imagen de la ópera The Indian Queen

Y por fín llega Purcell al Teatro Real. Lo hace con una de sus obras menos conocidas y representadas, The Indian Queen. Y, como no, rodeada de polémicas previas. Sobre todo por parte de quienes presumen en esta producción segundas o terceras intenciones. Descontextualizar la historia, la de hace 500 años, como la de hace 70, es una tarea pendiente para muchos.

Conviene decir que el público de la función de estreno tiene sus propias peculiaridades. Son muchas las ocasiones en las que el veredicto final es muy diferente al resto de representaciones. Y así ha sido también en esta ocasión. Los abucheos al final de la primera parte de esta función, se tornaron aplausos en representaciones posteriores. Es este un misterio que podría ser objeto de estudio. Desde aquí lanzo esta hipótesis por si algún curioso se interesa por el tema.

The Indian Queen es la última obra del compositor inglés Henry Purcell en 1695. Se trata de una obra inacabada. El compositor murió helado en la calle una noche de borrachera después de que su mujer no le dejara entrar en casa. Fue su hermano quien se encargó de finalizarla con un estilo mozartiano poco afortunado. Desde entonces son varias las ocasiones en las que se ha querido dotar a esta obra de otro final que no siempre ha sido el más acertado.

Pero situémonos antes de valorar la verdadera proporcionalidad de la nueva versión de Peter Sellars. Purcell inició sus composiciones a una edad muy precoz, con apenas 15 años se publicaron sus primeras obras y pronto inició una brillante carrera profesional. La Inglaterra de los primeros años de Purcell era la de la época de los puritanos. Estaban prohibidas casi todas las expresiones artísticas y los teatros permanecían cerrados. El joven Purcell se limitaba entonces a composiciones de carácter litúrgico ya que la ópera, como tal, no se conocía aún en Inglaterra. Sería Haendel quien introdujese las primeras óperas de estilo italiano. Con la restauración monárquica y la llegada al trono de Carlos II, se reabrieron los teatros y la vida cultural y social regresó a las ciudades inglesas. En esta inédita situación, la demanda de nuevos “productos” culturales fue extraordinaria. Y las inquietudes de Purcell por la música, el teatro o la danza, le llevaron a realizar las primeras composiciones. Nacen así las llamadas semióperas, dramas musicales interpretados por personajes secundarios, a menudo alegóricos, mientras la acción principal es relatada oralmente.

The Indian Queen, cuya partitura original apenas dura 50 minutos, es una semiópera formada por las llamadas masques o divertimentos que reúne poesía, música y complicados decorados donde la danza y otras expresiones artísticas tienen cabida. La versión que Peter Sellars ha creado tras más de 25 de admiración y profundización en esta obra, ha tenido un colaborador necesario, Teodor Currentzis. Con él coincidió cuando ambos ensayaban Iolanta y descubrieron su pasión común por el compositor inglés y por esta obra en concreto. El resultado responde casi milimétricamente al concepto clásico de semiópera. Con una duración de casi cuatro horas tras la incorporación de himnos y salmos del propio compositor, en su mayoría litúrgicos, pero perfectamente imbricados en la nueva literatura de la obra, proporcionando equilibrio y coherencia dramática. Ese dramatismo oscuro y desgarrador con el que Purcell se despide del mundo. Sellars ha transformado también el libreto original con una reescritura encargada para la ocasión a Rosario Aguilar. Escritora nicaragüense, autora de “La niña blanca y los pájaros sin piel”. Esa niña blanca es Leonor, hija de Teculihuatzin (Doña Luisa) y el conquistador Don Pedro de Alvarado. Ambos protagonistas de la historia.

La obra comienza con el dinamismo del cuadro de bailarines evolucionando en silencio hasta que comienza la música. Dinamismo que será una constante en la obra. Como lo serán también los silencios, esos silencios valorativos a los que Sellars recurre como elemento reflexivo entre interludios. El escenario es sencillo y limpio. Tan solo las obras expresionistas de Gronk visten el escenario de lado a lado llenando de fuerza y simbolismo cada una de las masques. La discreta y delicada iluminación de James F. Ingalls dota de vida y movimiento estos inmensos lienzos que embellece a su vez con los efectos de los juegos de sombras.

El cuadro de bailarines formado por Burr Johnson, Takemi Kitamura, Caitlin Scranton y Paul Singh es uno de los distintos planos artísticos que se desarrollan a la vez sobre el escenario. Tienen un peso y un protagonismo extraordinario. El estadounidense Christopher Williams, ha creado una coreografía actual, elegante y precisa, basada en las danzas barrocas cortesanas y es ejecutada con una brillantez magistral por estos cuatro artistas. Resaltar la exquisitez de movimientos de Caitlin Scranton.

