52 años han tenido que pasar para que Mirentxu, obra de juventud de Jesús Guridi, haya vuelto a escucharse en el Teatro de la Zarzuela. Una obra que tiene una larga historia de transformaciones. Durante 30 años, un inconformista Guridi no dejó de modificarla y adaptarla hasta llegar a esta última versión.

Se estrenó como zarzuela en 1910 en el Teatro de Los Campos Elíseos de Bilbao, con libreto de Jesús María de Arozamena y Alfredo Echave y con gran éxito de crítica y público. Esta primera versión tenía una orquestación enorme, algo muy poco habitual en los compositores españoles de la época. En 1913 se lleva  a Barcelona, en esta ocasión como ópera, prescindiendo para ello de todos los diálogos. Y el 1915 se estrena en el Teatro de la Zarzuela como se concibió inicialmente, como zarzuela. Tras consultar a sus colaboradores Arozamena y Fernández-Sahw, Guridi realizó una nueva adaptación para su estrenos en el Teatro Arriaga de Bilbao en 1934. Y es en este mismo teatro, el Arriaga, donde se estrena en euskera en 1947.

La versión que ha ofrecido el Teatro de la Zarzuela es esta última, con una adaptación de Borja Ortiz de Gondra al castellano que, a modo de narrador, declama Carlos Hipólito relatando con gran musicalidad la sucesión de acontecimientos. Algo que de manera acertada viene haciendo el Teatro de la Zarzuela con las obras en versión de concierto.

Desde el foso, un Oliver Díaz magistral realiza una lectura de la partitura llena de refinamiento y lleva a la Orquesta de la Comunidad de Madrid a una de sus interpretaciones más lúcidas. Se trata de una partitura de gran sonoridad y muy evocadora de los paisajes vascos en los que transcurre la acción, sencilla y cotidiana, de esta obra. La partitura tampoco es compleja. Tiene una estructura casi cíclica, la música vuelve a la misma nota del inicio, en una monótona normalidad de lo cotidiano, todo vuelve a empezar. Recuerda los acordes wagnerianos.

Al frente del reparto una emocionada Ainhoa Arteta como Mirentxu, que se encuentra en un momento vocal espléndido. Transmitió al público la emoción y el entusiasmo de su tierra a través de una música que conoce desde su infancia. Lo cantó todo, acompañando incluso al coro en algunos momentos. Su aria final, que es la de mayor lucimiento, hizo las delicias de un público que se emocionó con ella.

El rol de Raimundo, más extenso y complejo que el de Mirentxu, estuvo a cargo de Mikeldi Atxalandabaso. Con una hermosa línea de canto, fue desgranado con su voz ligera cada momento intenso del personaje y la trama. Tras un inicio algo forzado, lo dio todo en la segunda parte.

La Presen de Marifé Nogales, personaje  a la sombra de los protagonistas, fue sin embargo su perfecta acompañante. Siempre solvente, creó una Prensen con el nivel de dramatismo preciso.

Christopher Robertson ha sido un Txanton impecable. Sobrio en su expresión, como el carácter de su personaje. Un escalón por debajo estuvo la actuación de un voluntarioso José Manuel Díaz, como Manu. Mario Villoria, componente del coro,  fue un pastor con solvencia y eficacia.

Muy bien el Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Fue de menos a más y se valoró su labor con el euskera. Mención especial tuvo la intervención del Coro de Voces Blancas Sinan Kay, dirigido por Lara Diloy. Un coro formado en 2015 con vocación didáctica cuya sede se encuentra en el colegio Santísima Trinidad de Alcorcón. Una iniciativa valiente y de gran eficacia en multitud de aspectos, no solo el académico o didáctico. Especial mención merecen sus dos solitas Patricia Valverde y Azahara Bedman. Parece que el futuro de la lírica está garantizado.

Un nuevo acierto del Teatro de la Zarzuela en su impagable labor de búsqueda y recuperación de grandes obras de la lírica española. Esperamos ya con inquietud la próxima.

Fotografía: Javier del Real

El Caserío
Jesús Gurido (1886-1961)
Comedia lírica en tres actos
Libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw
Madrid, 3 de octubre, Teatro de la Zarzuela
D. musical: Juanjo Mena
D. escena: Pablo Viar
Escenógrafía: Daniel Bianco
Vestuario: Jesús Ruiz
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Coreógrafía: Edyardo Muruamendiaraz
Reparto: Ángel Ódena, Raquel Lojendio,Andeka Gorrotxategi, Marifé Nogales, Pablo García-López, Itxaro Mentxaka, Eduardo Carranza
y José Luis Martínez
Orquesta de la Comunidad de Madrid y Coro Titular del
Teatro de la Zarzuela
Aukeran Dantza KonpainiaAl homenaje de Monserrat Caballé, que inició simbólicamente la temporada en el Teatro de la Zarzuela, le sigue el estreno de El Caserío, de Jesús Guridi y libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw. La escenografía está a cargo de Pablo Viar y Daniel Bianco.Tiene ya ocho años de recorrido en coproducción con ABAO de Bilbao y el Teatro Campoamor de Oviedo, pero a esta acertada escenografía no le afecta el paso del tiempo. Sus dos escenarios, la entrada de un caserío y el tradicional frontón, nos trasladan a un País Vasco atemporal e inequívoco.

La producción que nos presenta el Teatro de la Zarzuela, y que ya se pudo ver en Madrid en Los Teatros del Canal, ha prescindido, acertadamente, de algunos de los diálogos y pasajes más costumbristas y que resultan muy desactualizados.

