Adrianne Pieczonka

Schubert escribe Winterreise (Viaje de invierno) estando muy avanzada ya la sífilis que acabaría con su vida poco tiempo después. Solitario y sin haber tenido ningún éxito en su carrera, Schubert  desgrana a lo largo de 24 canciones dos de los temas fundamentales en los poemas de Wilhem Muller, la soledad y el camino. Y lo hace transmitiendo, de manera desgarradora, su propio invierno interior, lleno de melancolía, soledad y temor por esa muerte que le acechaba.

Winterreise fue escrito inicialmente para voz de tenor, bien conocida por Schubert. Pero es la voz de barítono la que con mayor frecuencia aborda este repertorio, tal vez porque describa la melancolía con mayor exactitud. Pero en esta ocasión, el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela y del Centro Nacional de la Música nos han sorprendido con la voz Adrianne Pieczonka. Todo un descubrimiento escuchar la expresión romántica más profunda de la mano de esta soprano canadiense, ya experimentada sobre los escenarios. Tal vez  gracias a esa experiencia vital y profesional se deba la capacidad de transmitir tantas emociones distintas contenidas en esta obra. Pieczonka ha ido desgranando, de manera turbadora, cada momento en el que Schubert describe, a través de su música, la llegada del final del camino. Una voz luminosa y esmaltada cuando las dinámicas ascendentes lo requieren, como en Frühlingstraum (sueño primaveral), o capaz de crear atmósferas cargadas de melancolía o dulzura, como en Der Lindenbaum (El tilo) o Der Leiermann (El zanfonista).

Estuvo acompañada al piano por Wolfram Rieger, quien marcó, con técnica impecable y elegancia, el camino perfecto a Pieczonka para transitar la romántica melancolía descrita por Schubert. Su conocimiento del repertorio liederístico es impecable, como su dominio del instrumento. Formaron un tándem perfecto en coordinación y expresividad que dejó al público feliz y satisfecho.

Matthias Goerne

16 de noviembre. Hoy está programada en el Teatro Real una de sus noches, la segunda. Pero no cualquier noche, esta es especial. El barítono alemán Matthias Goerne regresa a este teatro después de cinco años de ausencia. Y para completar el cartel, el joven director griego, Teodor Currentzis, que se encuentra ya ensayando el próximo Macbeth, estará al frente de la orquesta. Con un recital de esta altura, y con la mayoría de las entradas a ocho y doce euros, no deja de sorprender que haya quedado demasiado papel en taquilla. ¿Qué está fallando? Tal vez la planificación de un recital como este en la temporada no sea la más adecuada. Lo cierto es que las alarmas empiezan a sonar en el Real.

Matthias Goerne es sin duda uno de los más excepcionales liederistas, y volvió a demostrarlo el viernes. De una expresividad indudable, canta con exquisito gusto, con carácter y contundencia. Con momentos muy delicados y bellísimos. Ha mejorado el falseado de sus agudos aunque continúa teniendo problemas en los graves. Por algo es barítono y no bajo puro.

Pero pasemos a sus dificultades. A estas alturas de su profesión, abandonemos ya toda esperanza de que Goerne consiga un apoyo natural y deje de cantar engolado.
Se sufre viéndole tan apurado, obligándose con todo el cuerpo para conseguir la emisión, necesitando sonoras aspiraciones. Si el aire que sale de sus pulmones lo hiciese con fluidez, todo su cuerpo estaría relajado y no sería necesario observar como las venas de su cabeza y su cuello tomaban volumen. Le vimos sudar la gota gorda sin necesidad, pero como digo, ya es tarde.

Magnífica fue la dirección de orquesta. Currentzis no es un especialista en Mahler. Tal vez por eso sea aún más meritoria su actuación. Extrajo de la Orquesta del Teatro gran cantidad de matices, delicadeza, expresividad, brío y energía. Lo hizo con sus manos libres, sin batuta, haciendo fluir los movimiento de manera natural y segura, siempre atento y lleno de dinamismo. Promete un Macbeth de gran altura.

Jaroussky

Tres bises no parecían suficientes para un público que, puesto en pie, no dejaba de aplaudir y lanzar bravos a este joven contratenor francés. Con un repertorio clásico muy ajustado a sus cualidades vocales, Philippe Jaroussky cautivó a un público cada vez más enamorado de este tipo de tesituras. Recuperada para los escenarios a partir de mediados del siglo pasado gracias a Deller, la voz de contratenor, muy evolucionada desde entonces, cuenta cada vez con más presencia en recitales y óperas que requieren de su participación.

Al concluir el recital, un emocionado Jaroussky agradecía en castellano el calor del público. “Siempre es un placer para mi volver a este Teatro”. En él debutó con apenas 22 años en el papel de Alecto en Celos aun del aire matan. La pasada temporada ya demostró las cualidades de su voz en un complicado Nerone, en la “Poppea” de Monteverdi.

