José Miguel Pérez-Sierra_Conductor_Ph © Ofelia Matos

La Cenerentola de Rossini, La tabernera del puerto de Sorozábal y Pierre de Médicis de Giuseppe Poniatowski. Estos son algunos de los títulos que figuran en la agenda de ópera y zarzuela del director madrileño José Miguel Pérez-Sierra para los próximos meses, tras haber dirigido recientemente la nueva producción de Maria Stuarda de Donizetti en el Teatro Real de Madrid. Las antes citadas son obras que el maestro dirigirá a partir de mayo ante públicos de diferentes teatros que él ya conoce, pero que llegarán después de dos esperados debuts, porque, a partir del 2 de marzo, Pérez-Sierra se presentará en Basilea (Suiza) para liderar desde el podio la ópera de Giacomo Puccini Turandot en una producción de Christof Loy, de la cual se anuncian un total de diez representaciones los días 2, 8, 16 y 23 de marzo; 14, 24, 27 y 30 de abril; y 3 y 9 de mayo. En el cast que dará vida la obra maestra de Puccini figuran entre otros artistas la soprano vasca Miren Urbieta-Vega y la rusa Olesya Golovneva que se alternarán como Princesa Turandot, junto al tenor mexicano Rodrigo Porras Carulo; el emblemático rol de la esclava Liù será interpretado por la soprano armenia Mané Galoyan y por la española Sofía Esparza. Pérez-Sierra se muestra “feliz” de debutar en Basilea de la mano de Christof Loy, “con quien estamos desarrollando varios proyectos operísticos para el futuro”, según confiesa; “es maravilloso volver a sumergirme en el universo pucciniano junto a las ideas de Loy, más tratándose de la obra póstuma del compositor verista, que ya he tenido el placer de dirigir y en la que la orquesta, de considerables dimensiones y junto a la casi continua presencia del coro, son también grandes protagonistas”. Para este debut en la ciudad suiza, Pérez-Sierra se pondrá al mando de la Sinfonieorchester Basel y al Chor des Theater Basel.

Y del verismo al bel canto romántico, porque Pérez-Sierra alternará dichas funciones de la ópera verista del compositor italiano –título que previamente ha dirigido en la Ópera de Las Palmas de Gran Canaria y en el Opéra-Théâtre Metz Métropole (Francia)– con una obra maestra del melodrama belcantista como es Norma, de Vincenzo Bellini, en el que será su debut en el icónico Théâtre du Capitole de Toulouse (Francia). En este caso se trata de un montaje con dirección de escena de Anne Delbée que se estrena el 26 de marzo con funciones posteriores los días 28, 29 y 30 de ese mes a las que se suman otras cuatro los días 1, 2, 4 y 6 de abril. La obra maestra belliniana también es un título que el director español conoce bien, ya que en temporadas pasadas lo ha dirigido tanto en el Auditorio Baluarte de Pamplona como en la temporada de Ópera de A Coruña, compañía de la que en la actualidad es su principal director invitado. En el apartado vocal destacan Karine Deshayes y Claudia Pavone (en el papel de Norma), Chiara Amarù y Eugénie Joneau (como Adalgisa), Luciano Ganci y Mikheil Sheshaberidze (Pollione) y Roberto Scandiuzzi y Adolfo Corrado (Oroveso).

Además de La Cenerentola (Royal Opera Festival y Festival Rossini de Wildbad), La tabernera del puerto (Teatro de la Zarzuela y Filarmónica de Cracovia) y la poco divulgada ópera del compositor polaco Giuseppe Poniatowski Pierre de Médicis (Royal Opera Festival y Festival Rossini de Wildbad), José Miguel Pérez-Sierra próximamente se podrá al mando de la Kraków Philharmonic Orchestra para dirigir la Novena Sinfonía de Mahler (Filarmónica de Cracovia).

José Miguel Pérez-Sierra © Ofelia Matos

Eugenio Oneguin

Eugenio Oneguin en el Teatro Real
Escenas líricas en tres actos y siete cuadros
Música de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893)
Libreto de Konstantín S. Shilovski, basado en la novela homónima en verso de Aleksandr S. Pushkin (1831)
D. Musical: Gustavo Gimeno
D. Escena: Christof Loy
Escenografía: Raimund Orfeo Voigt
Vestuario: Herbert Murauer
Iluminación: Olaf Winter
Coreografía: Andreas Heise
D. Coro: José Luis Basso
Reaprto: Kristina Mkhitaryan, Victoria Karkacheva, Iurii Samoilov, Bogdan Volkov, Katarina Dalayman, Elena Zilio, Maxim Kuzmin-Karavaev, Frederic Jost y Juan Sancho
Orquets y Coro Titulares del Teatro Real
Teatro Real de Madrid, 3 de febrero de 2025
“Pretenden que Oneguin no es una obra escénica… ¡A mí me dan grima los efectos teatrales! […] Quiero en el escenario a seres humanos, y no a títeres… No quiero reyes, ni revoluciones, ni dioses, ni marchas. En una palabra, ¡no quiero nada de los atributos habituales de la grand ópera! Necesito un drama íntimo y profundo, basado en situaciones y en conflictos vividos por mí mismo o que he podido observar o que me puedan conmover…”

Con estas palabras, dirigidas por carta a uno de sus amigos, trataba Chaikovski de explicar cómo quería que fuera su nuevo proyecto. No tenía buena opinión de la ópera que se componía tanto en Rusia como en Italia o Alemania, le parecía superficial, pero aunque en ese momento su carrera empezaba a tener cierto éxito, no se sentía cómodo dentro de los convencionalismos que marcaban las composiciones operísticas de la época. Su propósito era escribir una obra no apta para los grandes escenarios.
Comenzó entonces eligiendo la historia. Nada menos que la obra literaria rusa más famosa hasta el momento, la novela homónima en verso de Pushkin. Escoge 7 escenas del libro para desarrollar la historia y los personajes, y le pone el sobretítulo de Escenas líricas en tres actos y siete cuadros.

Chaikovski estaba decidido a prescindir de cantantes profesionales y escenografías opulentas. Quería una representación sincera, que reflejara las emociones en profundidad y cantantes capaces de transmitir sencillez y naturalidad.

La primera versión fue estrenada en 1879 por estudiantes del conservatorio, pero a pesar de los esfuerzos del compositor, la obra tuvo un gran éxito y pronto levantó el interés de las grandes casas de ópera. El estreno con profesionales llegará en 1881 en el Teatro Bolshói.

Chaikovski siempre presenta a sus personajes femeninos atormentados por la dificultad de expresar sus afectos y deseos inconfesables. Parecen estar siempre bajo la amenaza del rechazo o el abandono. Esto refleja, a modo de metáfora, su propia situación personal. Debido a la opresiva sociedad de la época, no podía mostrar abiertamente su homosexualidad. Solo a través de sus composiciones, en especial de esta ópera, pudo esxpresar libremente sus sentimientos más íntimos y contradicciones sociales.

La ópera comienza con el llamado tema de Tatiana, unos acordes que describen el carácter de la obra, marcan el curso de los acontecimientos y de un destino que, por mucho que quieran sus protagonistas, no cambiará. La partitura consigue una profundidad excepcional generando atmósferas cargadas de sentimientos. Y lo consigue con una sencilla orquestación, sin grandes artificios. Utiliza una especie de leitmotiv que más que identificar personajes, señalan momentos dramáticos, expresados delicada y magistralmente por las cuerdas y los vientos madera. Nada en la partitura está escrito al azar. Cada personaje tiene su motivo musical que aparece a lo largo de la obra, describiendo perfectamente las sombras y ambigüedades de cada protagonista.

