Otello en el Teatro Real de Madrid

Un acogedor y renovado Teatro Real recibía el 15 de septiembre el inicio de la temporada. Nuevos colores y señalización que le acercan, en apariencia al menos, a otros prestigiosos teatros. Y, como si de la Scala o el MET se tratara, los más famosos posaban en el forocool situado en el holl de entrada vestidos de etiqueta. Sin duda esta es una forma de publicitar el Teatro y la temporada que comienza, aunque produzca cierta desazón recurrir cada vez más al menudeo televisivo para conseguirlo.

Y la temporada se ha iniciado con Otello, la obra que muestra el lenguaje musical más evolucionado de su compositor, respecto al resto de su obra.

Verdi y su libretista, Arrigo Boito, crearon un relato lleno de intensidad y dramatismo partiendo del texto de Shakespeare Othello or The Moor of Venice (1603). Prescindiendo en el libreto de la parte veneciana, Verdi y Boito adaptan con maestría el texto original. Utilizan el tema del racismo, no para describir al personaje, sino para poner de manifiesto sus inseguridades. La normalización que Boito hizo de Otello, aligerando el aspecto racista, hizo extensible a cualquiera la posibilidad de cometer las mayores atrocidades como consecuencia de la inseguridad y los celos. Este efecto consigue que la ópera de Verdi sea aún más inquietante que la obra en la que está basada.

La escenografía es del director David Alden. El mismo que se encargó de Alcina la temporada pasada. Una escenografía, la de Alcina, difícil de olvidar. Las pesadillas no remiten. Y ahora llega este Otello que, tal vez sea respetuoso con la escenografía que imaginó su compositor, pero el resultado es de una modestia impropia de un Teatro Real. Demasiado oscuro y falto de un lugar para esos momentos de recogimiento que salpican la obra. Todo se desarrolla en el mismo lugar, a las puertas de un edificio casi en ruinas. Ahí Desdemona y Otello sellan su amor. Ahí lo discuten y dudan. Ahí Iago conspira. Ahí muere, con urgencia y frialdad, Desdemona.

Un único y desangelado decorado que resulta agobiante en la primera escena, en la que parece que en cualquier momento algún miembro del coro va a precipitarse al foso.

El hecho de compartir producción con teatros de dimensiones muy inferiores a las del Real, como la Ópera de Estocolmo, puede ser la explicación a una escenografía en la que se desprecian al menos dos tercios de fondo de escenario.

Lo único que mejora la escenografía es la iluminación de Adam Silverman que logra momentos de intensidad y suspense, que elevaron el tono interpretativo de algunas escenas. El momento en el que un amenazador Otello aparece en escena para matar a Desdemona, se convierte en inquietante gracias al juego de luces y sombras.

Desdémona es el personaje de esta obra que tiene un menor desarrollo psicológico. Es la representación de la feminidad sin más elaboraciones. El eterno femenino. Y si hay alguien capaz de demostrar sobre el escenario estos roles tan característicos de la época es, sin duda, Ermonela Jaho. Aún recordamos su traviata, sobre todo la del tercer acto. En esta ocasión, Alden no le ha dado la oportunidad de morir en escena con el dramatismo y dignidad que demostró siendo Violetta. Aquí recrea una Desdemona delicada y sensible. No posee un gran volumen de voz, pero tampoco lo necesita.

Brilló sobre todo en el cuarto acto, con unos pianísimos de gran belleza. Suerte que aquí la orquesta apiana también. Habría sido imposible escucharla con el estruendo del primer y segundo acto. Estuvo especialmente entregada y delicada en la canción del Salce y en el dúo de amor con Otello.

Gregory Kunde, regresaba al Teatro Real tras su extraordinario Roberto Devereux de la pasada temporada y con el cartel de ser uno de los mejores Otellos del momento. Confieso que me gustó más en el Otello del Palau de Les Arts de hace dos temporadas. Su voz rotunda y presencia, no menos rotunda, le hacen perfecto para este rol. En esta ocasión parecía algo desdibujado. Contagiado del empequeñecimiento de la escenografía. Sus agudos sonaron plenos y brillantes pero los graves parecían emitidos a media voz, sin pena ni gloria. Solo en el último acto mostró su poderío. La capacidad interpretativa ha mejorado, pero sigue siendo el suyo un Otello de bajo impacto dramático.
Tampoco anduvo sobrado de intensidad el Iago de George Petean. No puede decirse que su interpretación haya sido enternecedora, pero se quedó muy lejos de la vileza que plantea el personaje. Fue de menos a más, como todos, y se lució en “Credo en un Dio crudel”.

Alexey Dolgov resultó ser un excelente Cassio. Demostró carácter y una buena interpretación.

La dirección de Renato Palumbo no fue precisamente delicada. Durante el primer y segundo acto, la música llegaba del foso con exceso de volumen y agitación y transmitía un cierto desasosiego. No era agradable ver la frenética actividad de tanta gente sobre un pequeño decorado, con un fondo musical perturbador durante la escena de la tormenta. Si el propósito de Palumbo era generar esta pequeña histeria, ¡bravo!.

Pero su dirección no cambió con la intervención de los cantantes. No cuidó de ellos cuando sus arias requerían pulcritud. La falta de mesura en los forte se tragó la voz de los intérpretes en más de una ocasión. Por fortuna el tercer y cuarto acto no permiten el estruendo, y fue ahí donde esta producción lució más plena.

