Don Carlo de Verdi inaugura la temporada del Palau Les Arts

Don Carlo de Verdi inaugura la temporada del Palau Les Arts

 

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Hace justo diez años se represento por primera vez El Palau de Les Arts, el verdiano Don Carlo, entonces con la excelente dirección del ya desaparecido Lorin Maazel ¡eran aún buenos tiempos para El Palau! Esta ópera ha vuelto a programarse para inaugurar oficialmente, el pasado 9 de diciembre, la nueva temporada 2017-18, con la presencia en el reparto del incombustible Plácido Domingo como Rodrigo Marqués de Posa. El cantante madrileño a punto de cumplir setenta y siete años, sigue teniendo un auténtico tirón, hasta el punto que casi todas las entradas de las cinco representaciones programadas, se habían agotado con bastante antelación. El estreno estuvo marcado por la gran polémica surgida pocos días antes, con la dimisión Davide Livermore como Intendente y Director Artistico del Palau de Les Arts. Antes del comienzo de la representación una espectadora solicitó un aplauso para Livermore, que fue seguido de una fuerte ovación. Tras el descanso, cuando estaba a punto de comenzar el Acto III, una voz gritó “conceller cobarde”, secundado por numerosos aplausos y otras voces que decían “fuera políticos” o “no os carguéis la ópera”. Todas estas espontaneas manifestaciones, muestran el tremendo malestar de un público, que discrepa de unas decisiones políticas, que pueden perjudicar a este importante centro operístico. Esperemos que todo se resuelva, para que los aficionados al mundo de la lírica, podamos seguir disfrutando de las excelentes programaciones ofrecidas por este teatro. El complejo mundo de la ópera debe ser gestionado por auténticos expertos, que no estén mediatizados por los intereses políticos.

