Premios Teatro Real

Esta noche ha tenido lugar la Gala Concierto de la segunda edición de los Premios Teatro Real, unos galardones que, en palabras de Gregorio Marañón, presidente de la institución, “representan el necesario reconocimiento que una sociedad desarrollada debe darle a la cultura y al arte, a la belleza y al talento, en nuestro caso, sobre un escenario lírico”.

La velada ha contado con Anne Igartiburu como maestra de ceremonias, y ha reunido en el escenario a grandes nombres como Ivor Bolton, Andrés Máspero y Fernando Palacios, premiados en el apartado institucional, y  Deborah Warner, Calixto Bieito y Anthony Roth Costanzo, en el artístico.

Gregorio Marañón ha entregado el primer premio de la noche al director musical de la institución, Ivor Bolton, uno de los responsables de la excelencia de la Orquesta Titular del Teatro Real, quien ha recibido el galardón en medio de una larga y cálida ovación del público asistente. Bolton ha dedicado el premio a su “querido Teatro Real” y “a la orquesta, a la que he visto evolucionar a lo largo de estos años hasta situarse hoy en día entre las mejores de Europa”.

Andrés Máspero, quien culmina, en la presente temporada, un recorrido profesional de trece años al frente del Coro Titular del Teatro Real, recibió su premio de manos de Matilde García Duarte, coordinadora general de la Alcaldía de Madrid, en representación del Alcalde de Madrid. Máspero ha tenido especiales palabras de elogio y cariño para los 51 componentes del Coro Titular, para sus colaboradores y para todos lo que hacen posible el trabajo cada día..

La catedrática, académica y patrona del Teatro Real, Begoña Lolo, entregó el tercer premio institucional a Fernando Palacios, asesor del Real Junior desde su creación, donde también ha colaborado como director, guionista e intérprete en diversos espectáculos. Palacios ha destacado el valor del premio por lo que representa como respaldo al proyecto educativo de la institución y a la creación de nuevos públicos que entren por esa puerta hacia  el futuro.

Llegaba entonces el momento de los Premios Artísticos. Dos directores de escena con personalidad indiscutible, Deborah Warner, vinculada al Real con la premiada producción Billy Budd y la conmovedora Peter Grimes, y Calixto Bieito, inolvidables sus propuestas en el escenario madrileño de Wozzeck, Die Soldaten, Carmen y El ángel de fuego. Recogieron el galardón de manos del director general del Teatro Real, Ignacio García-Belenguer, y de la patrona del Teatro Real y secretaria de Estado de Presupuestos y Gastos, María José Guada, respectivamente.

Deborah Warner ha dedicado sus palabras a todo el equipo del Teatro Real por “hacer de este espacio el mejor lugar para trabajar, por el enorme cuidado hacia los artistas y el proceso creativo, por poner todos los medios a tu alcance y, a la vez,  hacerte sentir en familia”. “He sido extremadamente feliz trabajando aquí”, ha remarcado.

“La ópera es el arte del futuro” ha afirmado Bieito y, recogiendo las palabras de Warner, ha destacado la labor de todos los que forman el Real: “Nadie es capaz de hacer nada solo y aquí habéis creado un espacio de arte”

El director artístico del Teatro, Joan Matabosch, hacía entrega del último premio al contratenor estadounidense Anthony Roth Costanzo –memorables sus interpretaciones de Apolo, en  Muerte en Venecia, o  Armindo,  en Partenope-  quien ha manifestado: “el Teatro Real me encanta, no sólo por la calidad de su música, del teatro y del arte, que hacen al nivel más alto, sino por las personas que están y son como una familia y te hacen sentir parte de ella”.

Tras sus palabras, salpicadas de enorme simpatía, y acompañado al piano por Bryan Wagorn, ha interpretado arias de y canciones de Georg Friedrich Händel, Franz Liszt, Fernando Obradors, George Gershwin y Philip Glass, que han puesto fin a una noche de emoción.