La temporada se ha iniciado con un Otello un poco decepcionante. Es lo que suele ocurrir cuando las expectativas se exageran. Pero tampoco debe cundir el pánico. Esto no ha hecho más que empezar.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

OTELLO
Giuseppe Verdi (1813-1901)
Dramma lirico en cuatro actos
Libreto de Arrigo Boito, basado en la obra Othello, or The Moor of Venice (1603)
de William Shakespeare
Estrenada en el Teatro alla Scala de Milán el 5 de febrero de 1887
Estrenada en el Teatro Real el 9 de octubre de 1890
Nueva producción del Teatro Real
en coproducción con la English National Opera y la Kungliga Operan de Estocolmo
D. musical: Renato Palumbo
D. escena: David Alden
Escenografía y figurinista: Jon Morrell
Iluminador: Adam Silverman
Coreógrafa: Maxine Braham
Director del coro: Andrés Máspero
Directora del coro de niños: Ana González
Reparto: Gregory Kunde, George Petean, Alexey Dolgov, Ermonela Jaho, Vicenç Esteve, Fernando Radó, Isaac Galán y Gemma Coma-Alabert.
Coro y Orquestra Titulares del Teatro Real
Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid

Turandot

El Festival Castell Peralada ha celebrado su treinta edición, destacando en su programación las dos representaciones del pucciniano Turandot, que tuvieron lugar los pasados días 6 y 8 de agosto, con un gran éxito de público que llenó por completo el Auditori Parc del Castell. Turandot se representaba por primera vez en el festival ampurdanés.

Pero, vayamos por partes, ya que antes de enjuiciar estas representaciones de Turandot, me gustaría introducir al lector en los orígenes, génesis y grandes interpretes de esta ópera, que puede considerarse la obra maestra de Giacomo Puccini, siendo su última e inacabada composición y donde el gran maestro de Lucca construye una partitura de rabiosa modernidad, donde se muestra receptivo a los grandes cambios musicales introducidos en la primera parte del Siglo XX, por autores como Claude Debussy, Igor Stravinski, Richard Strauss e incluso Arnold Schoenberg. Sin embargo, reserva espacios para ese fino melodismo presente en sus óperas anteriores.

Renato Simone y Giuseppe Adami, fueron los encargados de escribir el libreto, adaptando la obra teatral Turandotte del dramaturgo veneciano Carlo Gozzi, donde se incorporaban elementos de la «comedia del arte», con personajes del teatro de máscaras, y cuyo estreno se produjo en 1762, en el Teatro San Samuele de Venecia. La obra de Gozzi fue traducida al alemán por Friedrich Schiller, siendo representada en tierras germánicas a comienzos del Siglo XIX. En 1917, y en el Teatro de la Ópera de Zurich se estrenó la ópera Turandot, de Ferruccio Busoni, quien además de la composición musical, se encargó de escribir el libreto en alemán a partir de la obra de Carlo Gozzi. Por tanto, a Puccini y sus libretistas se les planteaba el desafío de retomar un tema ya reiteradamente tratado.

La génesis de Turandot se produjo de manera muy lenta, comenzando en 1920 y alargándose durante un largo período de cuatro años. En la primavera de 1924, Simone y Adami completaban el libreto; que, con respecto a la obra de Gozzi, presentaba algunas sustanciales modificaciones, como la creación de un personaje esencial en el desarrollo de la obra: la esclava Liù, mujer dulce, de gran feminidad y abnegación, en contraposición con la bella y cruel princesa Turandot. Las máscaras Tartaglia, Pantalone y Truffaldino que aparecen en la obra de Carlo Gozzi y en la ópera de Ferruccio Busoni, se convierten en Ping, Pang y Pong que ejercen como ministros del imperio chino. Debido a un cáncer de garganta, Puccini falleció en noviembre de 1924, dejando musicalmente inacabada la parte final de la ópera, a partir de la muerte de Liù. Arturo Toscanini se hizo cargo de la partitura, encargando al compositor Franco Alfano su conclusión. Alfano trabajó a partir de unos escasos apuntes dejados por Puccini antes de morir, agregando algo de música propia y retomando algunos temas anteriores de la ópera, con una conclusión brillante y triunfalista. En principio, el trabajo de Alfano tenía una duración aproximada de veintidós minutos, que Toscanini redujo a quince. Este final más corto de Alfano, es el que habitualmente se ha venido representando desde el estreno de la ópera, acaecido el 25 de abril de 1926, en el Teatro alla Scala de Milán, con dirección de Arturo Toscanini y el conjunto de interpretes formado por la soprano polaca Rosa Raisa como Turandot, el Calaf de nuestro gran Miguel Fleta y María Zamboni en el personaje de Liù. En aquella premiere de Turandot, y justo después de la muerte de Liù, el maestro Toscanini dejó la batuta, y cuando el telón descendía lentamente, se dirigió al público con estas emocionadas palabras «Aquí finaliza la ópera, porque en este punto murió el maestro» En la segunda función se incluyó el final de Franco Alfano

El 25 de enero de 2002, con Riccardo Chailly al frente de la Orquesta del Concertgebow de Amsterdam, se estrenó en el Festival de Las Palmas de Gran Canaria, un nuevo final realizado por el compositor Luciano Berio, basándose en los apuntes dejados por Puccini, y también con música propia, donde se incluye un largo interludio musical, como transición del cambio radical de actitud de Turandot hacia Calaf. Y, el momento final de la ópera, se plantea abierto y meditativo con sonidos en piano, en comparación con el contundente y triunfalista propuesto por Franco Alfano. En nuevas producciones de Turandot, el final compuesto por Luciano Berio va siendo adaptado cada vez con mayor frecuencia.