Otro quiebro a los convencionalismos operísticos y que da también una pista sobre el triste desarrollo de los acontecimientos es la asignación de roles de los personajes y el emparejamiento vocal. El romántico e idealista Lenski, tenor, está emparejado con la bulliciosa y soñadora Olga, mezzosoprano. La otra extraña pareja está formada por la ingenua Tatiana, soprano y Oneguin, un personaje oscuro, vividor y superficial, interpretado por un barítono. Un intercambio de roles vocales que demuestra que ambas historias de amor están condenadas al fracaso.

Chaikovski escribió una obra diferente para la que tampoco quería un coro convencional. Su movimiento en escena no debía ser uniforme, como era habitual en la grand ópera. Buscaba en todos los elementos la esencia humana, no solo de los personajes, también en el rol que juega el coro y los bailarines en las distintas escenas. Quería que su comportamiento sobre el escenario fuera el más natural y espontáneo posible. En esta primera intervención del coro, el compositor utiliza la tradición de la liturgia ortodoxa, un miembro del coro lanza una frase y el resto responde.

A pesar del empeño del compositor para crear una obra de gran intimidad, sin grandes escenografías ni grandes efectos escénicos, Eugenio Oneguin se fue haciendo cada vez más grande, lo que le permitió demostrar que soportaba muy bien toda esa grandiosidad para la que no había sido escrita. como ha quedado demostrado en su amplia historia de representaciones.

En esta ocasión, el Teatro Real presenta una nueva producción, en colaboración con Den Norske Opera & Ballet de Oslo y el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, bajo la dirección escénica de Christof Loy, que ha querido volver al planteamiento inicial del compositor y ha propuesto una escenografía austera, despojada de cualquier artificio, que da más importancia a la psicología de los personajes y donde los protagonistas son, podríamos decir, las víctimas de Oneguin. Otra cosa es que Loy lo consiga.

La escenografía de Raimund Orfeo Voigt tiene dos partes bien diferenciadas. Los dos primeros actos, en los que hay tres bajadas de telón poco justificadas, la escena se desarrolla en el interior de la casa familiar, donde transcurren escenas domésticas y costumbristas protagonizadas por las cuatro protagonistas y un ardoroso y excitado servicio doméstico. En el tercer acto pareciera que han aprovechado la escenografía de Arabella, del propio Loy, que pudimos ver aquí recientemente. Un escenario con poca profundidad y de un blanco luminoso no apto para ojos sensibles. Tratando de expresar el universo psicológico, un tanto agobiante, del protagonista.

La partitura, de excepcional belleza melódica, que indica que Chaikovski ha sido el compositor ruso con más influencia occidental, ha estado interpretada en el foso por Gustavo Gimeno, que ha sabido establecer esa conexión, a menudo difícil, entre partitura y escenografía, sobre todo, teniendo en cuenta la variedad de dinámicas y motivos musicales, algunos particularmente destacables, como la polonesa o la escocesa. Supo además favorecer a los cantantes, sobre todo en las dos principales escenas de conjunto, cuando el escenario se convierte un caos de gente en movimiento. Gimeno ha delineado al frente de la orquesta los momentos más íntimos y delicados, como el aria de Lenski “Kuda Kuda”, o el hermoso y complicado cuarteto del primer acto entre los protagonistas.

Muy bien el coro, con grandes dotes interpretativas mientras cantaban en ruso, que no es poca cosa. Y sabiendo moverse en un escenario empequeñecido con aparente facilidad y armonía.
Es cierto que Chaikovski no necesitaba de grandes teatros para representar esta ópera, pero sí de grandes artistas. Y esta producción del Teatro Real, los tiene.

Al frente del elenco de cantantes de ha estado la soprano rusa Kristina Mkhitaryan, como Tatiana, que supo manejar con técnica la variedad de sentimientos que desbordan al personaje, sobre todo en la extensa aria de la carta, una de las más hermosas del repertorio operístico. Su voz potente y bien timbrada, hizo gala de un fraseo impecable y elegante. Muy bien en la parte interpretativa, tanto en la adolescente soñadora, como la perfecta aristócrata al final de la obra.

El barítono ucraniano Iurii Samoilov estuvo encargado de dar vida al protagonista Oneguin. Demostró tener unas capacidades actorales innegables, creando un personaje altivo, chulesco y hastiado que reflejó perfectamente ese perfil tan habitual en la literatura rusa. Posee un hermoso y cálido timbre, al que dotó del desgarro que sufría el personaje en los momentos más intensos.

La otra pareja estaba formada por la mezzosoprano rusa Victoria Karkacheva, en el siempre ingrato rol de Olga, la hermana pequeña y algo díscola de Tatiana. Su personaje no es vocalmente fácil, exige unos graves poderosos que Karkacheva demostró tener. Bien también en la parte interpretativa, tan importante en esta producción.

Su compañero sobre el escenario Lenski, estuvo a cargo de Bogdan Volkov. Otro de los más aplaudidos gracias a la delicadeza y el buen gusto en la interpretación de la ya mencionada “Kuda Kuda”. Su personaje, un hombre leal, tímido y cuidadoso de sus principios, estuvo muy bien elaborado por el tenor ucraniano.

Katarina Dalayman ha sido Larina, en una más que correcta interpretación de la madre de ambas protagonistas. Al igual que la veterana Elena Zilio, que interpreta magníficamente la tata Filipievna. A sus 84 años, supo dotar al personaje de toda la personalidad que atesora. Un buen ejemplo de cómo aprovechar la experiencia y las características vocales e interpretativas de algunos cantantes. Esperemos que cunda el ejemplo.

El siempre atractivo rol de príncipe Gremin, gracias a su hermosa aria del tercer acto, fue para el bajo ruso Maxim Kuzmin-Karavaev que, a pesar del buen gusto en la interpretación, no consiguió rematar su aria con los graves que le exige.

Muy buena impresión dejó el sevillano Juan Sancho como Triquet. Su breve intervención estuvo llena de musicalidad y marcando la diferencia con esa aria que demuestra la potente influencia francesa en el compositor.

El resultado de esta producción del Real ha gustado a un público que abandonaba el teatro fascinado con los elementos más importantes, la música y las voces.
Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real / Teatro Real

Eugenio Onegin

El Teatro Real presentará, entre el 22 de enero y el 18 de febrero, 10 funciones de  Eugenio Oneguin, de Piotr Ilich Chaikovski, en una nueva coproducción estrenada en 2020 en la Ópera de Oslo y presentada posteriormente en el Liceu de Barcelona, cosechando un gran éxito en ambos teatros.

Eugenio Oneguin es una novela introspectiva, reflexiva y confesional escrita íntegramente en verso por Alexandr Pushkin (1799-1837), con un narrador omnisciente, amigo del protagonista, que describe su corta y atribulada vida con una distancia crítica, analítica e irónica inspirada, en gran medida, en las peripecias vitales del propio escritor que, como el poeta Lenski en las páginas de su libro, moriría prematuramente en un duelo.