Los críticos de la zarzuela apuntan siempre como uno de sus problemas para ser representada y entendida hoy en día, a unos textos antiguos, por desfasados. Pero todo tiene arreglo, como lleva demostrando el Teatro de la Zarzuela en las últimas temporadas. Lo que no cambia ni envejece es la música, siempre fresca y elaborada de Jesús Guridi. Nos va narrando la historia con precisión y delineando los estados de ánimo de sus personajes, gracias a una perfecta orquestación.

Al frente de la Orquesta y el Coro del Teatro Juanjo Mena. Otro vasco que hace la lectura más adecuada de una partitura rica en colores y musicalidad. Con muy buen pulso extrae las mejores prestaciones de la ORCAM y del Coro, que en esta ocasión tiene un papel actoral importante y cubre, con su actuación, la falta de otros elementos narrativos y escénicos.

Otra de las sorpresas de este Caserío son las danzas populares a cargo de Aukeran Dantza Konpainia, bajo la dirección de Eduardo Muruamendiaraz. De una profesionalidad y perfección en la ejecución absolutas. Muy bien integrados en las escenas, fueron un elemento inspirador y contextualizador de toda la obra. Aportaron dinamismo y fluidez en las transiciones escénicas.

Una producción como ésta solo puede contar con voces de primer nivel, como así ha sido. Ángel Ódena convierte en oro todo lo que canta, y su personaje del Tío Santi no iba a ser menos. Acompañado de Andeka Gorrotxategi, con un hermoso y peculiar timbre de tenore di forza, que da vida a un José Miguel frívolon y atolondrado, hasta que encuentra el amor de Ana Mari, a la que da forma Raquel Rojendio, otro lujo para el reparto.

El personaje de Inosensia está a cargo de otro valor seguro en éste Teatro, Marifé Nogales canta, baila y actúa, no se puede pedir más. Pablo García López se encarga de dar vida a un vibrante Txomin, que está muy bien acompañado en escena por la divertida Eustasia, de Itxaro Mentxaca, el marido holgazán de Inosensia, que interpreta Eduardo Carranza y un atribulado Don Leoncio, de la mano de José Luis Martínez.

Un más que atractivo inicio de temporada que tendrá su continuidad, con la música de Guridi, en su primera ópera, Mirentxu, que en versión concierto podremos ver el 22 y 24 de noviembre, con Ainhoa Arteta y Mikeldi Atxalandabaso como protagonistas.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real

 

Una Doña Francisquita llena de contradicciones
Doña Francisquita
Amadeo Vives (1871-1932)
Comedia lírica en tres actos
Libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, inspirado en
La discreta enamorada de Lope de Vega. En una adaptación de Lluis Pascual.
Teatro de la Zarzuela Madrid 14 de mayo de 2019
D. musical: Oliver Díaz
D. escena: Lluis Pascual
Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar
Iluminación: Pascal Mérat
Coreografía: Nuria Castejón
Diseño audiovisual: Celeste Carrasco
Orquesta de la Comunidad de Madrid Titular del Teatro
Coro Titular del Teatro de la Zarzuela, Director: Antonio Fauró
Rondalla Lírica de MAdrid “MAnuel Gil”, Director: Enrique García Requena
Reparto: Sabina Puértolas, Ismael Jordi, Ana Ibarra, Viçent Esteve, María José Suarez,
Santos Ariño, Antonio Torres, Graciela Moncloa, Mathew Loren Crawford,
Francisco José Prado, ALicia Martínez, Francisco Javier Alonso
Con la colaboración especial de Lucero Tena y Gonzalo de Castro
Esta nueva producción de Doña Francisquita del Teatro de la Zarzuela me ha sorprendido y desconcertado. No he entendido nada, no hay diálogos, apenas escenografía, un narrador me distrae e interrumpe constantemente justo en los momentos más arrebatadores de la obra y, sin embargo, pocas veces salgo tan estimulada de una representación. No, no entiendo nada.También sirve para darse cuenta de lo turbador que puede llegar a ser la ausencia de diálogos y escenografía en una obra como esta. Como dice Lluis Pascual, una Bohéme puede ser cantada en versión concierto por los mejores cantantes, y no decir nada, o ser representada por los peores, y decirlo todo. A Doña Francisquita le ocurre algo parecido.Los tres actos en los que se divide la obra son completamente distintos, escénicamente hablando. El primero es aburrido y confuso, el segundo entretenido y lleno de romanticismo y el tercero, sublime.Lluis Pascual, hombre de teatro como ninguno, es el responsable de la puesta en escena y la adaptación del texto de esta nueva versión de Doña Francisquita. No es tarea fácil abordar, para modificar, una obra de referencia conocida desde su más tierna infancia. Y el resultado es realmente sorprendente. Queda a la elección del espectador en qué lado de la balanza pone su sorpresa.

Para justificar la adaptación del texto, Pascual alude al que, a su modo de ver, es el problema de la zarzuela: el libreto, y una manera de escribir e interpretar, que llega hasta los años 30 y que se llama “costumbrismo”. Un estilo teatral que ya nadie hace y, del que parece, se han perdido las claves para su interpretación, tanto desde el escenario, como desde el patio de butacas.
El primer acto es el más desconcertante. Se trata de un estudio de grabación de los años 30 en el que aparecen los cantantes y el coro como si de una versión de concierto se tratara. Falta la escenografía, que en este acto es fundamental para la comprensión de la obra. Tal vez sea esa la razón por la que los protagonistas parecen no hallarse sobre el escenario. Se pierde frescura en la interpretación, que queda en un segundo plano. Algunos de los momentos más líricos de este primer acto pierden toda su brillantez, como “la canción del ruiseñor”, interpretada por Sabina Puértolas, que queda bastante desdibujada.

