Rusalka, casi un siglo después, en el Teatro Real
Rusalka
Antonin Dvorák (1841-1904)
Libreto de Jaroslav Kvapil, basado en el cuento de hadas Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fourqué e inspirado en el cuento La sirenita (1837) de Hans Christian Andersen y otros relatos europeos.
Nueva producción del Teatro Real en coproducción con la Semperoper de Dresde, el Teatro Comunale de Bolonia, el
Gran Teatre del Liceu de Barcelona y el Palau Les Arts Reina Sofía de Valencia.
Teatro Real de Madrid 13 de noviembre de 2020
D. Musical: Ivor Bolton
D. escena: Christof Loy
Escenógrafo: Johannes Leiacker
Figurinista: Ursula Renzenbrink
Coreógrafo: Klevis Elmazaj
D. coro: Andrés Máspero
Reparto: Olesya Golovneva, David Butt Philip, Rebecca von Lipinski, Andreas Bauer Kanabas, Okka von der Damerau, Sebastiá Peris, Manel Esteve, Juliette Mars, Julitta Aleksanyan, Rachel Kelly y Alyona Abramova.
En 1891 Antonin Dvorák recibía en su casa de Praga una carta en la que la influyente Jeanette Thurber, fundadora del Conservatorio Nacional de Música de Nueva York, le ofrecía el cargo de director del Conservatorio neoyorquino. Fue allí donde escribió una de sus obras más conocidas, la Sinfonía del Nuevo Mundo, y fue allí también donde Dvorák escuchaba, como no lo había hecho antes, las obas de Wagner. Vivió en Nueva York hasta 1895, año en que regresó a Praga para hacerse cargo de su Conservatorio. Fue entonces cuando escribió Rusalka, la penúltima de sus obras, y donde se advierte, de manera clara, las influencias de Wagner. No solo por su ambiciosa duración, más de tres horas, sino, por la utilización de los leitmotiv referidos a los personajes y una orquestación llena de complejidad y delicadeza.Pero, tratandose de Dvorák, no podía faltar en la partitura la inspiración nacionalista. Y es que Rusalka es, por encima de todo, una ópera con un marcado carácter checo. Evocadora de las melodías románticas, que pueden apreciarse en algunos de los momentos más brillantes interpretados por el arpa o ese final, casi trascendental, que está considerado por muchos uno de los más sublimes de la ópera de todos los tiempos.Rusalka llega al Teatro Real como uno de los grandes estrenos de la temporada. Y puede considerarse un estreno, ya que desde 1924 no se había vuelto a representar en Madrid. En aquella ocasión, fue su libretista, Jaroslav Kvapil, quien se hizo cargo de la dirección escénica.
El libreto está basado en el cuento de hadas Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fourqué e inspirado en el cuento La sirenita (1837) de Hans Christian Andersen y otros relatos europeos. Es, en definitiva, un cuento que el director de escena Christof Loy (cuyo Capriccio de la temporada pasada nunca olvidaremos), ha situado en el interior de un teatro.
Para Loy el teatro es el único lugar en el que se puede representar la realidad y los sueños al mismo tiempo. Esa dualidad que existe en la obra entre el mundo fantástico, al que pertenece Rusalka y el mundo terrenal que tanto añora. Pero a la elegante y gris escenografía de Loy le faltan elementos imprescindibles de la obra. El lago, que es un personaje más y que da sentido a los protagonistas y a la historia, no aparece ni por casualidad. Como tampoco se hacen apenas referencias a la naturaleza, otro elemento romántico imprescindible.
La dirección musical de Ivor Bolton estuvo a una gran altura. La expresividad de sus gestos contagia a la orquesta que tuvo momentos de gran brillantez, generando esa atmósfera mágica de la partitura. Destacaron las cuerdas y la magia que Mickäele Granados supo generar con su arpa desde un lugar destacado por encima del foso.
Extraordinario el coro, en esta ocasión fuera de escena, que recrearon la magia del lago de manera impecable. Muy buena también la actuación de los bailarines y actores, que no ejercieron de mero acompañamiento en las escenas, sino que tuvieron gran protagonismo en esa especie de orgia sexual que se marcó Christof Loy.
La joven soprano rusa Olesya Golovneva demostró gran versatilidad sobre el escenario, no solo cantaba, también se desplazaba de puntas con sus zapatillas de ballet por el escenario. Con un timbre agradable y una delicada linea de canto, alcanzó momentos de gran belleza en sus intervenciones. Sus dificultades las encontró en las zonas más graves de su partitura.
El británico David Butt Philip se encargó de dar vida al príncipe que enamora a Rusalka. Un rol nada fácil, por la gran exigencia que el tenor tiene en esta obra y que Butt supo abordar sin grandes dificultades.
El Vodnik de Andreas Bauer Kanabas representó mejor la parte más desalmada del amenazante padre, que la de protector con su hija Rusalka. Posee unos potentes tonos graves y medios, pero tuvo sus dificultades en las notas más agudas.
La malvada Jezibaba estuvo interpretada por mezzosoprano alemana Okka von der Damerau. Su buena presencia escénica ayudó a plantear un personaje dual, como el resto, con su parte divertida y su parte inquietante y tenebrosa. Buen caudal de voz bien timbrada y ajustada.
Rebecca von Lipinski interpretó con mucha intención y frescura la insinuante princesa extranjera, rival de Rusalka en la conquista del príncipe.
Muy aplaudidas fueron las tres ninfas interpretadas por Julietta Aleksanyan, Rachel Kelly, con impresionantes agudos, y Alyona Abramova. Con voces muy equilibradas y bien timbradas, se desenvolvieron con soltura por todo el escenario.
El resto del reparto estuvo a gran nivel, tanto el cazador de Sebastiá Peris como los criados interpretados por Manel Esteve y Juliet Mars.
Un éxito más del Teatro Real, que continua realizando representaciones, esta ya sin adaptaciones escénicas por la pandemia, ante el asombro de los teatros del resto de Europa. ¡Bien por Matabosch!.
Texto: Paloma Sanz
Fotografías: Monika Rittershaus