Tristán e Isolda

Tristán e Isolda de Richard Wagner (1813-1883)

Ópera en versión de concierto semiescenificada. Acción en tres actos

D. musical: Semyon Bychkov. D. coro: Andrés Máspero

Reparto: Catherine Foster, Andreas Schager, Franz-Josef Selig, Ekaterina Gubanova, Brian Mulligan, Neal Cooper, Jorge Rodríguez-Norton, Alejandro del Cerro y David Lagares.

Teatro Real de Madrid 6 de mayo de 2023.

No hay una temporada en el Teatro Real sin su Wagner, y esta vez le ha tocado el turno a Tristán e Isolda. Lo ha hecho en versión semiescenificada, en mi opinión, la mejor forma de ofrecer esta ópera. Los cantantes interactúan lo justo y nada distrae de lo verdaderamente importante, la música. No es una obra que requiera de grandes alardes escénicos, son pocos los personajes y onírico el ambiente que la envuelve, por lo que es un acierto esta manera de ofrecerla.

En una carta dirigía a Listzt en 1854, Wagner se expresaba de este modo: “Ya que no he conocido en vida la verdadera felicidad del amor, quiero levantar un monumento al más bello de los sueños, en el cual ha de satisfacerse, de principio a fin, ese amor”. Esta idea, fruto del tormentoso amor entre Wagner y Mathilde Wessendonck, influyó en distintas obras del compositor alemán, sobre todo en Tristán e Isolda.

La obra comienza con un acorde de tres notas en un registro grave y ascendente de los violonchelos al unísono. Un acorde que se desarrolla a lo largo de la obra y que solo se resuelve al final, con la muerte de Isolda (spoiler).

La muerte por amor resuelve la disonancia. Se crea así un tratamiento armónico único, nunca escuchado, que cambia desde ese momento los planteamientos de la estructura musical. Es el llamado ”acorde Tristán”, que impulsa siempre la música hacia adelante, en una envolvente infinita que apenas se relaja en un par de interludios. La riqueza armónica y el viaje inagotable que propone el compositor solo finaliza en el último momento.

Wagner catalogó Tristán como acción/trama, o Handlung. Esta obra no se basa en ningún acontecimiento histórico, sino en momentos y personajes mitológicos. Se pueden distinguir dos tramas o dos mundos distintos, el mundo real o racional, al que pertenecen los personajes de Brangäne, Kurwenal, Melot y el Rey Marke, y el mundo interior, el de los sueños y el amor en el que viven Tristán e Isolda. Es este mundo interior el que mejor describe Wagner en su partitura, situando siempre el plano de la realidad al final de cada acto. El resto de la obra pertenece a los sueños de sus protagonistas.

Y si el acorde principal de esta ópera es infinito, también lo son los movimientos pausados de su director musical Semyon Bychkov. El gesto siempre templado y seguro del director musical, atendía a cada una de las entradas de la orquesta y de los cantantes. Hizo que la orquesta sonara como pocas veces. Con un sonido limpio y transparente, con un cuidado equilibrio en los metales y las cuerdas. Ese gesto suave y envolvente, que parecía que le hacía avanzar en el mar de música sin dificultades, sin brusquedades ni aspavientos. Toda una lección de capacidad y conocimiento de la obra y de los tiempos.

Habituales de Festivales como Leipzig y Bayreuth, el cuadro de voces que se han reunido en el Real, han demostrado su calidad y conocimiento de canto wagneriano.

Para el rol de Isolda estaba anunciada Ingela Brimberg, que fue sustituida por Catherine Foster. No se como habría resultado Brimberg, pero la británica, que tiene una larga trayectoria wagneriana, ha sido una Isolda enorme. Tiene una voz lírica rebosante, un agudo pleno, lleno de metal y brillo. Su emisión es limpia, controlada, segura, sin asperezas. Supo dotar al personaje de la furia inicial para transformarlo en romanticismo e ingenuidad al final. Una brillante Isolda.