Llegamos al segundo acto, situado en un plató de televisión en los años 60, de la mano del nuevo personaje que nos intenta guiar desde el principio, el narrador. El actor Gonzalo de Castro se encarga de dar vida a un nuevo rol, definido para tratar de introducir y explicar el argumento de la obra, a falta de diálogos. De Castro tiene un papel muy destacado, es brillante en lo suyo, pero su personaje no deja de cortar el ritmo. Aparece incluso para interrumpir los momentos en los que se había logrado la atmósfera más romántica y lírica. Creo que él mismo fue consciente de ello en algunos momentos.

El tercer acto nos lleva a una sala de ensayo actual y vacía. Con una inmensa pantalla al fondo sobre la que se proyectan imágenes de una Doña Francisquita rodada en 1934 por Hans Behrent, un director alemán que llegó a Barcelona, junto a otros cineastas, huyendo del nazismo. El nieto de uno de ellos, descubrió en el desván de su casa en Canadá, un baúl que contenía ocho películas grabadas por su abuelo. Siete de ellas estaban tan deterioradas que no se pudieron recuperar y solo se salvó una de ellas. Se trataba de Doña Francisquita. Las imágenes son de una gran belleza y evocadoras de aquel Madrid castizo y siempre dispuesto a la fiesta. Este tercer acto es el más emotivo, sobre todo, cuando apareció en escena Lucero Tena para tocar con “su pequeño instrumento”, las castañuelas, el fandango que después interpretó el cuerpo de baile. Tal vez este haya sido uno de los momentos más inolvidables de toda la temporada.

Todas las funciones están dedicadas a Alfredo Kraus en el 20 aniversario de su muerte. Con su recordado Fernando, Kraus reinauguró este Teatro en 1956 con esta misma obra.

La dirección musical, a cargo del titular del Teatro, Oliver Díaz, hizo grandes esfuerzos para encajar la música con lo que se estaba desarrollando sobre el escenario. Lo consiguió en gran medida, con una dirección enérgica, a veces algo excesiva en el volumen de sonido, pero siempre sabiendo acompañar a los cantantes en esta obra de grandes peculiaridades y difícil escritura orquestal, que hace que cada uno de sus números sean diferentes y con su propio estilo. Como dice Díaz, “Doña Francisquita es una sucesión de grandes éxitos”.

Una de las razones que hacen que esta Francisquita sea especial, a pesar de la desconexión de escena y música, es el cuadro de cantantes que intervienen en ella. Ismael Jordi aborda el dificilísimo y extenso rol de Fernando con la delicadeza y determinación que exige el personaje. Su voz ha ganado en densidad y amplitud. Ofreció uno de los momentos más románticamente líricos al interpretar su romanza “Por el humo…”, para la que se pidió el bis sin éxito. Su fraseo está bordado con elegancia y la línea de canto es exquisita.

Sabina Puértolas creó una Francisquita sofisticada y sin caer en ñoñerías. Su personaje fue de más a menos, tal vez contagiada por la falta de referencias escénicas. Su voz está llena de frescura y su línea de canto tersa y brillante. Su canción del ruiseñor quedó difuminada en ese perturbador primer acto.
La Aurora de Ana Ibarra fue el personaje de mayor personalidad sobre el escenario. Rotunda en la interpretación de esta Beltrana cuyos graves podían haber sido más intensos. Junto al Cardona de Vincenç Esteve, protagonizó el dúo del tercer acto. Ella, sobradamente castiza y brava, mientras Esteve rapeaba más que declamaba.

María José Suárez tiene un oficio y unas cualidades interpretativas que hacen que cualquier pequeño personaje se convierta en grande cuando ella lo viste. Eso hizo con su Doña Francisca. Es toda una garantía en cualquier producción lírica.

Otra garantía que aporta casticismo y personalidad a esta Francisquita, es la participación de Santos Ariño como Don Matías, y de Antonio Torres como Lorenzo Pérez. Saben estar y decir como se está y se dice una zarzuela.

Las coreografías elaboradas por Nuria Castejón, realizan una función casi balsámica para un público deseoso de conectar con la obra. Las imágenes que en directo se proyectan del cuerpo de baile sobre la gran pantalla, son de una plasticidad y estética notables.

Todos estos artistas, respaldados por el Coro Titular del Teatro de la Zarzuela, centran la obra y la llenan de referencias. Con ellos y la música del maestro Vives, se bastan y sobran para para dar vida a esta zarzuela. No hay que temer por nuestra lírica, es demasiado grande. Y el Teatro de la Zarzuela, su fortaleza.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real

El Barberillo 1

El Barberillo 2

El Barberillo 3

El Barberillo 4

El Barberillo 5

El Barberillo 6

El Barberillo de Lavapiés en el Teatro de la ZarzuelaEl Barberillo de Lavapiés es una de las obras cumbre de la lírica española, no solo de la zarzuela. Representa con su música la verdadera raíz popular del Madrid más castizo y costumbrista. Como dice Alfredo Sanzol, “contiene la fuerza musical de una época”. El libreto de Luis Mariano de Larra es asombrosamente actual. Podría haber sido escrito ayer mismo, lo que demuestra que las características propias de una sociedad como la española, no cambian, independientemente del momento histórico. En el argumento se reflejan casi todas las características del Madrid de la época, de aquella y de ésta, como la galantería de los majas y chulapos, la capacidad de generar intrigas y el gusto por criticarlo todo, principalmente a las autoridades. También refleja la eterna lucha y diferencia de clases representada por dos parejas de enamorados, una muy del pueblo, el barbero Lamparilla y la costurera Paloma y otra aristocrática formada por Don Luis de Haro y la Marquesa del Bierzo.