Turandot tuvo una época dorada entre el final de los años cincuenta y principio de los setenta del pasado siglo, cuando confluyeron dos grandes cantantes: Birgit Nilsson como Turandot y el Calaf de Franco Corelli, quienes no solo interpretaban sus respectivos personajes, sino que, en una rara identificación vocal y dramática, eran realmente Turandot y Calaf. Coincidieron en escena en más de cincuenta ocasiones, habiéndonos legado varias grabaciones tanto en estudio como tomas en directo, donde se pueden escuchar sus extraordinarias creaciones, en compañía de alternativas y magníficas Liù, como Mirella Freni, Renata Scotto, Rossanna Carteri, Clara Petrella, Teresa Stratas, Anna Moffo, Pilar Lorengar o la rusa Galina Visnevskaja. A mediados de los años setenta y casi al unísono de las últimas actuaciones de Birgit Nilsson como Turandot, recoge el testigo la soprano búlgara Ghena Dimitrova, y unos años más tarde la húngara Eva Marton. Ambas cantantes realizaran magníficas interpretaciones de la terrible princesa china, prácticamente hasta fines del pasado siglo. Plácido Domingo ha realizado numerosas y brillantes interpretaciones de Calaf, siendo el único que ha llegado a cantarlo con Birgit Nilsson, Ghena Dimitrova y Eva Marton. La soprano sueca Irene Theorin, se ha convertido en los últimos diez años en la Turandot oficial, habiéndola interpretado en más de cien representaciones. Su poderosa vocalidad y gran presencia escénica han sido el gran aliciente de las dos funciones de Turandot, representadas en Peralada los pasados días 6 y 8 de agosto.

Uno de los atractivos de esta nueva producción de Turandot realizada para el Festival de Peralada, es el diseño de escenografía realizado por Paco Azorín, cuyo carácter minimalista no le resta un ápice de atractivo visual, y que plantea una estructura central giratoria con un entramado de maderas en forma de pagoda, y una escalera interior que lleva a una plataforma elevada donde aparecerá de manera mayestática la princesa Turandot en el Acto I. Escalera interior y plataforma desaparecen a partir del Acto II. El fondo del escenario está dominado por un gigantesco gong, iluminado con diferentes colores en función del desarrollo de la acción dramática. En los extremos del escenario se sitúan dos palcos, que darán cabida a diferentes acciones a lo largo del desarrollo de la representación. Sin duda, este conjunto de sencillas estructuras posibilitaban una interesante puesta en escena, que en manos de Mario Gas, resultó sumamente estática. Solamente, la fulgurante aparición en escena de los ministros Ping, Pang y Pong, sobre sendos carritos chinos y sus actuaciones teatrales a lo largo de toda la representación producen cierto dinamismo escénico. Esos carritos vuelven a reaparecer portando a bellas cortesanas, cuando los ministros quieren sobornar a Calaf en el Acto III. Debe señalarse el acierto de Mario Gas al mostrar a una Turandot con presencia de diosa sobre una plataforma elevada, en su primera aparición escénica, que va convirtiéndose en un ser más humano e inseguro, cuando casi se desvanece sobre el escenario al comprobar que Calaf ha acertado el tercero de los enigmas. Ping, Pang y Pong también están muy bien caracterizados, mostrándose su carácter ambivalente: cómicos y grotescos en el Acto I, de extrema crueldad cuando hacen torturar a Liù en el Acto III; y, en su gran escena del Acto II, Mario Gas los presenta como unos auténticos vividores, que beben, esnifan coca y fuman opio. Otros detalles de esta puesta escena, están bastante fuera de lugar, como la utilización, al comienzo de la ópera, de uno de los mencionados palcos laterales, por dos cortesanas que traducen mediante un lenguaje de signos el edicto del mandarín, posibilitando que los espectadores no se concentren debidamente ni en la interpretación del cantante, ni en la escucha de la impactante música que se está ejecutando. Ello vuelve a repetirse en el Acto II, esta vez por parte de Ping, Pang y Pong, cuando reaparece el mandarín. Y, resulta totalmente incongruente, que esos dos palcos sean utilizados, en el Acto III, por Pang y Pong, para degollar pollos, mientras Ping tortura a Liú, convirtiendo en grotesco y de mal gusto uno de los momentos más dramáticos de toda la obra. Después de la muerte de Liù, la orquesta se para, y el propio Mario Gas lanza por megafonía el ya mencionado discurso de Arturo Toscanini, el día del estreno de Turandot; para, a continuación, y de manera muy discutible, ejecutarse todo el final de la ópera -versión corta de Franco Alfano- con los interpretes ataviados con modernos trajes de gala, como si se tratase de una representación en forma de concierto.

Resulta adecuado el diseño de vestuario realizado por Antonio Belart, sobre todo en los suntuosos vestidos de Turandot, y en general de toda la clase noble, resultando sumamente originales los atuendos que exhiben Ping, Pang y Pong, con trajes de gala netamente occidentales cubiertos por capas típicamente chinas. Y, en contraposición, las pobres vestimentas de las clases populares, con claros guiños a la época maoista. Excelente el diseño de iluminación a cargo de Quico Gutierrez, cuya acertada utilización, complementa y da brillo a la sencilla escenografía.

La actuación de la Orquesta Sinfónica del Liceu, resultó discreta, ya que el director Giampaolo Bisanti no consiguió dar suficiente relieve a la riquísima orquestación realizada por Puccini. También, es preciso señalar los problemas de acústica que se producen en un escenario al aire libre, sobre todo en una ópera de tan contrastadas sonoridades. La dirección Bisanti consiguió sus mejores logros en los momentos de más bello contenido melódico, como es el caso de la escena del «canto a la luna» en el Acto I, de claro sabor impresionista. También en la ejecución de la exótica música, de estilo claramente chino, que acompaña las intervenciones de Ping, Pang y Pong, en su larga escena del Acto II. En los momentos de mayor espectacularidad, Bisanti abusó de sonidos en fortísimo. Cabe señalar la buena labor concertadora del director italiano en el acompañamiento a los cantantes, especialmente en las delicadas arias interpretadas por Liù, o en esas preciosas frases cuando Calaf insta a Turandot a adivinar su nombre antes del alba: “Il mio nome non sai. Dimmi il mio nome. Dimmi il mio nome prima dell’alba e all’alba moriró”, sin duda, uno de los momentos más bellos de esta ópera.

