Sociedad de Conciertos de ALicante

Dentro de la programación de la Sociedad de Conciertos de Alicante, han tenido lugar los pasados días 12 y 17 de diciembre, respectivamente, los brillantes conciertos del gran violinista norteamericano Joshua Bell, en compañía del pianista Sam Haywood, y de la famosa pianista portuguesa Maria João Pires, junto al violonchelista brasileño Antonio Meneses.
La Sociedad de Conciertos de Alicante es una modélica y emblemática entidad que, durante los últimos cuarenta años, y desde su primer concierto a cargo de Victoria de los Ángeles, en el ya lejano 22 de septiembre de 1972, ha llenado el ambiente musical alicantino, con la presencia de grandes interpretes, tanto instrumentistas como cantantes.
Entre los primeros cabe citar, entre otros muchos, a pianistas que han hecho época como Sviatoslav Richter, Vladimir Ashkenazy, Wilhelm Kempff, Elisabeth Leonskaja, Shura Cherkassky, Alexis Weissenberg, Aldo Ciccolini, Joaquín Achucarro y Nikita Magalof, también figuras posteriores, como la triada de grandes pianistas húngaros formada por Zoltan Kocsis, Andras Schiff y Dezso Ranki o Ivo Pogorelich, Rado Lupo, Elisso Virsaladze y Krystian Zimmerman, junto con la reiterada presencia durante los últimos treinta años de la portuguesa –cuyo concierto nos ocupa- Maria João Pires.

Y, entre los violinistas, figuras legendarias como Yehudi Menuhin, Henryk Szeryng, Christian Ferras, Salvatore Accardo, Felix Ayo o Vladimir Spivakov, junto a generaciones más recientes como Victoria Mullova, Shlomo Mintz, Vadim Repin y Joshua Bell –se reseñará más abajo su último concierto en Alicante o, también, las jóvenes generaciones representadas por: Sara Chang, Julia Fischer y Hilary Hahn junto a Renaud Capuçon.
Violonchelistas de la categoría de Janos Staker, Natalia Gutman, Pierre Fournier, Pinchas Zukerman, Mischa Maisky o Yo-Yo Ma.También los grandes guitarristas Andrés Segovia y Narciso Yepes. Entre los cantantes: la ya citada Victoria de los Ángeles, Pilar Lorengar, Eva Marton, Jessye Norman, Katia Ricciarelli, la mítica Elisabeth Schwarzkofp, y también –en los mejores momentos de su carrera- la gran Monserrat Caballé, o las famosas mezzos: Janet Baker, Teresa Berganza, Christa Ludwig y Brigitte Fassbaender.
En fin, la lista se haría interminable, enumerando a la ingente cantidad de grandes intérpretes, que han acudido durante los últimos cuarenta años al Teatro Principal de Alicante, sede habitual de los conciertos que programa La Sociedad de Conciertos de Alicante.

El concierto que pudimos escuchar de Joshua Bell y Sam Haywood, comenzó con Rondó brillante en Si menor, Op. 70. D. 895 de Franz Schubert. En octubre de 1826, Schubert volvía a retomar una composición para violín y piano, género que había abandonado durante casi diez años.
Este Rondó brillante estuvo pensado para que lo interpretase el joven violinista checo, Josep Slavik, a quien Chopin consideraba un segundo Paganini, y fue estrenado en enero de 1827. En su primera parte Andante ya pudimos comprobar la absoluta maestría del violinista norteamericano, cantando una luminosa melodía, ensombrecida por el piano para, ya ambos instrumentos interactuando, encarar el tema de corte heroico conclusivo. En la parte segunda Allegro, Joshua Bell nos mostró sus habilidades técnicas consiguiendo un buen volumen de sonido y gran vivacidad, en un adornado estribillo de cierta ligereza y un marcado carácter húngaro. Aquí, también, violinista y pianista mostraron lirismo y bravura instrumental, así como en la coda con que finaliza la obra.

A continuación, ambos instrumentistas ejecutaron La Sonata para violín y piano en mi bemol mayor, op. 18 de Richard Strauss Compuesta entre 1887-1888, y estrenada en Munich en 1888, con el propio Strauss al piano y el violinista Robert Heckmann. Obra de ”música absoluta” donde su autor concluye sus años de aprendizaje y acude por última vez al género camerístico en sentido clásico.
En el primer movimiento, Allegro ma non troppo, de carácter potente, amplio y generoso, ambos instrumentistas exponen una abundante invención melódica a través de dos temas principales de carácter eminentemente heroico, muy en la línea straussiana; aunque también, ejecutando con dulzura y delicadeza preciosos pianissimi en los dos temas secundarios plenos de fino melodismo. En el segundo movimiento un “Andante cantabile” titulado “Improvisación” el arco de Joshua Bell, por momentos, materialmente acaricia las cuerdas reproduciendo melancólicos pianissimi.