Barbieri quería potenciar la música hispana y el Barberillo era como un manifiesto “por nuestra música”,  y así lo demuestra desde los primeros compases, aunque con un punto rossiniano. Lamparilla tiene similitudes con el barbero de Sevilla, las tramas políticas, los personajes protagonistas, coros, majos, mancebos, estudiantes, guardias o costureras, pertenecen al Madrid más castizo de la época y su música nace de las raíces españolas más populares. Pretendía Barbieri compensar, de alguna manera, las nuevas corrientes musicales que llegaban del resto de Europa protagonizadas, sobre todo, por Wagner.

Tras el Barberillo de Lavapiés de Calixto Bieito en 1998, Alfredo Sanzol ha creado una escenografía casi inexistente pero con un resultado muy teatral. Sobre un escenario oscuro, neutro y casi vacío, aparecen grandes bloques que los personajes se encargaban de mover, creando espacios escénicos a lo largo de la representación que resultan un acierto en una obra con una trama tan enrevesada, danzas y hasta desfiles militares. Con esta escenografía consigue que el protagonismo recaiga sobre las parejas protagonistas y la música. Un escenario tan limpio no resta importancia a la historia, pero la verdadera ambientación recae casi en su totalidad sobre el vestuario de Alejandro Andújar, cuidadosamente elaborado y situado históricamente donde debe, en el Madrid de Carlos III.

La dirección musical estuvo a cargo del madrileño José Miguel Pérez-Sierra, que dirigió con brío, extrayendo lo mejor de la Orquesta de la Comunidad de Madrid en los números más populares de la obra, y dotando de cierto lirismo aquellos que, como si de un leitmotiv se tratara, acompañaban a la pareja formada por la Condesa y Don Luis.

A destacar también el oficio y buen hacer de un Coro, el del Teatro de la Zarzuela, que interpreta como nadie las melodías de esta obra, con toda la intención chispera del pueblo de Madrid.

EL cuadro de voces resultó un poco desequilibrado, no porque fuera malo, pero si por la distancia en volumen e interpretación que marcó Borja Quiza con su Lamparilla. Su voz de barítono lírico llenó la sala con su gran voz y agradable timbre. Interpretó con gracia su avispado personaje y se le entendió perfectamente el fraseo veloz y nada fácil, matizando y acentuando cada frase.

Su compañera de reparto fue Cristina Faus, en el papel de Paloma. No se puede decir que esté en su mejor momento vocal, aunque sus tonos oscuros y líricos dieron carácter a su personaje. Su dicción no fue muy buena, costaba entender lo que decía, pero su interpretación estuvo llena de intención y sensualidad.

La soprano María Miró interpretó a la Marquesita con un hermoso timbre y una agilidad apreciable, dotó al personaje de la sofisticación que una marquesa precisa, aunque en la interpretación resultó algo sosa y poco convincente. Lo que se dice castiza, no es, algo imprescindible en cualquier zarzuela y, sobre todo, en ésta.

El resto del reparto cumplió con su cometido muy dignamente. Una producción y una obra que hace disfrutar como pocas a un público que agotó las entradas en todas sus funciones.

El Barberillo de Lavapiés
Francisco Asenjo Barbieri
Zarzuela en tres actos
Teatro de la Zarzuela de Madrid, 3 de abril de 2019
Libreto de Luis Mariano de Larra, e una adaptación de Alfredo Sanzol
D. musical: José Miguel Pérez-Sierra
D. escena y adaptación del texto: Alfredo Sanzol
Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar
Iluminación: Pedro Yagüe
Coreografía: Antonio Ruz
Reparto: Borja Quiza, Cristina Faus, María Miró, Javier Tomé, David Sánchez, Abel García, Carmen Paula Romero, José Ricardo Sánchez, Felipe Nieto
Orquesta de la Comunidad de Madrid
Coro Titular del Teatro de la Zarzuela
D. coro: Antonio Fauró
Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real

María del Pilar

El Teatro de la Zarzuela continúa rescatando títulos del género lírico español que por distintos motivos habían quedado olvidados. Algunas de esas obras, como María del Pilar, del maestro Gerónimo Giménez, no se explica que hayan vivido tanto tiempo en el ostracismo. Se estrenó en el Teatro Circo Price de Madrid en 1902 y, desde entonces, nunca más se supo.  Parece que una de las razones de estas ausencias puede estar en unos libretos que han quedado muy desfasados. El de María del Pilar, de Francisco Flores y Gabriel Briones, presenta una España rural casposa y con muchas dificultades para su representación teatral. Pero el Teatro de la Zarzuela ha encontrado una buena solución a este problema, como ya hizo con “La tempestad”.

En la versión de concierto de la que se han programado dos representaciones, se ha sustituido el texto hablado por una narración actualizada con acierto por María Velasco. La narración estuvo a cargo de un Mario Gas templado, cuyo buen hacer quedó demostrado una vez más.