Tristán ha sido interpretado por el tenor alemán Andreas Schager, conocido y apreciado en este Teatro y otro wagneriano de pro. Se encuentra en un momento pletórico de voz, con ese metal en sus agudos y zona central. Sobre el escenario es incansable, lo da todo siempre. Venía de interpretar la tetralogía en Berlín pero su voz parece no necesitar descanso. Afronta toda la obra con la misma intensidad sin que su voz ni su fraseo se fatiguen.

El irlandés Brian Mulligan nos regaló un Kurwenal lleno de nobleza y fidelidad a Tristán. También en lo vocal se puso apreciar la nobleza, con su timbre limpio y agudo demostró esas cualidades, tanto en los momentos de exaltación heroica como en los más dramáticos.

La rusa Ekaterina Gubanova fue una espléndida Brangane. Siempre elegante, con abundante caudal, fraseo limpio y seguro y esas tonalidades oscuras que tanta personalidad aportan al personaje.

el bajo alemán Franz Josef Selig, también muy conocido por el público, volvió a interpreta el rol de rey Marke. Su presencia escénica, como la oscuridad y profundidad de du timbre, visten a la perfección el personaje. Escenicamente tuvo momentos de especial brillo, sobre todo en la emoción que supo trasmitir en la muerte de Tristán.

Neal Cooper estuvo acertado en su interpretación de Melot, un personaje astuto bien delineado por el tenor británico a través de su voz acerada.

La representación española estuvo a cargo de Alejandro del Cerro, Jorge Rodríguez Norton y David Lagares que estuvieron a una gran altura en medio de este impresionante reparto.

Un acierto esta programación de Tristán e Isolda, un regalo convertido en acontecimiento por el reparto y por un Semyon Bychkov que obró el milagro.

Texto: Paloma Sanz

Fotografía: Javier del Real/Teatro Real

Tristán e Isolda

Tristán e Isolda, sin duda una de las más excelsas partituras de la historia de la ópera, vuelve al Teatro Real con un reparto estelar,  bajo la batuta de Semyon Bychkov, que estará al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, después del éxito de Parsifal, en 2016 y, de Elektra, de Richard Strauss, en 2012.

Se ofrecerán cuatro únicas funciones -los días 25 y 29 de abril, y 3 y 6  de mayo– encabezadas por Andreas Schager, considerado el más grande Tristán de la actualidad, que en el Teatro Real ya participó en Rienzi (2012), Tristán e Isolda (2014, en sustitución de Robert Dean Smith), Siegfried (2021) y El ocaso de los dioses (2022).

Actuará junto a Ingela Brimberg (Isolda) -que cantó en El holandés errante (2016) y La valquiria (2020)- y Franz-Josef Selig (El Rey Marke), que participó en Pelléas et Mélisande (2002 y 2012), Escenas del Fausto de Goethe (2009), Tristán e Isolda (2014), Fidelio (2015) y Parsifal (2016); secundados por John Lundgren (Kurwenal), Neal Cooper (Melot), Ekaterina Gubanova (Brangäne), Jorge Rodríguez-Norton (Un pastor), Alejandro del Cerro (Un marinero) y David Lagares (Un timonel).

Tristán e Isolda, un hito en la historia de la ópera, por su armonía, orquestación, hondura y trascendencia, se gestó en poco más de dos años (1857-1859) como una especie de gran catarsis, en un período convulso en la vida de Richard Wagner: exilio, crisis matrimonial, ruina económica y fatiga en la composición de su descomunal Tetralogía, paralizada en una encrucijada creativa en medio de la escritura de Siegfried.

Wagner, que pretendía componer una ópera sencilla, que le solucionara los problemas financieros, sin complicaciones escénicas y dramatúrgicas, encontró, en el arcano del amor, su complejidad y su éxtasis, el impulso para llevar al límite su escritura armónica; y pronto se dio cuenta de que Tristán e Isolda sería mucho más de lo que se había propuesto, anotando al final del borrador del primer acto: “nunca se ha compuesto nada como esto”.

La leyenda medieval de Tristán e Isolda, que Wagner utilizó para su drama musical en tres actos, estrenado en Múnich en 1865, plantea la extrema tensión que lleva a la pareja de amantes protagonistas a romper todas las normas morales, éticas y religiosas, poseídos por el hechizo de un filtro fatal, trasunto simbólico de la pasión, amor y erotismo que los consume.