En lo que respecta a los cantantes solistas, cabe señalar en primer lugar la gran actuación de Irene Theorin como Turandot, exhibiendo su bella y poderosa voz de timbre aterciopelado, con un perfecto legato y gran capacidad en las regulaciones, desde sonidos en forte a delicadas notas en pianissimi, junto a una matizada interpretación, dando auténtico relieve dramático a cada frase, a cada palabra cantada. La soprano sueca encaró con fuerza y valentía la terrorífica tesitura de “In questa reggia”, con gran profusión de notas agudas que deben ser atacadas verticalmente, alguna de ellas emitida por Theorin con cierta tirantez. Su prestación fue ganando en calidad e intensidad en el transcurso de la escena de los enigmas, seguida del aria “Figlio del cielo”, donde alterno con maestría el canto piano y forte, ofreciendo esta vez, unas notas agudas muy bien colocadas. Su interpretación resultó verdaderamente extraordinaria en todo el final de la ópera, junto al Calaf de un Roberto Aronica de timbre leñoso y emisión irregular, que ya se había puesto de manifiesto al ser incapaz de matizar los poéticos acentos de aria “Non piangere Liù”. Tuvo auténticos problemas en el final del primero de los enigmas, y omitió el alternativo Do4, que se plantea, en la frase “No, no, principessa altera! Ti voglio tutta ardente d’amor”, cuando Calaf increpa a Turandot, después de la escena de los enigmas. Su interpretación del famoso “Nessum dorma”, no pasó de discreta, con ciertos desajustes con respecto al sonido orquestal.

Gran actuación de la soprano María Katzarava, como Liù, con una voz de atractivo timbre, mostrando un amplio y elegante fraseo, gran capacidad para regular el sonido y buen dominio de todos los registros desde unos graves bien emitidos a unas brillantes ascensiones al agudo. Mostró una delicada línea de canto en “Signore, ascolta”, del Acto I, para acabar el aria regulando el sonido de pianissimi a forte y de nuevo a pianissimi en una brillante “messa di voce”. Ya en el Acto III, su actuación rayó a gran altura en sus dos arias consecutivas: “L’amore?…Tanto amore segreto e inconfesato”, y sobre todo, en el precioso andantino “Tu che di gel sei cinta”, cantado con dolorosa expresión. En suma, una gran interpretación de la joven soprano mexicana, destinada a realizar una magnífica carrera.

Buena interpretación como Timur del joven bajo Andrea Mastroni, dotando de nobles acentos a todas sus intervenciones, especialmente en el concertante con el que finaliza el Acto I, y en su patético cantable ante el cadáver de Liù.

Otro de los alicientes de estas representaciones fueron las magníficas interpretaciones del barítono Manuel Esteve y los tenores Francisco Vas y Vicenç Esteve, respectivamente como los ministros Ping, Pang y Pong, sobre todo en su gran escena del Acto II. De los tres, brilló de sobremanera Francisco Esteve, quien tiene a su cargo las más largas intervenciones. Todos ellos conjugaron una excelente vocalidad y gran capacidad teatral en sus cambiantes actitudes a lo largo de toda la representación.

Todo un lujo la presencia del tenor Josep Fadó como el emperador Altoum, dándole auténtico relieve a un papel casi siempre asignado a tenores en franca decadencia. Sin duda, en su dúo con Calaf del Acto II “Un giuramento atroce mi costringe” su prestación fue incluso mejor que la de Roberto Aronica. Bien la interpretación de Jose Manuel Díaz como el mandarín, en sus dos apariciones escénicas.

Los coros resultan fundamentales en esta ópera, con su casi continua presencia escénica, donde va subrayando las cambiantes actitudes del pueblo ante los acontecimientos que se van desarrollando. La prestación de coro Intermezzo dirigido por Enrique Rueda resultó un tanto irregular, con momentos auténticamente brillantes, como en toda las escena del «canto a la luna» o en la del cortejo hacia la muerte del príncipe de Persia, junto a otros de mayor contundencia sonora, emitidos con excesivo volumen. También es preciso comentar ciertos desajustes en el coro femenino, y que el sonido, por momentos, no resultara compacto, posiblemente debido a la dispersión de los cantantes por todo el escenario. Muy buena actuación del coro de niños Amics de la Uniò dirigido por Josep Vila en su deliciosa intervención del Acto I, retomado en la introducción de la imponente aria de Turandot “In questa reggia”.

La muerte en la ópera El emperador de la Atlántida

Si todas las obras  necesitan de su contexto, la obra de Viktor Ullmann, Der Kaiser von Atlantis oder Der Tod dankt ab (El Emperador de la Atlántida o la abdicación de la muerte), tiene en el contexto su principal protagonista. Un protagonista que no se ve, que no canta ni actúa, pero que en esta producción se hace evidente en numerosas ocasiones.

Ullmann compuso esta obra durante su estancia en el campo de Terezin. Una especie de ciudad propaganda donde el Tercer Reich había recluido, previa selección, a judíos con “cualidades especiales”. Entre ellos varios compositores como el propio Ullmann.

Discípulo de Schömbery y asistente de Zemlinsky, tomó como libreto para su composición el texto de otro preso, el poeta Peter Kien. Juntos crearon una sátira en la que un emperador declara la guerra a toda la humanidad y al que incluso la muerte, una de las protagonistas de la obra, planta cara. Tal vez la evidente crítica a Hitler y Goebbels fueron las razones por las que la obra nunca llegó a representarse.