Cuando Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) decidió componer una ópera sobre Eugenio Oneguin, la obra de Pushkin era ya venerada como un monumento de la literatura rusa, precursora de las grandes novelas de Gógol, Turguénev, Dostoievski o Tolstói. Con enorme respeto y admiración, el compositor utiliza en el libreto fragmentos literales de la obra, omite y cambia algunas escenas y transforma en música la complejidad de los personajes, a los que trata con compasión, comprensión y ternura, distanciándose del sarcasmo crítico de la obra literaria.

El origen y composición de la ópera están ampliamente documentadas a través de la ingente correspondencia de Chaikovski, que da cuenta de cómo se entrelazan las vicisitudes de los personajes con los episodios de su propia vida.

La trama, muy sencilla, esconde los conflictos internos de los protagonistas, víctimas, todos ellos, de un contexto social implacable y hostil del que no logran liberarse. Tatiana, joven culta y melancólica de una familia hacendada, se refugia en la literatura para trascender la abulia de la vida rural. Un día conoce a Oneguin, estereotipo del héroe romántico -dandi, intelectual, seductor, ególatra, sarcástico y rebelde-, al que confiesa su amor en una carta apasionada a la que Chaikovski da voz con la poesía de Pushkin, creando una de las más bellas -y más largas- arias del repertorio lírico romántico.

Oneguin desprecia los sentimientos de Tatiana y coquetea con su hermana Olga, una ingenua pizpireta provinciana, provocando los celos de su prometido Lenski, poeta y gran amigo suyo al que acaba matando en un duelo. A partir de entonces, Oneguin deambula sin rumbo, cargando con su hastío y su culpa hasta a cruzarse de nuevo, años más tarde, con Tatiana. Ahora la ingenua joven que conoció se ha convertido en una mujer glamurosa, refinada y atractiva, esposa del príncipe Gremin, a la que expresa su tardío amor, siendo finalmente repudiado por ella, que decide ser fiel al marido.

Desde su génesis Chaikovski pensó en componer una obra sincera e intimista para cantantes jóvenes, capaces de mimetizarse con los personajes, alejados de los divos, fastos y oropeles de los teatros de ópera. Denominada como “escenas líricas en tres actos y siete cuadros”, la ópera se estructura sobre dos mundos diferenciados por la música: el campo, evocado desde el inicio por canciones tradicionales, antífonas ortodoxas y danzas folclóricas con una textura instrumental fluida, nostálgica y sugerente, y la ciudad de los salones burgueses, con el vals, la polonesa o la mazurca, y una orquestación más densa, rica y contrastante.

Entre estos dos mundos se desarrollan los encuentros y desencuentros de los cuatro protagonistas, emparejados con tesituras discordantes -Oneguin, barítono, y Tatiana, soprano; y Lenski, tenor, y Olga, mezzosoprano- que sugieren la imposibilidad de un amor recíproco y verdadero.

Para el director de escena Christof Loy -que en el Real ha dirigido Ariadne auf Naxos (2006), Lulu (2009), Capriccio (2019), Rusalka (2020), Arabella (2023), La voz humana y La espera (2024)-, los tres actos de la ópera rompen su estructura de simetrías -dos hermanas, dos parejas, dos ancianas, dos paisajes, dos cartas, dos bailes…- que su dramaturgia recupera dividiendo la ópera en dos partes con distintas escenografías, protagonistas y temáticas: la primera, con un decorado casi cinematográfico, representa la soledad buscada (estar solo); en la segunda, con una estancia cerrada por un muro blanco, los protagonistas sufren con la soledad que los enfrenta a sí mismos (sentirse solo).

La música emocional de Chaikovski, con algunas de las páginas más inspiradas de la ópera romántica, nos llegará bajo la batuta de Gustavo Gimeno, que vuelve a dirigir una obra maestra del repertorio lírico ruso en el Teatro Real, después del gran éxito obtenido con El ángel de fuego, de Serguei Prokófiev, en 2022. Estará al frente de un fantástico reparto con la soprano Kristina Mkhitaryan (Tatiana), el barítono Iurii Samoilov (Eugenio Oneguin), el tenor Bogdan Volkov (Lenski), la mezzosoprano Victoria Karkacheva (Olga) y el bajo Maxim Kuzmin-Karavaev (El príncipe Gremin / Zaretski) en los papeles protagonistas, que actuarán junto al Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.

Eugenio Oneguin siempre se ha programado en Madrid con compañías invitadas, con sus propios solistas, coro y orquesta: en el Teatro de la Zarzuela, en 1972 (con el Teatro Nacional de Sofia) y en 1981 (con el Teatro Kirov de Leningrado) y en el Teatro Real, en 2010, con el Teatro del Bolshói, en la producción de Dmitri Tcherniakov. Será la primera vez que la ópera se presenta con una producción propia, en coproducción con la Ópera de Oslo y  el Liceu de Barcelona, volviendo al escenario del Teatro Real 15 años después, ahora con la participación de sus cuerpos estables.

También volverá Alexandr Pushkin entre el 30 de abril y el 11 de mayo, con siete funciones de la ópera El cuento del zar Saltán, de Nikolái Rimski-Kórsakov, creada a partir del poema homónimo de este grandísimo escritor, que inspiró a los más importantes compositores rusos, de Chaikovski, Glinka y Musorgski a Rachmáninov y Stravinski.

AGENDA | ACTIVIDADES CULTURALES

16 de enero a las 20.15 horas | TEATRO REAL, Sala de orquesta

ENFOQUES: Eugenio Oneguin

Participan: Gustavo Gimeno (director musical), Christof Loy (director de escena), Juan Lucas (director de la revista SCHERZO) y Joan Matabosch (director artístico del Teatro Real).

11 y 18 enero a las 11.00 y 12.30 horas | REAL JARDÍN BOTÁNICO-CSIC

12 y 26 de enero, y 1, 15 y 22 de febrero a las 12.30 horas

VISITA GUIADA: El jardín de invierno también enamora

Seguro que un paseo guiado a través del Real Jardín Botánico de Madrid transportará de inmediato los visitantes a los fríos escenarios de Eugenio Oneguin.

Los participantes visitarán los invernaderos y las colecciones de plantas y conocerán sus usos y su importancia en nuestra vida cotidiana. También verán los ejemplares más singulares del Jardín y podrán descubrir algunas curiosidades del centro.

Más información y compra de entradas en este enlace

Fechas por determinar en febrero | MUSEO DEL ROMANTICISMO

VISITA GUIADA: Los duelos por honor en el Romanticismo

Este singular museo propone un recorrido por algunas de sus salas para conocer, de la mano de su equipo de mediación cultural, la literatura romántica y los duelos por honor a los que los hombres de las clases privilegiadas del siglo XIX se retaban.

Acceso gratuito previa reserva en este enlace

8 de febrero a las 10.00 horas | SALA DE ARMAS DE MADRID

CURSO DE INICIACIÓN DE ESGRIMA: Esgrima para todos

Aunque en el texto de Pushkin, Oneguin y Lenski se retan a duelo con pistola, en el siglo XIX los hombres también se batían con espadas, floretes o sables.

El club de esgrima Sala de Armas de Madrid, uno de los más antiguos de España, nos acerca al mundo de las espadas con una clase de iniciación a este apasionante deporte, en el que nuestro país tiene excelentes competidores.

Más información y reservas en este enlace

14 de febrero a las 19.30 horas | TEATRO REAL, Sala de orquesta

RETRANSMISIÓN: Eugenio Oneguin se emitirá en directo en MEZZO y en MyOperaPlayer.