Fotografía © Javier del Real | Teatro Real

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Peter Grimes, del rumor a la destrucción
Peter Grimes
Benjamin Britten (1913-1976)
Ópera en un prólogo y tres actos
D. musical: Ivor Bolton; D. escena: Deborah Warner; Escenógrafo: Michael Levine; Figurinista: Luis Carvalho; Iluminador: Peter Mumford; Diseñador de vídeo: Will Duke; D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Allan Clayton, Maria Bengtsson, Christopher Purves, Catherine Why-Rogers, Hohn Graham-Hall, Clive Bayley, Rosie Aldridge, James Gilchrist, Jacques Imbrailo, Barnaby Rea, Rocío Pérez, Natalia Labourdette, Saúl EsguevaLas teorías de masas han sido siempre un atractivo objeto de estudio para sociólogos y psicólogos. Pero no solo despiertan la curiosidad de investigadores en la materia. Como punto de partida para los movimientos de masas, existe un elemento que funciona como catalizador, el rumor. Los rumores se asocian a la defensa de la identidad social (Rouquette, 1997). Generalmente evocan consecuencias o resultados negativos o temidos y su puesta en circulación es una forma de validar prejuicios y estereotipos. Cuando existe una situación crítica, nace la necesidad de construir una referencia afectiva común, siendo el rumor un vehículo eficaz de cohesión social. Participar en la difusión de un rumor y validarlo, aumenta la percepción de pertenencia al grupo.
Peter Grimes es el personaje ideal para poner en marcha la rumorología cohesionadora de uno de los protagonistas de la obra, Borough. El pueblo imaginario de la costa del condado de Suffolk, lugar de nacimiento del compositor, y cuya situación socioeconómica puede ayudar a explicar el comportamiento de una sociedad en contra del diferente, que en este caso no es precisamente un personaje con el que se pueda empatizar. Es oscuro, atormentado, desconfiado, solitario y desabrido, que vive al margen de toda norma social y despierta la desconfianza de los que le rodean.Esta obra fue un encargo realizado por Sergei Koussevitzkt, director de la Orquesta Sinfónica de Boston, durante la estancia de Britten en EEUU, entre 1939 y 1942. Está basada en el libreto de Montagu Slater, inspirado a su vez en el poema de la colección de The Borough (1810) de George Crabbe.De regreso a Inglaterra, tras su decepcionante estancia en EEUU, Britten se puso manos a la obra con su nuevo proyecto que se estrenó apenas un mes después del final de la Segunda Guerra Mundial, en un ambiente de euforia por la victoria. En esta obra Britten trata un tema recurrente en muchas de sus óperas, el drama de personajes marginales que se enfrentan a sociedades hipócritas. Una situación que el propio Britten conocía muy bien.

Peter Grimes no se estrena en el Teatro Real hasta noviembre de 1997, tras su reapertura. Aunque es una ópera que ya forma parte del repertorio en muchos teatros, su programación sigue siendo una decisión valiente, pues supone un desafío incómodo por la crudeza de los temas que trata.

Ahora llega de nuevo al Real el título más conocido de Britten, después de haber dedicado a este compositor un importante espacio en los últimos años, desde Muerte en Venecia, pasando por Gloriana y el premiado Billy Budd. Y lo hace escénicamente de la mano maestra de Deborah Warner.

Warner ha situado la escenografía en la actualidad. Como siempre en los trabajos del tándem Warner – Levine, la elegancia está presente incluso en los más sórdidos decorados. La escena inicial del pueblo con sus linternas buscando a Grimes es magistral. La dirección de actores y los movimientos que se desarrollan sobre el escenario a cargo de Kim Brandstrup están muy cuidados, son perfectos. Igual que la extraordinaria iluminación de Peter Mumford. Todas las atmósferas que crean resultan emotivas y turbadoras. Nada está situado al azar ni de manera frívola o gratuita. Todo tiene sentido para describir el puerto, lleno de aparejos y cajas en perfecto desorden. O la taberna, un lugar caótico y cochambroso en el que los habitantes del pueblo van entrando a oleadas, al ritmo que marca la tormenta y donde, por supuesto, tampoco es bien venido el protagonista que, de cara a la puerta y de espalas a todos, interpreta “now the great bear and pleiades”, creando uno de los momentos más emotivos.