La partitura original, escrita para 13 instrumentos, ofrece una versión más íntima y camerística que la que hemos podido escuchar en el Teatro Real. La orquestación, creada por Pedro Halffter por encargo de Joan Mataboch, resulta excesiva y un tanto superficial. Una música quizá exuberante en sonidos metálicos y fríos, que rompe con la atmósfera más personal y sencilla con la que el compositor refleja las circunstancias de su composición.

Como prólogo a El Emperador de la Atlántida, se ofreció El canto de amor y muerte del corneta Christoph Rilke, para narrador y orquesta con música del propio Ullmann. La actriz Blanca Portillo es la encargada de la narración, y lo hace con tal brillantez que casi logra que pase desapercibido el torpe trabajo escenográfico de Gustavo Tambascio y Ricardo Sánchez Cuerda. La potente proyección de voz de Blanca Portillo, cualidad fundamental y escasa entre los actores españoles, hace innecesario el exceso de amplificación.

A este primer prólogo le sigue el Adagio in memoriam de Ana Frank y la Pequeña obertura para “El emperador de la Atlántida”. Ambos basados en movimientos de la Sonata para piano núm.7 de Viktor Ullmann, con música del compositor y orquestación de Pedro Halffter. Estas obras se acompañaron de proyecciones innecesariamente aclaratorias sobre la temática de la noche.

La escenografía de Gustavo Tambascio es un tanto confusa. Los personajes se encuentra a veces fuera de un contexto que les defina y ayude a situar la escena. Se notó sobre todo con la aparición sobre el escenario, no sin dificultades, de Sonia de Munck como Bubikopf. El peso de su gran tocado dificultaba su deambular.  A veces los cantantes, no solo tienen que cantar bien, también deben sortear las dificultades de los directores de escena. Lo que repercute a veces en la calidad de la emisión.

Alejandro Marco-Buhrmester, como Emperador Overall, brilló en la parte interpretativa. Su voz es suficiente para el personaje aunque sobrada de gola.

El tambor  Mayor estuvo interpretado en esta ocasión por la soprano zaragozana Ruth Iniesta. Su volumen de voz es indudable y resolvió con soltura ser llamada en el último momento para este papel.

Torben Jürgens daba miedo con su extraordinaria caracterización de la muerte, a la que ayudaba su inquietante presencia escénica y su profunda voz de bajo. Su personaje pasó de malvado a bueno cuando negó su colaboración al Emperador para iniciar la masacre.

El mejor y más aplaudido de la noche fue Martin Winkler como Altoparlante. Con un sobresaliente fraseo y una interpretación radiante y cargada de intención y energía, puso la ironía y mordacidad que se oculta en esta obra.

El final, con la imagen de al fondo de los judíos entrando en la cámara de gas para ser exterminados, refleja por si sola toda la carga de profundidad que contiene la obra y todo este ciclo dedicado, de manera tan acertada, a este período de la historia de Europa.

Viktor Ullmann (1898 – 1944)
Der Kaiser von Atlantis oder Der Todt dankt ab
Ópera en un acto con libreto de Peter Kien
Estrenada en el Theater Bellevue de Ámsterdam el 16 de diciembre de 1975, según la versión de Kerry Woodward.
Estreno absoluto de la revisión ampliada para gran orquesta por Pedro Halffter (2015)
Nueva coproducción del Teatro Real, el Teatro de la Maestranza de Sevilla y Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia.

Prólogo: El canto de amor y muerte del corneta Christoph Rilke,  para narrador y orquesta (1944). Música de Viktor Ullmann, texto de Rainer Maria Rilke, versión española de Jesús Munárriz, reconstrucción de Henning Brauel, narración de Blanca Portillo.

Adagio in memoriam Ana Frank
Basado en movimientos de la Sonata para piano núm. 7 de Viktor Ullmann (1944 / 2015), Música de Viktor Ullmann y Pedro Halffter, orquestación de Pedro Halffter

Pequeña obertura para “El emperador de la Atlántida”
Basada en movimientos de la Sonata para piano núm. 7 de Viktor Ullmann (1944 / 2015), Música de Viktor Ullmann y Pedro Halffter, Orquestación de Pedro Halffter

El emperador de la Atlántida, OP. 49
Música de Viktor Ullmann
D. musical: Pedro Halffter
D. escena: Gustavo Tambascio
Escenógrafo: Ricardo Sánchez Cuerda
Figurinista: Jesús Ruiz
Iluminador: Felipe Ramos
Reparto: Alejandro Marco-Buhrmester, Martin Winkler, Torben Jürgens, Roger Padullés, Albert Casals, Sonia de Munck, Ana Ibarra.
Orquesta Titular del Teatro Real
Actores: Helena Dueñas, Javier Ibarz, Rodrigo Poisón, Lander Otaola, Elena González, Ainara Arístegui, Resu Morales, David Tenreiro, Fernando Ustarroz.
Bailarinas: Cristina Arias, Carmen Angulo

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

Moisés y Aarón

El Teatro Real decidió dedicar la segunda parte de su temporada a un único hilo conductor que trascurre entre el período de Entre Guerras y el efecto que tuvo en la expresión artística de quienes lo padecieron. Uno de estos protagonista fue el compositor Arnold Schönberg que, influenciado por la persecución a los judíos, decidió abrazar las creencias de sus antepasados. Para ello tomó como inspiración el Libro del Éxodo de la Biblia y le puso la música más compleja que se había escrito hasta ese momento. Creando “Moses und Aron”.

Un siempre insatisfecho Schönberg, empeñado en buscar nuevos sistemas de expresión y creador del dodecafonismo, compuso una obra con la libertad de quien no se siente comprometido con convencionalismos, ni sujeto a encargos o tiempos. Una obra no pensada para un estreno sino para el propio deleite y experimentación.
El resultado es una partitura endiablada y excelsa, pero también inacabada, pues quedó pendiente la música del tercer acto.