Don Carlos surge como un encargo a Giuseppe Verdi del gobierno francés, con motivo de la Exposición Universal que iba a tener lugar en París, en 1867. El tema elegido era una adaptación de la obra Don Carlos, Infant von Spain de Schiller. El magnífico drama del poeta alemán databa de 1787, y era una obra de intenso contenido político, donde Schiller, realizaba una dura crítica del autoritario Felipe II, fuertemente influido por la Inquisición, en contra del ansia de libertad de su hijo el Infante Don Carlos y su amigo Rodrigo Marqués de Posa. El dramaturgo se había inspirado para su obra, en un episodio de la “leyenda negra” que sobre Felipe II, que maquinaron Guillermo de Orange, responsable de rebelión contra el Imperio Español de los Países Bajos y Antonio Pérez, el desleal secretario de Felipe II. Ese episodio era el de la muerte en prisión de Don Carlos, heredero del trono, en circunstancias nunca aclaradas. Es una realidad histórica que cuando el Infante era un niño, se había pensado en casarlo con la hija de Enrique II de Francia, Isabel de Valois. Finalmente, ésta había sido destinada, cuando solo contaba trece años, a ser esposa de Felipe II, viudo ya dos veces. Lejos toda realidad histórica, la obra de Schiller planteaba que Isabel Valois, siendo una adolescente, había conocido en Francia a Don Carlos, que era de su misma edad, estableciéndose entre ambos una relación amorosa, finalmente truncada por el casamiento de Isabel con Felipe II. El reencuentro de Don Carlos e Isabel, es el detonante del drama escrito por Schiller, donde la detención y muerte de Don Carlos se había producido por los celos de Felipe II, al descubrir las antiguas relaciones de su hijo con Isabel y el apoyo que el Infante estaba dando a los rebeldes flamencos, duramente perseguidos por su padre. A partir de la obra de Schiller, Joseph Méry y Camille du Locle, prepararon un magnífico libreto. Con ese material Verdi consiguió poner música a un texto de largos diálogos morales y políticos, con una feroz crítica a La Inquisición, representada por ese tremendo y siniestro personaje del Gran Inquisidor, en la estremecedora escena de su dúo con Felipe II. Se trata de una historia sobre la amistad, el amor, los celos, los conflictos paterno-filiales, que siempre interesaron a Verdi; y, sobre todo, de la soledad del poder, plasmada en un impresionante monólogo de Felipe II. La obra seguía las convenciones de la Gran Ópera, con una estructura en cinco actos, y la inserción en el Acto III de un ballet de ciertas dimensiones, denominado La Peregrina.
El estreno de Don Carlos se produjo en el Teatro Imperial de la Ópera de París (posteriormente llamado Palais Garnier) el 11 de marzo de 1867, con asistencia del emperador Napoleón III y de su esposa Eugenia de Montijo, a quien molestó de sobremanera la forma en la que Verdi trataba a Felipe II. Paralelamente a la versión escrita en francés, Achile de Lauzières, preparó una traducción del libreto al italiano, que fue estrenada en el Teatro Comunale de Bolonia el 27 de octubre de 1867. Con el paso de los años, Verdi decidió reducir la ópera a cuatro actos, donde se eliminaba el Acto I de la versión francesa (Acto de Fontainebleau) y el ballet. Esta versión se estrenó en el Teatro alla Scala el 10 de enero de 1884, y es la que se representa más habitualmente.
Las representaciones de Don Carlo fueron muy escasas durante la primera mitad del Siglo XX. A partir de 1950 vuelve a ser programada con cierta asiduidad, siendo el personaje de Don Carlo interpretado por grandes tenores como Jussi Björling, Richard Tucker, Franco Corelli, John Vickers y Carlo Bergonzi, quien en 1965 realizó una extraordinaria interpretación, en una referencial grabación de estudio (versión italiana en cinco actos) del sello DECCA, junto a Renata Tebaldi como Isabel de Valois, la impresionante Princesa de Éboli de Grace Bumbry, el espléndido Felipe II de Nicolai Ghiaurov, el elegante y sutil Posa de Dietrich Fischer-Dieskau y el imponente Gran Inquisidor de Martti Talvela, dirigidos por Georg Solti al frente de la Orquesta del Covent Garden.
Cabe señalar las magníficas creaciones de Don Carlo realizadas por tenores españoles como José Carreras, Jaime Aragall, y sobre todo de Plácido Domingo, quien más veces lo interpretó, desde que lo debutase en la Ópera de Viena, en 1967, hasta unas últimas funciones, también en ese mismo teatro, en 1992. En el transcurso de esos veinticinco años, Domingo ha dejado un importante legado discográfico de esta ópera, con numerosas grabaciones en directo, entre ellas, dos tomas en video: en 1978 (Teatro alla Scala) junto al Posa del gran Renato Bruson, con dirección de Claudio Abbado y en 1983 (Metropolitan de New York) junto a la magnífica Isabel Valois interpretada por Mirella Freni, con dirección de James Levine. De todas sus interpretaciones, cabe destacar la que realizó en estudio (versión italiana en cinco actos) para EMI, en 1970, junto a Monserrat Caballé como Isabel de Valois, la extraordinaria Éboli de Shirley Verret, el Felipe II de Ruggero Raimondi y Sherrill Milnes como Posa, con la magnífica dirección de Carlo María Giulini al frente de la Orquesta del Covent Garden. Esta grabación resulta referencial junto a la de Solti, y en ella, Domingo realiza una de las mejores interpretaciones de toda su carrera. Curiosamente, ya pasados veinticinco años de su último Don Carlo, Domingo ha retomado esta ópera, interpretando el papel baritonal de Rodrigo Marqués de Posa, que debutó en la Ópera de Viena, en junio pasado y que ha vuelto a interpretar en el Palau de Les Arts.