La partitura de Jiménez sorprende por su calidad. Se notan en ella las influencias de sus admirados Wagner o Verdi con momentos de verdadero verismo. La orquesta, reforzada para la ocasión, sonó como nunca desde la obertura, siendo los pasajes más intensos las dos romanzas a cargo del tenor y el bajo o el dúo de las de las dos sopranos en el acto segundo.

La dirección de Óliver Díaz, que sustituía al maestro Jesús López Cobos, a quien se dedicó la representación, estuvo llena de intensidad y colorido. Dirigió con pulso firme y adecuado todos los pasajes de la obra, dotando a cada uno de su propia personalidad y matices, como se comprobó en la jota o en el muy verdiano dúo de bajo y barítono del segundo acto.

El apartado de las voces estuvo muy equilibrado. La soprano Carmen Solís ofreció un canto homogéneo con un hermoso timbre y una voz con cuerpo, sobre todo en la zona media. Su papel, a pesar de dar nombre a la obra, no es el protagonista ni tiene arias en solitario, pero brilló cuando le correspondía, también en la dramatización.

La soprano polaca Iwona Sobotka interpretó el papel de Esperanza. Puede presumir de una buena dicción en español con su voz oscura, que le proporciona una buenas notas graves. No ocurre lo mismo con los agudos.

Marina Rodríguez-Cusí  interpretó a la Señá Nieves, junto a su pareja cómica Jorge Rodríguez-Norton como Almendrita. Ambos a gran altura. Ella siempre es una garantía de profesionalidad y buen hacer.

Andeka Gorrotxategi, como Rafael, abordó su exigente tesitura con entrega y su siempre hermoso timbre. Tuvo algún problema que solucionó a medida que avanzaba la obra. No se entendió bien que cantara todo el tiempo cruzado de brazos, como si estuviera sujetando o buscando algún apoyo, en cualquier caso, no es la mejor postura sobre un escenario.

El barítono Damián del Castillo interpretó a Marcelino con un canto sereno y suficiente. El bajo David Sánchez, como Tío Licurgo, siempre solvente con su profunda y homogénea  tesitura.

Sin duda el mejor de la noche y el más reconocido por el público fue el bajo burgalés Rubén Amoretti. Su personaje de Valentín estuvo dotado de una entidad muy superior a la del personaje. Su romanza “Cual rayo me aniquila”, fue interpretada con elegancia y oficio, matizando cada frase y llenándola de intensidad dramática.

Es más que probable que el coro haya tenido una brillante actuación, como es habitual, pero siempre que lo sitúan al fondo del escenario apenas se le puede escuchar. Una lástima.

María del Pilar ha sido una extraordinaria sorpresa que hay que agradecer al Teatro de la Zarzuela y, sobre todo, a su director, Daniel Bianco, que está realizando una labor que nunca le agradeceremos lo suficiente.

Katiuska

Después de una temporada, la 17/18 complicada, el Teatro de la Zarzuela inauguraba la 18/19 con una expectación y glamour más propia de la Escala de Milán, pero en castizo.

Nadie quiso perderse el acontecimiento que empezaba con un cartel de relumbrón. Katiuska, de Pablo Sorozábal. Tras 37 años de ausencia en el teatro de la calle Jovellanos, llegaba con un reparto a la altura de cualquier teatro de ópera de primera fila: Ainhoa Arteta, que actúa solo dos días, Carlos Álvarez, cuya ausencia estas temporadas del Teatro Real nos está permitiendo verle a menudo en su faceta más zarzuelera, y Jorge de León.

Katiuska se estrenó en Barcelona en 1931 y pocas son las ocasiones en las que se volvió a representar. Esta vez se recupera el “canto de la tierra”, que desapareció en la grabación del 58 con Pilar Lorengar y Alfredo Kraus. El maestro Sorozabal, antes de morir, revisó la obra y mostró su deseo de que este fragmento volviese a interpretarse.

Y es en esta ocasión, y de la mano del maestro Guillermo García Calvo, cuando se representa casi en su totalidad, puesto que han sido eliminados para esta versión algunos de sus diálogos. El resultado es una obra breve, pero ágil y con ritmo.

Dice García Calvo que encuentra en las obras de Sorozábal una cercanía, poesía, franqueza y cariño que no aparecen en ningún otro repertorio. Algo que nos tendría que hacer sentir muy orgullosos. Se ambienta en la Revolución Rusa de 1917 y está llena de números cómicos, casi surrealistas, perfectamente alternados con músicas románticas de gran lirismo que describen el triángulo amoroso entre los tres protagonistas. Perfectamente instrumentada, cuenta con gran variedad de colores e instrumentos que describen lugares y situaciones, como las mandolinas que aportan el color ruso.

La escenografía de Daniel Bianco y dirigida por Emilio Sagi, evoca un montaje cinematográfico inspirado en los años 30 en los que se estrenó Katiuska y en las divas de la época, más princesas que actrices, cuando el cine presentaba a sus protagonistas con vidas ideales que ayudaban a salir de la rutina a un público entregado a sus ídolos. Se trataba de un gran marco lleno de escombros, los del régimen zarista. Una escenografía vistosa pero un poco austera para o que Sagi acostumbra. No faltó, claro está, uno de sus elementos fetiche, la luna.

Ainhoa Arteta, con una impresionante presencia escénica, interpreta una princesa Katiuska elegante y glamurosa. Destacó por sus pianos.

