Curioso y original se presentaba en el Teatro de la Zarzuela el tercer recital del Ciclo de Lied. Bajo el título, Noches de cabaret, la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera, comenzó a desgranar, con su voz densa y envolvente, toda la musicalidad de unas obras, tal vez menos conocidas, para demostrar que no solo el lied alemán requiere de gran dominio y maestría. Demostró que composiciones que se prestan menos al encorsetamiento y la técnica requieren de la misma disciplina y gestión del conocimiento musical y canoro.

Un repertorio lleno de posibilidades artísticas y con identidad propia, que la personalidad ecléctica de Herrera, unida a sus recursos estilísticos, llevaron a un nivel superior las obras más populares de compositores como Oscar Straus, Erik Satie o Francis Poulenc. Esta primera parte, más formal, si se puede decir así, se completó con obras de Kurt Weill y Louis Guglielmi (Louiguy). Siempre muy bien acompañada al piano por Mac McClure.

Para demostrar la singularidad de la velada, ocurrió algo que, al menos yo, no había visto antes en un teatro. Tras el descanso, un público despistado, no sé si por la originalidad de la noche, no terminaba de entrar en la sala, lo que provocó que cantante y pianista estuvieran en el escenario esperando bastantes minutos a que el público terminara de acomodarse. Este fue el inicio de una segunda parte en la que Herrera demostró poseer una capacidad de registros artísticos e idiomáticos casi camaleónica.

No es fácil colocar la voz tras una primera parte más académica, pero, una vez resueltos los ajustes, Herrera nos descubrió nuevas formas de profundizar en la libertad de interpretación, en el conocimiento de las obras y sus compositores y en la capacidad de transmitir la nostalgia y el exotismo que plantean compositores como Ernesto Lecuona, Joaquín Zamacois o Astor Piazzolla. O dibujar la perfecta melancolía de los boleros de Pedro Junco, María Grever, Álvaro Carrillo, Gabriel Ruiz Galindo o Bobby Capó.

O como describe de manera excepcional María del Ser en el programa de mano, “Trasladarse al siglo XIX es viajar a través del subjetivismo y la introspección; es la época de la rebeldía, de la voluntad de explorar todas las vías artísticas con un fin de plenitud expresiva que intenta reconquistar un preciado pasado o alcanzar un futuro maravilloso. Es la búsqueda de los sentimientos, envueltos en sueños, en el misterio y en la fantasía de lo exótico perseguido por un espíritu de nostalgia, de melancolía y de anhelo tras una realización imposible”.

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Street scene, una de las grandes obras maestras del teatro musical americano, comenzó siendo una obra teatral de Elmer Rice premiada con el Pulitzer en 1929.Y terminó enamorando a un Kurt Weill que llegó a Estados Unidos huyendo del nacismo y la Segunda Guerra Mundial. El compositor alemán quedó fascinado por el texto, los nuevos ritmos que encontró en su país de acogida y las formas de expresión, absolutamente libre paras componer y utilizar recursos.

De la mano del propio autor Elmer Rice y la colaboración de uno de los poetas más importantes del momento, Langston Hughes, Weill inició la composición de una ópera y, con ella, la creación de un nuevo género que él mismo denominó “Ópera de Broadway”. Para ello utilizó todos los recursos y técnicas a su alcance, que en ese momento final de su carrera, ya eran muchos. A su experiencia anterior del cabaret berlinés y la lírica europea, se sumaron nuevas influencias americanas, Jazz, blues, swing o foxtrot, creando una obra coral en todos los aspectos, no solo en el musical. Los personajes que componen la obra tienen orígenes, religiones y culturas muy diferente, los que se podían encontrar en el New York de la época. Introduce también números de baile, canciones, modos de expresión del teatro hablado. Todo ello con sus partes de verismo perfectamente integradas. Gracias a la potente y coherente estructura compositiva del Kurt Weill más maduro, se consigue la armonía entre elementos tan distintos en origen.