Es este camino de anhelo, perdición, purificación y trascendencia que impulsa el devenir de la acción dramática, fuente de la prodigiosa escritura vocal y orquestal de Wagner, que se expresa en los límites de la tonalidad, disolviéndose en un cromatismo embriagante, con un texto lleno de aliteraciones y melismas, en que, muchas veces, el sonido de las palabras es más importante que su contenido semántico.

La concepción wagneriana del arte total como confluencia y simbiosis de palabra y música, la utilización del mito en su dimensión universal y primigenia, la melodía infinita y la espiritualidad religiosa se elevan a través de la música, articulando las contradicciones ontológicas del amor en sus múltiples dimensiones.

Tristán e Isolda se representó en el Real con tres producciones escénicas y musicales muy distintas desde su reapertura: en 2000, con Daniel Barenboim (y la Staatskapelle Berlin) y Harry Kupfer; en 2008, con Jesús López Cobos y Lluis Pasqual; y en 2014 con Marc Piollet y Peter Sellars (con Bill Viola).

En esta ocasión, la versión en concierto semiescenificada permitirá al público disfrutar de una nueva aproximación a esta ópera genial, con un distinto viaje a su profundidad y su misterio.

Parsifal en el Teatro Real

Parsifal, ultima composición de Wagner, se liberó de su contrato de exclusividad con Bayreuth el 31 de diciembre de 1913. Esa misma noche se estrenaba en el Liceu de Barcelona y al día siguiente en el Teatro Real de Madrid. Escrita en tiempos convulsos, refleja a la perfección un mundo destruido y la necesidad de encontrar una salida liberadora o algo parecido a un mesías. Ese libertador que Amfortas busca junto a su hermandad de caballeros es Parsifal, el necio que no conoce ni su nombre y que solo llegará a la sabiduría a través de la compasión. Wagner es una vez más un visionario adelantado a su tiempo, pues todos conocemos los hechos ocurridos después de 1914.

Es por eso que la elegante producción de Claus Guth inspirada en La montaña mágica de Thomas Mann, resulta tan acertada y pertinente. Situada en el periodo de entre guerras, un hospital es el escenario perfecto para reflejar las consecuencias de los acontecimientos que marcaron a la sociedad europea de la primera mitad del siglo XX. Un lugar donde la enfermedad y la muerte reflejan las grandes contradicciones sociales, políticas y morales de la época.

Guth se sirve de esta escenografía para expresar el mismo paradigma. Esa herida permanente de Amfortas que es la metáfora de la Europa herida tras la I Guerra Mundial. Una escenografía ilustrada por proyecciones que muestran imágenes que nos atañen y nos resultan incómodas. Este Parsifal de Claus Guth nos interpela directamente e invita a reflexionar. Viendo como acabó todo, la búsqueda de cambios o líderes catárticos pueden llevar a lugares inciertos. Y las pesadillas, como los sueños, a veces también se cumplen.

Una magnífica plataforma giratoria proporciona los espacios donde se desarrollan las distintas tramas. Una vez más un fluir sin principio ni fin.

Parsifal solo puede ser el producto final de un genio como Wagner. Y lo es. La música fluye permanentemente y la concepción de espacio-tiempo es diferente a los conceptos convencionales. Para su director musical, Semyon Bychkov, “En esta obra se relaciona la tonalidad con la gravedad. Estos cambios de tonalidad, que pueden ocurrir en un segundo, son como una pérdida de gravedad. Como si estuviéramos en otra galaxia pero nunca supiéramos en cual”.

Esta evolución permanente de los motivos hace que la música fluya constantemente sin aparente principio ni fin, apoyada siempre en los leifmotiv que acompañan a personajes y situaciones.