La obra es narrada por Leonor, la niña blanca, interpretada por la actriz puertorriqueña Maritxel Carrero. Su presencia es escena, discreta pero rotunda, va presentando los interludios donde las mujeres, conquistadoras e indígenas, son las protagonistas. Poner en primer plano la importancia de la mujer, siempre omitida por la historia, es uno de los propósitos de esta obra, otorgándoseles un papel mediador entre los conflictos que entablan los protagonistas masculinos. Pero tanta narración resulta excesiva y, a pesar de un inglés perfectamente entendible, y de una muy buena proyección de voz sin amplificación alguna. Mucho público acabó desertando de los subtítulos. La historia narra la tragedia que se vivió durante las conquistas españolas en el Nuevo Mundo, Sellars se ha centrado en el drama de la conquista espiritual. Despojar a un pueblo de sus dioses para obligarles a adorar a otros. Argumento en sintonía con los cuestionamientos más profundos que Purcell se planteaba a través de su música, y que van abriéndose paso a través de los himnos y salmos escogidos por Sellars para completar la obra.

El cuadro de jóvenes cantantes está encabezado por Jilia Bullock, que interpreta a la reina Teculihuatzin o Doña Luisa, una vez cristianizada. Con un físico y una presencia muy adecuada al personaje, su voz extensa y consistente, acompañó en todo momento una muy buena dramatización. Muy bien en las escenas finales de su enfermedad y muerte, a pesar de la lentitud, al borde del aburrimiento, que en ese momento alcanzó la obra.

La soprano bielorrusa Nadine Koutcher dio vida a una extraordinaria y serena Doña Isabel con una voz redonda y pulida. Su “O solitude”, de un dramatismo sobrecogedor y un maravilloso pianissimi en “See, even night herself is here” que resultó conmovedor.

El contratenor coreano Vince Yi, dueño de un exótica y hermosa voz, impresionó por su ligereza en la coloratura y extraordinarios agudos. No le acompañó, como a la mayoría de protagonistas, el vestuario.

El otro contratenor de la noche, el francés Christophe Dumaux como Ixbalanqué, interpretó algunas de las piezas más conmovedoras, interpretadas con un exquisito gusto y timbre dramático como en “Music for a while”.

Los protagonistas masculinos, Markus Brutscher, como Don Pedrarias Dávila y Noah Stewart, Don Pedro de Alvarado, que solo canta en la segunda parte, son los elementos vocales menos brillantes de la producción. Stewart no pasó de la discreción y tuvo dificultades en la emisión si su postura no era totalmente vertical. Los uniformes militares que vestían y alguna escena cervecera, deslucieron un tanto en medio de tanta belleza escénica.

Sin duda, la voz más importante de la noche fue la del coro, MusicAeterna. Unísonos impecables que solo pueden ser producto de un trabajo constante e incansable bajo la dirección du su titular, Teodor Currentzis. No hubo frialdad, todo lo contrario. La disciplina puesta al servicio de la expresión artística más elevada. Siempre atentos a las entradas, a los silencios, a una perfecta respiración acompasada. Potentes entradas en volumen o en crecendo, y todo ello envuelto en la mística de las emociones.

Currentzis es, sin duda, uno de los directores que más vertiginosamente crece en el panorama internacional y una de las batutas más caudalosas. El tempo dramático con el que llevó a la orquesta y al coro. La comunicación y conocimiento que existe entre él y los cuerpos estables de la Opera de Perm, se aprecia en cada momento de la obra. Un sonido pulcro y refinado, lleno de efectos emocionales. El sonido del continuo, dirigido por Andrew Lawrence-King, y el de los archilaúdes y el salterio. Pero el sonido extraído del laúd y la tiorba, creando una atmósfera oscura, dramática en el acompañamiento de los salmos, centrando el carácter barroco de toda la obra y el sentimiento que Purcell puso en ella. Un sonido pulido en su espesura, que invitaba al recogimiento permanente, a la exaltación contenida o, simplemente, al entusiasmo interior, ese con el que es transmitido.

Sensibilidad, dramaturgia, fuerza, equilibrio, delicadeza, belleza… Literatura, música, teatro, danza, pintura, canto… El mundo en el escenario.