La voz humana

Entre el 17 y el 28 de marzo el Teatro Real ofrecerá seis funciones de una nueva producción, con dirección de escena de Christof Loy, que enlaza dos óperas para soprano y orquesta –La voz humana (con libreto de Jean Cocteau y música de Francis Poulenc) y La espera (con libreto de Marie Pappenheim y música de Arnold Schönberg)– y un monólogo teatral, Silencio, creado expresamente para la ocasión por Rossy de Palma y Christof Loy.

Casi cincuenta años median entre la composición de La espera (1909), de Arnold Schönberg (1874-1951), y La voz humana (1958), de Francis Poulenc (1899-1963), dos obras protagonizadas por mujeres desquiciadas por el dolor punzante de una separación, el desamor, los celos y el miedo a la soledad… y al silencio.

En la nueva producción del Teatro Real las dos óperas se sucederán en orden inverso al de su creación: primero la tragédie lyrique de Poulenc y después el monodrame de Schönberg, ya que el director de escena Christof Loy propone un viaje del realismo de la primera al expresionismo de la segunda, situando ambos dramas en el mismo inmenso espacio doméstico hogareño, lo que refuerza la percepción de sus distintos lenguajes musicales y dramatúrgicos, articulados por el dolor corrosivo e inconsolable de una ruptura amorosa.

Desde su estreno en la Comédie Française en 1930, La voz humana, de Jean Cocteau (1889-1963), ha sido interpretada por grandes actrices, tanto en el teatro como en el cine, donde fue dirigida por Roberto Rossellini (con Ana Magnani), Ted Kotcheff (con Ingrid Bergman), Carlo Ponti (con Sofia Loren) o Pedro Almodóvar (con Tilda Swinton), entre otros. Pero fue sin duda la ópera de Poulenc la que mejor logró expresar el vertiginoso caleidoscopio de emociones que experimenta la protagonista en la última conversación telefónica que mantiene con su expareja, que se casará al día siguiente con otra mujer.

La música de Francis Poulenc logra acompañar, con una orquestación refinada y casi camerística, a la protagonista –y también a su silente interlocutor– en su intento desesperado de atar a su amante con el hilo que les unió –ahora débil como la línea telefónica llena de interferencias, interrupciones y silencios que los conecta– fingiendo, confesándose, recordando, divagando, chantajeando, seduciendo, gritando, llorando, con las frases entrecortadas con las que se va desnudando en su deriva hacia la muerte.

Si en La voz humana la protagonista mantiene la conexión con la realidad, pese al efecto turbador de las pastillas y a su angustia extrema, en La espera, la mujer abandonada pierde la razón en la tormentosa búsqueda del amor que la traicionó, hasta encontrar su cuerpo muerto. Su discurso confuso, entrecortado y delirante evoca ya un estado patológico, con ráfagas de locura y la emergencia de estados del consciente y del subconsciente en sintonía con las tendencias científicas, intelectuales y artísticas de la Viena de Sigmund Freud y Josef Breuer, tan cercanos a Arnold Schönberg.

De hecho, el libreto de Marie Pappenheim (1882-1966), entonces una joven poeta y brillante estudiante de medicina -más tarde feminista y autora de una de las primeras publicaciones en defensa del aborto-, parece inspirarse en los casos clínicos de enfermedades mentales, que transformó en materia literaria. Su libreto, escrito en tres semanas, fue transformado en música por Arnold Schönberg, judío como ella, en apenas 17 días. Esta brevedad y emergencia en la creación de la obra puede haber beneficiado la intención del compositor, que buscaba una música fluida, atemática, atonal, libre de corsés formales y con un único y débil apoyo polifónico orquestal, que parece marcar el tiempo de acuerdo con su intención de “representar a cámara lenta todo lo que sucede durante un único segundo, estirándolo hasta media hora”.

La voz humana será protagonizada por Ermonela Jaho y La espera, por Malin Byström, ambas grandísimas cantantes que debutarán en sus exigentes papeles.

Como nexo entre ambas óperas, Rossy de Palma -que participa también en La voz humana– estrenará e interpretará el monólogo Silencio, con textos de Oscar Wilde, Bertolt Brecht y también suyos.

La dirección musical será de Jérémie Rhorer, que vuelve a dirigir a la Orquesta Titular del Teatro Real en dos partituras en las que la orquesta viaja a lo más profundo del alma y a nuestras emociones más extremas.

La producción, concebida por Christof Loy -que también firma la escenografía, junto a Guadalupe Holguera-cuenta con el vestuario de Barbara Drosihn, la iluminación de Fabrice Kebour y la entrega absoluta de tres grandes intérpretes sobre las que cae la fuerza avasalladora de estas obras que expresan, desde estéticas muy dispares, el terrible miedo al abandono, al vacío y al silencio.

TELEFÓNICA, MECENAS PRINCIPAL TECNOLÓGICO DEL TEATRO REAL

Telefónica, mecenas principal tecnológico del Teatro Real, impulsa su desarrollo digital y la mejor conectividad para optimizar la experiencia de los aficionados a la ópera en todos los canales digitales del Teatro.

En 2024 Telefónica celebra su centenario. 100 años de anticipación y compromiso con la sociedad, facilitando herramientas para que podamos imaginar un futuro mejor.

AGENDA | ACTIVIDADES PARALELAS

12 de marzo, a las 20.15 horas | Teatro Real, Sala Gayarre

Enfoques: encuentro con Jérémie Rhorer (director musical de La voz humana / La espera), Christof Loy (director de escena), Luis Gago (traductor y crítico musical) y Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real.

13 de marzo, a las 21.00 horas / 14 de marzo, a las 19.30 horas| Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Biblioteca Nacional de España

Ciclo de cuartetos de cuerda del Teatro Real / Cuarteto Meta4

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y la Biblioteca Nacional de España ofrecerán, los próximos días 13 (21.00 h) y 14 (19.30 horas) de marzo, respectivamente, el tercer concierto del Ciclo. Los dos recitales estarán protagonizados por el reconocido cuarteto finlandés Meta4, con la participación de la soprano Tuuli Lindeberg. En el programa, común en ambas citas, se interpretará el Cuarteto nº 2, Op. 10, de Arnold Schönberg, y la Suite lírica de Alban Berg.

17 de marzo a las 11.00 y a las 13.00 horas | Real Teatro de Retiro, Sala Pacífico

¡Todos al Real Teatro!

Talleres musicales para toda la familia, con dirección y presentación de Fernando Palacios.

Problemas de cobertura: una señora tiene dificultades para hablar por teléfono con su pareja.

Con la mezzosoprano Begoña Gómez y la pianista Belén Castillo.

24 de marzo, a las 12.00 horas | Sala principal del Teatro Real

Los Domingos de cámara: concierto con solistas de la Orquesta Titular del Teatro Real

Programa:

  1. González Granero: Cuarteto de cuerda nº 2, In times of confinement **
  2. Costa: Hacia la luz
  3. Poulenc: Sexteto para piano, flauta, oboe, clarinete, fagot y trompa
  4. Dohnányi: Serenata para trío de cuerda, op. 10
  5. Weinberg: Trío con piano, op.24

**Estreno mundial

27 de marzo, a las 19.30 horas | Círculo de Bellas Artes

Cine – El amor

El Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes proyectará El amor (L’amore), la gran película que Roberto Rossellini rodó con Ana Magnani en 1948, basada en su primera mitad en el mismo monólogo de Cocteau en el que está basada la ópera de Poulenc, y que para su segunda mitad contó con la colaboración de Federico Fellini en el guión y en la interpretación.