Carlos Álvarez está en un momento vocal extraordinario. Empezó algo destemplado pero fue el gran triunfador de la noche con ese timbre baritonal tan atractivo que dotó de gran personalidad a su personaje de Pedro Stakof.

Jorge de León lució su poderosa voz en un papel difícil, aunque breve, como príncipe Sergio.

Los comprimarios estuvieron a gran altura dando una clase magistral de interpretación y saber estar en un escenario, y sin perder un ápice de calidad cuando les tocaba cantar o bailar. Antonio Torres como Bruno Brunovich, Milagros Martín como Olga, la joven novia de Boni, el asistente del coronel interpretado por Emilio Sánchez. Enrique Baquerizo dio vida a un hilarante Amadeo Pich, el viajante catalán vendedor de medias. Y  Amelia Font como Tatiana, tía de Boni y dueña de la posada. Espléndido también el Coro del Teatro,

En definitiva, una noche de música y teatro para disfrutar que nadie se debe perder.

La tempestad

El Teatro de la Zarzuela continua con su labor de rescate de ese patrimonio musical español tan poco valorado. En esta ocasión, y tras Maruxa, llega «La tempestad». Obra del maestro Ruperto Chapí que fue estrenada en la Zarzuela el 11 de marzo de 1882. Durante veinte años se programó con regularidad antes de desaparecer, hasta el día de hoy. Una de las principales razones de esta ausencia sobre los escenarios puede estar en la necesidad que tiene esta obra, debido a sus exigencias vocales, de seis grandes intérpretes. Y aquí está el primer esfuerzo y acierto del Daniel Bianco, director del Teatro de la Zarzuela. Ha reunido para esta tempestad nada menos que a Carlos Álvarez, José Bros, Mariola Cantarero, Ketevan Kemoklidze, Carlos Cosías y Alejandro López.

El siguiente desafío ha venido de la necesidad de ofrecer La tempestad en versión concierto pues, como el propio Bianco afirma “no siempre disponemos del presupuesto o el tiempo suficiente para programar lo que queremos”. Pero, ¿cómo se hace una zarzuela en versión concierto? Los diálogos en escena que caracterizan este género, en el que no solo se canta, carecen de sentido en una versión de concierto. Y este punto también ha sido bien resuelto por Bianco. Se encargó al reconocido dramaturgo Alberto Conejero una versión del texto de Miguel Ramos Carrión. El resultado no ha podido ser más eficaz. Conejero ha trasladado el peso explicativo de los diálogos a un narrador, al mejor posible. Juan Echanove cuenta la historia desde el interior de uno de los personajes, Mateo. Y lo hace creando una atmósfera dramatúrgica en la que la escenografía aparece ante el espectador sin necesidad de más elementos que su voz y su forma de narrar, “No es recitar, no es interpretar, no se de que manera pero tengo que cantarlo”. Y su voz suena a música al lado del resto del reparto.

Para completar los aciertos de esta tempestad se ha contado con el mayor experto chapiniano en la actualidad, el director Guillermo García Calvo. Una partitura como esta, que tiene ya las influencias musicales de la época y que se detectan claramente en alguno de sus pasajes, requiere de un exacto conocimiento y lectura. El inicio de la obra presenta efectos instrumentales inspirados en Wagner, concretamente en el Holandés errante, con sus trémolos de cuerda y sus relámpagos. El saxofón, una novedad en ese momento, es claramente de influencia francesa. Como las arias de inspiración verdiana del barítono o del sexteto final. Todo ello sin que deje de reconocerse una partitura musical muy española. Este, junto con la capacidad teatral de Chapí, son los valores que García Calvo ha sabido leer en esta partitura y ha conseguido de la Orquesta un sonido homogéneo, lleno de detalles y de fluidez entre orquesta, narrador y cantantes.

Carlos Álvarez interpreta al malvado Simón en esta misteriosa zarzuela. Sus generosos y profundos graves crearon el Simón que evoluciona hacia el tormento que el autor describe. El barítono se encuentra en un momento vocal extraordinario. Su timbre verdiano es como un guante de seda en esta obra. El público vibró con su interpretación.

El tenor José Bros, como Beltrán, demostró la calidad de su instrumento desde su primera aria, “Salve costa de Bretaña”. La extraordinaria agilidad de su voz, aunque dice estar más cerca ya del tenor lírico que del lírico ligero, sigue intacta. Sedujo con su timbre pulido y un fraseo y línea de canto excepcional.

Teníamos ganas de volver a escuchar en la Zarzuela a Mariola Cantarero. Su personaje de Ángela, hijastra del malvado Simón, estuvo cargado de intención y delicadeza. Su timbre cálido y la elasticidad de su voz para filar y crecer hicieron las delicias del público.

La mezzosoprano Ketevan Kemoklidze es la primera georgiana que canta en el Teatro de la Zarzuela. Cada vez es más habitual que cantantes extranjeros se interesen por nuestro repertorio. Interpreta el personaje de Roberto y lo llena de nobleza y fuerza interpretativa.

El tenor Carlos Cosías es Mateo. Un joven vivaz que Cosías interpreta con decisión, gracia y buen gusto, y una dicción envidiable.

El bajo mexicano Alejandro López da vida al juez que, con toda solemnidad, se encarga de desvelar los misterios de la obra.