Los famosos seis interludios tienen su protagonismo, tanto en lo musical como en lo escénico. Sirven para reflexionar, a veces sobe los personajes, a veces sobre la acción, pero siempre creando una atmósfera especial.

Al frente de la Orquesta, un Ivor Bolton que, como ya hizo en Gloriana y Billy Budd, demuestra ser un gran especialista en Britten. Supo poner a la orquesta al servicio del drama, en una perfecta coordinación con la escenografía. Tal vez ese equilibrio entre foso y escenario fuera la causa de la lentitud orquestal en algunos momentos. Pero la calidad del sonido, sobre todo en alguno de los interludios, estuvo a un nivel muy alto.

El Coro, uno de los personajes principales en esta obra, tiene una participación brillante en esta producción. Además del esfuerzo que viene haciendo al tener que cantar con mascarilla, realiza de manera intachable su papel depredador y amenazante. Tiene momentos sobresalientes, como en la última escena.

El cuadro de cantantes ha estado a una altísimo nivel. La calidad de todos ellos ha creado un conjunto muy equilibrado y compacto, combinando magníficos cantantes con asombrosos actores.

Allan Clayton interpretó un Peter Grimes excepcional. El dramatismo de su actuación construyó el personaje más idóneo, sin excesos ni histrionismos. Su voz fresca acompañó con gran sensibilidad los momentos de mayor intimidad de Grimes, que fueron los más destacados. Supo resaltar esa parte más vulnerable e íntima del rudo personaje. A este lirismo tal vez le ayuden sus orígenes barroquistas. Sin duda fue el triunfador de la noche.

Maria Bengtsson fue una conmovedora Ellen Orford, la recién llegada y también diferente y extraña a ojos del pueblo. Su voz ligera dotó al personaje de una gran delicadeza. Destacó también en la parte dramática, enamorada de Grimes y siempre atenta y tierna con el malogrado aprendiz.
Otra de las voces más destacadas ha sido la de Christopher Purves. Un Capitán Balstrode que entiende perfectamente a Grimes y le aprecia, pero sabe también que no debe traspasar la delgada línea que haría ponerse en contra a todo el pueblo. En el plano vocal estuvo a un nivel muy alto. Con una voz homogénea y un timbre cálido, como su personaje.

Catherine Wyn-Rogers como Auntie, la irritante dueña de la taberna cuya voz estuvo perfectamente ajustada al rol y su interpretación fue impecable.

La Sedley de Rosie Aldridge también brilló en la interpretación. Creó el personaje perfecto de cotilla del pueblo, de donde parten casi todos los rumores. Tan solo en algunos momentos quedó tapada por la orquesta.

James Gilchrist dio vida al reverendo Adams, el desagradable representante de la iglesia con un comportamiento impostado y ampuloso. Su timbre tenoril encajaba bien en el personaje. También fue acertada la interpretación de John Graham-Hall como Bob Boles, el histriónico personaje que supo caracterizar de manera impecable. Resaltar también a Jacques Imbrailo, que fue el flamante Billy Budd de 2017 y aquí ha interpretado a Ned Keene.

Las dos únicas españolas del reparto, pues todos eran británicos, has sido Rocío Pérez y Natalia Labourdette, como las sobrinas de la dueña de la taberna. Ambas supieron estar al nivel del resto del reparto.