La dirección musical está a cargo de Semyon Bychkov, que sabe leer perfectamente ese continuo discurrir del sonido al que concede, desde la obertura, el equilibrio que requieren las distintas voces orquestales que posee esta partitura arquitectónica. Era poderoso el sonido logrado por una orquesta que daba respuesta a todas las indicaciones del maestro de origen ruso. Sonaba con una transparencia y delicadeza solo igualada por la naturalidad con la que era ejecutada. La tensión lograda por las cuerdas, la seguridad de los metales y la precisión de las maderas producen un sonido sólido y ágil. La atmósfera creada habría cumplido uno de los deseos de Bychkov, el de continuar en un cuarto y quinto acto, prolongando un final que no existe.

Sobre el escenario un reparto desigual recorría la giratoria propuesta de Guth al ritmo que marcaba una excelente dirección de actores.

Christian Elsner fue un Parsifal inexpresivo y con limitaciones interpretativas. Su emisión requería de grandes esfuerzos y estuvo sobrada de sonidos nasales. Defendió su personaje con cierta dignidad pero fue engullido por la orquesta en varias ocasiones. Su torpeza sobre el escenario arruinó al héroe que debía interpretar, manteniéndose ausente por completo de la evolución de un personaje con tantos matices.

La soprano alemana Anja Kampe, una de las voces wagnerianas más cotizadas en la actualidad, ofreció una Kundry entregada y magníficamente interpretada en los diferentes perfiles que posee su exigente personaje. Los endiablados cambios de registro son resueltos, puntualmente, con alguna estridencia. Sobre todo en el segundo acto. A sus tonos graves y medios les hubiera ido bien un poco más de fortaleza para construir la Kundry más oscura. Pero en líneas generales su actuación estuvo a gran altura.

Franz-Josef Selig, con una elegante línea de canto, esculpió un Gurnemanz de gran autoridad y potente presencia escénica, muy bien aprovechadas por la dirección de escena. Ofreció un buen primer acto, con un fraseo bien delineado y un timbre de voz redondo y vigoroso. Pero su actuación fue de más a menos y acabó diluyéndose en parte.

El barítono alemán Detlef Roth interpretó un Amfortas dramático y desgarrado. Pero su voz no acompañó a la interpretación, y a la incapacidad de llegar a los registros más extremos, se sumaron las dificultades para expresar con la voz la angustia interior del personaje.

El croata Ante Jerkunica, como Titurel, exibió uno de los instrumentos más interesantes de la noche, con una voz voluminosa y amplia. Todo lo contrario del Klingsor interpretado por el barítono ruso Evgeny Nikitin, que anduvo escaso precisamente de esas dos cualidades, volumen y amplitud.

El coro es otro de los protagonistas principales de esta obra monumental. Y el titular del Teatro Real, que nos tiene acostumbrados a ilustres intervenciones, no iba a ser menos en esta ocasión. A la brillantez y el empaste vocal hay que sumar la capacidad de interpretación, sobre todo de ellas, que componen una escena de las muchachas flor deliciosamente fresca y sugerente.

Cinco horas y media puede ser mucho tiempo o poco. Y, como dice Bychkov, Parsifal tiene una concepción distinta del espacio-tiempo. Tal vez sea esa la razón por la que las cinco horas y media de este Parsifal son muy poco tiempo, pero el espacio que llenan es inmenso.

Texto: Paloma Sanz
Fotografía: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

PARSIFAL
Richard Wagner (1813 – 1883)
Festival escénico sacro en tres actos.
Libreto de Richard Wagner,
basado en el poema épico medieval
Parzival de Wolfram von Eschenbach.
Coproducción de la Ópera de Zúrich
y el Gran Teatre del Liceu de Barcelona
Teatro Real de Madrid 27 – 4 – 16
D. musical: Semyon Bychkov
D. escena: Claus Guth
Escenógrafo y figurinista: Christian Schmidt
Iluminador: Jürgen Hoffmann
Coreógrafo: Volker Michl
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Detlef Roth, Ante Jerkunica, Franz Josef Selig,
Evgeny Nikitin, Anja Kampe, Christian Elsner, Vicenç Esteve,
David Sánchez, Ana Puche, Kai Rüütel, Alejandro González,
Jordi Casanova, Ilona Krzywicka, Khatouna Gadelia, Kai Rüütel,
Samantha Crawford, Ana Puche, Rosie Aldridge, Rosie Aldridge.
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

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