Otro personaje principal de esta tempestad es el coro. Chapí maneja muy bien en todas sus partituras la parte coral. En esta obra describe todo el ambiente dramático y adquiere un papel protagonista interactuando con los cantantes, sobre todo acompañando los concertantes que fueron ovacionados por un público a esas alturas entregado. Siempre empastado y mostrando en el coro de mujeres el optimismo que reina después de la tempestad.

El Cantor de México

Llegaba al Teatro de la Zarzuela la opereta El Cantor de México. Compuesta en 1951 por el francés, pero de origen hispano americano, Francis Lopez, y escrita para ser interpretada por el famoso Luis Mariano, que llegó a interpretarla en más de 850 ocasiones.

Su director de escena, Emilio Sagi, adaptó y actualizó el libreto inicial, algo desfasado, para su estreno en 2006 en el Théàtre du Châtelet. La producción que ha llegado a Madrid bajo la dirección escénica de Daniel Bianco es, como denominó su compositor, una opereta gran espectacle. Una brillante y espectacular escenografía, donde los cambios de escena se producen permanentemente y con gran dinamismo, recreando el ambiente de los clubes de la época y de los espectáculos de Carmen Miranda.

Muy importante es el trabajo del director musical Óliver Díaz al frente de la Orquesta Titular del Teatro de la Zarzuela. Una obra como ésta, cercana a la revista y llena de melodías de repertorios completamente distintos a los que acostumbra, como jazz, mambos o boleros, no resulta fácil de dirigir por la variedad de material musical. El resultado es de una calidad indudable.

Al frente del reparto encontramos al tenor José Luis Sola, evocando a Luis Mariano, pero con dificultades. Escaso volumen de voz y ausencia de sonido, salvo en los agudos, donde el brillo y el color tienen mucha presencia.

El personaje de Cricri corre a cargo de la soprano Sonia de Munck. Consigue un buen nivel interpretativo, pero no logra que su voz se escuche. Mucho menos cuando es acompañada por otros cantantes o crece el volumen de la orquesta.

El experimentado Luis Álvarez interpreta brillantemente al empresario Ricardo Cartoni, acompañado de una espectacular Ana Goya, que da vida a la hilarante Señorita Cécile. Al frente del reparto teatral está Rosi de Palma, como Eva Marshall, una diva kitsch que se alza con el protagonismo de la obra gracias a su personalidad y su potente presencia escénica.

El Teatro de la Zarzuela comienza la temporada con una obra diferente, un espectáculo que es puro divertimento. Quiere lanzar con ello un mensaje, la Zarzuela quiere llegar a todos los públicos y abrirse a la sociedad.

La villana

Treinta y tres años han pasado desde la última representación de La villana en el Teatro de la Zarzuela. Y una no se explica muy bien que haya transcurrido tanto tiempo tratándose de una obra de tanta enjundia dentro del género chico. Y menos aún se entiende si tenemos en cuenta que la música es del maestro Amadeo Vives, y que está basada en la obra Peribáñez y el comendador de Ocaña, de Lope de Vega.

Es pues una obra que cuenta con todos los elementos para acometer un plan más ambicioso que una zarzuela. Pero el maestro Vives se quedó a medio camino de ese sueño operístico español. Y no por falta de calidad en la partitura, calidad tiene, y mucha.

Es ta villana, de bellísima factura, encierra algunos momentos de delicado lirismo que el maestro Miguel Ángel Gómez Martínez consigue extraer de una Orquesta a la que le viene algo grande la obra. Aun así, la orquesta sonó homogénea y más trabajada que en otras ocasiones.

La dificultad y exigencias de esta obra para los principales papeles se notan desde el primer momento. Son necesarias voces importantes para hacer frente a una partitura bien elaborada y de gran exigencia vocal y dramatúrgica. Ha contado el Teatro en esta ocasión con dos repartos. Sin desmerecer al primero, quizá haya sido el segundo cash quien más ha acertado en la lectura general de la obra. La soprano Maite Alberola, con voz redonda y voluminosa, supo llenar el personaje de Casilda del carácter castellano de esta mujer prudente. Ofreció algunos momentos de gran belleza interpretando la romanza “La capa de paño pardo”, o su bellísimo dúo con Peribáñez.

El barítono César San Martín interpretó a un estático, pero lleno de nobleza, Peribáñez. Participó con elegancia y sentimiento en los más bellos dúos junto a Casilda.

El Don Fadrique de Andeka Gorrotxategi fue una gran sorpresa. Este joven tenor vizcaíno posee un instrumento vigoroso, de timbre atractivo y gusto en la interpretación.

El resto de comprimarios compuesto por Rubén Amoretti, Manuel Mas, Javier Tomé, Ricardo Muñiz, Carlos Lorenzo, Rodrigo García, Román Fernández-Cañadas, Daniel Huerta y Francisco José Pardo, mantuvieron un nivel alto que redondearon un reparto de altura.

El coro del Teatro, bien timbrado y empastado, tuvo una actuación relevante, convirtiéndose en un personaje principal.

Hay que destacar también al cuerpo de baile que completó la escenografía sencilla pero hermosa de Natalia Menéndez. Con el evocador campo de espigas como protagonista durante toda la obra. Muy acertada la iluminación de Juan Gómez Cornejo, creando distinta atmósferas con los mismos elementos escénicos. Y una buena dirección de actores que hicieron que más de setenta personas se desenvolvieran por el escenario de manera coordinada y airosa.