The Indian Queen Henry Purcell (1659-1695)
Semiópera en cinco actos y un prólogo con música de Henry Purcell y libreto de John Dryden
Nueva versión de Peter Sellars con textos de Katherine Philips, George Herbert y otros
Testos hablados extraídos de la novela “La niña blanca y los pájaros sin pies”, de Rosario Aguilar
Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Ópera de Perm y la English National Opera de Londres
D. musical: Teodor Currentzis
D. escena: Peter Sellars
Escenógrafo: Gronk
Figurinista: Dunya Ramicova
Iluminador: James F. Ingalls
Coreógrafo: Christopher Williams
D. coro: Vitaly Polonsky
Reparto: Vince Yi, Julia Bullock, Nadine Koutcher, Markus Brutscher, Noah Stewart, Christophe Dumaux, Luthando Qave, Maritxell Carrero
Bailarines: Burr Johson, Takemi Kitamura, Caitlin Scranton y Paul Singh
Coro y Orquesta de la Ópera de Perm (MusicAeterna)

Ainadamar

Presentaba el Teatro Real un cartel excepcional encabezado por Nuria Espert y Peter Sellars. En una obra de Osvaldo Golijov sobre la obra y la muerte de Federico García Lorca. Elementos todos ellos muy atractivos en el final de una temporada apasionante, tanto en los apectos positivos como en los negativos. En los artísticos y en los organizativos.
Ainadamar quiere poner un brillante broche para concluir una más que interesante temporada. Pero, ¿lo consigue? Todo indica que existen en esta producción demasiados desequilíbrios como para que la balanza se decante, claramente, por alguno de los dos lados.
Cómo es posible que una obra con tan solo algunos retazos de interés, pretendidamente contemporánea y, sin embargo, tonal, pueda generar tanto interés como para ser colofón de temporada en el Real. Es obvio que el tema a tratar, Lorca, y el concurso de la que se puede denominar su biógrafa artística, Nuria Espert, son cuestiones suficientemente atractivas para movilizar medios y espectadores.
Una coreografía a cargo de Peter Sellars, que esta temporada ha firmado los éxitos en este mismo Teatro de Iolanta y Phersephone, complementan el interés por esta obra del compositor argentino Osvaldo Golijov.

La obra se inspira en la relación de amistad que hubo entre el poeta granadino y la actriz catalana Margarita Xirgu, y el sufrimiento e incredulidad de ésta ante la muerte de Lorca. Para evocar estos momento, Sellars ha intercalado, de manera muy acertada, los nueve poemas del “Diván de Tamarit”, que son recitados por la voz profunda y rozada de Nuria Espert. La orquesta adorna el tránsito entre los poemas con sonoridades flamencas, árabes y jazzisticos que se entremezclan con los cantes de Jesús Montoya desde el proscenio.

La escena es sobria y despojada de cualquier elemento. Solo un tríptico de figuras abigarradas de Gronk, evocando un Guernica mejicano, aporta el colorido que contrasta con la protagonista de la obra, la muerte. Una iluminación muy adecuada consigue crear los distintos ambientes y efectos escénicos.
Un coro de una docena de mujeres enlutadas, muy lorquianas ellas, se desenvuelven por el escenario, siempre acompañando como plañideras a las mujeres protagonistas que rodean y sufren por Lorca.

Nada hay que decir de las voces puesto que están amplificadas. El efecto es desolador y resulta imposible apreciar unas voces de tal manera distorsionadas. La delicadeza del instrumento de Nuria Rial queda inédito ante la insistencia tecnológica de este error. También por el escaso lucimiento del personaje. Lo mismo ocurre con el resto del reparto. El propio Jesús Montoya es amplificado en exceso y sin necesidad.

Existen momento intensos, como el asesinato de Lorca, que se repite una y otra vez, y una y otra vez Lorca se levanta. Como una bella metáfora de esperanza. Impresiona también escuchar grabaciones de Antonio Labad leyendo la arenga anticomunista de Millán Astraiy. Resulta sobrecogedor.
EL final de la obra se ilumina con la luz de la calle al quedar abierta toda la caja escénica en un efecto interesante y lleno de simbolismo.

La dirección de Alejo Pérez fue muy equilibrada y matizando los distintos estilos musicales que confluyen en esta interesante composición. Mérito a compartir con los músicos invitados: Jeremy Flower, que generó efectos de sonido hermosos, aunque algo exagerados de volumen en ocasiones; Gonzalo Grau, toda una lección de percusión exótica, y Adam del Monte a la guitarra flamenca.

Ainadamar
Osvaldo Golijov (1960)
Teatro Real, Madrid 10-07-12
Drma lírico en un acto y tres imágenes
Libreto de David Henry Hwang
D. musical: Alejo Pérez
D. escena: Peter Sellars
Escenógrafo: Gronk
Iluminador: James F. Ingalls
Nuria Espert, Jessica Rivera, Kelley O´Connor, Nuria Rial, Jesús Montoya, Marco Berriel, Miguel Ángel Zapater, David Rubiera, Ángel Rodriguez

Críticas