Entradas en la taquilla del cine y en este enlace.

Fotógrafo: © Javier del Real | Teatro Real   

Arabella
Arabella
Lyrische Komödie en tres actos
Música de Richard Strauss (1864-1949)
Libreto de Hugo von Hofmannsthal
Estrenada en el Sächsisches Staatstheater de Dresde el 1 de julio de 1933
Estreno en el Teatro Real
Nueva producción del Teatro Real, procedente de la Oper Frankfurt
D. musical: David Afkham
D. escena: Christof Loy
Escenógrafo y figurinista: Herbert Murauer
Iluminador: Reinhard Traub
Coreógrafo: Thomas Wilhelm
D. del coro: Andrés Máspero
Reparto: Sara Jakubiak, Sarah Defrise, Anne Sofie von Otter, Josef Wagner, Sarah Defrise, Matthew Newlin, Dean Power, Roger Smeets, Tyler Zimmerman, Elena Sancho Pereg, Barbara Zechmeister, José Manuel Montero, Benjamin Werth, Niall Fallon, Hanno Jusek
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

“Quisiera un segundo Caballero de la rosa, sin sus errores ni su longitud.” Así se dirigió Richard Strauss a su libretista, Hugo von Hofmannsthal, en una carta que le envió en septiembre de 1922. Esta sería la sexta y última colaboración entre ambos.

Todo empieza, tras algún pequeño desencuentro inicial, con el envío, por parte de Hofmannsthal a Strauss, de un proyecto que había publicado en 1910, Lucidor. La historia que aquí se narra será el germen de Arabella.

En diciembre de 1924 el compositor recibe el primer borrador del libreto que le había encargado. Se titula Mandryka, que es el pretendiente de la protagonista Arabella. A Strauss le convence la historia, pero no el título de la obra. Influido por el éxito del caballero de la rosa, quería que el personaje protagonista tuviera más presencia y decide cambiarlo, pasando a titularse Arabella.

Mientras daban los últimos retoques al libreto, Hofmannsthal sufre un ictus y fallece a los pocos días. Strauss queda muy impresionado por la muerte de su colaborador y abandona la composición de esta ópera. No será hasta 1931 cuando, junto a su amigo y director de orquesta Clemens Krauss, retomen la partitura y la terminen. En homenaje a su libretista, Strauss decide dejar como están el segundo y tercer acto del libreto, que no habían tenido tiempo de pulir.

La partitura se termina en 1932 y está previsto su estreno al año siguiente. Pero en 1933 Hitler es proclamado canciller y para entonces ya han empezado a aplicarse las leyes antisemitas. Esto afecta al estreno de Arabella, ya que el director del teatro, que era judío, y Freud Woods, que iba a dirigir la obra, protestan por la implantación de estas leyes. Como consecuencia, fueron fulminantemente destituidos de sus cargos. Strauss se opuso entonces al estreno de su ópera pero, obligado por el contrato, tuvo que llegar a un acuerdo y accedió a su estreno a cambio de elegir él mismo todo el elenco, empezando por su director musical que sería Clemens Krauss. Finalmente se estrenó el 1 de julio de 1933, con gran éxito de crítica, pero con cierta frialdad por parte del público.

Si en El Caballero de la rosa, Strauss había descrito la decadencia del siglo XVIII, en Arabella describe la del siglo XIX. Sitúa la acción en la Viena de 1860, en una sociedad que vive de las apariencias y sobre la que el compositor ejerce una dura crítica. Una de esas familias de la alta sociedad, arruinadas y decadentes, es la protagonista de la historia. El conde Waldner, junto a su esposa Adelaide y sus dos hijas, Arabella y Zdenka, viven en un hotel que apenas pueden pagar. La pequeña de las hermanas, Zdemka, es obligada a disfrazarse de chico, ya que solo tienen dote para una de ellas y solo a esa pueden financiar su asistencia a las fiestas y círculos más exquisitos de Viena. Deciden invertir sus poco recursos para que Arabella busque un pretendiente capaz de aliviar su situación económica. A partir de aquí se suceden los enredos de Arabella con sus numerosos pretendientes, y las distintas tramas, todo con ambiente de fiesta pues se está celebrando el carnaval.

Strauss hace de sus óperas obras muy corales, como ya pudimos ver en este mismo teatro con Capriccio, por lo que el canto se convierte a veces en pura conversación.
Aparentemente Arabella no tiene una estructura sinfónica, pero los live motive asociados a personajes equilibran las tonalidades. Su partitura contiene melodías de gran belleza, como los valses, arias y dúos de bellísima factura, como el que hay entre Arabella y Mandryka en el segundo acto, o la escena final, basada en una canción de boda de la tradición croata, de donde es Mandryka.

La escenografía de Christof Loy tiene la elegancia de la recordada Capriccio y la misma sobriedad de color, blanco y negro. Además de esa cualidad de Loy de hacer que un escenario sin apenas elementos no parezca vacío. Unos paneles móviles nos van mostrando, primero las distintas estancias de hotel donde vive la familia Waldner, y después los salones de baile donde se celebran las fiestas. La obra termina en un enorme cubículo de un blanco que deslumbra y que deja todo el protagonismo a los cantantes y la resolución de la trama. Los figurines de Herbert Murauer son elementos fundamentales de la escenografía, plenamente descriptivos de la época y la situación de los personajes.

La dirección musical de David Afkham estuvo a buen nivel. Aunque a veces había que esperar a la llegada del Strauss más reconocible para volver a sumergirnos en la obra.

La estadounidense Sara Jakubiak es la encargada de dar vida a Arabella. Posee un atractivo timbre y una muy buena y esmaltada emisión. Un centro poderoso y un fraseo notable. Su personaje brilló también gracias a su buena interpretación y presentó una Arabella madura, a la que tal vez le faltó un poco de frivolidad. Su aria final, cuando ofrece a Mandryka el agua clara de la fuente que sella su compromiso, fue de una gran belleza interpretativa.

Josef Wagner, al que ya vimos interpretando uno de los protagonistas de Capriccio, se encargó de dar vida a Mandryka. Su voz de bajo barítono brilló con este extraño protagonista. Pero donde mejor estuvo fue en la interpretación, nada fácil, de un personaje brusco y fuera de lugar en la alta sociedad a la que llega. Aunque cumple el requisito principal, la riqueza.

La Zdenka de la soprano belga Sarah Defrise estuvo muy bien, sobre todo en la parte interpretativa. Su personaje es muy especial, por la soledad en la que se encuentra y que supo transmitir a la perfección. Su bonito timbre con tonos oscuros resultó perfecto para el personaje.

Anne Sophie von Otter se encargó de dar vida a Adelaida, la esposa del Conde y el personaje más superficial de toda la familia. Se nota en su voz el paso de tiempo, pero conserva un instrumento de mucha calidad. Su presencia escénica sigue siendo imponente, como su manera de desenvuelve por el escenario.

La donostiarra Elena Sancho Pereg, como Fiakermilli, tuvo que hacer frente a un rol breve, pero diabólico por los sobreagudos que abordó con valentía y calidad. Todo acompañado de una gran interpretación.

