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Cuando uno se adentra a un terreno que no es el suyo y no conoce a la perfección, puede ser por dos razones, o es un imprudente o es muy valiente. Y para ser valiente hay que tener, además, otras cualidades.

El recital de Sonya Yoncheva en el Teatro de la Zarzuela este pasado 29 de abril, es un ejemplo claro de valentía, entre otras cosas. Hay que ser valiente para presentarse en el Teatro del género con un recital de zarzuela y hay que serlo aún más, para hacerlo sin conocer mucho este género.

A pesar de tener que echar mano de las partituras y de tener un inicio algo inseguro, Sonya Yoncheva ha demostrado, no solo tener un instrumento de una calidad indiscutible, una voz brillante, soleada, que llenó la sala de armónicos, con un registro central poderosísimo y un notable fraseo en español, sino que también hizo gala de un tremendo arrojo a la hora de interpretar con un éxito extraordinario un repertorio de romanzas que hizo vibrar al público. Un público que siempre sabe agradecer y premiar a quienes se acercan a este género con respeto y dedicación.

Yoncheva inició el recital con la romanza “Noche hermosa”, de Katiuska de Sorozábal, como digo, algo fría. Pero fue entrando en calor a medida que avanzaba el recital. Continuó con “Tres horas antes del día”, de la Machenera del maestro Moreno Torroba, su pieza favorita, como ella misma indicó, y que ofreció también como primera propina. Continuó con otras tres romanzas, “Lágrimas mías en dónde estáis”, del Anillo de hierro de Miquel Marqués, “La luz de la tarde se va”, del Pájaro azul de Rafael Millán y terminó esta primera parte con “Yo me vi en el mundo desamparada”, de El juramento, de Joaquín Gaztambide.

La segunda parte se inició con el dúo “¡Vaya una noche bonita!” del Gato montés, de Manuel Penella. Aquí estuvo acompañada en la réplica por un enérgico Alejandro del Cerro. Con una voz arrebatadora y de hermoso y metálico timbre, puso su granito de arena, junto a la vibrante dirección de Miquel Ortega, para que el público se entregara definitivamente al disfrute.

Siguió con “No corté más que una rosa”, de La del manojo de rosas de P. Sorozábal y “De España vengo” del Niño judío de Pablo Luna, ya entregada desde el escenario y plena de voz. Terminó con “Al pensar en el duelo de mis amores”, de La hija del cebedeo, de Ruperto Chapí y “¡Yo soy Cecilia!”, de Cecilia Valdés de Gonzalo Roig, donde derrochó gran simpatía y capacidad para disfrutar sobre el escenario. El segundo bis que ofreció, tras la repetición de la Machenera, fue la habanera de Carmen. Recorriendo todo el escenario, incluido el podio del director, que la acompañaba al piano. En ese momento el teatro estaba rendido a sus pies desnudos.

Muy destacada fue la labor del maestro Miquel Ortega al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid. No solo siempre atento a las necesidades de Yoncheva, aportándole seguridad, su dirección en todo momento fue especialmente destacada y las intervenciones de las obras orquestales levantaron al público que en ese momento se había abandonado al buen hacer de la orquesta. Se iniciaron con el preludio de La alegría de la huerta, de Chueca, para después ofrecer el Intermedio de Los Burladores, de P. Sorozábal, El Preludio de Los Borrachos, de Gregorio Giménez y terminar con una magistral y electrizante interpretación del Intermedio de La Leyenda del beso de Reveriano Soutullo y Juan Vert.

Una noche para recordar, junto al recital en esta misma sala de Elyna Garanca, de quienes se acercan a nuestro género lírico para conocerlo, divulgarlo y hacerlo aún más grande.

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La soprano Sonya Yoncheva canta a Italia en el recital que protagoniza este domingo, 25 de abril, a las 18.00 horas en la Sala Principal del Palau de les Arts, con el acompañamiento pianístico de Malcom Martineau.

La diva búlgara ofrece para la cuarta sesión del ciclo ‘Les Arts és Lied’ canciones y romanzas de Leoncavallo, Martucci, Tirindelli, Tosti, Verdi y Puccini en un recorrido por los principales compositores italianos que cultivaron este género en el siglo XIX. La soprano ha recibido el aplauso unánime de público y crítica por sus interpretaciones de este repertorio en los principales teatros y auditorios.

Artista excepcional y carismática, Sonya Yoncheva es una de las voces más cotizadas y magnéticas del panorama lírico, imprescindible en las programaciones de los auditorios y salas de concierto de mayor prestigio, así como en los repartos operísticos de los grandes teatros del circuito.