Nuevo éxito del Teatro Real con este Peter Grimes, una ópera nada fácil, ni para los que la llevan a cabo, ni para el público, que salió entusiasmado del Teatro. Pero nada es fácil en estos tiempos. Y para desafíos y aciertos, el Teatro Real.

Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

Teatro Real

Tras el esfuerzo de presentar simultáneamente Siegfried y Norma, llega al Teatro Real, el próximo 19 de abril, el esperado estreno de la nueva producción de Peter Grimes, de Benjamin Britten, coproducción con la Royal Opera House de Londres, la Opéra national de Paris y el Teatro dell’Opera di Roma.

 

El cambio de fechas del estreno –del 8 al 19 de abril– se ha debido a distintos factores: al retraso en la incorporación de los artistas a los ensayos provocado por las restricciones de movilidad y las trabas burocráticas del Brexit (la mayoría son británicos) y también a un reajuste completo de todos los ensayos.

 

Así, las 9 funciones de Peter Grimes tendrán lugar los días 19, 22, 24, 27 y 29 de abril y 2, 5, 7 y 10 de mayo, a las 19 horas (domingos, a las 18 horas), lo que afectará a la siguiente ópera, Lessons in Love and Violence, de George Benjamin, que será trasladada a otra temporada.

 

Aunque durante 3 semanas los ensayos de Peter Grimes se han desarrollado en la sala de puesta en escena, la sala de ballet y la sala de coro, el único espacio que se ha considerado idóneo para reunir a todos los artistas y al equipo técnico de la producción –y hacer el máximo de ensayos posibles– es el escenario.

 

Este hecho ha obligado a suspender los ensayos en las distintas salas del Teatro hasta tener montado en el escenario el decorado de la ópera, después del desalojo de las escenografías de Norma Siegfried.

 

Una vez más el Teatro Real se ha visto obligado a  reorganizar toda su actividad para adaptarse a las directrices de su Comité Médico y a las limitaciones de movilidad de los artistas.

 

Peter Grimes, con dirección musical de Ivor Bolton, dirección de escena de Deborah Warner y escenografía de Michael Levine –el mismo equipo artístico de Billy Budd, también de Benjamin Britten, que triunfó en 2017–es la más importante nueva coproducción internacional desde el inicio de la pandemia, no solo por la excelencia de su equipo artístico, sino porque está coproducida con tres de los más relevantes teatros europeos, que presentarán la ópera posteriormente.

 

La producción será protagonizada por un selecto reparto, mayoritariamente británico, en el que destaca el debut del tenor Allan Clayton en el rol titular. A su lado tendrá un papel importantísimo el Coro Titular del Teatro Real preparado, como siempre, por su director, Andrés Máspero, que actuará junto a la Orquesta Titular del Teatro Real.

Billy Budd

Didficil de entender que una de las obras más importantes del siglo XX no se hubiera representado hasta hoy en Madrid. Billy Budd, la obra más colorista de Benjamin Britten, llegaba al Teatro Real de la mano de una de las más prestigiosas directoras de escena, Deborah Warner, que ha presentado una radiografía perfecta de las intenciones de un Britten que trata con sutileza uno de sus temas más recurrentes, esa dualidad que para él existe entre el bien y el mal.

Se ha ofrecido la segunda versión revisada formada por dos actos más prólogo y epílogo. Esta versión siempre fue la preferida del compositor. Después de ver esta producción, sin duda también es nuestra preferida.

Después del Holandés errante, donde la proa de un barco protagonizaba la escena, llegamos a un Billy Budd en el que el planteamiento es mucho más evocador. El Indomable, un barco de guerra del siglo XVIII, llena el escenario de cabos, maromas y agua. Donde la sensación de movimiento es permanente y a veces real, como ocurre en el último acto. Y es que para Deborah Warner el teatro y el mar están conectados, “Cuando los barcos dejaron de ser de vela y desaparecieron las maromas, aparecieron en los teatros”.