El Don Carlo representado en Valencia es la versión en cuatro actos, siendo una producción de la Deutsche Oper de Berlín dirigida escénicamente por Marco Arturo Marelli, también responsable de la escenografía y el diseño de iluminación. Reconozco mi predilección por las producciones que reproduzcan, lo más fielmente posible, tanto en su escenografía como en el vestuario un período histórico concreto, y ello se hace aún más necesario en óperas como Don Carlo. Sin duda, estas producciones son sumamente costosas, pero resultan especialmente brillantes. Y, pueden servir de ejemplo los montajes de Franco Zeffirelli, John Dexter o Hugo de Ana. En este Don Carlo se ha optado por una escenografía de carácter minimalista con unos grandes paneles móviles que se van desplazando para acotar espacios escénicos, realzados, en diferentes momentos, por una acertada iluminación. Los huecos que se forman entre los paneles, durante gran parte de la representación, adoptan la forma de cruz, en un intento de mostrar la gran influencia religiosa sobre el poder político en la época de Felipe II. Los objetos escénicos son mínimos: un pequeño monolito coronado por numerosas velas que aparece al comienzo y final de la ópera, algunas banquetas o el lecho conyugal vacío, que Felipe II contempla con infinita tristeza en su gran escena del Acto III. El diseño de vestuario de Dagmar Niefind resulta atractivo, siendo de carácter histórico el que llevan las mujeres con predominio de tonos oscuros, excepto el personaje de Éboli, que luce un vestido de color verde. El vestuario masculino, es más intemporal, con detalles claramente modernos como esa cartera que lleva en bandolera el marqués de Posa. Los colores oscuros contrastan con el intenso rojo de las vestimentas eclesiásticas, sobre todo en la gran escena del Auto de Fé, uno de los momentos más conseguidos de esta producción. Aceptable dirección escénica de Marco Antonio Marelli, quien al final de la ópera se toma licencias con respecto al texto original, con el fusilamiento de Don Carlo y sus amigos flamencos, que recuerda el famoso cuadro de Goya, “Los fusilamientos de la Moncloa”.

Gran actuación de la Orquesta de la Comunidad Valenciana dirigida por Ramón Tebar, quien mostro gran conocimiento de esta partitura verdiana, ofreciendo una lectura meticulosa, intensa y contrastada, donde el sonido orquestal brilló de sobremanera en la “Canción del velo” en el Acto I, y sobre todo en la gran escena de la Coronación y Auto de Fé, conclusiva del Acto II, con una muy destacada intervención de los metales. También, el acompañamiento orquestal confirió un tremendo dramatismo al diálogo entre Felipe II y El gran Inquisidor en el Acto III. Cabe destacar la ejecución de la suave y delicada música que introduce el Acto II. Otros excelentes momentos orquestales se produjeron en el dúo de Felipe II e Isabel del Acto III, y en trío de ese mismo acto con Éboli, Posa y Felipe II, con excelente prestación de los violonchelos. De gran belleza el sonido de flauta y metales, cuando se produce la muerte de Posa. Precioso resulta el diálogo de cuerda grave y metales en el preludio del Acto IV. Mención especial merece la brillantísima intervención solista del violonchelo en la gran escena de Felipe II, al comienzo del Acto III. Magnífica prestación de oboe y corno inglés acompañando el aria de Isabel del Acto I “Non pianger mia compagna”. Muy brillante el sonido orquestal acompañando el “Dúo de la amistad” de Don Carlo y Posa, al final del Cuadro I del Acto I, que aparece reiteradamente en diferentes momentos de la ópera. Excelente labor de concertación de Ramón Tebar muy pendiente de las voces, en especial facilitando la labor de Plácido Domingo. En suma, la actuación orquestal fue el gran atractivo de este Don Carlo.