Martin Winkler como el conde Waldner, tuvo un destacado papel. Ya no se suelen escuchar voces de bajo barítono tan sólidas y profundas.

Dean Power, como Elemer, quedó en casi todas sus intervenciones oculto bajo la orquesta. Destacar a Roger Smeets, en su papel de Dominik, otro de los pretendientes de Arabella, al igual que Tyler Zimmerman.

Un acierto programar Arabella por fin en el Teatro Real y este ciclo que. Temporada tras temporada nos acercan a la música de Strauss.

Arabella

Entre el 24 de enero y el 12 de febrero, a las 19.00 horas, el Teatro Real ofrecerá siete funciones de una nueva producción de Arabella, de Richard Strauss (1864-1949), que se presentará por primera vez en Madrid, 90 años después de su estreno en Dresden.

La génesis de esta ópera se remonta a 1927, cuando Strauss le pidió al poeta y dramaturgo Hugo von Hofmannsthal (1874-1929) –con quien colaboró en seis óperas– un texto que emulara El caballero de la rosa, con la que ambos habían triunfado. La comedia debería desarrollarse nuevamente en Viena, pero ahora con la trama desplazada al año 1860, cuando el imperio austrohúngaro se resquebrajaba bajo los oropeles de una aristocracia corrupta e hipócrita, empeñada en esconder su decadencia y ajena a las convulsiones políticas y sociales que se fraguaban fuera de los salones y las fiestas nocturnas.

El enredo parte de un tema aparentemente muy sencillo: un noble empobrecido por el juego y el despilfarro ofrece la mano de su hija mayor, Arabella, a ricos pretendientes, para así salvar a su familia de la trágica ruina económica.

La protagonista acepta ese papel degradante con arrojo, ocultando su humillación en un juego de seducción que cree controlar, hasta acabar con un rico y hosco provinciano ajeno a la hipocresía y depravación de los salones vieneses, en un agridulce ‘final feliz’, incapaz de ocultar los malos presagios de un futuro inquietante.

Esa alienación del convulso contexto político y social que retrata la ópera, la viven, también, curiosamente, el compositor y el libretista, creando una “comedia lírica” con reminiscencias de la opereta y el vodevil en los albores del nazismo, cuyos malos augurios afectarían al mismo estreno de la ópera, que ya no pudo ver Hofmannsthal, muerto repentinamente el 15 de julio de 1929, dos días después del suicidio de su hijo.

Las desavenencias con el régimen nazi apartaron del cargo de director musical de la Ópera de Dresden a Fritz Busch, dedicatario de la partitura, que iba a estrenar la obra. Lo mismo pasó con la soprano Lotte Lehmann, que no pudo interpretarla. Fueron reemplazados por el director Clemens Krauss, en el foso, y la que sería su mujer, la soprano Viorica Ursuleac, como protagonista, pero una convención de líderes nazis, a poca distancia del Teatro, acaparó todas las atenciones, pasando el estreno de Arabella casi inadvertido.

La ópera ha experimentado una creciente revalorización en los últimos años, gracias a interpretaciones musicales y dramatúrgicas más hondas y serias, que profundizan en lo que subyace bajo los cánones de la comedia.  La música de Strauss, que nace de la prosodia de un texto de gran voltaje teatral, rico en requiebros y dobles sentidos, va dando voz a un reparto de personajes caricaturescos, perfilados con sutiles leitmotiv que articulan y entrelazan vals, polonesas, melodías eslavas, partes cantadas y habladas, con una orquestación genial, cristalina y minuciosa, que alcanza vuelos de grandísimo ímpetu emocional.

El director de escena Christof Loy, que siente por Arabella una especial afinidad, lleva profundizando en la lectura dramatúrgica de la obra desde hace casi dos décadas, ya que la producción que se verá en Madrid fue concebida inicialmente para la Ópera de Gotemburgo, en 2006, evolucionando desde entonces hasta su actual recreación en el Teatro Real.

Loy despoja la comedia de adornos, decoración palaciega y trajes engalanados, transformando su lujoso hotel en un espacio diáfano concebido por el escenógrafo y figurinista Herbert Murauer, en el que paneles deslizantes van dejando al descubierto las estancias interiores donde se desarrollan las sucesivas escenas de la ópera, transformando al espectador en un voyeur.

Los cantantes, actores y bailarines, ataviados en blanco y negro, se mueven como en una gran coreografía emocional, despojados de sus máscaras, en una lectura de gran hondura psicológica y meticuloso trabajo actoral, en el que destacan Sara Jakubiak (Arabella), Josef Wagner (Mandryka), Sarah Defrise (Zdenka), Martin Winkler (Conde Waldner), Matthew Newlin (Matteo) y Anne Sofie von Otter (Adelaide), que estrenó la producción.

David Afkham, gran conocedor de la música de Richard Strauss, dirigirá su segunda ópera en el Teatro Real, después de Bomarzo, en 2017, ya que La pasajera, de M. Weinberg, prevista para junio de 2020, se canceló por la pandemia. Estará al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, que interpretarán la ópera por primera vez en Madrid, reparando una laguna inexplicable en el acervo musical del Teatro Real.

ACTIVIDADES PARALELAS

AGENDA | ACTIVIDADES PARALELAS

16 de enero al 2 de febrero | Teatro Real, Sala de actividades paralelas

Taller: Comprender a Strauss: Arabella

A lo largo de cinco sesiones, el musicólogo Luis Gago abordará la música y el contexto de Strauss para comprender su universo compositivo y su importancia en la ópera de comienzos del siglo XX.

18 de enero, a las 19.00 horas| Residencia de estudiantes

Conferencia: El segundo y último viaje a Viena de Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal

El musicólogo Luis Gago ofrece una conferencia en torno a la relación y colaboración entre el compositor y el libretista.

19 de enero, a las 20.15 horas | Teatro Real, Sala Gayarre

Enfoques: charla con David Afkham (director musical de Arabella), Christof Loy (director de escena de Arabella), Joan Matabosch (director artístico del Teatro Real), Luis Gago (musicólogo) y Charo Romo (traductora).

Participan: Dean Power (tenor) y Riccardo Bini (pianista)

 

22 de enero, a las 12.00 y a las 17.00 horas | Teatro Real, Sala Gayarre

¡Todos a la Gayarre! IV: Talleres musicales para toda la familia, con dirección y presentación de Fernando Palacios.

La bella y orgullosa Arabella

24, 26 y 31 de enero, a las 11.30 horas; 28 de enero, a las 12.30 horas | Museo Nacional del Romanticismo

Muestra: Los bailes de máscara en el siglo XIX.

25 de enero, a las 12.00 horas; 1 y 8 de febrero a las 17.00 horas | Museo de Historia de Madrid

Visita: El papel social de la mujer en Madrid en la segunda mitad del siglo XIX.

9 de febrero, a las 12.00 horas | Museo de Arte Contemporáneo de Madrid

Visita guiada por los fondos del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid que reflejan temas relacionados con Arabella.