Dotado de una voz ligera y de extraordinaria facilidad para los agudos y la coloratura, interpretó para demostrado el aria de Giustino, “Vedro con mio diletto”. Y su exquisito gusto en la interpretación fue más evidente en las arias dramáticas que en las de coloratura (aunque sean estas últimas las que más agradece el público). Su voz es bellísima, cristalina, casi transparente y de gran virtuosismo en la técnica. El único pero es un escaso volumen de voz y las dificultades con el fiato en los tonos medios y graves. Pero maneja muy bien su líquido instrumento.

Muy bien acompañado estuvo con Jeannette Sorrell, directora de la Orquesta Barroca de Cleveland, Apollo´s Fire. Sorrell dirige a la vez que toca el clavecín. Lo hacen con gran intensidad e incluyen ese momento vellones que de inmediato delata a la mayoría de intérpretes norteamericanos.

La Orquesta hizo vibrar también al público con interpretaciones brillantes como el Concierto para dos violonchelos en Sol menor, RV 531 de Vivaldi, la chacona Il Parnaso in festa, de Händel y “La follia” de Vivaldi, con arreglos de la propia Sorrell, que entusiasmó al teatro.

En los bises ofrecieron “Alto Giovanni”, un aria de Porpora dedicado a Farinelli y que hizo a este tan famoso; “Venti turbini”, de Rianldo de Händel y terminó con “Ombra mai fu”, de Serse, que fue un extraordinario colofón a una noche mágica tras casi dos horas y media de concierto.

Madrid me Suena

Cuanto se agradece una semana de la música, no solo llena de música (que ya era hora), sino llena de buena música. Dos ejemplos de los que hemos podido disfrutar han sido los recitales de la soprano navarra María Bayo, y el barítono alemán Andreas Wolf. Ambos recitales organizados por la Fundación SaludArte y que con el nombre de MADRID ME SUENA, han sido los responsables de distintos y numerosos eventos musicales en la capital.

MARÍA BAYO

Escuchando este recital se podía pensar que, tal vez, la Sala de Cámara del Auditorio no era el recinto adecuado para la voz de María Bayo. Pero creo que la Sala Sinfónica y cualquier otra sala, por muy grande que fuera, habría sido llenada por su voz. Una voz amplia, consistente, irradiando alegría de manera contundente.

En esta ocasión, además, María Bayo estuvo especialmente bien acompañada al piano. La complicidad y maestría de Rubén Fernández redondearon la voz de la soprano.

Un repertorio muy variado, dada la gran versatilidad de su instrumento. Comenzó con una selección de canciones alemanas de L. V. Beethoven. Un género menos conocido del compositor pero de una gran belleza. Continuó con Schubert y unas canciones alemanas más románticas.

La parte española del recital estuvo representada por unas canciones en catalán, del Maestro Frederic Mompou, sobre sonetos de Josep Janés. Y una selección de canciones de Antón García Abril, presente en la sala, Sobre poemas del granadino Antonio Carvajal. Terminó con canciones del Maestro cubano Ernesto Lecuona, del que ofreció además algunos bises.

23 de junio
Auditorio Nacional, Madrid
Sala de Cámara
María Bayo, soprano
Rubén Fernández-Aguirre, piano

ANDREAS WOLF

Toda una sorpresa este barítono alemán. Con una voz de gran extensión y claridad de timbre, comenzó con una selección de canciones de Schubert de gran belleza. Su pulido timbre crea una voz muy apropiada para el lieder. Continuó con canciones de Schumann, Hugo Wolf, del que ofreció un bis, Fauré y Duparc.

Se estrenó una obra de Bruno Dozza. Una ocurrencia compuesta expresamente para la ocasión que descolocó, tanto al público como al propio Wolf, que hizo lo que pudo, siendo muy poco lo que se podía hacer.

Lástima que, a pesar de estar todas las localidades agotadas desde hacía días, aparezcan demasiados claros en el patio de butacas. Esto es algo a cuidar por la organización en próximas ocasiones que esperemos se produzcan.

24 de junio
Teatros del Canal, Madrid
Sala Verde
Andreas Wolf, barítono
Alexis Delgado, piano

Sacrificium

Salió al escenario tras una introducción de La Scintilla, la Sinfonía Meride e Selinunte, de Nicolò Porpora. Apareció como lo viene haciendo en los recitales de presentación de Sacrificium, travestida al modo de los castrati del siglo XVIII y entre las ovaciones del público. La Bartoli maneja la escenificación como nadie. Fue un recital amplio, dos horas y media largas durante las que desgranó lo mejor de su último repertorio y de sus calidades y agilidades vocales.
Fue alternando las arias dramáticas con las de coloratura. Las spiamatas fueron enriquecidas con unos filados bellísimos, de un gran dramatismo que hacía que todo el auditorio contuviese la respiración. Las de coloratura estaban ejecutadas con una endiablada técnica y habilidad. Sin abandonar ni una sola nota. Un despliegue de trinos, acciacaturas, mordentes, agilidades… consecuencia de un fiato poderosísimo, como no podía ser de otra manera. Su capacidad de interpretación y dramatización solo es comparable con una proyección de voz, pequeña, si, pero limpia y pulida, alada y carnosa, contundente, rotunda y aérea. Todo junto y a la vez.
La Scintilla, dirigida por la Concertino Ada Pesch, estuvo magnífica. Hicieron desde el primer momento todo aquello que requería la voz de Cecilia Bartoli, como debe ser, y lo hicieron con brillantez, naturalidad y fabricando un sonido delicado, pulcro y bellísimo.