Plácido Domingo ha ampliado a su extensísimo repertorio, el papel de Rodrigo Marqués de Posa, que interpretó por primera vez el pasado mes de junio, en la Ópera de Viena, precisamente cuando se cumplía el cincuenta aniversario de su debut como Don Carlo en ese mismo teatro. Al escuchar la magnífica creación del infortunado Infante de España, realizada por un jovencísimo Domingo, de timbre bellísimo, con una espléndida línea de canto verdiano, y comprobar su lógico estado vocal actual, surge -al menos para mí- una gran pena y nostalgia. Posa es uno de los más bellos roles baritonales creados por Verdi. Se trata de un personaje de presencia y vigor juveniles, de la misma edad que Don Carlo. Por tanto, el primer problema, para Domingo es su absoluta falta de adecuación escénica, ya que con su aspecto físico actual, -propio de alguien a punto de cumplir setenta y siete años- en sus escenas con Don Carlo, parece su padre e incluso su abuelo. Otro problema es la falta de diferenciación tímbrica con Don Carlo, ya que Domingo canta papeles baritonales con voz de tenor. A todo ello se añade un corto fiato y perdida de volumen vocal que le hace casi inaudible en los concertantes. Sin embargo, aún tiene capacidad para ofrecer una línea de canto verdiano, mucho mejor que la de sus compañeros de reparto. Y, en su gran escena del Acto III, es capaz de superar carencias e interpretar de manera muy notable, ligando bien las notas, la bellísima aria “Per me giunto è il dì supremo”, dando una lección de canto verdiano. Cuando acudió a saludar, al final de la representación, el público le dedicó una estruendosa ovación, consciente de que estaban en presencia del último gran mito de la ópera.
Andrea Caré en el papel de Don Carlo, ofreció un atractivo timbre moviéndose bien en la zona aguda, aunque mostrando dificultades en la zona de paso. Se mostró poco expresivo, con un fraseo monótono y falto de intencionalidad. Sus mejores momentos fueron su dúo con Éboli del Acto I, y sobre todo el gran dúo final del Acto IV, con una Isabel de Valois, interpretada por María José Siri, quien mostró una buena vocalidad, con un seguro registro agudo, aunque con una muy limitada gama de graves y un canto, por momentos, poco expresivo. Realizó una notable interpretación vocal –peor en el plano expresivo- de su aria del Acto I “Non pianger mia compagna”. Estuvo bastante entonada en el Trío del Acto I, junto a Éboli y Posa. Su actuación fue ganando en intensidad en su dúo con Felipe II, del Acto III, consiguiendo ofrecer una magnífica interpretación de su gran aria del Acto IV “Tu che la vanita”, con excelentes regulaciones del sonido incluso ejecutando una meritoria “messa di voce” y emitiendo con seguridad un Si4.
Violeta Urmana ofreció un interpretación de Éboli, llena de expresividad, aunque en el plano vocal tuvo ciertas dificultades en la ejecución de las agilidades en su aria del Acto I “Nell giardin del bello” (La canción del velo), donde, curiosamente, quedó cortada la última parte de la repetición, con una serie de compases omitidos, que adelantan el momento orquestal que marca la presencia de la reina. Muy bien en su dúo con Isabel del Acto III, seguido de la muy difícil aria del “O don fatale” que interpretó con arte y auténtica valentía, aunque con carencias en el registro grave y unos agudos algo destemplados y tirantes.
El bajo Alenxander Vinogradov como Felipe II, ofreció una imponente vocalidad, aunque no muy metido en el estilo de canto verdiano, y ello se pone de manifiesto en su dúo con Posa del Acto I, donde Plácido Domingo, si muestra un buen dominio del fraseo verdiano. El bajo ruso realizó una muy notable y matizada interpretación de su gran escena en el arranque del Acto III, “Ella giammai m’amo….Dormiró sol nel manto” y está magnífico en el impresionante dúo con el gran Inquisidor interpretado por el bajo Marco Spotti, carente de la rotundidad de bajo profundo que requiere este rol, donde es superado claramente por Alexander Vinogradod, uno de los grandes triunfadores de este Don Carlo.
Bien el resto de los interpretes, destacando la soprano Karen Gardeazabal como el travestido Tebaldo, ridículamente caracterizado con bigote incluido, y la voz del Cielo interpretada Olga Zharikova, que aparece en escena con un bebe que le es arrebatado.
Como siempre, excelente prestación del Coro de la Generalitad Valenciana, en sus numerosas intervenciones, resultado sumamente meritoria su labor, en momentos donde las voces quedan encajadas en los huecos que dejan los paneles móviles, como en el caso de la escena del “Auto de Fé”.