El piano de Sam Haywood adquiere un agitado y casi dramático protagonismo en la parte central, para, seguidamente, servir de acompañamiento al canto del violín, con un reiterado tema que recuerda los nocturnos chopinianos, antes de afrontar con brillantez una coda cuyo tema parece conectar con el “Adagio” de la Sonata Patética de Beethoven.
Ya, el último movimiento Allegro, y el más significativo de la obra, es iniciado por el pianista con una serie de compases de carácter sombrio, que deja paso a un tema imperioso y apasionado donde ambos instrumentistas, en perfecta conjunción, brillan de sobremanera. Aunque, el sonido del violín se impone sobre el agitado oleaje del piano en un tratamiento casi orquestal. Ambos instrumentistas muestran de nuevo su maestría en la frenética coda conclusiva de la obra.
Tanto Bell como Haywood rinden su particular homenaje a la música norteamericana ejecutando con entusiasmo y musicalidad Tres Preludios de George Gershwin, de corta duración, pero de bastante dificultad; y, donde ambos artistas lucen sus habilidades y calientan sus instrumentos para la ejecución de la obra principal de este concierto: la Sonata nº2 para violín y piano de Sergei Prokofiev, obra por la que siento una especial debilidad, desde que la escuché por primera vez hace unos diez años, en una grabación Deutche Grammophone interpretada de manera extraordinaria por la violinista Anne-Sophie Mutter y su habitual acompañante el pianista Lambert Orkis. Desde luego, la interpretación que realizaron en Alicante Joshua Bell y Sam Haywood no le queda a la zaga.

En septiembre de 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, y en plena invasión alemana del suelo ruso: Sergei Prokofiev estaba en Alma-Ata (Los Urales), trabajando con el cineasta Sergei Eisenstein en La Cantata Ivan El Terrible, como banda sonora de la película del mismo título. Paralelamente, compuso una Sonata para flauta y piano que terminó en la primavera de 1943, tras su regreso a Moscú. El estreno se produjo en diciembre de ese mismo año, en el Conservatorio de Moscú, siendo sus interpretes el pianista Sviastoslav Richter y el flautista Charkovski, con la presencia entre el público del violinista David Oistrakh, quien quedó seducido por la obra, y pidió a Prokofiev que hiciese una transcripción para violín y piano. En esta nueva forma fue catalogada como Sonata nº 2 para violín y piano en re mayor, op. 94, y fue estrenada en junio de 1944, también en el Conservatorio de Moscú, por David Oistrakh y el pianista Lev Oborin.

La sonata comienza con un Andantino, donde el violín de Bell cantó con un fino lirismo los dos temas de que consta este primer movimiento, que se van entrelazando con momentos de mayor tensión, con un piano que acompaña y liga las frases plenas de melodismo del violín, cuyo sonido va oscilando entre forte y piano para terminar el con una perfecta parada de sonido en pianissimi.
En el segundo movimiento Allegro, los dos instrumentistas a ritmo vertiginoso nos ofrecen pasajes de gran virtuosismo, con dos temas de carácter danzante y gran dificultad. En el primero de ellos, el violín de Bell intercala con autentica maestría un rapidísimo pizzicato en las diferentes repeticiones del tema, y resuelve con expresividad y una magnífica técnica, dificilísimos pasajes. Los dos interpretes lucen de sobremanera en la enérgica coda conclusiva.
El tercer movimiento Andante, emana un gran aliento lírico, y ambos instrumentos en perfecta conjunción, ejecutan una romanza particularmente expresiva, cuya primera parte está constituida por una delicada rêverie que recuerda a Schumann.
En el último movimiento Allegro con brío, tanto Joshua Bell como Sam Haywood, nos muestran sus habilidades en un auténtico desfile de exuberantes episodios virtuosísticos, destacando, de sobremanera, en el inicio, la brillante ejecución de una marcha de sonoridades orfeonísticas, donde violín y piano se lucen en muy complicados ejercicios, y ya, en la parte central, ambos instrumentos exponen un interludio de lírica meditación, para mostrarnos de nuevo su virtuosismo, con la repetición en fortissimo del tema inicial de este último movimiento.