La necesidad de Schönberg de descubrir formas inéditas de expresión, se debía, tal vez, a las dificultades que un artista siempre encuentra para expresarse. Puede que estas dificultades sean un apunte autobiográfico. En sus inicios era un compositor romántico, antes de llegar al dodecafonismo como conclusión natural de su desarrollo musical.

Era la primera vez que la obra de Schönberg, Moisés y Aarón, se representaba en el Teatro Real. No tomaremos en consideración la versión concierto que se ofreció en 2012 bajo la dirección de Sylvan Cambreling.

No sabría decir si Moisés y Aarón está inacabada o, sencillamente, es interminable. Nos pone en la pista de esta posibilidad Romeo Castellucci, que ha tomado como referencia para crear la escenografía ese tercer acto que musicalmente no existe.

La inteligente propuesta de Castellucci, que profundiza en los aspectos más intelectuales de la obra, sitúa en su epicentro la palabra y su concepto. Ambas como paradigma de la comunicación y, sobre todo, de sus dificultades y de los riesgos que entraña una mala utilización de la comunicación y las imágenes. Como ejemplo metafórico de esas dificultades, sirva el efecto que produce la proyección sobre la tela que cubre el escenario de palabras que adquieren tal velocidad que obligan a apartar la mirada. Algunos conceptos planteados en la obra, recordemos basada en el Antiguo Testamento, son, además, de una asombrosa actualidad, como “pueblo”, “éxodo”, esas migraciones periódicas en busca de tierras prometidas, “idolatría”, incluso “desierto”.
La escenografía es de una plasticidad innegable. Durante la primera parte, un telón de gasa blanca crea un ambiente níveo, de vacío y silencio, tras el que apenas se intuyen las siluetas del coro mientras entona “tu Dios no puede hacernos visibles”. En una perfecta simbología del desierto como condición de la experiencia humana.

La escena de la orgía del pueblo, de exquisita belleza, sirve de elegante transición a un segundo acto donde el blanco es, literalmente, teñido de negro.

La batuta de Lothar Koenigs es la clave en toda esta producción. Su capacidad para interpretar esos ritmos de melodías interválicas, donde la jerarquía no existe y cada nota es independiente de la que tiene al lado. Es absolutamente clarificadora. Su profundo conocimiento de la partitura y de aquello que la inspira, pone el acento en la música, y no en lo que hay detrás, como era deseo del propio Schönberg. El rendimiento musical que obtiene de la orquesta, la expresividad que logra, tanto de la orquesta como del coro, son sin duda el gran secreto del éxito de esta producción.

El bajo-barítono alemán Albert Dohmen compone un Moisés un tanto severo, obsesionado con su propia responsabilidad y de impecable timbre. Manejó fantásticamente ese cantar hablado que es el Sprechgesang.

Totalmente opuesto es el personaje de Aarón, interpretado por el tenor británico John Graham-Hall. Su personaje es mucho más complaciente y especulador. De voz algo estridente y en algún momento desapacible, pero necesaria para representar un Aarón fundamentalmente superficial.

Junto a estos dos personajes principales se sitúa el tercer protagonista, el Pueblo de Israel, Interpretado por el Coro Titular del Teatro, bajo la dirección del maestro Andrés Máspero. 12 meses de ensayo han llevado a estos más de 80 componentes a afrontar la partitura más endemoniada que se ha escrito para voz de manera sobresaliente. Aún conociendo la escala dodecafónica, me sentí incapaz de reproducir una sola nota de lo que acababa de escuchar, dada la gran complejidad de esta partitura. La calidad de este coro se sitúa muy por encima del de la ya citada versión de 2012, interpretada, por cierto, por un coro foráneo. Sus prolongadas intervenciones fueron abordadas con exactitud y valentía. La dicción,  impecable.

El hecho de que una ópera dodecafónica no deje al público conmocionado y si emocionado, es sin duda un punto que debe anotarse el Teatro y quien durante esta temporada ha sorprendido, muy gratamente, con algunos títulos inesperados. Asistir a la ópera y las acertadas actividades paralelas, para algo más que disfrutar, debe ser el objetivo de cualquier teatro. Y el Teatro Real está acertando en esa línea.

Moses und Aron
Arnold Schönberg (1874-1951)
Ópera en tres actos
Libreto del compositor,
basado en el libro del Éxodo de la Biblia
Estrenada en el Stadttheater de Zúrich en 1957
Estreno en el Teatro Real
Nueva producción del Teatro Real. en coproducción con la Ópera Nacional de París. Con la colaboración de Patrimonio Nacional.
Teatro Real de Madrid 1 de junio de 2016
D. musical: Lothar Koenigs
D. escena, escenógrafo, figurinista e iluminador:
Romeo Castellucci
Directora asociada: Silvia Costa
Coiluminador: Marco Giusti
Coreógrafa: Cindy van Acter
Dramaturgos: Piersandra Di Matteo, Christian Longchamp
Creador de vídeo: Luca Mattei
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Albert Dohmen, John Graham-Hall, Catherine Wyn-Rogers, Antonio Lozano, Michael Pflumm, Oliver Zwarg, Andreas Hörl, Julie Davies, Beatriz Jiménez, Anaís Masllorens, LAura Vila, Pilar Belaval, Cristian Díaz Navarro, John Heath, Beatriz Oleaga, Manuel Rodríguez, Cristina Tejeiro
Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real

La Flauta Mágica

Con las funciones de Die Zauberflöte, termina la presente temporada de otoño, invierno y primavera en el valenciano “Palau de Les Arts”, que ha sabido conjugar los inevitables recortes presupuestarios, con una programación a base de cinco títulos de diferentes repertorios: La Bohème y El barbero de Sevilla, junto a dos óperas de Verdi   –estamos en el 200 aniversario del compositor de Busetto-  una popular y superconocida como Rigoletto,  y otra mucho menos representada, pero de indudable atractivo como I due Foscari, con la siempre carismática presencia de un Plácido Domingo, metido en roles baritonales, pero conservando su atractivo timbre, y una línea de canto verdaderamente impensable para sus setenta y dos años.