Todo este conglomerado musical lo ha dirigido a la perfección el británico Tim Murray, quien ya dirigió en este mismo Teatro “Porgy and Bess”. Conoce muy bien las dificultades de una partitura como esta y sabe transmitir a la orquesta el carácter que domina cada momento con eficacia.

La escenografía de John Fulljames reproduce perfectamente uno de los vecindarios típicos del Lower East Side de Manhattan. Weill expresa el drama de las vidas de todos estos personajes, unos treinta, sometidos a problemas de convivencia, precariedad laboral, falta de recursos o desahucios, donde los chismorreos y la mezquindad son también protagonistas. Para ello pone el foco en distintos personajes sin juzgarlos, mostrando las circunstancias que pueden explicar su comportamiento.

Uno de estos personajes es Anna Maurrant, la abnegada esposa espléndidamente interpretada por una Patricia Racette con experiencia en el cabaret americano, además de una brillante trayectoria lírica. La buena vecina, siempre pendiente de ayudar a los demás y que, a pesar de ello, no deja de ser el blanco de los chismorreos por el hecho de tener un amante. Esta circunstancia es el desencadenante de toda la tragedia que ocurre al final de la obra y que, sin embargo, el amante, es un personaje que apenas aparece, es episódico. Como dice Joan Mataboch, director del teatro, “un personaje irrelevante en la cadena implacable de unos acontecimientos que se van a desarrollar igualmente esté o no.

Patricia Racete, al igual que otros protagonistas, no habrían necesitado de la amplificación que se ha hecho de sus voces, esperemos que solo en esta ocasión, con la excusa de que muchos de los personajes no son cantantes líricos y podrían tener dificultades para proyectar la voz en un teatro como el Real.

Paulo Szot, con también una notable experiencia en el musical de Broadway, es Frank Maurrant, el esposo aferrado a las tradiciones más rancias, antipático y rígido con su mujer e hijos y con un grado de violencia que le lleva al asesinato de su mujer y el amante de ésta. Muy buena su interpretación gracias, entre otras cosas, a su imponente presencia escénica. Otro al que no era necesario amplificarle la voz. Le sobra.

Joel Prieto fue la incógnita de la noche, al final de su primer aria su voz se quebró y tuvo que ser excusado y sustituido en el canto, que no en la interpretación. Una lástima no poder comprobar su evolución ni disfrutar de su hermoso timbre. Construyó con acierto un Sam Kaplan enamorado de Rouse Maurrant desde su inmensa timidez.

Muy buena actuación del servicial portero del edificio Henry Davis a cargo del barítono estadounidense Eric Greene.

Destacar la buena interpretación de Geoffrey Dolton, como Abraham Kaplan, Verónica Polo, como Shirley Kaplan, Gerardo Bullón, como George Jones, Lucy Schaufer, como Emma Jones, Jeni Bern, como Greta Fiorentino, Vicente ombuena, como Lippo Fiorentino o Scott Wilde, como Carl Olsen.

El amplio reparto estaba compuesto, no solo por cantantes líricos, también han participado artistas que deben saber combinar la canción con el baile y la interpretación, como las hilarantes niñeras Sarah-Marie Maxwell y Harriet Williams.

El coro tuvo una destacada participación. Mantuvo su línea impecable de siempre bajo la dirección de Andrés Máspero. Con alguna presencia solista que demostró su altísima calidad. El coro de jóvenes cantores de la JORCAM tuvo un papel protagonista en esta producción, tanto en lo vocal como en la parte interpretativa, gracias al buen trabajo de su directora Ana González. Destacaron dos pequeñas estrellas que, a pesar de su juventud, ya van adquiriendo experiencia en el mundo artístico, Matteo Artuñedo, como Willie Maurrant y Diego Poch, en el papel de Charlie Hildebrand.

Otro éxito en esta temporada de celebraciones. Temporada que está haciendo las delicias de toda clase de aficionado, desde los más puristas, a los menos.