¡Verdaderamente, una maravilla! Para aquellos lectores que quieran acercarse con inmediatez, a esta extraordinaria obra camerística del Siglo XX, les recomiendo verla y escucharla, en el siempre socorrido YouTube, y en una versión tomada en video en Tokio, hace ya bastantes años, con dos instrumentistas de excepción: el violinista letón Gidon Kremer y la pianista argentina Martha Argerich.

Aunque, habitualmente, y como ya se cité más arriba, los conciertos tienen como marco el Teatro Principal de Alicante, este tuvo lugar en el muy atractivo Auditorio de la Diputación de Alicante, lleno de un público que aplaudió con mucha fuerza a Joshua Bell y Sam Haywood.

Maria João Pires es una asidua asistente, desde el ya lejano 1985, y hasta en siete temporadas, a los conciertos que organiza La Sociedad de Conciertos de Alicante. Y, el pasado 17 de diciembre ha vuelto en una octava ocasión, para ofrecernos un magnífico concierto junto al violonchelista brasileño Antonio Meneses. Como siempre, la pianista portuguesa viajaba con su piano Yamaha y un afinador japonés.
El concierto comenzó con la interpretación de la Sonata Arpeggione para violonchelo y piano, en La menor D. 821 de Frantz Schubert. Esta obra conserva en la actualidad cierta popularidad y fue escrita por su autor para promover las cualidades de un instrumento llamado “arpaggione”, de efímera existencia, derivado de “la viola da gamba”, hermanado con el violonchelo por la forma y con la guitarra por sus seis cuerdas, y que fue puesto en circulación en 1823 por el luthier vienés, Johann Georg Staufer.
Esta sonata está escrita en tres movimientos. En el primero Allegro, donde se exponen dos temas: el primero de ellos, es comenzado por Pires, con unas melancólicas notas, dulcemente ejecutadas. Aunque, rápidamente el violonchelo de Meneses toma protagonismo para cantar con el acompañamiento del piano.
El cello nos anuncia el segundo tema, que resulta una ampliación del primero, y en la reexposición ambos instrumentos se entrelazan con protagonismo y destreza equivalentes. En el segundo movimiento Adagio tiene un especial protagonismo el cello de Meneses,
tanto en el plano musical como en el expresivo, deleitándonos con la ejecución de pasajes de ensoñadora belleza, con discreto pero efectivo acompañamiento por parte de Pires.

El cellista brasileño ejecuta con maestría una cadencia final, que enlaza con el último movimiento Allegretto, estructurado en forma de rondó, donde, de nuevo, brilla de manera virtuosistica. El concierto continuó con Tres Intermezzi op. 117 de Johannes Brahm, abordados por la Pires con gran sensibilidad y máxima matización, huyendo del cualquier tipo de exhibicionismo en pro de la verdad musical.
Ya, en la segunda parte ambos instrumentistas abordaron con gran sensibilidad esas Canciones sin palabras para violonchelo y piano en Re menor op. 109 de Felix Mendelssohn. El concierto concluyó con la Sonata para violonchelo y piano, en Re mayor, op. 38 de Johannes Brahm, estrenada en 1865 y escrita en tres movimientos.
En el primero Allegro ma non troppo, el cello de Meneses canta en un expresivo legato, un primer tema donde el piano de Pires acompaña, para ambos instrumentos confluir al unísono hacia un segundo tema: abrupto, tumultuoso y más rítmico.
En contraste, un tercer tema bien resuelto por Pires y donde la pianista lusa nos muestra un tierno y fino melodismo envuelto en un aire misterioso. Los dos instrumentistas se lucen en la amplia y bella coda conclusiva. En el segundo movimiento Alegretto quasi minuetto, sobre todo en su parte central, chelo y piano encaran magníficamente momentos vibrantes y de absoluta pasión. Ya en movimiento final Allegro, que se desarrolla en un estilo fugado de bastante complejidad, y donde Maria João Pires utiliza con
autoridad su mano izquierda. Sin duda, en esta parte de la obra brilla a gran altura la gran pianista portuguesa. En un impresionante final ambos instrumentos consiguen estar al límite de sus posibilidades sonoras y expresivas.

Ante los continuos aplausos de un público entusiasmado, Pires y Meneses regalaron sendas propinas: una Pastoral de Bach y una Nana de Falla. En fin, un concierto brillante y vibrante.

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