Pues bien, todas esas producciones contaban con magníficas escenografías, a las que se suma la minimalista pero muy atractiva propuesta escénica de la mozartiana Die Zauberflöte.
A pesar de la reducción de títulos con respecto a años anteriores, el Palacio de la Ópera Valenciano, ha cuidado al máximo los resultados musicales, vocales y escénicos de cada una de sus óperas programadas, a las que Brío Clásica está dedicando extensas y didácticas reseñas.
Die Zauberflöte es una obra a la que podría denominarse de diferentes maneras: gran ópera, como la llamó Mozart, también podría adscribirse al género de la opereta vienesa o también a un “singspiel” como en el caso de El rapto en el serrallo. También como un cuento de hadas.
Sin embargo, su manifiesta iconografía masónica resulta evidente, ya que de principio a fin, toda la temática de esta ópera nos remite a la francmasoneria. Ténganse en cuenta que Wolfgang Amadeus Mozart era masón, y su ópera resulta un encendido canto a la fraternidad universal. Sus dos protagonistas principales el príncipe Tamino junto con su amada Pamina, son introducidos en el rito iniciático masónico.
Podría pensarse que esta ópera es sólo una parábola de la lucha entre el bien y el mal, de lo ridículo y lo sublime, de elementos masculinos y femeninos. Sin embargo, Die Zauberflöte puede considerarse una obra genial que reúne todas estas contradicciones, ensalzando el amor asociado a la búsqueda de la verdad, la solidaridad mutua, la justicia, la fraternidad y la tolerancia.

Como en todas las grandes creaciones operísticas mozartianas, el canto debe prevalecer en su estado más puro: depurada técnica, calidad vocal, gran expresividad.
Dentro de la tipología vocal que requiere La Flauta Mágica, el personaje de La Reina de la noche precisa una soprano dramática  de absoluto dominio de la coloratura, unido a empuje y bravura. Ese tipo sopranil existente en los tiempos de Mozart, y retomado en algunas óperas de Bellini y Donizetti, por sopranos como Giuditta Pasta, Giulia Grisi, y en tiempos más recientes por la gran María Callas: ya no existe. Por tanto, el rol de La Reina de la noche lo desempeñan lírico-ligeras de gran extensión y fácil dominio de las agilidades.
En cuanto a los dos papeles principales de Pamina y Tamino, requieren respectivamente: una soprano lírica de cierta anchura, buen legato, dominio de las regulaciones dinámicas; y, sobre todo, una muy depurada línea de canto; y un tenor lírico de suficiente anchura para afrontar momentos heroicos y dramáticos.
Y, el personaje de Sarastro, de gran importancia durante toda la ópera, requiere un bajo profundo con un canto de gran nobleza.
Finalmente, citemos, el personaje baritonal del pajarero Papageno, que debe conjugar una actuación cómica y desenfadada, con momentos más serios y de cierto dramatismo.

Dicho todo esto, para poner al lector en antecedentes, quiero realizar un comentario siempre constructivo de esta producción del Teatro Regio di Parma de La Flauta mágica,  que se representó en el transcurso de seis funciones el pasado mes de abril en el Palacio de Ópera Valenciano: en primer lugar, que se puede realizar una puesta en escena –atractiva- de matizado minimalismo, creada por Simon Corder, también responsable del muy acertado diseño luminotécnico que le saca tremendo partido al muy sencillo montaje escénico. Destacar, los expresivos números de ballet,  excelentemente resueltos por acrobáticos bailarines, con la magnífica coreografía de Duncan Macfarland.
El Coro de la Generalitat Valenciana (como siempre) realiza una sobresaliente actuación dirigido por su titular Francesc Perales, destacando, sobre todo en el impresionante y muy emotivo coro del Acto II.
Siempre es preciso comentar la gran calidad de la Orquesta de la Comunitat Valenciana, plagada de magníficos profesionales capaces de adecuarse a variopintos repertorios: en este caso la música de Mozart, siempre de gran altura sinfónica, y que el director   supo exponer con absoluta brillantez.
En el plano vocal habría que resaltar la actuación vocal y escénica de la joven soprano italiana Grazia Doronzio, quien realizó una sobresaliente actuación como Pamina, estando magnífica en todas sus intervenciones, sobre todo, en su muy complicada aria del Acto II, “Ash, ich fühl’s (¡Ay, tengo el sentimiento)”, cumpliendo en un amplísimo porcentaje, todas las bondades vocales que requiere este personaje, ya apuntadas más arriba; y, mostrándose –pese a su juventud- en la línea de otras grandes Paminas como, por ejemplo: Elisabeth Schwarzkopf, Gundula Janowitz, Annaliese Rothenberger o nuestra Pilar Lorengar.
Cabe también destacar el magnífico Sarastro del bajo coreano In-Sung Sim, con una bella y noble línea de canto. Su actuación resulta muy brillante a lo largo de toda la ópera, destacando en su aria del Acto II “In diesen heil’gen Hallen.
Notable y graciosa actuación como Papageno del barítono Thomas Tatzl, junto a la Papagena bien cantada y actuada de Helen Kearns, quien muestra una gran flexibilidad corporal, al estar totalmente encorvada durante bastante tiempo, para luego aparecer como una chica joven y esbelta que embelesa a Papageno.