Por María Ángeles Salvador, directora de la institución

No es necesaria inscripción previa

14 y 16 de febrero, a las 17.30 horas | Museo Nacional de Artes Decorativas

Visita-taller: máscaras para adultos

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Rusalka, casi un siglo después, en el Teatro Real
Rusalka
Antonin Dvorák (1841-1904)
Libreto de Jaroslav Kvapil, basado en el cuento de hadas Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fourqué e inspirado en el cuento La sirenita (1837) de Hans Christian Andersen y otros relatos europeos.
Nueva producción del Teatro Real en coproducción con la Semperoper de Dresde, el Teatro Comunale de Bolonia, el
Gran Teatre del Liceu de Barcelona y el Palau Les Arts Reina Sofía de Valencia.
Teatro Real de Madrid 13 de noviembre de 2020
D. Musical: Ivor Bolton
D. escena: Christof Loy
Escenógrafo: Johannes Leiacker
Figurinista: Ursula Renzenbrink
Coreógrafo: Klevis Elmazaj
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Olesya Golovneva, David Butt Philip, Rebecca von Lipinski, Andreas Bauer Kanabas, Okka von der Damerau, Sebastiá Peris, Manel Esteve, Juliette Mars, Julitta Aleksanyan, Rachel Kelly y Alyona Abramova.
En 1891 Antonin Dvorák recibía en su casa de Praga una carta en la que la influyente Jeanette Thurber, fundadora del Conservatorio Nacional de Música de Nueva York, le ofrecía el cargo de director del Conservatorio neoyorquino. Fue allí donde escribió una de sus obras más conocidas, la Sinfonía del Nuevo Mundo, y fue allí también donde Dvorák escuchaba, como no lo había hecho antes, las obas de Wagner. Vivió en Nueva York hasta 1895, año en que regresó a Praga para hacerse cargo de su Conservatorio. Fue entonces cuando escribió Rusalka, la penúltima de sus obras, y donde se advierte, de manera clara, las influencias de Wagner. No solo por su ambiciosa duración, más de tres horas, sino, por la utilización de los leitmotiv referidos a los personajes y una orquestación llena de complejidad y delicadeza.Pero, tratandose de Dvorák, no podía faltar en la partitura la inspiración nacionalista. Y es que Rusalka es, por encima de todo, una ópera con un marcado carácter checo. Evocadora de las melodías románticas, que pueden apreciarse en algunos de los momentos más brillantes interpretados por el arpa o ese final, casi trascendental, que está considerado por muchos uno de los más sublimes de la ópera de todos los tiempos.Rusalka llega al Teatro Real como uno de los grandes estrenos de la temporada. Y puede considerarse un estreno, ya que desde 1924 no se había vuelto a representar en Madrid. En aquella ocasión, fue su libretista, Jaroslav Kvapil, quien se hizo cargo de la dirección escénica.

El libreto está basado en el cuento de hadas Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fourqué e inspirado en el cuento La sirenita (1837) de Hans Christian Andersen y otros relatos europeos. Es, en definitiva, un cuento que el director de escena Christof Loy (cuyo Capriccio de la temporada pasada nunca olvidaremos), ha situado en el interior de un teatro.

Para Loy el teatro es el único lugar en el que se puede representar la realidad y los sueños al mismo tiempo. Esa dualidad que existe en la obra entre el mundo fantástico, al que pertenece Rusalka y el mundo terrenal que tanto añora. Pero a la elegante y gris escenografía de Loy le faltan elementos imprescindibles de la obra. El lago, que es un personaje más y que da sentido a los protagonistas y a la historia, no aparece ni por casualidad. Como tampoco se hacen apenas referencias a la naturaleza, otro elemento romántico imprescindible.

La dirección musical de Ivor Bolton estuvo a una gran altura. La expresividad de sus gestos contagia a la orquesta que tuvo momentos de gran brillantez, generando esa atmósfera mágica de la partitura. Destacaron las cuerdas y la magia que Mickäele Granados supo generar con su arpa desde un lugar destacado por encima del foso.

Extraordinario el coro, en esta ocasión fuera de escena, que recrearon la magia del lago de manera impecable. Muy buena también la actuación de los bailarines y actores, que no ejercieron de mero acompañamiento en las escenas, sino que tuvieron gran protagonismo en esa especie de orgia sexual que se marcó Christof Loy.

La joven soprano rusa Olesya Golovneva demostró gran versatilidad sobre el escenario, no solo cantaba, también se desplazaba de puntas con sus zapatillas de ballet por el escenario. Con un timbre agradable y una delicada linea de canto, alcanzó momentos de gran belleza en sus intervenciones. Sus dificultades las encontró en las zonas más graves de su partitura.

El británico David Butt Philip se encargó de dar vida al príncipe que enamora a Rusalka. Un rol nada fácil, por la gran exigencia que el tenor tiene en esta obra y que Butt supo abordar sin grandes dificultades.

El Vodnik de Andreas Bauer Kanabas representó mejor la parte más desalmada del amenazante padre, que la de protector con su hija Rusalka. Posee unos potentes tonos graves y medios, pero tuvo sus dificultades en las notas más agudas.

La malvada Jezibaba estuvo interpretada por mezzosoprano alemana Okka von der Damerau. Su buena presencia escénica ayudó a plantear un personaje dual, como el resto, con su parte divertida y su parte inquietante y tenebrosa. Buen caudal de voz bien timbrada y ajustada.

Rebecca von Lipinski interpretó con mucha intención y frescura la insinuante princesa extranjera, rival de Rusalka en la conquista del príncipe.

Muy aplaudidas fueron las tres ninfas interpretadas por Julietta Aleksanyan, Rachel Kelly, con impresionantes agudos, y Alyona Abramova. Con voces muy equilibradas y bien timbradas, se desenvolvieron con soltura por todo el escenario.

El resto del reparto estuvo a gran nivel, tanto el cazador de Sebastiá Peris como los criados interpretados por Manel Esteve y Juliet Mars.

Un éxito más del Teatro Real, que continua realizando representaciones, esta ya sin adaptaciones escénicas por la pandemia, ante el asombro de los teatros del resto de Europa. ¡Bien por Matabosch!.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Monika Rittershaus


 