Britten es, sin duda, un gran compositor, pero sobre todo es uno de los más grandes genios dramáticos en términos operísticos. Su sensibilidad a la hora de captar la profundidad del ser humano y construir personajes es extraordinaria, y Deborah Warner es su mejor intérprete. Ha escudriñado cada una de las capas con las que Britten ha cubierto sus personajes para presentarlos al público tal como los ideó el compositor y sin emitir juicios sobre ellos. El resultado no es una compleja producción, inalcanzable a los ojos del espectador de la que tanto gustan algunos directores de escena, sino una genialidad alejada de la superficialidad y cargada de los elementos justos e imprescindibles.

Con plataformas móviles que delimitan los espacios mediante complejos mecanismos escénicos aparentemente sencillos. Con personajes que se describen a sí mismos a través de diálogos íntimos y con un cuadro de cantantes cuyo nivel interpretativo está por encima del de su timbre, algo que en esta ocasión, es casi la clave del éxito.

La obra comienza cuando el público aún no ha terminado de tomar asiento. Aparece en el prólogo y en el epílogo el primero de los tres personajes principales, un anciano Capitán Edward Fairfax Vere que, a modo de flashback, narra la historia. Este papel fue escrito por Britten para su pareja, Peter Pears. Y tal vez no fuera el papel más indicado para él, pues requiere una voz de tenor más amplia y lírica que la que poseía Pears. Aquí está interpretado por el británico Toby Spence, que construye un personaje angustiado e inconsistente martirizado por haber acusado injustamente a un inocente. Bien en sus arias más desgarradoras y profundas.

El segundo protagonista es el joven y cándido Billy Budd. Un marinero lleno de atractivos que encandila a sus compañeros y superiores. El personaje requiere de un barítono con cierta agilidad. Tal vez no sea el caso de Jacques Imbrailo, que da vida al protagonista. Pero su capacidad dramática, incluso atlética (fue capaz de subir a pulso la cuerda mientras cantaba), sirvieron para ofrecer alguno de los momentos de mayor lirismo de la noche. Su última aria antes de morir es como una canción de cuna, evocadora y sencilla, de hondo calado que sobrecogió al público.

El tercer protagonista es el malvado John Claggart. Un personaje lleno de enrevesadas aristas interpretado brillantemente por Brindley Sherratt. Este bajo británico defendió con soltura un hombre torturado y fascinado por Billy Budd al que consigue destruir a base de mentiras. Tiene escenas memorables, en las que transmite a la perfección el dramatismo de un individuo tenebroso y lleno de contradicciones.

El escenógrafo Michael Levine ha realizado un trabajo extraordinario, potenciado por la iluminación de Jean Kalman y la fantástica dirección de actores, con más de cien personajes sobre el escenario, todos hombres. Un barco, el Indomable, en el que se ha conseguido una atmósfera asfixiante y cargada de testosterona y agresividad en el que no se han echado de menos las voces femeninas. Tal vez por la enorme carga emocional que posee la obra y la ternura que comparten alguno de sus personajes, o por la tremenda riqueza orquestal que posee la partitura, con gran variedad de colores en números y voces solistas.

La actuación del coro merece una mención especial, una más. Su profesionalidad y la calidad de sus voces es conocida e indiscutible, pero siguen teniendo la capacidad de sorprender y deleitar. Se mueven a decenas por el escenario con ritmo y soltura, con una capacidad dramática Imprescindible para crear la atmósfera conseguida en ese barco-carcel, para generar movimiento, para creerme la obra y para que la energía que produce la potencia de sus voces acelere las pulsaciones del patio de butacas.

Apareció por fin en el Teatro su director musical Ivor Bolton, y lo hizo para ofrecer una brillante versión de una obra que conoce bien, aunque solo sea por idioma. Se trata de una partitura con una escritura muy ajustada, de gran densidad, con muchos detalles de conjunto en una amplia orquesta en la que se otorga un gran protagonismo a los solistas.