Hay que agradecer la valentía y el esfuerzo del Teatro de la Zarzuela ofreciendo una obra de tan alto nivel en esta ambiciosa temporada. Se esperan grandes tardes de buena música.

Iphigenia en Tracia en el Teatro de la Zarzuela de Madrid

Se lanzaba el Teatro de la Zarzuela a una aventura valiente y arriesgada: programar una zarzuela barroca. Iphigenia en Tracia, del español José de Nebra con libreto de Nicolás González Martínez.

Al margen de los gustos, cada uno tiene el suyo, puede uno acercarse a esta producción viendo el vaso medio lleno o medio vacío. Y en esta ocasión existen argumentos para los dos puntos de vista. Veremos…

Si dejamos de tener en cuenta que la obra ha sido recortada hasta dejarla en apenas una hora y veinte minutos; que se ha prescindido de los personajes que no cantan, aunque aparezcan en la obra original; que las intérpretes, a excepción de María Bayo, no tienen experiencia en repertorio barroco; lo mismo ocurre con la orquesta, incluso con el director. Si de verdad conseguimos no tener todo esto en cuenta es, exclusivamente, para poder poner en valor la gallardía de atreverse a subir al escenario del Teatro de la Zarzuela una obra como esta.

José de Nebra, uno de los mejores compositores del barroco español es, para nuestra vergüenza, uno de los más desconocidos. Fue el compositor de la música de muchas de las producciones teatrales del Madrid de la época, antes de dedicarse a composiciones religiosas.
Iphigenia en Tracia fue estrenada el 15 de enero de 1747 en el Coliseo de la Cruz con el título Para obsequio a la deidad, nunca es culta la crueldad y Iphigenia en Tracia, con la colaboración del libretista Nicolás González Martínez, cuyas fuentes de inspiración fueron las obras referidas al mismo acontecimiento histórico de Eurípides y Goethe.

Y es de estas fuentes, de donde el director de escena Pablo Viar ha extraído los textos que, a modo de introducción de cada jornada, recita Iphigenia narrando los hechos. Se mantiene la estructura barroca de aria, recitativo, aria. Estas narraciones de Iphigenia, como un diálogo íntimo, potencian la dramaturgia de la obra.

Sobre el escenario, apenas aparece la alegoría de un bosque y las pinceladas, casi a tempo, elaboradas por el maestro Frederic Amat. Un gran rosetón se dibuja como si el pincel fuese un instrumento musical más. La iluminación de Albert Faura, crea un mundo onírico y de sombras que potencian música y texto. El vestuario está a cargo de Gabriela Salaberri que ha creado un elemento protagonista, casi el único atrezzo de la obra, que lo llena todo de color y animación.

El resultado escenográfico es de gran belleza, elegancia y equilibrio. Permite que la música sea la protagonista, acompañándola sin distraer.
Otra cosa es la ejecución musical y las voces. En la presentación de Iphigenia en Tracia, el director Francesc Prat se preguntaba: ¿qué hago yo aquí?. Y es una buena pregunta. Dirige con intención y pulso, pero haber sido ayudante de Ivor Bolton cuando éste preparaba alguna de las obras barrocas que presentó en el Real, no parece bagaje suficiente para abordar la obra de Nebra. Tampoco ayuda el hecho de que la Orquesta Titular del Teatro de la Zarzuela no esté sobrada de experiencia en este repertorio. Sí se notaron, aportando solvencia y rigor barroco, los refuerzos Cecilia Bercovich, concertino, Amat Santacana y Aarón Zapico, bajo continuo.

Las voces están lejos aún, a excepción de María Bayo, de poder interpretar de manera apropbiada un lenguaje musical como el que compone la partitura de Nebra. Estas jóvenes jóvenes intérpretes, entusiasmadas con su participación en la obra, necesitan alta algo más que efervescencia para sacar adelante unos personajes que requiere experiencia en el género.

María Bayo, pese a no estar en su mejor momento vocal, marca la diferencia sobre el escenario. Algo rígida en la interpretación, pero haciendo gala de sus tablas y experiencia. Conserva el hermoso timbre y una voz que se ha vuelto más lírica.

Erika Escribá-Astaburuaga, como Polidoro brilló en su papel y el tempo que marcó en escena. Ruth González, como Dircea, no convenció a nadie. Voz muy pequeña y con un vibrato exagerado.

La Cofieta de Lidia Vinyes-Curtis y Mochila de Mireia Pintó pusieron la nota más frívola y divertida. Sobre todo Vinyes-Curtis, a la que se le notaba una mayor experiencia en este género, sobre todo en la parte actoral.

Esta Iphigenia en Tracia deja mucho que desear. Sobre todo en lo musical. Pero como dijo Ruth González, “algo está pasando en el Teatro de la Zarzuela”. Y eso es evidente. No se lo pierdan.

Iphigenia en Tracia
José de Nebra (1702-1768)
Zarauela en dos jornadas
Libreto: Nicolás González Martínez
Estrenada en Coliseo de la Cruz de Madrid, el 15 de enero de 1747
Nueva producción del Teatro de la Zarzuela
D. musical: Francesc Prat
D. escena: Pablo Viar
Escenografía: Frederic Amat
Vestuario: Gabriela Salaverri
Iluminación: Albert Faura
Reparto: María Bayo, Auxiliadora Toledano, Ryth González,
Erika Escribá-Astaburuaga, Lidia Vinyes-Curtis, Mireia Pintó
Orquesta de la Comunidad de Madrid

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeo: Teatro de la Zarzuela

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