Diana Damrau

Muchos de ustedes recordarán a Diana Damrau, ya que pudimos verla cantando una maravillosa Zerbinetta de la Ariadna en Naxos straussiana en el Teatro Real de Madrid en 2006. Y puede que alguno recuerde cuando Muti dirigió la reapertura de la Scala de Milán, con la “Europa Riconosciuta” de Salieri, la obra que inauguró dicho teatro el 3 de agosto de 1778. Bueno, pues resulta que allí estaba Diana Damrau en el papel de Euripa (junto a Daniela Barcelona, Genia Kuhmeier, Desiree Rancatore y Giuseppe Sabatini).

Sacrificium Madrid

Durane el mes de abril, Cecilia Bartoli regresa a España para ofrecer una serie de recitales tra el éxito de su último trabajo, «Sacrificium».
La mezzo romana ofrecerá recitales en San Sebastián, Bilbao, Oviedo, Santiago de Compostela, Valladolid, Pamplona y Vitoria. En esta ocasión estará acompañada por el grupo con la Scintilla.

En su anterior recital en el Real, allá por el mes de abril, generó alguna duda y no dejó completamente satisfecho a todo el mundo. Pero este ha sido diferente. Dominio escénico y del repertorio de principio a fin, saliendo con fuerza, con brío, demostrando el profundo conocimiento sobre la música y la historia de la época de los castrati, eje sobre el que trata su disco y que es producto de una exhaustiva investigación, (de esas a las que ya nos tiene acostumbrados) y que queda de manifiesto en una extraordinaria interpretación sobre el escenario.
La época de los castrati y su recreación, empezando por el vestuario hasta la manera de interpretar, causan, como entonces, el delirio y la emoción en un público entregado. La Bartoli maneja como nadie los tiempos escénicos. Su  carisma, personalidad, magnetismo y simpatía, se unen a sus cualidades técnicas, una gran agilidad en las piezas de coloratura y una voz radiante, aunque algo justa pero endiabladamente hábil y contundente.

Y ese cambio de registro al llegar a las árias dramáticas, las más hermosas y delicadas, las notas a flor de labios, dejando salir un sonido lleno de melancolía y fino como un hilo. Especialmente brillante el “Chi non sente al mio dolore”, un emocionantísimo “Parto, ti lascio, o cara” y un delicadísimo y penetrante “Cadrò, ma qual si mira”.
Al recreado ambiente de la época de los castrati en este recital, solo le faltaba un teatro abarrotado de público (que lo estaba) pero ocupándolo todo, las escaleras, los pasillos y cualquier rincón donde cupiese un alma.
No hay que restar ni un ápice de mérito en el éxito de este recital y de la grabación, al Giardino Armonico ni a su Director, Giovanni Antonini. Grupo especializado en este tipo de repertorio y un habitual acompañante de Bartoli. La delicadeza  de sus interpretaciones son el marco perfecto para las pinceladas que, con trazo maestro, realiza la mezzosoprano romana. Para quien no haya tenido aún la oportunidad de escucharla, volverá en primavera a España en lo que será la continuación de su gira por distintas localidades.

Bartoli

El pasado 16 de abril concluyó una edición más del festival “Ellas crean”, organizado por los Ministerio de Cultura e Igualdad. Formado por un buen número de actividades artísticas y culturales, el festival propone un recorrido de música, danza, teatro, poesía, cine, literatura, pensamiento, moda y exposiciones a cargo de artistas que representan, en cada una de estas facetas, la importancia creadora de la Mujer.
En el Teatro Real, y con un repertorio mayoritariamente belcantista, se puso punto final a la edición de este año con la actuación de la mezo Cecilia Bartoli. Desde Giulietta Simionato, nadie ha hecho tanto por las mezzosopranos.Cecilia Bartoli es para muchos la genuina depositaria de unas formas que encuentran en la estadounidense Marilyn Horne la cima del bel canto.
El gran público conoció a Cecilia en 1985, cuando, tras una fugaz aparición televisiva en un programa de talentos e impresionado por lo que había visto, Ricardo Muti, director de La Scala, decidió cursarle una invitación  formal para una audición. Cecilia Bartoli ya no ha dejado de encontrarse desde entonces con sorpresas agradables a cada paso. No hay un solo director de orquesta consultado que no la ubique en la categoría de intérprete inquieta, versátil y poco convencional.
La primera parte del concierto, que comenzó con «La regata veneziana», fue la más intensa. En ella se pudo apreciar la extraordinaria calidad de su voz y sus cualidades técnicas a pesar, como ya es sabido, que su potencia de voz no es lo más espectacular. Destacando por encima de todo esos pianos que borda como nadie.
El final del recital fue una concesión al público que aplaudió a rabiar los bises más populares acompañados de sus también típicos taconeos. Sabe muy bien como ganarse al público, proporcionando intensidad y espectáculo.

Críticas