Bolton establece una perfecta comunicación entre el foso y el escenario y el resultado es brillante. Pasa de momentos orquestales de gran intimidad a otros protagonizados por la intensidad y potencia orquestal, como el momento en el que se preparan para la batalla. También es la orquesta la encargada de narrar alguno de los momentos más importantes de la obra. Cuando el capitán Vere comunica a Billy Budd su sentencia, el relato está confiado a la orquesta que lo ejecuta a través de 34 acordes que se repiten y en los que los modos mayores y menores tienen un efecto narrativo asombroso y revelador.

La obra termina casi como empezó, conectando el epílogo con el prólogo a través del recuerdo que de la historia tiene el capitán Vere. El final se diluye y parece querer volver a empezar en un da capo permanente. Es una sensación real, la de querer volver a ver este Billy Budd insuperable que es, sin duda, lo mejor que he visto en este teatro en mucho tiempo.
Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

BILLY BUDD
Benjamin Britten (1913-1976)
Ópera en dos actos con libreto de Edward Morgan Foster y
Eric Crozier, basado en la obra homónima de Herman Melville
Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la
Opéra national de Paris, Ópera Nacional de
Finlandia (Helsinki) y el Teatro dell´Opera di Roma
D. musical: Ivor Bolton; D. escena: Deborah Warner
Escenógrafo: Michael Levine; Figurinista: Chloé Obolensky
Iluminador: Jean Kalman; Coreógrafo: Kim Brandstrup
Vídeo: Álvaro Luna; D. coro: Andrés Máspero
D. pequeños cantores: Ana González
Coro y Orquesta titulares del Teatro Real
Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid
Reparto: Jacques Imbrailo, Toby Spence, Brindley Sherratt,
Thomas Oliemans, David Soar, Torben Jüngens,
Christopher Gillett, Duncan Rock, Clive Bayley,
Sam Furness, Francisco Vas, Manel Esteve, Gerardo Bullón,
Tomeu Bibiloni, Borja Quiza, Jordi Casanova, Isaac Galán.
Teatro Real de Madrid 9 de febrero de 2017

Billy Budd

Uno de los propósitos de la programación del Bicentenario del Teatro Real es ofrecer al público títulos imprescindibles del repertorio operístico que todavía no figuran en el acervo musical del Teatro Real, sobre todo clásicos del siglo XX. En este caso se encuentra Billy Budd, una de las mejores óperas de Benjamin Britten (1913-1976) que nunca se presentó en Madrid y que pasará a formar parte de la ya nutrida lista de óperas del compositor británico que se han ofrecido en el Real desde su reapertura: Peter Grimes (1997), El sueño de una noche de verano (2006), La violación de Lucrecia (2007), Una vuelta de tuerca (2010) y Muerte en Venecia (2014); y las óperas infantiles El pequeño deshollinador (2005, 2006 y 2008) y El diluvio de Noé (2007).

LA NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL

Entre los días 31 de enero y 28 de febrero, se ofrecerán 10 funciones de Billy Budd, obra maestra de Benjamin Britten que se estrenará en Madrid con una nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Ópera Nacional de París, la Ópera Nacional de Finlandia y la Ópera de Roma. La dirección musical será de Ivor Bolton ─reconocido experto en la música del compositor inglés─, y la puesta en escena de Deborah Warner, gran dama de la escena teatral británica.

https://youtu.be/PrVQuE7Hb88

La ópera, con un elenco exclusivamente masculino ─5 tenores, 8 barítonos, 1 bajo-barítono y 3 bajos─ estará encabezada por el barítono Jacques Imbrailo, el tenor Toby Spence y el bajo Brindley Sherratt, a los que secundarán los restantes solistas, mayoritariamente anglosajones.

Las magníficas partes corales serán interpretadas por las voces masculinas del Coro Titular del Teatro Real ─con el rigor que caracteriza el trabajo de su director, Andrés Máspero─, y por niños de los Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid preparados por su directora Ana González.