Dejo para el final lo que considero más flojo de todo el reparto: La Reina de la noche de la soprano Mandy Fredrich, quien cantó muy discretamente su aria del Acto I “O zittre nich, mein lieber sohn! (Este retrato es encantadoramente bello)” para mejorar en su endiabladamente difícil aria del Acto II “Der Hölle Rache..” (¡La venganza del infierno..)”
El Tamino de Daniel Johansson, está, más o menos aceptable, en sus intervenciones con Pamina, Papageno y Sarastro.
Ya, los resultados son más discretos en su gran escena del Acto I “Dies Bildnis ist bezubernd schón (¡Este retrato es encantadoramente bello)”, si le comparamos con un Fritz Wunderlich (el mejor Tamino de la historia), o con la elegantísima creación del joven Nicolaï Gedda, junto a la Pamina de Elisabeth Schwarzkopf, y el Papageno de Giuseppe Taddei, en la magnífica toma en directo de 1953, dirigido por la flamígera batuta de Herbert von Karajan; e, incluso, la excelente creación, en tiempos más recientes, del mejicano Francisco Araiza, en la toma en video de 1991, dirigida por James Levine desde Metropolitan de Nueva York.
En fin, una notable Flauta mágica, sobre todo por algunos de los cantantes.

Don Pasquale

Necesitaba el público del Teatro Real un bálsamo que aliviara las heridas causadas por el reciente Don Giovanni. Esperaba al menos una compensación. Y esta ha llegado de la mano  (maestra) de Ricardo Muti. Se podría decir que,  en el foso, a grandes males, grandes remedios.
La obertura, esa exposición de motivos que expresa el carácter de la obra y, sobre todo, la capacidad (o no) de la dirección musical, concluyó con la primera ovación de la noche. Solo había que abandonarse. El camino, estaba trazado.

La escenografía es sencilla y mínima, puede que un poco pobre y oscura en algunos momentos. Se trataba de un lienzo sobre el que se iban dibujando las escenas perfectamente trazadas por el Maestro Muti.
Una ópera a la que el propio Muti no permite que se califique de menor, y no lo es, pero es su batuta la que la eleva a la categoría de grande. Y es que los trazos que dibuja con ella, marcando el carácter de cada una de las escenas, aportando a su sentido buffo un aire de nostalgia y melancolía que redondea la obra, la hace más compleja y la música adquiere una capacidad de  penetración mayor de la que partía. La naturalidad con la que Muti articula las distintas partes de la obra, dotan a esta de una coherencia armónica que crea una atmósfera envolvente.
Un precioso vestuario de época le daba el perfecto toque de romanticismo para terminar de completar todos los elementos imprescindibles.
Se nota que es esta una obra que el Maestro Muti tiene muy pulida. Llena de detalles, de momentos inspirados y cuidando el lucimiento de los cantantes. Supo dotar de melancolía algunos acompañamientos magistrales, como el de trompeta en el aria de tenor. Y de picardía en el aria de Norina.  Una orquesta, la Giovanile Luigi Cherubini  que es ante todo eso, joven, con todo lo que supone, pero que Muti dirige magistralmente obteniendo unos resultados extraordinarios.

El joven cuadro de cantantes anduvo resuelto por el escenario con una teatralización que superó sus voces.  Dmitry Korchak, como Ernesto, frasea con fluidez y canta con gusto. Posee una  hermosa y lustrosa voz que lució en momentos como la serenata, cuando la tesitura le permitía cierta comodidad en la zona media. Sus agudos apuntan buenas maneras, pero no resolvió ninguno. Faltos de armadura, quedaron en un intento y otros fueron víctimas del miedo. Cuando se esperaba el agudo, aparecía una nota pequeña y tímida. Debe remediar el tránsito a los agudos y esperar que el tiempo y las tablas le afiancen y la valentía sea otra de sus cualidades.
Alessandro Luongo, como Doctor Malatesta, estuvo correcto. Bien en su interpretación, lo mejor que se puede decir de él es que no fue un elemento distorsionador, que hoy por hoy, en bastante.
Nicola Alaimo, como Don Pasquale, recibió los mayores aplausos de la noche. Más por su interpretación del personaje, que resultó entrañable, que por sus cualidades canoras. Pero su presencia sobre el escenario y el carácter que supo imprimir a Don Pasquale redondearon el personaje, muy bien llevado por la impecable batuta del Maestro.
La más prometedora voz de la noche fue la de la soprano Eleonora Buratto. Interpretó una chispeante Norina que el público agradeció. Poseedora de una voz amplia y contundente, presentó algún pequeño problema a la hora de sujetarla. Sus agudos son luminosos y ágiles y se adivina un instrumento con amplio recorrido y capacidad para ser matizado y esculpido.
No fue un delirio, pero sin duda fue una noche disfrutada por un público que salió sonriente y satisfecho.

 

Don Pasquale
Gaetano Donizetti (1797-1848)
Teatro Real, 13 de mayo 2013
Dramma buffo en tres ctos
Libreto: Giovanni Ruffini y Donizetti
Nueva producción del Teatro Real procedente del Festival de Ravenna
D. musical: Riccardo Muti
D. escena: Andrea de Rosa
Escenógrafo: Italo Grassi
Figurinista: Gabriella Pescucci
Iluminador: Pasquale Mari
D. coro: Andrés Máspero
Don Pasquale: Nicola Alaimo
Ernesto: Dmitry Korchak
Norina: Eleonora Buratto
Doctor Malatesta: Alessandro Luongo
Un notario: Davide Luciano
Coro Titular del Teatro Real
Orchestra Giovanile Luigi
Cherubini

Críticas