El recital de este domingo supone, además, el reencuentro de la soprano con el público valenciano, que todavía recuerda sus memorables funciones de ‘La traviata’ en 2013.

Malcolm Martineau será el encargado de acompañar a Sonya Yoncheva en el escenario este domingo. Nacido en Edimburgo, es uno de los principales pianistas de su generación, y ha trabajado con grandes cantantes internacionales como Thomas Allen, Karita Mattila, Ann Murray, Angela Gheorghiu, Christopher Maltman y Michael Schade, entre otros.

Para los interesados, las localidades para los recitales dentro del ciclo ‘Les Arts és Lied’ tienen un rango de precios que oscila entre 20 y 40 euros.

Sonya Yoncheva

La soprano búlgara Sonya Yoncheva es una de las intérpretes más aclamadas y brillantes de su generación. Estudió piano y canto con Nelly Koitcheva en Plovdiv, su ciudad natal, y posteriormente cursó un máster de canto en Ginebra con la profesora Danielle Borst. Además, perfeccionó su formación junto a William Christie y Le Jardin des Voix.

Sus interpretaciones de mayor éxito incluyen nuevas producciones de ‘Tosca’ y ‘Otello’ en el Metropolitan de Nueva York, donde también ha encarnado los roles titulares de ‘Luisa Miller’, ‘La traviata’ y ‘Iolanta’, además de Mimì en ‘La bohème’ o Gilda en ‘Rigoletto’. En el Covent Garden de Londres ha triunfado con títulos como ‘Norma’, ‘La traviata’,Faust’, ‘Les contes d’Hoffmann’ (Antonia), ‘Carmen’ (Micaëla) y ‘La bohème’ (Mimì y Musetta). Asimismo, ha cantado ‘Il pirata’ y ‘La bohème’ (Mimì) en el Teatro alla Scala; ‘L’incoronazione di Poppea’ en el Festival de Salzburgo; nuevas producciones de ‘Médée’ y ‘La traviata’ en la Staatsoper de Berlín; y ‘Don Carlo’, ‘La bohème’, ‘Iolanta’, ‘La traviata’ y ‘Lucia di Lammermoor’ en la Ópera de París.

Recientemente ha cantado ‘Tosca’ en las Staatsoper de Múnich y Berlín, ‘La traviata’ en el Maggio Musicale Fiorentino, ‘Médée’ en la Staatsoper de Berlín, ‘La bohème’ (Mimì) en el Covent Garden, ‘Il pirata’ en el Teatro Real de Madrid, ‘Otello’ en Baden-Baden y Berlín, además de ‘Iolanta’ y ‘Otello’ en el Metropolitan.

En 2020 y 2021 ha participado en la gala de inauguración de la temporada del Teatro alla Scala; en Met Stars Live in Concert con un recital ofrecido en ‘streaming’ desde el monasterio de Schussenried; en el concierto de Navidad en presencia del presidente de Alemania y retransmitido por la televisión de dicho país; en la gala de Rolex ‘Perpetual Music’ desde la Staatsoper de Berlín; en Le Concert de París, además de galas y conciertos en Salzburgo, Madrid, Montecarlo, Budapest, Ciudad de México, Verona y Amberes.

Es embajadora mundial de Rolex y artista exclusiva del sello Sony, con el que ha grabado, entre otros, el álbum de arias de ópera ‘Paris, mon amour’, acompañada por la Orquestra de la Comunitat Valenciana. En el Palau de les Arts protagonizó ‘La traviata’ en 2013 dirigida por Zubin Mehta.