La Orquesta Titular del Teatro Real interpretará Billy Budd por primera vez, después de sus aplaudidas lecturas de otras óperas de Britten ─como Otra vuelta de tuerca, El sueño de una noche de verano, La violación de Lucrecia o Muerte en Venecia─, en esta ocasión bajo la batuta del director musical del Teatro Real, Ivor Bolton.

Deborah Warner, muy admirada en España por sus montajes teatrales ─Happy Days de Samuel Beckett, The Waste Land de T. S. Eliot, Julio César de William Shakespeare, etc.─, es todavía desconocida en nuestro país el ámbito de la dirección operística, pese a su amplia carrera en mundo lírico internacional. Debutó en 1993 con Wozzeck, de Alban Berg, y desde entonces dirige ópera con regularidad en los más importantes teatros del mundo, de La Scala de Milán al Metropolitan de Nueva York, con producciones muy aplaudidas, incluyendo tres óperas de Benjamin Britten: Una vuelta de tuerca (Royal Opera House), La violación de Lucrecia (Ópera de Baviera) y Muerte en Venecia (English National Opera, La Monnaie y La Scala).

La directora británica afrontará su cuarto título de Britten con la colaboración del reputado escenógrafo canadiense Michael Levine ─conocido del público del Real por sus decorados para Diálogo de carmelitas (con Robert Carsen) y Rigoletto (con Monique Wagemakers)─, quien ha creado un espacio escénico de gran simbolismo y enorme complejidad técnica, transformando el tumultuoso barco de Billy Budd en una inmensa cárcel flotante. Completan el equipo artístico la prestigiosa y muy premiada figurinista griega Chloé Obolensky, que debuta en el Teatro Real, y el veterano iluminador Jean Kalman, ambos colaboradores habituales de grandes directores teatrales, de Peter Brook a Deborah Warner.

Respetando precisamente los espacios más velados e inescrutables del cuento de Melville que sirve de base a la ópera, tratados con pudor y rigor por Benjamin Britten y los libretistas de la ópera, Deborah Warner concibe la puesta en escena sin juzgar a los personajes y rehuyendo la separación más simplista entre buenos y malos.

La fragata de guerra de Billy Budd es una terrible metáfora de tantos espacios donde la opresión y tiranía siembran los instintos más viles e irreprimibles, capaces de aflorar en cualquier momento. Este sentimiento de inestabilidad y tensión latente preside la concepción de la escenografía de Michael Levine, una inmensa jaula de cuerdas marinas, donde las escenas se suceden en balanceantes plataformas suspendidas, que sugieren el permanente peligro que se esconde en el seno del universo claustrofóbico de la armada británica, cuando los vientos revolucionarios de Francia alentaban a los marinos oprimidos al motín. En las fisuras de ese terrible microcosmos emergen sentimientos y pulsiones desconocidos.

BILLY BUDD, LA ÓPERA

Cuando Benjamin Britten (1913-1976) se dispuso a componer una nueva ópera encargada por la Royal Opera House para su Festival of Britain de 1951, encontró en el inquietante relato póstumo e inconcluso Billy Budd, Sailor, de Herman Melville (1819-1891) ─el célebre autor de Moby Dick─, los temas que le fascinaban: el mar ─presente en toda su biografía─ y el mundo de los marinos, los dilemas éticos y morales, el inefable poder de la belleza juvenil, la arrebatadora y reprimida atracción homosexual; y también las dicotomías recurrentes a lo largo de toda su obra: la confrontación entre el bien y el mal, la justicia y la ley, la transgresión y el orden,  la culpa y la expiación.

