Clairon. Mezzosoprano que, además de su buen hacer vocal, demostró su formación escénica.

Leonor Bonilla y Juan José de León interpretaron magníficamente a los ligeros cantantes italianos. Un guiño de Strauss a la ópera italiana perfectamente imbricado en la obra.

El octeto de la escena de los criados es otro de los elementos a destacar en esta ópera. Tanto el vestuario barroco, todos de blanco, como la disposición en escena. Perfectos los figurines de Klaus Bruns y la coreografía de Andreas Heise.
Para redondear este reparto tan equilibrado, tanto en lo vocal, como en lo interpretativo, citar a John Graham-Hall, como Monsieur Taupe y Torben Jüngens, que hizo de mayordomo.

El Teatro Real nos tiene acostumbrados, al menos, a una sorpresa por temporada. Algo excepcional que nadie espera. En esta ocasión, se puede decir que es la sorpresa del bicentenario, el del Real. Un regalo inesperado que justifica, por si solo, toda una temporada.

Texto: Paloma Sanz
Imágenes: Javier del Real
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