Fotografía: Javier del Real

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Il Pirata en el Teatro Real 192 años después
Estrenar una ópera en uno de los grandes templos operísticos 192 años después de haber sido escrita, tiene que tener una justificación. En el caso de Il Pirata hay una muy importante, la dificultad para interpretar sus roles principales hace que esta obra sea casi imposible. Estas exigencias vocales son las provocaron su ausencia durante décadas del repertorio y los grandes escenarios. Como bien dice el maestro Benini, “todo depende de que se cuente con buenos cantantes. Un buen tenor, una buena soprano y un buen barítono”.En definitiva, y a pesar del éxito con el que se estrenó, primero en La Scala de Milán, en 1827 y posteriormente en Nápoles, Bolonia, Trieste, Viena, Dresde, Lisboa, Barcelona, Cádiz (en 1834), Nueva York, México y Madrid (en 1830 en el Teatro de la Cruz), Il Pirata correría la misma suerte que tantas óperas románticas del momento que se ausentaron de los escenarios desde la segunda mitad del siglo XIX, hasta los años cincuenta del siglo XX. Es en este momento cuando aparece en 1958 con la figura de María Callas, que actualiza el personaje principal de Imogene, situando al Il Pirata nuevamente en el repertorio. Posteriormente sería Montserrat Caballé quien, asumiendo la dificultad del rol, lo incorporó a su repertorio llevándolo a los principales teatros del mundo.Un poco de historia
Il Pirata catapultó a un joven Bellini siempre atento a las corrientes e influencias que llegaban, sobre todo, de Alemania. Su búsqueda de un nuevo lenguaje musical y su gusto por la innovación, hacen que Il Pirata se sitúe a caballo entre la tragedia más clásica, de la época de la Ilustración, y el romanticismo y la música más sinfónica, que llegaba de la mano de Schubert y Beethoven.Esta transición del clasicismo al romanticismo se nota también en su libreto, escrito por Felice Romani, basada en la obra de Justin Séverin Taylor, Bertram, ou Le pirate. Romani sentía gran admiración por los poetas italianos del siglo XVIII, pero se sitúa ya en el romanticismo que en ese momento ya envolvía Europa.Pero, ¿por qué Il Pirata se representa tan pocas veces?
Javier Camarena y Celso Albelo, dos de los tenores que interpretan a Gualterio en esta nueva producción de Teatro Real, dicen: “prefiero cantar un Puritani a la mañana y otro a la tarde, antes que cantar Il Pirata”.Hay que tener en cuenta que estas óperas estaban escritas para determinados cantantes, con una vocalidad específica y en determinadas condiciones de interpretación, teatros pequeños y orquestas muy ajustadas en componentes y volumen de sonido. En aquella época los cantantes estaban acostumbrados a cantar en falsetone. La tesitura natural del tenor de la época les llevaba a cantar en falsete todo aquello que se encontrara por encima del La natural o el Si bemol. Hoy en día no se contempla el falsete como modo de emisión. Los teatros son más grandes y, no digamos las orquestas.Bellini escribió una partitura para tenor de grandes exigencias vocales y dramáticas. Quería un tenor que dominara los registros agudos y graves al mismo tiempo que el fiato y el legato. Quería además que fuera un virtuoso de la declamación y del fraseo. Todo ello acompañado, al igual que en el rol de Imogene, de la agilita heredada de Rossini y conseguir así la mayor expresividad en una obra con tanto exceso de sentimentalismo.Para llevar a cabo todas estas exigencias plasmadas en la partitura, Bellini recurrió al que por entonces era el tenor más aclamado, Giovanni Battista Rubini, al que exigió dos tipos de canto, el virtuoso y agudo del tenore contraltino y el baritenore, con graves más potentes, aunque igualmente virtuosos. Nace con Gualterio el mito del tenor.Escenografía fría, que no fea
El belcanto romántico es considerado por muchos directores de escena uno de los géneros más difíciles de llevar a un escenario. Piensan que las óperas románticas belcantistas no tienen una dramaturgia clara dentro del argumento de la obra. Emilio Sagi no es uno de estos directores. El hecho de que el argumento no esté totalmente cerrado le ofrece muchas posibilidades escénicas. El resultado es elegante y de una gran fuerza visual, con muchos elementos marca de la casa, como las sillas o la luna. La escenografía de Daniel Bianco es fría, para resaltar las enormes pasiones escénicas vividas por los personajes y con grandre espejos para potenciar los elementos y conseguir un efecto multiplicador. El escenario se convierte en una gran caja totalmente cerrada, casi asfixiante, pero que facilita enormemente el trabajo de los cantantes. Se mantienen siempre en boca de escenario, lo que permite una mejor proyección sin forzar demasido el instrumento.Los distintos escenarios no están definidos ni dan pistas del lugar donde se desarrollan los acontecimientos. El negro y los reflejos dominan una escena deliberadamente gótica, como lo es el género de la obra en la que se basa esta ópera. Los impecables figurines de Pepa Ojanguren, la iluminación de Albert Faura y las proyecciones de Yann-Loic Lambert ayudan a sumergirse en esa atmósfera llena de intensidad dramática de novela gótica.