Para la realización del libreto ─uno de los más perfectos de toda la literatura operística─, Britten contó con la vena literaria del escritor Edward Morgan Forster (1879-1970) –cuyas novelas Una habitación con vistas, Howard’s End, Pasaje a la India, o Maurice lograron famosas versiones cinematográficas–, y la sabiduría y sensibilidad dramatúrgicas del director teatral Eric Crozier (1914-1994), ambos amigos y fieles colaboradores del compositor.

El enigmático cuento de Melville ─cuya riqueza originó distintas versiones editoriales, un sinfín de interpretaciones hermenéuticas y hasta la famosa adaptación cinematográfica de Peter Ustinov, de 1962, titulada en España La fragata infernal─, transcurre en un navío de guerra británico, el Indomable, en 1797, durante el conflicto bélico con la Francia revolucionaria. En él embarca Billy Budd, un atractivo y cándido marinero, cuya frescura y belleza son un revulsivo para la tripulación oprimida, desestabilizando igualmente a los mandos superiores ─el respetado capitán Vere y el pérfido maestro de armas John Claggart─, desconcertados con los sentimientos contradictorios que les provoca la irrupción del bondadoso efebo en su sórdido mundo. La compleja trama entre estos tres personajes, y sus relaciones con el resto de la tripulación desencadena el fatal destino de Billy Budd, víctima de una perversa maquinación, en un microcosmos infectado por la injusticia, la humillación, la revuelta y el odio.

Britten da voz a los integrantes de este buque infernal con una admirable escritura vocal y una magistral orquestación. Utiliza la gran orquesta como si fuera una agrupación de música de cámara, buscando el color sonoro más apropiado para cada momento dramatúrgico, en detrimento de la utilización de la masa orquestal, que incluye arpa, clarinetes bajos, contrafagot, saxofón, un nutrido grupo de metales y muchos y variados instrumentos de percusión (seis intérpretes).

Una vez más el compositor recurre a los interludios orquestales, como en su ópera Peter Grimes, que adquieren especial transcendencia cuando la música llega donde no alcanzan las palabras.

La primera versión de Billy Budd, de cuatro actos, se estrenó en el Covent Garden el 1 de diciembre de 1951, con dirección musical del compositor. Pese al éxito del estreno, la ópera tuvo un corto recorrido hasta la presentación, en 1964, también en el Covent Garden, de una nueva versión revisada, en dos actos, dirigida por Georg Solti y registrada en disco en 1967, bajo la batuta de Benjamin Britten.  Será ésta la versión de la partitura que el Teatro Real desvelará, finalmente, al público de Madrid.

ACTIVIDADES PARALELAS

10 de febrero, a las 20.00 horas | Fundación Albéniz, Auditorio Sony

Recital de Felicity Palmer

Felicity Palmer, mezzosoprano

Simon Lepper, piano

Programa:

Parte I

Benjamin Britten / Henry Purcell: Mad Bess

Johannes BrahmsWie Melodien / Alte Liebe / Von Ewiger

Piotr Illich ChaikovskiNyet tolko tot kto znal / Ne sprashivay / Noc / Atchevo?

Parte II

Joseph Horovitz: Lady Macbeth: a Scena

Benjamin Britten: French Folksongs (Quand j’etais chez mon père, La belle est au jardín d’amour, etc.)

Michael Head: Foxgloves

Marshall Palmer: Music when soft voices die

Alan Murray: I’ll walk beside you

Carrie Jacobs-Bond: When you come to the end of a perfect day

May Brahe: Two little words

12 de febrero, a las 12.00 horas  |  Teatro Real, sala principal

Domingos de Cámara

Solistas de la Orquesta Titular del Teatro Real

Programa

Parte I

Johann Sebastian BachEl arte de la fuga, BWV 1080             

Benjamin Britten: Cuarteto fantasía en fa menor, op. 2

Johann Sebastian BachEl arte de la fuga, BWV 1080

Parte II

Benjamin BrittenSimple Symphony, op. 4

Benjamin BrittenSerenata para tenor, trompa y cuerdas, op. 31

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