Street Scene

Entre los días 13 y 18 de febrero, y entre el 26 de mayo y el 1 de junio, el Teatro Real ofrecerá 10 funciones de Street Scene (Escena callejera), de Kurt Weill, en una nueva producción del Teatro Real en coproducción con las Óperas de Colonia y de Montecarlo.

Con esta joya híbrida y marginal del repertorio lírico norteamericano, que articula y ensambla el refinamiento de la orquestación centroeuropea, el embrujo de las comedias musicales de Broadway y la riqueza de la música afroamericana, el compositor Kurt Weill (1900-1950), judío alemán asentado en Nueva York, seguía la estela de Porgy and Bess, de George Gershwin, intentando consolidar la raigambre de una ‘ópera estadounidense’, con su singularidad y lenguaje propios.

Para ello se asoció con dos escritores de distinto perfil: Elmer Rice (1892-1967), autor de Street Scene ─premio Pulitzer en 1929 y adaptada al cine por King Vidor, en 1931─, y Langston Hughes (1902-1967), poeta, novelista y activista afroamericano adscrito al movimiento Harlem Renaissance, que reivindicaba el arte negro vinculado a sus raíces, tradiciones e idiosincrasia.

Del primero, el dramaturgo Elmer Rice, recibe Weill el gran mosaico de vidas atrapadas en una ‘calle sin salida’, donde fluyen historias de amor y desamor, maledicencias y penurias, desahucios y maltrato, pero también de sueños e ilusiones, amistad y compasión, a semejanza de nuestra Historia de una escalera, de Buero Vallejo, pero ubicada en los suburbios de Nueva York en los años de postguerra.

Del segundo, Langston Hughes, recibió el compositor un libreto con una genial prosodia multirracial, textos al ritmo de jazz, con inflexiones, acentos y jerga que definen cada uno de los casi cuarenta personajes que pueblan la bulliciosa calle neoyorquina.

Con este material dramatúrgico tan rico, Kurt Weill, ya nacionalizado estadounidense y con amplia experiencia en la composición de repertorio lírico ─musicales, óperas, canciones y música de escena─ decide ir más allá, creando una ópera en que partes habladas, arias, dúos, números de conjunto, de baile y canciones fluyeran entrelazados, articulando las varias historias superpuestas con una escritura orquestal refinada, eficaz y concisa, heredera de la tradición europea, pero contaminada por todas las influencias musicales de su época a ambos lados del Atlántico.

La ópera se estrenó en Broadway, en el Teatro Adelphi, en 1947, conquistando el Premio Tony a la mejor partitura original en la primera edición de estos galardones, que desde entonces han crecido en prestigio y popularidad.

Sin embargo, el carácter mestizo de esta ‘ópera de Broadway’, que exige un inmenso reparto de gran diversidad, coros y orquesta, ha alejado la obra tanto de los teatros de musicales como de los templos de la ópera, colocando a Street Scene en un limbo del que comienza a liberarse.

El Teatro Real dará vida, finalmente, a esta obra incalificable, estrenándola en Madrid con dirección de escena de John Fulljames, actual director de la Ópera Real de Dinamarca, que ha dirigido Street Scene en una premiada producción de pequeño formato estrenada en Londres en 2008 y que pudo ser vista en Barcelona en 2013. En esta ocasión, su renovada concepción de la ópera contará con escenografía y figurines de Dick Bird, que recrea la atmósfera de la ópera partiendo de documentación gráfica de los años 40 neoyorquinos, reforzando su componente naturalista.

Tim Murray, que vuelve al Teatro Real después de sus interpretaciones de Porgy and Bess en el verano de 2014, estará al frente de más de un centenar de intérpretes de gran versatilidad vocal y teatral, encabezados por la soprano Patricia Racette ─que debuta en el papel y en el Teatro Real─; el barítono brasileño Paulo Szot ─asiduo en los carteles de Broadway, que ofreció un concierto en el Real la pasada temporada-; el tenor Joel Prieto ─Tamino en La flauta mágica cinematográfica dirigida por Barrie Kosky en el Teatro Real─ y la soprano británica Mary Bevan.