Tres han sido los repartos que han subido al escenario del Real. Si ya es difícil encontrar uno bueno, imagínense tres. Sin duda el gran atractivo lo representaban la participación de Javier Camarena y Sonya Yoncheva en el primer reparto, y no defraudaron a un público entregado y agradecido al final de cada representación.
También recibió su premio al esfuerzo Celso Albelo que, aunque en un escaloncito por debajo de Camarena, ofreció una notable interpretación de Gualterio.

En otro escalón por debajo se puede situar al joven tenor ruso Dmitry Korchak, que se esforzó y cumplió con su rol. Junto al Korchak, el Ernesto de Simone Piazzila (que ya debe tener casa en Madrid). Su importante presencia escénica no estuvo en esta ocasión acompañada de todas las cualidades de su voz, sonó rotundo, pero sin brillo.

Yolanda Auyanet fue la más aplaudida de la noche. Lo cierto es que se echó la obra a la espalda y casi la sacó adelante ella solita. Aunque ha perdido cierta tersura de su voz, tal vez debido al cambio de repertorio que está llevando a cabo, mantiene su generoso volumen y un fiato suficiente, algo muy a tener en cuenta en un rol tan exigente.

Otra cosa fue la participación de la barcelonesa María Miró que, a pesar de ceder todo el protagonismo al rol de Imogene, lució su magnífica voz de soprano dramática, desenvolviéndose con soltura sobre el escenario.

Si hay un director conocedor de este repertorio, ese es sin duda Maurizio Benini. Su eficacia al frente de la orquesta Titular del Teatro Real ya quedó suficientemente demostrada en “Il trovatore” de hace unos meses en este mismo teatro. Impregna su dirección de italianismo, imprescindible en este tipo de obras. Pulso firme y fluido que acompañó a los intérpretes y al coro, excepcional una vez más, desde los primeros compases.

Mención aparte merece la participación de un desconocido Marin Yonchev, en el papel de Itulbo. No se entiende muy bien que hace ahí, hasta que te enteras que es hermano de Sonya Yoncheva, ¡no me digas más!

Un buen estreno de Il Pirata en el Teatro Real, aunque haya habido que esperar 192 años. Nunca es tarde, sobre todo en esta ocasión.

Il Pirata
Vincenzo Bellini (1801-1835)
Libreto de Felice Romani, basado en la obra Bertram, ou Le pirate (1822) de Justin Séverin Taylor, traducida al francés por Charles Maturin
Estreno en el Teatro Real en coproducción con el Teatro alla Scala de Milán
D. musical: Maurizio Benini
D. escena: Emilio Sagi
Escenógrafo: Daniel Bianco
Figurinista: Pepa Ojanguren
Iluminación: Albert Faura
Vídeo: Yann-Loïc Lambert
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Dmitry Korchak, Yolanda Auyandet, Simone Piazzola, María Miró, Felipe Bpu, Marin Yonchev
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

Texto: Paloma Sana
Fotografía: Javier del Real
Vídeos: Teatro Real

El Teatro Real presentará, entre el 30 de noviembre y 20 de diciembre, 14 funciones de Il pirata, de Bellini, en una nueva coproducción del Teatro Real y el Teatro alla Scala de Milán.

Fue precisamente en este templo de la lírica milanés donde tuvo lugar el estreno de la partitura en 1827. Vincenzo Bellini (1801-1835), entonces con 26 años, tenía ya dos óperas en su haber, estrenadas ambas en Nápoles, pero el éxito de Il pirata le abrió las puertas a una prolija y genial carrera como compositor operístico, segada por su prematura muerte en París, con apenas 34 años.

Con Il pirata, Bellini inicia una fecunda comunión artística con Felice Romani (1788-1865), poeta y dramaturgo de gran notoriedad que firmaría el libreto de siete de sus diez óperas, incluyendo la célebre Norma.

Romani parte del drama gótico Bertram, or The Castle of Saint Aldobrand  del escritor irlandés Charles Maturin (1782-1824) y crea un libreto de oscura, tempestuosa y fatalista savia romántica, con un trío amoroso en el que suspiran por el amor de Imogene su antiguo amante Gualtiero ─un noble arruinado, impetuoso y apasionado transformado en pirata─; y su esposo y padre de su hijo, al que desposó para salvar la vida de su progenitor, y al que debe obediencia y fidelidad.

El trágico final, con el asesinato del marido, la expiación del amante y la catártica locura de la desventurada heroína, dejan antever el germen del gran melodrama romántico, que también esboza Bellini en su música, de profundo aliento melódico, fuertes contrastes expresivos y un afán por engarzar y articular los recitativos, arias, caballetas, dúos y coros, en pro de la fluidez dramatúrgica de la trama.