Capriccio, de Strauss, un regalo insperado en el Teatro Real
CAPRICCIO
Richard Strauss (1865-1949)
Teatro Real de Madrid, 31 de Mayo de 2019
Konversationsstück für Musik en un acto
Libreto de Joseph Gregor, Richard Strauss y Clemens Krauss, basado en la idea original de Stefan Zweig
Estrenada en la Staatsoper de Múnich el 28 de octubre de 1942
Estreno en el Teatro Real, en coproducción con la
Opernhaus de Zúrich
D. musical: Asher Fisch
D. escena: Christof Loy
Escenógrafo: Raimund Orfeo Voigt
igurinista: Klaus Bruns
Iluminador: Franck Evin
Coreógrafo: Andreas Heise
Reparto: Marlin Byström, Josef Wagner, Norman Reinhardt, André Schuen, Christof Fischesser, Theresa Kronthaler, John Graham-Hall, Leonor Bonilla, Juan José de León, Torben Jüngens, Emmanuel Faraldo, Pablo García-López, Tomeu Bibiloni, David Oller, Sebastiá Peris, Davil Sánches, Elizabeth McGorian y Julia Ibáñez
Orquesta Titular del Teatro Real¿Quién, en medio de uno de los peores momentos por los que atravesaba el mundo, podía pararse a pensar y componer un refinamiento aristocrático como Capriccio? Richard Strauss y Stefan Zweig fueron capaces de elaborar un debate intelectual sobre la propia ópera, al modo de los diálogos de Platón. Y puede que lo hicieran, simplemente, como método de evasión.Una ópera sobre la ópera. Este fue el tema que eligió Richard Strauss para la última de sus composiciones, la eterna discusión sobre si debe prevalecer la música o el texto.
La historia había comenzado años atrás, cuando inicia la búsqueda de un nuevo libretista, tras la muerte de Hugo von Hofmannsthal, en 1929, el que hasta entonces había sido su principal colaborador y autor del libreto de todas sus composiciones. En su siguiente ópera, Die schweigsame (La mujer silenciosa), compuesta en 1934, se hace cargo del texto uno de los escritores más importantes del momento, el austríaco Stefan Zweig. Paralelamente, buceando en la Biblioteca del Museo Británico, Zweig encuentra el libreto que había escrito Gionavanni Batista Castri para la ópera Prima la música, dopo la parole, del compositor Antonio Salieri. A Strauss le gustó la idea, pero se vieron obligados a posponer el proyecto ante los problemas que el estreno de la mujer silenciosa había causado. Se había pedido la retirada del cartel del nombre del libretista, algo a lo que Strauss se negó. Se llegó a estrenar, pero se retiró a los pocos días.Para entonces ya se habían prohibido en Alemania los libros de Zweig. El judío Zweig, como era conocido por el régimen nazi, se vio obligado al exilio, como tantos otros intelectuales a partir de 1933. Pasó de ser un judío errante a extranjero distinguido en la ciudad brasileña de Petrópolis, donde se suicidó junto a su mujer en 1942, ante el temor de que el mundo que había conocido desapareciera.El boceto del libreto de Capriccio iniciado por Zweig fue retomado, primero por Joseph Gregor, y después por el propio Strauss y su amigo, el director de orquesta Clemens Krauss. Que sería después el director de Capriccio en su estreno. Y su mujer, la soprano ucraniana-austríaca Viorica Ursuleac, que sería la primera condesa Madeleine. En esta ocasión no hubo ningún problema en su estreno. El hecho de que Clemens Kraus fuese en ese momento el hombre más poderoso de la ópera alemana y amigo personal de Goebbels, ayudó bastante. Como también ayudó él mismo, a pesar de su buena relación con el régimen, a la huida de numerosos artistas judíos, principalmente a Estados Unidos.

En la elaboración de Capriccio participó también el director Hans Swarosky, quien aportó otro de los elementos fundamentales de la ópera, un soneto del poeta francés del siglo XVI Pierre Ronsard. Una declaración de amor que es declamada por Madeleine, sobre todo en la escena final:

Me haría falta buscar otras venas
Las mías están de vuestro amor tan llenas
Que otro amor no podrían soportar

El mismo año en que moría Zweig, 1942, se estrenaba Capriccio en la Staatsoper de Múnich el 28 de octubre. Ahora es el Teatro Real el que la estrena, en coproducción con la Opernhaus de Zúrich.

Cuando Strauss y Zweig comenzaron a pensar en Capriccio, no se ponían de acuerdo sobre si debía ser una ópera o una obra de teatro. Ciertamente, es la ópera más parecida a una obra de teatro que pueda verse. En ese, como en otros aspectos, Capriccio está llena de originalidad y peculiaridades.

Christof Loy, ayudado por el escenógrafo Raimund Orfeo Voigt, ha creado una escenografía brillante, llena de exquisitez, vacía de elementos superficiales y con referencias que llenan de profundidad esta ópera dialogada. Es una obra coral, compuesta por todos los personajes que intervienen en una producción, director, compositor, libretista, escenógrafo, cantantes… Está llena de escenas de conjunto en las que los actores/cantantes se mueven e interpretan de manera enteramente teatral, sin el exceso dramático de la ópera convencional. Lo que llena el desarrollo de las escenas de realismo y credibilidad. Nada en la escenografía es casual. Loy se ocupa de dirigir todos los detalles y logra que funcione con increíble precisión. Las escenas avanzan de manera fluida y natural, como si estuviera ocurriendo de verdad. Con muy pocos elementos recrea toda la minuciosidad que atesora la partitura. Y todo con una característica siempre presente, la elegancia.

El director musical Asher Fisch ha conseguido un resultado extraordinario de la Orquesta Titular del Teatro. El sexteto de cuerda inicial, una pieza camerística que pone de manifiesto la originalidad de la obra, demuestra la solvencia de la Orquesta. La escena y el foso caminan al unísono en fluidez y musicalidad. Fisch consigue la misma intensidad y calidad de sonido a lo largo de las más de dos horas que dura la representación, con una partitura llena de dificultades y cambios constantes. Todas las cuerdas sonaron de manera excepcional, pero, además del sexteto, sobresalió el solista de trompa Ramón Cueves, sobre todo en la interpretación de la serenata para trompa y orquesta de la última escena.

Los dos amantes que rivalizan por el amor de Madeleine estuvieron interpretados por André Schuen, como Olivier y Norman Reinhardt, como Flamand. El barítono italiano André Schuen ya nos sorprendió recientemente en el Ciclo de Lied en el Teatro de la Zarzuela. Recrea muy bien su papel de poeta con un perfecto fraseo y una voz de hermoso timbre y gran sonoridad y profundidad. Teatralmente impecable, como el resto del reparto.

Norman Reinhardt interpretó al músico Flamand. Su voz de tenor ligero sonó un poco forzada a veces, pero supo estar a la altura del conjunto. Elegante también en su desempeño escénico.

Josef Wagner interpretó al Conde, uno de los detalles de Christof Loy con el barroco, al hacerle aparecer en escena con vestuario de época. Perfecta actuación y timbre oscuro y rotundo, ideal para el personaje.

La soprano sueca Malin Byström dio vida a la condesa Madeleine. Y realmente la llenó de vida. Su porte elegante y aristocrático son perfectos para el personaje y su voz, de soprano lírica, perfecta para el fraseo cantado de sus numerosos diálogos apoyada en un potente y necesario fiato. Su momento cumbre, y el de la obra, fue su brillante final, ese canto romántico y delicado del soneto de amor de Pierre Ronsard. Se mimetizó absolutamente con su personaje, que no pudo resultar más creíble. Estuvo perfectamente acompañada por sus réplicas de niña, Julia Ibáñez y de casi anciana, Elizabeth McGorian.

Interesantes fueron también las intervenciones de Theresa Kronthaler, en el papel de Clairon. Mezzosoprano que, además de su buen hacer vocal, demostró su formación escénica.

Leonor Bonilla y Juan José de León interpretaron magníficamente a los ligeros cantantes italianos. Un guiño de Strauss a la ópera italiana perfectamente imbricado en la obra.

El octeto de la escena de los criados es otro de los elementos a destacar en esta ópera. Tanto el vestuario barroco, todos de blanco, como la disposición en escena. Perfectos los figurines de Klaus Bruns y la coreografía de Andreas Heise.
Para redondear este reparto tan equilibrado, tanto en lo vocal, como en lo interpretativo, citar a John Graham-Hall, como Monsieur Taupe y Torben Jüngens, que hizo de mayordomo.

El Teatro Real nos tiene acostumbrados, al menos, a una sorpresa por temporada. Algo excepcional que nadie espera. En esta ocasión, se puede decir que es la sorpresa del bicentenario, el del Real. Un regalo inesperado que justifica, por si solo, toda una temporada.

Texto: Paloma Sanz
Imágenes: Javier del Real
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