El Teatro Real se llenará de ritmos de jazz, de swing y de blues, llevando su nueva producción a todo el mundo a través de la edición de un DVD y de la grabación audiovisual que se distribuirá internacionalmente.

El canal francés Mezzo retransmitirá la ópera en directo el próximo 16 de febrero y Radio Clásica la emitirá en diferido.

Joel Prieto

El tenor puertorriqueño de origen español Joel Prieto, ganador de Concurso Operalia de Plácido Domingo en 2008, debuta el 5 de enero en el repertorio de la opereta como protagonista del Concierto de Año Nuevo en Luxemburgo interpretando a Edwin en Die Csárdásfürstin (La princesa gitana), de Emmerich Kálmán, junto a la Orchestre Philharmonique du Luxembourg. La ampliación de su repertorio continuará en febrero, cuando regrese al Teatro Real de Madrid -su ciudad natal- para ser parte del estreno madrileño de Street Scene, de Kurt Weill (13 al 18 de febrero y 26 de mayo al 1 de junio). La obra, que podrá verse en una coproducción con la Opéra de Monte-Carlo y la Oper Köln, también se conoce como ópera estadounidense u ópera de Broadway, apelativos propuestos por el propio compositor, y contiene algunos elementos del género del musical. «Estoy muy emocionado de poder regresar a Madrid -ciudad en la que nací y que adoro- y por supuesto al Teatro Real, que se está convirtiendo en mi segunda casa», apunta el cantante; «Street scene es una obra apasionante que mezcla varios géneros -incluyendo la ópera, el teatro musical y el jazz- y me dará la oportunidad de cantar por primera vez en inglés; estoy seguro de que el público va a disfrutar muchísimo de esta producción, espectacular en todo sentido, y estoy encantado de formar parte de ella», añade.

Más tarde, en el mes de marzo, Joel Prieto viajará hasta la ciudad en la que creció y se formó, San Juan de Puerto Rico, para formar parte del Festival Casals de dicha ciudad interpretando el Requiem de Mozart. En abril le esperan en la Ópera Nacional de Chile, en cuya sede, el Teatro Municipal de Santiago, interpretará a Don Ottavio en el Don Giovanni, de Mozart, uno de sus compositores de cabecera.

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Angela Denoke

El recital que ha ofrecido la soprano alemana Angela Denoke en el Teatro Real el pasado 15 de junio, ha sido sin duda el complemento perfecto de Moisés y Aarón de Schönberg, El emperador de la Atlántida de Viktor Ullmann y Brundibár de Hans Krása.

Con el Ciclo Bailando sobre el volcán, el Teatro Real ha puesto en valor la música de entreguerras y a los compositores que, capitaneados por Kurt Weill, trataban de dejar a un lado esa música cargada del dolor wagneriano de la época, y resaltar el lado más lúdico de una música que narraba la vida cotidiana bajo la denominación de Gebrauchmusik, música de uso.

Ver la Guerra y la crisis económica desde un punto de vista satírico, era uno de los objetivos de este grupo de compositores nacidos en la última década del siglo XIX, que tuvieron que exiliarse a Estados Unidos después de trabajar en los cabarets de Berlín durante los años veinte y que, a excepción de Weill, regresaron a Europa una vez terminada la Guerra.

Sobre el escenario, una Angela Denoke elegantísima, de voz vibrante y luminosa, fue desgranando obras de Weill, Walter Kollo, Werner Richard Heymann, Hanns Eisler, Friedrich Hollander y Mischa Spoliansky.

Estuvo acompañada por músicos de gran altura. Al piano, el también compositor israelí Tal Balshai. Clarinete y saxofón a cargo del alemán Norbert Nagel y el neoyorkino, de origen coreano, Tim Park, al violonchelo.

Hay que hacer una mención especial a Reinhard Bischel, que realizó un diseño de iluminación y proyecciones que ayudaron a crear esa atmósfera decadente del cabaret berlinés. El resultado final fue una velada exquisita en la que solo se ausentó un público gélido, que únicamente apareció en la última tanda de aplausos.

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