Esta misma preocupación traspasa toda la música, que intenta sublimar sentimientos y pasiones hiperbólicos a través de una escritura vocal endiablada, sobre todo para los dos protagonistas: Gualtiero, que posee ya las contradicciones de un héroe byroniano, debe aunar vocalmente un canto elegíaco, la valentía áulica y el virtuosismo intrépido; e Imogene, abnegada esposa y madre, debe sofocar su amor corrosivo hasta la explosión de la locura y la ensoñación, alternando largas y excelsas melodías con saltos interválicos que expresan permanentemente su lucha interior y contrastes anímicos.

Quizás la extrema dificultad de ambos papeles haya contribuido al letargo de esta ópera durante casi un siglo, hasta que en 1958 Maria Callas interpretara a Imogene en La Scala, al lado de Franco Corelli y Ettore Bastianini, que no estaban, sin embargo, a su altura. Algunos años después Montesarrat Caballé ha cogido el testigo, concediendo a la trágica y desquiciada heroína de Callas un canto cristalino y casi sobrenatural, poético y estilizado, con sus inconfundibles y larguísimos fiati.

En la esta nueva coproducción de Il pirata, Emilio Sagi rehúye cualquier aproximación realista al libreto, creando un marco pictórico y simbólico adaptado a la dramaturgia de cada escena, para que fluya musicalmente el devenir trágico de los personajes, desprovistos de todos los artificios.

La ópera se ofrecerá por primera vez en el Teatro Real con tres distintos tríos protagonistas: los tenores Javier Camarena, Celso Albelo y Dmitry Korchak en el rol titular de Gualtiero; las sopranos Sonya Yoncheva, Yolanda Auyanet y Maria Pia Piscitelli como Imogene; y los barítonos George Petean, Simone Piazzola y Vladimir Stoyanov como Ernesto. Estarán secundados por el tenor Marin Yonchev (Itulbo), el bajo Felipe Bou (Goffredo) y la soprano María Miró (Adele).

Maurizio Benini, gran experto en el repertorio lírico italiano, que en el Real ha dirigido Tosca (2004), L’elisir d’amore (2006) e Il trovatore (2019), volverá a colocarse al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real debutando una partitura que poco a poco recupera el lugar que le corresponde, más allá del virtuosismo y belleza de sus melodías.

Fotografía: Javier del Real

Romeo y Julieta

El Teatro Real ofrecerá, dirigido por Michel Plasson, los días 16, 20 y 26 de diciembre a las 20 horas, Roméo et Juliette, de Charles Gounod (1818-1893), en versión de concierto.

Los roles titulares serán interpretados por la soprano búlgara Sonya Yoncheva,-que en el Real ha cantado en Don Pasquale y en Il retorno d’Ulisse in patria, y que se encuentra en un fantástico momento de su carrera- y el tenor franco-italiano Roberto Alagna, que en la última función será reemplazado por el norteamericano Charles Castronovo, conocido del público madrileño por su interpretación en Poppea et Nerone.

La ópera, en un prólogo y cinco actos, Roméo et Juliette, de Charles Gounod, está inspirada en la Symphonie dramatique – Roméo et Juliette de Héctor Berlioz y en la ópera I Capuletti e i Montecchi de Vincenzo Bellini, pero se acerca más a la tragedia de Shakespeare que sus predecesoras, gracias al libreto firmado por Michel Carré y Jules Barbier.

Estrenada en 1867 con puesta en escena de Georges Bizet, ha sido la primera ópera sin diálogos hablados representada en la Opéra-Comique de París. En su partitura aflora ya la nueva tendencia del drame lyrique francés de alejarse de la grandilocuencia y adentrase en la vida anímica de los protagonistas.

El núcleo de la ópera son los cuatro grandes duetti entre Romeo y Julieta, integrados a su vez en una totalidad cohesionada musicalmente por medio de la articulación de diferentes motivos musicales.

En Roméo y Juliette el virtuosismo puramente vocal es mucho más contenido que en Faust, y su presencia está subordinada a la dramaturgia de la obra. En este contexto, Gounod define con mayor precisión el perfil musical de los protagonistas sobre el claroscuro de los grupos sociales personificados en los coros, las oraciones y las baladas populares. Con esta ópera, presentada al mundo en la Exposición Universal de París de 1867, el compositor se despedía de escena.

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